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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

sábado, 22 de agosto de 2015

Libro " Socialismo y Mercado" de Fidel Vascos. Aspectos teóricos y metodológicos. Capitulo Final

Aspectos teóricos y metodológicos. Capitulo Final

Por Fidel Vascos

El objetivo del presente capítulo consiste en fundamentar teóricamente la existencia de la producción mercantil tanto en el período de transición del capitalismo al socialismo, como en la fase socialista o primera fase de la sociedad comunista. 

Este análisis se apoya en el método de la abstracción aplicado por Marx en El Capital, el cual consiste en aprehender la esencia del fenómeno estudiado y exponer su contenido general, lo que determina que no se plantee un caso particular, cuyas manifestaciones concretas pueden variar con relación a la generalización abstracta a la que se ha llegado en el análisis, sin que por ello la contradiga. 

La comprensión de la utilización de este método adquiere especial importancia en los tiempos actuales, después de la desintegración de la URSS y la desaparición del campo socia-lista en Europa. El mundo vive una nueva realidad en la cual el capitalismo ha incrementado su influencia, mientras que el número de países socialistas que basan sus concepciones en el marxismo-leninismo, se han reducido. 

Sin embargo, ello no significa la derrota definitiva del socialismo como modelo de sociedad, sino un reflujo temporal y un cambio de condiciones internacionales que modifican, a su vez, las particularidades de la lucha revolucionaria por sustituir al capitalismo por un nuevo sistema económico-social de plena justicia social y solidaridad entre los hombres y las naciones. 

La concepción de Marx para alcanzar el comunismo concibe dos etapas intermedias para su consecución. Primero, un período de transición del capitalismo al socialismo y, después, el socialismo como fase inferior de la sociedad comunista. En esta idea se apoya el presente estudio sobre la existencia de la producción mercantil y sus categorías económicas en el socialismo. 

En la fundamentación que Marx emplea para explicar la existencia de la producción mercantil en el capitalismo distingue, por un lado, las condiciones que se dan para esta existencia y, por el otro, las causas de esta existencia. 

Marx ve en la división social del trabajo la condición para que existan las relaciones mercantiles entre los productores. Esta condición no desaparece con la eliminación del capitalismo como régimen social, sino que la división social del trabajo continúa presente en el período de transición del capitalismo al socialismo y en el socialismo, y sólo se extinguirá en una etapa muy avanzada de la fase superior de la sociedad comunista, presumiblemente cuando esta alcance escala mundial. 

Las formas socio-económicas de la división social del trabajo en el socialismo reflejan un insuficiente grado de socialización de la producción y de los medios de producción, lo cual continúa constituyendo la base de las relaciones indirectas entre los productores mediante el intercambio de mercancías. 

A su vez, la división social del trabajo incluye un aspecto técnico vinculado al nivel alcanzado en el desarrollo de las fuerzas productivas. En el estadío de desarrollo actual, este elemento técnico de la división social del trabajo determina la multiplicidad de tipos de trabajo distintos, tanto manuales como intelectuales, los cuales requieren, para la comparación entre ellos, de una homogeneización por vía indirecta, constituida por el valor de las mercancías. 

Entre los factores que influirán en la definitiva desaparición de la división social del trabajo, y con ella la necesidad de medir y comparar los productos indirectamente mediante el valor, se incluye la materialización generalizada de un solo tipo de trabajo desde el punto de vista tecnológico, que no se diferencie de los otros trabajos simultáneamente existentes ni por el procedimiento de labor ni por las formas de accionar del hombre. Solo en estas condiciones de igualdad técnica entre todas las formas laborales podrá desaparecer la división social del trabajo. 

Se comprende que para alcanzar este nivel de desarrollo de las fuerzas productivas tendrá que transcurrir mucho tiempo y que no es posible prever desde hoy las etapas intermedias que se sucederán. Incluso, no es fácil predecir las direcciones en que estas transformaciones tecnológicas y laborales tendrán lugar. No obstante, se puede adelantar que este desarrollo futuro está íntimamente vinculado, entre otros factores, a los avances y la aplicación de la computación electrónica y las telecomunicaciones en las distintas esferas de la vida social e individual. 

El desarrollo técnico y de las aplicaciones de la microelectrónica, las computadoras y las telecomunicaciones pudieran integrar el trabajo de los hombres de forma tal que la labor humana se convierta en un solo tipo de actividad: el análisis de sistema y la programación correspondiente de las tareas computacionales mediante las cuales se controlan y regulan las actividades productivas. La producción de los bienes y servicios lo harán las máquinas automáticas y los robots programables. Este cambio tecnológico de la producción puede ser la clave para la eliminación de la división social del traba-jo y el establecimiento de un sólo tipo de labor, igual para todos los hombres que participan en el proceso productivo. La actividad del hombre en estas condiciones no debe entenderse en el sentido de apretar botones al estilo embrutecedor de la producción en serie introducida por el capitalismo, sino como la acción inteligente y creadora del ser humano en el dominio de la ciencia y la técnica y sus aplicaciones para el constante bienestar material y espiritual de todos los miembros de la sociedad. 

No obstante estas consideraciones, lo cierto es que las formas que adoptará la desaparición de la división social del trabajo aún no están suficientemente estudiadas ni plenamente definidas, ni pueden predeterminarse desde ahora. 

En el método de Marx, también se incluye precisar la causa de la existencia de la producción mercantil. Marx define que esta causa, en el capitalismo, es la propiedad privada sobre los medios de producción, la cual aísla a los productores entre sí. El pleno dominio e influencia social de la propiedad privada sobre los medios de producción desaparece con la eliminación del capitalismo. Se hace necesario, entonces, definir cuál es la causa de la existencia de las relaciones mercantiles en el período de transición del capitalismo al socialismo y, sobre todo, en el propio régimen socialista. 

La existencia de la producción mercantil en el período de transición del capitalismo al socialismo está asociada a la pluralidad de tipos de economía social. 

Lenin explicó que en el período de transición existían varios tipos de economía social. Estas múltiples condiciones económicas generan importantes diferencias sociales, las cuales se traducen en distintas clases sociales en el período de transición. 

No es casual, por tanto, la diferente relación de propiedad de estas clases sociales con los medios de producción y, por ello, su también distinta relación con el proceso de producción, distribución, cambio y consumo. 

En su artículo “La economía y la política en la época de la dictadura del proletariado”, escrito en octubre de 1919, V.I. Lenin explicó que, en este período, las “formas básicas de la economía social son: el capitalismo, la pequeña producción mercantil y el comunismo. Y las fuerzas básicas son: la burguesía, la pequeña burguesía (particularmente los campesinos) y el proletariado”. 84 

A su vez, Lenin aclaró que además de estos tipos de economía social, en algunos países, como Rusia, podían existir otras, enumerando la economía campesina patriarcal y el capitalismo de Estado. 

Estas ideas de Lenin viabilizan la profundización en el contenido de las relaciones mercantiles en este período de transición, cuyas formas básicas de la economía social de-terminan la existencia de tres tipos de relaciones mercantiles, diferentes por su contenido aunque similares por su forma. 

En este período existen simultáneamente estos tres tipos de relaciones mercantiles, que tienen su máximo desarrollo en épocas históricas diferentes, tal como en parte lo estudió Engels según hemos mencionado más arriba. Estos tres tipos son los siguientes: las relaciones mercantiles de la pequeña producción mercantil; las relaciones mercantiles del capitalismo; y las relaciones mercantiles del socialismo. 

El primer tipo se caracteriza porque existe sobre la base de la propiedad privada sobre los medios de producción y con ausencia de explotación del hombre por el hombre. Las relaciones mercantiles del capitalismo se basan en la propiedad privada sobre los medios de producción y, además, en la existencia de explotación del hombre por el hombre. 

El tipo de relaciones mercantiles del socialismo se caracteriza por la ausencia de propiedad privada sobre los medios de producción y la inexistencia de explotación del hombre por el hombre, teniendo lugar sobre la base de la propiedad social socialista sobre los medios de producción. 

Cada uno de estos tipos de relaciones mercantiles en el período de transición sigue una dialéctica distinta en su desarrollo. 

Como tendencia, las relaciones mercantiles de tipo capitalista se reducen bruscamente y prácticamente desaparecen en este período. Las relaciones mercantiles del tipo de la pequeña producción mercantil también se reducen, pero de forma paulatina. 

Las relaciones mercantiles del socialismo, propias de las empresas y otras entidades estatales, así como de las cooperativas de tipo socialista, no se reducen en esta fase, sino que al contrario, surgen y se desarrollan en el socialismo para extinguirse en la fase superior de la sociedad comunista. 

Cuando se plantea que las relaciones mercantiles desaparecen en el período de transición, se tiene razón, pero solo en parte. Se tiene razón en cuanto a la desaparición, en lo funda-mental, de las relaciones mercantiles del capitalismo y de gran parte de la pequeña producción mercantil; pero no se tiene razón en lo que se refiere a las relaciones mercantiles del socialismo. 

Al rechazar la existencia de relaciones mercantiles en el socialismo se confunden los tres tipos de relaciones mercantiles aquí mencionados. Con este rechazo se niega que la producción mercantil pueda existir sobre la base de la propiedad social sobre los medios de producción y la ausencia de explotación del hombre por el hombre; y se vincula la existencia de las relaciones mercantiles solamente a la propiedad privada sobre los medios de producción y a la explotación del hombre por el hombre, lo cual no se ajusta a la realidad. 

Teniendo esto en cuenta, la explicación de las causas de la existencia de las relaciones monetario-mercantiles en el socialismo se concentra en la fundamentación de esta existencia en las condiciones de la propiedad social sobre los medios de producción y de la ausencia de explotación del hombre por el hombre. 

En este sentido se debe destacar que entre el capitalismo y la fase superior de la sociedad comunista puede distinguirse una época de extinción de las relaciones mercantiles, el cual tiene dos etapas. 

La primera etapa transcurre a lo largo del período de transición del capitalismo al socialismo y se caracteriza por la existencia de varios tipos de relaciones mercantiles. 

La segunda etapa del período de extinción de las relaciones mercantiles tiene lugar a lo largo de la primera fase de la sociedad comunista, o sea, durante el socialismo. En esta etapa, las relaciones mercantiles de contenido socialista se desarrollan para extinguirse en la fase superior de la sociedad comunista. 

La causa más profunda de la existencia de la producción mercantil en el socialismo consiste en la falta de maduración de las relaciones comunistas de producción y el relativamente bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas; dos aspectos esenciales que caracterizan esta fase inferior de la sociedad comunista y que influyen, a su vez, en la superestructura social, determinando, en su interrelación dialéctica, una insuficiente generalización de la conciencia socialista y comunista en el pueblo. 

Estas características del régimen socialista se manifiestan, entre otros, en el hecho de que la socialización real de la producción, de los medios de producción y del trabajo, así como la conciencia social socialista, aún no han alcanzado el suficiente desarrollo y homogeneización, lo cual determina que en el proceso de producción, distribución, cambio y consumo, los productos aún tienen que seguir comparándose mediante una vía indirecta: el valor de las mercancías. 

Estas peculiaridades del socialismo le dan a este régimen social cierto carácter de transición entre el capitalismo y el comunismo, lo cual marca el contenido y la forma de una serie de hechos y fenómenos en la economía y la sociedad. La primera fase de la sociedad comunista no surge sobre una base propia, sino a partir de la formación económica-social precedente: el capitalismo. A su vez, la misión del socialismo consiste en crear las nuevas bases materiales, técnicas y espirituales que requiere el comunismo en su pleno desarrollo. 

Marx, en su “Crítica al Programa de Gotha”, al caracterizar al socialismo, expresa: 

De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. 

Y más adelante, subraya: 

Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado. 

En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!85 

El socialismo, con todas sus inmensas ventajas sobre el capitalismo, aún no alcanza las bondades de la fase superior de la sociedad comunista. Este marco histórico en que se desenvuelve el socialismo es lo que determina el relativamente aún poco nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, el bajo grado de maduración de las relaciones comunistas de producción y la insuficiente generalización de la conciencia social entre los trabajadores, lo cual, a su vez, constituyen la causa más profunda de la existencia de la producción mercantil y sus categorías inherentes en el socialismo. 

A lo largo de todo el tiempo que va desde el capitalismo hasta la fase superior de la sociedad comunista, se eleva el nivel de las fuerzas productivas y se desarrolla un proceso de maduración del carácter comunista de las relaciones de producción. Este proceso experimenta un salto al quedar construidas las bases del socialismo, con lo cual termina la etapa de transición del capitalismo al socialismo. Después de este salto, continúa el proceso de desarrollo de las relaciones socialistas de producción, pero ya en un plano superior, hasta convertirse, gradualmente, en relaciones comunistas de producción. 

El proceso de maduración de las relaciones comunistas de producción se manifiesta en una serie de aspectos, sobre la base de los cuales surge la necesidad objetiva de la existencia y utilización de las relaciones monetario-mercantiles en el socialismo. 

En primer lugar debemos distinguir las distintas formas de propiedad. En el sector socialista de la economía existe un solo tipo de propiedad sobre los medios de producción, la cual se expresa en tres formas: la propiedad estatal, de todo el pueblo; la propiedad de las cooperativas socialistas; y la pro-piedad colectiva de los sindicatos, las uniones de profesionales y otras asociaciones. Además, en el socialismo existe también la propiedad personal, individual, sobre los bienes de consumo. Todas estas formas de propiedad se relacionan entre sí y determinan que se intercambien productos los cuales adquieren la forma de mercancías y se comparan entre sí sobre la base de la ley del valor y mediante las relaciones monetario-mercantiles. 

En el socialismo, aún dentro del sector estatal de la economía, los trabajos no pueden medirse directamente en unida-des de tiempo. La división social del trabajo, que sigue presente en el socialismo, determina la existencia de distintos tipos de trabajo: simple y complejo. La comparación entre sí de estos trabajos diferentes y de sus resultados materializados en los productos, hace necesario que se traduzcan a un denominador común que permita indirectamente dicha comparación en iguales unidades de medida. Este denominador común es el valor, el cual genera la utilización de relaciones monetario-mercantiles. 

La falta de maduración de las relaciones de producción de la sociedad comunista, en su fase socialista, se refleja dentro del propio sector estatal de la economía. Aunque en el sector estatal existe la propiedad de todo el pueblo, su ejercicio no es homogéneo en todo este sector y se manifiestan rasgos de relativa autonomía de las empresas estatales entre sí. Esta relativa autonomía tiene lugar sobre la base de la división social del trabajo y la autogestión de las empresas dentro del plan estatal centralizado de la economía. Ello determina que en esta fase las relaciones entre empresas estatales adquieran rasgos de relaciones mercantiles. 

Por otra parte, el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en la fase socialista de la sociedad comunista no es suficiente para garantizar a todos los ciudadanos por igual, la satisfacción de sus crecientes necesidades materiales y espirituales. En esto reside la base objetiva de la existencia de la estimulación material en el socialismo, de manera que el que más trabaje para la sociedad, reciba más de la sociedad. El principio socialista de la distribución según el trabajo está íntimamente ligado al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en el socialismo. 

En la necesidad de la distribución según el trabajo en el socialismo y en la existencia de la estimulación material de los trabajadores en esta fase inferior de la sociedad comunista influye el hecho de que la conciencia social surge y se desarrolla sobre la base material de la sociedad, pero en el socialismo esto no ocurre espontáneamente, sino mediante una intensa labor educativa y de formación cultural, moral y ética dirigida conscientemente. Esta conciencia social se desarrolla en forma estratificada entre los trabajadores. Quiere decir que todos los trabajadores no tienen, al unísono, el mismo nivel de conciencia social y hay una gama de gradaciones individuales en esta conciencia. 

El relativamente insuficiente desarrollo de las fuerzas pro-ductivas y de la conciencia social en el socialismo determina la necesidad de la estimulación material de los trabajadores y de comparar los resultados del trabajo entre sí y con las normas establecidas de premiación y castigo, lo cual demanda, a su vez, el empleo del dinero, como medio de distribución, y de las relaciones monetario-mercantiles para lograr tal comparación, cuantificándose de manera homogénea la medida del trabajo y la medida del consumo. 

También debemos distinguir, a escala mundial, la existencia de países capitalistas y socialistas o que transitan hacia el socialismo, así como sus interrelaciones económicas y comerciales. 

El mundo capitalista hoy existente se mueve, por ser capitalista, sobre la base de espontáneas leyes económicas, entre las que se destaca la ley del valor. Estas leyes y los resultados de su acción se manifiestan en la economía internacional a través del mercado mundial de bienes, servicios, capital y trabajo, coadyuvando a la necesidad de la existencia de relaciones monetario-mercantiles en estos países. La influencia económica de los países capitalistas sobre los socialistas se ha incrementado después de la desintegración de la URSS y de la desaparición del “socialismo real” en Europa Central y del Este, lo que se manifiesta no sólo en el comercio mundial, sino también en las relaciones financieras internacionales y en las inversiones extranjeras. 

El conjunto de estos y otros aspectos del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, del proceso de maduración de las relaciones comunistas de producción, la insuficiente generalización de la conciencia socialista, la existencia de relaciones mercantiles en la economía internacional, y no algunos de ellos tomados aisladamente, constituyen la causa de la existencia de las relaciones monetario-mercantiles en el socialismo y determinan la necesidad objetiva de la utilización de estas relaciones en la construcción de la nueva sociedad. 

De esta forma, las relaciones mercantiles en el socialismo existen sobre una base nueva y con un nuevo contenido el cual las diferencia sustancialmente de las relaciones mercantiles del capitalismo. 

Las diferencias principales son las siguientes: 

• las relaciones mercantiles del socialismo se basan en la propiedad social sobre los medios de producción; las del capitalismo, en la propiedad privada sobre estos medios; 

• las relaciones mercantiles del socialismo existen con ausencia de explotación del hombre por el hombre; las del capitalismo presuponen la existencia de esta explotación mediante el trabajo asalariado; 

• las relaciones mercantiles del socialismo se utilizan conscientemente por el Estado socialista en el sistema de planificación centralizada de la economía; las del capitalismo, como tendencia, tienen lugar espontáneamente en medio de la anarquía de la producción, la distribución, el cambio y el consumo; 

• en el socialismo, el valor de uso de la mercancía adquiere un significado de primer orden; en el capitalismo, el incremento del valor es el único objetivo de la producción, independientemente del valor de uso en que se materialice; 

• en el socialismo, el carácter mercantil de la fuerza de trabajo, la tierra y los edificios destinados a la producción es muy restringido y el objetivo principal del dinero ya no es convertirse en capital; en el capitalismo, todo es mercan-cía, incluso la fuerza de trabajo, y en manos del capitalista, el objetivo del dinero es convertirse en capital; 

• las relaciones mercantiles del socialismo tienen lugar según las leyes económicas de este régimen social, con el fin de satisfacer las crecientes necesidades materiales y espirituales del pueblo, sin crisis cíclicas de la economía generadas por causas internas, sin antagonismos socia-les, sin conducir a la ruina de unas empresas y al enriquecimiento de otras; las relaciones mercantiles del capitalismo se rigen, en su esencia, por la ley de la plusvalía y tienen lugar a través de crisis cíclicas de producción, agudos conflictos sociales y en un proceso que engendra la ruina de muchas empresas y el enriquecimiento desmedido de unas pocas. 

La solución de la contradicción entre la utilización de las relaciones monetario-mercantiles en el socialismo y su desaparición en la fase superior de la sociedad comunista está dada en que las relaciones mercantiles en el socialismo existen por el relativamente bajo desarrollo de las fuerzas productivas y la aún poca maduración de las relaciones comunistas de producción. La adecuada utilización de las relaciones mercantiles permite desarrollar las fuerzas productivas e impulsar la maduración de las relaciones comunistas de producción, lo cual va extinguiendo la propia causa de la existencia de la producción mercantil en el socialismo. Eliminada esta causa, cuando se alcance el elevado desarrollo necesario de las fuer-zas productivas, se establezcan las relaciones comunistas de producción y se alcance la necesaria generalización de la con-ciencia comunista en el pueblo, la producción mercantil dejará de existir. 

No es posible predecir las formas concretas y las manifestaciones específicas mediante las cuales tiene lugar este desarrollo dialéctico. Solamente la práctica social y las acertadas interpretaciones teóricas en cada momento histórico precisarán las soluciones que conduzcan a la extinción de las relaciones mercantiles. 

La utilización de las relaciones monetario-mercantiles en el socialismo se manifiesta en múltiples hechos y fenómenos de la vida social e individual. El carácter mercantil de los bienes y servicios producidos permite realizar la planificación centralizada mediante los indicadores de valor. Con ellos se establecen las distintas proporciones tanto a nivel de la macroeconomía, como de las ramas y los territorios, cuantificando en la misma unidad de medida lo producido y lo que debe ser distribuido, acumulado o consumido. 

Entre las categorías mercantiles en el socialismo se incluye la rentabilidad de las empresas, que mide el grado de eficiencia con que esta trabaja, lo cual permite conocer si el resultado de la gestión de la empresa en el uso de los recursos materiales y humanos bajo su custodia genera aportes a la sociedad y aumenta la riqueza social o si, por el contrario, necesita del plusproducto de otras empresas para poder continuar su proceso productivo. Como regla, las empresas deben ser rentables y sólo por excepción y debido a razones muy fundamentadas por la política económica del país deben mantenerse funcionando empresas irrentables que requieren subsidios del Estado. 

Otra manifestación de las relaciones mercantiles en el socialismo lo constituye el balance de ingresos y gastos monetarios de la población. Mediante este balance se lleva a cabo la medida del trabajo y la medida del consumo de los bienes y servicios producidos, así como se aplica el principio socialista “de cada cual según su capacidad y a cada cual según su trabajo” sobre la base de la escala de salarios, la normación, las primas, los premios y la participación en las utilidades de la empresa, todo lo cual debe organizarse con vistas a que reciba más de la sociedad, a través del consumo personal, quien más aportes le brinde. 

Como estas, se pudieran mencionar muchas otras manifestaciones de la existencia y utilización de las relaciones monetario-mercantiles en el socialismo. 

Mientras no se haya implantado la fase superior de la sociedad comunista, podemos llegar a la conclusión de que la utilización de las relaciones monetario-mercantiles en la lucha contra el capitalismo, primero, y por la construcción del socialismo y del comunismo, después, es una ley objetiva para los pueblos que emprenden el camino de eliminar la explotación del hombre por el hombre y construir una nueva sociedad. Esta ley objetiva se incluye entre los temas de estudio de la ciencia de la economía política del socialismo. 

A su vez, es necesario también combatir la tendencia de sobrevalorar el papel de las relaciones monetario-mercantiles en la construcción del socialismo. La existencia de la producción mercantil en el socialismo no determina un funciona-miento espontáneo y automático del mecanismo económico. La edificación socialista es, en primer lugar, un acto consciente y, por tanto, no está sujeta a los vaivenes del anárquico desarrollo del mercado, como sí ocurre en el capitalismo. 

La producción mercantil en el socialismo no impone su veredicto arbitrario al hombre, sino que este se apoya en las relaciones monetario-mercantiles y en el conocimiento de sus características para planificar conscientemente el desarrollo económico y social y alcanzar los objetivos que traza su política y su filosofía. 

La producción mercantil en el socialismo no se opone a la planificación centralizada socialista ni la subordina a su mecanismo automático. Al contrario, la planificación centraliza-da juega un papel primordial que se manifiesta a través de las relaciones monetario-mercantiles y de los mecanismos económicos, los cuales están subordinados a los intereses generales de la sociedad socialista. Se equivocan quienes olvidan esta realidad y subordinan la política y la ideología socialista a los mecanismos automáticos del mercado; en vez de avanzar hacia el socialismo y el comunismo pueden retroceder hacia el capitalismo. 

En el campo de la dirección económica no puede debilitarse el papel del plan centralizado del Estado, ni este puede subordinarse al desarrollo espontáneo y automático de las relaciones monetario-mercantiles. Es imprescindible criticar sistemáticamente las ideas según las cuales el Estado socialista debería abandonar su función planificadora central y convertirse en algo así como un centro de información y pronóstico del desarrollo económico, el cual sería regulado por la acción espontánea del mercado y la gestión de empresas con absoluta independencia económica, sin el control directivo del plan estatal central. 

La acción de las categorías mercantiles en el socialismo no se manifiesta con la misma intensidad en todos los ámbitos de actuación del sujeto de dirección económica. En mayor grado se refleja en las relaciones monetario-mercantiles que se establecen entre las empresas y uniones de empresa. Sobre esta base funcionan los principios de la autogestión financiera, los cuales se basan, entre otros objetivos, en que la empresa realice sus gastos a partir de sus ingresos y genere, además, un plusproducto, que incluye los aportes al Presupuesto del Estado y determinados fondos descentralizados que quedan a disposición de la propia empresa para su estimulación económica y el proceso de su reproducción ampliada. 

En los eslabones superiores de la empresa o de la unión, o sea, en el ministerio ramal y los órganos centrales de planificación estatal, la influencia de las categorías mercantiles y del cálculo económico se reduce, adquiriendo más importancia aún el aspecto centralizado y administrativo de dirección de la economía, y un mayor grado de influencia del aspecto subjetivo y consciente en la toma de decisiones económicas y sociales. 

En la creación de la sociedad comunista, junto al desarrollo de la base material y técnica, es decisiva la formación del hombre nuevo. Al definir los rasgos más generales que caracterizan al comunismo, Marx incluyó, como uno de ellos, “el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos”. Entre es-tos aspectos se encuentra el conocimiento científico de la naturaleza y la sociedad, el dominio de la técnica y su aplicación en la producción, la formación cultural y artística, y, lo que es fundamental, la educación y la formación moral y ética de las masas, que se manifiesta en su conducta social e individual. 

El comunismo exige hombres y mujeres con una elevada conciencia del espíritu colectivo, la ayuda mutua y el internacionalismo, sin los rasgos de individualismo que genera la propiedad privada sobre los medios de producción. Este objetivo no se logra solamente con un alto nivel de las fuerzas productivas y el desarrollo de las relaciones sociales de producción, sino que se requiere desplegar un intenso trabajo político e ideológico entre las masas, que las eduque en los nuevos sentimientos de solidaridad humana. 

Un lugar destacado en la conciencia del hombre nuevo lo ocupan los sentimientos internacionalistas, que superan el aislamiento establecido entre los hombres, no sólo por la propiedad privada, sino también por las diferencias entre las naciones. 

En la construcción de la sociedad comunista y, específica-mente, en la formación del hombre comunista, las diferencias entre las dos fases de esta sociedad no debe conducirnos a pensar que entre ellas hay un muro que las separa nítidamente. Dentro del socialismo, que es una primera fase o fase inferior, comienzan a manifestarse y desarrollarse características y actitudes propias de la fase superior de la sociedad comunista. 

Por ejemplo, en la distribución de bienes de consumo y servicios a la población en el socialismo, la educación y la salud pública se prestan de forma igualitaria para todos los miembros del colectivo social, según las necesidades de los usuarios y no según el trabajo que estos aportan a la sociedad. En estas condiciones, cada individuo tiene el derecho de asistir a la escuela desde su más temprana edad y a restablecer su salud si cae enfermo, cuestión que garantiza el Estado socialista, sin mediar pago monetario alguno. He aquí un rasgo de la fase superior de la sociedad comunista. 

De manera similar, la conducta solidaria y los sentimientos generosos y de ayuda mutua con los demás, el espíritu internacionalista, la entrega al trabajo por el objetivo de servir a la sociedad, son rasgos comunistas en la conducta y la conciencia del hombre que se comienzan a manifestar y desarrollar en la fase del socialismo. El desarrollo de estos y otros rasgos del carácter comunista debe ser impulsado y generalizado conscientemente desde la fase socialista. 

De ahí la importancia de la educación ideológica y de la formación política, moral y ética de las masas. La motivación de los trabajadores en la construcción del socialismo y del comunismo no se logra mediante el exclusivo incentivo material, sino con la promoción de una adecuada correspondencia entre la estimulación material y moral y el desarrollo de la conciencia individual y social. 

El afán de asegurarse un mayor ingreso monetario individual a cuenta de los demás miembros de la sociedad no es un rasgo del socialismo, sino de la competencia con fines de lucro propia del capitalismo. 

A su vez, en el socialismo es incorrecto contraponer el interés material y el interés moral. Uno y otro se condicionan mutuamente en unidad dialéctica, donde lo aportado individualmente por el trabajador se reconoce por la sociedad sobre la base de su desarrollo material alcanzado y se siente la satisfacción del deber cumplido y de los objetivos que la sociedad exige de cada uno individualmente. 

En esta unidad, el fortalecimiento de la estimulación moral y la motivación política e ideológica constituye la formación y desarrollo de un rasgo propio de la fase superior de la sociedad comunista, donde el único incentivo de los hombres y las mujeres será el moral. 

Epílogo 

Con el presente trabajo se ha pretendido demostrar que las ideas acerca de la producción mercantil en el socialismo se han ido modificando en el tiempo. Los cambios en las consideraciones teóricas sobre el tema han sido determinados por las nuevas condiciones objetivas y subjetivas que se van sucediendo. Esta característica es propia de las categorías de las ciencias sociales, en la cual se refleja su carácter histórico. En un marco más amplio, lo mismo ocurre con las concepciones acerca de la sociedad socialista. 

En este sentido puede considerarse que la teoría comunista tiene sus orígenes en la descripción social que Platón expuso en La República. En esta obra se formula conceptualmente, por primera vez en la historia escrita, una organización social sin propiedad privada y de absoluta comunidad de bienes. Por el carácter clasista de la visión del gran pensador griego, las relaciones comunistas estaban limitadas a los magistrados, que dirigían el Estado, y a los guerreros, que garantizaban su seguridad. Los labriegos, que componían el tercer estamento en la concepción de Platón, estaban condenados a vivir excluidos del régimen comunitario de propiedad y dedicados únicamente a producir el sustento material de la sociedad. 

Las ideas incluidas en La República fueron retomadas en el siglo XVI en La Utopía, de Tomás Moro, y en La Ciudad del Sol, de Tomás Campanella. También influyeron en La Nueva Atlántida, de Francis Bacon, y en el ensayo comunista de los jesuitas del Paraguay realizado a partir de 1602. 

Los socialistas utópicos del siglo XIX, entre los que descollan Charles Fourier, Saint-Simon C. y Robert Owen, también re-cogieron las ideas comunistas expuestas en La República y las desarrollaron, abarcando a toda la sociedad, que concebían sin clases diferenciadoras del ser humano. Los utopistas de esta época proponían una sociedad basada en la bondad del Hombre, que alcanzaría su mayor expresión mediante la educación y la formación moral. Su insuficiencia radicaba en que no comprendieron las fuerzas motrices de la historia y el grupo social llamado a transformar el capitalismo explotador en la nueva sociedad a la que se aspiraba. No obstante, el aporte de estos pensadores no radica solamente en la caracterización de las relaciones solidarias entre los miembros de las comunidades que describieron, sino en la significación que supieron dar a la formación ética y cultural de la población. Este factor subjetivo ha alcanzado actualmente especial relevancia como parte integrante e indispensable del proceso de construcción de la nueva sociedad. 

Correspondió a Carlos Marx y a Federico Engels formular la teoría del Socialismo Científico basada en la concepción materialista y dialéctica de la historia. Ellos descubrieron en las relaciones económicas, la base de todo el edificio social; en el desarrollo de las fuerzas productivas, el motor del avance de las sociedades; y en la clase obrera, la fuerza social llamada a dirigir el cambio hacia la sociedad sin clases y sin explotación del hombre por el hombre. 

Fue Marx quien explicó que al comunismo no se llegaba inmediatamente después de la desaparición del capitalismo, sino mediante varias etapas, que se iniciaban a partir de un período de transición y se continuaba con el socialismo, concebido como una primera fase de la sociedad comunista. El comunismo sería la última fase de esta sociedad. 

La historia del pensamiento socialista y comunista demuestra que estas concepciones sociales no se han mantenido estáticas desde sus orígenes en la Grecia antigua, sino que se han ido modificando en concordancia con el evolutivo entorno histórico. Las variaciones de la concepción socialista no sólo se han modificado hasta nuestros días, sino que ocurren actualmente y se proyectan hacia el futuro. 

Al siglo XIX le corresponde el momento en que el hombre comienza a comprender la vía para eliminar su enajenación de los medios de producción y de los frutos de su trabajo. Es el siglo de la elaboración de la teoría científica del socialismo, formulada por Marx y por Engels. 

El siglo XX es el de la puesta en práctica de esta teoría. En este sentido, la construcción y desarrollo del socialismo es un fenómeno nuevo que se inició con la Revolución de Octubre de 1917, en Rusia. A partir de este momento y a lo largo de toda la centuria, el socialismo se extendió por Europa, Asia y América Latina, influyendo decisivamente en el proceso de descolonización del llamado Tercer Mundo y constituyéndose en un factor principal de contención para las pretensiones hegemonistas, agresivas e intervencionistas del imperialismo. 

La esencia de las ideas socialistas proclamadas en el siglo XIX fue ratificada en el XX, aunque el desarrollo histórico y la experiencia práctica acumulada modificaron de manera importante la teoría del socialismo elaborada en el siglo anterior. 

Marx y Engels concebían que este proceso para sustituir el capitalismo por el socialismo ocurriría más o menos simultáneamente en los países capitalistas más desarrollados, que en su época eran, principalmente, Inglaterra, Francia y Alemania, sin excluir a los EEUU. Una vez tomado el poder político y económico como resultado de la revolución proletaria en estos países, se iniciaría un período de transición al socialismo en el cual las demás naciones del planeta irían transitando hacia el nuevo régimen social, apoyadas en los países más avanzados que ya serían socialistas. 

En otras palabras, Marx y Engels concebían que los primeros países socialistas del mundo serían Inglaterra, Francia, Alemania y, eventualmente, los EEUU. La lucha principal entre el capitalismo y el socialismo a escala mundial no era concebida por los fundadores del marxismo como un enfrentamiento entre estados de países capitalistas y socialistas, sino como el antagonismo interno entre explotadores y explotados en las naciones atrasadas que aún no habían instaurado el modo socialista de producción. 

Marx y Engels no fijaron fechas para el tránsito al socialismo, pero algunas de sus afirmaciones apuntan a que ellos consideraban que el inicio de este tránsito ocurriría dentro del siglo XIX y, seguramente, no después del siglo XX. 

El devenir histórico posterior, con el surgimiento del imperialismo como fase monopolista del capitalismo, modificó las condiciones prevalecientes en el régimen burgués analizado por Marx. Fue Lenin quien interpretó creadoramente estas nuevas condiciones y concluyó que en la época del imperialismo es posible que la revolución socialista triunfe en uno o varios países primero y no simultáneamente en todos los más adelantados. Esta formulación de Lenin modificó de manera importante las consideraciones originales de Marx y Engels sobre el proceso de la construcción del socialismo a escala mundial. 

La teoría leninista de la construcción del socialismo fue plenamente justificada en la práctica con la creación de la Unión Soviética como el primer país socialista del mundo y el establecimiento de regímenes socialistas en varios países europeos, en China y otros países asiáticos y en Cuba, primer país socialista de América. 

El siglo XX también fue testigo, en sus postrimerías, del derrumbe de una parte del campo socialista, con la desintegración de la Unión Soviética y la desaparición de los países socialistas de la Europa Central y del Este, lo que constituyó un duro golpe para el movimiento revolucionario y socialista mundial. 

La desaparición de la URSS y los países socialistas europeos han alterado el proceso de avances que el socialismo venía registrando durante el siglo XX. No obstante, ello no significa la imposibilidad de continuar la edificación del so-cialismo en las nuevas condiciones. No es primera vez que la teoría del socialismo tiene que ser parcialmente modificada a tenor de los cambios históricos. Marx y Engels introdujeron un primer cambio trascendental en las concepciones del socialismo al transformar su carácter utópico en científico; Lenin produjo un segundo cambio en las nociones de la teoría socialista expuesta por Marx y Engels; el momento actual exige un tercer cambio de los conceptos socialistas. No obstante, el objetivo esencial del socialismo se mantiene inalterable des-de sus inicios: una sociedad donde impere la justicia social y donde el hombre no sea el lobo del hombre. 

En los inicios del siglo XXI, la teoría socialista está llamada a una nueva transformación como sucedió cien años atrás. Una transformación que, ratificando la esencia del socialismo científico original como fue plasmado por sus fundadores, modifique los aspectos que ya no se avienen a las condiciones históricas contemporáneas. Los nuevos aspectos de la concepción socialista no pueden elaborarse de manera inmediata e integral, sino a través de un proceso más o menos largo, en el cual se vayan perfilando las ideas en un desarrollo consensuado entre los luchadores revolucionarios, donde todos tienen la posibilidad de aportar según sus conocimientos y la experiencia práctica acumulada. 

Entre las características de las nuevas condiciones históricas se destaca el proceso de globalización de la economía mundial, con la expansión de las relaciones de mercado y financieras por todo el orbe, todo lo cual hay que tener muy en cuenta al elaborar los nuevos elementos que se proponen del socialismo. 

En la nueva centuria, corresponde hallar las vías para reto-mar la construcción socialista en un entorno internacional diferente al que existía anteriormente, teniendo en cuenta los aciertos y errores de los intentos por construir una sociedad más justa en el siglo XX y frente a un capitalismo que, si bien se ha ido adaptando a las alteraciones del acontecer histórico, ha llevado hasta el límite el desarrollo de sus contradicciones internas. Se necesita el diseño de un nuevo proyecto histórico, de un nuevo socialismo: el socialismo del siglo XXI, que logre resolver las contradicciones que aquejan a la sociedad humana contemporánea. 

En este empeño debe reconocerse que en el proceso de avances y retrocesos del socialismo durante el siglo XX se han formulado ideas y conceptos y se han descubierto principios y leyes económicas y sociales de validez universal y particu-lar, junto a las cuales se han cometido errores y registrado insuficiencias que constituyen lecciones y experiencias negativas que hay que superar. A su vez, aparecen aspectos no totalmente resueltos en la teoría y en la práctica, los cuales requieren de un intenso trabajo creador para su más precisa definición en las nuevas circunstancias. 

Se observó que entre los asuntos todavía no plenamente resueltos se incluye el sistema de dirección de la economía socialista, necesitado de una mayor profundización, tanto en sus elementos conceptuales como en su aplicación; y que uno de los temas más polémicos está relacionado con la existencia de la producción mercantil en el socialismo, el contenido de las categorías mercantiles, el lugar, papel, funciones de los aspectos monetario-mercantiles en la construcción de la nueva sociedad y las relaciones entre la planificación central y el mercado como reguladores de la economía. 

El trabajo que tiene en sus manos el lector pretende adelantar elementos para hallar la respuesta a esta interrogante y dar solución teórica a la aparente contradicción entre planificación y mercado en el socialismo, planteándose que entre planificación y mercado, como reguladores de la economía, no hay una contradicción antagónica. 

Junto a este tema existen otros que también ya han comenzado a ser tratados en la literatura socialista. Todos ellos irán conformando las nuevas consideraciones de la teoría del socialismo hasta impulsar, con la lucha práctica, un nuevo auge del movimiento revolucionario y de la solidaridad internacional, el cual constituirá otro peldaño en el incesante avance de la Humanidad por construirse un mundo mejor, más solidario y más pleno de justicia social, que es a lo que aspiran los pueblos de todo el planeta.

Citas

84 V.I. Lenin: Obras escogidas en tres tomos, t. 3, p. 289, Editorial Progreso, Moscú, 1981. 

85 C. Marx y F. Engels: Obras Escogidas en tres tomos, t. 3, pp. 14-15, Editorial Progreso, Moscú, 1981. 

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La deuda es buena

Necesitamos políticas que permitan tipos de interés más altos en épocas de prosperidad sin provocar una crisis 




Narayana Kocherlakota, presidente de la Reserva Federal de Minneapolis. / BRIAN SNYDER (REUTERS) 

Rand Paul dijo algo gracioso el otro día. No, en serio, aunque, por supuesto, no era esa su intención. En su cuenta de Twitter criticabala irresponsabilidad de la política fiscal estadounidense y declaraba: “La última vez que Estados Unidos no estuvo endeudado fue en 1835”. 

Los graciosos no tardaron en señalar que a la economía de EE UU, en general, le ha ido bastante bien durante los últimos 180 años, lo que indica que el hecho de que la Administración le deba dinero al sector privado tal vez no sea tan malo. El Gobierno británico, por cierto, lleva más de tres siglos endeudado, un periodo que abarca la Revolución Industrial, la victoria sobre Napoleón y demás. 

¿Pero se reduce todo a que la deuda pública no es tan mala como cuenta la leyenda? ¿O es posible que, de hecho, la deuda pública sea algo bueno? 

Lo crean o no, muchos economistas sostienen que la economía necesita que haya una cantidad suficiente de deuda pública para funcionar bien. ¿Y cuánto es suficiente? Puede que más de lo que actualmente tenemos. Es decir, hay argumentos razonables para defender que lo que aflige a la economía mundial ahora mismo es que los Gobiernos no están lo bastante endeudados. 

Sé que puede parecer una locura. Después de todo, nos hemos pasado una gran parte de los cinco últimos años en estado de pánico fiscal, mientras la Gente Muy Seria afirmaba que o recortábamos el déficit y reducíamos deuda ya, ya, pero ya, o nos convertiríamos en Grecia. ¡Como Grecia, os digo!

Pero el poder de los cascarrabias del déficit siempre ha constituido un triunfo de la ideología sobre la evidencia, y un número cada vez mayor de Gente Muy Seria —el último ha sido Narayana Kocherlakota, el presidente saliente de la Reserva Federal de Minneapolis— defiende el argumento de que hace falta más deuda pública, no menos. 

¿Por qué? Una de las respuestas es que emitir deuda es una forma de pagar cosas útiles, y deberíamos hacerlo más si el precio es el adecuado. Estados Unidos sufre deficiencias evidentes en materia de carreteras, ferrocarriles, agua potable y alcantarillado y cosas por el estilo; y ahora mismo, el Gobierno federal puede pedir al mercado con tipos de interés más bajos que nunca. Así que este es un buen momento para tomar dinero prestado e invertir en el futuro, y muy mal momento para lo que de hecho ha sucedido: que se produzca un declive sin precedentes del gasto público en construcción, si lo ajustamos al crecimiento demográfico y la inflación. 

Aparte de eso, los bajísimos tipos de interés nos están dando una pista sobre lo que los mercados quieren. Ya he mencionado que tener al menos un poco de deuda pública pendiente de pago contribuye a que la economía funcione mejor. ¿Cómo es eso posible? La respuesta, según Ricardo Caballero (del MIT) y otros, es que la deuda de los Gobiernos estables y fiables proporciona “activos seguros” que ayudan a los inversores a gestionar los riesgos, facilitar las transacciones y evitar una destructiva lucha por el dinero en efectivo. 

Ahora bien, en principio, el sector privado también puede generar activos solventes, como los depósitos bancarios, que son universalmente considerados como seguros. Durante los años anteriores a la crisis financiera de 2008, Wall Street aseguraba haber inventado toda una nueva serie de activos seguros dividiendo y troceando el dinero procedente de las hipotecas basura y otras fuentes. 

Pero toda aquella ingeniería financiera supuestamente brillante resultó ser un timo: cuando estalló la burbuja inmobiliaria, todos los activos con calificación de triple A se convirtieron en barro. De modo que los inversores volvieron corriendo al refugio que representaba la deuda de Estados Unidos y de otras economías importantes. Y de paso, hicieron que los tipos de interés de esa deuda bajasen considerablemente. 

Y esos tipos de interés bajos son un problema, según afirma Kocherlakota. Cuando los tipos de interés de la deuda pública son muy bajos, aunque la economía sea fuerte no hay mucho margen para rebajarlos cuando la economía se debilita, por lo que resulta mucho más difícil combatir las recesiones. También puede haber consecuencias para la estabilidad financiera: si los activos seguros ofrecen rendimientos muy bajos, los inversores tienden a asumir demasiados riesgos (o, lo que es lo mismo, se sientan las bases para una nueva ronda de juegos de manos financieros por parte de Wall Street). 

¿Qué se puede hacer? Si nos limitamos a subir los tipos de interés, como algunos financieros insisten en pedir (con la vista puesta en sus propios beneficios), socavaríamos nuestra todavía frágil recuperación. Lo que necesitamos son políticas que permitan unos tipos más altos en épocas de prosperidad, sin provocar una crisis. Y una de esas políticas, sostiene Kocherlakota, sería fijar un objetivo de deuda más alto. 

En otras palabras, el gran pánico a la deuda del que fue presa la escena política estadounidense entre 2010 y 2012, y que aún domina el debate económico en Reino Unido y la eurozona, era aún más desatinado de lo que pensábamos los que nos oponíamos a la austeridad. 

No es solo que, al escuchar a los gruñones fiscales, los Gobiernos estuviesen dándole patadas a una economía que ya estaba por los suelos y prolongando la crisis; no es solo que recortasen drásticamente la inversión pública en el mismo momento en que quienes invertían en bonos prácticamente les suplicaban que gastasen más; es muy posible que, además, nos hayan hecho propensos a sufrir más crisis en el futuro. 

Y lo irónico es que estas políticas insensatas, y todo el sufrimiento humano que han generado, se presentaron acompañadas de llamamientos a la prudencia y la responsabilidad fiscal. 

Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008. 
© The New York Times Company, 2015. Traducción de News Clips.

'Ranking': Las divisas de América Latina, en alto riesgo de devaluación

Las divisas de Latinoamérica en alto riesgo de devaluación

Este mes el dólar estadounidense ha marcado un máximo histórico en una serie de países latinoamericanos, donde el curso cambiario registró un récord. El próximo aumento de tasas de interés en EE.UU., así como la caída del precio del petróleo y la disminución de la demanda de materias primas por parte de Pekín puede agravar la situación aún más, lo que puede llevar a una posible devaluación de las monedas nacionales.
En el contexto del caos que reina en los mercados internacionales en un intento de mejorar el curso cambiario los Gobiernos latinoamericanos pueden recurrir a una devaluación de las monedas nacionales, un escenario de acontecimientos que ya ha pasado con el yuan chino y el tenge kazajo. El récord de caída frente al dólar en lo que va de este año lo ha sufrido el real brasileño, que perdió el 31,7% de su valor, según los datos de 'Wall Street Journal'.
Le sigue el peso colombiano con la pérdida del 30,6%. Este viernes un dólar en Colombia se vendía a 3.104 pesos, un precio jamás visto. Cabe mencionar que en el período comprendido entre agosto del 2014 y agosto del 2015 la moneda colombiana hasta le 'ganó' a la brasileña, ya que en esta lista ocupa el primer lugar, con una depreciación del 36% frente al dólar, contra el 35% del real.
Mientras que la caída de los precios del petróleo ha afectado a México, donde en los primeros ocho meses la moneda perdió el 15,2% y en el último año el 19%, Chile está experimentando problemas debido a la reducción de la demanda de las materias primas por parte de China. El país latinoamericano exporta el 47% de su cobre a Pekín. La disminución del ritmo del desarrollo del gigante asiático ha influido de una manera muy negativa al coste de la divisa chilena, que desde enero perdió el 15,0% y esta semana marcó su precio mínimo en seis años.
Las divisas de Latinoamérica en alto riesgo de devaluación
En general, los países latinoamericanos que más sufrirán el alza del dólar serán especialmente los orientados a la exportación de materias primas. Además, la depreciación de las monedas nacionales provocará una subida significativa de los precios de los productos importados, incluidos los alimentos.
Las divisas de Latinoamérica en alto riesgo de devaluación