Presentación
El
folleto que tiene en sus manos reúne 22 claves que sintetizan las reflexiones,
ideas y propuestas del sociólogo y economista venezolano Luis Salas Rodríguez
en torno a la guerra econó-mica desatada contra Venezuela; claves extraídas de
diversas publicaciones y ordenadas en forma progresiva. En un primer momento
deconstruyen las principales falacias de la economía y los economistas
burgueses, y critican a los intelectuales y opinadores de “izquierda” que
sostienen que la única manera de continuar la revolución es rendirla al
enemigo. En un segundo momento, describen los objetivos y medios de que se vale
la estrategia bélica emprendida contra la Venezuela Bolivariana por el capital
“nacional” (en especial Fedecamaras, Venamcham y Consecomercio) y transnacional;
reconstruyen la historia y prácticas del capitalismo rentista-especulador
venezolano y en particular el “praneo económico”, y establecen la relación
entre la guerra económica y el fascismo. En su tercer y último momento,
bosquejan posibles salidas a la situación y trazan senderos para el despliegue
de prácticas y políticas orientadas a la construcción del socialismo.
Esta casa editorial, nacida
en revolución y comprometida con ella, espera que la presente publicación,
armada desde el combate y para el combate, sirva al pueblo como una
herra-mienta para comprender la magnitud, causas y consecuencias del ataque
económico al que se le tiene sometido; y para articularse responsablemente a la
lucha por una Venezuela y una Latinoamérica libre de la opresión capitalista.
Sociólogo
por la Universidad Central de Venezuela. Magíster en Sociología del Desarrollo
en América Latina, mención Cambio Social y Análisis Político por la ELAP y
UARCIS, Chile. Director del Centro de Estudio del Programa de Formación de
Grado de Economía Política de la Universidad Bolivariana de Venezuela.
Investigador asociado de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad.
Investigador asociado de CLACSO UARCIS-ICAL, Chile. Recibió el primer premio
del II Concurso Internacional de Trabajos de Investigación sobre Economía
Política y Derechos Humanos de la Universidad Popular de las Madres de la Plaza
de Mayo, de Argentina, en septiembre de 2010. Es autor de importantes ensayos y
libros, entre los cuales destacan: Delitos de cuello blanco en Venezuela.
Aproximaciones para una investigación cada vez más necesaria (escrito en
2012 junto a Bárbara Corteza Calderón) y Escritos
desde la guerra económica publicado en 2014 por esta
casa editorial. Desde su blog (https://surversion.wordpress.com) se mantiene activo en la lucha por
el socialismo y la Revolución Bolivariana.
1
La inflación
no es una distorsión de los mercados. Es una operación de transferencia de los
ingresos y de la riqueza social desde un(os) sector(res) de la población hacia
otro(s) por la vía del aumento de los precios. En lo fundamental, esta
transferencia se produce desde los asalariados hacia los empresarios, pero
también desde una fracción del empresariado hacia otra fracción de los mismos. O
dicho de manera más clara: en la inflación se
expresa la lucha de fracciones o sectores empresariales (en especial los más
concentrados) por incrementar sus ganancias a costa del salario de los
trabajadores (es decir, de la mayoría de la población), pero también con cargo
a las ganancias de otros sectores empresariales, en especial los pequeños,
medianos y menos concentrados. Adicionalmente, tal y como ocurre actualmente en
Argentina o como ocurrió durante el gobierno de Salvador Allende, la inflación se usa como herramienta de lucha política para presionar a gobiernos, imponer intereses o simple y
llanamente conspirar desesperando a la población, desmoralizándola y atizando
el odio al confrontarla entre ella. Por este motivo, en los casos en que se le
utiliza abiertamente como herramienta de lucha política su correlato es la
“escasez”: tal es la condición necesaria para imponer la lógica de la
sobrevivencia del más fuerte, que en este caso se expresa a través del que
tiene más plata al momento para comprar o del que llega más rápido y se lleva
toda la existencia, en una especie de saqueo organizado. La inflación es
el correlato económico del fascismo político.
2
Una de las primeras
conclusiones que se puede sacar de lo anterior es que no tiene mucho sentido
seguir hablando de “inflación y
escasez” cuando de lo que estamos hablando es de especulación, usura y
acaparamiento. Pero la diferencia entre los términos no es solo nominal: es de
sentido. En el primer caso, pareciera como si tales cosas ocurriesen de manera
accidental y no deseada, más allá de la voluntad de los comerciantes, quienes
según las teorías dominantes se reducen a ser “tomadores de precios”, o en
última instancia, reaccionan racionalmente ante las amenazas de la
irrespon-sable intervención estatal. Pero en el segundo caso queda en evidencia
el conflicto de poder involucrado en la dinámica de la formación de precios. No
se trata de accidentes ni de desequilibrios, sino de prácticas deliberadas
puestas en función de propósitos deliberados. Claro que cuando estas prácticas
se producen, tienden a reproducirse más allá de sus responsables inmediatos y
se generalizan. De tal suerte, el pequeño o mediano comerciante afectado por
los precios impuestos por el proveedor oligopólico necesariamente sube los
suyos, pues de lo contrario correrá el riesgo de sufrir pérdidas. Pero también pasa que pequeños
comerciantes especulan incluso muy por encima de las grandes empresas,
aprovechándose de sus vecinos y conocidos, tal y como somos testigos tanto en
zonas rurales como populares, pero también en zonas urbanizadas. Este último es
uno de los efectos más perversos de las prácticas especulativas y acaparadoras
como estrategia de captación de ganancias extraordinarias, y a su vez, una de
las razones por las cuales es tan difícil combatirlas.
3
El problema
del aumento de los precios en nuestro país, así como los conexos de
especulación y acaparamiento, no podrán solucionarse satisfactoriamente, en
términos justos y definitivos, mientras no se cambie la manera unilateral e
interesada de ver dichos asuntos, esta es: la teoría económica transformada en sentido común y
expresada con distintos grados de intensidad tanto por ciertas izquierdas como
por la derecha, según la cual dicho aumento de precios consiste en un problema
inflacionario derivado particularmente de la intervención del Estado en el
libre juego de la oferta y la demanda en medio de mercados que, por su propia
naturaleza, tenderían al equilibrio si se elimina dicha intervención.En otras palabras, lo que sostengo para el caso
de la economía es lo mismo que todo médico (y también todo paciente) aplica
para el caso de la Medicina: si se falla en el diagnóstico, necesariamente se
falla en el tratamiento, de modo tal que se corre el riesgo no solo de no curar
la verdadera enfermedad, sino de agravarla, al tiempo que se causan males
secundarios debidos a la aplicación de un tratamiento incorrecto. En nuestro
caso, el mal diagnóstico comienza cuando se habla de “inflación” para referirse
al problema de los altos precios de los bienes y servicios. Y sigue cuando se
afirma que este problema es causado por la intervención del Estado –bien,
controlando los precios; bien, aumentando unilateralmente los salarios; bien,
subsidiando los productos; o bien, emitiendo dinero para aumentar ficticiamente
la demanda (el clásico tema del Estado populista que “regala” el dinero 7
a los pobres a través de becas, etc.) en medio de una realidad que sería
armónica de no mediar tal intervención–. El lugar del paciente, más que “la
economía venezolana” en términos abstractos, aquí lo ocupan los consumidores
(que a su vez son trabajadores asalariados en su gran mayoría, o pequeños
productores y comerciantes que se ven espoleados por los más grandes) que deben
cobrar mayor conciencia, no solo de que el conocimiento de los males que lo
afectan es condición esencial para iniciar la recuperación y eliminar los
padecimientos, sino de que su papel debe ser más activo para que sea efectiva
dicha recuperación.
4
El afirmar que la
inflación se debe a un desbalance entre producción y consumo, siendo que este
último sobrepasa la capacidad
de la primera, es repetir una matriz tan falsa como peligrosa. Si
este fuese el caso, entonces en Venezuela hubiese
hiperinflación desde los años cincuenta, porque desde mediados de aquella
década tal desfase existe en mayor o menor grado. Pero además, aunque bien es
cierto que tal brecha es propiciadora de la subida de los precios, no explica
por qué suben, pues en última instancia lo que lo explica es que en situaciones
como esas los vendedores aprovechan para aumentar sus márgenes de ganancias a
costilla de los compradores. El que eso parezca normal es precisamente el mejor
indicador del problema, en el sentido de la manera como se naturaliza la
práctica capitalista. Lo que quiero decir es que en una situación de escasez
–real o ficticia, accidental o provocada– o donde la demanda de la población
está muy por encima de la capacidad de satisfacerla, bien por la producción
interna o bien por las importaciones, no supone de suyo que los precios
aumenten. Los precios aumentan no por la escasez en sí misma, sino por las relaciones en medio de las cuales
se produce, que en el caso de las economías capitalistas están mediadas por el
afán de lucro individual a través de la explotación del otro: el egoísmo, tal y
como lo llamó bien temprano Adam Smith, o la “maximización de los beneficios”,
tal y como lo dirían más tarde elegantemente los utilitaristas y neoclásicos.
Ese egoísmo y el marco de compe-tencia sobre el cual se da es lo que lo
propicia y explica.
5
La inflación
no existe en la vida real, esto
es, cuando una persona va a un local
y se encuentra con que los precios han aumentado, no está en presencia de una
“inflación”. En realidad, lo que tiene al frente es justamente eso: un aumento
de los precios, problema del cual la inflación en cuanto teoría y sentido común
dominante se presenta como la única explicación
posible, cuando en verdad es tan solo una y no la mejor. Se presenta como la
única posible porque es la explicación del sector dominante de la economía, en
razón de la cual se la impone al resto. En tal sentido, debemos ver cómo se
forma y cómo funciona esta idea, pero sobre todo qué cosa no nos muestra, qué
cuestiones claves no nos deja ver ni nos explica tras todo lo que dice
mostrarnos y explicarnos como obvio.
6
El control de precios en
los mercados es un falso problema porque en los mercados los precios siempre
están contro-lados: en
realidad, cuando los economistas se refieren al control
de los precios como problema, se están refiriendo al control de precios del
Estado. Para la mayoría de ellos, debe dejarse que el “libre juego” de la
oferta y la demanda
se
realice y autorregule los mercados. Sin embargo, en la 9 única economía donde esa
autorregulación funciona es en la de los manuales con que estudiaron dichos
economistas.
En un mercado
suele suceder que los precios son impuestos por los productores y los
ofertantes. Y en el caso venezolano eso es todavía más cierto dadas las
condiciones oligopólicas y monopólicas de producción y comercialización. En
este sentido, la opción contraria a que el Estado controle los precios es que
los precios sean controlados por los comerciantes y los productores, los cuales
dadas las asimetrías correspondientes tenderán –como viene ocurriendo en la
práctica más allá de la regulación– a imponerle al consumidor condiciones que
van en desmedro de sus intereses. Por lo demás,
argumentar que hay que eliminar un
control de precios porque es malo, no cumple con su cometido, hace que suban
más los precios, que se cree un mercado negro, el contrabando o la fuga de
divisas, es tan absurdo como decir que hay que eliminar el código penal o las cárceles porque las
autoridades no pueden meter a todos los delincuentes presos o existe impunidad.
Nadie en su sano juicio pensaría eso. Si el control de precios no funciona o
tiene fallas, hay que mejorarlo, pero no quitarlo, pues quitarlo no soluciona
el problema. Si el Estado no controla los precios, los precios seguirán siendo
controlados y nunca existirán mercados perfectamente equilibrados por la “mano
invisible” del mercado. Eso ya lo sabía el mismísimo Adam Smith. Los precios
serán impuestos por los productores y comercializadores tácita o
concertadamente en perjuicio de los consumidores. La
metáfora de la mano invisible inventada
por Adam Smith y abusada por los economistas vulgares solo sirve para
invisibilizar las manos de quienes en verdad controlan y regulan la producción
y comer-cialización de bienes y, por tanto, los precios.
7
En nuestro país el problema
de los precios no comenzó hace 14 años. Y en honor a la verdad tampoco empezó
con los adecos o el puntofijismo, sino que forma parte de una carac-terística
intrínseca al tipo de capitalismo desarrollado a partir de la llegada del
petróleo. Lo que se quiere decir en términos generales es que la economía
capitalista venezolana se ha caracterizado a lo largo de su historia por tener
precios altos, lo cual se ha traducido en las tasas históricamente altas de
acumulación y distribución desigual del ingreso, observadas en nuestro país. Asimismo, el capitalismo rentista importador y corrupto no es un invento del chavismo, como ahora se
nos hace ver alegremente: es el modelo y legado histórico de Fedecamaras,
nacida en 1943 como una mutación de las oligarcas cámaras de comercio del país
(que son el poder real, no visible al menos desde la república oligárquica de
1830 que derrotó a Bolívar, dividió la Gran Colombia, asesinó a Zamora e
instauró el gobierno de las casas comerciales) para conspirar de
manos de los adecos, las petroleras y los militares reaccionarios contra el
gobierno de Medina y su plan de hacer un desarrollo capitalista “normal” con
una burguesía nacionalista, productiva y reproductiva, es decir, no
parasitaria. La Venezuela
que recibió el presidente Chávez fue la Venezuela hipotecada y
saqueada por Fedecámaras, la Venezuela de la precarización laboral, de las
privatizaciones, del barril de petróleo a 8 dólares y fiado para los gringos,
del 60% de pobreza, 20% de desempleo, dos millones de analfabetas, 21% de
desnutrición y un largo etcétera. En cambio, en la Venezuela que nos legó el
comandante Chávez, la precarización laboral ya no existe, así como tampoco el
analfabetismo, las privatizaciones no solo fueron detenidas sino revertidas, la
pobreza está por debajo del 20% y la extrema en 5%, el desempleo por debajo de
7%, la desigualdad es una de las más bajas del planeta, la tasa de escolaridad
una de las más altas y un etcétera aún más largo. ¿Cuál
es entonces el modelo fracasado y
cuál el exitoso: el chavista o el que proponen rescatar Fedecámaras y sus
acólitos? A este respecto, hay que entender que si Fedecámaras,
Consecomercio, Venamcham y en líneas generales los capitalistas “locales” de todos los tamaños y
colores en todos sus años de existencia no han “sembrado el petróleo”, no es
porque les haya faltado tiempo, dólares o Chávez primero y ahora Maduro
no los hayan dejado. Por el contrario. El papel histórico de todas estas
gremiales de la burguesía parasitaria ha sido precisamente frustrar dicha
posibilidad, acrecentar la depen-dencia, maximizar el expolio y la desigualdad
empobreciendo a las grandes mayorías en provecho de sus agremiados.
8
Como
se señala en un excelente artículo publicado por los amig@s de Misión Verdad1,
la burguesía venezolana más que parasitaria es manganzona, equiparable a esos
seres que nunca crecieron o lo hicieron sin cortar nunca el cordón umbilical.
Ciertamente, todas las burguesías del mundo crecieron bajo la sombra y cobijo
del Estado y como resultado de las políticas públicas. Pero en algún momento,
alcanzaron independizarse convirtiéndolo en un apéndice administrativo, pues
son ellas las que llevan la voz cantante en el proceso de acumulación. Pero la
venezolana no. La clase “empresarial” venezolana
es una clase vividora y malcriada que
a lo largo del tiempo se convirtió en un tumor económico que vive y subsiste de
la renta petrolera y la expoliación del salario de los trabajadores y
trabajadoras a través de la especulación. Para utilizar la célebre figura que Adam Smith copió de los
fisiócratas cuando se referían a la nobleza rentista que pululaba en las cortes
francesas en los tiempos de Luis XVI y María Antonieta: “Son seres que
gustan cosechar donde otros han sembrado, cómoda situación que los transforma
en seres cuya petulancia solo es superada por su indolencia e ignorancia”.
1 Misión Verdad. “El mito de la ‘producción’ privada (+infografías)”.
9
El problema de los precios,
dado lo anterior, deriva de otro problema: el de la distribución y acumulación
de la riqueza una vez creada. Los precios altos no son un indicador de mercados
distorsionados, es la expresión de la lucha de clases dentro de la sociedad
capitalista venezolana. En concreto el carácter garantista y proteccionista del
derecho al trabajo en Venezuela –que no es una prerrogativa otorgada a los
trabajadores sino una conquista histórica– implica que la explotación
capitalista tradicional en la esfera del trabajo se desplaza preferentemente
–aunque no exclusivamente– a la esfera de la
comercialización. Esto es, los capitalistas en Venezuela se
apropian por la vía de la especulación en la esfera del consumo de aquello que
no pueden apropiarse del todo en la esfera del trabajo, dadas las barreras
legales que tienen para ello, barreras que, como todo el mundo en este país
sabe, fueron no solo recuperadas sino llevadas a un nivel superior en los
últimos quince años.
noviembre de 2014. Disponible en: http://misionverdad.com/la-guerra-en-ve-nezuela/el-mito-de-la-produccion-privada-infografias
10
Hay que tener claro que la
guerra económica debe entenderse antes que cualquier otra cosa, precisamente,
como un guerra. Y en cuanto tal, supone la voluntad tanto de imponerse sobre el
otro como de crear las condiciones que así lo permitan. Desde este punto de vista, como toda guerra, “es la
continuación de la política por otros medios”, en este caso, a través de la
manipulación y el sabotaje de los medios “económicos” tanto aquellos que tienen
que ver con el comercio diario como las 13
variables monetarias, financieras y fiscales. El
fin último de la guerra económica
emprendida por la burguesía parásita es la consolidación de las condiciones
sociales de reproducción y explotación de los grupos concentrados,
transnacionalizados, mafiosos y especulativos sobre la sociedad, lo cual pasa
por la derrota del
Gobierno, pero también por el aplastamiento de cualquier iniciativa popular y
ciudadana de oponérsele.
El
capital especulativo- parásito-buitre que gravita en torno a nuestro país –que
es una variación del que gravita sobre el mundo por más rasgos locales que
tenga– necesita de gobiernos que le sean funcionales y de una población sumisa
y proclive a dejarse explotar.
11
Lo que comenzó siendo un
proceso especulativo emprendido por las transnacionales, los importadores, la
banca privada foránea y “local”, las casas de bolsa y los grandes comerciantes
con el doble propósito político y mercantil de conspirar y apropiarse de la
renta petrolera, ha terminado convirtiéndose en una corrida que involucra a
buena parte de la población. Recurriendo a los dos ingredientes básicos de todo
proceso especulativo: la ambición y el miedo, los poderes económicos del
capital transnacional han hecho todo lo posible por encubrir y facilitar su
saqueo gran millonario corrompiendo a la población para ponerla a buscar
dólares migajas o las vías más retorcidas de enriquecerse. No se trata a este
respecto, siquiera, de que las personas sean buenas o malas, comprometidas o
no, honestas o deshonestas. Precisamente, ese es el punto. La lógica de la guerra
económica y el capitalismo de facto espolea a todos y todas por igual (más allá de los grados diversos de
afectación) a competir por los bienes escaseados, lógica tanto más perversa en
cuanto la persona es de hecho comprometida u honesta. Si no es este último el
caso, se suma sin conflicto moral y busca aprovecharse de la situación. Pero si
la persona no es indolente, tiene sentido ético, compromiso político o es
solidaria, la guerra económica persigue primero rebajarla al nivel de predador
o presa, la coloca ante la disyuntiva de ser especuladora o especulada, “viva”
o “pendeja”. Es como lo
que se narra en esas novelas adolescentes del tipo Los juegos
del hambre, o pasa en esos programas de reality show donde la
gente es puesta a pelearse a muerte por los bienes esca-seados o la fama solo
para uno. Como el Guasón de Nolan, los
ingenieros de la guerra económica conciben la
sociedad como una manada de potenciales salvajes que cuando las cosas se
tuercen un poquito, se atacarán entre ellos. Es la teoría de la pelea de perros
aplicada a la economía. El reverso perverso
de la
sociedad solidaria planteada por la tradición socialista y rescatada por el
presidente Chávez.
12
Por otra parte, hay que tener presente lo
siguiente: así como hemos dicho que la actual guerra económica es una guerra
coyuntural en medio de la guerra larga y originaria de la burguesía contra las
mayorías asalariadas, debemos tener en cuenta
también que es tan solo un frente
local en medio de la guerra global de la plutocracia planetaria contra las
grandes mayorías. Las diferencias
entre lo que ocurre en España contra lo que ocurre en Venezuela tan solo son de
forma en lo que respecta a las particularidades de cada país y que, a
diferencia de aquel, en el nuestro el Gobierno es aliado de la clase
trabajadora y de las mayorías asalariada. Pero
en el fondo se trata del mismo propósito: imponer las peores condiciones para acelerar la privatización de la
riqueza y su concentración en las menos manos posibles. Esta 15 es la razón por la cual la guerra económica no promueve la
lucha de clases, sino el odio intraclase: hace que la mayoría asalariada
y no
propietaria se vuelque contra ella misma sospechando del otro o la otra,
temiéndole, envidiándole y, en última instancia, aprovechándose. No hace querer
acabar con la clase explotadora, sino sumarse como otro explotador más, así sea
por sobrevivencia.
La guerra económica es la
contrarrevolución propietaria planteada por los neocons e importada por
María Machado para sepultar la revolución de los proletarios. Es el capitalismo
“popular” por otros medios y la revancha del neoliberalismo.
13
Cierto es que la guerra
económica no ha triunfado en lo que dijimos es su objetivo inmediato: cambiar
la correlación de fuerzas
creando a su vez las condiciones para una salida de facto del gobierno y la
derrota político-militar del chavismo. Sin embargo, como toda
guerra, ha dejado sus secuelas, la mayoría de las cuales apuntan a lo que en
sentido amplio y estratégico es su objetivo: precarizar a la población
corrom-piendo y desvirtuando la lucha de clases, transformarla de una lucha por
acabar con la explotación y la exclusión en una vorágine fascista que no solo
no acaba con ellas, sino que las profundiza y erige como valores. La guerra económica es la condición de posibilidad del fascismo, la vía para
desesperar a la población trabajadora, desorientarla, desmoralizarla y atizar
el odio entre ella, sustituyendo el ideal socialista por la rapiña especulativa
fascista. La especulación y el acaparamiento, la deliberada puesta en escena de un estado de
cosas donde priva la inseguridad y la escasez, hacen las veces del ser social
que busca imponer la lógica de sobrevivencia del más fuerte, del que tiene más
plata para comprar, llega antes o tiene contactos y se lleva todo más rápido en
una especie de saqueo
organizado para luego revendérselo a los que no. La
guerra económica es la reacción del sistema
capitalista para conjurar el germen socialista que lo amenaza.
14
La actual
recarga del discurso restaurador capitalista parasi-tario cuenta con el
poderoso influjo del fuego mediático tanto nacional como internacional, aliado
como nunca antes en la tarea de imponer sus intereses. Sin embargo, también
cuenta con nuestra debilidad ideológica y comunicacional, resultado de
importantes falencias y contrabandos teóricos, lo que hace que la confusión
cuando no el desánimo circulen. Así las cosas, la ortodoxia capitalista recupera su poder de
convencimiento en los círculos académicos, en los medios y partidos
tradicionales, pero también conquista voluntades en cierta “heterodoxia” que se suma al coro de los
que, pretendiendo botar al niño con el agua sucia, satanizan y claman por la
abolición de los controles de precio y cambio, por mayor devaluación,
levan-tamiento de la inamovilidad laboral, etc. Sacando
una cuenta bastante extraña, para
algunos “expertos económicos” del “chavismo” la única manera de salvar la
revolución es sacrifi-cando todas aquellas cosas que la hicieron tal, la única
manera de “luchar” contra el capitalismo y los poderes imperiales es cediendo
ante sus exigencias y condiciones. Para que no nos invadan o tumben,
entreguémonos. Se trata de lo siguiente:
en razón de la imposibilidad de las fuerzas reaccionarias de imponer
sus intereses apoderándose de la conducción del Estado por la vía de facto,
estas complementan su estrategia recurriendo a una serie de recomendaciones
que, bajo el artilugio de sensatas, legítimas y hasta obvias para salir de la
“crisis” –que ellas mismas provocaron– procuran forzar al Gobierno a
implementar y al pueblo a apoyar medidas que lo único que traerán como
consecuencia será la definitiva
caída desde dentro de la causa popular
sitiada. Es un método universalmente conocido, el del praneo
económico-político: nos crean primero las condiciones objetivas (la guerra
económica) para que subjetivamente “optemos” por hacer aquello que de otro modo
no haríamos (entregar la revolución), haciéndonos ver que de lo contrario el
precio a pagar será más caro o lo que es peor, convenciéndonos de que eso es lo
correcto o
lo que
debemos hacer.
15
El término “pran” es de
factura nacional y muy específico, pero la práctica que describe es universal y
muy antigua, sobre todo si extendemos su uso fuera del recinto carcelario. En
lo que a la economía respecta, se ha abordado su estudio aunque con otros
nombres. Marx se refiere a ellos en varias partes, pero especialmente en el
capítulo xxiv del Tomo I de El capital cuando habla sobre la
acumulación originaria. Veblen los llama “capitanes de la industria”.
Sutherland “delincuentes de cuello blanco”, Braudel y Sombart simplemente
“capitalistas”. Sin embargo, sorpresivamente, quien ofrece la definición más
clara sobre el praneo económico es Adam Smith en el capí-tulo viii de La
riqueza de las naciones, un capítulo que no aparece sino hasta la tercera
reedición de la misma, luego del nombramiento de Smith como comisario de
Aduanas en 1778. En efecto, Smith estaba claro en que no siempre ocurre que al
encontrarse los múltiples intereses individuales que coexisten en una sociedad
el mercado los autorregula “como una mano invisible” que procura el bien
colectivo. De hecho, lo más probable es que los más fuertes se impongan sobre
los más débiles, en la medida en que aquellos son capaces de dictar las leyes,
crear y manipular las condiciones del sistema. En
este sentido –dice– esos “más fuertes” son los “promotores
del sistema”, aquellos quienes bajo el lema “todo para nosotros, nada para los demás”, ven sus intereses
“especialmente favorecidos” ante los cuales “se sacrifican” tanto los
intereses de los consumidores como los de otros productores y comerciantes. A
estos “promotores del sistema” es lo que aquí llamamos pranes económicos. Es
decir, aquellos sujetos o grupos con la capacidad de imponer mediante la
coacción, la intimidación, el terrorismo, el soborno, la corrupción, el
secuestro y el expolio las reglas y condiciones del “juego” económico de manera
que terminen operando en su provecho.
La diferencia entre estos y
los pranes de nuestras cárceles es de estilo y al respecto de la impunidad con
que operan, pero también, sin duda, son mucho más peligrosos. En resumen, los
pranes carcelarios son tan solo la versión rústica de nuestros pranes
económicos. En Venezuela el praneo económico es más conocido durante la última
década. Su punto álgido se alcanzó entre finales de 2001 y principios de 2003,
con los paros patronales contra las leyes habilitantes, el golpe de abril (que puso al jefe de Fedecámaras
como presidente) y el sabotaje de los poderosísimos pranes de Pdvsa. Todos esos
intentos fueron derrotados, pero a un alto costo. Aunque
en estos años el praneo económico
mutó, sumó nuevos actores y complicidades, la lógica sigue siendo la misma:
cómo hacer para manipular e imponer a la mayoría, a la que consideran sus reos,
condiciones para someterlos mejor al expolio. Como buenos pranes el argumento
es: o se hacen las cosas como yo digo y aceptas someterte o provocaremos el
caos y la barbarie.
16
El praneo y la guerra
económica no son contra el Gobierno, son contra la población toda. Conspirar
a través de lo econó-mico contra el Gobierno es un prerrequisito necesario para
la burguesía nacional y transnacional en vista de profundizar su
guerra estructural y mucho más prolongada contra la 19 población trabajadora. Es
decir, la guerra contra el Gobierno es una guerra derivada de la
guerra originaria, la que involucra a los capitalistas contra los asalariados,
en la medida en que la política económica del chavismo se ha basado en una
distribución más equitativa del ingreso, al tiempo que ha excluido a la
burguesía del control del Estado, aspecto este clave para su práctica histórica
de acumulación de capitales en cuanto el capitalismo en Venezuela se desarrolló
históricamente como un capitalismo de y desde el Estado. Por eso no es
solo el Gobierno el responsable de enfrentarla y ganarla sino la población
toda, incluso aquella que no comulga con el actual Gobierno, pero que igual se
ve afectada. Ganar esta guerra significaría avanzar un poco más con vista a
crear una economía más democratizada y menos sujeta al malandreo de los pranes
(viejos y nuevos) que durante décadas han usufructuado la riqueza nacional y
mundial.
17
Aunque evidentemente la
derecha arreció su guerra econó-mica durante 2014, sumándole el terrorismo
guarimbero e intensificando el contrabando, es cierto, al mismo tiempo, que
tampoco se cumplió el cuadro de estampida profetizado. La contención
del Gobierno en buena medida es responsable de ello, pero también el que, en
última instancia, la posición de la derecha económica criolla, por más fuerte
que parezca y por más que no seamos exactamente conscientes de ello, es débil,
pues salvo los más grandes o ya volcados definitiva-mente al exterior, en su
gran mayoría son más dependientes del mercado interno y del Estado que el
mercado interno y el Estado de ellos.
18
El control de
precios por sí solo no elimina el problema de la inflación. Es
necesario, pero no suficiente, y de hecho puede agravarlo
si no se toman medidas complementarias a nivel de la producción (aumentar la
oferta de bienes y servicios producidos y ofertados), así como cambiar las
relaciones de producción, para evitar que la acumulación y la ganancia sigan
determinando las relaciones entre las personas. Sustituir
la acumulación individual y la
explotación como principio orga-nizador de lo económico y social por un modelo
productivo basado en la lógica de lo común; lo cual por cierto
también incluye la creación de un
novedoso sistema bancario, financiero y de intermediación distinto al privado,
pero también público, que debería erigirse a partir de la experiencia de la
banca comunal, con un doble propósito: por una parte, financiar y reproducir el
“socialismo productivo”; y por la otra, reducir y –a largo plazo evitar– que la
renta petrolera, el presupuesto público en general y los
propios recursos “hechos en socialismo” sigan drenando el capital financiero y
comercial, aumentando las condiciones de desigualdad, atrofia y concentración
que caracterizan nuestra economía y, por tanto, nuestra sociedad.
19
Así las cosas,
derrotar la guerra económica pasa en un primer momento por replicar en la
esfera del consumo las mismas garantías que la población tiene en la del
trabajo, entre las cuales se encuentra como principal la de no quedar a merced
de los especuladores y tener a dónde recurrir para exigir sus derechos. Al
mismo tiempo, y en razón de lo mismo, combatir la guerra económica implica
generar una movilización popular y ciudadana en defensa de los derechos
colectivos donde, entre otras cuestiones, la gente debe tener claro quiénes son
los que especulan, dónde están y cómo lo hacen. “El
dakaso” del año
pasado tuvo ese efecto y fue precisamente por eso que 21 Fedecámaras, Consecomercio
e incluso la –disonante aunque para la mayoría desconocida–
Cámara de Comercio de Caracas (que es el poder real económico junto a
Venamcham) salieron a victimizarse y a reclamar
que no los estigmatizaran, labor en la cual, dicho sea de paso, algunos
analistas “nuestros” los ayudaron. “El dakazo” tuvo la virtud de liberar a la
gente del secuestro ideológico en el que los especuladores la mantenía,
particularmente porque se pudo ver en vivo y directo a través de las cámaras
que no eran ni la “pírrica” asignación de dólares ni los “miserables” márgenes
de ganancia de los comerciantes ni la “escasez”, los causantes del alza
alucinada de los precios, sino el acaparamiento criminal, las ganancias (y
expectativas) de ganancias obscenas y el tráfico de dólares, sumado a la
vocación conspirativa. Ese es el espíritu que debe rescatarse, consolidarse y
sobre todo no abandonarse.
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Cuando se analizan los resultados de la
ofensiva económica emprendida por el Gobierno nacional a finales del año 2013
para combatir la guerra económica, lo primero que se concluye es que los
precios pueden ser de hecho controlados y la especulación atajada de raíz si se
combina la acción del Estado garante con la movilización ciudadana y popular. Pero inmediatamente, también se concluye que nada de esto ofrece garantías definitivas
si no se sostiene en el tiempo y consolidan las condiciones sociales,
institucionales, ideológicas e incluso anímicas, que hacen que el interés
colectivo se imponga sobre la arbitrariedad del poder de los sectores privados
y especulativos.
21
El
anuncio realizado por el presidente Maduro sobre el retorno del PVP (Precio de
Venta Justo o Máximo) es una muy buena noticia. Y lo es porque las prácticas
especulativas comerciales se basan en el desarrollo de diversas estrategias,
todas las cuales se derivan, sin embargo, del mismo problema: la asimetría
–para decirlo en jerga microeconómica– de poder entre vendedores y compradores,
gracias a la cual estos últimos quedan totalmente a merced de los primeros y
que entre otros factores se debe a la asimetría de información sobre el acto
mismo de compra-venta. La indefensión del consumidor se ve fortalecida por la
prácticamente nula información que posee a la hora de comprar, siendo que la
única con que cuenta es aquella que le suministra el vendedor. Pero no me
refiero solo a la que tiene que ver con el tipo de producto, etc., sino a la
del ejercicio de compra-venta en sí y sobre qué es exactamente lo que está
pagando. A este respecto, la vuelta del PVP hace
más por la defensa o autode-fensa del consumidor que miles de campañas e inspectores:
le da herramientas, argumentos para ejercer su reclamo sacándolo de la oscuridad,
la ignorancia y la impotencia a las que lo somete el vendedor en complicidad
con el viejo Estado. Es lo mismo que pasa con el anunciado y aún no realizado
marcaje de los productos importados con divisas a 6,30 (que son casi todos los
productos de consumo masivo). Hasta la fecha, si el comerciante le dice al
consumidor que el producto le cuesta tanto, porque el dólar ilegal está a tanto
o lo compró a tasa Cencoex, al consumidor no le queda sino creerle o no
creerle, pues no tiene nada en la mano para rebatirlo (e inclusive puede llegar
a solidarizarse con el vendedor, como sabemos que ocurre). Pero si el producto
está marcado de origen, la situación es muy distinta, pues la asimetría de
información se elimina. Solo queda esperar a este respecto que colocar la
etiqueta no dependa del vendedor.
22
En una entrevista a una de las trabajadoras
de la extinta Clorox, esta realizaba un llamado a sus compañeros y compañeras a
no 23 dejarse amedrentar. Decía
que, inicialmente, los había invadido el miedo y la incertidumbre, pero que
luego tomaron la deci-sión de organizarse y recurrir al Gobierno para solicitar
apoyo y tomar ellos mismos los
rumbos de la empresa. En 2014, a un mes más o menos del cierre, la empresa ya
operaba a un 50% de su capacidad (contra un 35% en que la mantenían sus
exdueños) y esperaba cerrar el año sobre el 70%, para operar en un 100% durante
2015. Todo lo cual debe traducirse en precios no especulativos y una mayor
colocación en mercado sin que esto suponga el aumento de la explotación de los
trabajadores, que es la fórmula que proponen los manganzones parasitarios de
Fedecámaras y sus cachorros comunicacionales. La
actitud de esa trabajadora, así como
la de sus compañeros y compañeras, no solo es la que ha resistido a la guerra
económica, sino la que hay que potenciar y vincular definitivamente a la del
Gobierno y el Estado para vencerla.