La cúpula del partido sigue sin entender que casi ninguno de sus votantes se identifica con el libre mercado
Candidatos del 'establishment' como Jeb Bush se han retirado de la pugna frente al poderío de Trump. Matt Rourke AP
La inconsciencia sobre uno mismo puede ser letal. El desamparo de la cúpula republicana frente al trumpismo es un ejemplo de ello.
Como muchos han señalado, resulta llamativo lo escandalizada —¡es un escándalo! ¡en este local se juega!— que está esa cúpula por el éxito de la campaña racista y xenófoba de Donald Trump. ¿Quién iba a imaginar que algo así atraería a las bases del partido? ¿No es el Partido Republicano el partido de Ronald Reagan, que promocionó el conservadurismo con nobles mensajes filosóficos como cuando hablaba de un "fornido jovenzuelo" que usaba las ayudas para la compra de alimentos para hacerse chuletones?
Hablando en serio, la estrategia política republicana lleva casi medio siglo explotando el antagonismo racial, consiguiendo que los blancos de clase trabajadora desprecien al Gobierno porque se atreve a ayudar a Esa Gente. Por eso resulta sorprendente ver a la élite del partido absolutamente estupefacta ante el éxito de un candidato que no hace más que decir con claridad lo que ellos han intentado transmitir continuamente mediante mensajes encubiertos.
Sin embargo, lo que me resulta más sorprendente todavía son las ilusiones de la clase dirigente republicana acerca de lo que quieren sus votantes. Verán, todo indica que la élite del partido imagina que los votantes de base comparten su fe en los principios conservadores, cuando eso no solo no es cierto, sino que nunca lo ha sido.
He aquí un ejemplo: el verano pasado, cuando Trump iniciaba su ascenso, prometió no recortar la Seguridad Social, y expertos en la materia como William Kristol declararon con regocijo que estaba "dispuesto a perder las primarias para ganar las generales". La realidad, sin embargo, es que el electorado republicano no comparte en absoluto el entusiasmo de la élite por los recortes de las ayudas sociales (recuerden que el intento de George W. Bush de privatizar la Seguridad Social quedó encallado ante la desaprobación tanto de los republicanos como de los demócratas).
Pero así y todo, la cúpula republicana sigue pareciendo incapaz de entender que casi ninguno de sus votantes, y , menos aún, la cantidad de votantes que necesitaría para ganar las elecciones generales, se identifica con la ideología del mercado libre y el Gobierno reducido. De hecho, aunque Marco Rubio —la última esperanza de la cúpula— por fin haya empezado a perseguir al favorito, hasta ahora sus ataques parecen sustentarse casi por completo en el cuestionamiento de la pureza ideológica del Bien Peinado. ¿Por qué cree que a los votantes les importa eso?
Ah, y la élite republicana también estaba segura de que Trump pagaría un alto precio por asegurar que nos engañaron para que entrásemos en Irak, sin ser consciente, evidentemente, de lo generalizada que está esa (acertada) creencia entre los estadounidenses de todas las ideologías políticas.
De modo que, ¿cuál es el origen de este alejamiento de la realidad? Yo insinuaría que la respuesta es que, durante estos últimos años y, de hecho, durante las dos últimas décadas, convertirse en activista conservador ha sido una opción profesional cómoda y de poco riesgo. La mayoría de los cargos públicos republicanos tienen puestos fijos que pueden contar con conservar si son lo bastante ortodoxos. Es más, si tuviesen algún tropiezo, caerían en la "red de protección de fanáticos", ese conjunto de puestos en medios de comunicación, comités asesores, etcétera, de derechas que siempre están ahí para los abanderados leales. Y la lealtad es casi lo único que importa. ¿Que un economista de un think tank de derechas tiene una trayectoria llamativa de errores lamentables? ¿Que un experto tiene un historial casi surrealista de meteduras de pata? Da igual, siempre que se ciñan a la línea de la ortodoxia.
No hay, por cierto, nada similar en el bando demócrata. Naturalmente, hay una clase dirigente, pero es mucho más difusa, está financiada con mucha menos generosidad, insiste mucho menos en la ortodoxia y tolera mucho menos la incompetencia leal.
Pero volviendo al hermético mundo de la élite republicana: este mundo, como he dicho, existe desde hace décadas. La consecuencia es una cúpula integrada por perros fieles, hombres (sobre todo) que han pasado toda su vida profesional en un entorno en el que repetir lo que dice la ortodoxia oficial garantiza una vida fácil, mientras que cualquier desviación de esa ortodoxia se traduce en la excomunión. Saben que la gente de fuera del partido no está de acuerdo, pero eso no afecta demasiado a sus carreras.
Ahora, sin embargo, se enfrentan a la realidad de que la mayoría de los votantes del partido tampoco comulgan con esa ortodoxia. Y todo hace pensar que ese hecho sigue sin caberles en la cabeza. Se limitan a seguir esperando que Donald Trump caiga en desgracia, una caída que, en su mundo, siempre le llega a quienquiera que cuestione la verdad eterna de la economía de la oferta o el evangelio del 11-S. Incluso ahora, cuando casi seguro que ya es demasiado tarde para detener el expreso Trump, siguen pensando que exclamar "¡Pero él no es un conservador auténtico!" es un ataque eficaz.
Evidentemente, las cosas serían de otra manera si Trump se asegurase en efecto la candidatura republicana (cosa que podría suceder dentro de unas semanas). ¿Seguiría funcionándole su tosca manera de apelar a los más bajos instintos de los estadounidenses blancos? No lo creo. Pero dada la inutilidad de la élite de su partido, me inclino por pensar que tendremos ocasión de averiguarlo.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2016.
Traducción de News Clips.