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Cuba y el flotador chino


El primer ministro chino Li Keqiang visita Cuba. Ambos países han exhibido en los últimos lustros una clara cercanía política pasando página de los diferendos ideológicos que les distanciaron durante la guerra fría. En China siempre ha existido cierta admiración por la Revolución Cubana y sus líderes, manifestada desde el primer momento del triunfo con el reconocimiento diplomático de la República Popular, el primero de un país de América Latina, y la histórica visita del Che a Beijing. Hoy, con ambos países gobernados por partidos comunistas, el respeto a las especificidades mutuas y a la libre elección del camino de desarrollo representa el núcleo de una relación basada en el derecho al ejercicio de una heterodoxia con desiguales signos de pragmatismo.

Li Keqiang llega a Cuba al frente de una numerosa delegación, más de cien personas. Es la primera vez que un primer ministro chino pisa Cuba, un país con un 1 por ciento de población con ascendencia en el gigante asiático, descendientes de los culíes llegados a la isla en el siglo XIX. China es el segundo socio comercial de Cuba pero el volumen de los intercambios no alcanza los 2 mil millones de dólares. En los últimos años se han registrado altibajos. Las inversiones chinas, que crecen a gran velocidad en todo el mundo, pasan de largo por Cuba, aunque siga siendo el mayor receptor en el Caribe. China, no obstante, ha apoyado con préstamos y aplazamientos varios del pago de la deuda el desahogo de la precaria economía cubana pero sin implicarse de lleno en poner a flote y buen recaudo la “actualización” del modelo de desarrollo cubano.

En el plano bilateral, en lo que va de siglo, las visitas de presidentes chinos (Jiang Zemin en 2001, Hu Jintao en 2004 y 2008 o Xi Jinping en 2014) es fiel reflejo de esa querencia ya que pocos países pueden mostrar un palmarés similar pero, pese a la pompa que las ha rodeado, no se han traducido en un salto cualitativo en el plano económico y comercial. Li firmará numerosos acuerdos durante la visita pero lo realmente importante es dar el paso a un nuevo modelo de relaciones bilaterales que hasta ahora se ha centrado en las exportaciones de níquel o azúcar o el establecimiento de algunas empresas mixtas pero quedando muy por debajo de su potencial. La zona especial de desarrollo de Mariel bien pudiera acaparar buena parte de la atención. Téngase en cuenta que Li llegará a La Habana tras haber visitado Canadá, país con importantes intereses en Cuba. La cooperación en capacidad productiva en mercados terceros (que España igualmente podría explorar) facilitaría triangulaciones de especial impacto en el desarrollo de la isla. Para ello, Cuba debe mejorar a mayor ritmo su experiencia empresarial y China renunciar a la búsqueda de privilegios.

Con los cambios que se registran en Brasil, Argentina, etc., o la precaria estabilidad de Venezuela, la significación política de Cuba en la estrategia china de ganar presencia e influencia en el hemisferio gana enteros. La mejora del ambiente inversor en la isla puede introducir matices en la agenda de sus intereses, hasta ahora centrados prioritariamente en la energía, materias primas o I+D. Las infraestructuras pueden señalar un punto de encuentro.

A nivel global, la mejora de las relaciones entre La Habana y Washington pero también la renovada presencia rusa (Putin visitó Cuba en 2014), el interés de competidores estratégicos como Japón (Abe acaba de visitar la isla) o el cambio de política de la UE en relación a Cuba, son elementos que Beijing no puede ignorar. Por todo ello, esta visita de Li Keqiang gana relevancia por cuanto puede significar el fin del titubeo del gigante asiático con Cuba y dejar entrever que llegó el momento de poner números en serio a los afectos que tradicionalmente han marcado las simpatías mutuas.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China. Acaba de publicar “China Moderna” (Tibidabo ediciones).

No más drama, acción



Los anuncios en la Asamblea Nacional de julio de este año sorprendieron a muchos y preocuparon a la mayoría. Sin embargo, este panorama no es más que otro episodio de un problema más profundo, ya crónico en la trayectoria económica del país: la incapacidad de generar las divisas suficientes para atender los requerimientos del desarrollo económico y social de la nación. Si bien es un fenómeno difícilmente exclusivo de Cuba, aquí concurren factores específicos que determinan su recurrencia, alcance y posibles respuestas.
Episodios semejantes se vivieron a principios de los noventa debido a razones harto conocidas; a comienzos de los 2000, como resultado del ataque a las Torres Gemelas y el consiguiente impacto en el turismo; a finales de esa misma década (2009-2010), ya bajo el gobierno de Raúl Castro.
Casi siempre hay un detonador externo que desencadena la crisis, pero que termina enmascarando su carácter estructural. La respuesta, que suele ser un apretón del cinturón (inversiones, importaciones), para restaurar equilibrio a corto plazo con menor crecimiento, opera de forma similar, sin cambios de fondo que prevengan situaciones parecidas en el futuro. Para estar claros, el ajuste siempre es un componente del cóctel, la diferencia radica en conformarse con eso, o aprovechar la oportunidad para desplegar cambios de mayor calado.
La crisis actual se precipitó a partir de una combinación de aspectos internos y externos, siendo estos últimos los que han recibido la mayor atención. Entre ellas se pueden contar el deterioro de la economía venezolana, que probablemente constituye el factor de mayor ponderación. La reducción de los envíos de combustible y las dificultades para compensar los servicios que Cuba presta en esa nación, son canales de trasmisión evidentes.

Refinería de Cienfuegos.

El colapso de los precios del petróleo supone que las ventas de refinos también han sufrido. Recientemente se anunció que la refinería de Cienfuegos (un emprendimiento conjunto entre CUPET y PDVSA) cerrará por labores de mantenimiento por al menos 120 días. Por si fuera poco Brasil, el segundo mercado en importancia para los servicios de salud, vive su propia crisis. El PIB ha caído por dos años consecutivos y la crisis política ha terminado sacando del poder al Partido de los Trabajadores, un artífice del ascenso del gigante sudamericano en el ranking de los socios económicos de Cuba durante la última década y media. Además, ambos países también constituyen mercados notables para los envíos de la industria biofarmacéutica cubana, que se había convertido en el tercer rubro dentro de las exportaciones de bienes.
Otros vientos en los mercados internacionales también soplan en dirección contraria. Las cotizaciones del azúcar y el níquel se ubican en valores bastante bajos, este último está marcando mínimos de 18 años.
Pero también concurren aspectos de carácter doméstico que no se pueden desconocer. Las exportaciones han crecido muy lentamente en la última década, particularmente las ventas de bienes. Una parte sustancial de las mismas se ejecuta sobre la base de convenios gubernamentales en condiciones preferenciales, lo que las hace vulnerables a la coyuntura política de los gobiernos participantes. Esto incluye a la mayor parte de los servicios profesionales (sobre todo médicos), los derivados de petróleo, y una parte de los medicamentos y otros productos de esa industria. En conjunto, esto representaría más del 60% de las exportaciones totales.
También ha habido problemas en la producción. La zafra de 2016 arrojó un volumen 20% menor que la del período anterior. La producción de níquel ha decaído a partir del cierre de una planta y una reparación capital en marcha en otra. Aunque es esperable que las remesas hayan crecido notablemente en los últimos años, los montos no podrían sustituir completamente a otras fuentes.
Adicionalmente, el panorama monetario y cambiario actual ha condicionado un repunte de la dolarización, con el previsible impacto de ampliar flujos de dólares a través de circuitos informales, que no tienen una incidencia directa sobre la Balanza de Pagos.
El lanzamiento de la iniciativa de la zona de desarrollo en el Mariel (fines de 2013) y la aprobación de una nueva Ley de Inversión Extranjera (marzo de 2014) crearon unas expectativas dentro y fuera de Cuba que no han sido satisfechas en la práctica. Han pasado más de dos años desde su adopción, marcados por un ritmo de aprobación de nuevas iniciativas que, argumentos aparte, no avanza al compás que necesita el país.
En las sesiones de la Asamblea Nacional donde se aprobó la nueva ley se anunciaba que Cuba buscaría atraer un mínimo de 2000 millones de dólares anuales en flujos de este tipo. Luce como una meta distante. Resulta oportuno insistir en que es improbable atender adecuadamente las necesidades del desarrollo económico y social de la Isla en las actuales condiciones si no tiene lugar un giro radical en el relacionamiento con el capital foráneo. Y esa urgencia no se reducirá con los años, sino todo lo contrario.
Si bien la restructuración exitosa de una buena parte de la deuda soberana constituye un hecho muy positivo, queda por hacer en este sentido. El regreso de los impagos anunciado recientemente refuerza la idea de que deben concretarse pasos adicionales. Este proceso mejora la capacidad del país para financiarse en los mercados internacionales, pero genera una presión adicional a corto plazo, dado que previo a los acuerdos, no se efectuaban pagos vinculados a estos adeudos. El efecto es particularmente notable en tiempos de estrechez.
Los efectos inmediatos son variados. La tensión financiera actual va a afectar a dos de los ingredientes claves para el crecimiento económico. De un lado, se proyecta que las inversiones se contraerán este año. Más allá del efecto directo en el PIB corriente, lo peor es que se dejará de ampliar capacidades productivas e infraestructura que apoyaría la expansión futura y la creación de empleos. De otro lado están las importaciones, claves para completar los procesos productivos en una economía abierta. Si la economía ya se expandía lentamente, la disminución de las compras externas acentuará esta trayectoria, tal y como lo hará la menor disponibilidad de energía. Lamentablemente, este escenario también ensombrece las perspectivas de avanzar resueltamente en la unificación monetaria y cambiaria, al menos a corto plazo. En todo caso, sería más difícil y arriesgado ahora, aunque más imperioso.
Las percepciones que se desatan en el imaginario popular se asientan sobre un conjunto de condiciones estructurales que marcan la realidad socioeconómica actual. El colchón intangible que tenía la sociedad cubana a inicios de los noventa ya no es el mismo. Una serie de razones como la lejanía en el tiempo o la diferente composición de la población están detrás de ello.
Asimismo, la calidad de los servicios públicos se ha resentido y esferas como la vivienda muestran pocos signos de recuperación. Contradictoriamente, el tamaño de la economía informal y los múltiples vínculos con la economía internacional pueden contribuir a brindar otras opciones a la familia cubana, o una parte de ellas, para amortiguar las dificultades.
Lo cierto es que estos inconvenientes llegan en un momento de especial importancia. Transcurren paralelamente a la discusión de los nuevos documentos programáticos anunciados en el último congreso del Partido Comunista.
No obstante, existen alternativas para lidiar con estos desafíos. Este sería un momento político inmejorable para adelantar nuevas transformaciones que se han retrasado innecesariamente. Algunas de ellas, como el tratamiento de la inversión extranjera no requiere discusiones extensas, puesto que han sido incorporadas ya en los documentos fundamentales. Se trata de poner en práctica, con indicaciones claras, lo que se acordado. También se podría empezar a discutir cómo continuar mejorando el clima para los negocios en el país. La atracción mundial hacia Cuba no puede sostenerse permanentemente en la mística que rodea a la Perla del Caribe.
En el plano interno, ante la falta de condiciones para una reforma monetaria completa y definitiva, se podría instrumentar un esquema cambiario paralelo, basado en tasas de mercado, que utilizarían todas las empresas (de cualquier tipo y tamaño) que necesitaran ejecutar operaciones de comercio exterior, sin estar sujetas a la restricción de divisas que incide sobre el sector planificado de la economía. No es la mejor solución a largo plazo, pero puede ayudar transitoriamente. Diseñar y ejecutar una política realista y coherente de apoyo al desarrollo exportador es un asunto impostergable, que incluye elementos del arreglo macroeconómico y el sistema empresarial cubano.
Otros asuntos en una agenda de mediano plazo, serían la incorporación de Cuba a instituciones financieras internacionales, para garantizar el financiamiento concesional y compensatorio indispensable para saltar a una trayectoria más sostenible. Esto vendría a dar el puntillazo a la reducción estructural y sostenible de los costos del financiamiento externo, con beneficios a largo plazo difíciles de ignorar.
Actuar resueltamente es todavía más esencial ahora. Existe un ambicioso plan de desarrollo hacia 2030, que requiere más y mejor, no menos.
Foto de portada: Gerry Pacher.
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Shinzo Abe: “Japón va a contribuir al desarrollo de Cuba”

Por Ismael Francisco

Publicado en Cubadebate 

Shinzo Abe, primer ministro de Japón en conferencia de prensa en Hotel Nacional. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

El primer ministro de Japón, Shinzo Abe, manifestó hoy la disposición de su gobierno a colaborar con Cuba en sectores económicos y sociales como la salud, la educación y la agricultura.

El mandatario japonés expresó hoy en conferencia de prensa que en sus conversaciones con el presidente cubano, Raúl Castro, acordaron continuar con el impulso de la cooperación económica entre ambas naciones.

La administración nipona pretende fomentar la inversión en la isla caribeña y proveer a Cuba de equipos de tecnología avanzada para su sistema de salud.

Abe destacó las potencialidades de la nación antillana para el trabajo conjunto, destacó la seguridad civil y el alto nivel de escolarización de sus recursos humanos.

Asimismo, hizo referencia al creciente interés del pueblo japonés por conocer Cuba, a la que arriban más de 10 mil turistas del país asiático, cifra que espera aumente luego de su estancia oficial.

El mandatario asiático calificó su visita a la isla, la primera de un primer ministro japonés a la isla, como una nueva página en la historia entre los dos países.

“Japón va a contribuir al desarrollo de Cuba tanto en el sector público como el privado”, declaró Abe. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

(Con información de Prensa Latina)

Mujeres, afrodescendientes y jóvenes a la zaga de la reforma cubana

Trascendió en la última edición del Foro Permanente de OAR, que en 2016 focaliza al universo juvenil en la nación caribeña.

Estos grupos están poco representados entre los empleadores y trabajadores por cuenta propia y son minoría entre los usufructuarios de tierras, aportó el panel.
Estos grupos están poco representados entre los empleadores y trabajadores por cuenta propia y son minoría entre los usufructuarios de tierras, aportó el panel.
Foto: Jorge Luis Baños/ IPS
La Habana, 24 sep.- La población femenina y juvenil está en desventaja para aprovechar los cambios acaecidos en el mundo del trabajo en Cuba, por lo que urgen políticas enfocadas a la equidad, alertaron cientistas sociales y economistas.
En un panel sobre Empleo y juventud, celebrado en la sede del no gubernamental Centro Oscar Arnulfo Romero(OAR), varios especialistas aseguraron, el 22 de septiembre, que las medidas adoptadas desde 2008 hasta ahora benefician a quienes ya tenían recursos y agudizan la inequidad social.
Ellas son pocas entre los trabajadores del sector privado.
Ellas son pocas entre los trabajadores del sector privado.
Foto: Jorge Luis Baños/ IPS
En su disertación Efectos sociales de las transformaciones económicas, la investigadora Dayma Echevarría, del Centro de Estudios de la Economía Cubana destacó la importancia de considerar la equidad en el acceso a oportunidades y distribución de beneficios y costos.
Remarcó que, por primera vez, este tipo de enfoque fue calificado de prioridad durante el VII Congreso delPartido Comunista de Cuba, celebrado en abril pasado para reajustar las transformaciones que buscan terminar con la crisis de más de 20 años.
Echevarría insistió en que hoy se profundizan las brechas de género porque se registra una salida sostenida de las mujeres como población activa y ocupada, ellas son pocas entre los trabajadores privados, decrece su representación en sectores tradicionalmente masculinos y son minoría entre los usufructuarios de tierras.
Los estudios, dijo, encuentran mayores diferencias por color de la piel porque se cuentan pocas personas negras y mestizas en el sector privado, las cooperativas no agropecuarias, los nuevos empleos mejor remunerados y en puestos de dirección.
Propuestas
La investigadora Dayma Echevarría recomendó para revertir la situación:
-Ampliar el tiempo de amparo y las compensaciones y apoyos para emprendimientos productivos para desempleados, en especial a la madre jefa de hogar en condiciones de disponible o a hombres en condiciones similares.
-Desarrollar, dentro de la política de microcréditos para cooperativas y pequeños emprendimientos, incentivos y condiciones favorables para beneficiar a mujeres y otras personas de grupos y territorios en desventaja.
-Crear un fondo especial en los proyectos de iniciativa municipal para emprendimientos dirigidos por mujeres y otros grupos en desventaja.
-Promover el establecimiento de sistemas laborales más flexibles (trabajo a media jornada o solo algunos días a la semana, horario abierto, trabajo a domicilio) para las mujeres jóvenes con hijos pequeños o personas a su cargo como discapacitados y adultos mayores. Hacer extensivo este régimen a hombres que asuman el rol de cuidadores.
-Ampliar las licencias permitidas para el empleo privado donde se incluyan ocupaciones profesionales.
La variable territorio, alertó la investigadora, mantiene un foco rojo: las comunidades rurales tienen pocas posibilidades para generar empleo e ingresos, a la vez que asentamientos de algunas provincias tienen escasas oportunidades de incorporarse a las tendencias de desarrollo promovidas por el proceso de actualización.
Amplió que la falta de acceso a bienes y servicios para mejorar la calidad de vida agudiza el éxodo hacia las ciudades.
La estudiosa alertó también que, por la legislación vigente, las y los jóvenes tienen menos garantías si quedan disponibles, están poco representados entre los empleadores y trabajadores por cuenta propia y son minoría entre los usufructuarios de tierras.
Otro grupo vulnerable lo constituyen las personas de la tercera edad, que han sido desfavorecidas por la disminución del gasto en asistencia social, especificó Echevarría.
Por su parte, el investigador del estatal Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) Juan Carlos Campos, refirió que los últimos estudios arrojan un desempleo joven, urbano, negro y mestizo en Cuba.
Los jóvenes se encuentran en empresas reanimadas o no, mientras que en el sector privado suelen participar como contratados en oficios de baja calificación como choferes, cocineros y en servicios gastronómicos, donde ejercen ilegalmente en muchos casos.
También se vinculan a negocios relacionados con las nuevas tecnologías como los dedicados a las reparaciones de celulares y computadoras.
Muchos jóvenes no se sienten atraídos por el trabajo agrícola.
Muchos jóvenes no se sienten atraídos por el trabajo agrícola.
Foto: Jorge Luis Baños/ IPS
Al hablar sobre la inserción laboral de la juventud en el sector agropecuario, Yenisei Bombino, también del CIPS, destacó que persisten inequidades de género y esta franja no dispone de bienes productivos (ganado mayor, tractores y cosechadoras), ni activos (tierras y tractores) ni recursos para enfrentar el proceso productivo.
Además, las y los jóvenes no se sienten motivados a apostar al trabajo agropecuario por su bajo reconocimiento social, confirmó.
Bombino se refirió a las contradicciones de esta población en los campos del país. Por un lado, aspiran a ser profesionales, un segmento mal pagado en la actualidad, y por otro idealizan prácticas de consumo y estilos de vida urbanos.
Al cierre, el público asistente planteó inquietudes por la inexistencia en Cuba de una política enfocada a las juventudes y la todavía baja graduación de nuevos especialistas agropecuarios, a pesar de las políticas estatales para reactivar el sector agrícola.
En el debate destacó que el proceso revolucionario iniciado en 1959 no resolvió una serie de problemas socioeconómicos que hoy, al aumentar las brechas, se visibilizan con mayor fuerza y ponen de relieve la creciente desigualdad. (2016)

La jaula mundial



Mark Zuckerberg durante una presentación en el Mobile World Congress, en Barcelona, España, en febrero de 2016. Foto: Albert Gea/Reuters

“La tecnología prometió liberarnos. En lugar de eso nos ha capacitado para aislarnos del mundo a través de la cultura de la distracción y la dependencia. Poner en duda Silicon Valley no es oponerse a la tecnología. Es pedir más a nuestros tecnólogos, a nuestras herramientas, a nosotros mismos. Es situar la tecnología en el plano humano que le corresponde”. Formidable artículo de Nicholas Carr, quien fuera director del Harvard Business Review y que escribe sobre tecnología desde hace casi dos décadas.

Era la escena de una pesadilla: un chacal con la cara de Mark Zuckerberg estaba encima de una cebra recién muerta, royendo las entrañas del animal. Pero yo no estaba dormido. La visión llegaba al mediodía, provocada por el anuncio del fundador de Facebook -divulgado en la primavera de 2011– de que “la única carne que estoy comiendo es la de animales que he matado yo mismo”. Zuckerberg había comenzado su nuevo “reto personal”, aseguró a la revista Fortune, mientras hervía una langosta viva. Luego despachó a un pollo. Siguiendo con la cadena alimentaria, liquidó a un cerdo y cortó la garganta de una cabra. En una expedición de caza, según informó, le disparó a un bisonte. Él estaba “aprendiendo mucho”, dijo, “sobre la vida sostenible”.

Me las arreglé para eliminar la imagen del hombre-chacal de mi memoria. Lo que no pude evitar fue la sensación de que en el último pasatiempo del joven empresario yacía una metáfora a la espera de una explicación. Si tan sólo pudiera centrar la atención y juntar las piezas dispersas, podría conseguir lo que había buscado durante mucho tiempo: una comprensión más profunda de los tiempos extraños en que vivimos.

¿Qué representa el depredador Zuckerberg? ¿Qué significado podría tener la garra enrojecida de la langosta? ¿Y qué el bisonte, sin duda la más simbólica resonancia de la fauna americana? Estaba en lo cierto. Al menos, pensé, tenía que ser capaz de sacar una historia decente para mi blog. El artículo nunca fue escrito, pero muchos otros lo hicieron. Había comenzado a “bloguear” a principios de 2005, justo cuando parecía que todo el mundo estaba hablando de la ‘blogosfera’. Había descubierto, después de una pequeña investigación en el registro de dominios GoDaddy, que ‘roughtype.com’ estaba todavía disponible (un descuido característico de los pornógrafos), por lo que llame mi blog Rough Type (Tipo Rudo). El nombre parecía adaptarse a la crudeza provisional que tenía la calidad de la escritura en línea en ese momento.

El “blogueo” ya se ha subsumido en el periodismo -ha perdido su personalidad-, pero en aquel entonces se sentía como algo nuevo en el mundo, una frontera de lo literario. El disparate colectivista de los “medios conversacionales” y la “mente de la colmena” que llegó a rodear la blogosfera perdió su momento. Los blogs terminaron siendo producciones personales malhumoradas. Fueron diarios escritos en público, comentarios continuos de cualquier cosa que al escritor se le ocurriera escribir, lo que estuviera observando o pensando en el momento. Andrew Sullivan, uno de los pioneros, lo expresó así: “Usted diga lo que le dé la gana”. El estilo favorecía el nerviosismo de la web, necesitada de una agitación oceánica. Un blog era impresionismo crítico o crítica impresionista, y tenía la inmediatez de una discusión en un bar. Pulsabas el botón “Publicar”, y tu artículo se publicaba en la web, para que todos puedan verlo.

O, simplemente, ignorarte. Los primeros lectores de Rough Type fueron insignificantes, lo que, en retrospectiva, fue una bendición. Yo empecé a bloguear sin saber qué demonios quería decir. Solo murmuraba fuerte en un bazar. Luego, en el verano de 2005, llegó la Web 2.0. La Internet comercial, en estado de coma desde el accidente punto com de 2000, volvía a estar de pie, con los ojos abiertos y con hambre. Sitios como MySpace, Flickr, LinkedIn y la recientemente lanzada Facebook estaban sacando dinero de Silicon Valley. Los nerds se enriquecían de nuevo. Pero las jóvenes redes sociales, junto con el rápido incremento de la blogosfera y la interminablemente discutida Wikipedia parecían anunciar algo más grande que otra fiebre del oro. Eran, si se puede confiar en el bombo, la vanguardia de una revolución democrática en los medios de comunicación y la comunicación, una revolución que cambiaría la sociedad para siempre. Una nueva era estaba amaneciendo, con una salida de sol digna de la Hudson River School.

Rough Type tuvo su tema.
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Nicholas Carr escribe sobre tecnología y cultura en The Atlantic, The Wall Street Journal, The New York Times, Wired, Nature y MIT Technology Review, entre otros. Es autor de “Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”, “Atrapados: cómo las máquinas se apoderan de nuestras mentes” y el más reciente, “La utopía es espeluznante” (2016).

La mayor de las religiones locales de los Estados Unidos –mayor que los Testigos de Jehová, mayor que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, mayor incluso que la Cienciología-, es la religión de la tecnología. John Adolphus Etzler, un emigrante a Pittsburg, tocaba la trompeta en su testamento “El paraíso al alcance de todos los hombres” (1833). Mediante el cumplimiento de sus “fines mecánicos”, escribió, “los EE.UU. se convertirían en un nuevo Edén, en un “estado de sobreabundancia”, donde “habrá un banquete continuo”, “fiestas del placer”, “novedades, deleites y ocupaciones instructivas”, sin que tenga que desdeñarse la “infinita variedad y apariencia de los vegetales”.

Predicciones similares proliferaron a lo largo de los Siglos XIX y XX, con visionarios que se rendían a “su majestad tecnológica”, como el crítico e historiador Perry Miller que escribió: “nos encontramos con el verdadero americano sublime”. Podríamos mandar besos a los agricultores como Jefferson y a los amantes de los árboles, como Thoreau, pero nosotros hemos creído en Edison y Ford, Gates y Zuckerberg. Son los tecnólogos quienes nos inspiran.

El ciberespacio, con sus voces sin cuerpo y avatares etéreos, parecía algo místico desde el principio, y su inmensidad no terrenal un receptáculo para los anhelos espirituales y los tropos estadounidenses. “¿Qué mejor manera -escribió el filósofo Michael Heim en “La ontología erótica del Ciberespacio” (1991) “de emular el conocimiento de Dios que generar un mundo virtual constituido por fragmentos de información”. En 1999, el año en que Google pasó de un garaje de Menlo Park a una oficina de Palo Alto, el profesor de computación de Yale, David Gelernter, escribió un productivo manifiesto sobre “la segunda llegada de la computadora, repleta de delgadas imágenes de ‘cybercuerpos’ a la deriva en el cosmos computacional’ y ‘hermosas colecciones de salida de información, como gigantes jardines inmaculados’”.

La retórica milenaria se incrementó con la llegada de la Web 2.0. “He aquí”, proclamó Wired en un artículo de portada en agosto de 2005, que estamos entrando en un nuevo mundo, impulsado no por la gracia de Dios, sino por la “electricidad de la participación” de la web. Esta será un “paraíso de fabricación propia, manufacturado por los usuarios”. Las bases de datos de la historia serán borradas, la humanidad se reinicia. “Usted y yo estamos vivos en este momento”.

La revelación continúa hasta nuestros días, el paraíso tecnológico brilla para siempre en el horizonte. Incluso los hombres de dinero se han contagiado con el futurismo ilusorio. En 2014, Marc Andreessen, cofundador de la empresa Netscape Communications Corporation y miembro prominente del capitalismo de riesgo, envió una rapsódica serie de tweets -lo llamó un “tweetstorm”- anunciando que las computadoras y los robots estaban a punto de liberar a todos de las “limitaciones de la necesidad física”. Convocando a Etzler (y a Karl Marx), él ha declarado que “por primera vez en la historia la humanidad podrá ser capaz de expresar su naturaleza plena y verdadera: vamos a ser quien queramos ser”. Y: “Los principales campos del esfuerzo humano serán la cultura, las artes, las ciencias, la creatividad, la filosofía, la experimentación, la exploración, la aventura”. Lo único que quedó fuera fueron los vegetales.
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Tales profecías no deberían ser descartadas por ser una charla de chicos ricos consentidos, sino porque han conformado la opinión pública. Mediante la difusión de una visión utópica de la tecnología, una visión que define el progreso como esencialmente tecnológico, han animado a la gente a apagar sus facultades críticas y dar a los empresarios y a los financieros de Silicon Valley vía libre para rehacer la cultura y adaptarla a sus intereses comerciales.

Si, después de todo, los tecnólogos están creando un mundo de sobreabundancia, un mundo sin trabajo o casi, no quieren que se ponga en duda que sus intereses son indistinguibles de la sociedad. Interponerse en su camino, o incluso cuestionar sus motivos y tácticas, sería contraproducente. Eso sólo serviría para retrasar la inevitable maravilla.

Los teóricos de las universidades y tanques pensantes le han otorgado una impronta académica a la línea de Silicon Valley. Los intelectuales que abarcan el espectro político desde la derecha randianista hasta la izquierda marxista, han retratado la red informática como una tecnología de la emancipación. El mundo virtual, argumentan, proporciona un escape a las represivas restricciones sociales, corporativas y gubernamentales; libera a las personas para ejercer su voluntad y una creatividad sin límites, ya sea como empresarios que buscan riquezas en el mercado o como voluntarios que participan en la “producción social” fuera del mercado. Como escribió el profesor de derecho de Harvard, Yochai Benkler, en su influyente libro “La Riqueza de las Redes” (2006):

Esta nueva libertad es una gran promesa práctica: una dimensión de la libertad individual; una plataforma para una mejor participación democrática; un un medio para fomentar una cultura más crítica y auto-reflexiva; y, en una creciente economía global dependiente cada vez más de la información, un mecanismo para lograr mejoras en el desarrollo humano en todas partes.

Llamarla una revolución, dijo, no es una exageración.

Benkler y su grupo tuvieron buenas intenciones, pero sus suposiciones no eran acertadas.Ellos pusieron demasiado entusiasmo en la precoz historia de la web, cuando las estructuras comerciales y sociales del sistema eran incipientes y sus usuarios eran una muestra sesgada de la población. No pudieron apreciar cómo la red canalizaría las energías de la gente en un monitoreado sistema de información con administración centralizada, organizado para enriquecer a un pequeño grupo de empresas y a sus propietarios.

La red generaría mucha riqueza, pero sería la riqueza de Adam Smith – y que se concentraría en unas pocas manos, no muy extendidas. La cultura que surgió en la red, y que ahora se extiende profundamente en nuestras vidas y en nuestras mentes, se caracteriza por la producción y el consumo frenético -los teléfonos inteligentes han hecho de todos nosotros máquinas al servicio de los medios de comunicación–, con poco poder real y aún menos capacidad reflexiva. Es una cultura de la distracción y la dependencia. Eso no significa negar los beneficios que supone tener acceso a un eficiente y universal sistema de intercambio de información, sino negar la mitología que envuelve el sistema. Supone negar la teoría de que el sistema, con el fin de crear beneficios, tuvo que tomar su forma actual.

Al final de su vida, el economista John Kenneth Galbraith acuñó el término de “fraude inocente”. Lo utilizó para describir una mentira o una verdad a medias que, debido a su adaptación a las necesidades o conceptos de aquellos que están en el poder, se presenta como un hecho verídico. Después de mucha repetición, la ficción se convierte en sabiduría común. “Es inocente porque la mayoría de quienes lo emplean no son conscientes de su error”, escribió Galbraith en 1999. “Es un fraude porque está, silenciosamente, al servicio de un interés especial”. La idea de la red informática como motor de la libertad individual es un fraude inocente.

Me encantan los buenos artilugios. Cuando, como adolescente, me senté en un ordenador por primera vez – una cosa con terminal monocromática conectadaa un procesador de computadora central de dos toneladas -, estaba maravillado. Tan pronto llegaron las asequible PCs me rodeé de cajas de color beige, disquetes y lo que antes se llamaba “periféricos”. Una computadora, descubrí, es una herramienta de múltiples usos, pero también un rompecabezas con muchos misterios. Cuanto más tiempo pasaba en averiguar cómo funcionaba, en aprender su lenguaje y lógica, sondeando sus límites, más posibilidades se abrían. Al igual que la mejor de las herramientas, invita y recompensa la curiosidad. Además, fue muy divertida, a pesar de los dolores de cabeza y los errores fatales.

A principios de 1990, puse en marcha un navegador por primera vez y se me abrieron las puertas de la web. Yo estaba cautivado – mucho territorio y pocas reglas. Pero no pasó mucho tiempo para que llegaran otros aventureros. El territorio comenzó a ser subdividido a modo de centro comercial y, como el valor monetario de sus bancos de datos creció, se empezó a convertir en una mina de oro. Mi emoción se mantuvo, pero se vio atenuada por la cautela. Sentí que los agentes extranjeros empezaron a intervenir mi ordenador a través de su conexión a la web. Lo que había sido una herramienta bajo mi propio control fue transformándose en un medio bajo el control de otros. La pantalla del ordenador se estaba convirtiendo, como tienden a convertirse todos los medios de comunicación, en un entorno, en un ambiente, en un recinto, o peor, en una jaula. Parecía claro que los que controlarían la pantalla omnipresente serían, si se les daba vía, quienes controlarían la cultura.

“La Informática ya no se refiere a los ordenadores”, escribió Nicholas Negroponte, del Instituto de Tecnología de Massachusetts en su bestseller Ser digital (1995). “Se trata de la vida”. Por eso en este siglo Silicon Valley estaba vendiendo, más que aparatos y software, una ideología. El credo se estableció en la tradición estadounidense de la tecno-utopía, pero con un toque digital. Los fanáticos de Silicon Valley eran feroces materialistas – lo que no puede ser medido no tiene sentido-, sin embargo, detestaban lo material. En su opinión, los problemas del mundo, desde la ineficiencia y la desigualdad a la morbilidad y la mortalidad, emanaban del físico mundo, a partir de su realización en la torpe e inflexible materia en descomposición. La panacea era la virtualidad – la reinvención y la redención de la sociedad en código informático. Nos construirían un nuevo Edén con átomos, pero sí con bits. Todo lo que es sólido se derretiría en su red. Esperábamos estar agradecidos y, en su mayor parte, lo estábamos.

Nuestro anhelo de regeneración a través de la virtualidad es la última expresión de lo que en Sobre la fotografía (1977), Susan Sontag describe como “la impaciencia de EEUU con la realidad, el gusto por las actividades cuya instrumentalidad es una máquina”. Lo que siempre hemos encontrado difícil de admitir es que el mundo sigue un guión que no escribió. Esperamos que la tecnología no sólo manipule la naturaleza, sino que la posea, que sea una envoltura para un producto que puede ser consumido pulsando un interruptor de luz o un pedal de gas o un botón que disparo. Anhelamos reprogramar la existencia, y las computadoras es el mejor medio para hacerlo. Nos gustaría ver este proyecto como heroico, como una rebelión contra la tiranía de un poder ajeno. Pero no es eso en lo absoluto. Es un proyecto que nace de la ansiedad. Detrás se encuentra el temor de que el mundo atómico desordenado se rebelará contra nosotros. Lo que Silicon Valley vende y compramos no es la trascendencia, sino el aislamiento. La pantalla proporciona un refugio, un mundo mediático más predecible, más manejable, y sobre todo más seguro que el mundo recalcitrante de las cosas. Acudimos a lo virtual porque las demandas reales son demasiado pesadas para nosotros.

“Usted y yo estamos vivos en este momento”. Esa historia de Wired – bajo el título “We Are the Web“- me fastidiaba tanto como el entusiasmo por el renacimiento de internet en el 2005. El artículo era irritante, pero también una inspiración. Durante la primera semana de octubre, me senté en mi Power Mac G5 y elaboré una respuesta. El lunes por la mañana, publiqué el resultado en Rough Type – un breve ensayo bajo el portentoso título “La amoralidad de la Web 2.0”. Para mi sorpresa (y, lo admito, placer), los blogueros abundaban alrededor de la nota como fagocitos. En cuestión de días, había sido visto por miles de personas y había brotado una cola de comentarios.

Así comenzó mi discusión -cómo debo llamar este fenómeno cuando hay tantas opciones: la era digital, la era de la información, la era de Internet, la era del ordenador, la edad conectada, la era de Google, la era emoji, la era nube, la era teléfono inteligente, la era de los datos, la era de Facebook, la era robot, la era post-humana. Entre más nombres usaba, más vaporoso parecía. En fin, esta es una era orientada a los gerentes de marca. Terminé por llamarlo el “Now” (ahora).

Fue a través de mi discusión sobre ese “Now”, una discusión que ha generado más de un millar de artículos en blogs, que llegué a mi propia revelación; sólo a una modesta y terrestre revelación. Lo que quiero de la tecnología no es un mundo nuevo. Lo que quiero de la tecnología son herramientas para explorar y disfrutar el mundo que tenemos ante nosotros con todas sus “cosas contrastantes, originales, restantes, extrañas”, como Gerard Manley Hopkins lo describió una vez. Quizás todos podemos vivir ahora dentro de Silicon Valley, pero todavía podemos actuar y pensar como exiliados. Todavía podemos aspirar a ser lo que Seamus Heaney, en su poema “Exposure”, llamaba “emigrantes interiores”.

Y acerca de aquel bisonte muerto. De aquel multimillonario con una pistola. Supongo que el simbolismo era bastante obvio desde el principio.

Original en inglés: The world wide cage

(Artículo publicado en Aeon.co. Traducido para Cubadebate por Dariena Guerra)

El juego de las mentiras

Dejemos la crítica teatral a los críticos: si Trump dice más falsedades que Clinton, hay que decirlo



Donald Trump posa con una estatua, en referencia a la película 'Rocky', en Aston (Pennsylvania). JONATHAN ERNST REUTERS

Esto es algo que casi con toda seguridad ocurrirá en el debate presidencial del lunes: Donald Trump mentirá grotesca y repetidamente sobre diversos asuntos. Mientras tanto, puede que Hillary Clinton diga un par de cosas falsas. O puede que no.

Y esto es lo que no sabemos: ¿intervendrán los moderadores cuando Trump lance una de sus famosas, y a menudo reiteradas, falsedades? Si afirma, una vez más, que se opuso a la guerra de Irak desde el principio —cosa que no hizo—, ¿le recordarán que no es cierto? Si afirma haber renunciado hace años a la teoría de que Obama no es estadounidense, ¿señalarán los moderadores que reincidió en ella hace unos cuantos meses? (De hecho, parece estar desdiciéndose de haber admitido, la semana pasada, de que el presidente Obama sí que nació en Estados Unidos). Si dice una vez más que Estados Unidos es el país con más impuestos del mundo —lo cual no es cierto—, ¿le llevará alguien la contraria, aparte de Clinton? ¿Y, tras el debate, transmitirán los medios de comunicación la asimetría de lo sucedido?

Tal vez se pregunten cómo estoy seguro de que un candidato mentirá mucho más que el otro. La respuesta es que, a estas alturas, contamos con un largo historial tanto de Trump como de Clinton; gracias a organismos no partidistas que comprueban los hechos, como PolitiFact, hasta podemos cuantificar la diferencia.

PolitiFact ha analizado 258 declaraciones de Trump y 255 de Clinton, y las ha clasificado según una escala que va de "verdadero" a "mentira gordísima". Se podrían criticar algunas de las opiniones, pero en general están en lo cierto. Y nos muestran a dos candidatos que viven en universos morales diferentes en lo tocante a la sinceridad. Trump tiene 48 mentiras gordísimas, mientras que Clinton solo seis; el candidato del Partido Republicano tiene 89 afirmaciones falsas, y la demócrata, 27.

Salvo que uno de los candidatos experimente una crisis nerviosa o una conversión religiosa en los próximos días, el debate seguirá una trayectoria similar. Así que, ¿cómo se debería informar sobre él? Partamos de la base de que no es posible profundizar en cualquier afirmación cuestionable que haga un candidato (el tiempo, el espacio y la atención de los lectores y los espectadores son limitados). Lo que propongo es que los periodistas y los canales informativos traten el tiempo y la atención disponibles como una especie de presupuesto que debe repartirse entre toda la cobertura informativa.

Lo que hacen las empresas cuando tienen que asignar fondos es establecer una "tasa crítica de rentabilidad", la rentabilidad mínima que un proyecto debe ofrecer para que se lleve a cabo. Si lo aplicamos a informar sobre falsedades, equivaldría a dedicar minutos de emisión o centímetros de página a aquellas afirmaciones cuya falsedad supere cierto grado de intolerabilidad (es decir, mentiras evidentes sin una pizca de verdad que las redima). Según la clasificación de PolitiFact, se corresponderían con afirmaciones catalogadas como falsas o mentiras gordísimas.

Y si el debate se parece en algo a la campaña que se ha hecho hasta ahora, sabemos lo que significa eso: un análisis de la información que dedique al menos cinco veces más espacio a las falsedades de Trump que a las de Clinton.

Si su reacción es "Oh, no pueden hacer eso; parecería un sesgo partidista", acaban de poner de manifiesto cuál es el gran problema de la cobertura informativa de estas elecciones. Porque yo no pido que los medios de comunicación tomen partido; solo pido que informen de lo que de verdad pasa, independientemente del candidato que sea. De hecho, cualquier información que no refleje con precisión la enorme distancia que separa a ambos candidatos en cuanto a su sinceridad, equivale a engañar a los lectores y ofrecerles una imagen distorsionada que favorece al que más miente.

Pero, por supuesto, hay una fuerte presión sobre los medios de comunicación para que incurran en esa distorsión. Señalen una mentira de Trump y recibirán algunos mensajes bastante sorprendentes; y si dejamos a un lado los ataques contra la raza o grupo étnico del crítico, las acusaciones de traición, etcétera, la mayoría de esos mensajes dirán que uno es un mal periodista porque no critica a ambos candidatos por igual.

Una reacción demasiado habitual a dichos ataques consiste en renunciar por completo a la responsabilidad de comprobar los hechos, y sustituirla por una crítica teatral: da igual que lo que ha dicho el candidato sea cierto o falso, ¿cómo se interpretó? ¿Qué "impresión" causó? ¿Cuál fue la "óptica"?

Pero la crítica teatral es para los críticos de teatro; el periodismo debería informar a los ciudadanos de lo que realmente pasó, no dedicarse a la especulación sobre el modo en que otros podrían reaccionar ante lo sucedido.

Ahora bien, ¿qué diré si Trump miente menos de lo que preveo y Clinton miente más? Es fácil: contaré la verdad. Pero sin relativizarla. Si Trump solo miente tres veces más que Clinton, la noticia debería ser que ha mentido mucho más que ella, no que él no lo ha hecho tan mal como se esperaba.

Una vez más, no pido que los medios de comunicación tomen partido; los periodistas deben limitarse a hacer su trabajo, que es informar de los hechos. Puede que no sea fácil, pero hacer lo correcto rara vez lo es.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times Company, 2016.

Traducción de News Clips.

La historia no había terminado, rectifica Fukuyama

Por Marcelo Colussi *

(Especial para Firmas Selectas de Prensa Latina) 

"Defiendo la construcción del Estado como uno de los asuntos de mayor importancia para la comunidad mundial, dado que los Estados débiles o fracasados causan buena parte de los problemas más graves a los que se enfrenta el mundo: la pobreza, el sida, las drogas o el terrorismo". Esta idea jamás podríamos asociarla al pensamiento neoliberal, que se caracteriza por una apología de la libre empresa y de la reducción del Estado.

Con la caída del muro de Berlín y la desintegración del campo socialista, el término “globalización” se erigió en un nuevo dios y las políticas neoliberales barrieron el planeta. La historia había terminado, proclamó entonces Francis Fukuyama. 

Pero curiosamente es lo que dice Francis Fukuyama en su libro "Construcción del Estado: gobierno y orden mundial en el siglo XXI", del 2004.

Funcionario del gobierno estadounidense, Fukuyama se hizo famoso cuando en 1992 (acompañando la desintegración de la Unión Soviética y la caída del campo socialista de Europa del Este) pronunció el grito triunfal en su libro El fin de la historia y el último hombre: "la historia ha terminado".

Pero, en realidad, lo dicho por él ni es un pensamiento profundo ni encierra verdad alguna. La historia no había terminado. ¿A quién se le podría ocurrir tamaño dislate? Es más que obvio que se trata de una visceral manifestación ideológica, un grito de fanático atolondrado más que una serena reflexión de un acendrado académico.

A inicios de los años 90, caído el muro de Berlín y derrumbado el campo socialista europeo, el capitalismo se sintió exultante, triunfal. Todo parecía indicar que la economía planificada no llevaba a ningún lado, y que el mercado se imponía como modelo único e inevitable. Coadyuvaba a esta visión la idea de democracias parlamentarias más "civilizadas", con más respuestas a los problemas sociales que las "dictaduras" del proletariado de partido único.

La misma población rumana, por ejemplo, se encargó de fusilar a un Ceaucescu con la misma saña que lo hicieran anteriormente los italianos con Mussolini. La derrota del experimento socialista, al menos la “presentada” por la prensa capitalista, parecía total.

Fue tan grande el golpe -y, en buena medida, el golpe mediático que el capital supo implementar al respecto- que el discurso dominante inundó toda la discusión. La izquierda misma quedó perpleja, sin argumentos. Parecía cierto que la historia nos dejaba sin respuesta. Pero la historia no había terminado. ¿Puede terminar acaso? ¿De dónde saldría esa monumental tontería?

El término "globalización" se adueñó de los espacios mediáticos y el ámbito académico, pasando a ser sinónimo de progreso, proceso irreversible, triunfo del capital sobre el "anticuado" comunismo que moría. Y nos lo hicieron creer. La siempre mal definida globalización pasó a ser el nuevo dios y, según se nos dijo -Fukuyama fue uno de sus principales difusores-, ésta traería desarrollo y prosperidad para todo el planeta. La historia había terminado (mejor dicho: el socialismo había terminado), y el término que lo expresaba con “elegancia” -por no decir con refinado sadismo- era globalización. No se podía estar contra ella.

Levantar los "viejos, anticuados, antidiluvianos" planteos del socialismo, del "defenestrado" marxismo, condenaba al ostracismo. Eran solo quimeras de nostálgicos trasnochados. Ese fue el discurso dominante que buena parte de la izquierda terminó aceptando.

A tal grado que, en muy buena medida, esa izquierda fue cooptada por la ideología del posibilismo, de la resignación. De ahí que, ante tanto golpe recibido, algunos años después la aparición de izquierdas  (encabezadas en muy buena medida por Hugo Chávez en Venezuela con la propuesta de un renovado socialismo del siglo XXI -nunca definido hasta hoy- encendieran tantas esperanzas.

Para los años 90 del pasado siglo, el optimismo triunfalista del neoliberalismo en boga campeaba sobre el mundo. Después de las “fracasadas” experiencias socialistas -habría que discutir más eso del "fracaso"- o, mejor dicho, después de la presentación mediática, que hacía al capitalismo victorioso de los acontecimientos que marcan estos años, no parecía quedar mayor espacio para las alternativas.

Con fuerza irrefrenable, las políticas neoliberales barrieron el planeta. Según nos aseguraban sus mentores, por fuerza traerían la paz y la felicidad. Se quitaban así del medio, de un plumazo, los inconmensurables logros derivados de todas esas experiencias socialistas, en cualquiera de sus expresiones: en la Rusia bolchevique, en la China con Mao Tse Tung, en la Cuba revolucionaria, en Vietnam, en la Nicaragua sandinista.

En todas esas experiencias, no hay que olvidarlo nunca, se terminó con el hambre, con la desnutrición crónica, con el analfabetismo, con la exclusión de los por siempre excluidos. En todas esas experiencias -no hay que olvidarlo jamás- el poder popular fue un hecho, las mujeres mejoraron sustancialmente su condición de eternas oprimidas, no hubo niños de la calle, el deporte y la cultura pasaron a ser política de Estado, y los logros científicos (Premios Nobel a granel) brillaron rutilantes.

Ningún país que fue intervenido con planes neoliberales (léase: capitalismo despiadado sin anestesia) logró algo de esto; por el contrario, en todos ellos (tanto en el opulento primer mundo como entre los pobres del Sur) creció alarmantemente la pobreza, aunque hubiera supermercados abarrotados de productos maquilados en el Tercer Mundo.

Pero hoy, dos décadas y media después del grito de guerra proferido por Fukuyama y respaldado por el "No hay alternativas" de la dama de hierro, Margaret Tatcher, la realidad nos muestra una cara bastante distinta a la paz y felicidad planetarias. El capitalismo creció, sin duda, pero a condición de seguir generando más pobreza y devastando el planeta. La riqueza se reparte cada vez en forma más desigual, con lo que puede decirse que, si algo creció, es la injusticia. Y las guerras no sólo no han desaparecido sino que pasaron a ser un elemento vital en la economía global.

De hecho, en la dinámica de la principal potencia -Estados Unidos- son su verdadero motor: ocupan alrededor de un cuarto de todo su potencial y definen su estrategia política, tanto en el plano interno como internacional.

Dos décadas y media después, la realidad muestra una cara bastante distinta de la paz y la felicidad planetarias. El capitalismo creció, pero a condición de seguir generando más pobreza y devastando el planeta. Las guerras pasaron a ser el motor de la economía global, y las estrategias bélicas siguen dominando el panorama político mundial.

Peor aún: las estrategias bélicas siguen dominando el panorama político mundial, con la posibilidad de un enfrentamiento con armas nucleares como una circunstancia real, lo que suscitaría la peor tragedia para la Humanidad.

Por tanto: la historia no había terminado. ¿Podemos quedar impasibles ante tamaña estupidez intelectual? ¿No debemos reaccionar ante la fanfarronería académica y levantar nuestra voz? La historia sigue, y aunque la escriban quienes la ganan, ahí está devorando seres humanos, cambiando, transformándose continuamente, haciéndonos ver que, junto a la "oficial", hay otra historia: la verdadera.

Después de algunos primeros años de impactante conmoción, tanto el campo popular como el análisis objetivo de los hechos fue emergiendo del estado de shock, y se hizo evidente que el momento de euforia de los grandes capitales era un triunfo coyuntural, pero no más que eso: un triunfo puntual (una batalla) en una larga historia que sigue su curso. ¿Por qué iba a terminar la historia?

"Siéntate al lado del río a ver pasar el cadáver de tu enemigo", señaló hace 2 mil 500 años el sabio chino Sun Tzu en el Arte de la Guerra. Al parecer, él entendió mejor el sentido de la historia que ese moderno oriental americanizado, Fukuyama. La historia no termina.

Tras los desastres que ocasionó el retiro del Estado en la dinámica económico-social de tantos países -siguiendo las recetas impuestas, por supuesto de los organismos financieros internacionales de Bretton Woods (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial)-, en esta ola neoliberal absoluta también hay gente pensante que reacciona. Este desastre -con éxodos imparables de inmigrantes desde el Sur hacia el Norte, niveles de violencia creciente y brotes desesperados de terrorismo- torna el mundo cada vez más problemático, más invivible. Y ahí aparece nuevamente Francis Fukuyama.

En realidad en el libro de 2004 citado inicialmente, Fukuyama no se desdice radicalmente de lo dicho años atrás, pero lo matiza, lo cual, en otros términos, no es sino expresión de una inconsistencia intelectual enorme. Un grito de guerra no es teoría. Y lo que años atrás se nos presentó como formulación seria y sesuda -que la historia había terminado- no pasa del nivel de pasquín barato de pueblito de provincia, mal redactado y peor pensado.

No hay en juego ningún concepto riguroso: sólo fanfarronería ideológica. Si luego Fukuyama debió apelar a esta revalorización del papel del Estado es lisa y llanamente porque la historia le demostró la inconsistencia del show propagandístico lanzado años atrás.

Tras algunos años de conmoción, tanto en el campo popular como en el análisis objetivo de los hechos, se hizo evidente que el momento de euforia de los grandes capitales era solo un triunfo coyuntural, pero no más que eso. La historia, lejos de terminar, sigue su curso.

Además, pone el acento en el Estado, y no en las relaciones estructurales que en él se expresan. El problema no consiste en si el Estado debe ser fuerte o débil: el problema sigue siendo las luchas de clases, la estructura real de la sociedad, de la cual el Estado es expresión. ¿Acaso terminaron las luchas de clases? Si así fuera, ¿por qué los centros de poder siguen almacenando armas y denostando al marxismo como su peor enemigo?

La historia no ha terminado porque la matriz misma del ser humano es eso: la historia, el devenir, el fluir. Ser y tiempo (historia), dijo Heiddeger. "No podemos bañarnos dos veces en un mismo río", sentenció Heráclito de Efeso hace dos milenios y medio en la Grecia clásica. No se equivocaba: la historia pasa, fluye, no se detiene.

El capitalismo -exultante, victorioso, lleno de glamour y de gloria en la actualidad, pero que hace agua por doquier- es solo un momento de esa historia. Nada es eterno. Sí hay alternativas, habría que responder. En tanto haya injusticias, habrá quien levante la voz y se oponga a ellas, aunque hoy día se amarre la protesta, se criminalice y se intente reemplazarla por espejitos de colores. Esa lucha interminable es nuestra historia como especie.
 ag/mc 

* Catedrático universitario, politólogo y articulista argentino.