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lunes, 3 de octubre de 2016

¿Puede la ciencia cubana hacerse global? Por supuesto que sí, dice Nature

3 octubre 2016 


Un científico del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de La Habana. Foto: Desmond Boyland / Nature

Siendo un país cuya totalidad del producto interno bruto (PIB) es sólo la mitad de lo que el gobierno de Estados Unidos gasta en investigación, Cuba se levanta por encima de su peso en algunas áreas de la ciencia, dice un artículo publicado el 28 de septiembre de 2016, en Nature, una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo.

En un extenso reportaje publicado el 28 de septiembre, la publicación reseña el intercambio con un amplio número de especialistas que comentan sus resultados de investigación y el pesado fardo del bloqueo sobre las ciencias en Cuba.

“Impulsado por el apoyo del gobierno, los investigadores biomédicos han logrado sobresalir en la creación de vacunas de bajo costo, en el desarrollo de tratamientos contra el cáncer y la atención a graves trastornos infantiles. En otras áreas de la ciencia se torna más escasa la financiación, pero Cuba todavía cuenta con algunos puntos brillantes”, dice Nature.

Asegura que la isla más grande y poblada en el Caribe “es un nodo clave para la vigilancia a huracanes internacionales y los brotes de enfermedades infecciosas”, y que “la productividad y la calidad de algunas investigaciones en Cuba sorprende a otros países”.

En el último medio siglo, el bloqueo ha restringido severamente la capacidad de los investigadores cubanos para comprar equipamiento científico, ganar premios internacionales y viajar en los Estados Unidos. Reseña las declaraciones de Sergio Jorge Pastrana, director ejecutivo de la Academia de Ciencias de Cuba, quien confirmó a la publicación que con el restablecimiento de las relaciones entre los dos países, “los cambios (en esta política) están llegando pero muy lentamente.”

Nature reconoce que “Cuba ha tenido un gobierno estable durante décadas, lo que ha permitido al país llevar a cabo los planes a largo plazo. Y el aislamiento de la ayuda exterior estimuló la innovación”. Cita a Luis Montero Cabrera, profesor de Química Computacional de la Universidad de La Habana: “La mayoría de los científicos cubanos no conocieron a Cuba antes del bloqueo, y el hecho de que no se puede conseguir cualquier dispositivo resulta lo más familiar”, un hecho que ha probado que “las personas que han pasado sus vidas superando los obstáculos, son los mejores científicos”.

Beatriz Marcheco Teruel, directora del Centro Nacional de Genética Médica de La Habana, comentó a la publicación que “carece de acceso a los equipos científicos esenciales, como secuenciadores de genes, y depende de colaboraciones con instituciones extranjeras”. Pero en cambio, su centro tiene la fortaleza de acceder al ADN anónimo de numerosas familias y uno de los mayores registros individuales del mundo, así como los datos recogidos a través del sistema de médicos generales integrales socializado en Cuba. Ella y sus colaboradores en el Broad Institute, en Cambridge, Massachusetts, están buscando ahora en la distribución y prevalencia de genes relacionados con la enfermedad de Alzheimer en Cuba.

Una de las ventajas de las ciencias cubanas que destaca Nature es que, en lugar de centrarse en el mercado, se centran en los problemas, según declara Eulogio Pimentel Vázquez, director general del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología. Cita los estudios sobre trastornos genéticos particulares que son comunes en Cuba, o los problemas asociados con el envejecimiento – una preocupación cada vez mayor, ya que el 18% de la población es mayor de 60. El Centro de Neurociencias (CNEURO), por ejemplo, está desarrollando pruebas cognitivas y biomarcadores que permitirían la detección temprana de la enfermedad de Alzheimer.

El bloqueo económico de Estados Unidos le ha hecho difícil la vida de maneras inesperadas a los científicos cubanos, dice Nature. En 2006, la ornitóloga Lourdes Mugica ganó un premio de £ 30,000 (52,000 dólares) de una fundación británica, pero una parte del dinero fue confiscado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, cuando por error se transfirió el dinero a la filial estadounidense del banco británico. Le tomó años para que le entregaran parte de los fondos que tanto se necesitaban en su centro.

“Los investigadores cubanos se enorgullecen de sus enfoques creativos”, añade Nature. En 1970, por ejemplo, los científicos en CNEURO decidieron que querían un laboratorio de investigación de primates, pero no tenían dinero para comprar los animales. Así el director Mitchell Valdés Sosa se unió como médico a la tripulación de un barco de cemento, para conseguir un viaje gratis a St Kitts, donde recogió 25 monos verdes -que son considerados como una plaga agrícola en la isla. Un mono escapó cuando el barco atracó cerca de Santiago de Cuba, y Valdés saltó por la borda para rescatarlo. Ahora CNEURO tiene una colonia de 50 monos que sus científicos utilizan para la investigación cognitiva.

Valdés Sosa dirige el centro, junto con su hermano gemelo, Pedro, que se desempeña como vice-director de CNEURO,y está trabajando en un proyecto para obtener la cartografía cerebral de la electroencefalografía cuantitativa (EEGc), una medición no invasiva de la actividad cerebral que es mucho más barata que la resonancia magnética (RM) y muchas otras técnicas de exploración. El centro también ha desarrollado un audífono para niños sordos que cuesta sólo dos dólares, una fracción del costo en los Estados Unidos o en Europa. Los técnicos crean con una impresora 3D una estructura para el implante coclear -un dispositivo médico electrónico que sustituye la función del oído interno dañado. El dispositivo se puede reproducir libremente a bajo costo mientras el niño crece.

(Con información de Nature. Versión de Cubadebate)

"Ojo por ojo": "EE.UU. libra una guerra económica contra Alemania"

RT, Publicado: 3 oct 2016 06:33 GMT

Los políticos europeos consideran que las medidas de Washington contra el mayor banco alemán es una respuesta a la sanción adoptada por Bruselas contra Apple.


Brendan McDermid Reuters

Importantes políticos alemanes han acusado a EE.UU. de librar una guerra económica contra Alemania, al exigir al mayor banco germano pagar una astronómica multa. Esta medida es considerada en la nación europea como una venganza por la reciente sanción impuesta por la Unión Europea contra Apple, informa el diario 'Financial Times'.En septiembre pasado se conoció que el Departamento de Justicia de EE.UU. pretendía que Deutsche Bank pagara una multa de 14.000 millones de dólares por haber comercializado con activos financieros respaldados con hipotecas basuras en los años previos al estallido de las crisis financiera del 2008.

Según el presidente del Comité de Economía del Parlamento alemán, Peter Ramsauer, este movimiento de Washington "tiene características de una guerra económica". Además el parlamentario asegura que la nación norteamericana tiene una "larga tradición" en librar guerras comerciales que "benefician a su propia economía" con "exorbitantes y dañinas reclamaciones" como en el caso del banco alemán.

¿Respuesta a la multa de 14.500 millones de dólares a Apple?


Josh Edelson AFP

Estas declaraciones también fueron corroboradas por Markus Ferber, miembro del Parlamento Europeo por la CSU, aliado bávaro de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Angela Merkel, para quien el monto de la multa y el momento de las pretensiones estadounidenses sugieren que se trata de un "ojo por ojo" por la reciente decisión de la UE contra Apple. En agosto pasado Bruselas ordenó a Irlanda reclamar a la compañía estadounidense 13.000 millones de euros (unos 14.500 millones de dólares) por impuestos atrasados. La Comisión Europea dictaminó que Dublín concedió beneficios fiscales ilegales durante años al gigante tecnológico, lo que le permitió a Apple pagar significativamente menos impuestos que otras compañías.

Por su parte, las autoridades norteamericanas se "mostraron decepcionadas" por la "injusta" resolución de UE, y advirtieron de un posible deterioro del clima de inversiones en Europa.

Las posibles consecuencias

La multa que Washington pretende imponer al Deutsche Bank es solo un 15% menos que la actual capitalización bursátil de la entidad germana, valorizada en poco más de 14.000 millones de euros (unos 15.700 millones de dólares). Además esta multa es mucho mayor que la que otras instituciones bancarias estadounidenses tuvieron que pagar por el mismo caso.

El banco más grande de Alemania tiene provisionados 5.500 millones de euros para litigios y costes legales, pero en lo que va del año en curso sus acciones han caído más de un 50%, y existe el riesgo de que el banco más grande de Alemania pueda enfrentarse a una escasez de capital. En caso de que el Deutsche Bank no logre llegar a un acuerdo con las autoridades estadounidenses para rebajar la multa, existe el riesgo de una bancarrota, lo que a su vez provocaría una crisis en todo el sistema financiero de la Unión Europea.

La hora de la economía colaborativa

Ignacio Ramonet, Público

Periodista y escritor. Director de ‘Le Monde Diplomatique’ en español.



La economía colaborativa es un modelo económico basado en el intercambio y la puesta en común de bienes y servicios mediante el uso de plataformas digitales. 
Se inspira en las utopías del compartir y de valores no mercantiles como la ayuda mutua o la convivialidad, y también del espíritu de gratuidad, mito fundador de Internet. Su idea principal es: “lo mío es tuyo” (1), o sea compartir en vez de poseer. Y el concepto básico es el trueque. Se trata de conectar, por vía digital, a gente que busca “algo” con gente que lo ofrece. Las empresas más conocidas de ese sector son: Netflix, Uber, Airbnb, Blabacar, etc. Treinta años después de la expansión masiva de la Web, los hábitos de consumo han cambiado. Se impone la idea de que la opción más inteligente hoy es usar algo en común, y no forzosamente comprarlo. Eso significa ir abandonando poco a poco una economía basada en la sumisión de los consumidores y en el antagonismo o la competición entre los productores, y pasar a una economía que estimula la colaboración y el intercambio entre los usuarios de un bien o de un servicio. Todo esto plantea una verdadera revolución en el seno del capitalismo que está operando, ante nuestros ojos, una nueva mutación.
Imaginemos que, un domingo, usted decide realizar un trabajo casero de reparación. Debe perforar varios agujeros en una pared. Y resulta que no posee un taladrador. ¿Salir a comprar uno un día festivo? Complicado… ¿Qué hacer? Lo que usted ignora es que, a escasos metros de su casa, viven varias personas dispuestas a ayudarle. No saberlo es como si no existieran. Entonces, ¿por qué no disponer de una plataforma digital que le informe de ello… que le diga que ahí, muy cerca, vive un vecino dispuesto a asistirlo y, al vecino, que una persona necesita su ayuda y que está dispuesta a pagar algo por esa ayuda? (2).
Tal es la base de la economía colaborativa y del consumo colaborativo. Usted se ahorra la compra de un taladrador que quizás no vuelva a usar jamás y el vecino se gana unos euros que le ayudan a terminar el mes. Gana también el planeta porque no hará falta fabricar (con lo que eso conlleva de contaminación del medio ambiente) tantas herramientas individuales que apenas usamos, cuando podemos compartirlas. En Estados Unidos, por ejemplo, hay unos 80 millones de taladradores cuyo uso medio, en toda la vida de la herramienta, es de apenas 13 minutos… Se reduce el consumismo. Se crea un entorno más sostenible. Y se evita un despilfarro porque, lo que de verdad necesitamos, es el agujero, no el taladrador…
En un movimiento irresistible, miles de plataformas digitales de intercambio de productos y servicios se están expandiendo a toda velocidad (3). La cantidad de bienes y servicios que pueden imaginarse mediante plataformas online, ya sean de pago o gratuitas (como Wikipedia), es literalmente infinita. Solo en España hay más de cuatrocientas plataformas que operan en diferentes categorías (4). Y el 53% de los españoles declaran estar dispuestos a compartir o alquilar bienes en un contexto de consumo colaborativo.
A nivel planetario, la economía colaborativa crece actualmente entre el 15% y el 17% al año. Con algunos ejemplos de crecimiento absolutamente espectaculares. Por ejemplo Uber, la aplicación digital que conecta a pasajeros con conductores, en solo cinco años de existencia ya vale 68.000 millones de dólares y opera en 132 países. Por su parte, Airbnb, la plataforma online de alojamientos para particulares surgida en 2008 y que ya ha encontrado cama a más 40 millones de viajeros, vale hoy en Bolsa (sin ser propietaria de ni una sola habitación) más de 30.000 millones de dólares (5).
El éxito de estos modelos de economía colaborativa plantea un desafío abierto a las empresas tradicionales. En Europa, Uber y Airbnb han chocado de frente contra el mundo del taxi y de la hostelería respectivamente, que les acusan de competencia desleal. Pero nada podrá parar un cambio que, en gran medida, es la consecuencia de la crisis del 2008 y del empobrecimiento general de la sociedad. Es un camino sin retorno. Ahora la gente desea consumir a menor precio, y también disponer de otras fuentes de ingresos inconcebibles antes de Internet. Con el consumo colaborativo crece, asimismo, el sentimiento de ser menos pasivo, más dueño del juego. Y la posibilidad de la reversibilidad, de la alternancia de funciones, poder pasar de consumidor a vendedor o alquilador, y viceversa. Lo que algunos llaman “prosumidor”, una síntesis de productor y consumidor (6).
Otro rasgo fundamental que está cambiando –y que fue nada menos que la base de la sociedad de consumo–, es el sentido de la propiedad, el deseo de posesión. Adquirir, comprar, tener, poseer eran los verbos que mejor traducían la ambición esencial de una época en la que el tener definía al ser. Acumular “cosas” (7) (viviendas, coches, neveras, televisores, muebles, ropa, relojes, cuadros, teléfonos, etc.) constituía la principal razón de la existencia. Parecía que, desde el alba de los tiempos, el sentido materialista de posesión era inherente al ser humano. Recordemos que George W. Bush ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en 2004, prometiendo una “sociedad de propietarios” y repitiendo: “Cuantos más propietarios haya en nuestro país, más vitalidad económica habrá en nuestro país”.
Se equivocó doblemente. Primero porque la crisis del 2008 destrozó esa idea que había empujado a las familias a ser propietarias, y a los bancos –embriagados por la especulación inmobiliaria–, a prestar (las célebres subprimes) sin la mínima precaución. Así estalló todo. Quebraron los bancos hipotecarios y hasta el propio Lehman Brothers, uno de los establecimientos financieros aparentemente más sólidos del mundo… Y segundo, porque, discretamente, nuevos actores nacidos de Internet empezaron a dinamitar el orden económico establecido. Por ejemplo: Napster, una plataforma para compartir música que iba a provocar, en muy poco tiempo, el derrumbe de toda la industria musical y la quiebra de los megagrupos multinacionales que dominaban el sector. E igual iba a pasar con la prensa, los operadores turísticos, el sector hotelero, el mundo del libro y la edición, la venta por correspondencia, el cine, la industria del motor, el mundo financiero y hasta la enseñanza universitaria con el auge de los MOOC (Masive Open Online Courses o cursos online gratuitos) (8).
En un momento como el actual, de fuerte desconfianza hacia el modelo neoliberal y hacia las elites políticas, financieras y bancarias, la economía colaborativa aporta además respuestas a los ciudadanos en busca de sentido y de ética responsable. Exalta valores de ayuda mutua y ganas de compartir. Criterios todos que, en otros momentos, fueron argamasa de utopías comunitarias y de idealismos socialistas. Pero que son hoy –que nadie se equivoque– el nuevo rostro de un capitalismo mutante deseoso de alejarse del salvajismo despiadado de su reciente periodo ultraliberal.
En este amanecer de la economía colaborativa, las perspectivas de éxito son inauditas porque, en muchos casos, ya no se necesitan las indispensables palancas del aporte de capital inicial y de búsqueda de inversores. Hemos visto cómo Airbnb, por ejemplo, gana una millonada a partir de alojamientos que ni siquiera son de su propiedad.
En cuanto al empleo, en una sociedad caracterizada por la precariedad y el trabajo basura, cada ciudadano puede ahora, utilizando su ordenador o simplemente su teléfono inteligente, proveer bienes y servicios sin depender de un empleador. Su función sería –además de compartir, intercambiar, alquilar, prestar o regalar– la de un intermediario. Cosa nada nueva en la economía: ha existido desde el inicio del capitalismo. La diferencia reside ahora en la tremenda eficiencia con la que –mediante poderosos algoritmos que, casi instantáneamente, calculan ofertas, demandas, flujos y volúmenes–, las nuevas tecnologías analizan y definen los ciclos de oferta-demanda.
Por otra parte, en un contexto en el que el cambio climático se ha convertido en la amenaza principal para la supervivencia de la humanidad, los ciudadanos no desconocen los peligros ecológicos inherentes al modelo de hiperproducción y de hiperconsumo globalizado. Ahí también, la economía colaborativa ofrece soluciones menos agresivas para el planeta.
¿Podrá cambiar el mundo? ¿Puede transformar el capitalismo? Muchos indicios nos conducen a pensar, junto con el ensayista estadounidense Jeremy Rifkin (9), que estamos asistiendo al ocaso de la 2ª revolución industrial, basada en el uso masivo de energías fósiles y en unas telecomunicaciones centralizadas. Y vemos la emergencia de una economía colaborativa que obliga, como ya dijimos, al sistema capitalista a mutar. Por el momento coexisten las dos ramas: una economía de mercado depredadora dominada por un sistema financiero brutal, y una economía del compartir, basada en las interacciones entre las personas y en el intercambio de bienes y servicios casi gratuitos… Aunque la dinámica está decididamente a favor de esta última.
Quedan muchas tareas pendientes: garantizar y mejorar los derechos de los e-trabajadores; regular el pago de tasas e impuestos de las nuevas plataformas; evitar la expansión de la economía sumergida… Pero el avance de esta nueva economía y la explosión de un nuevo modo de consumir parecen imparables. En todo caso, revelan el anhelo de una sociedad exasperada por los estragos del capitalismo salvaje. Y que aspira de nuevo, como lo reclamaba el poeta Rimbaud, a cambiar la vida.
NOTAS:
(1) Léase Rachel Botsman y Roo Rogers: What’s Mine is Yours: The Rise of Collaborative Consumption, Harper Collins, Nueva York, 2010.
(2) En España, existen varias plataformas dedicadas a eso, por ejemplo: Etruekko (http:// etruekko.com/) y Alkiloo (http://www.alkiloo.com/).
(3) Consúltese: www.consumocolaborativo.com
(4) El diario online El Referente, en su edición del 25 de octubre de 2015, ha recogido las principales start-ups dedicadas a los viajes, la cultura y el ocio, la alimentación, el transporte y el parking, la mensajería, las redes profesionales, el intercambio y alquiler de productos y servicios, los gastos compartidos, los bancos de tiempo, la tecnología e Internet, la financiación alternativa y fintech, la moda, los deportes, la educación, la infancia, el alquiler de espacios, los pisos compartidos y otras plataformas de interés. http://www.elreferente.es/tecnologicos/directorio-plataformas-economia-colaborativa-espana-28955
(5) Airbnb ya vale más que Hilton, el primer grupo de hostelería del mundo. Y más que la suma de los dos otros grandes grupos mundiales Hyatt y Marriot. Con dos millones de alojamientos en 191 países, Airbnb se coloca por delante de todos sus competidores en capacidad de alojamiento a escala planetaria. Airbnb cobra el 3% del precio de la transacción al propietario y entre el 6% y el 12% al inquilino.
(6) El concepto de prosumidor aparece por vez primera en el ensayo de Alvin Toffler, La Tercera Ola (Plaza&Janés, Barcelona, 1980), que define como tal a las personas que son, al mismo tiempo, productores y consumidores.
(7) Las Cosas (Les Choses, 1965) es una novela del autor francés Georges Perec. La primera edición en español (trad. de Jesús López Pacheco), fue publicada en 1967 por Seix Barral. En 1992, Anagrama la reeditó con la traducción de Josep Escué. Es una crítica de la sociedad de consumo y de la trivialidad de los deseos fomentados por la publicidad.
(8) Desde hace dos años, unos seis millones de estudiantes se han puesto a seguir gratuitamente cursos online, difundidos por las mejores universidades del mundo. http://aretio.hypotheses.org/1694
(9) Jeremy Rifkin, La sociedad de coste marginal cero: El Internet de las cosas, el procomún