Las imprecisiones
Imprecisión # 1: Las críticas que hacen los economistas respecto a las insuficiencias del modelo económico socialista cubano abarcan un diapasón más amplio que el sugerido por Rodríguez.
Las críticas no se limitan a aquellas que consideran que el modelo ha fracasado “a lo largo de los últimos 58 años”, ni a las que desechan cualquier tipo de avances, ni a las que se apoyan en el fracaso del socialismo real en Europa como prueba de la inviabilidad del modelo cubano.
Existen análisis críticos –especialmente en relación con la manera en que el modelo ha funcionado desde la crisis de los 1990s hasta hoy- que no niegan en general la viabilidad de un modelo socialista en Cuba, pero que critican las formas concretas que ha adoptado el modelo, o componentes centrales de este.
Se trata de una crítica sistémica, que no es lo mismo que una crítica anti-sistémica. El propósito sería entender las causas profundas (sistémicas) que provocan la crisis actual (así, crisis con todas las letras) y otras disfuncionalidades, para poder superarlas y reformar el sistema, sin que ello implique una transición hacia el capitalismo.
Lo que han hecho muchos de esos trabajos es aplicar la función crítica de las ciencias sociales, sugerir causalidades y proponer soluciones. El hecho de que lo anterior pudiera no coincidir con lo que piensen los funcionarios y otros economistas no es un criterio suficiente para asumir que no son críticas hechas dentro de los marcos del socialismo.
Por supuesto, también hay otros análisis como los criticados por Rodríguez, pero en la “guía” conviene dejar clara la diversidad de los estudios críticos existentes. En caso de no hacerlo, pudiera crearse una confusión para los eventuales lectores de “la guía”.
Imprecisión # 2: La evidencia de que existe un estudio concluyente acerca del fracaso general de la “viabilidad” de la transición hacia el capitalismo en Europa Central y Oriental, no es aportada por Rodríguez.
Definitivamente, ese estudio no puede ser el citado
artículo de Emily Morris, al menos por dos razones: en primer lugar, porque en realidad en ese ensayo no se comparan “
los principales indicadores socioeconómicos” de Cuba con los de los antiguos países socialistas europeos. En segundo lugar, porque si de lo que se trata es de medir la viabilidad de tal transición en términos de desarrollo nacional, las estadísticas indican que la gran mayoría de esos países europeos han mejorado el nivel de su Índice de Desarrollo Humano (IDH), entre 1990 y 2015, algunos de ellos de manera notable.
El trabajo de Morris solamente considera tres indicadores en la comparación de lo ocurrido en Cuba y en esos países: a) el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de Cuba y un promedio de ese indicador para los antiguos países socialistas europeos; b) la tasa de mortalidad infantil de Cuba y de catorce países (incluyendo China y Vietnam; y c) la esperanza de vida al nacer de Cuba y de trece países.
Resulta muy discutible designar esos tres indicadores como los “principales indicadores socioeconómicos” de un país. Es difícil argumentar que pudieran ser más relevantes que el Índice de Desarrollo Humano, el cual es ampliamente aceptado como la mejor medición sintética del estado de desarrollo.
- En 2015 había 16 antiguos países socialistas con un IDH superior al de Cuba (incluyendo algunos países resultantes de la desintegración de la Unión Soviética).
- Todos esos 16 países –sin excepción- y también Cuba, mejoraron su IDH entre 1990 y 2015.
- Diez de esos países hicieron avanzar el IDH a ritmos más acelerados que Cuba (Eslovenia, República Checa, Estonia, Polonia, Lituania, Hungría, Letonia, Croacia, Bielorrusia y Kazajstán).
Nada de lo anterior minimiza el logro registrado por Cuba de elevar su IDH en circunstancias extremadamente difíciles, pero conviene llamar la atención sobre el hecho –reflejado en el IDH- de que el tránsito hacia el capitalismo en los países socialistas de Europa ha sido compatible con la mejoría de ese indicador multidimensional del desarrollo económico y social.
Obviamente, se trata de un indicador general que no logra captar la diversidad y los detalles de las contradicciones y problemas que existen detrás de esas cifras, pero al que se le reconoce validez para medir la calidad promedio de las trayectorias de desarrollo.
Tampoco se hace aquí un juicio de valor respecto a la superioridad de modelo económico alguno. El punto que ha deseado destacarse es que para poder hacer afirmaciones precisas respecto a la viabilidad de los modelos económicos hay que utilizar estadísticas relevantes desde la perspectiva del desarrollo. Las cifras de IDH están disponibles y son ampliamente aceptadas.
Las consideraciones que deberían ser mejoradas
- El primer punto de una “guía” como la que se propone debería consistir en aclarar que una de las principales dificultades a las que se enfrentan la mayoría de los investigadores que estudian la economía cubana es a la notable carencia de estadísticas básicas, especialmente las de fuentes oficiales.
Quienes intentan hacer investigación económica sobre Cuba deberían quedar advertidos, de entrada, que tendrán que lidiar con un “apagón estadístico” que no les posibilitará conocer indicadores básicos actualizados. Entre otros, el estimado del monto de remesas y su distribución entre grupos sociales y localidades, indicadores de distribución del ingreso, indicadores de pobreza, valor promedio de la canasta básica, salarios pagados a los trabajadores en el sector no estatal, ganancias y pérdidas de las empresas estatales, distribución de las empresas estatales según escala (empleados y activos), coeficiente de utilización de capacidad instalada, composición de las exportaciones y de las importaciones de bienes y de servicios (por tipos de productos/ servicios, y su distribución geográfica).
- La afirmación de que “un análisis serio de la realidad económica cubana no es posible sin la disponibilidad de información de un mínimo de calidad, que –por tanto- resulte objetiva, coherente y verificable” es dejada en suspenso. Nada de lo que se ofrece en “la guía” le facilita al lector hacerse una idea precisa sobre la calidad de la información disponible. Esta no se limita a los tres aspectos mencionados (objetividad, coherencia y verificabilidad). La información de calidad también debe ser accesible y oportuna.
En ese sentido, la falta de acceso y de actualización respecto a la información básica equivale a decir –según la propia lógica de Rodriguez- de que el “análisis serio” de la realidad cubana no es una característica estable del análisis económico sobre Cuba, por lo menos del que se hace de manera abierta.
- La clasificación de la información en cuatro “niveles” (“oficial/ oficiosa”, “académica elaborada por instituciones cubanas”, “organismos y firmas consultoras internacionales”, y “medios académicos e institutos de investigación en el extranjero”) es esencialmente irrelevante para determinar la calidad de la información económica disponible en Cuba.
- Es un tipo de clasificación que resulta del cruzamiento de dos parámetros: a) el contrapunteo de lo “interno” vs. lo “externo”, y de lo “no académico” vs. lo “académico”. Ninguno de esos dos parámetros tiene una relación causal directa con la calidad de la investigación.
Por ejemplo, instituciones “internas” interesadas en disimular determinados hechos pueden producir una información de calidad tan “mala” como la producida por entidades o personas “externas” con una agenda politizada. Por otra parte, una academia sin acceso a información precisa puede producir análisis –que a su vez son datos para otros investigadores- de “mala” calidad.
- La diferencia que intenta establecerse entre lo “oficial” y lo “oficioso” es muy forzada y no parece tener relevancia práctica alguna en el caso de un país como Cuba. Un ejemplo pudiera ilustrar este sinsentido. Según lo que dice “la guía”, si una estadística, como el monto de la inversión extranjera, la ofrece el Presidente del Consejo de Estado en un discurso, debe considerarse como una información “oficial”, pero si esa misma cifra la expresa el Ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera en otro discurso, entonces sería una información “oficiosa”. Parece ser una “lógica” demasiado rebuscada.
- La “guía” debería identificar claramente que los datos que se necesitan para estudiar la economía cubana rebasan ampliamente las estadísticas. Tres precisiones son necesarias: a) identificar explícitamente las diferencias entre datos y estadísticas; b) recalcar que “no todo lo que cuenta puede ser contado”, es decir, rescatar la importancia de los datos cualitativos en la investigación económica; y c) advertir sobre los riesgos que representa para la investigación cualquier posible dependencia relativa a tener que utilizar estadísticas que reflejen “lo que sea más fácil contar”, o “lo que sea más conveniente contar”. ¿Es que acaso no importa medir en Cuba la pobreza o la desigualdad simplemente porque los funcionarios opinen que pudiera ser políticamente embarazoso?, ¿Qué tiene que ver eso con el propósito de la investigación económica?
- La clasificación actual que presenta “la guía” debería ser reemplazada por una que sea relevante para las necesidades de construcción, recolección, ordenamiento y procesamiento de datos. En mi modesta opinión la categorización estándar de “datos primarios” y de “datos secundarios”, comprensible para cualquier investigador, se entiende mejor y es más relevante que la artificiosa lista de las cuatro categorías sugeridas en la lista.
Entre otras cosas, la clasificación estándar (datos primarios y secundarios) permite dar cuenta de las diferentes necesidades y habilidades que se requieren en dependencia de los distintos tipos de análisis económicos que se hacen.
No es lo mismo el análisis macroeconómico (dependiente en muy alto grado de “datos secundarios”, como las cifras del Anuario Estadístico de Cuba), que el análisis del impacto socioeconómico de la políticas económicas -por ejemplo, pobreza, desigualdad, o empleo- que tienden a depender de la producción y recolección directa de “datos primarios” por parte del propio investigador. Las capacidades, el entrenamiento específico, el tiempo, y los recursos empleados para obtener y para procesar la información serían muy diferentes en esos dos tipos de análisis.
- La “guía” debería ofrecer una explicación clara de cuáles son los retos a los que deberían enfrentarse los investigadores que necesiten producir “datos primarios” en Cuba. ¿Es posible para un investigador no vinculado a una institución nacional hacer una encuesta “por la libre”? ¿Pueden hacer encuestas o trabajo focal, en cualquier tema, todas las instituciones académicas?
- Una de las principales limitaciones de “la guía” es asumir que la investigación de los temas económicos se hace únicamente, o fundamentalmente, desde la ciencia económica. No queda claro como una noción tan arcaica ha encontrado su lugar en “la guía”. Algunos de los estudios científicos más relevantes para entender la economía cubana no han sido el resultado del trabajo de los economistas sino de científicos sociales de otras disciplinas.
Conociendo de antemano que seré injusto al no reconocer a muchos valiosos colegas, me aventuro a citar el caso de sociólogos como Juan Valdés Paz y Mayra Espina, de una psicóloga como Maria del Carmen Zabala, de antropólogos como Pedro Pablo Rodriguez y Ana Vera, y de un jurista como Narciso Cobo.
En mi modesta apreciación, uno de los textos fundamentales para entender el actual modelo económico cubano es un texto que no ha sido escrito por economistas, “Algunas claves para pensar la pobreza en Cuba desde la mirada de los jóvenes”. Les recomendaría a los investigadores empezar por esa lectura antes de emprender una aventura bibliográfica de textos cargados con largas longanizas de estadísticas económicas.
- Sería aconsejable que “la guía” pudiera brindar algún consejo al investigador acerca de cómo manejar la llamada “literatura gris”, es decir, aquella producida por académicos y también por no- académicos, que ha sido publicada en soporte de papel o electrónico, pero no en publicaciones formales (revistas o libros). Se refiere a una amplia diversidad de materiales, algunos de ellos de existencia efímera en los medios digitales. Incluye las ponencias, informes parciales de investigación, tesis, notas de discusiones, reseñas de textos, entre otros. Esta parece ser un tipo de producción académica desdeñada por “la guía” de Rodriguez, bajo el supuesto de que no tienen “seriedad académica o investigativa”, algo que, dicho sea de paso, “la guía” debería definir mejor (¿cómo se avala la calidad científica en Cuba de los textos sobre economía?).
En cualquier caso, todas las guías de investigación contemporáneas incluyen un acápite relativo a la “literatura gris” y la razón es simple: poder detectar de manera anticipada –para apoyarla- la producción científica que se encuentra fuera del circuito editorial, especialmente la producida por los jóvenes.
- La “guía” también debería dejar claro que no todos los temas reciben en Cuba la misma prioridad en la agenda de investigación sobre temas económicos. La implicación de esto es importante: resulta ser desigual la asignación de recursos y el nivel de proximidad con las entidades oficiales (no académicas), en dependencia del tema y del marco institucional en que se realiza la investigación. Como mínimo, “la guía” debería ofrecer alguna pista acerca de cuáles son los temas y sub-temas priorizados en los llamados Programas Nacionales de Ciencia y Técnica del país.
Una pequeña ayuda de Einstein
Cualquier propuesta de “guía” de investigación, especialmente cuando se enfoca en cuestiones de información, refleja –de manera consciente o inconsciente- una teoría sobre el proceso de investigación, sobre los temas bajo investigación, o ambas cosas a la vez.
En ese sentido, se le atribuye a Albert Einstein haber expresado que “El hecho de que uno pueda observar una cosa, o no, depende de la teoría que se utilice. Es la teoría lo que decide lo que debe ser observado”.
Proponer que lo que debe ser observado en la economía cubana debe provenir esencialmente de una combinación de estadísticas oficiales, discursos de funcionarios, documentos de organismos internacionales y un listado de publicaciones y de autores “reseñados selectivamente”, parece reflejar una teoría muy limitada del conocimiento sobre la transformación económica. Significa que entender el cambio equivale a tomar como válidas las mediciones y opiniones de los gobiernos, y a considerar solamente una parte del espectro del trabajo académico. Se asume –erróneamente- que nada importante, que merezca la pena ser observado, pudiera quedar fuera de esa receta.
El problema es que a la realidad económica, y a lo que de ella debe observarse, no las contienen ese tipo de “camisas de fuerzas” prescriptivas, hechas a priori. Si algo debería aprenderse de la experiencia reciente de Cuba es de las sorpresas que nos deparan “las curvas del camino”.
Lo que debería ser observado en la economía cubana debería estar informado al menos por dos tipos de teorías. En primer lugar, por el pensamiento sistémico, para poder colocar la reflexión sobre la economía cubana al nivel contemporáneo del estudio de sistemas complejos. Las causalidades lineales y los enfoques mono-disciplinarios cada vez son menos capaces de explicar la realidad social.
En segundo lugar, se necesita un modelo causal de la transformación económica, es decir, debe disponerse de una explicación racional de los principios causales a partir de los cuales opera la economía nacional, y tal modelo debe ser explícitamente enunciado.
Resumiendo: Rodríguez menciona “la complejidad”, pero sin relación con el pensamiento sistémico pues asume que un enfoque mono-disciplinario (la ciencia económica) es el apropiado, y por otra parte no identifica de qué manera la información que recomienda observar tiene que ver con el funcionamiento de las causalidades relevantes para la transformación económica del país.