Poco a poco, sin exabruptos ni imposiciones sino con una política de diplomacia, China se ha ido introduciendo en América Latina, una región que por décadas Estados Unidos controlaba como su patio trasero.
Si en los últimos 15 años esos intercambios se multiplicaron por 26, en estos momentos pueden incrementarse más debido a la enorme incertidumbre que se cierne sobre varias naciones latinoamericanas que mantienen estrechos lazos con Estados Unidos motivada por varias declaraciones del presidente Donald Trump quien, entre otras amenazas económicas, ha dicho que renegociará el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Las relaciones comerciales entre el gigante asiático y América Latina han cambiado progresivamente en los años recientes y China hoy aparece como el principal socio comercial de Brasil, Chile, Uruguay, Cuba y Perú y el segundo de México, Argentina y Venezuela.
Desde el 2003 China ha invertido más de 110.000 millones de dólares en la región, la mayoría en los últimos cinco años. El 65 % de las inversiones de ese país desde 2001 fueron destinadas al sector de las materias primas y ahora se lanza también hacia obras de infraestructura y comunicaciones.
Impulso extra resultó cuando a comienzos de 2015, en el primer Foro China-Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), efectuado en Pekín, Xi Jinping se comprometió a incrementar el comercio con la región a 500.000 millones de dólares e invertir 250 .000 millones en el transcurso de la próxima década.
Un estudio realizado por Naciones Unidas en 2016 indica que Pekín desplazó a la Unión Europea como el segundo socio comercial de Latinoamérica con 236.500 millones de dólares, siempre detrás de Estados Unidos, aunque el centro de investigación China Policy Review aseguró que en la próxima década esa nación superará a Washington como el mayor socio comercial de la región.
Claro que para lograr ese objetivo China deberá disponer de mayores empeños pues, como se conoce, Washington ha desarrollado desde el siglo XIX mecanismos con instituciones como forma de control en la región.
En primera instancia, Estados Unidos prevalece como socio principal de la región pues de manera relevante ha desarrollado desde el siglo XIX un entramado de instituciones formales e informales con ese propósito que le facilitan preservar su hegemonía en Latinoamérica.
Entre estas aparecen los diversos organismos financieros internacionales controlados por Washington o los dispositivos instituidos para imponer o controlar gobiernos en la zona.
De todas formas el gigante asiático a partir de 2016 se convirtió en el mayor prestamista de la región y superó en ese renglón al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), al Banco Mundial (BM) y al Banco de Desarrollo de América Latina.
Los beneficiarios de esos empréstitos han sido Venezuela con 56.300 millones de dólares, le siguió Brasil con 22.000 millones y Argentina, 19.000 millones, pero también resultaron importantes las entregas a Perú, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Nicaragua, Ecuador. Todo esto sin contar los intercambios comerciales bilaterales.
En cuanto a la Inversión Extranjera Directa (IED) el gigante asiático no ha dejado de invertir pese a las turbulencias políticas o económicas que se viven en varias naciones de la región.
Datos del Monitor de la OFDI en América Latina y el Caribe indican que de 2001 a 2016 China invirtió las siguientes cifras en miles de millones de dólares: en Brasil 54.849; Perú 12.372; Argentina 10.587; Cuba 5.800; Jamaica 4.927; Chile 3.306; México 3.212; Ecuador 3.052; Guyana 2.775, Bermudas 2.473; Venezuela 1.909; Colombia 1.852, Trinidad y Tobago 1.380 y en el resto de la región 2.612.
Si en los primeros años el comercio se centraba en el intercambio de materias primas, ahora ha pasado, además, a una nueva etapa que consiste en el desarrollo de inversiones en infraestructura, líneas de financiamiento, captación de recursos estratégicos y apertura a líneas comerciales para sus exportaciones.
En ese sentido China ya cuenta con más de 2.000 empresas en la región y una inversión acumulada de 217.150 millones de dólares, es decir 15,3 % de la inversión total de China hacia el exterior, según datos del Departamento de Asuntos Exteriores de la Cancillería asiática.
Innegablemente que hasta el momento han sido muchos los beneficios para América Latina que ha conllevado esta relación.
En primer lugar ayudar a varios países a esquivar la violenta crisis económica que comenzó en 2007 por Estados Unidos y que sacudió a la mayoría de las naciones del orbe.
Asimismo permitió mantener empresas, fábricas y servicios en acción a la par de que se creaban nuevos negocios.
Los intercambios e inversiones permitieron la creación de más de 254.000 nuevos empleos en Latinoamérica.
La diferencia entre lo que han ofrecido Estados Unidos y otras naciones de Occidente a la región, donde primó siempre el saqueo de sus riquezas, se contrapone con la versión china que a la par que se beneficia de esas materias primas ofrece posibilidades para el desarrollo de sus contrapartes y sus habitantes.