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sábado, 11 de agosto de 2018

Por qué muchos economistas, incluido su creador, piensan que el PIB es una medida absurda

BBC
Adaptado de la serie "Economía con subtítulos"
11 agosto 2018
Letras PIBDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image caption¿Será hora de cambiar la manera en la que medimos la riqueza de los países?
En 2016, las autoridades hicieron el mayor decomiso de cocaína en la historia de Reino Unido. Fue encontrada en Escocia tras una operación internacional y pesaba 3,2 toneladas.
El valor calculado de esa cantidad de droga vendida en la calle era de US$720 millones.
Sin duda, buenas noticias para el gobierno.
"Pues sí, pero en realidad no tanto en términos de PIB", señala Jonathon Athow, el Estadista Nacional Adjunto en la Oficina de Estadísticas Nacionales de Reino Unido.
"Porque, curiosamente, el tráfico de drogas está incluido en la medida de producción económica, que llamamos Producto Interno Bruto (PIB)".
Efectivamente, y Reino Unido no es el único país que lo hace... pero ¿por qué?
"El PIB está diseñado para ser internacionalmente comparable y en algunos países ciertas drogas son legales. Para evitar que haya una distorsión entre los países donde es legal y donde es ilegal, contamos drogas que son ilegales".
Pistola disparando rosasDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionArmas o flores... da lo mismo.
"El PIB no distingue entre la buena actividad económica y la mala actividad económica", comenta David Pilling, editor asociado del diario económico británico Financial Times.
Producir, por ejemplo, algo que salve la vida de niños cuenta tanto como la producción de balas para armas que los matan.
Esa es apenas una de las peculiaridades del PIB, una de las medidas de valor más conocidas y usadas de la Economía, que sin embargo tiene muchos detractores.

El principio de la medida y del debate

El PIB totaliza la producción de los bienes y los servicios de un país en un cierto periodo y se toma como indicador para reflejar la riqueza de una región.
Además, señala Athow, "nos ayuda a saber cuánto vamos a recibir en impuestos y, por lo tanto, cuánto puede gastar el gobierno en servicios como salud y educación".
Para comprender para qué es útil y qué no nos dice, tenemos que retroceder en el tiempo, hasta la década de 1930.
Era la época de la Gran Depresión en Estados Unidos.
En Nueva York, el economista Simon Kuznets quería encontrar la manera de medir la economía en su conjunto para ayudar a salir de la Depresión.
Simon Kuznets recibiendo el premio Nobel de EconomíaDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionKuznets quiso hacer algo muy distinto. Aquí está en 1971, recibiendo el premio Nobel de Economía.
"Empezó tratando de medir qué era realmente productivo en un sentido significativo... lo que verdaderamente traía bienestar", le cuenta a la BBC la profesora Diane Coyle de la Universidad de Cambridge y autora de "PIB: Una breve pero cariñosa historia".
Hasta entonces, se habían hecho muchas estadísticas -cuántos kilómetros de vías férreas, la cantidad de hierro producido, etc.-, pero nadie había intentado unirlas.
"Pero estalló la Segunda Guerra Mundial y el muy influyente economista británico John Maynard Keynes dijo: 'No necesito saber cuánto bienestar hay, porque estamos en una guerra y eso no es bueno para el bienestar. Lo que necesito saber es cuánto puede producir la economía y cuál es el mínimo indispensable que la gente necesita consumir, para saber cuánto sobra para financiar la guerra'", explica Coyle.
Lo urgente eran cosas como tanques y artillería, así que se necesitaba otro tipo de cálculo.
"En medio de la guerra, el triunfo es lo más importante, así que el enfoque de esa medida cambió".
Después de la guerra, Estados Unidos necesitaba saber cómo le estaba yendo a los receptores de la ayuda que daba para la reconstrucción, por lo que todos comenzaron a usar el PIB.
"Esa iniciativa angloamericana se extendió gracias a las Naciones Unidas y se convirtió en el estándar global", dice Coyle.
El mundo en monedasDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionCuánto tienes, cuánto vales...
Simon Kuznets, sin embargo, no estaba muy orgulloso de lo que había ayudado a crear.
"No estaba de acuerdo y fue muy claro al respecto. El PIB resultó ser muy distinto a su intención original: una medida de bienestar económico terminó siendo una medida de la actividad en la economía".
"La diferencia es que hay muchas cosas en la economía que no son buenaspara la sociedad pero sí para la economía. Por ejemplo: si hay más crímenes se le paga más a los abogados y a la policía, y eso cuenta en el PIB".
"Y ese debate sobre si queremos medir el bienestar en algún sentido fundamental o solamente la actividad económica continúa", afirma Coyle.

Bill Gates en el bar

A pesar de eso, el PIB llegó para quedarse y se convirtió en la forma #1 de medir la actividad económica.
Desde entonces, hay listas de los países más ricos de acuerdo a su PIB, a pesar de que es un agregado que comprime toda la actividad humana en un número, sin decir nada sobre la distribución.
"Hay un chiste de economistas que dice: Bill Gates entra a un bar y, en promedio, todos los que están ahí son millonarios. Es una broma de economistas, así que no es muy graciosa, pero sirve para explicar este punto: esa frase no nos dice nada sobre la riqueza de los otros clientes del bar, solo te dice algo sobre los ingresos de Bill Gates repartidos entre todos", explica Pilling.
Gráfico al alza partiendo de la bandera de EE.UU.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionEl PIB puede decir que el país es más rico pero, entonces, ¿quién es el país?
"Sabemos, por ejemplo, que el ingreso medio de los hogares en EE.UU. está estancado en los niveles de los años 80. Por lo tanto, gran parte del crecimiento que se mide en el PIB va a una sección de la sociedad, el 1% o tal vez, incluso al 0.1%. ¿De qué le sirve eso para la sociedad en general?".

"¡Si esto es una recesión, yo quiero una!"

Sea como sea, hoy en día, los políticos se alegran si el PIB de su país es cada vez más alto, porque pueden decir que su economía está creciendo.
Es el punto de referencia y se presenta como un número que te puede decir todo lo que necesitas saber sobre un país.
Pero David Pilling comprobó por sí mismo cuán poco te dicen los números que van detrás de esas tres letras sobre la realidad de un país cuando se fue a Tokio en 2002 a trabajar como corresponsal del Financial Times.
"Japón había sido el país que iba a tomar control de Estados Unidos gracias a su boyante economía pero ésta colapsó y su PIB nunca se recuperó. Para ese entonces, había permanecido igual durante años: si fuera un gráfico, sería una línea plana".
El economista pensó que dada la estruendosa caída y la pobre recuperación de Japón iba a encontrar "gente sin hogar, un país en ruinas...".
Ranking de paísesDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionJapón había dejado de ser el país que iba a ser más rico que EE.UU. y su PIB nunca se había recuperado.
"Lo que encontré fue, en muchos sentidos, una economía extraordinariamente vibrante, muy rica y sofisticada que parecía mucho más pudiente que la británica. No sólo a mí... un político que vino a visitar me dijo: '¡si esto es una recesión, yo quiero una!'".
"No estoy diciendo que todo fuera perfecto en Japón, sino que la expectativa creada si veías a Japón a través del prisma del PIB realmente no se ajustaba a la realidad de ninguna manera", explica Pilling.

La clave está en el nombre

La experiencia en Japón fue, para Pilling, prueba contundente de que el PIB es una medida de calidad muy mala, aunque excelente en cantidad.
"La calidad de las cosas en Japón es increíble. La calidad de la comida, de los servicios... un gran ejemplo son sus trenes bala, cuyos horarios se mide en cuartos de segundo, sus retrasos son menos de un segundo y también viajan al doble de velocidad. Sin embargo, su contribución al PIB es solo lo que cuesta subirse al tren. No hay ajuste por la calidad".
"Entonces, un tren británico destartalado que se descompone continuamente contribuye lo mismo al PBI que un tren bala. ¿Por qué? ¿Qué pasa con la contribución a la calidad de nuestra vida?", pregunta.
El tren bala Shinkansen pasando frente a la Montaña Fuji.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionNo todos los trenes son iguales. El tren bala Shinkansen pasando frente a la Montaña Fuji.
Y eso se proyecta a dimensiones planetarias: "Si fabricas autos que se dañan en un año y tienes que comprar otro, eso es bueno para el PIB. Reciclar es malo para el PIB. La idea es que que produzcamos más y consumamos más en un ciclo cada vez mayor, si no queremos perjudicar la economía", destaca Pilling.
"Pero, la economía es nosotros, la economía es lo que elegimos que sea. La economía puede ser más tiempo de ocio, una vida más larga, mejores servicios de salud o aire más limpio. Pero a menos que midamos esas cosas corremos el peligro de seguir con esta medida de nuestro supuesto éxito en detrimento de otras cosas".
"Hay que medir lo que nos importa. Si no mides algo, lo más probable es que se pase por alto en las políticas públicas. Lo que los gobiernos miden ayuda a establecer sus políticas. Supón que establecieran una medida que determine el aumento de nuestra esperanza de vida, entonces presumiblemente destinarían más recursos para mejorar la salud de las naciones", dice el editor asociado del Financial Times.
"El PIB es el producto interno bruto... la clave está en el nombre", concluye Pilling.

Estados Unidos corre el riesgo de perder una guerra comercial con China


NUEVA YORK – Lo que en un principio fue una escaramuza comercial –en la que el presidente norteamericano, Donald Trump, impuso aranceles al acero y al aluminio- parece estar transformándose aceleradamente en una guerra comercial hecha y derecha con China. Si la tregua acordada por Europa y Estados Unidos se mantiene, Estados Unidos estará peleando principalmente con China, en lugar de con el mundo (por supuesto, el conflicto comercial con Canadá y México seguirá cociéndose a fuego lento, dadas las demandas estadounidenses que ninguno de los dos países puede o debe aceptar).

Más allá de la afirmación verdadera, pero por ahora perogrullesca, de que todos saldrán perdiendo, ¿qué se puede decir sobre los posibles resultados de la guerra comercial de Trump? Primero, la macroeconomía siempre prevalece: si la inversión doméstica de Estados Unidos sigue superando a sus ahorros, tendrá que importar capital y tener un déficit comercial enorme. Peor aún, debido a los recortes impositivos implementados a fines del año pasado, el déficit fiscal de Estados Unidos está alcanzando nuevos récords –recientemente se proyectó que superará 1 billón de dólares en 2020-. Esto significa que el déficit comercial casi con certeza aumentará, más allá de cuál sea el resultado de la guerra comercial. La única manera de que esto no suceda es si Trump lleva a Estados Unidos a una recesión, en la que los ingresos decaigan tanto que la inversión y las importaciones se desplomen.

El “mejor” resultado del enfoque limitado de Trump sobre el déficit comercial con China sería una mejora de la balanza bilateral, acompañada de un incremento de igual cantidad en el déficit con algún otro país (o países). Estados Unidos podría vender más gas natural a China y comprar menos lavarropas; pero les venderá menos gas natural a otros países y le comprará lavarropas o cualquier otra cosa a Tailandia u otro país que ha evitado la ira irascible de Trump. Pero, como Estados Unidos interfirió en el mercado, pagará más por sus importaciones y recibirá menos por sus exportaciones que si ése no hubiera sido el caso. En resumen, el mejor resultado significa que Estados Unidos estará peor que hoy.

Estados Unidos tiene un problema, pero no es con China. Es en casa: Estados Unidos ha venido ahorrando demasiado poco. Trump, como tantos de sus compatriotas, es inmensamente corto de miras. Si entendiera un ápice de economía y tuviera una visión a largo plazo, habría hecho todo lo posible para aumentar los ahorros nacionales. Eso habría reducido el déficit comercial multilateral.

Existen soluciones rápidas y obvias: China podría comprar más aceite norteamericano y vendérselo a otros. Esto no implicaría ni la más mínima diferencia, más allá de, quizás, un leve incremento en los costos transaccionales. Pero Trump podría bramar que logró eliminar el déficit comercial bilateral. 

En verdad, reducir significativamente el déficit comercial bilateral de una manera relevante resultará difícil. En la medida que disminuya la demanda de productos chinos, el tipo de cambio del renminbi se debilitará –aún sin ninguna intervención del gobierno-. Esto compensará en parte el efecto de los aranceles estadounidenses; al mismo tiempo, aumentará la competitividad de China con otros países –y esto será así inclusive si China no utiliza otros instrumentos en su haber, como controles salariales y de precios, o presiona fuertemente por aumentos de la productividad-. La balanza comercial general de China, al igual que la de Estados Unidos, está determinada por su macroeconomía.

Si China interviene más activamente y toma represalias de manera más agresiva, el cambio en la balanza comercial de Estados Unidos y China podría inclusive ser menor. El dolor relativo que cada uno infligirá en el otro es difícil de precisar. China tiene más control de su economía y ha buscado virar hacia un modelo de crecimiento basado en la demanda doméstica más que en la inversión y las exportaciones. Estados Unidos simplemente está ayudando a China a hacer lo que ya ha intentado hacer. Por otro lado, las acciones estadounidenses se producen en un momento en el que China intenta manejar el exceso de apalancamiento y de capacidad; al menos en algunos sectores, Estados Unidos dificultará estas tareas mucho más.

Hay algo que está claro: si el objetivo de Trump es impedir que China lleve adelante su política “Hecho en China 2025” –adoptaba en 2015 para impulsar su objetivo de 40 años de achicar la brecha de ingresos entre China y los países avanzados-, casi sin duda fracasará. Por el contrario, las acciones de Trump no harán más que fortalecer la decisión de los líderes chinos de impulsar la innovación y alcanzar la supremacía tecnológica, en tanto tomen conciencia de que no pueden depender de los demás y de que Estados Unidos es actuando de una manera hostil.

Si un país entra en guerra, comercial o de otro tipo, debería estar seguro de que hay buenos generales a cargo, con objetivos claramente definidos, una estrategia viable y un respaldo popular. Es aquí donde las diferencias entre China y Estados Unidos parecen tan grandes. Ningún país podría tener un equipo económico menos calificado que Trump y una mayoría de los norteamericanos no respaldan la guerra comercial.

El respaldo público se desvanecerá aún más en tanto los norteamericanos tomen conciencia de que pierden por partida doble con esta guerra: los empleos desaparecerán, no sólo por las medidas en represalia que tome China, sino también porque los aranceles estadounidenses harán subir el precio de las exportaciones de Estados Unidos y las tornarán menos competitivas; y los precios de los productos que compren aumentarán. Esto puede obligar a que caiga el tipo de cambio del dólar, haciendo subir la inflación aún más en Estados Unidos –dando lugar a una oposición aún mayor-. La Fed probablemente suba entonces las tasas de interés, lo que conducirá a una inversión y a un crecimiento más débiles, y a más desempleo.

Trump ya ha mostrado cómo responde cuando sus mentiras quedan expuestas o sus políticas fracasan: redobla la apuesta. China ha ofrecido en repetidas ocasiones maneras de salvar las apariencias para que Trump abandone el campo de batalla y declare la victoria. Pero él se niega a aceptarlas. Quizá se pueda encontrar esperanza en tres de sus otros rasgos: su foco en la apariencia sobre la sustancia, su imprevisibilidad y su amor por la política de “grandes hombres”. Tal vez en una reunión importante con el presidente Xi Jinping, puede declarar que el problema está resuelto, con algunos ajustes menores en los aranceles aquí y allá, y algún gesto nuevo hacia la apertura de mercado que China ya había planeado anunciar, y todos se pueden ir a casa contentos. 

En este escenario, Trump habrá “resuelto”, de manera imperfecta, un problema que él mismo creó. Pero el mundo luego de su tonta guerra comercial, será diferente: más incierto, menos confiado en el régimen de derecho internacional, y con fronteras más duras. Trump ha cambiado el mundo, permanentemente, para peor. Inclusive con los mejores resultados posibles, el único ganador es Trump –con su ego sobredimensionado inflado un poco más.


JOSEPH E. STIGLITZ  a Nobel laureate in economics, is University Professor at Columbia University and Chief Economist at the Roosevelt Institute. His most recent book is Globalization and Its Discontents Revisited: Anti-Globalization in the Era of Trump.

Cuba actualiza leyes de propiedad industrial ante esperado auge de inversión extranjera

Spanish.xinhuanet.com 2018-08-11 11:09:55

HABANA, 10 ago (Xinhua) -- Cuba emitió este viernes un paquete de medidas dirigidas a proteger la propiedad industrial nacional, ante el aumento del sector privado nacional y las gestiones del gobierno por atraer inversores extranjeros.

María Sánchez, directora general de la Oficina Cubana de Propiedad Industrial (OCPI), expresó a la prensa local que se busca atemperar la legislación vigente al escenario contemporáneo y suplir vacíos jurídicos en beneficio del país.

El conjunto de decretos y leyes publicados este viernes en la Gaceta Oficial extraordinaria número 40 busca defender la transferencia de conocimientos y tecnologías cubanas durante los negocios con inversionistas foráneos, mientras protege los derechos de los empresarios privados locales sobre sus patentes y marcas.

Según Sánchez, estas regulaciones buscan garantizar que los derechos de propiedad industrial se exploten mediante contratos sin cláusulas comerciales restrictivas y abusivas, en detrimento de la libertad de desempeño empresarial y comercial de las entidades cubanas.

Igualmente protege la información no divulgada bajo el control legítimo de personas naturales y jurídicas, así como de los datos depositados en los órganos regulatorios que autorizan la comercialización de productos farmacéuticos y químicos para la agricultura.

Actualmente la exportación de productos biotecnológicos y biofarmaceúticos es uno de los pilares más rentables de la economía cubana.

Las nuevas normas entrarán en vigor en próximo octubre dentro del proceso de instrumentación de la Política de Propiedad Industrial, aprobada por el Consejo de Ministros en 2014.

"Es importante que las disposiciones de propiedad industrial preserven los conocimientos e innovaciones tecnológicas de la parte cubana y protejan los futuros resultados", precisó la funcionaria.

Según la Oficina Nacional de Estadísticas, en 2016 un grupo de 163 patentes cubanas fueron solicitadas por entidades extrajeras, 40 de estas licencias fueron solicitadas por compañías de Estados Unidos, a pesar del embargo que Washington mantiene sobre La Habana.

Las nuevas medidas protegen además contra las "prácticas desleales" en las actividades industriales o comerciales, entre ellas el uso de una reputación ajena, el empleo de logotipos y marcas, la falsificación y el perjuicio a otros a través de la publicidad.

Hace un mes, como parte de todo el reordenamiento jurídico y económico en Cuba, el gobierno emitió una regulación que obliga a los emprendedores privados a registrar sus marcas y signos distintivos en la Oficina Cubana de Propiedad Industrial.

La medida entrará en vigor el 7 de diciembre y está dirigida a proteger el derecho de marcas y símbolos diseñados por estos actores, quienes tienen un año para registrar su marca distintiva.

Expertos del Bufete Cubano de Propiedad Industrial LEX S.A. han señalado que con el auge del trabajo por cuenta propia en la isla, cada vez más personas naturales registran las marcas de sus negocios.

Muchos emprendedores han aprendido a usar de manera efectiva esta protección jurídica para preservar sus nombres y lemas comerciales, rótulos de establecimientos, logotipos, y otros elementos que distinguen su gestión mercantil.

Las regulaciones emitidas hoy se consideran parte del complemento de la la Ley No. 118 de la Inversión Extranjera.

Cuba emitió en 2012 un grupo de decretos dirigidos a proteger la propiedad industrial, debido al auge del trabajo privado y a la búsqueda de inversores extranjeros, pero la actual legislación posee un alcance mayor.

La propiedad industrial es el conjunto de derechos que puede poseer una persona física o jurídica sobre inventos, patentes, o marcas comerciales, entre otros.

El derecho de prohibir (Ius prohibendi) es la parte más destacada de la propiedad industrial ya que permite al titular del derecho solicitar el pago de una licencia.

El Convenio de París y el Acuerdo sobre Derechos de la Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio son los dos principales acuerdos internacionales sobre la propiedad industrial.

Desde la llegada al poder en abril pasado del presidente Miguel Díaz-Canel han sido publicados varios paquetes de medidas para facilitar la inversión extranjera, regular la actividad privada y expandir la entrega de tierra laborable en usufructo.