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martes, 25 de septiembre de 2018

Las tres tribus de la austeridad

Por Yanis Varufakis 

Ninguna política es tan contraproducente en épocas de recesión como tratar de obtener superávit fiscal con el objetivo de contener la deuda pública; es decir, las políticas de austeridad. Mientras se acerca el décimo aniversario del derrumbe de Lehman Brothers, cabe preguntarnos por qué la austeridad despertó tanto entusiasmo en las élites políticas de Occidente después de la implosión del sector financiero en 2008. 

El argumento económico contra la austeridad es claro y contundente: una desaceleración económica, por definición, implica reducción del gasto del sector privado. Cuando en respuesta a la caída de la recaudación tributaria un gobierno recorta el gasto público, deprime sin darse cuenta el producto nacional (que es la suma del gasto privado y público) e inevitablemente, sus propios ingresos. De tal modo, dificulta el objetivo original de reducir el déficit. 

Es evidente entonces que debe haber otra motivación, no económica, para defender la austeridad. En la práctica, los partidarios de la austeridad se dividen en tres tribus bastante diferentes, cada una de las cuales tiene motivos propios para promoverla. 

La primera, y la más conocida, de las tribus de la austeridad obra motivada por una tendencia a comparar al Estado con una empresa o una familia, que debe ajustarse el cinturón en los malos tiempos. Pero al desestimar la interdependencia crucial que hay entre el gasto del Estado y sus ingresos (tributarios), una interdependencia de la que empresas y familias están exentas, los miembros de esta tribu dan el salto intelectual erróneo que va de la frugalidad privada a la austeridad pública. Pero no es un error arbitrario, sino fuertemente motivado por un compromiso ideológico con el achicamiento del Estado, que a su vez oculta un interés de clase más siniestro en la redistribución de riesgos y pérdidas hacia los pobres. 

La segunda tribu de la austeridad, no tan reconocida, puede hallarse en la socialdemocracia europea. Para tomar un ejemplo destacado, cuando estalló la crisis de 2008, el ministerio de finanzas de Alemania estaba en manos de Peer Steinbrück, un importante miembro del Partido Socialdemócrata. Casi de inmediato, Steinbrück prescribió una dosis de austeridad como respuesta óptima de Alemania a la Gran Recesión. 

También promovió una enmienda constitucional que prohibiera a todos los gobiernos alemanes futuros apartarse de la austeridad, por profunda que sea una desaceleración económica. ¿Por qué, podemos preguntarnos, querría un socialdemócrata convertir la contraproducente austeridad en un mandato constitucional durante la peor crisis del capitalismo en décadas? 

Steinbrück dio la respuesta en el Bundestag en marzo de 2009. Su retorcido argumento podría resumirse en esta frase: “¡Es la democracia, estúpido!”. En un contexto de quiebras de bancos y una recesión imponente, opinó que el déficit fiscal quita a los gobernantes electos “margen de maniobra” y despoja al electorado de alternativas significativas. 
Aunque Steinbrück no lo dijo con todas las letras, su mensaje subyacente fue claro: incluso si la austeridad destruye empleos y perjudica a la gente común, es necesaria para preservar un margen para la decisión democrática. Extrañamente, no se le ocurrió que, al menos durante una recesión, hay un modo mejor de preservar ese margen, sin ajuste fiscal: aumentar los impuestos a los ricos y las prestaciones sociales a los pobres. 

La tercera tribu de la austeridad es estadounidense, y tal vez la más fascinante de las tres. Mientras los thatcheristas británicos y los socialdemócratas alemanes practicaban la austeridad en un desacertado intento de eliminar el déficit fiscal, a los republicanos estadounidenses no les preocupa realmente contener el déficit del gobierno federal, ni creen que lo lograrán. Tras ganar la elección con una plataforma que proclamaba el odio al Estado grande y el compromiso con achicarlo, proceden a aumentar el déficit fiscal federal aprobando grandes rebajas de impuestos para sus donantes ricos. Aunque parecen totalmente libres de la fobia al déficit de las otras dos tribus, el objetivo de los republicanos (“matar de hambre a la bestia”, esto es, al sistema de prestaciones sociales estadounidense) es proausteridad hasta la médula. 

En este sentido, Donald Trump es un republicano hecho y derecho. Ayudado por la exorbitante capacidad del dólar para atraer compradores de deuda pública estadounidense, puede dar por sentado que cuanto más aumente el déficit fiscal federal (mediante dádivas impositivas a los de su clase), mayor será la presión política sobre el Congreso para recortar la seguridad social, Medicare y otros programas. Así, echan por la borda la justificación usual de la austeridad (equilibrio fiscal y contención de la deuda pública) y van directo a su objetivo político más profundo: eliminar las ayudas a los muchos y redistribuir el ingreso entre los pocos. 

En tanto, independientemente de los objetivos de los políticos del establishment y sus cortinas de humo ideológicas, el capitalismo siguió evolucionando. Hace mucho que la inmensa mayoría de las decisiones económicas ya no las toman las fuerzas del mercado, sino un hipercartel estrictamente jerárquico (aunque bastante laxo) de corporaciones globales. Sus directivos fijan precios, determinan cantidades, manejan expectativas, fabrican deseos y se complotan con políticos para crear pseudomercados que subsidian sus servicios. La primera víctima fue el objetivo de pleno empleo de tiempos del New Deal, oportunamente reemplazado por la obsesión con el crecimiento. 

Más tarde, en los noventa, cuando el hipercartel se financierizó (y empresas como General Motors se convirtieron en grandes corporaciones financieras especulativas que a veces también fabrican autos), se sustituyó el objetivo del crecimiento del PIB por el de “resiliencia financiera”: una incesante inflación de activos de papel para los pocos y austeridad permanente para los muchos. Este mundo feliz se convirtió naturalmente en entorno propicio para las tres tribus de la austeridad, a cuya supremacía ideológica cada una de ellas hizo un aporte especial propio. 

De modo que la ubicuidad de la austeridad refleja una dinámica general que, disfrazada de capitalismo de libre mercado, está creando un sistema económico global financierizado, jerárquico y cartelizado. Triunfa en Occidente porque tres poderosas tribus políticas lo defienden. Los enemigos del Estado grande (que ven en la austeridad su gran oportunidad de achicarlo) unen fuerzas con los socialdemócratas europeos (que sueñan con tener más opciones cuando lleguen al gobierno) y con los republicanos desgravadores (decididos a desmantelar el New Deal estadounidense de una vez y para siempre). 

El resultado no es sólo un padecimiento innecesario para amplias franjas de la humanidad. También presagia un terrible círculo vicioso global de aumento de la desigualdad e inestabilidad crónica. 
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El pendiente plan de desarrollo estratégico de Cuba: planificar cuando no es factible predecir


Por Pedro Monreal
25 de septiembre de 2018
Siendo un Sistema de Dirección del Desarrollo Económico y Social que concibe la planificación como su componente principal, algo anómalo parecería estar ocurriendo en Cuba: se hace un plan anual sin contar con un plan de desarrollo de largo plazo.
Ambos tipos de planes están contemplados en el Sistema de Dirección, pero el Plan de la Economía ha estado diseñándose y aplicándose anualmente sin tener como referencia un plan estratégico. En esas condiciones, tres preguntas parecen relevantes:
-          ¿Es el plan estratégico un instrumento necesario o accesorio?
-           ¿Es el plan estratégico un instrumento con utilidad práctica para el proceso de desarrollo, incluso si fuese accesorio?
-          ¿En qué se apoyaría la noción de que el plan estratégico pudiera tener utilidad instrumental? 
La primera pregunta se ubica en el plano de las prioridades, la segunda en el plano de la utilidad, y la tercera aborda la importante cuestión de las premisas básicas del propio concepto de planificación estratégica.
Aunque no es el propósito de esta breve nota profundizar en el tema, conviene apuntar que tratar de responder esas preguntas pudiera ser importante porque apenas faltan tres meses para diciembre de 2018, el plazo que oficialmente se ha anunciado para la aprobación del plan estratégico por parte del Parlamento cubano. Su fase de terminación coincidiría en el tiempo con un debate constitucional que, a todas luces, tiene mayor prioridad en la agenda política nacional. (1)
¿Influiría esa coincidencia en la calidad del diseño del plan estratégico? Es difícil aventurar una respuesta, pero pudiera ser conveniente explorarla brevemente.
De lo declarativo a lo instrumental
Ciertamente, existe un documento titulado “Bases del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030: Visión de la Nación, Ejes y Sectores Estratégicos”, pero, en sentido estricto, ese no es un plan estratégico. (2)
El documento –sometido a consulta popular y modificado en más de una ocasión- contiene elementos de un plan estratégico (principios rectores, visión de la nación, ejes y sectores estratégicos) pero carece de otros componentes cruciales. No contiene objetivos, ni metas, ni un calendario especifico. Tampoco se identifican las prioridades de inversión, los montos necesarios y los recursos disponibles.
De hecho, el reconocimiento de esa limitación parece explicar el propio cambio que tuvo lugar en el título del documento en mayo de 2017 cuando dejó de llamarse “Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030” y fue retitulado como “Bases del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030: Visión de la Nación, Ejes y Sectores Estratégicos”.
De esa manera, mayo de 2017 marcó un momento de bifurcación –al menos temporal- de las trayectorias de los tres principales documentos preparados para guiar la reforma del modelo económico y social de Cuba: “Lineamientos”, “Conceptualización” y “Plan de Desarrollo 2030”. Los dos primeros se materializaron en forma de “textos definitivos” en julio de 2017, mientras que el rebautizado “Bases del Plan Nacional de Desarrollo…” todavía se mantiene como un documento inconcluso que ha “completado solo unas fases dentro del proceso de elaboración, en el que se debe continuar trabajando”. Se supone que debería ser aprobado en diciembre de 2018. (3)
Dos planos de análisis
Conviene puntualizar que la discusión sobre el diseño de un plan estratégico debe dejar claramente establecida la coexistencia de dos planos de análisis posibles: el plano general sobre la planificación y el plano más delimitado respecto a la planificación estratégica. Obviamente son dos planos que existen de manera combinada en la realidad, pero que requieren atención particular durante el análisis.
En este texto no se aborda el plano general de la planificación. Este ha sido objeto de un viejo y extenso debate que se mantiene vigente en nuestros días. Una de sus variantes es la relativa a la “superioridad” o “inferioridad” –según el enfoque utilizado- del plan en relación con el mercado, un debate que incluye la discusión sobre el “cálculo económico”. La contraposición de teorías sobre el asunto ha implicado a notables economistas y científicos sociales como Carlos Marx, Federico Engels, Ludwig von Mises, F.A. Hayek, Joseph Schumpeter, Oskar Lange, Lenin, Nikolai Bukharin, Abba Lerner, Fred M. Taylor, Henry Douglas Dickinson, Maurice Dobb, Michael Albert, Robin Hahnel, Paul Cockshott, Allin Cottrell, Andy Pollack, David McMullen, Alec Nove, Janos Kornai, Ernest Mandel, Wlodzimierz Brus, Branko Horvath, Ota Sik, Karl Popper, y Joseph Stiglitz, entre otros.
El tema que se aborda sucintamente aquí se refiere al plano específico de la capacidad estatal para poder planificar estratégicamente, es decir, para identificar una posible trayectoria desde la situación actual hacia un estado de desarrollo futuro –hasta el 2030- y para definir un marco prescriptivo que permita tomar decisiones para poder avanzar hacia ese futuro.
Lo estratégico y su complejidad
Un plan estratégico debe contar con una perspectiva sobre “lo deseable” (una visión, sus ejes y sectores), pero debe ir mucho más allá de eso. Debe ser capaz de explicar la manera en que se produciría el cambio y también debe ser capaz de ofrecer sistemáticamente instrumentos que faciliten soluciones para problemas que no pueden ser conocidos de manera anticipada. Este último es un punto central para considerar.
Si algo pone en evidencia la práctica, de manera reiterada, es que los distintos componentes de un sistema económico interactúan entre ellos, creando patrones “emergentes” que en general no son predecibles.
En síntesis, un plan estratégico de desarrollo debe ser entendido desde un enfoque de complejidad. Es algo que generalmente se reconoce discursivamente, pero que presenta importantes lagunas en cuanto a la manera en que se materializa a nivel de instrumentos de políticas económicas y sociales. No es objetivo discurrir aquí sobre los enfoques de la complejidad. Simplemente me limito a señalar la importancia práctica de tratar de incorporar esos enfoques, de manera más intensa, en el diseño actual de las políticas económicas en Cuba. 
Lo anterior es significativo porque la manera en que parece estar concibiéndose en Cuba el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030 se apoyaría en el supuesto de que existe una capacidad de predicción relativamente precisa acerca del futuro.
Parece considerarse que “una visión estratégica y consensuada a mediano y largo plazos” permite “orientar la conducción del desarrollo”. (4) Es decir, se asume que sería posible definir anticipadamente las intervenciones que conducirían hacia el estado de cosas deseado, o que se podría intervenir con efectividad antes de que las perturbaciones del sistema que se intenta transformar lo pudieran conducir a un estado no deseado.
Predicción, adaptación y planificación
Las preguntas relevantes serían entonces las siguientes:
-          ¿Es realmente factible predecir sistemas sociales complejos como los que intenta sintetizar el modelo económico y social de Cuba?
-          Si no fuese posible basar la planificación estratégica en la predicción, ¿en qué debería basarse entonces?
Las respuestas cortas a esas preguntas pudieran ser:
-          No es posible predecir con precisión aceptable los sistemas sociales complejos. Esto es algo que se conoce desde hace tiempo. En el mejor de los casos, pudieran identificarse tipos genéricos de “patrones” que pudieran surgir cuando se cumpliesen una serie de condiciones generales, pero no es posible predecir con precisión eventos específicos ni los detalles de las configuraciones del futuro.
-          Como no es posible predecir las interacciones futuras de un sistema complejo, es entonces importante diseñar mecanismos de regulación que faciliten la adaptación de los sistemas complejos a situaciones imprevistas.
La última versión conocida del documento “Bases del Plan Nacional de Desarrollo…”  incluye un caso concreto que permite ejemplificar lo inadecuado de utilizar la predicción como instrumento de planificación estratégica.
El documento identifica 11 sectores estratégicos a partir de la adopción de 10 criterios metodológicos. El problema es que esos criterios representan un intento de preespecificar hoy las condiciones que permitirían identificar soluciones para generar eventos deseables en el futuro, en este caso, la consolidación de sectores estratégicos en el futuro.
Sin embargo, esa pre- especificación pudiera ser irrelevante en algunos casos. La razón es que las propias interacciones entre los sectores –en la medida en que estos se establecen y expanden- pudiera generar nueva información relevante para el funcionamiento del sistema que no se correspondería con las condiciones iniciales en las que se basó la identificación de los sectores estratégicos.
Un sistema, como el conformado por los sectores estratégicos, interactúa a su interior (entre los sectores) y con un entorno cuyo cambio es esencialmente impredecible. ¿Cómo anticipar en un plan estratégico esas interacciones y sus resultados?
Llama la atención, por ejemplo, la ausencia de la minería como un sector estratégico. ¿Cuál es el fundamento que impediría considerar que algunas interacciones intersectoriales –por ejemplo, una mayor eficiencia energética y una mejor logística integrada- pudieran combinarse con factores del entorno –mayores precios de materias primas- para establecer la minería como un sector estratégico?
Un ejemplo adicional pudiera ser el de la tasa de cambio, un factor actual que es crucial pero que no se menciona en el documento. No queda claro si la predicción de sectores estratégicos se hizo teniendo en cuenta la tasa oficial actual de 1 peso cubano (CUP) = 1 dólar estadounidense (USD), o si se tuvo en consideración otro nivel de la tasa. Sin embargo, es sabido que, en dependencia de la tasa de cambio, pudieran existir en el futuro listados muy diferentes de sectores estratégicos en Cuba. La tasa de cambio es el precio relativo más importante de una economía “abierta” al exterior como la cubana y en esas condiciones la composición sectorial de la economía es muy sensible a la tasa de cambio. La tasa de cambio no debería quedar fuera de los criterios metodológicos para definir sectores estratégicos, como sucede en la última versión publicada del documento “Bases del Plan Nacional de Desarrollo…”. 
La adaptación y la planificación
La capacidad de adaptación es un supuesto mucho más útil que la capacidad de predicción a la hora de pensar en posibles diseños de un plan estratégico y eso debería tener un efecto sobre la selección y la construcción de los instrumentos de la política económica y social del país.
No obstante, pudiera implicar un reto pues todavía en Cuba parece concedérsele viabilidad metodológica a la capacidad de predicción. Esta es un área en la que se requiere operar un cambio profundo -y rápido- pues no se trataría solamente de modificar la manera en que se diseñan los instrumentos de regulación como el plan estratégico, para hacerlos más flexibles, sino que se necesitaría un cambio más radical en los propios instrumentos de regulación.
Lo anterior no significa que no sea posible utilizar la planificación estratégica como un mecanismo de regulación económico y social. La adopción de un enfoque de complejidad desafía las nociones de regulación basadas en modos de regulación basados en los supuestos de predictibilidad y control. Sin embargo, ello no plantea un problema para la regulación en sí misma, ni para la planificación estratégica como modalidad de regulación.
Solamente sería incompatible con nociones rígidas de regulación que asumen que se puede configurar el futuro a partir de la premisa falsa de que es posible explicar los detalles del futuro y predecir de manera específica cómo se regularía la evolución del sistema económico. En realidad, un enfoque de complejidad pudiera ser compatible con otros modos de planificación estratégica en los que la adaptación desempeñase una función crucial en la regulación.
Los enfoques más rígidos de regulación (apoyados en el supuesto de la predicción) tienden a utilizar principalmente instrumentos de “patrones” (coherentes con una predicción del futuro) que se utilizarían para “disciplinar” y para “guiar” las políticas económicas y sociales. Los instrumentos de “patrones” definen de manera anticipada las funciones de las diferentes partes del sistema y aspiran a construir una configuración futura (un patrón) como consecuencia de la aplicación de reglas que funcionan a partir de roles prestablecidos para cada parte del sistema. Se conceptualiza la configuración del futuro que pudiera existir en el contexto de posiciones normativas acerca de cómo debería ser el futuro.
Por otra parte, los modos de regulación asociados a enfoques de complejidad (apoyados en la adaptación) se apoyarían fundamentalmente en instrumentos de “marco” -de tipo relacionales- que no definen de manera anticipada y rígida la función de cada componente del sistema, sino que simplemente identifica ciertas relaciones que deberían ser excluidas. Los instrumentos que se establecen se apoyan en el presente y no en el futuro, que no es predecible. No son instrumentos que se orientan a propiciar patrones específicos del futuro, sino que son instrumentos concebidos para funcionar como “filtros” en el presente. Son instrumentos que requieren la flexibilidad operativa de los componentes del sistema, mecanismos de retroalimentación, y capacidad de aprendizaje. Por supuesto, estos instrumentos no son perfectos y no eliminan la incertidumbre, aunque pudieran reducirla.
Se trata de un tema que, en todas partes, genera polémica entre especialistas y entre estos y los funcionarios. No es propósito entrar aquí en detalles y su discusión rebasa ampliamente las posibilidades que ofrece un breve artículo, pero debe tenerse en cuenta.
Como se expresó anteriormente, ese parece ser un reto que todavía no parece claro cómo se resolvería en Cuba.
Marco constitucional y planificación estratégica: ¿falta algo?
Se supone que tanto la Constitución como el plan estratégico para el 2030 debieran ser documentos con validez en el largo plazo.
Asumiendo que se considerase razonable reducir el peso relativo de los instrumentos de “patrones” (basados en la predicción) y aumentar la relevancia de los instrumentos de “marco” (basados en la adaptación), sería imprescindible poder contar con “reglas de juego” flexibles que funcionasen como “filtros” en las relaciones entre los diferentes componentes que integran el modelo económico y social de Cuba.
En esa lógica, parecería ser racional poder contar primero con un marco constitucional que ofreciera amparo legal para el funcionamiento de esas “reglas del juego”. Para poder establecer los “filtros” que funcionarían en las relaciones entre los componentes del sistema habría que considerar los derechos de la mayor cantidad posible de los diversos actores que operan en el sistema y las garantías estatales que concederían estabilidad a las “reglas del juego”.
Sin embargo, resulta interesante que, a pesar de que desde 2016 el Partido Comunista de Cuba (PCC) consideró apropiado el establecimiento de la personalidad jurídica de la empresa privada nacional -para “no refugiarnos en ilógicos eufemismos para esconder la realidad” (5)- todo parece indicar que la nueva Constitución esquivará esa necesaria acción.
Un argumento recientemente expresado indicaba que el proyecto constitucional no define todos los actores económicos que responden a la propiedad privada, pero que “el reconocimiento constitucional de la propiedad privada, constituye el mecanismo habilitante, que ofrece el cauce legal para la promulgación de normativas especiales que regulen el funcionamiento de empresas familiares, pequeñas y medianas empresas”. (6)
El problema es que, incluso para alguien que no posea entrenamiento jurídico, como es mi caso, lo que pudiera “sacarse en limpio” de ese argumento son al menos dos cosas. En primer lugar, que la indefinición constitucional respecto a determinados actores del modelo económico -una indefinición selectiva- no posibilitará establecer con claridad los derechos de esos actores ni las responsabilidades del Estado para garantizar algo (los derechos) que son un importante componente de la regulación. En segundo lugar, que el proceso constitucional, si se me permite una expresión popular, parece que va a “pasarse con ficha” respecto a la personalidad jurídica de la empresa privada nacional.
Ambas cosas afectan la posibilidad de que el sistema económico pueda contar con “reglas del juego” que permitan una regulación efectiva. No facilitan la utilización de instrumentos de “marco” para la planificación estratégica y dificultan la adaptación del sistema a los cambios impredecibles que todos sabemos que inevitablemente van a suceder.
Se pudiera estar sacrificando la flexibilidad que necesita el sistema con tal de priorizar la cuestionable noción de que pudiera alcanzarse una configuración futura (el modelo “actualizado”) esencialmente como resultado de la aplicación de reglas que funcionan a partir de roles prestablecidos para cada parte del sistema.

Notas
1 Ver, “Texto íntegro del Discurso pronunciado por Raúl en la Segunda Sesión Extraordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular”, Granma, 1 de junio de 2017 http://www.granma.cu/cuba/2017-06-01/texto-integro-del-discurso-pronunciado-por-raul-en-la-segunda-sesion-extraordinaria-de-la-asamblea-nacional-del-poder-popular
2 “Documentos del 7mo. Congreso del Partido aprobados por el III Pleno del Comité Central del PCC el 18 de mayo de 2017 y respaldados por la Asamblea Nacional del Poder Popular el 1 de junio de 2017”, suplemento de Granma, junio de 2017, http://www.granma.cu/file/pdf/gaceta/%C3%BAltimo%20PDF%2032.pdf
3 Ver “Cobertura especial: sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular”, Juventud Rebelde, 30 de mayo de 2017, http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2017-05-30/cobertura-especial-sesion-extraordinaria-de-la-asamblea-nacional-del-poder-popular
que priorizan el establecimiento entre las reglas que se establecen y la propia evolución que se produce en el sistema como consecuencia de interacciones (que son impredecibles) entre los componentes del sistema.
4 Ver, “Bases del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030: Visión de la Nación, Ejes y Sectores Estratégicos”,  http://www.granma.cu/file/pdf/gaceta/%C3%BAltimo%20PDF%2032.pdf
5 Ver, “Informe Central al VII Congreso del Partido Comunista Cuba”, Cubadebate, 17 de abril de 2016, http://www.cubadebate.cu/noticias/2016/04/17/informe-central-al-vii-congreso-del-partido-comunista-cuba/#.W6pIdvZoQl0
6  Oscar Figueredo Reinaldo, Edilberto Carmona Tamayo, “Reforma Constitucional en Cuba: Apuntes económicos (Final)”, Cubadebate, 21 de septiembre de 2018, http://www.cubadebate.cu/especiales/2018/09/21/reforma-constitucional-en-cuba-apuntes-economicos-final-infografias/#.W6kOkvZoQl0


Codicia y miedo

Larry Summers es uno de los economistas keynesianos más importantes del mundo, ex secretario del Tesoro durante el gobierno de Clinton, candidato antes a Presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, y ponente habitual en la gran conferencia anual ASSA de la Asociación de Economía de América, donde promueve la vieja visión neokeynesiana de que la economía mundial tiende a una forma de 'estancamiento secular'.

Summers en el pasado ha atacado (correctamente en mi opinión) la reducción de la economía keynesiana a la construcción de modelos dinámico estocásticos de equilibrio general (DSGE), estériles, cuyo punto de partida es que la economía es estable y crece, pero sufre algún ‘shock’, como un cambio en el comportamiento de los consumidores o de los inversores. El modelo entonces se supone que prevé cualquier cambio de la situación económica. Summers rechaza en especial la exigencia de algunos economistas keynesianos y de los neoclásicos de que cualquier modelo DSGE debe partir de fundamentos microeconómicos y que los supuestos deben ser lógicos, según la teoría marginalista de la oferta y la demanda neoclásica, y que los agentes individuales deben actuar 'racionalmente' según esos 'fundamentos'.
Como Summers escribe: “el principio de desarrollar la macroeconomía a partir de fundamentos microeconómicos, tal y como hacen los economistas, ha contribuido muy poco, por no decir nada, a predecir, explicar o resolver la Gran Recesión”. En su lugar, dice Summers, debemos pensar en términos de “grandes agregados”, es decir, a partir de la evidencia empírica de lo que está sucediendo en la economía, no de lo que la lógica de la teoría económica neoclásica pueda suponer que debería suceder.
No todos los keynesianos están de acuerdo con Summers sobre esto. Simon Wren-Lewis, el principal economista keynesiano británico afirma que los mejores modelos DSGE han tratado de incorporar el dinero y las imperfecciones en relación al modelo en una economía: “respetados macroeconomistas argumentan que debido a estos cuestionables microfundamentos, lo mejor es hacer caso omiso de cosas como la rigidez de precios (salarios) (un argumento keynesiano clave para definir una economía atrapada en una recesión - MR ) cuando se toman decisiones de política económica: un argumento risible en cualquier otra ciencia. En ninguna otra disciplina se podría tener un  debate sobre si es mejor modelar lo que se puede microfundar que hacer un modelo sobre lo que se puede ver. Otros economistas entienden esto, pero muchos macroeconomistas todavía piensan que todo esto es bastante normal”. En otras palabras, no se puede simplemente hacer trabajo empírico sin alguna teoría o modelo para analizarlo; o en términos marxistas, es necesaria la conexión entre lo concreto y lo abstracto.
Hay cierta confusión en la economía dominante - de un lado quieren condenar los 'modelos' por ser poco realistas y no reconocer el poder del agregado. Por otro lado, condenan las estadísticas que carecen de una teoría de la conducta o leyes de movimiento.
Summers reconoce que la razón por la cual la teoría economica dominante no fue capaz de predecir la Gran Recesión es porque no quiere reconocer  la 'irracionalidad' de los consumidores y de los inversores. Según ellos, las crisis son probablemente el resultado de decisiones 'irracionales' o equivocadas derivados de un comportamiento de rebaño. Los mercados caen primero en la 'codicia' y de repente los 'espíritus animales' desaparecen y los mercados son engullidos por el 'miedo'. Esta es una explicación psicológica de las crisis.
Summers recomienda un nuevo libro de los economistas conductistas Andrei Shleifer y Nicola Gennaioli, “Una crisis de creencias: psicología de los inversores y la fragilidad financiera". Summers afirma que “el libro sitúa las expectativas en el centro de la reflexión sobre las fluctuaciones económicas y las crisis financieras - pero estas expectativas no son racionales. De hecho, como toda la evidencia sugiere, están sujetas a errores sistemáticos de extrapolación. El libro sugiere que estos errores en las expectativas se entienden mejor como resultado de sesgos cognitivos a los que los seres humanos son propensos”.
Apoyándose en las últimas investigaciones en psicología y economía conductistas, presentan una nueva teoría de la formación de creencias. Así que todo se reduce a un comportamiento irracional, ni siquiera a una súbita 'falta de demanda' (la explicación  keynesiana habitual) o a los excesos bancarios. Los 'shocks' de los modelos de equilibrio general se deben a malas decisiones, la codicia y el miedo de los inversores.
La economía conductista siempre me ha parecido una “macroeconomía de desesperados”. No sabemos por qué se producen las crisis de producción, de inversión y de empleo a intervalos regulares y recurrentes. No tenemos un modelo teórico convincente que puede ser probado con evidencias empíricas; limitarse a decir que las depresiones se deben a que hay una 'falta de demanda' suena inadecuado. Así que solo queda la psicología para salvar la teoría económica.
En realidad, los grandes economistas conductistas a los que se refiere Summers tampoco tienen ni idea de lo que causa las crisis. Robert Thaler estima que los precios del mercado de valores son tan volátiles que no hay una explicación racional de sus movimientos. Thaler sostiene que hay 'burbujas', que considera movimientos 'irracionales' de los precios no relacionados con fundamentos como los beneficios o las tasas de interés. El  destacado economista neoclásico Eugene Fama critica a Thaler. Fama argumenta que una 'burbuja' en los precios del mercado de valores puede simplemente expresar un cambio en la visión de los inversores sobre la rentabilidad de las inversiones potenciales; que no es 'irracional'. Sobre este tema, Fama acierta y Thaler se equivoca.
El otro conductista citada por Summers es Daniel Kahneman. Ha desarrollado lo que él llama la 'teoría de las perspectivas'. La investigación de Kahneman ha demostrado que las personas no se comportan como sostiene la corriente principal de la teoría de la utilidad marginal. En su lugar, Kahneman sostiene que hay un “sesgo optimista omnipresente” en los individuos. Tienen un optimismo irracional o injustificado. Esto lleva a la gente a emprender proyectos de riesgo sin tener en cuenta los costes finales - en contra de la elección racional asumida por la teoría dominante.
El trabajo de Kahneman sin duda contradice los supuestos poco realistas de la teoría de la utilidad marginal, la piedra angular de la economía dominante. Pero ofrece como alternativa, una teoría del caos: que no podemos saber nada, ni predecir nada. Ya ven, el defecto inherente a una economía moderna es la incertidumbre y la psicología. No es el afán de ganancias a costa de la satisfacción de las necesidades sociales, sino las percepciones psicológicas de los individuos. De este modo, el colapso de los precios de las viviendas en Estados Unidos y la crisis financiera mundial se produjeron porque los consumidores cambiaron de forma irracional de la euforia al pánico. Esto deja a la teoría económica habitual (incluyendo la keynesiana) en un purgatorio psicológico, sin análisis científico ni poder predictivo. Además, conduce a una visión utópica de cómo solucionar las crisis. La respuesta es cambiar el comportamiento de las personas; en particular, las grandes compañías multinacionales y los bancos necesitan tener 'fines sociales' y ¡no ser codiciosos!
La teoría económica no necesita recurrir a la psicología. A nivel de agregado, la macro, podemos deducir patrones de las leyes del capitalismo que pueden ser probadas y tener capacidad predictiva. Por ejemplo, Marx hizo la observación clave de que lo que impulsa los precios del mercado de valores es la diferencia entre las tasas de interés y la tasa general de ganancia. Lo que ha mantenido los precios de bolsa en ascenso ahora ha sido el muy bajo nivel de los tipos de interés a largo plazo, orquestados deliberadamente por los bancos centrales, como la Reserva Federal, de todo el mundo.
Por supuesto, todos los días, los inversores toman decisiones 'irracionales', pero, con el tiempo y, en conjunto, las decisiones de los inversores de comprar o vender acciones o bonos se basa en las rentas que han recibido (intereses o dividendos) y los precios de los bonos y acciones evolucionarán en consecuencia. Y esos retornos en última instancia dependen de la diferencia entre la rentabilidad del capital invertido en la economía y los costes de financiación. El cambio en las condiciones objetivas altera el comportamiento de los “agentes económicos''.
En este momento, las tasas de interés están aumentando en todo el mundo mientras que las ganancias se estancan.
La tijera entre la rentabilidad del capital y el coste de los préstamos se esta cerrando. Cuando se cierre del todo, la codicia se convertirá en miedo.
es un reconocido economista marxista británico, que ha trabajador 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.
Fuente:
https://thenextrecession.wordpress.com/2018/09/18/its-greed-and-fear/
Traducción:
G. Buster