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jueves, 14 de febrero de 2019

¿Cómo cobrar impuestos a las elusivas multinacionales?


NUEVA YORK – Estos últimos años la globalización ha vuelto a ser blanco de críticas. Algunas tal vez estén erradas, pero hay una muy certera: que ha permitido a grandes multinacionales como Apple, Google y Starbucks eludir el pago de impuestos.

Apple es el mejor ejemplo de elusión fiscal corporativa: tras declarar que unos pocos cientos de empleados en Irlanda eran la fuente real de sus utilidades, llegó a un acuerdo con el gobierno de ese país por el que sólo paga en impuestos un 0,005% de las mismas. Apple, Google, Starbucks y empresas similares se dicen socialmente responsables; pero el primer elemento de la responsabilidad social debería ser pagar la parte de impuestos que a uno le corresponde. Si todos eludieran y evadieran impuestos como estas empresas, la sociedad no podría funcionar, y mucho menos hacer las inversiones públicas que hicieron posible Internet, de la que dependen Apple y Google.

Las corporaciones multinacionales llevan años alentando a los países a competir entre sí por cobrar los impuestos más bajos. La rebaja impositiva promulgada en 2017 por el presidente estadounidense Donald Trump fue la última etapa de esta “carrera a la baja”, y un año después, sus resultados ya son visibles: el estímulo efímero que dio a la economía estadounidense está desapareciendo a toda prisa y dejando tras de sí una montaña de deuda (que el año pasado se incrementó en más de un billón de dólares).

Acicateada por el riesgo de que la economía digital prive a los gobiernos de ingresos con que financiar su funcionamiento (amén de distorsionar la economía, al provocar el abandono de los modos de venta tradicionales), la comunidad internacional por fin se dio cuenta de que hay algo que no cuadra. Pero los defectos del marco actual para la tributación de las multinacionales –basado en los “precios de transferencia”– se conocen hace ya mucho tiempo.

La idea de precios de transferencia se basa en el principio comúnmente aceptado de gravar las actividades económicas según el lugar donde se realizan. Pero ¿cómo se determina dicho lugar? En una economía globalizada, hay productos que atraviesan las fronteras varias veces, por lo general no terminados: camisas sin botones, autos sin transmisión, obleas electrónicas sin chips. El sistema de precios de transferencia da por sentado que es posible asignar a cada etapa de la producción un valor en forma independiente y luego calcular el valor agregado en cada país. Pero no es así.

Esto se complica todavía más por la creciente importancia de las propiedades intangibles e intelectuales, ya que es muy fácil pasar la declaración de propiedad de un país a otro. Por eso hace mucho que dentrode Estados Unidos se dejó de usar el sistema de precios de transferencia, para aplicar en cambio una fórmula que distribuye el total de ganancias de las empresas según la proporción de ventas, empleados y capital que tienen en cada estado. Tenemos que ir hacia un sistema similar para todo el mundo.

Pero no es lo mismo hacerlo de cualquier modo. Si se aplica una fórmula basada ante todo en el lugar de la venta final (que ocurre desproporcionadamente en los países desarrollados), los países en desarrollo quedarán privados de ingresos necesarios, tanto más necesarios en la medida en que las restricciones fiscales disminuyan los flujos de ayuda internacional. El criterio de lugar de venta final puede ser adecuado para gravar las transacciones digitales, pero no es aplicable a las manufacturas y otros sectores donde es esencial tener en cuenta también el nivel de contratación de empleados en cada país.

Algunos temen que incluir el criterio de contratación agrave la competencia impositiva entre países, ya que los gobiernos tratarán de alentar a las multinacionales a crear puestos de trabajo en sus respectivas jurisdicciones. La respuesta apropiada a esta inquietud es imponer un impuesto global mínimo a los ingresos corporativos. Estados Unidos y la Unión Europea pueden –y deben– tomar la delantera en esto; si lo hacen, otros los seguirán, y se evitará una competencia en la que sólo las multinacionales ganan.

El proyecto sobre erosión de la base imponible y traslado de beneficios de la OCDE y el G20 viene haciendo desde su creación un importante aporte al replanteo de la tributación de las multinacionales, al promover una mejor comprensión de algunas de las cuestiones fundamentales involucradas. Por ejemplo, si en las multinacionales hay valor real, el todo es mayor que la suma de las partes. De modo que para la asignación del “valor residual” deberíamos guiarnos por los principios tributarios estándar de simplicidad, eficiencia y equidad, como sostiene la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional (de la que soy miembro). Pero estos principios son incompatibles ya con el sistema de precios de transferencia, ya con el criterio de tributación basado en el lugar de venta.

Hay en esto un componente político: el objetivo de las multinacionales es conseguir apoyo a reformas que prolonguen la competencia entre países y las oportunidades de elusión fiscal. Los gobiernos de algunos países avanzados donde estas empresas tienen una influencia política importante las apoyarán en el intento, aunque al hacerlo pongan en desventaja al resto del país. Otros países avanzados, pensando más que nada en sus propios presupuestos, simplemente lo verán como otra oportunidad de sacar provecho a costa de los países en desarrollo.

La iniciativa de la OCDE y el G20 se presenta como un intento de proveer un “marco inclusivo”. Dicho marco tiene que basarse en principios, no sólo en consideraciones políticas. Si el objetivo es lograr una inclusión auténtica, la principal prioridad debe ser el bienestar de los más de seis mil millones de personas que viven en los países en desarrollo y en los mercados emergentes.

Traducción: Esteban Flamini


JOSEPH E. STIGLITZ a Nobel laureate in economics, is University Professor at Columbia University and Chief Economist at the Roosevelt Institute. His most recent book is Globalization and Its Discontents Revisited: Anti-Globalization in the Era of Trump.

Havana Club lanzará al mercado Tributo 2019, “el ron más aromático de Cuba”




La compañía Havana Club Internacional S.A. (HCI) tiene lista ya la cuarta entrega de su lujosa gama ultra-prestige, Tributo 2019, obra de tres generaciones de Maestros del ron cubano y que rinde homenaje al arte y a la ciencia de la mezcla.

El 21 Festival del Habano, a realizarse del 18 al 22 de febrero en el Palacio de Convenciones de La Habana, devendrá el escenario para presentar esta nueva edición limitada: sólo 2 mil 500 botellas disponibles para Cuba y el mundo, subrayó en conferencia de prensa Christian Barré, director general de HCI.

En palabras de Barré, este producto se distingue por representar la evolución de la artesanía del ron cubano de generación en generación, al tiempo que refuerza la imagen de calidad de la marca Havana Club, líder mundial en rones de categoría Súper Premium y superior.

Pero lo que más singulariza a Tributo 2019 de los anteriores es simbolizar la unión del saber hacer de tres generaciones de maestros roneros de la isla: José Navarro (primer Maestro), Asbel Morales y Salomé Alemán, primera y única mujer del selecto grupo de expertos.

Y el toque femenino resulta otra novedad. “Por primera vez en la historia aparece una mujer”, resaltó Morales, al referirse al proceso de elaboración de estas bebidas de alta gama. “Porque no hay obra perfecta sin que estén las manos de una mujer”, dijo parafraseando al Héroe Nacional José Martí.

Argumentó que Tributo 2019 reafirma, además, que la herencia cultural y la tradición ronera de Cuba -forjada desde hace más de 150 años- es real, que sigue intacta y se mantendrá.


Salomé Alemán, única mujer maestra ronera. Foto: Alejandro Alfonso/ Cubadebate.

Para la elaboración de este producto, Navarro, Morales y Alemán seleccionaron individualmente una base de ron rara y extra envejecida, que representara su propio estilo y que existiera en la década de sus nombramientos (1970, 1990, 2010, respectivamente). Esas bases, incluyendo una que fue madurada en exclusivas barricas de coñac, se combinaron y se volvieron a mezclar con un ron que ha reposado durante más de 25 años en barricas de roble francés.

Se trata, comentó Salomé, de un “Tributo” único e irrepetible, que ofrece “un aroma y un sabor equilibrados, con notas dulces de frutas secas, roble evolucionado y sabores sutiles de vainillina y frutas secas, en especial almendra tostada”.

Es, añadió Morales, el ron más aromático de Cuba.

La botella de 70 centilitros se presenta en una lujosa caja, confeccionada en madera blanca, con indicaciones en naranja, que evocan el color ámbar profundo y brillante del ron. En tanto, en el diseño del cuello y la etiqueta de la botella aparece la estrella de la bandera cubana.

Amed Álvarez, director de Ventas para Cuba, precisó que de las 2 mil 500 unidades disponibles, 400 se comercializarán en el mercado nacional en casas del Habano, licoreras, mercados especializados, hoteles y bares particulares.

A un precio de 400 CUC, también se llevará a más de 20 países, entre ellos Inglaterra, Suiza, Francia, España, Rusia, China y México.

HCI, fruto de la unión entre la corporación Cuba Ron S.A. y el grupo francés Pernod Ricard, es la tercera marca de ron internacional en el mundo fuera de los Estados Unidos y en la actualidad exporta a más de 120 naciones.


Christian Barré, director general de Havan Club Internacional, habla a la prensa. Foto: Alejandro Alfonso/ Cubadebate.


Presentación de Tributo 2019. Foto: Alejandro Alfonso/ Cubadebate.

Christian Barré, director de la compañía Havana Club Internacional. Foto: Alejandro Alfonso/ Cubadebate.

Foto: Alejandro Alfonso/ Cubadebate.

Tributo 2019, obra de tres generaciones de Maestros del ron cubano. Foto: Alejandro Alfonso/ Cubadebate.

Economía cubana 2019: más de lo mismo

 By jovencuba
Por: Miguel Alejandro Hayes
La economía cubana continúa su racha negativa. Este año, transitaremos por los mismos caminos ya recorridos para crecer. Repetir lo que no ha dado resultado, puede ser la señal de que se deba pensar en probar otras opciones.
No desconozco ninguna de las adversidades que hemos vivido y vienen del tan real y dañino bloqueo, pero hay cosas que merecen ser revisadas, repensadas, debatidas, y que no son precisamente exquisiteces teóricas.
Recientemente se pudo apreciar en el discurso del ministro de economía Alejandro Gil, que en el 2019 toma nuevamente como una de las variables de mayor peso para el crecimiento económico, a la inversión extranjera (IE).
Con ello, el desarrollo está atado en buena medida a dicha inversión. El discurso oficial compromete nuestro progreso al desenvolvimiento de factores que no podemos controlar, como –la IE. El  gastar mucho dinero en cuestiones sociales es –loable pero cuando queda poco para invertir, no deja otra opción que depender de la IE.
Lo curioso es cómo una política que hasta ahora no ha dado el resultado esperado, continúa siendo una apuesta para el crecimiento. Es cierto que en Asia ha funcionado, pero luego de varios años de estar nosotros esperando el milagro de la inversión, nada todavía. No dejo de preguntarme por qué la inercia de seguir por el mismo camino.
Como toda práctica responde o lleva implícita una teoría, sabemos que esta forma de mejorar la economía es después de todo, uno de tantos enfoques. Uno que al aplicarlo nos conduce a una pasividad y conformidad con el estado de las cosas, y no deja de ser una lectura parcializada sobre dinámicas internas de la economía –ya que pone como principal variable, una externa.
Pero la inversión no es la única vía para aumentar la absorción interna de una economía, el consumo interno es otro camino que al parecer se olvida
Este estimula también la oferta e incluso atrae la IE -y nacional, por cierto- generando un posible efecto multiplicador, si se maneja bien. Y de la misma teoría burguesa que se cogió la idea de la apuesta por la IE como salida, también se pueden extraer buenas recetas para dicha opción del consumo interno. Más en un país donde el gobierno es propietario de la estructura técnico productiva, controla el marco regulatorio del mercado y la emisión de la moneda.
No se puede obviar que la IE no siempre va precisamente a los sectores que necesita el tejido productivo de un país para su despegue. Téngase en cuenta que esta puede expresarse con rasgos de imperialismo[1] en países subdesarrollados. Asimismo, existen naciones que ofrecen competencia con un mejor marco para ser receptoras de IE, lo que provoca que no le sea fácil a nuestro país posicionarse como destino de esta, de forma que garantice los montos necesarios para el crecimiento/desarrollo que se amerita.
Cierto que es difícil realizar un modelo de desarrollo a partir de factores endógenos, pero fórmulas como el reordenamiento de la matriz productiva, enfocada en fortalecer el poder adquisitivo de la moneda –luego de su ordenamiento cambiario-, no es un imposible. De todos modos, el camino de la inversión tampoco es sencillo, como señala la evidencia empírica. En cambio,  sí que es muy riesgoso por las brechas de equidad y penetración cultural que genera, por solo citar algunas.
Hasta ahora solo hemos intentando transitar mejor este sendero, al que hemos apostado empecinadamente, como si fuera el único
El despegue que soñamos lleva tasas de inversión cercanas al 30% del PIB por varios años, y eso, si depende de la IE,  es tan - o más utópico- como levantar la demanda interna.
Aun así, esta última estará más influenciada por nosotros que por el exterior. Tal vez con ella, se estimule el interés de mirar un poco más hacia nuestra gestión y explicarla desde nuestros errores.
Al igual que aquel viajero bretcheano, estamos intentando cambiar la rueda, para seguir por ese camino de la inversión extranjera. Pero si no avanzamos, ante el agotamiento de una fórmula, más que cambiar la rueda, se puede escoger otro camino.

Cómo ser un anticapitalista hoy

Por Erik Olin Wright, Viento Sur

El anticapitalismo no es simplemente una postura moral contra la injusticia, sino que se trata de construir una alternativa.

Para muchas personas la idea de anticapitalismo parece ridícula. Después de todo, las empresas capitalistas nos han traído fantásticas innovaciones tecnológicas en los últimos años: los teléfonos inteligentes y el streaming de películas; coches sin conductor y redes sociales; pantallas Jumbotron para los partidos de fútbol y juegos de vídeo que conectan miles de jugadores de todo el mundo; cada producto de consumo concebible está disponible en Internet para una entrega a domicilio rápida; aumentos asombrosos de la productividad del trabajo gracias a las tecnologías de automatización nuevas, etc.

Y si bien es cierto que el ingreso se distribuye de manera desigual en las economías capitalistas, también es cierto que el conjunto de los bienes de consumo disponibles y asequibles para la persona media, e incluso para los pobres, se ha incrementado drásticamente en casi todas partes. Basta con comparar los Estados Unidos en el medio siglo entre 1965 y 2015: el porcentaje de estadounidenses con aire acondicionado, coche, lavadora, lavavajillas, televisor y agua corriente ha aumentado enormemente. La esperanza de vida es más larga; la mortalidad infantil, más baja.

En el siglo XXI, esta mejora de los niveles de vida básicos también se ha producido en las regiones más pobres del mundo: las condiciones materiales de millones de personas que viven en China desde que abrazó el libre mercado han mejorado de forma muy significativa. Es más, miremos lo que pasó cuando Rusia y China intentaron una alternativa al capitalismo. Aparte de la opresión política y la brutalidad de esos regímenes, fueron fracasos económicos. Así pues, si usted se preocupa por mejorar la vida de las personas, ¿cómo se puede ser anticapitalista? Ese es un relato, el relato estándar.

He aquí otro relato: el sello distintivo del capitalismo es la pobreza en medio de la abundancia. Esta no es la única cosa que va mal con el capitalismo, pero es su defecto más grave. La pobreza generalizada –especialmente entre los niños, que claramente no tienen ninguna responsabilidad de su situación– es moralmente reprobable en las sociedades ricas donde podría ser eliminada fácilmente. Sí, hay crecimiento económico, innovación tecnológica, aumento de la productividad y una difusión hacia las clases bajas de los bienes de consumo, pero junto con el crecimiento económico capitalista viene la miseria para muchos, cuyos medios de sustento han sido destruidos por el avance del capitalismo, la precariedad de los que están en la parte inferior del mercado de trabajo, y el trabajo alienante y tedioso para la mayoría.

El capitalismo ha generado enormes aumentos en la productividad y una riqueza extravagante para algunos, pero muchas personas todavía luchan para llegar a fin de mes. El capitalismo es una máquina de ampliación de la desigualdad, además de una máquina de crecimiento. Por no hablar de que cada vez es más claro que el capitalismo, impulsado por la búsqueda incesante de ganancias, está destruyendo el medio ambiente. Ambas cosas están ancladas en las realidades del capitalismo. No es una ilusión que el capitalismo ha transformado las condiciones de vida materiales en el mundo y ha aumentado enormemente la productividad humana; muchas personas se han beneficiado de esto. Pero igualmente, no es una ilusión que el capitalismo genera grandes daños y perpetúa formas innecesarias de sufrimiento humano.

La cuestión fundamental no es si en promedio han mejorado las condiciones materiales en el largo plazo en las economías capitalistas, sino más bien si, mirando hacia adelante desde este punto de la historia, las cosas serían mejores para la mayoría de la gente en un tipo alternativo de economía. Es cierto que las economías centralizadas, autoritarias, estatales de Rusia y China del siglo XX fueron en muchos aspectos fracasos económicos, pero esas no son las únicas posibilidades. Donde radica el verdadero desacuerdo –un desacuerdo fundamental– es en la cuestión de si es posible tener la productividad, la innovación y el dinamismo que vemos en el capitalismo sin tener que sufrir los daños que causa. Margaret Thatcher anunció a principios de la década de 1980 su famosa consigna “no hay alternativa”, pero dos décadas después, el Foro Social Mundial declaró “otro mundo es posible”.

Sostengo que otro mundo –uno que mejoraría las condiciones del bienestar humano para la mayoría de la gente– es sin duda posible. De hecho, elementos de este nuevo mundo ya se están creando hoy en día, y existen formas concretas para pasar de aquí a allí. El anticapitalismo es posible, no simplemente como una postura moral ante los daños y las injusticias del capitalismo global, sino como una actitud práctica hacia la construcción de una alternativa de mayor bienestar humano.

Los cuatro tipos de anticapitalismo

El capitalismo engendra anticapitalistas. A veces, la resistencia al capitalismo cristaliza en ideologías coherentes que ofrecen tanto diagnósticos sistemáticos de la fuente de los daños como prescripciones claras sobre cómo eliminarlas. En otras circunstancias, el anticapitalismo se impregna de motivaciones que a simple vista poco tienen que ver con el capitalismo, como las creencias religiosas que llevan a las personas a rechazar la modernidad y buscar refugio en comunidades aisladas. Pero siempre, siempre que exista el capitalismo, habrá descontento y resistencia de una forma u otra.

Históricamente, el anticapitalismo ha estado animado por cuatro lógicas diferentes de resistencia: destruir el capitalismo, mitigar el capitalismo, escapar del capitalismo y erosionar el capitalismo. Estas lógicas a menudo coexisten y se entremezclan, pero cada una de ellas constituye una forma distinta de dar respuesta a los daños causados por el capitalismo. Estas cuatro formas de anticapitalismo se pueden considerar como variables a lo largo de dos dimensiones. Una se refiere al objetivo de las estrategias anticapitalistas –trascender las estructuras del capitalismo o simplemente neutralizar las peores lacras del capitalismo–, mientras que la otra dimensión se refiere al objetivo principal de las estrategias: si el destino es el Estado y otras instituciones en el nivel macro del sistema o las actividades económicas de las personas, organizaciones y comunidades a nivel micro. Tomando estas dos dimensiones en conjunto obtenemos la tipología que se expone a continuación.

1. Destruir el capitalismo

Dada la forma en que el capitalismo devasta las vidas de tanta gente y dado el poder de sus clases dominantes para proteger sus intereses y defender el status quo, es fácil entender el atractivo de la idea de aplastar el capitalismo. El argumento viene a decir lo siguiente: el sistema está podrido. Todos los esfuerzos por hacer la vida tolerable dentro de él fallarán en el futuro. De vez en cuando puede que sean posibles pequeñas reformas que mejoren la vida de las personas, cuando las fuerzas populares son fuertes, pero estas mejoras serán siempre frágiles, vulnerables a los ataques y reversibles.

La idea de que el capitalismo se puede convertir en un orden social benigno, en el que la gente común puede vivir una vida floreciente, con sentido, en última instancia es una ilusión, ya que, en su esencia, el capitalismo es irreformable. La única esperanza es destruirlo, barrer los escombros y luego construir una alternativa. Como proclaman las palabras finales de la canción obrera Solidaridad para siempre: “Podemos crear un mundo nuevo a partir de las cenizas del viejo”.

Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo es posible para las fuerzas anticapitalistas acumular poder suficiente para destruir el capitalismo y reemplazarlo por una alternativa mejor? Esta es sin duda una tarea de enormes proporciones, porque el poder de las clases dominantes, que hace de la reforma una ilusión, también bloquea el objetivo revolucionario de una ruptura en el sistema. La teoría anticapitalista revolucionaria, inspirada por los escritos de Marx y ampliada por Lenin, Gramsci y otros, ofrece un argumento atractivo acerca de cómo podría tener lugar esto. Si bien es cierto que la mayor parte del tiempo el capitalismo parece inexpugnable, también es un sistema profundamente contradictorio, propenso a las disrupciones y crisis. A veces, esas crisis alcanzan una intensidad que hace que el sistema en su conjunto se vuelva frágil y vulnerable a los desafíos.

Las versiones más fuertes de la teoría, consideran incluso que tendencias subyacentes en las “leyes de movimiento” del capitalismo que hacen que la intensidad de este tipo de crisis que debilitan el sistema aumenten con el tiempo, por lo que a largo plazo el capitalismo se vuelve insostenible; destruye sus propias condiciones de existencia. Pero incluso si no hay una tendencia sistemática de las crisis a volverse cada vez peores, lo que se puede predecir es que periódicamente habrá intensas crisis económicas capitalistas en las cuales el sistema se vuelve vulnerable y las rupturas se hacen posibles.

Esto proporciona el contexto en el que un partido revolucionario puede conducir una movilización de masas a tomar el poder del Estado, ya sea a través de elecciones o a través de un derrocamiento violento del régimen existente. Una vez con el control del Estado, la primera tarea consiste en remodelar el Estado en sí para que sea un arma adecuada de transformación socialista, y luego usar ese poder para reprimir a la oposición de las clases dominantes y sus aliados, desmantelar las estructuras fundamentales del capitalismo y construir las instituciones necesarias para un sistema económico alternativo.

En el siglo XX, varias versiones de esta línea general de razonamiento animaron la imaginación de los revolucionarios de todo el mundo. El marxismo revolucionario infundió esperanza y optimismo a las luchas, ya que no solo significaba una condena poderosa al mundo tal como existía, sino que también proporcionaba un escenario plausible de cómo podría realizarse una alternativa emancipadora. Esto dio a la gente coraje, manteniendo la creencia de que estaban del lado de la historia y que el enorme compromiso y los sacrificios que tuvo que hacer en sus luchas contra el capitalismo ofrecía perspectivas reales de éxito. Y a veces, en raras ocasiones, estas luchas culminaron en la toma revolucionaria del poder del Estado.

Los resultados de esas revoluciones, sin embargo, nunca dieron lugar a la creación de una alternativa igualitaria, emancipadora y democrática al capitalismo. Mientras que las revoluciones realizadas en nombre del socialismo y del comunismo demostraron que era posible “construir un mundo nuevo sobre las cenizas del viejo”, y que en ciertas formas específicas mejoraban las condiciones de vida materiales de la mayoría de las personas por un período de tiempo, lo que evidencian los intentos heroicos de ruptura en el siglo XX es que no producen el tipo de nuevo mundo imaginado en la ideología revolucionaria. Una cosa es acabar con las viejas instituciones; y otra muy distinta construir nuevas instituciones de emancipación a partir de las cenizas.

El motivo de que las revoluciones del siglo XX nunca dieron lugar a una emancipación humana robusta y sostenible es, por supuesto, una cuestión muy debatida. Algunas personas argumentan que el fracaso de los movimientos revolucionarios se debió a unas circunstancias desfavorables, históricamente específicas, de los intentos de ruptura de todo el sistema: revoluciones ocurridas en sociedades económicamente atrasadas, rodeadas de enemigos poderosos. Algunos sostienen que los líderes revolucionarios cometieron errores estratégicos, mientras que otros dan la culpa a las motivaciones de los dirigentes: los líderes que triunfaron en el curso de las revoluciones estuvieron motivados por deseos de estatus social y poder en lugar del empoderamiento y el bienestar de las masas.

Otros sostienen que el fracaso es intrínseco a cualquier intento de ruptura radical en un sistema social, porque hay demasiadas partes móviles, demasiada complejidad, y demasiadas consecuencias no deseadas. A resultas de ello, los intentos de ruptura del sistema tenderán inevitablemente a originar tal caos, que las élites revolucionarias, independientemente de sus motivos, se verán obligadas a recurrir a la violencia generalizada y la represión para mantener el orden social. Este tipo de violencia, a su vez, destruye la posibilidad de un proceso genuinamente democrático y participativo de construcción de una nueva sociedad.

Independientemente de qué explicación es la correcta (si es que alguna lo es), la evidencia de las tragedias revolucionarias del siglo XX muestra que destruir el capitalismo no funciona como una estrategia para la emancipación social por sí sola. Sin embargo, la idea de una ruptura revolucionaria con el capitalismo no ha desaparecido por completo. Incluso si ya no constituye una estrategia coherente de ninguna fuerza política significativa, se nutre de la frustración y la rabia de vivir en un mundo de tales desigualdades agudas y potencialidades no realizadas del bienestar humano y en un sistema político que parece cada vez más antidemocrático y e irresponsable. Para transformar realmente el capitalismo, las visiones que se basan en la ira no son suficientes; en cambio, se necesita una lógica estratégica que tenga alguna posibilidad real de alcanzar sus objetivos.

2. Domar el capitalismo

En el siglo XX, la principal alternativa a la idea de destruir el capitalismo fue la domesticación del mismo. Esta es la idea central que inspira a las corrientes anticapitalistas dentro de la izquierda de los partidos socialdemócratas. Este es su argumento básico; el capitalismo, cuando se le da rienda suelta, causa grandes daños. Genera niveles de desigualdad que son destructivas para la cohesión social; destruye puestos de trabajo tradicionales y abandona a la gente a su suerte; crea incertidumbre y riesgo para las personas y comunidades enteras; daña el medio ambiente. Estas son todas las consecuencias de las dinámicas inherentes a una economía capitalista.

Sin embargo, es posible construir instituciones paliativas capaces de neutralizar significativamente estos daños. No hay que dar rienda suelta al capitalismo; puede ser domesticado mediante políticas estatales bien elaboradas. Sin duda, esto puede implicar fuertes luchas, ya que implica la reducción de la autonomía y el poder de la clase capitalista, y no hay garantías de éxito en este tipo de luchas. La clase capitalista y sus aliados políticos afirman que los reglamentos y la redistribución concebidos para neutralizar estas presuntas lacras del capitalismo va a destruir su dinamismo, paralizar la competitividad y socavar los incentivos. Estos argumentos, sin embargo, son simplemente racionalizaciones egoístas del privilegio y del poder.

El capitalismo puede ser objeto de regulación y redistribución significativa para contrarrestar sus efectos nocivos y aun así proporcionar beneficios adecuados para que funcione. Lograr esto requiere movilización popular y voluntad política; nunca se puede confiar en la benevolencia ilustrada de las élites. Pero en las circunstancias adecuadas, es posible ganar estas batallas e imponer las restricciones necesarias para una forma más benigna del capitalismo. La idea de domesticar el capitalismo no elimina la tendencia subyacente del capitalismo a generar daños; simplemente contrarresta sus efectos. Esto es como una medicina que se ocupa de manera efectiva de los síntomas en lugar de las causas subyacentes de un problema de salud. A veces eso es suficiente. Los padres de los bebés recién nacidos se ven a menudo privados del sueño y suelen tener dolor de cabeza. Una solución es tomar una aspirina y afrontar la situación; otra es deshacerse del bebé. A veces, neutralizar el síntoma es mejor que tratar de deshacerse de la causa subyacente.

En la que a veces se llama la “edad de oro del capitalismo” –más o menos las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial–, las políticas socialdemócratas, sobre todo en aquellos lugares en los que se implementaron más a fondo, hicieron un buen trabajo moviéndose en dirección a un sistema económico más humano. Fueron tres grupos de políticas de Estado, en particular, las que contrarrestaron de manera significativa los daños del capitalismo: los riesgos graves –especialmente en torno a la salud, el empleo y los ingresos– se redujeron a través de un sistema bastante completo de la seguridad social obligatoria y financiada con fondos públicos. El Estado proporcionaba un conjunto amplio de bienes públicos (financiados por un sistema fiscal robusto) que incluía la educación básica y superior, la formación de habilidades profesionales, el transporte público, actividades culturales, instalaciones de esparcimiento, la investigación y el desarrollo y la estabilidad macroeconómica. Y, por último, el Estado creó un régimen de regulación para frenar las más graves externalidades negativas del comportamiento de los inversores y las empresas en los mercados capitalistas: la contaminación, los peligros de los productos y los riesgos laborales, el comportamiento depredador del mercado, etc.

Estas políticas no significaban que la economía dejó de ser capitalista: los capitalistas eran básicamente libres de asignar capital sobre la base de las oportunidades lucrativas del mercado, y aparte de los impuestos, se apropiaron de los beneficios generados por esas inversiones para utilizarlos como desearan. Lo que había cambiado era que el Estado asumió la responsabilidad de la corrección de las tres fallas principales de los mercados capitalistas: la vulnerabilidad individual a los riesgos, la baja provisión de bienes públicos y las externalidades negativas de la actividad económica privada que maximiza el beneficio. El resultado fue una forma de funcionamiento razonablemente buena del capitalismo con las desigualdades mitigadas y conflictos apagados. Los capitalistas pueden no haber preferido esto, pero funcionó bastante bien. El capitalismo había sido, al menos en parte, domado.

Esa fue la edad de oro, un vago recuerdo en las duras primeras décadas del siglo XXI. En todas partes, hoy en día, incluso en los bastiones de la socialdemocracia de Europa del Norte, ha habido llamamientos para hacer retroceder los derechos asociados a la seguridad social, reducir los impuestos y los bienes públicos, desregular la producción y los mercados capitalistas y privatizar los servicios públicos. En su conjunto, estas transformaciones se engloban en el llamado “neoliberalismo”. Diversos factores han contribuido a la disminución de la voluntad y la aparente capacidad del Estado para neutralizar los daños del capitalismo.

La globalización ha hecho que sea mucho más fácil para las empresas capitalistas destinar las inversiones a lugares del mundo con menos regulación y mano de obra más barata, mientras que la amenaza de la fuga de capitales, junto con una variedad de cambios tecnológicos, ha fragmentado y debilitado el movimiento obrero, mermando su capacidad de resistencia y movilización política. Combinada con la globalización, la creciente financiarización del capital ha llevado a un aumento masivo de la desigualdad de riqueza y de los ingresos, lo que a su vez ha aumentado la influencia política de los opositores al Estado socialdemócrata. En lugar de estar domado, el capitalismo se ha desatado.

Tal vez las tres décadas de la “edad de oro” fueran tan solo una anomalía histórica, un breve periodo en el que las condiciones estructurales favorables y un poder popular robusto abrieron la posibilidad de instaurar un modelo relativamente igualitario. Antes de ese periodo, el capitalismo era un sistema voraz, y bajo el neoliberalismo se ha convertido una vez más en rapaz, volviendo al estado de cosas normal para los sistemas capitalistas. Tal vez a largo plazo el capitalismo no es domesticable. Los defensores de la idea de rupturas revolucionarias con el capitalismo siempre han afirmado que domar el capitalismo era una ilusión, una distracción de la tarea de construir un movimiento político para derrocar el capitalismo.

Pero tal vez las cosas no son tan graves. La afirmación de que la globalización impone fuertes restricciones a la capacidad de los Estados para recaudar impuestos, regular el capitalismo y redistribuir la renta es un reclamo político eficaz porque la gente se lo cree, no porque las restricciones son realmente tan limitadas. En política, los límites de lo posible siempre son fruto, en parte, de la creencia en los límites de lo posible. El neoliberalismo es una ideología, respaldada por poderosas fuerzas políticas, más que un teorema científicamente exacto de los límites reales a que nos enfrentamos a la hora de hacer del mundo un lugar mejor. Si bien puede suceder que las políticas específicas que constituían el menú de la socialdemocracia en la “edad de oro” se han vuelto menos eficaces y necesitan repensarse, domesticar el capitalismo sigue siendo una expresión viable del anticapitalismo.

3. Escapar del capitalismo

Una de las respuestas más antiguas a la expansión del capitalismo consiste en escapar de su dominio. Escapar del capitalismo puede no haber cristalizado en ideologías anticapitalistas sistemáticas, pero tiene una lógica coherente: el capitalismo es un sistema demasiado poderoso para destruirlo. Domesticar verdaderamente el capitalismo requeriría un nivel de acción colectiva sostenida que no es realista y, de todos modos, el sistema en su conjunto es demasiado grande y complejo para controlarlo eficazmente. Los poderes fácticos son demasiado fuertes para desalojarlos, y siempre organizarán la oposición y defenderán sus privilegios. No se puede luchar contra el ayuntamiento. Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.

Lo mejor que podemos hacer es tratar de aislarnos de los efectos dañinos del capitalismo y tal vez escapar por completo de sus estragos en algún entorno protegido. Puede que no seamos capaces de cambiar el mundo en general, pero podemos librarnos de su red de dominación y crear nuestra propia microalternativa en la que vivir y realizarnos. Este impulso de escapar se refleja en muchas respuestas conocidas a los daños del capitalismo. El movimiento de los agricultores hacia la frontera oeste en Estados Unidos en el siglo XIX fue, para muchos, una aspiración a una agricultura de subsistencia estable y autosuficiente en lugar de la producción para el mercado. Escapar el capitalismo está implícito en el lema hippie de la década de 1960, “turn on, tune in, drop out” [conecta, sintoniza, libérate]. Los esfuerzos realizados por ciertas comunidades religiosas, como los Amish, para crear fuertes barreras entre ellos y el resto de la sociedad, implicaban zafarse a sí mismos en la medida de lo posible de las presiones del mercado.

La caracterización de la familia como un "refugio en un mundo sin corazón" expresa el ideal de la familia como un espacio social no competitivo de la reciprocidad y el cuidado en el que uno puede encontrar refugio del mundo competitivo y descorazonado del capitalismo. Y, en formas limitadas en el tiempo, escapar del capitalismo aún se encarna en caminatas de larga distancia en la naturaleza salvaje. Escapar del capitalismo normalmente implica evitar el compromiso político y sin duda los esfuerzos organizados de forma colectiva por cambiar el mundo. Especialmente en el mundo de hoy, el escape es sobre todo una estrategia de estilo de vida individualista. Y a veces es una estrategia individualista dependiente de una riqueza capitalista, como en el estereotipo del exitoso banquero de Wall Street que decide “renunciar a la carrera de ratas” y trasladarse a Vermont para abrazar una vida de simplicidad voluntaria mientras vive de un fondo fiduciario amasado a base de inversiones capitalistas.

Debido a la ausencia de actividad política, es fácil descartar la estrategia de escapar del capitalismo, sobre todo cuando refleja privilegios alcanzados dentro del propio capitalismo. Es difícil ver en el senderista que camina a una región remota con su costoso equipo de senderismo para “alejarse de todo” como una expresión significativa de oposición al capitalismo. Aun así, hay ejemplos de esta actitud que tienen relación con el problema más amplio del anticapitalismo. Comunidades intencionales pueden estar motivadas por el deseo de escapar de las presiones del capitalismo, pero a veces también pueden servir de modelos para formas más colectivas, igualitarias y democráticas de la vida. Sin duda, las cooperativas, que pueden estar motivadas principalmente por el deseo de escapar de los lugares de trabajo autoritarios y de la explotación de las empresas capitalistas, también pueden convertirse en elementos de un desafío más amplio al capitalismo. El movimiento “Do It Yourself” [hazlo tú mismo] y la “economía del compartir” pueden estar motivados por los el estancamiento de las rentas individuales durante un periodo de austeridad económica, pero también pueden apuntar a formas de organización de la actividad económica que son menos dependientes del intercambio en el mercado. Y más en general, el estilo de vida voluntariamente simple puede contribuir al rechazo más amplio del consumismo y la preocupación por el crecimiento económico en el capitalismo.

4. Erosionar el capitalismo

La cuarta forma de anticapitalismo es el menos conocida. Se basa en la siguiente idea: todos los sistemas socioeconómicos son mezclas complejas de muchos tipos diferentes de estructuras económicas, relaciones y actividades. Ninguna economía ha sido –ni nunca podría ser– puramente capitalista. El capitalismo como una forma de organizar la actividad económica tiene tres componentes fundamentales: la propiedad privada del capital; la producción para el mercado con el fin de obtener beneficios; y el empleo de trabajadores que no poseen los medios de producción. Los sistemas económicos existentes combinan el capitalismo con toda una serie de otras formas de organizar la producción y distribución de bienes y servicios: directamente por los Estados; dentro de las relaciones íntimas de las familias para satisfacer las necesidades de sus miembros; a través de redes y organizaciones de base comunitaria; mediante cooperativas que pertenecen a sus miembros y son gestionadas democráticamente por ellos; a través de organizaciones no lucrativas orientadas al mercado; a través de redes peer-to-peer [de igual a igual] que participan en procesos de producción colaborativos; y muchas otras posibilidades. Algunas de estas formas de organización de las actividades económicas pueden considerarse híbridas, al combinar elementos capitalistas y elementos no capitalistas; algunas son totalmente no capitalistas y algunas son anticapitalistas. Calificamos un sistema económico complejo como este de “capitalista” cuando la dinámica capitalista es dominante en la determinación de las condiciones económicas de la vida y el acceso a los medios de sustento para la mayoría de la gente. Esa dominancia es inmensamente destructiva.

Una forma de desafiar al capitalismo es la construcción de relaciones económicas más democráticas, igualitarias y participativas en los espacios y grietas de este complejo sistema, siempre que sea posible, y luchar para ampliar y defender esos espacios. La idea de erosionar el capitalismo imagina que estas alternativas tienen el potencial, a largo plazo, de expandirse hasta el punto en que el capitalismo se ve desplazado de este papel dominante. Una analogía con un ecosistema natural podría ayudar a aclarar esta idea. Pensemos en un lago. Un lago consiste en una masa de agua dentro de un paisaje, con determinados tipos de suelo, manantiales y el clima. Una gran variedad de peces y otras criaturas viven en sus aguas, y varios tipos de plantas crecen en y alrededor de ella. En conjunto, todos estos elementos constituyen el ecosistema natural del lago. (Se trata de un "sistema" en el que todo afecta a todo lo demás en su interior, pero no es como el sistema de un solo organismo en el que todas las partes están conectadas funcionalmente en un todo coherente, estrechamente integradas.) En este ecosistema, es posible introducir una especie exótica de peces que no se encuentra "naturalmente" en el lago. Algunas especies exóticas son engullidas de inmediato. Otras pueden sobrevivir en un pequeño nicho en el lago, pero no cambian gran cosa en la vida diaria del ecosistema. Sin embargo, ocasionalmente una especie exótica puede prosperar y finalmente desplazar a las especies dominantes.

La visión estratégica de la erosión del capitalismo imagina la introducción de las variedades más vigorosas de especies emancipadoras de actividad económica no capitalista en el ecosistema del capitalismo, consolidando su desarrollo mediante la protección de sus nichos y encontrando la forma de ampliar sus hábitats. La esperanza es que con el tiempo estas especies exóticas puedan extenderse fuera de sus estrechos nichos y transformar el carácter del ecosistema en su conjunto. Esta forma de pensar sobre el proceso de trascender el capitalismo es similar a la historia popular, estilizada, que se cuenta sobre la transición de las sociedades feudales precapitalistas al capitalismo en Europa. Dentro de las economías feudales, en el último período medieval, surgieron relaciones y prácticas protocapitalistas, especialmente en las ciudades. Inicialmente esto implicaba una actividad comercial, la producción artesanal regulada por los gremios y la actividad bancaria. Estas formas de actividad económica llenaban nichos y eran a menudo muy útiles para las élites feudales. A medida que se ampliaba el alcance de estas actividades en el mercado, adquirieron gradualmente un carácter más capitalistas y, en algunos lugares, erosionaron progresivamente la dominación feudal establecida en la economía en su conjunto. A través de un proceso largo, sinuoso, de varios siglos, las estructuras feudales dejaron de dominar la vida económica de algunos rincones de Europa; el feudalismo había sido erosionado. Este proceso puede haberse visto salpicado por convulsiones políticas e incluso revoluciones, pero en lugar de constituir una ruptura de las estructuras económicas, estos acontecimientos políticos han servido más para ratificar y racionalizar los cambios que ya habían tenido lugar dentro de la estructura socioeconómica.

La visión estratégica de la erosión del capitalismo ve el proceso de desplazamiento del capitalismo de su papel dominante en la economía de una manera similar: actividades económicas no capitalistas alternativas surgen en los nichos en los que sea posible dentro de una economía dominada por el capitalismo; estas actividades crecen con el tiempo, tanto de forma espontánea y, sobre todo, a resultas de una estrategia deliberada; luchas que implican reemplazar al Estado, a veces para proteger estos espacios, otras veces para facilitar nuevas posibilidades; y, finalmente, estas relaciones y actividades no capitalistas se vuelven lo suficientemente prominente en la vida de los individuos y las comunidades que el capitalismo ya no puede decirse que domina el sistema en su conjunto. Esta visión estratégica está implícita en algunas corrientes del anarquismo contemporáneo. Si el socialismo revolucionario propone que hay que utilizar el poder del Estado para destruir el capitalismo, y la socialdemocracia sostiene que el Estado capitalista puede servir para domar el capitalismo, los anarquistas en general han argumentado que es preciso evitar el Estado –tal vez incluso darle la espalda– porque al final solo puede servir de aparato de dominación, no de liberación. La única esperanza para una alternativa emancipadora al capitalismo –una alternativa que encarne los ideales de igualdad, democracia y solidaridad– es construirla desde los cimientos y trabajar para ampliar su ámbito de influencia.

Como visión estratégica, la erosión del capitalismo es a la vez atractiva y descabellada. Es atractiva porque sugiere que aun cuando el Estado parece muy poco propicio para el avance de la justicia social y el cambio social emancipatorio, todavía que se puede hacer mucho. Podemos seguir con la idea de construir un mundo nuevo, pero no sobre las cenizas del viejo, sino dentro de los intersticios del viejo. Es inverosímil porque parece tremendamente improbable que la acumulación de espacios económicos emancipatorios, dentro de una economía dominada por el capitalismo, podría desplazar alguna vez realmente el capitalismo, dado el inmenso poder y la riqueza de las grandes empresas capitalistas y la dependencia de los medios de sustento de muchas personas con respecto al buen funcionamiento del mercado capitalista. Seguramente si las formas no capitalistas de emancipación de las actividades y las relaciones económicas crecieran alguna vez hasta el punto de amenazar el dominio del capitalismo, simplemente serían aplastadas.

Erosionar el capitalismo no es una fantasía. Pero solo es plausible si se combina con la idea socialdemócrata de domar el capitalismo. Necesitamos una manera de vincular la visión de abajo arriba, la visión estratégica centrada en la sociedad del anarquismo, con la visión de arriba abajo, la lógica estratégica estatalista de la socialdemocracia. Tenemos que domar el capitalismo de manera que lo haga más erosionable, y erosionar el capitalismo de manera que lo haga más domable. Un concepto que nos ayudará a vincular estas dos corrientes de pensamiento anticapitalista es el de las utopías reales.

5. Utopías reales

“Utopía real” es una expresión contradictoria en sí misma. La palabra “utopía” fue acuñada por primera vez por Tomás Moro en 1516 mediante la fusión de dos prefijos griegos –eu, que significa bueno, y ou, que significa no– en una única vocal, la u, y la colocándola delante de la palabra griega que designa el lugar, topos. Utopía es así el buen lugar que no existe en ningún lugar. Es una fantasía de la perfección. Entonces, ¿cómo puede ser “real”? Puede ser realista para buscar mejoras en el mundo, pero no la perfección. De hecho, la búsqueda de la perfección puede socavar la tarea práctica de hacer del mundo un lugar mejor. Como dice el refrán, “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Existe, pues, una tensión inherente entre lo real y lo utópico. Es precisamente esta tensión lo que intenta a capturar la idea de una “utopía real”. El punto es mantener nuestras aspiraciones más profundas de un mundo justo y humano que no existe, y a la vez participar en la tarea práctica de construir alternativas reales posibles en el mundo tal como es, que también prefigura el mundo como podría ser y que nos ayude a avanzar en esa dirección. Por tanto, las utopías reales transforman el “ningún lugar” de la utopía en el “aquí y ahora” de crear alternativas emancipatorias del mundo que podría ser en el mundo tal como es.

Utopías reales se pueden encontrar allí donde los ideales emancipatorios se encarnan en instituciones existentes y en las propuestas de nuevos diseños institucionales. Ambos son elementos constitutivos de un destino y una estrategia. He aquí algunos ejemplos.

Las cooperativas de trabajadores son una utopía real que surgió paralelamente al desarrollo del capitalismo. Tres ideales emancipatorios importantes son la igualdad, la democracia y la solidaridad. Todos ellos están obstruidos en las empresas capitalistas, donde el poder se concentra en manos de los propietarios y sus delegados, los recursos internos y las oportunidades se distribuyen de manera extremadamente desigual, y la competencia socava continuamente la solidaridad. En una cooperativa de trabajadores, todos los activos de la empresa son propiedad conjunta de los propios empleados, que también gestionan la firma según el principio de una persona, un voto, de manera democrática. En una pequeña cooperativa, esta gobernanza democrática puede ser organizada en forma de asambleas generales de todos los miembros; en las cooperativas más grandes, los trabajadores eligen delegados a los consejos de administración para supervisar la gestión.

Las cooperativas de trabajadores también pueden encarnar características más capitalistas: pueden, por ejemplo, contratar a trabajadores temporales o ser inhóspitas para los posibles miembros de determinados grupos étnicos o raciales. Las cooperativas, por lo tanto, encarnan a menudo valores bastante contradictorios. Sin embargo, tienen el potencial de contribuir a erosionar el predominio del capitalismo cuando expanden el espacio económico en el que pueden operar los ideales emancipatorios anticapitalistas. Las agrupaciones de cooperativas de trabajadores podrían constituir redes; con formas adecuadas de apoyo público, esas redes podrían ampliarse y profundizarse para constituir un sector de mercado cooperativo; ese sector podría –en ciertas circunstancias– ampliarse hasta poner en tela de juicio el predominio del capitalismo.

Las bibliotecas públicas son otro tipo de utopía real. Esto podría parecer a primera vista un ejemplo raro. Las bibliotecas son, después de todo, una institución duradera que se encuentra en todas las sociedades capitalistas. En Estados Unidos, el vasto sistema de bibliotecas públicas fue obra en gran medida de Andrew Carnegie, uno de los despiadados “barones ladrones” de la Edad Dorada. Sin duda no era anticapitalista y, en todo caso, vio su filantrópico apoyo a las bibliotecas como una manera de fortalecer el capitalismo como sistema. Sin embargo, las bibliotecas encarnan principios de acceso y distribución que son profundamente anticapitalistas. Existe una gran diferencia entre las formas en que una persona adquiere el acceso a un libro en una librería y una biblioteca.

En una librería, uno busca el libro que desea en un estante y comprueba el precio, y si se lo puede permitir y lo desea suficientemente, va a la caja, entrega la cantidad necesaria de dinero y se va con el libro. En una biblioteca, uno va al mostrador (o, más probablemente en estos días, a un terminal de ordenador) para ver si el libro está disponible, encuentra el libro, va al mostrador de registro, muestra su tarjeta de la biblioteca y se va con el libro. Si el libro ya está prestado, se inscribe en la lista de espera. En una librería, el principio de distribución es “a cada cual según su capacidad de pago”; en una biblioteca pública, el principio de distribución es “a cada uno según su necesidad”. Es más, en la biblioteca, si hay un desequilibrio entre la oferta y la demanda, aumenta la cantidad de tiempo que uno tiene que esperar hasta obtener el libro; los libros que escasean se racionan por tiempo, no por precio. Una lista de espera es un dispositivo profundamente igualitario: un día en la vida de todo el mundo se considera moralmente equivalente. Una biblioteca bien dotada de recursos tratará la longitud de la lista de espera como una señal de que se deben solicitar más ejemplares de un libro en particular.

Las bibliotecas también pueden convertirse en servicios públicos de usos múltiples, dejando de ser simples depósitos de libros. Las buenas bibliotecas proporcionan espacio público para las reuniones, a veces lugares para conciertos y otros espectáculos, y un lugar de encuentro agradable para la gente. Por supuesto, las bibliotecas también pueden ser zonas de exclusión, inhóspitas para cierto tipo de personas. Pueden ser elitistas en sus prioridades presupuestarias y en sus reglas. Las bibliotecas reales pueden reflejar por lo tanto valores bastante contradictorios. Pero en la medida en que encarnan los ideales emancipatorios de la igualdad, democracia y comunidad, las bibliotecas son una utopía real.

Un último ejemplo de una utopía real existente son las nuevas formas de producción colaborativa peer-to-peer que han surgido en la era digital. Tal vez el ejemplo más conocido es la Wikipedia. Una década después de su fundación, Wikipedia había destruido un mercado de trescientos años de edad, el de las enciclopedias; ahora es imposible producir una enciclopedia generalista comercialmente viable. Wikipedia se produce de una manera completamente no capitalista por un par de cientos de miles de editores no pagados de todo el mundo, que contribuyen al bien común global y lo ponen a la libre disposición de todos. Se financia a través de un tipo de economía de donaciones que ofrece los recursos de infraestructura necesarios. Wikipedia está llena de problemas – algunas entradas son maravillosas, otras terribles–, pero es un ejemplo extraordinario de cooperación y colaboración a muy gran escala que es altamente productiva y organizada sobre una base no capitalista. Hay muchos otros ejemplos en el mundo digital. Si imaginamos este modelo de colaboración que se extendiera al mundo de la producción de bienes, no sólo de información, entonces es posible imaginar una producción colaborativa P2P [peer to peer] invadiendo el dominio del capitalismo.

También se pueden encontrar utopías reales en las propuestas de políticas de cambio social y públicas, no solo en las instituciones realmente existentes. Este es el papel fundamental de las utopías reales en estrategias políticas a largo plazo para la justicia social y la emancipación humana. Un ejemplo es una renta básica incondicional (RBI). Una RBI proporciona simplemente a todas las personas, sin condiciones, un flujo de ingresos suficiente para cubrir las necesidades básicas. Permite un nivel de vida modesto, pero culturalmente respetable, sin lujos. De paso también resuelve el problema del hambre entre los pobres, pero lo hace de una manera que aporta un bloque de construcción de una alternativa emancipadora.

La RBI doma directamente uno de los males del capitalismo: la pobreza en medio de la abundancia. Pero también expande el potencial de erosión a largo plazo de la dominación del capitalismo mediante la canalización de recursos hacia formas no capitalistas de la actividad económica. Consideremos los efectos de una renta básica en las cooperativas de trabajadores. Una de las razones por las que las cooperativas de trabajadores son a menudo frágiles es que tienen que generar ingresos suficientes no solo para cubrir los costes de las materias de producción, sino también para proporcionar una renta básica para sus miembros.

Si se garantiza una renta básica con independencia del éxito en el mercado de la cooperativa, las cooperativas de trabajo serían mucho más robustas. Esto también significaría que supondrían menos riesgo para los préstamos de los bancos. Por lo tanto, con cierta ironía, una renta básica incondicional ayudaría a resolver un problema del mercado de crédito para las cooperativas. También potenciaría un aumento masivo de la participación en la producción colaborativa P2P y muchas otras actividades productivas que no generan ingresos propios del mercado para los participantes.

Doma y erosión

Así que, ¿cómo ser un anticapitalista en el siglo XXI?

Renunciar a la fantasía de aplastar el capitalismo. El capitalismo no es dinamitable, al menos si se quiere construir realmente un futuro de emancipación. Uno personalmente puede ser capaz de escapar del capitalismo saliéndose fuera de la red y reducir al mínimo su participación en la economía monetaria y el mercado, pero esto no es una opción atractiva para la mayoría de las personas, especialmente las que tienen hijos, y sin duda tiene poco potencial para fomentar un proceso de emancipación social más amplio.

Si uso se preocupa por la vida de los demás, de una manera u otra tiene que hacer frente a las estructuras e instituciones capitalistas. Domar y erosionar el capitalismo son las únicas opciones viables. Es necesario participar tanto en los movimientos políticos para domar al capitalismo a través de políticas públicas como en los proyectos socioeconómicos de erosionar el capitalismo a través de la expansión de formas emancipatorias de la actividad económica. Debemos renovar una democracia social progresista fuerte que no solo neutralice los daños del capitalismo, sino que también facilite iniciativas para construir utopías reales con el potencial de erosionar el predominio del capitalismo.