La apertura de un nuevo frente comercial de mayor autonomía probablemente indica, más que perspectivas de dolarización, la posibilidad de una unificación monetaria y cambiaria más cercana.
La dolarización amenaza con volver a Cuba. Tal es el sentimiento creado en parte de la población, al abrir el gobierno un nuevo frente comercial –interno y externo- que opera directamente en divisas convertibles, para atajar la fuga de capital fresco en la economía.
Aunque implica riesgos, el paquete de medidas pudiera ser acertado como acertada fue la legalización de la tenencia de divisas que, a mediados de los años 90, frenó la brusca inflación de la crisis económica identificada como Período Especial. Esta vez, sin embargo, no es igual el trance económico, ni regresa el dólar bajo reglas similares, y pone en evidencia debilidades diferentes de la política monetaria y del modelo económico cubano.
Tres de las novedades recién anunciadas que prometen mayor repercusión implican la apertura de una red de tiendas para la venta en dólares a la población de bienes muy demandados, autorizan a empresas estatales a importar directamente para personas naturales y reordenan el sistema de precios vigente en el mercado en divisas.
A juzgar por declaraciones del Vicepresidente de la República, Salvador Valdés Mesa, y de otros participantes en el programa de televisión Mesa Redonda, estos pasos los estudió desde hace meses una comisión gubernamental integrada por expertos y funcionarios de 14 organismos, incluido el Banco Central de Cuba (BCC), al agravarse este año viejos problemas de financiamiento externo, por sanciones de Estados Unidos para acentuar el bloqueo económico a Cuba, en particular el cerco energético y financiero.
El comercio de bienes y servicios se había ampliado en el sector privado cubano mediante la importación directa de mercancías desde Panamá y otros mercados de la región. “Entran en un marco de legalidad al país y luego (…) se comercializan de manera irregular”, reconoció Valdés Mesa. Pero al gobierno no le podía hacer gracia que se fugaran, por esa vía, montos estimados en millones de dólares –provienen fundamentalmente de las remesas-, al rehuir de un mercado minorista cubano muy caro o parcialmente desabastecido.
A la apertura de un flanco del comercio interno para adquirir con dólares u otras divisas convertibles un grupo determinado de equipos electrodomésticos, piezas de vehículos automotores y otros bienes de gran demanda, se suma el comercio electrónico, tiendas virtuales, el servicio de empresas importadoras estatales a personas naturales y la posibilidad de que la población abra cuentas bancarias en monedas libremente convertibles para respaldar estas compras.
Como recurso para controlar la libre circulación del dólar, el nuevo comercio minorista no admitirá efectivo; funcionará solo con tarjetas magnéticas, lo mismo extranjeras (Visa y Mastercard) que la nacional AIS, de Fincimex.
El servicio de importación lo ofrecerán empresas designadas, tanto a las personas jurídicas como a las personas naturales, incluidos los que poseen negocios privados.
Desde muchos ángulos, estos pasos pueden otorgar mayor flexibilidad al mercado interno. Las empresas importadoras ganarán autonomía financiera, al no depender de la liquidez del gobierno central para emplear en el exterior los dólares que ingresen en este ámbito comercial.
Las cooperativas y los negocios privados, en expansión con el giro transformador del modelo económico cubano, tendrán una opción para abastecerse de equipamiento y parte de sus productos, a mejores precios, sin necesidad de viajar al exterior.
A la par, el gobierno ofrecerá bonificaciones arancelarias a la importación de productos acogidos al programa. La finalidad es oxigenar un comercio minorista debilitado por la oferta irregular o la ausencia de productos de gran demanda. Pero probablemente el beneficio mayor para la economía venga por otro lado.
Al conectarse como posible proveedora del nuevo mercado, la industria nacional podría reanimarla adquisición directa de materia prima y sus producciones, muchas veces subempleadas al carecer de liquidez oportuna en moneda dura para la importación de suministros. Las autoridades decidieron exonerar de aranceles la importación de materias primas con tal destino, pensando sobre todo en la posibilidad de que televisores, computadoras y refrigeradores cubanos, entre otros productos, reduzcan costos y precios y logren mayor estabilidad de la oferta, para competir con las marcas extranjeras en el mercado nacional.
Según declaró la ministra de Finanzas y Precios, Meisi Bolaños, estas tiendas no tienen el fin recaudatorio con que nació el resto del mercado en divisas, que se mantendrá activo, con un impuesto comercial elevado y, consecuentemente, un nivel de precios más alto. En igual programa televisivo, el ministro de Comercio Exterior, Rodrigo Malmierca, se expresó con moderación, al afirmar que las tiendas que se sumen al proyecto tendrán ganancias menores.
El grupo de medidas hace evidente la intención gubernamental de comenzar a reestructurar un comercio minorista en divisas, que permanecía sujeto a un sistema de impuestos –de hasta un 240 por ciento- francamente obsoleto por responder a una coyuntura de hace casi tres décadas: las Tiendas de Recaudación de Divisas (TRD).
El gobierno anunció cambios en el índice de formación de precios en este mercado, que deben abaratar los equipos electrodomésticos y otros productos. A diferencia de la norma existente, la ministra de Finanzas y Precios dijo que el sistema de precios no sería estático y se ajustará a la norma internacional, otros dos rasgos que rompen con la práctica de décadas en el modelo económico cubano.
El nuevo frente comercial, sin embargo, puede tropezar con una de las debilidades pendientes de solución en el modelo económico cubano: la dualidad monetaria y cambiaria. La posibilidad de las empresas estatales designadas –importadoras, cadenas de tiendas y productoras- para operar de manera expedita con dólares en sus ventas e importaciones esquiva el viejo dilema de la sujeción a una tasa de cambio oficial que mantiene anclado el dólar al peso cubano convertible (CUC) e iguala artificialmente el CUC al peso cubano (CUP), mientras en el mercado minorista el cambio es de 1 CUC por 25 CUP.
Este conflicto se ha agravado en años recientes al mermar en la caja central el respaldo en dólares del CUC, según observación de economistas, lo que forzó el otorgamiento de los llamados certificados de liquidez o CL a las cuentas bancarias en CUC de las personas jurídicas, como aval o certificado de liquidez necesario para operar en mercados denominados en divisas libremente convertibles.
Uno de los costos principales de tan enrevesado sistema monetario es la falta de transparencia de la contabilidad de empresas, unidades presupuestadas y estructuras de gobierno. A ciencia cierta, es casi imposible determinar el grado real de rentabilidad de cualquier institución económica, al combinar monedas de dudoso valor real tanto en sus gastos como en sus ingresos.
El comercio en dólares sortearía este conflicto y sus consecuencias en un frente comercial estrecho, pero importante, con beneficios que pueden ser visibles en el corto plazo. Una mayor parte del dinero de las remesas se quedaría dentro de la economía cubana, el comercio se reanimaría pronto, a las finanzas llegaría más oxígeno y parte de la industria nacional respiraría mejor.
Pero en el mediano plazo, esta operación amenaza con hacer más profundo el enredo monetario y sus consecuencias para el resto de la economía –comercio minorista y mayorista, negocios privados, circulación de divisas, inversiones extranjeras, turismo y otras actividades. Debe agregar, por tanto, mayor presión sobre la necesidad de unificación monetaria y cambiaria, declarado como lineamiento económico hace más de ocho años. Pese al consenso social y de la academia en torno a este paso y hasta alguna legislación en 2014, el avance es escaso y el CUC ha perdido parte de la solidez que le permitió sustituir alguna vez al dólar en el mercado interno de Cuba.
Si el gobierno ha dicho que no pretende volver a abrir la puerta a la libre circulación de dólares, como en los años 90, ni el drama económico actual se aproxima a la crisis de aquella década, si se trata de un paso que forma parte de un paquete de medidas más amplio que estudia desde hace meses una comisión de expertos y ministerios múltiples, y no es por tanto obra del desespero, si el alza general de salarios añadió presión mayor de la demanda sobre la oferta minorista, y si el enrarecimiento monetario se ha agravado hasta reducir la capacidad del CUC para cumplir parcialmente la misión que tenía, entonces la jugada más reciente evidencia, a mi juicio, la intención de las autoridades cubanas de darle continuidad con otras medidas, entre las cuales veo la demorada unificación monetaria y cambiaria como uno de los objetivos principales y de mayor urgencia.
El último movimiento en este juego de ajedrez pareciera haber alejado la hora final del CUC y de la reforma monetaria. También lo indicaría la complejidad del escenario financiero nacional e internacional. Pero no creo que el gobierno desconozca los riesgos junto a los beneficios reales de la jugada. El próximo año reserva sorpresas. (2019).