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domingo, 10 de mayo de 2020

Cuba Coronavirus, buen día con expectativas. Mundo 10.05.2020

Al cierre del día de ayer, 9 de mayo, se encuentran ingresados en hospitales para vigilancia clínico epidemiológica mil 894 pacientes. Otras 4 mil 081 personas se vigilan en sus hogares, desde la Atención Primaria de Salud.
Para COVID-19 se estudiaron mil 826 muestras, resultando 12 muestras positivas. El país acumula 67 mil 335 muestras realizadas y mil 766 positivas (2,62%). Por tanto, al cierre del día de ayer se confirman 12 nuevos casos, para un acumulado de mil 766 en el país.
Los 12 nuevos casos confirmados fueron cubanos. De ellos, nueve (75%) fueron contactos de casos confirmados, y en tres (25%) no se precisa la fuente de infección.

De los 12 casos diagnosticados, ocho (66,6%) fueron hombres con y cuatro (33,3%) mujeres. Por grupos de edades los más afectados fueron: los menores de 40 años con cinco (41,6%), seguido  por el  de más de 60 años con cuatro (33,3%). El 33,3% (4) de los casos positivos fueron asintomáticos.
La residencia por provincias y municipios de los 12 casos confirmados es:
  • Artemisa: 1 caso (del municipio Bauta)
  • La Habana: 8 casos (2 del municipio Playa; San Miguel del Padrón, Diez de Octubre, Cerro, Habana del Este, Cotorro y Plaza con 1 cada uno)
  • Villa Clara: 1 caso (del municipio Santa Clara)
  • Sancti Spiritus: 1 caso (del municipio Sancti Spíritus)
  • Ciego de Ávila: 1 caso (del municipio Ciego de Ávila)  
 (MINSAP)
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Los casos activos, por la altas de los contagiados, siguen descendiendo  y ese es el objetivo final . Con el anuncio del Dr, Duran de hacer pesquisajes masivos y no apostar a  la inmunidad de rebaño ( hasta la palabra me parece ofensiva para los humanos) que es lo que dicen muchos países que a lo que apuestan una vez aplana la curva, perobque tiene consecuencias y muertes, vamos a detectar mas " asintomáticos" y los activos pueden repuntar otra vez, pero a la largo sera lo seguro. ¿ Después turistas extranjeros?.

 Los 12 casos nuevos, significan  el por ciento de crecimiento de confirmados para un día menor +0.68 %, en los últimos 58 días,  y con ello llevamos 20 días consecutivos  con crecimientos menores al +5.0 % y 7 días consecutivos entre +0.68% y +1.53 % .  Hay  control de la pandemia. 


La curva polinómica de tendencia ( roja discontinua) apunta para el 18 de Mayo como día que empecemos a tener cero casos de confirmados, pero esto es solo eso tiende a, según el comportamiento actual.  La vida en ocasiones es mas rica y causa variaciones, y solo  los modelos se vuelven ajustar, esperamos que esta vez sea definitivo.




Los recuperados diarios por 8 días consecutivos son mayores que los confirmados y esto provoca una disminución de los activos de modo acumulado, esto es lo que se refleja en el gráfico # 4.

 Y los fallecidos despues de dos días sin tener que lamentar ninguno, hoy ocurrieron 3 y acumuladamente la tasa de fallecidos es de 4.36 % de los confirmados,  esto quiere decir que el 95.64 % de los contagiados son salvados por nuestro personal médico. 

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El mundo ha sobrepasado los 4 millones de confirmados con covid-19 y  282 553 fallecidos, de ellos los EEUU tienen el 32.4 y el 28.1 % respectivamente de ese total. Y tiene una tasa de mortalidad del 5.91 por debajo del promedio mundial 6.89.

Los países representados en la siguiente tabla abarcan el 75.2  y el 82.9 % del total en el mundo de confirmados y fallecidos por covid-19.



Francia sobrepaso a Italia que tenia el primer lugar y tiene la mayor tasa de letalidad e Inglaterra ha crecido aceleradamente y se ubico en 2do lugar. España sigue siendo el país mas afectado con la población en cuanto a volumen, se mueren 57 ciudadanos de covid-19 por cada 100 000 habitantes .

Los resultados de Cuba en indices relativos (que son los comparables con el resto de los paises) son altamente favorables si los confrontamos, a pesar de ser un país bloqueado en lo económico y lo financiero por EEUU, de lo contrario nuestro país tuviera mejores indicadores aún. 

Por cierto nuestros indicadores son mejores que nuestro " verdugo genocida", los Estados Unidos y además, a pesar de las campañas difamatorias contra nuestros médicos, mas de una veintena de paises están recibiendo colaboración de nuestros profesionales.


Fuentes: MINSAP, Johns Hopkins University

El día en que los nacionalpopulistas enterraron el legado de Reagan y Thatcher

Los herederos de la revolución conservadora se reunieron en febrero en un opulento salón de baile de Roma. El presidente húngaro Viktor Orbán fue la estrella de la cita 


ilustracion Sr García

ilustracion Sr García


Sucedió durante una conferencia celebrada en Roma a principios de febrero bajo el título God, Honor, Country: President Ronald Reagan, Pope John Paul II, and the Freedom of Nations [Dios, honor, patria: el presidente Ronald Reagan, el papa Juan Pablo II y la libertad de las naciones]. El acontecimiento, inspirado por el escritor israelí Yoram Hazony y convocado bajo la enseña del “conservadurismo nacionalista”, estuvo coorganizado por Chris DeMuth, expresidente del American Enterprise Institute (en la época en la que este apoyaba el capitalismo global y la guerra de Irak) y John O’Sullivan, autor de los discursos de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher. Actualmente, O’Sullivan dirige el Instituto del Danubio, financiado por el Gobierno húngaro a través de una fundación. Según DeMuth, los gastos corrieron a cargo de un donante estadounidense anónimo. El encuentro fue la secuela de la Conferencia del Conservadurismo Nacionalista celebrada en Washington el año pasado. En aquella ocasión la reunión contó con un extraño conglomerado de nuevos y viejos conservadores que incluía tanto a John Bolton, que llegó a consejero de Seguridad Nacional de Trump, como al comentarista político Tucker Carlson; a participantes que todavía hablaban esperanzadamente de recortar el Estado y a otros que querían ampliarlo; y a personas que seguían compitiendo por ser relevantes junto a individuos rebosantes de confianza en su actual relevancia.

La conferencia de Roma fue diferente en muchos aspectos, empezando por el estético. En ninguno de los salones de Washington hay tantas columnas corintias. El propósito, al menos en principio, también parecía un poco más misterioso. Si algo unía a Reagan y a Juan Pablo II, era una idea grandiosa, ambiciosa y generosa de la civilización política occidental, que imaginaba una Europa democrática integrada por múltiples vínculos económicos, políticos y culturales, y cohesionada bajo el paraguas de la hegemonía estadounidense. Juan Pablo II quería que Polonia ingresase en la Unión Europea. Reagan, en su famoso discurso en Normandía, no solo declaró que “vale la pena morir por el país de uno”, sino también que “vale la pena morir por la democracia porque es el sistema más profundamente honorable jamás concebido por el ser humano”. Margaret Thatcher, al menos mientras ocupó el cargo de primera ministra, también defendía esta visión de Occidente. La mandataria fue una de las fuerzas motoras detrás del mercado único europeo, la zona de libre comercio de alcance continental que precisaba además un sistema regulatorio unificado (el mismo que los británicos ahora rechazan), y creía firmemente en la importancia de los derechos humanos. Lo dijo de manera explícita: “Al fin y al cabo, el Estado no es meramente una tribu. Es una entidad legal”, declaraba en Zagreb en 1998, según cuenta su biógrafo, Charles Moore. “La preocupación por los derechos humanos… complementa por consiguiente la idea de nacionalidad a fin de garantizar un Estado nacional que sea fuerte y democrático a la vez”.
Thatcher: “Preocuparse por los derechos humanos hace que el Estado sea a la vez fuerte y democrático”
El nuevo conservadurismo nacionalista, al menos según se manifestó en Roma, es muy diferente del reaganismo y del thatcherismo. El punto de partida es que tanto la integración europea como la hegemonía estadounidense son malas, y que los ideales universales como los derechos humanos constituyen una ideología peligrosa. En realidad, se trata de los mismos argumentos que Hazony exponía en su libro The Virtue of Nationalism[La virtud del nacionalismo], un ensayo que sintetiza la historia bíblica, la obra de John Locke y la política contemporánea en un remedo de filosofía política para nuestra época. Hazony ha inventado una definición de nación — algo así como un conjunto de tribus que han acordado vivir juntas— que no se ajusta a ninguno de los países actualmente existentes, ni siquiera a Israel. También atribuye todo lo bueno de la civilización contemporánea a la nación, y todo lo malo a lo que él llama “imperialismo”. Los países y las instituciones que le gustan los mete en el primer saco, y los que no, en el segundo. De ello resulta que los nazis, que se definían a sí mismos específicamente como nacionalistas, no lo eran, sino que eran imperialistas, al igual que la Unión Europea, una organización creada para evitar el resurgir del nazismo. Gran Bretaña, España y Francia cuentan como naciones a pesar de su larga historia como imperios terrestres y navales.

En esta visión del mundo, la democracia carece de importancia. Tampoco la tienen los tratados y las obligaciones internacionales, por más que la gente sea partidaria de ellos. Aunque formar parte de la Unión Europea sea voluntario —el Brexit acaba de demostrarlo— y en la mayor parte de los países cuente con el apoyo de una mayoría, Hazony escribe y habla como si la UE fuese una potencia ocupante.
El nuevo conservadurismo parte de que tanto la UE como la hegemonía de EE UU son malas
Que su tesis sea ahistórica y contenga contradicciones internas no significa que no pueda ser influyente. Muchos libros malos lo han sido, y mucho. Este ha tenido la gran fortuna de que se publicó justo antes de que la palabra nacionalismo fuese adoptada por Donald Trump, a quien le resulta de lo más útil para disfrazar una serie de medidas de política interior y exterior gobernadas principalmente por sus caprichos y dictadas por su propio interés. Mike Pompeo, secretario de Estado, también ha utilizado el lenguaje del nacionalismo. Además, el libro de Hazony se publicó justo en el momento en que un puñado de intelectuales conservadores angloestadounidenses, a quienes Trump y el Brexit animaron a romper sus viejas alianzas, andaba en busca de un nuevo proyecto, y los partidos de la extrema derecha europea suspiraban por la legitimidad que les podían otorgar los amigos británicos, estadounidenses y, en particular, israelíes. En otras palabras, el arco de la historia del que hablaban Martin Luther King y Barack Obama se está curvando ahora en la otra dirección, y mucha gente se está subiendo al carro.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, durante una reunión en los cuarteles

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, durante una reunión en los cuarteles SAUL LOEB/AFP/GETTY IMAGES / AFP VIA GETTY IMAGES

La visión de una élite intelectual en proceso de cambio radical de ideas y alianzas nunca resulta elegante, y el acontecimiento “chirriaba” a veces. El discurso de apertura de Hazony marcó un tono extraño. Una vez más, volvió a establecer categorías maniqueas, oponiendo los “progresistas racionalistas ilustrados” (malos), sin vinculaciones familiares ni patrióticas, a los conservadores (buenos), que sí las tienen, y dejando fuera una tercera categoría, nutrida y mucho más matizada, integrada por los numerosos progresistas racionalistas ilustrados que, además, son patriotas, cuidan de sus hijos y sienten apego por las costumbres locales. Atacó al euro, la moneda común europea, no por sus defectos económicos, sino porque sus billetes están decorados con dibujos de puentes imaginarios en vez de reales. Afirmó que a los niños europeos “no se les enseña que hay una cosa llamada nación”. Por supuesto, Hazony tiene todo el derecho a apelar a una vieja y legítima tradición política —el conservadurismo burkeano no es ninguna novedad—, pero dijo unas cuantas tonterías. En diferentes momentos de su vida, mis hijos fueron a colegios polacos, británicos y estadounidenses, y en todos ellos les hablaron de “la nación”. Igual de absurdo es afirmar que los progresistas europeos nunca se refieren a sus países con orgullo. El mismo día en que Hazony pronunciaba su discurso en el salón de baile del hotel de Roma, el presidente de Francia daba una conferencia en una universidad de Cracoviaen la que declaró que se sentía “orgulloso de ser francés y orgulloso de ser europeo”, y añadió que esperaba que los polacos albergasen la misma clase de sentimientos. Millones de personas encuentran que ambas cosas no son contradictorias.

Pero Hazony no fue el único conferenciante en Roma que daba muestras casi paranoicas de sentirse víctima de una persecución. No cabe duda de que actualmente hay una familia de conservadores que cree que es un hecho que “la nación” ha sido proscrita. El escritor estadounidense Rod Dreher describía con solemnidad un mundo en el que se sentía oprimido, del mismo modo que lo estaba la población bajo el comunismo totalitario. “La ideología voraz en la que vivimos inmersos es… una política identitaria mundialista centrada en las víctimas, frecuentemente denominada ‘justicia social”, advertía, e instaba al público a pensar en sí mismos como los cristianos a los que en el pasado se perseguía por su fe. Roberto de Mattei, un intelectual católico italiano, habló con pesimismo de una “dictadura del relativismo”, y declaró que la progresía influyente había prohibido que se escribiesen libros sobre la historia del comunismo. Dado que he escrito tres libros sobre el tema, todos ellos publicados en varios idiomas europeos, incluido el italiano, su afirmación me dejó de piedra.

Lo que hace que este punto de vista resulte más desconcertante es que también choca con la realidad política. Los conservadores nacionalistas no pueden ser víctimas indefensas de una cultura totalitaria y, al mismo tiempo, tener el enorme poder político que algunos de ellos, sin asomo de duda, tienen. No todos los nuevos nacionalistas con poder asistieron a la conferencia. Trump, como es lógico, tenía otras ocupaciones. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, tampoco estuvo presente. Se esperaba la asistencia de Matteo Salvini —el líder nacionalista de extrema derecha, ex viceprimer ministro de Italia, y quién sabe si su próximo primer ministro—, pero falló en el último minuto, seguramente porque piensa que en este momento le puede reportar más votos asociarse con los progresistas racionalistas ilustrados. Al menos por ahora, el Gobierno del primer ministro británico, Boris Johnson, también está dando un giro hacia el centro. El único político británico electo que pude vislumbrar en la conferencia fue un excéntrico diputado tory llamado Daniel Kawczynski, conocido principalmente por ser un abierto defensor del presidente ruso, Vladímir Putin.

No obstante, dado que ni O’Sullivan ni DeMuth tienen ya protagonismo en el debate político británico o estadounidense —actualmente, O’Sullivan vive en Budapest y dirige un instituto financiado por el Gobierno húngaro— y puesto que Hazony es un personaje marginal en Israel, llama la atención el número de políticos europeos con ambiciones políticas realistas y verdadera influencia que hicieron acto de presencia. Thierry Baudet, el cizañero y elocuente líder nacionalista holandés de extrema derecha —su partido controla alrededor del 15% de los votos de su país, lo cual es mucho en un sistema tan fragmentado como el de los Países Bajos—, formaba parte de una de las comisiones. También había un político de Vox, la formación española en rápido crecimiento que ha roto el tabú posfranquista respecto a la política nacionalista. La francesa Marion Maréchal, que ha prescindido del apellido Le Pen aunque no por ello haya dejado de pertenecer a la familia que fundó el partido actualmente conocido como Agrupación Nacional, habló largo y tendido.

Maréchal, a la que a veces se hace referencia como candidata a la presidencia de Francia en 2022, pronunció un discurso bien elaborado que, al igual que el de Hazony, dibujó un contraste agudo y polarizador entre los conservadores y los progresistas racionalistas ilustrados, a los que denominó “progresistas”, a secas. Por lo visto, el término abarca a cualquiera, desde el presidente Emmanuel Macron hasta los estalinistas franceses. La conferenciante pronunció palabras sugestivas: “Intentamos conectar el pasado con el futuro, la familia con la sociedad… Nosotros representamos el realismo; ellos son la ideología. Nosotros creemos en la memoria; ellos son la amnesia”. Sin embargo, sus ideas no se corresponden con la realidad. En Cracovia, Macron habló de manera explícita y detallada de la historia y la memoria, al igual que ha hecho en otras muchas ocasiones. Seguramente, para los seguidores de Maréchal esto no tenga importancia. Quizá se sienten una minoría perseguida y ella se hace eco de esa visión. Tal vez sencillamente prefieran oír hablar de historia a alguien como ella, que actúa de portavoz de una definición étnica de Francia y la nacionalidad francesa, que a Macron.

No obstante, si bien es cierto que los nuevos nacionalistas caricaturizan a los progresistas, también lo es que los progresistas suelen caricaturizar a los nuevos nacionalistas, y yo no quiero hacerlo. Parte de lo que Maréchal dice a los franceses, y de lo que Baudet dice a los holandeses, es indiscutiblemente cierto. Es verdad que las economías se han vuelto más globales, lo cual aumenta la vulnerabilidad de las comunidades pequeñas; que la modernidad ha destrozado los viejos paisajes; que la gente se ha alejado de las iglesias, probablemente para siempre; que la tecnología está avanzando a una velocidad de vértigo. La cuestión es cómo hacer frente a los legítimos temores provocados por estos cambios. Por ejemplo, la Unión Europea ha presentado una serie de medidas, entre ellas la asignación de fondos a la cultura y la arquitectura y la protección de la agricultura europea, lo que equivale a decir a los paisajes del continente, frente a la competencia. Se puede discutir si las medidas son eficaces, pero en un mundo dominado por un Estados Unidos errático y una China autoritaria, la UE sigue siendo la única entidad lo bastante grande para defender a Europa en la escena internacional. Países Bajos solo —incluso el Reino Unido solo— no tendrá esa capacidad.
No obstante, parte de lo que dicen los nuevos nacionalistas es indiscutiblemente cierto
No obstante, también existen otras posibilidades. Por ejemplo, los temores del electorado se pueden utilizar —atizar y explotar— para construir un nuevo movimiento político. Y como el conservadurismo nacionalista está deseando ser un nuevo movimiento político, esta perspectiva interesa a mucha gente. Gracias a algunos discursos no tan elocuentes sobre el patriotismo polaco y las glorias de la “soberanía”, el público de la reunión de Roma se fue dispersando a medida que avanzaba la jornada. Sin embargo, cuando faltaba poco para la sesión final, los cámaras y los periodistas empezaron a encaminarse de nuevo hacia la sala. La entrada del último orador fue recibida con una gran ovación. Allí estaba el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, cuya trayectoria quizá ilustre mejor que ninguna otra la distancia que ha recorrido el conservadurismo de Reagan y Thatcher desde 1989. Caí en la cuenta de que gran parte de los presentes en realidad había ido a oírlo a él.

El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, durante su discurso anual a la nación el pasado 16 de febrero.

El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, durante su discurso anual a la nación el pasado 16 de febrero.ATTILA KISBENEDEK/AFP/GETTY IMAGES / AFP VIA GETTY IMAGES

Como es bien sabido, Orbán ha ido un poco más lejos que muchos otros conservadores europeos. Por una parte, no ha tenido reparo en utilizar un lenguaje nacionalista, en ocasiones histérico, con el que alude a las teorías de la conspiración y reproduce los tópicos antisemitas, para explotar el miedo al mundo exterior. “Luchamos contra un enemigo diferente de nosotros”, decía en 2018. “No se muestra abiertamente, sino que se esconde; no es franco ni honesto, sino vil y taimado; no es nacional, sino internacional; no cree en el trabajo, pero especula con el dinero; no tiene patria, pero cree que el mundo le pertenece”. Y, lo que es más importante, ha superado a cualquier otro líder europeo en su voluntad de destruir las instituciones que crean el sustrato que hace posible la democracia. Aunque los participantes en la conferencia se explayaron sobre la opresiva ideología izquierdista de las universidades, Hungría es el único país europeo que ha cerrado una universidad entera, ha puesto organismos académicos (la Academia Húngara de Ciencias) bajo el control directo del Gobierno y ha retirado los fondos a los departamentos universitarios que no son del agrado del Gobierno por razones políticas. Y aunque abundaron las voces que afirmaban que se sentían reprimidas por los medios de comunicación de izquierdas, Hungría es también el único país europeo que ha empleado una combinación de presión financiera y política para someter al control del partido gobernante la mayoría de los medios públicos y privados.
El primer ministro húngaro ilustra la distancia recorrida por el conservadurismo de Reagan desde 1989
La destrucción de la prensa independiente y de las instituciones académicas por parte de Orbán, así como su lenta politización de los tribunales húngaros, han servido a un propósito considerablemente distante de las nobles ideas sobre la soberanía nacional y la belleza de los paisajes. Sus maquinaciones han permitido a la familia del primer ministro y a su círculo más próximo camuflar la infinitud de maneras en que se sirven del poder del Estado para enriquecerse. También le han ayudado a amañar las reglas electorales, manipular las circunscripciones y modificar la Constitución a fin de asegurarse la victoria. El primer ministro suele llevar el autoritarismo al límite, aunque sin rebasarlo (por ejemplo, evitando casi siempre la violencia), entre otras razones porque Hungría recibe importantes cantidades de dinero de la Unión Europea, parte del cual beneficia personalmente a sus compañeros de partido. Ahora bien, si la Unión acaba desapareciendo, ya no necesitará esa contención. Su país ilustra como ninguno qué ocurre cuando se prescinde de los valores universales, se reprime a los periodistas y a los científicos que presentan hechos, y se socava la judicatura y el Estado de derecho. Deshacerse de todo ello significa situarse a un paso de la corrupción y la tiranía. Esta es la verdadera cara del nuevo “nacionalismo”, por cuidadosamente que se oculte tras una fachada intelectual o se disfrace de sucesor de Reagan o Juan Pablo II. Es evidente por qué resulta atractivo para individuos como Netanyahu o Trump.
Los temores del electorado se pueden atizar y explotar para construir un nuevo movimiento político
Nada de lo que digo es un secreto, aunque a Orbán nadie le hiciese preguntas al respecto cuando salió al estrado. Antes bien, ­DeMuth le pidió que revelase la receta de su éxito. Con rostro impasible, el invitado le respondió, entre otras cosas, que es muy útil contar con el apoyo de los medios de comunicación. Al fondo de la sala, donde se encontraban los representantes de la prensa, se oyeron algunas risas. En un momento dado, Orbán definió su filosofía política como “demócrata cristiana”, dando a entender que se trataba de una idea flamante y radical. Lo cierto es que es muy antigua: los democristianos alemanes, holandeses y belgas fueron los fundadores de la Unión Europea, y Angela Merkel, miembro de la democracia cristiana e hija de un pastor protestante, dirige Alemania hoy en día. Merkel es cristiana, pero no conforme a la definición de cristianos que Orbán y muchos de los ponentes de Roma hacen de sí mismos. Su cristianismo ofrece orientación moral, no un medio para separarnos a “nosotros” de “ellos”. Esto último constituye una nueva identidad política agresiva a la que aspiran muchos de los presentes en la sala, especialmente si se les otorga el derecho de abolir el Estado de derecho cuando lleguen al poder.

El mundo de Reagan y Juan Pablo II hace mucho que pasó a la historia y nadie sabe cómo reaccionarían ambos al llamado boicoteo digital [cancel culture] y los linchamientos en Twitter, a la reacción contra la cultura occidental en los campus universitarios estadounidenses (pero no húngaros), o a algunas de las peores variantes del pensamiento de extrema izquierda. Pero, por alguna razón, dudo que su reacción fuese crear una nueva derecha cleptocrática y autoritaria que socavase las instituciones que preservan la democracia. Tampoco creo que hubiesen querido destruir las instituciones sobre las que descansa Occidente desde hace mucho tiempo, como quieren hacer muchos de estos nuevos “nacionalistas”. Al igual que Thatcher, yo también aspiro a vivir en “un Estado nacional que sea fuerte y democrático a la vez”, una nación que inspire patriotismo y respete la idea de los derechos humanos. No veo por qué el amor al país y el amor a la historia habrían de ser incompatibles con la pertenencia a unas comunidades occidentales más amplias. Sin embargo, en el mundo político en el que estamos entrando, pronto podrían llegar a serlo.

Traducción de News Clips.

© 2020, The Atlantic Monthly Group. Todos los derechos reservados. Distribuido por Tribune Content Agency, LLC.

¿Por qué Bill Gates y EEUU quieren digitalizar el dinero? (+video). Comentario HHC




(Foto:YouTube)

El economista Norbert Haring ha advertido que la iniciativa de Bill Gates para digitalizar el dinero es una amenaza para la libertad. Un objetivo que está siendo adoptado por varios países y es promocionado por la Fundación Bill y Melinda Gates con sus aliados estratégicos.

Haring explicó a Sputnik que el verdadero interés en digitalizar el dinero proviene de poderosos intereses que incluyen a Visa, Mastercard y al Fondo Monetario Internacional. Según el economista, se trata de un proyecto creado por el multimillonario Bill Gates, quien se ha encargado de presionar lentamente para que se elimine el efectivo en todo el mundo y se reemplace por monedas digitales.

El economista sugiere que para encaminar esta “guerra contra el efectivo” las partes interesadas formaron una alianza, denominada Better Than Cash (Mejor que el efectivo), entre el Gobierno de EEUU, la Fundación Bill y Melinda Gates y Citibank.

Según el economista, la alianza explicó estratégicamente que el objetivo de la digitalización del dinero era ayudar a los pobres, incluyéndolos en el sistema financiero. Esto permitiría obtener los datos de una gran cantidad de personas, enriqueciendo el sistema de datos financieros, lo que significa otorgar al Gobierno un poder de vigilancia y sanción sobre la población sin que se den cuenta que los vigilan.

Haring agregó que inclusive usan el COVID-19 para impulsar la abolición del efectivo, pues los bancos están realizando campañas masivas por correo electrónico e internet para que sus clientes dejen de usar efectivo y opten por el pago por móvil bajo la explicación de que el dinero en efectivo puede ser una vía de transmisión de contagio, aunque varios estudios han asegurado que no es un canal relevante para la transmisión del virus.

Bill Gates y su conejillo de indias

El economista Norbert Haring recuerda que en el año 2016 la India registró un caos financiero luego de que el primer ministro, Narendra Modi, anunciara la desmonetización de todos los billetes de 500 y 1.000 rupias bajo la explicación de que esta medida ayudaría a reducir la economía sumergida y el uso de dinero en efectivo ilícito y la falsificación para financiar la actividad ilegal y el terrorismo.

Al ver el caos generado en un país donde el 90% de la población realiza pagos en efectivo y carece de una cuenta bancaria, se registraron meses de escasez de dinero en efectivo. Unas semanas después, el plan que buscaba perjudicar a los que acaparaban el dinero del mercado negro y modernizar el sistema financiero, falló.

Haring argumenta que no es casualidad que en ese entonces existiera una muy estrecha cooperación de “inclusión financiera” del Banco Central indio con la Fundación Gates, el Gobierno de EEUU y otras instituciones estadounidenses contrarias al dinero en efectivo.

Según el economista, los datos financieros son los más valiosos y por esta razón Bill Gates es una pieza clave para la seguridad nacional de su país debido a que su plan de abolir el dinero en efectivo impulsado por su fundación, le permite a EEUU obtener la mayor cantidad de datos posibles para obtener más control sobre el mundo. Un plan inconsistente con la democracia y una sociedad libre.

“Bill Gates también es un participante destacado en muchos grupos y reuniones de seguridad nacional. Claramente es un patriota, que tiene los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos muy cerca de su corazón”, explicó.

Haring ha descubierto que varios países han adoptado medidas que hacen incómodo o difícil el uso de dinero efectivo y por eso ha impulsado una demanda al respecto, la cual ha llegado hasta las instancias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). / (Sputnik) “Guerra contra el efectivo”: ¿por qué Bill Gates y EEUU quieren digitalizar el dinero?
Comentario HHC: En nuestro caso estoy a favor del dinero digital en nuestro pais, por las mismas razones que la India,  y lo he comentado varias veces y tenemos todas las condiciones para ello.
El esfuerzo que esta haciendo el banco nacional de cuba  es loable en este sentido, hay que llegar a que todos los entes económicos del pais, puedan ademas facturar y pagar de manera electrónica la totalidad o casi totalidad de las operaciones económicas del pais.
La evasión de impuestos disminuiría, el registro de la realidad económica como método efectivo de control y la planificación seria mas realista, el mercado negro quedaría reducido grandemente así como los enriquecimientos ilícitos, entre otros aspectos de gran beneficio.

Comercio villaclareño intensifica protección a grupos vulnerables

 
Trabajadores de la Unidad Empresarial de Base (UEB) Empacadora Osvaldo Herrera, en el municipio de Camajuaní, perteneciente a la Empresa Cárnica de Villa Clara, impulsan la producción de embutidos en función de contribuir a la producción de alimentos para la población. Villa Clara, Cuba, 7 de mayo de 2020.
Santa Clara, 10 may (ACN) A raíz del enfrentamiento a la COVID-19, los trabajadores de comercio y gastronomía, en Villa Clara, refuerzan la prestación de servicios destinados a proteger a grupos vulnerables a la pandemia.
Según Digna Morales, Directora Provincial de Comercio en el territorio, hasta la fecha el Sistema de Atención a la Familia (SAF) beneficia a ocho mil 245 villaclareños mayores de 65 años y se aumentan las pesquisas, para llegar a todos los lugares donde existan ancianos que necesiten algún tipo de prestación alimentaria.
En la provincia, el SAF garantiza diariamente 116 mil 800 comidas con bases proteicas, que alternan –en una semana– pollo, cerdo, cárnicos varios, embutidos, huevos y croquetas (de pollo o pescado); asimismo, algunas instalaciones de comercio se suman al lavado de ropa de familias necesitadas.
Para extender la protección a grupos vulnerables se establecen unidades de cocción a base de leña, incluso en la ciudad de Santa Clara, y se incorpora el parque automotriz de la merienda escolar a la transportación de comidas hasta comunidades alejadas como El Yabú, Hatillo y Manajanabo; declaró Mercedes García Valle, Jefa del Departamento Provincial de Registro del Consumidor en Villa Clara.
Como parte de las alternativas para aumentar fuentes de alimentos cocinados al alcance de la población, se gestiona la colaboración de centros gastronómicos del sector no estatal que no están autorizados a vender bebidas, pero sí comida.

La epidemia del filósofo

Por Marco D’Eramo, La Vorágine

"No habrá recuperación. Habrá disturbios sociales. Habrá violencia. Habrá consecuencias socioeconómicas: un desempleo dramático. Los ciudadanos sufrirán drásticamente: algunos morirán, otros se sentirán muy mal”. Éste no es un escatólogo hablando, sino Jacob Wallenberg, vástago de una de las dinastías más poderosas del capitalismo global, que prevé una contracción económica mundial del 30% y un altísimo desempleo como resultado del “cierre general” del coronavirus. Si bien los filósofos temen que nuestros gobernantes estén explotando la epidemia para imponer una disciplina biopolítica, la clase dominante en sí misma parece tener la preocupación opuesta: “Tengo pánico de las consecuencias para la sociedad… Tenemos que sopesar los riesgos de que el medicamento afecte drásticamente al paciente”. El magnate sueco se hace eco del pronóstico de Trump de que la terapia matará al paciente. Si bien los filósofos ven las medidas contra el contagio (toques de queda, fronteras cerradas, restricciones a las reuniones públicas) como un mecanismo de control siniestro, los gobernantes temen que los bloqueos les hagan perder su control.

Al evaluar el impacto de Covid-19, los filósofos en cuestión han citado las páginas extraordinarias sobre la plaga de Disciplina y castigo, donde Foucault describe las nuevas formas de vigilancia y regulación ocasionadas por el brote a fines del siglo XVII. Quien ha tomado la posición más clara sobre la pandemia es Giorgio Agamben, en una serie de artículos combativos que comienzan con ‘La invención de una epidemia‘, publicado por el 26 de febrero de 2020. En este artículo, Agamben describe las medidas de emergencia implementadas en Italia para detener la propagación del virus como “frenéticas, irracionales y completamente infundadas”. “El miedo a la epidemia da rienda suelta al pánico”, escribía, “y en nombre de la seguridad aceptamos medidas que restringen severamente la libertad, justificando el estado de excepción”. Para Agamben, la respuesta del coronavirus demuestra una “tendencia a usar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno”. “Es casi como si, con el terrorismo agotado como origen de medidas excepcionales, la invención de una epidemia ofreciera el pretexto ideal para defenderlos más allá de cualquier limitación”. Agamben reafirmó estas ideas en otros dos textos que aparecieron en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet a mediados de marzo.

Ahora, Agamben está equivocado y tiene razón; o más bien, está drásticamente equivocado y en cierto sentido, acertado. Está equivocado porque los hechos básicos lo contradicen. Incluso los grandes pensadores pueden morir de contagio —Hegel falleció de cólera en 1831— y los filósofos tienen el deber de revisar sus puntos de vista cuando las circunstancias lo exigen: si el negacionismo del coronavirus era débilmente posible en febrero, ya no es razonable a fines de marzo. Sin embargo, Agamben tiene razón en que nuestros gobernantes usarán todas las oportunidades para consolidar su poder, especialmente en tiempos de crisis. Que el coronavirus se está explotando para fortalecer la infraestructura de vigilancia masiva no es ningún secreto. El gobierno de Corea del Sur ha analizado la propagación de la infección al rastrear la ubicación de sus ciudadanos a través de sus teléfonos móviles, una política que causó alboroto cuando sacó a la luz una serie de asuntos extramaritales. En Israel, el Mossad pronto implementará su propia versión de este rastreador, mientras que el gobierno chino ha duplicado la vigilancia por vídeo y los dispositivos de reconocimiento facial (no es que las agencias de inteligencia del mundo estuvieran esperando la excusa de una epidemia para comenzar a seguirnos digitalmente). Muchos gobiernos europeos están decidiendo actualmente si imitar los programas de monitoreo digital de Corea del Sur y China, y la Oficina del Comisionado de Información de Gran Bretaña aprobaba esta medida a fines de marzo. Agamben no es el primero en argumentar que uno de los objetivos de la dominación social es atomizar a los dominados; Guy Debord escribió en La sociedad del espectáculo que el desarrollo de utopías de capitalismo-mercancía nos aislaría en una “separación perfecta”.

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Al final de esta crisis, entonces, los poderes de vigilancia de los gobiernos habrán aumentado diez veces. Pero, en contra de lo escrito por Agamben, el contagio sigue siendo real, mortal y destructivo a pesar de este hecho. El hecho de que los servicios de seguridad puedan beneficiarse de la pandemia no justifica un salto al conspirismo paranoico: la Administración Bush no necesitaba destruir las Torres Gemelas para aprobar la Ley Patriota; Cheney y Rumsfeld podrían legitimar el secuestro y la tortura simplemente aprovechando las oportunidades que presentó el 11 de septiembre.

Menciono el ataque a las Torres Gemelas porque revela un segundo defecto en el trabajo de Agamben, que explica todas las técnicas de control social que utilizan el modelo de represión estatal contra una lucha armada insurreccional. A fines de los años setenta y principios de los ochenta, varios países europeos impusieron un estado de excepción presuntamente para combatir el terrorismo, una tendencia que afectó directamente a la generación de Agamben y a sus descendientes. Pero no todos los estados de excepción son iguales. Como enseña Aristóteles, si todos los gatos son mamíferos, no todos los mamíferos son gatos. El estado de excepción impuesto en nombre del terrorismo es similar a la política diseñada para contener la lepra: es decir, la división de la sociedad en dos grupos separados, con leprosos/terroristas excluidos de la comunidad de ciudadanos sanos/respetuosos de la ley. Por el contrario, el estado actual de excepción reproduce, en principio, lo que Foucault teoriza para la peste, basado en el control, la inmovilización y el aislamiento de toda la población.

A diferencia del modelo de la lepra, este régimen no distingue entre buenos y malos ciudadanos. Todos somos potencialmente malos; Todos debemos ser monitoreados y supervisados. El panóptico abarca a toda la sociedad, no solo la prisión o la clínica.

Es cierto que estamos presenciando un experimento gigantesco y sin precedentes en la disciplina social, con tres mil millones de personas que actualmente tienen órdenes de permanecer en sus hogares, la mayoría de las cuales han aceptado estas restricciones a su libertad con poca resistencia activa. Hace cuarenta años, esto habría sido impensable. En muchos casos, este experimento se lleva a cabo a ciegas y al azar, como en India, donde Modi ha dado instrucciones a todo el país para que se quede en casa, a pesar de la presencia de 120 millones de trabajadores migrantes flotantes que a menudo se ven obligados a vivir en las calles.

En gran parte del mundo, el confinamiento en el hogar sólo es concebible para la clase más rica, mientras que para la mayoría conduce directamente al desempleo y al hambre. La India es un caso extremo, pero en todos los países se percibe una respuesta de clase a la epidemia. Esta es una “cuarentena de cuello blanco”, como lo dice The New York Times. Los privilegiados se encierran en casas con internet de alta velocidad y refrigeradores llenos, mientras que el resto continúa viajando en metros abarrotados y trabajan codo a codo en lugares con ambientes contaminados. La industria alimentaria, el sector energético, los servicios de transporte y los centros de telecomunicaciones deben continuar funcionando, junto con los que producen medicamentos vitales y equipos hospitalarios. La separación física es un lujo que muchos no pueden permitirse y las reglas para el “distanciamiento social” están sirviendo para ampliar el abismo entre las clases.

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Lo que nos lleva al punto principal que Agamben ignora: la dominación no es unidimensional. No es sólo control y vigilancia; también es explotación y extracción (un poco de Marx, además de Schmitt, no dañaría su análisis). El grave daño que esta epidemia puede infligir al capital explica la reticencia de los políticos a imponer el aislamiento y la cuarentena: Boris Johnson (inicialmente) y Trump son los ejemplos más llamativos: se resistieron a anunciar una cuarentena durante el mayor tiempo posible y desean levantarla lo antes posible, incluso a costa de unos cientos de miles de muertes. En este caso, el lento ritmo de las políticas de salud pública debe contrastarse con la rapidez de la respuesta financiera. Naturalmente, las medidas presupuestarias “generosas” reflejan parcialmente las preocupaciones de Wallenberg: su objetivo es evitar grandes trastornos sociales al dar a los trabajadores lo suficiente para que puedan sobrevivir. Ningún capitalista quería verse forzado a esta posición keynesiana. Pero, como comentó el jefe de gabinete de Obama, Rahm Emanuel, “nunca dejes que se desperdicie una crisis grave”. Por lo tanto, si bien se realizan ampliaciones exiguas a la remuneración legal por enfermedad, los estados también han tomado medidas extraordinarias para apuntalar sus sectores financieros o “echar espuma en la pista de aterrizaje de los bancos”, en palabras del ex Secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner. Hasta ahora, los gobiernos de la OCDE han prometido más de US$5 billones, y esa cifra aumentará.

Los gobernantes también se están aprovechando de la pandemia para impulsar políticas que causarían indignación en tiempos normales. Trump le ha dado a la industria estadounidense un billete gratis para romper las leyes de contaminación durante la emergencia, mientras que Macron ha desmantelado uno de los principales logros del movimiento laboral al extender la semana laboral máxima a 60 horas. Sin embargo, de alguna manera, la mezquindad de estos trucos legislativos -demasiado localizados y limitados para rescatar un orden neoliberal en crisis-, muestran que la pandemia ha cogido desprevenidas a las clases dominantes: aún no han comprendido la dimensión de la recesión que nos espera y su capacidad para acabar con las ortodoxias económicas. Así como Agamben ve todas las emergencias como antiterroristas, nuestros gobernantes ven esta crisis sistémica como una mera crisis financiera: responden a la pandemia como si fuera un nuevo 2008, imitando a Bernanke y prescribiendo la expansión monetaria de Friedman. Presos de la ortodoxia monetarista, no entienden que esta vez el shock de la demanda supondrá mucho más que una simple crisis de liquidez.

Muy pronto, se perderán fortunas enteras a medida que los capitalistas vean que sus negocios (aerolíneas, compañías de construcción, fábricas de automóviles, circuitos turísticos, producciones cinematográficas) se van por el desagüe. Pero en este contexto, la “caída de dinero desde helicópteros” de Friedman, la inyección de cantidades astronómicas de liquidez en la economía, iniciará una destrucción de capital a gran escala, ya que esta moneda recién emitida no corresponde a ningún valor real. Durante la guerra, se demuelen tanto el capital financiero como el material: infraestructuras, fábricas, puentes, puertos, estaciones, aeropuertos, edificios. Pero una vez que la guerra termina, comienza un período de reconstrucción, y es esa reconstrucción la que provoca un repunte económico. Sin embargo, la epidemia actual se parece más a una bomba de neutrinos, que mata a los humanos y deja intactos los edificios, carreteras y fábricas (si están vacías). Entonces, cuando termine la epidemia, no habrá nada que reconstruir y, por tanto ninguna, no habrá recuperación consecuente.

Después de que se levante la cuarentena, la gente no volverá de forma automática a comprar automóviles y billetes de avión en una escala como la anterior a la crisis. Muchos perderán sus empleos, mientras que aquellos que los mantengan tendrán dificultades para encontrar consumidores y clientes en una economía con problemas de liquidez. Mientras tanto, alguien tendrá que pagar la factura del gasto masivo relacionado con el virus, especialmente una vez que la acumulación de deudas resultante debilite la confianza de los inversores, momento en el cual el temor de Wallenberg a la inestabilidad social estará justificado: cualquier tratamiento de choque que se dispense después de la crisis -cuando, en nombre de la necesidad económica, el público debe pagar por esta ‘generosidad’-, puede servir para empujar a la gente a la revuelta. La epidemia aumentará el control y la vigilancia de arriba hacia abajo; reconvertirá a la sociedad como laboratorio de técnicas disciplinarias. Pero en esta situación, el papel de nuestros gobernantes será montar el tigre: aquellos que quieran supervisarnos y controlarnos preferirían hacerlo por medios menos costosos. Al final, revocar la cuarentena será fácil. Reiniciar la economía será más problemático.