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viernes, 29 de mayo de 2020

En fase de terminación nueva industria alimentaria


Bajo estrictas medidas sanitarias para evitar la propagación de la COVID-19, se trabaja en el montaje en Bayamo de una planta de beneficio de granos, para maíz y frijoles, entre otros, perteneciente a la Empresa Agroindustrial José Manuel Capote Sosa, instalación que constituye un importante proyecto del programa alimentario de la provincia de Granma.

La obra, cuya inversión se inició en 2018, se encentraba al cierre del mes de abril último, a más del 92% de ejecución general, declaró al periódico La Demajagua, Idel Marrero Martínez, director la empresa agroindustrial de granos José Manuel Capote Sosa, inversionista de la obra.

El directivo precisó que queda pendiente la instalación de algunos equipos tecnológicos, impermeabilización de cubierta del edificio socio administrativo y construcción de aceras interiores “que serán terminados este mes”.

Esas tareas las acometen trabajadores de la brigada número uno de la empresa de construcción y Montaje, Coingex, de la planta 26 de Julio, del Fondo de Bienes Culturales y de la entidad inversionista, publica el sitio web www.lademajagua.cu

La referida planta que se erige en el barrio El Country, a la salida de la ciudad de Bayamo hacia Santiago de Cuba, está compuesta por 26 objetos de obra y una vez terminada y puesta en marcha, dará empleo a más de 150 trabajadores, ahora vinculados al programa de acopio y beneficio de maíz.

Destaca la publicación que la novedosa planta impactará de manera indirecta en 33 cooperativas agrícolas del territorio atendidas por el proyecto de desarrollo urbano y rural (PRODECOR), de la Organización de las Naciones Unidas, con un monto de 6,3 millones de pesos.

Su función consistirá en secar los granos y envasarlos en bolsas de diferentes tamaños. El destino de los frijoles será la población y el del maíz, la alimentación de animales.

La maquinaria instalada permitirá un mejor sistema de comercialización de los granos, eficientes potencialidades para el uso de los medios biológicos, desarrollo de las cooperativas, entre otras bondades en favor del desarrollo del país.

La industria con capacidad para procesar unas 60 toneladas de maíz o frijol en dos turnos de trabajo diarios, deviene importante inversión que mejorará la calidad del frijol que recibe hoy la población y permitirá la producción de pienso para el consumo animal.

El valor de la inversión sobrepasa los cuatro millones de pesos, de ellos la mitad en moneda convertible.

Nueve plantas desalinizadoras permitirán acceso de comunidades al agua potable

Foto: cortesía de la delegación del INRH
El Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH) tiene el propósito de finalizar este año la construcción de nueve plantas desalinizadoras que surtirán de agua potable a comunidades cuyos mantos freáticos presentan un alto nivel de sal.
De acuerdo con Fernando Pérez Gómez, director de Infraestructura e Inversiones del INRH, el proyecto cuenta con un financiamiento de más de 3,6 millones de pesos, y emplea tecnología alemana para su funcionamiento. Hasta el momento, se trabaja en la construcción de dos plantas desalinizadoras en la capital, una de ellas en la localidad de Cojímar, y la otra en la zona conocida como La Puntilla, del municipio de Playa. Pérez Gómez puntualizó que son sistemas pequeños, con una capacidad para procesar dos metros cúbicos de agua salobre por hora, para las comunidades más próximas.
En Matanzas se acomete la construcción de tres instalaciones de este tipo. Una de ellas, denominada Girón II, estará lista en octubre, la cual contará con una capacidad de cuatro metros cúbicos por hora, por lo que impactará positivamente en alrededor de 3 400 personas, detalló.
En Granma, las desalinizadoras Papi Lastre y Las Mangas, ambas de dos metros cúbicos por hora, se encuentran en fase de cimentación y estarán concluidas en octubre del año en curso, en tanto está previsto terminar, en el mes de julio, la planta Lombillo –de igual capacidad–, ubicada en Camagüey. 
La instalación dispuesta para el municipio especial Isla de la Juventud, de cuatro metros cúbicos por hora, está pendiente de inicio constructivo, aunque se prevé su ejecución antes de que finalice 2020.
De acuerdo con Pérez Gómez, las dos pertenecientes a Santiago de Cuba, El Francés y Bahía Larga, se encuentran en la fase de puesta en marcha. Ambas procesarán cinco metros cúbicos por hora para beneficiar directamente a unas 300 personas entre ambas.
«Aunque este número parezca pequeño, estas plantas, que son donativos de España y Alemania, luego de llenar los tanques para las comunidades donde se encuentran situadas las obras, se dedican a abastecer pipas para surtir a otros asentamientos adyacentes, por lo que el impacto es mayor», aclaró el Director de Infraestructura e Inversiones del INRH.
El directivo añadió que desde hace algunos años el sector del turismo se beneficia con estas instalaciones. En tal sentido, destacó la existencia de las plantas situadas en los cayos Santa María y Coco, con capacidades por encima de los 180 metros cúbicos por hora, en condiciones de salinidad superiores a los de las demarcaciones costeras. Sobre estas, Pérez Gómez apuntó que, a la situada en cayo Santa María, se le incorporará este año un segundo módulo tecnológico, con el cual podrá trabajar con 360 metros cúbicos de agua por hora.
Las desalinizadoras son parte de las acciones que, a nivel nacional, se vienen desarrollando para crear puntos de fácil acceso a la población afectada por los altos niveles de salinidad. Desde octubre de 2019, el consejo popular Punta de Maisí, en Guantánamo, cuenta con una de ellas (la primera en la provincia) que surte con agua potable a  unos 1 700 pobladores.

Cuba enfrenta incierto panorama económico poscovid-19

El gobierno anunció un nuevo ajuste de sus planes económicos y especialistas locales vaticinan que “costará mucho esfuerzo levantar la economía en 2021”.


economía cubana pospandemia
La agricultura cubana requerirá decisiones inteligentes y audaces para podre responder a las demandas de producción de alimentos, mucho más afectada en tiempos de la covid-19.
Foto: Jorge Luis Baños/ IPS
La Habana, 29 may.- Hasta dónde llegará el impacto negativo de la pandemia por la covid-19 en la economía de Cuba dará mucho de qué hablar en los próximos meses. Y los escenarios adversos que dibujan los economistas son poco halagüeños para la deteriorada economía de la mayor isla del Caribe.
Antes de irrumpir el nuevo coronavirus en marzo pasado, la economía cubana se encontraba, según especialistas, a las puertas de una nueva recesión, atrapada por la disminuida producción agroindustrial, las deficiencias internas, el escaso avance de las transformaciones del modelo económico y la incrementada hostilidad del gobierno de Estados Unidos.
El presidente Donald Trump seleccionó como sus blancos para reforzar las sanciones a La Habana la importación de petróleo (menos abastecido debido a la crisis política y económica de Venezuela, su principal socio comercial y proveedor energético), el turismo y la actividad económica externa.
 

Perspectivas económicas en Cuba

Teniendo en  cuenta  las  condiciones actuales, en  los  próximos  meses  se debe anticipar un escenario económico  adverso  con  las  siguientes características, según Torres:
  1. Endurecimiento de la restricción externa.
  2. Aumento de la escasez de productos de todo tipo.
  3. Énfasis en el control de la epidemia para garantizar el retorno de los viajeros internacionales  en  cuanto las condiciones así lo permitan.
  4. Prioridad a la producción doméstica  de  alimentos  y  otros bienes industriales perecederos.
  5. Medidas de austeridad  fiscal, y en el consumo público de bienes intermedios como la energía.
  6. Restructuración de adeudos con proveedores privados e institucionales.
El especialista sugiere a las autoridades considerar medidas para acelerar la recuperación, entre ellas: flexibilizar las condiciones de operación; facilitar la importación individual de mercancía  en general, especialmente alimentos y medicinas; propiciar el establecimiento de alianzas provechosas  entre  el  sector  estatal  y privado para atender los cuellos de botella en las plataformas de venta online.

Son varios los enfoques sobre la crisis que proliferan en estos días. Varios economistas cubanos abogan por implementar los cambios previstos en documentos rectores del único legal Partido Comunista de Cuba, en especial los Lineamientos de la Política Económica y Social, el Plan de Desarrollo y Conceptualización del Modelo Económico, así como la nueva Constitución de 2019.

Informe en Cesla

Uno de los más recientes estudios, que aborda el estado actual de la situación de la isla caribeña, centrado en el choque externo negativo por la pandemia, es del economista Ricardo Torres, del estatal Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de La Habana.
El análisis forma parte de otros divulgados por el Círculo de Estudios Latinoamericanos (Cesla), bajo el patrocinio de la Universidad de Madrid UAM y la Universidad Rey Juan Carlos. Una nota del Cesla advirtió que las opiniones vertidas en este informe son responsabilidad del autor.
Torres inició su tesis señalando que la economía cubana cerró el  año 2019 marcada por una aguda crisis en la balanza de pagos, con impactos notables en la actividad productiva general.
Comentó que autoridades cubanas esperaban un aumento del Producto Interno Bruto (PIB) del 1.0 por ciento en 2019, pero la Comisión Económica para América Latina y el Caribe pronosticó una contracción del 3,7 por ciento, en tanto especialistas como Omar Everleny Pérez estiman que podría llegar al cinco por ciento.
Indicó que el primer cuatrimestre de 2020 ha traído nuevos desafíos para la economía isleña, por la combinación de tendencias negativas que se desencadenaron desde 2016, y la repercusión de la pandemia de covid-19.
En su opinión, los principales sectores involucrados son la agricultura, la agroindustria cañera, la minería y el turismo internacional que, según pronosticó en marzo de la Organización Mundial del Turismo, sufrirá una caída de hasta 30 por ciento en los arribos para este año.
«En el caso de la agricultura, los reportes disponibles sugieren que los volúmenes de producción están por debajo de las cifras de 2019, cuando ya exhibían un pobre desempeño», indicó. Y agregó que el plan 2020 de la zafra azucarera sufre la escasez de combustible líquido.
Con relación al níquel, la industria va a atravesar un año muy difícil. Durante el primer trimestre de 2020, los volúmenes del metal y cobalto se han reducido 13 y 6 por ciento respectivamente.
Sobre la industria turística, Torres recordó que antes del comienzo de la pandemia,  en  los  meses  de  enero  y febrero,  el  arribo  de  visitantes ya se había contraído 16,5 por  ciento, antes del cierre de fronteras.
economía cubana pospandemia
El sector del turismo, que ya había sufrido una contracción, es otro al que la pandemia ha impactado profundamente.
Foto: Jorge Luis Baños/ IPS
La  industria  manufacturera está  muy afectada por la escasez de combustible, las medidas de confinamiento y las limitaciones a la importación de insumos, derivadas de la caída del comercio mundial y la falta de dólares.

Sector exterior

Anotó que las principales industrias exportadoras (incluidas el ron y el tabaco) están gravemente afectadas por la incidencia de la pandemia. Cuba es altamente dependiente de ingresos provenientes de los viajes, el transporte internacional, y las remesas.
No obstante, Torres apuntó como dato positivo que Cuba sí tiene una característica especial: 48 por ciento de sus exportaciones (datos de 2018) se vinculan con la venta de servicios médicos y su industria biofarmacéutica, de los que se espera una revalorización.

Petróleo

Más adelante abordó el caso de la baja del precio del petróleo, como resultado  del  colapso  de  la  demanda mundial  asociada  al  impacto  de la pandemia. «En principio esto puede parecer beneficioso para Cuba, un  importador neto. Pero solo hasta cierto punto. A más largo plazo las consecuencias  pueden  ser  negativas. Varios de  los socios  claves  de  la  Isla  (Venezuela, Argelia, Rusia, Qatar, Angola) son exportadores de energía que dependen de esos ingresos para mantener a flote sus economías”, sostuvo.
En relación con la  inversión extranjera, señaló que a mediados de abril la televisión nacional dio a conocer que se habían firmado contratos por 600 millones de dólares, y se estaban negociando acuerdos por otros 1000 millones de dólares.
«No obstante, es esperable que el endurecimiento de las condiciones financieras internacionales y el desenfreno de la administración Trump con las sanciones aumente aún más el riesgo financiero asociado a las operaciones con la Isla», expresó.
Para el economista, es posible que, ante la baja de los ingresos externos, Cuba tenga nuevas dificultades para seguir adelante con los pagos a proveedores, empresas extranjeras y acreedores institucionales, en tanto el   desempleo masivo  y  el  retroceso del   ingreso en los países ricos, también impactará negativamente el arribo de remesas.

Política monetaria

Las autoridades monetarias cubanas, argumentó, enfrentan un escenario muy complejo en 2020, ahora con nuevos desafíos derivados del impacto económico de la pandemia en el objetivo de mantener la estabilidad de precios y frenar la creciente inflación reprimida.
A ello se suma un proceso de redolarización parcial informal primero, y luego institucionalizado a partir de noviembre de 2019, cuando se reabrieron establecimientos para la venta en moneda extranjera de artículos de uso duradero.
El autor observa que la pandemia supone un punto de inflexión en el abordaje de estos equilibrios macroeconómicos. La escasez de productos de primera necesidad, que había comenzado antes, se ha exacerbado. Ello responde a la contracción de las importaciones y al descenso de la producción nacional, en particular la producción agropecuaria.
Otro elemento que contribuye a dimensionar la escasez es el cierre de fronteras y su impacto en el trasiego individual de mercancías hacia la isla, incluyendo las denominadas “remesas en  especie”.
Es bien conocido que las  mercancías que se reciben en los aeropuertos como equipaje individual, nutre los mercados internos de bienes de consumo de todo tipo y aprovisiona los negocios privados. El cierre de este canal aumenta la escasez, presionando todavía más los precios al alza. «El pronóstico es que las  presiones inflacionarias aumentarán durante todo el  2020», subrayó. (2020)

ECONOMIA POPULAR. LA GEOPOLITICA Y EL COVID-19


Muchos analistas coinciden en que el Covid-19 dejará un mundo distinto, afianzando una nueva repartición de las esferas de influencia y las fuerzas dominantes.

Una de las principales debilidades bajo la pandemia fue su interconexión sin límites,  que hizo del planeta un mercado sin fronteras y el fetiche de la iniciativa privada que anuló casi por completo la inversión pública; los  estados nacionales perdieron casi todos sus elementos constitutivos y los  agentes neoliberales endosaron a la humanidad con su promesa del paraíso terrenal inminente fruto del libre mercado, al grado que se abandonó su rol protagónico; sus empresas estratégicas y servicios públicos fueron desestatificados, en muchos casos. Llegó la desgracia con impactos y secuelas que aún están lejos de constatarse y ha dado un protagonismo repentino a los gobiernos, en el que subyace un cambio de paradigma.

El ministro de Finanzas francés fue uno de los primeros en alertar la dependencia que tienen de China los países occidentales y aseguraba que “habrá un antes y un después del coronavirus”, que llevará a repensar el sistema económico y la globalización, con una mejor organización de la cadena de valores y relocalización de ciertas actividades estratégicas.

La crisis sanitaria global transforma el entorno geopolítico, Estados Unidos, Francia, España, Italia, Alemania, y otro grupo de países han perdido su protagonismo, se hacen visibles los aprietos capitalistas y por eso la guerra comercial o las respuestas proteccionistas de Trump, Brexit, Bolsonaro y varios regímenes derechistas, que son llevadas adelante bajo las banderas del neoliberalismo

Europa como unión protectora ha fallado, ha sido incapaz de responder de manera conjunta y multilateral al drama humano y social que la abate y ante un desafío sanitario tan crucial y con la primera secesión de la Unión Europea (el Brexit del Reino Unido), el sueño europeo no ha funcionado y era probablemente la última oportunidad.  A esa Unión insolidaria con sus socios más frágiles y carcomida por dentro por los populistas y extremistas de derecha, se le pronostica que va a experimentar una recesión del 7,7 % este año, acompañada de una caída de la inflación (0,2%) y un aumento del desempleo (9,6 %), donde mostrarán una caída del PIB: Grecia con 9,7%, España 9,4%. e Italia 9,5%.

En política internacional, la pavorosa gestión del presidente Donald Trump asesta un golpe muy duro a su país que no ha sabido ayudarse ni ayudar a nadie. El país norteño ha renunciado a encabezar la lucha sanitaria, a ayudar a los enfermos, está causando decenas de miles de muertos y la situación se puede agravar porque unos veintisiete millones de personas (8,5% de la población) no poseen seguro médico y otros once millones son trabajadores ilegales, sin documentos, que no se atreven a acudir a los hospitales.

El devenir del nuevo orden podría estar jugándose en estos momentos. Cambiará el mundo para siempre, se detendrá la globalización, provocará el ocaso estadounidense, aumentarán ideas nacionalistas, creará un régimen más sostenible y cuanto más tiempo dure la situación, menos se parecerá el futuro al pasado. No se sabe cuánto tiempo estará deprimida la actividad económica, cuánto tardará en recuperarse o si se recuperará.

La mayoría de los análisis coinciden en que lo posterior será diferente y entre los cambios trascendentales se fomentará o acelerará la transición de un orden uni polar y globalista a uno nuevo, pluri polar y multi céntrico, en el que China, Rusia y Estados Unidos definirían grandes zonas de predominio y sistemas de alianza con otros menores de carácter regional.

Los Estados Unidos pudieran continuar siendo gigantescos, conservarían ambas orillas del Atlántico y de la mano de sus aliados europeos, sobre África y la cuenca del Mediterráneo, con la complicidad de Israel y las monarquías del golfo, una presencia clave en el occidente de Asia,  garantizando el dominio  sobre buena parte del petróleo y por otro lado con Japón, Corea del Sur y Australia y de ser así estarían cediendo el control en las  rutas comerciales más importantes y los recursos minerales que se encuentran en territorio continental asiático.   

El mejor escenario para Rusia y China, que han consolidado su rol internacional prestando asistencia a muchos países desbordados por el colapso de su sistema sanitario, restringiría a Estados Unidos hasta la llamada anglo esfera que significaría básicamente el Atlántico norte con Canadá y México, el Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y sus territorios extra continentales, siempre en sociedad con Japón y Corea del Sur, que por razones históricas no girarían geopolíticamente, teniendo con el resto de Europa una relación más tensa y distante.

Esta reconfiguración implicaría que Rusia además de reinar en el Ártico recuperaría buena parte de influjo en Europa oriental, India abandonaría su postura ambivalente y terminaría de alinearse y el norte de África en alianza con Irán, aunque con la notable excepción de Israel; el gigante asiático recuperaría Taiwán, consolidaría sus dominios en el mar de China en un tenso equilibrio con Japón y Corea del Sur y al menos una parte de África.  Ambos tendrían además relaciones estratégicas que permitirían la consolidación del cinturón y la ruta, controlando de esta forma el centro de la economía global.

Para América Latina hay dos posibilidades: En la primera, seguiría  siendo el  patio trasero de los “gringos”, condenada a las relaciones de dependencia económica y sumisión política y social y en la segunda,   es muy probable que continúe como aliada sumisa e incondicional la mayoría de Centroamérica, Colombia, Perú y Chile con la posible excepción de Ecuador y Bolivia, aunque no es descartable  la esperanza  de Chile y Colombia, en los que sus pueblos  luchan, se levantan y un milagro es posible.

La esperanza de una Latinoamérica con un rol más importante en el nuevo orden, depende de salvar y consolidar el progresismo en Cuba, Nicaragua, Venezuela, Brasil, Uruguay y Argentina y avanzar hacia una verdadera integración social, política, económica y militar, que permita crear y controlar una zona que cubra el Caribe con el triángulo Cuba-Nicaragua-Venezuela y en el Atlántico central y sur con el eje Venezuela-Brasil-Uruguay-Argentina y además requerirá integración extra continental.  Rusia y China han demostrado ser sustancialmente diferentes, al ser más respetuosos de la soberanía, la identidad y la libre determinación, brindando oportunidades reales de desarrollo de la producción e industrialización nacional, con transferencia tecnológica y sin injerencia en los asuntos internos, y actualmente representa una mejor oportunidad para ir construyendo la patria grande y para alcanzar el merecido lugar en la historia.

Son terribles las implicaciones y mayúsculo el desafío en lo político, económico y social para Latinoamérica por su flaqueza, debilidad en la mayoría de los medios de salud, desplome de los precios de las materias primas, masivas salidas de capital, devaluaciones de las monedas y caídas de las bolsas. El impacto en las cadenas globales de valor hará que el desempleo crezca, aumentando también la pobreza y esté condenada a la recesión para este año.

China, ha conseguido recobrarse, parece sobreponerse al trauma y  podría reducir sus vastas tenencias de bonos del tesoro estadounidenses en respuesta al resurgimiento de las tensiones comerciales y a una guerra de palabras sobre los orígenes y el manejo del brote del coronavirus y se dice que funcionarios de la Casa Blanca han debatido varias medidas para compensar el costo de la plaga, incluyendo la eliminación de parte o toda la deuda de casi 1,1 billones de dólares que tienen con China. Mientras tanto, el economista jefe de Deloitte recomendó que "Rusia y China se alejaran del dólar" porque "puede ser convertido en un arma del gobierno americano, refiriéndose a la práctica de excluir a individuos, empresas y gobiernos extranjeros del sistema mundial de liquidación de transacciones financieras en dólares, lo que complica enormemente su capacidad para realizar negocios.

El comercio internacional se ha reducido y se estima caerá en 2020 entre un 13 y un 32%, los precios de las materias primas se han desfondado y para las economías de los países exportadores del sur -donde viven los dos tercios de los habitantes del planeta- es una coyuntura devastadora. Al derrumbe de las exportaciones, hay que añadir, el cese de los aportes del turismo, con una caída en el primer trimestre de 22%, que podría incrementarse entre 60 y 80% al finalizar el año y la drástica disminución de las remesas de los emigrantes afectados por la pérdida de empleo en los países ricos paralizados por la plaga; los tres principales recursos de los países del Sur se desploman y los que habían conseguido integrar la clase media corren ahora el peligro de recaer en la pobreza.

En ese contexto tan poco alentador, los capitales también han empezado a desertar en masa de los países en desarrollo, se estima que, desde el 21 de febrero de 2020 hasta finales de marzo, unos 59 mil millones de dólares huyeron, muchas monedas se han hundido y todas las importaciones, valdrán ahora más caras.

Lo más previsible es que cuando pase la pandemia en varias de las naciones fragilizadas y arruinadas se produzcan fuertes sacudidas sociales y una desesperada estampida de emigración salvaje hacia países donde se estará lidiando con las dolorosas consecuencias; los nuevos emigrantes no serán bien recibidos, se alimentará la xenofobia y los odios de los grupos en ascenso de extrema derecha.   

El politólogo Ignacio Ramonet señala que las presiones antiglobalizadoras van a ser muy fuertes, en muchos lugares se cuestiona el principio de una economía basada en las importaciones y diversos sectores industriales serán sin duda repatriados, relocalizados. En todo caso la hiper globalización parece herida de gravedad y no es descabellado vaticinar su debilitamiento e incluso su continuidad, bajo la forma ultra liberal del propio capitalismo.

Se abre un peligroso vacío, el juego de tronos se relanza peligrosamente.   La tragedia empujará sin duda hacia un nuevo orden económico por lo que es tiempo de debatir con urgencia la situación de los servicios y empresas privatizadas y plantear la nacionalización de los mismos.

Un nuevo orden es inevitable, dependerá de la capacidad de lucha de los pueblos para conquistar sus espacios, convertirse en sujetos de su propia historia y ganarse el derecho de escribir y construir su futuro, con la mayor felicidad posible.

  
Hasta Pronto

Lic. Michael Vázquez Montes de Oca

Mayo del 2020





Si no es ahora, ¿cuándo?

Por Ricardo Torres Actualizado May 28, 2020

LA HABANA. A menos de un año del VIII Congreso del Partido, la realidad de la “actualización” supera los pronósticos más pesimistas. Si en el VII Congreso se exhibió con cierta preocupación la implementación total del 22 por ciento de los Lineamientos, ahora se necesita una carrera contra el tiempo para emular esos resultados. En los últimos años, concretamente desde 2016, asistimos con incredulidad a un fenómeno que resalta los grandes obstáculos que tuercen la reforma cubana. En el discurso público se fueron haciendo cada vez más esporádicas las menciones a la “actualización”, los “lineamientos”, o la “comisión de implementación”. Por ello no es tan sorprendente que los recientes llamados a considerar decisiones “postergadas” hayan sido recibidos con esperanza y entusiasmo.

En diciembre de 2015, durante las sesiones de la Asamblea Nacional, algunos diputados se quejaron del alza de los precios de los alimentos. Entre todos los factores que se podían haber considerado responsables, había un predilecto: los cambios en la comercialización y el mayor protagonismo del sector no estatal. En abril de 2016 se decidió deshacer lo poco que se había logrado en ese ámbito. Un año tardó la publicación de las versiones finales de los documentos del VII Congreso, acaecida en julio de 2017.

En marzo de 2018, una sesión del Consejo de Ministros reconoció que las transformaciones habían perdido empuje. Lo que resultó perturbador fueron las razones esgrimidas: se implementaron primero las medidas más sencillas, ahora debe ser más lento porque corresponden las decisiones más complejas; algunas cosas no han resultado de acuerdo a lo que se planeó inicialmente, por lo tanto, hay que repensarlas y readecuarlas. De esta última razón se derivó la decisión de “perfeccionar” el trabajo por cuenta propia, equivalente en la práctica a un retroceso claro, a pesar de que los documentos centrales preveían la constitución de pequeñas y medianas empresas. Las cooperativas permanecen en la categoría de “experimento”, ocho años después.

¿Qué es lo que verdaderamente salió mal en la “actualización”?

El crecimiento económico en la década pasada (2009-2019) fue de 2,3 por ciento promedio anual, lo que compara muy desfavorablemente con el decenio precedente (6,2 por ciento). Después de 2016, esa cifra se reduce a 1,4 por ciento. Cierto es que aquel resultado se obtuvo en medio de favorables, pero insostenibles, relaciones con Venezuela. Y también la economía mundial creció menos desde la recesión de 2009. Incluso, el Índice de Desarrollo Humano cayó durante gran parte de la década.

Dado que la Isla exhibe un buen desempeño en salud y educación dado su nivel de ingreso, la única forma de mejorar los valores en el futuro está determinada por el aumento de la riqueza. Las exportaciones, aspecto clave para acceder a las divisas y sostener las importaciones, han tenido una pésima década, en gran medida debido al colapso de los flujos con la nación bolivariana y la incapacidad de desarrollar otros mercados. El caso del ron, y más recientemente la miel y el carbón vegetal, demuestran que cuando hay un producto que se coloca inteligentemente en los mercados foráneos, las ventas pueden crecer aún bajo el régimen de sanciones.

Respecto a la estructura del empleo, los resultados son aún más contradictorios. El sector no estatal es usualmente responsabilizado por la “fuga” de empleados desde las entidades estatales. Esto a pesar de que fue el propio gobierno el que indicó que las plantillas del sector público debían reducirse en más de un millón de puestos de trabajo. Lo que ocurrió fue que más personas emigraron o se fueron al sector informal que aquellos que terminaron siendo cuentapropistas o cooperativistas. Si el país hubiese tenido en 2018 la misma tasa de actividad económica que en 2009, habría alrededor de 830 mil ocupados adicionales en el sector formal, que supondrían miles de millones de pesos adicionales en impuestos pagados para sostener mejores servicios sociales para todos. Lamentablemente, hay que decir que logramos latinoamericanizar la estructura del empleo. Sin sector privado, muchos más habrían ido a parar a la informalidad o a otros países.

El objetivo de incrementar el volumen de inversiones, y cambiar su estructura para favorecer los sectores de la producción material comenzó a lograrse, sobre todo después de 2014. Sin embargo, la eficiencia de esas inversiones es otro asunto. En medio de las graves distorsiones de la planificación material, la estructura de propiedad y el entorno monetario-cambiario, no es de extrañar que el rendimiento de las mismas sea incierto, lo que solo agravaría la escasez de divisas y el endeudamiento externo. La agricultura y el turismo internacional ilustran claramente el punto anterior.

Con semejante desajuste, no es raro que la economía crezca poco y con mayores desequilibrios macroeconómicos. Si bien las cifras oficiales dan cuenta de tasas de inflación relativamente bajas, la observación sugiere que, en mercados específicos como los alimentos, la realidad ha sido otra. La liquidez monetaria de la población ha aumentado más de 10 puntos porcentuales desde 2013, alimentada por el déficit fiscal creciente, el estancamiento económico y la contracción de las importaciones. Ello se manifiesta, sobre todo, en la escasez. En estas condiciones, la presión para el aumento de los precios se mantendrá en el futuro previsible. Esto, junto a la situación de las finanzas externas, explica la extensión de la dolarización.

Todo lo anterior vino acompañado de mayores niveles de desigualdad, cuya única causa, aparentemente ha sido la limitada y defectuosa expansión del sector no estatal. Ni una mención a la informalidad, la precarización de los servicios sociales o la impostergable reforma de los mecanismos de protección social en una sociedad heterogénea.

Lecciones para la “nueva etapa”

Ahora que es tiempo de repasar todo lo acontecido, la primera gran lección es que no se debe dejar para luego, lo que puede y corresponde hacer en el presente. No hay garantías de que el tiempo futuro sea mejor. Lo que se dejó de hacer o se hizo a medias se convierte en un lastre. La introducción de cambios apresurados y desordenados en situaciones límites, no puede sino empeorar las cosas.

La secuencia de las transformaciones es decisiva. Parece lógico comenzar por los cambios más simples, pero no siempre es lo más conveniente. El mérito y efecto de las medidas no se mide esencialmente por el número de decisiones que las acompañan, sino por su calado. En ese sentido, la estructura de propiedad y el mecanismo de coordinación (planificación central, ausencia de mercado) preceden al resto de las transformaciones. Por ejemplo, luego de una lista interminable de resoluciones, contrarresoluciones y “medidas”, la empresa estatal ha perdido diez valiosos años para comenzar una verdadera reestructuración. En la actualidad es mayor la burocracia que la rodea, y se han consolidado diversos tipos de empresas públicas, que obedecen a reglas diferentes.

Desde el punto de vista político, resulta contraproducente que la propia institucionalidad creada para implementar la “actualización” haya transitado gradualmente hacia la irrelevancia. Por increíble que parezca, en la medida en que se formalizó el proceso y se codificó en nuevos documentos, “cualitativamente superiores”, el avance se hizo más lento. Recientemente han proliferado incontables grupos temporales de trabajos, equipos asesores y demás, cuyas tareas son la identificación de trabas y la creación de bancos de problemas. Se vuelve a descubrir por enésima vez la importancia de la academia, cuando ya en 2012 se había constituido el Consejo de Ciencia y Tecnología, precisamente con el encargo de funcionar como una interfase entre las ciencias sociales y los decisores. ¿Qué pasa en las instituciones cubanas que resulta tan difícil adherirse a un cronograma mínimo de transformaciones? ¿Por qué insistimos en crear mecanismos paralelos en lugar de hacer que funcionen los existentes?

La pérdida de confianza en las instituciones es una consecuencia grave de ese proceder. A pesar de que los documentos rectores contienen contradicciones y ambigüedades que suponen desafíos para su implementación, despojarlos de su carácter referencial para la política económica socava la validez del proceso político que les dio origen. Tanto los documentos partidistas como la Constitución codifican líneas de transformación cuyo abandono o retraso significan un portazo al mandato popular.

La invocación del endurecimiento del escenario internacional, además de ser conveniente, revela una gran incoherencia. Los lineamientos y el proceso subsiguiente se han basado en la premisa de que una parte esencial de los problemas económicos del país se deben a causas internas, y es posible desencadenar acciones para corregir esas fallas. Ninguno de los documentos indica que las propuestas requieren un contexto externo favorable, casi ideal, como condición para su éxito. Todo lo contrario, un país en transformación genuina es uno que seguramente altera la correlación de fuerzas externas a su favor.

Recuperar la “actualización” seguro concitará el apoyo de no pocos cubanos honestos, pero se han perdido muchos años valiosos. Entre la restructuración del orden internacional y la epidemia de la COVID-19, el mundo tampoco es el mundo. Si en los noventa se apeló a una nueva inserción externa para retornar a la senda del crecimiento económico, ahora tendremos que ponernos de acuerdo con nuestros propios demonios. Ya no quedan máscaras.

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¿Sobrevivirá el pensamiento crítico a la pandemia?


Ariel Petruccelli | 29/05/2020 | Opinión, Rebelión

Fuentes: Rebelión

Día tras día, a cada hora, se nos informa sobre la cantidad de muertos y contagiados de COVID-19. Supuestos expertos especulan sobre cuándo se producirá el famoso pico de contagios (que parece empeñarse en dilatarse en el tiempo).

Periodistas y comentaristas de toda laya y pelaje discurren sobre la famosa “curva” y su “aplanamiento”. Se habla todo el tiempo de la eventual saturación del sistema sanitario, y las autoridades muestras cifras en las que creen ver (aunque a veces comentan groseros errores con los datos), la confirmación de lo acertado de la decisión tomada por ellas en esta auténtica cruzada de salvación pública sin distinción de banderías políticas: en perfecta sintonía Alberto Fernández, Axel Kicillof y Rodríguez Larreta. Con ironía pudo referirse a ellos Jorge Asís como “el nuevo partido conservador”. De momento conforman un sólido bloque político. Aquí no hay grieta: ante la amenaza del COVID-19 “estamos todos juntos”. Ese es el mensaje. Como en un poema épico los generales marchan al unísono en la guerra contra el enemigo invisible. Al fin todos unidos: peronistas, radicales y prosistas. Pero, ¿y si en vez de un poema épico nos halláramos ante un cuento?

Significativamente, hay algunas cifras de las que no se habla nunca. La primera: ¿cuántos contagiados por COVID-19 podría soportar nuestro sistema sanitario sin colapsar? La segunda: ¿cuánto aumentó su capacidad en los dos meses de cuarentena? Nadie lo sabe. Secreto de estado. Tampoco se sabe cuántos contagios y cuántos decesos esperaban las autoridades. Se han filtrado estimaciones oficiosas. Pero no hay cifras oficiales. Y los rumores filtrados indican que el gobierno esperaba para el 15 de mayo entre 6.000 y 9.000 muertos. Si esta era la estimación oficial, se cometió un error de calado. Otra información que no se conoce es la magnitud del famoso pico. Y si no se sabe cuál es la capacidad de respuesta del sistema sanitario ni cuál es el pico de contagio esperado (ni en qué se fundan esas estimaciones), entonces no hay ninguna posibilidad de ningún debate público mínimamente serio sobre cómo afrontar el peligro de la pandemia. La ciudadanía está ciega y enceguecida a la vez: ciega de información relevante, y enceguecida por un bombardeo constante sobre las cifras del COVID-19.

“¿Pero las autoridades sí conocen esas cifras? ¿Y los expertos dicen …? Debemos creer en ellos”. Si algo tienen en común la democracia y la ciencia es su carácter público y comunitario. Si la información pertinente no se halla disponible para ser evaluada, analizada, criticada y discutida públicamente, no hay ni democracia ni auténtica ciencia. Lo que hay, a lo sumo, es parodia de democracia y tecnocracia. En la ciencia no hay verdades reveladas. Y las tesis no valen por los títulos que tenga quien las sostiene, sino por los argumentos y evidencias que se puedan presentar en su favor.

Entonces, ¿debemos creer? Quizá: yo estaría dispuesto a creerles, si me dieran buenas razones. Pero, ¿hay buenas razones para pensar que se ha hecho lo correcto? Veamos.

Lo primero que se debería tener en cuenta es que ninguna cuestión política se decide en base a una experticia científica. Entre evidencia científica y decisión política hay un hiato. Ha sido un logro no menor del neoconservadurismo y del neoliberalismo el instalar la idea de que las decisiones políticas se fundan el un supuesto saber experto. Y que sus supuestos críticos asuman esa premisa habla de la hegemonía neoliberal cuando nos sumergimos en las profundidades de la cultura contemporánea, más allá del espumarajo superficial de las olas que vienen y van.

Los expertos de los que tanto se habla, lo son en campos muy acotados. Las decisiones políticas integran múltiples campos y disímiles dimensiones. No hay aquí ni expertos ni demostraciones. Hay decisiones tomadas en contextos de incertidumbre, con un conocimiento parcial y aproximado y en torno a probabilidades antes que certezas. Las decisiones políticas implican un proceso de totalización. Son dialécticas, antes que analíticas. Esto no significa que se pueda o deba ignorar el conocimiento experto en campos acotados. Significa que esos múltiples conocimientos son un insumo necesario, pero no suficiente, para la toma de decisiones. Y sus datos y conclusiones deben ser objeto de un debate público no solo entre los expertos sino, a otro nivel, entre toda la ciudadanía.

Quienes, siendo de izquierdas, pensamos que ha habido una enorme desmesura entre la amenaza real del COVID-19 y las medidas implementadas para combatirlo, recibimos dos tipos de críticas:

a) eso es lo que dicen Trump y Bolsonaro

b) no puede ser que tanta gente y tantas autoridades estén engañadas.

La primer crítica es insustancial, por dos razones. La primera es que una evidencia empírica, si lo es, resulta independiente del perfil ideológico de quien la enuncia. La segunda es que no es cierto que las personas de izquierda que denunciamos lo que nos parece una hipócrita reacción ante una amenaza real pero claramente exagerada estemos diciendo lo mismo que los dos líderes derechistas. No, no decimos lo mismo. Trump y Bolsonaro prácticamente negaron el problema. Nosotros nunca lo negamos: decir que se lo exagera no es lo mismo que negarlo o ningunearlo. Trump y Bolsonaro eligieron no hacer prácticamente nada. Nosotros sostuvimos que todas las enfermedades eran merecedoras de la preocupación y atención despertadas por el COVID-19. Pero, ciertamente, es muy extraño el contraste entre la movilización que ha generado la guerra contra el coronavirus, y lo poco y nada que se hace ante enfermedades mucho más letales.


En todo el mundo han muerto, en lo que va del año (escribo el 26 de mayo) casi 24 millones de personas. De ellas, 350.000 han sido atribuidas al coronavirus. Esto significa que, hasta ahora, el COVID-19 es responsable del 1,5 % de los decesos mundiales. Supongamos que las cifras estén mal, que las víctimas sean en realidad muchas más. De ser así, ello se reflejaría en un aumento con respecto a la tasa mundial de mortalidad de 2019. Pero no es así. Las tasas son semejantes, comparando las mismas fechas.

Un 1,5 % de los decesos parece demasiado poco para un virus que ha tenido obsesionada a la humanidad por meses. Pero claro, se podría pensar que ese porcentaje es bajo gracias al estado de cuarentena en que se halla la mayor parte de la población. De no ser por ello las víctimas serían muchas más. Podría ser, pero, ¿cuántas más? Si hemos de creer a las predicciones del Imperial College, sin las medidas adoptadas ahora habría millones de muertos. Pero no es eso lo que muestran las evidencias. Como explicamos en otro artículo (Ariel Petruccelli y Federico Mare, “Covid-19: estructura y coyuntura, ideología y política”, Rebelión, 18 de mayo de 2020), las tasas de mortalidad por millón de habitantes presentan un cuadro enormemente diverso a nivel mundial, pero con claras y muy uniformes pautas regionales. Al interior de cada región, por lo demás, las tasas de muertos por millón no varían significativamente entre los países que establecieron cuarentenas y aquellos que optaron por medidas más relajadas. A una conclusión semejante ha llegado Williams Briggs, en “There Is No Evidence Lockdowns Save Lives. It Is Indisputable They Caused Great Harm”, un artículo publicado el 14 de mayo (disponible en: https://wmbriggs.com/post/30833/). Briggs no realiza un análisis regional ni le preocupa explicar por qué hay una variabilidad tan grande de muertos por millón en los distintos países, que al día de hoy van de menos de un muerto por millón a más de 800 muertos por millón de habitantes. Simplemente constata esta disparidad y agrupa a todos los países con al menos un millón de habitantes en cuatro categorías (tomando los datos hacia el 14 de mayo): aquellos que tienen más de 100 muertos por millón (12 países), aquellos que se hallan en un rango entre 11 y 99 muertos por millón (31 países), los que tienen entre 1 y 10 por millón (51 países) y aquellos que tienen menos de un muerto por millón (30 países). Luego observa cuáles países tienen cuarentena y cuáles no, y cómo se despliegan al interior de estas cuatro categorías. El resultado es sorprendente. En todas las categorías hay países con y sin cuarentena. Los países en cuarentena son la mayoría, pero en los rangos más bajos de mortalidad por millón hay más países sin cuarentena, en tanto que los países con más alta tasa de mortalidad por millón están todos en cuarentena. La conclusión de Briggs es que no hay ninguna evidencia sobre la efectividad de la cuarentena.

Evidencia hay poca, pero hay un exceso de discursos ideológicamente sesgados. A modo de ejemplo: quienes se escandalizan porque Brasil no esté en cuarentena omiten decir que tampoco tiene cuarentena el México progresista de López Obrador ni la Cuba revolucionaria. Ni Taiwan, ni Japón, ni Suecia, ni Bielorrusia, si se quiere ampliar el espectro político y geográfico. No hay ningún vínculo necesario entre las medidas adoptadas y los perfiles políticos de los gobiernos. Por ejemplo, no hay nada de progresista ni de populista en el gobierno paraguayo, que ha adoptado un temprano y severo aislamiento social.


Se habla mucho de cuarentena, pero no hay ninguna claridad sobre lo que significa. De hecho, si cuarentena es lo que se estableció en Wuhan, la conclusión es que lo que hay en los otros países son diferentes grados de aislamiento social, pero no una cuarentena en el sentido estricto y radical de Wuhan. Allí la población no salía literalmente de sus casas. Se suspendieron todas las actividades y sólo circulaba el personal médico y las fuerzas armadas, que se encargaban de dejar la comida en las puertas de las casas sin trabar ningún tipo de contacto con quienes las recibían. Los médicos chinos que llegaron a Italia supuestamente cuarentenada no consideraban que eso fuera una cuarentena: la gente seguía saliendo a hacer las compras y muchos a trabajar.

Ahora bien, como casi todo en esta crisis, la discusión pública sobre la cuarentena se halla a años luz de cualquier cosa que con algún grado de verosimilitud pudiéramos llamar pensamiento crítico. Comparado con las medidas tomadas en Wuhan lo que hay en Argentina es una parodia. Pero es también una parodia costosa: los efectos sociales, económicos, psicológicos y educativos del ASPO son enormes. Y uniformemente negativos, salvo para un puñado de empresas beneficiadas con esta crisis. Pero como existe un consenso mediático y político en no analizar ni discutir con detalle ese aspecto, bajo el imperativo cuasi-religioso y falaz de “lo importante es salvar vidas”, estas consecuencias de la ASPO son objeto de un manto de silencio. Argentina entró supuestamente en cuarentena cuando todavía no había registros de circulación comunitaria del virus. Si la medida tomada hubiera sido la misma que en Wuhan, no debería haber habido contagios o, de haberlos, deberían haber virtualmente desaparecido a esta altura. Sin embargo los contagios continúan y se multiplican. Como estrategia de aniquilación del virus, la ASPO fracasó. Pero ello no es para alarmarse. Era inevitable que fracasara. Ni el Estado ni la sociedad de Argentina estaban en condiciones de establecer una cuarentena semejante a la de Wuhan. Lo que se estableció fue algo más bien orientado a mitigar el impacto del virus, antes que a cortarlo de cuajo. Pero el discurso oficial fue ambiguo: ello explica la brutalidad policial y los excesos de todo tipo que se cometieron sobre todo en los primeros días.

Dentro del amplísimo abanico de las medidas orientadas a la mitigación de los contagios implementadas en el mundo entero, la ASPO ha sido de las más severas. Pero no ha tenido la severidad de las medidas implementadas en Wuhan. Esto hace que la ASPO Argentina no tenga el mismo impacto epidemiológico que la cuarentena decretada por las autoridades chinas; aunque su impacto económico y social no es tan diferente. Por lo demás, aunque la circulación del virus no fue erradicada -como en Wuhan- luego de dos meses de cuarentena, lo más probable es que Argentina no supere la tasa de unos cien muertos por millón que tiene Wuhan, porque las condiciones son aquí diferentes, y muchas variables relevantes para explicar el impacto del coronavirus tienen en Argentina poco peso.


¿Es eficiente la ASPO como estrategia de mitigación? No es sencillo evaluarlo. El estudio de Briggs muestra a las claras, a nivel mundial, que no hay ninguna correlación entre cuarentena y menores tasas de mortalidad. Por otra parte, hay múltiples factores a la hora de entender por qué el coronavirus impacta tan desigualmente en diferentes países y sobre todo regiones: cantidad de población con enfermedades respiratorias y circulatorias preexistentes, porcentaje de población mayor de 65 años, densidad de población, cantidad de ancianos en asilos, características de los sistemas de salud, hábitos culturales, presencia del turismo internacional, etc. Comparar los resultados de dos países considerando sólo si tienen o no cuarentena no tiene mucho sentido. Pero es fácil y tranquilizador. “Miren a Brasil como le va sin cuarentena”. Y por supuesto, Brasil tiene más contagios y más muertos. Pero comparado con la mayor parte de los estados de Europa Occidental su perfomance no parece tan mala. En todo caso, podría suponerse que sin cuarentena la situación en Argentina sería semejante a la de Brasil (que de todos modos no ha colapsado). Puede ser, aunque no es seguro: después de todo Uruguay, con restricciones mucho menos severas, tiene una tasa de decesos por millón bastante más baja que la de Argentina. Pero la comparación de cuántos contagios y víctimas posee cada país está mal planteada: no se puede medir el éxito sanitario como si lo único pertinente fuera el coronavirus, y haciendo abstracción de las diferentes situaciones de los países.

En cualquier caso, es evidente que las realidades sociales, demográficas, climáticas y económicas de las diferentes regiones de la Argentina son enormemente diversas como para que haya tenido algún sentido establecer un criterio uniforme en todo el país.

Tanto Trump como Bolsonaro compararon al COVI-19 con la gripe. En un punto, la comparación no era descabellada: efectivamente, lo más parecido a un coronavirus es el virus de la influenza. Lo descabellado era pensar que siendo parecido el virus, el impacto del COVID-19 sería semejante. Esto fue un error garrafal. Sin embargo, que el impacto del coronavirus en Brasil y en USA fuera mucho mayor que el impacto de la influenza no significa que lo mismo fuera a ocurrir en todas partes. De hecho, aunque por diferentes razones, tanto USA como Brasil tienen, año tras año, relativamente pocos muertos por influenza. Muchos menos que la Argentina, en cualquier caso. Pero, por eso mismo, su población es más vulnerable al coronavirus que aquella de países en los que la influenza u otras afecciones principalmente respiratorias causan daños mayores. Si la pandemia ha impactado tan poco en África y la India, ello en buena medida se debe a que allí las enfermedades respiratorias son la principal causa de muerte y la población es mucho más joven en promedio: el coronavirus causa muy pocas víctimas, simplemente porque sus potenciales víctimas ya están muertas.

Ahora bien, la influenza no es en Argentina (como en USA o Brasil) un problema sanitario menor. Es un problema mayor. El año pasado provocó unos 30.000 decesos (en términos relativos, nueve veces más que USA), lo que arroja una tasa de casi 800 muertos por millón de habitantes. La misma tasa que Bélgica este año con el coronavirus. ¡Y Bégica es el país más afectado! Y el año pasado no tuvo nada de excepcional. Sin embargo, ni en 2019 ni en ningún año anterior hubo una movilizacón general para frenar la expansión de la influenza, que también es viral y contagiosa. ¿Pensaban nuestras autoridades que el coronavirus causaría una tasa mayor? Para que eso sucediera Argentina debería convertirse en el país con peores resultados en todo el mundo ante la pandemia. Lo esperable, sin embargo, más allá de las medidas de emergencia adoptadas por las autoridades, es que las tasas de muertos por millón sean mucho menores en América Latina (por las razones que hemos explicado en el artículo antes mencionado) que las de Europa y USA.

Se podría pensar que quizá las internaciones por el coronavirus no serían tantas, pero se adicionarían a las de la influenza y otras afecciones haciendo colapsar al sistema sanitario. Suena razonable. Pero, ¿lo es? No del todo. En primer lugar porque la capacidad del sistema bien puede ampliarse. En segundo lugar porque no hay nada que lleve a pensar que las víctimas del coronavirus se adicionen simplemente a las de la influenza: en muchos casos se superponen. Y en tercer y decisivo lugar, porque si el temor era la superposición del coronavirus con la influenza, entonces no tenía mucho sentido establecer restricciones severas de alto costo económico y social pero relativo efecto sanitario: era preferible establecer un aislamiento más severo en el invierno. En vez de poner toda la carne al asador de entrada, hubiera sido más sensato una cierta dosificación. Pero para dosificar es preciso no entrar en pánico: y buena parte de nuestra población ya lo estaba. Y para dosificar son necesarias, también, autoridades menos preocupadas por las encuestas.


Argentina entró en cuarentena en medio del pánico. Tras más de dos meses, la misma comienza a hacerse insostenible. Pero así como el gobierno se vio arrastrado a la cuarentena por el pánico de las clases medias, parece evidente que decretará su fin cuando ya se haya extinguido de hecho. Pese a que se diga y aparente lo contrario, las autoridades van a la saga de los acontecimientos, en lugar de orientarlos. La flexibilización real de la cuarentena es mucho mayor de lo que se declara. Las empresas violan sistemáticamente la cuarentena ante la vista gorda de las autoridades, que además las premian con subsidios de todo tipo. Todas las fuerzas políticas de peso están unidas en la cruzada sanitaria. De momento, sólo unos pocos sectores de ultraderecha llaman abiertamente a desconocer la cuarentena. Pero gran parte de la población comienza ya a salir de sus casas. Y no son pocos los movimientos sociales y grupos de trabajadores que salen a las calles contra los despidos o a reclamar las ayudas que no llegan. Aunque durante los últimos meses se repitió que el virus nos afecta a todos y todas, y que todas las vidas valen; la triste realidad es que eso no es cierto. Los millones de muertos por la desnutrición, los cientos de miles de muertos por el cólera, las víctimas del dengue y de la tuberculosis nunca han generado tanta preocupación. La pandemia no eliminó las desigualdades geopolíticas ni a las clases sociales. Tampoco puede suspender la lucha de clases. En mayor o menor medida, la población se irá hartando de una cuarentena tan costosa de la que nadie puede mostrar concluyentemente que sea efectiva. La mayoría saldrá de la cuarentena sin mucho contenido político ni por medio de acciones colectivas: simplemente pasearán más, saldrán más, volverán a trabajar, andarán por ahí. Dejarán de vivir en suspenso. Pero también habrá salidas políticas. Ya lo estamos viendo: bocinazos y llamados con tinte de derecha (a veces desopilantes, como la fallida “marcha contra el comunismo”). Con menos difusión mediática, hace ya semanas que empezaron las protestas, reclamos e incluso cortes de ruta de sectores obreros, movimientos sociales y trabajadores precarizados: mineros de Andacollo y más recientemente los obreros de Zanón en la Provincia de Neuquén; trabajadores precarizados en La Plata y otros lugares; trabajadores de la economía informal en varias ciudades; distintos tipos de reclamos y atisbos de movilizaciones docentes en difrentes distritos; el reclamo de los obreros de Meléndez Victoria, de los trabajadores de Pedidos Ya; y la lista sigue. Sale poco en los medios. Estos reclamos incomodan al gobierno, a la “derecha”, a las representaciones progresistas y a la sensibilidad de las clases medias. La solidaridad progresista clasemediera, ante ellos, suele trastabillar: ¡es tan fácil solidarizarse con los pobres que se quedan en sus casas (si es que tienen)! Pero los pobres que siguen reclamando en medio de la pandemia provocan más bien rechazo o recelo. Sólo la militancia de izquierdas los apoya sin reservas. Al otro lado de la cordillera, las barricadas de Chile nos muestran el camino.

Entre tanto, no deja de ser preocupante, en términos intelectuales, ideológicos y culturales, que haya sido la derecha libertarista la que se haya apropiado de la bandera de la defensa de la libertad. En sus versiones más políticamente incorrectas -como la del gobernador estadounidense que declaró que los ancianos debían sacrificarse para salvar la economía- dejaban un flanco fácil para al crítica. Con todo, no habría que tomarse a la ligera estas cuestiones. Los libertaristas vernáculos (como el payaso mediático de Milei) no se caracterizan por su inteligencia, pero poseen amplias usinas de difusión ideológica y sus ideas, aunque en general bastante tontas, son simples y claras: no hay que menospreciar su poder de seducción. Hay que combatir esos discursos. Pero se los puede combatir de diferentes maneras. Y bien, la respuesta que han dado los “progresistas” es para quedarse pasmados: se basa en contraponer la vida a cualquier cosa. Y en nombre de la vida se está dispuesto a aceptar todo tipo de restricciones, a renunciar alegremente a la libertad. Cualquier costo, cualquier sacrificio es poco si se trata de conservar la vida en las condiciones que sea. Esa es la premisa que hoy eleva el pensamiento progresista dominante ante la defensa de la libertad por los ideólogos de derecha. Es una actitud meramente defensiva. Y muy poco épica. La derecha ha tomado ideológicamente -incluso en medio de una crisis de la que sus agentes son primerísimos responsables- la delantera. Por supuesto que yo no haría el más insignificante sacrificio para salvar la economía capitalista. Pero ciertamente estaría dispuesto a hacer muchos sacrificios si se tratara de abolir la economía capitalista, salvar la economía de las clases trabajadoras e instaurar un nuevo sistema que nos salve del desastre al que nos conduce el capitalismo. La crítica a los discursos libertaristas filosóficamente algo más sutiles (no las declaraciones de un tosco gobernador yanqui tan bruto como Trump) no puede ser la burda contraposición de la vida a la libertad. Lo condenable de los libertaristas no es su defensa de la libertad, sino una concepción estrechamente individualista de la misma. Pero por la libertad, la igualdad y la comunidad, vale la pena arriesgar incluso la vida. Ya Hegel aclaró el punto en su dialéctica del amo y el esclavo. Y convendría no olvidar la vieja máxima de San Martín: “seamos libres, lo demás no importa nada”. La vida importa, desde luego. Pero si por conservar la vida a como sea estamos dispuestos a aceptar cualquier cosa, el resultado bien puede ser la esclavitud.


La pandemia ha ocasionado pánico. Y el pánico no es bueno: nos paraliza. O nos lleva a acciones desesperadas y contraproducentes, como las avalanchas hacia los botes salvavidas en los naufragios. Y no nos deja pensar, ni mucho menos pensar claramente. El miedo es otra cosa. El miedo nos alerta del peligro, el miedo nos pone en guardia y nos permite tomar las decisiones más inteligentes. Debemos tener miedo. Pero más que al COVID-19, debemos temer al capitalismo: ese sistema que ha convertido a nuestro planeta en un barco a punto de naufragar.

No hace falta creer que la pandemia es una invención, ni que todo se trata de una gran conspiración. Yo no lo creo. Lo que sí creo es que un problema sanitario real llevó a un estado de pánico a las clases medias y acomodadas globalizadas: luego de construir un mundo basado en la seguridad, de pronto se sintieron vulnerables. Desatado el pánico, ya fue muy difícil escapar de la lógica intrínseca de la situación. Pero puesto que el capital y sus agentes poseen estrategias pensadas a larguísimo plazo, una vez inmersos en una situación que seguramente no buscaban empezaron a ver cómo sacar el mayor provecho. En eso están. Naomi Klein lo acaba de mostrar muy bien en “Distopía de alta tecnología: la receta que se gesta en Nueva York para el post-coronavirus”, disponible enhttps://www.lavaca.org/portada/la-distopia-de-alta-tecnologia-post-coronavirus/.

Por contraste, el pensamiento crítico parece haberse paralizado. Con las debidas excepciones, desde luego. Cuesta sustraerse a la “suspensión mediática de la racionalidad”, para decirlo con las certeras palabras de Alexis Capobianco en “Reflexiones sobre la vida, la razón y la crisis del capitalismo en tiempos de coronavirus (publicado en Alai, el 14/05/2020, disponible en: http://www.redescristianas.net/reflexiones-sobre-la-vida-la-razon-y-la-crisis-del-capitalismo-en-tiempo-de-coronavirusalexis-capobianco/), quien ha señalado con gran tino:

De pronto también desaparecieron o se vieron reducidas a un minimum todas las discursividades ultrarrelativistas y subjetivistas de los tiempos postmodernos. El “todo es una construcción”, “todo es relativo”, “cada cual tiene ´su verdad´” cedió en forma silenciosa el paso a la Verdad científica con mayúsculas. En menos de lo que canta un gallo, el relativismo radical se transformó en cientificismo dogmático; un dogma ocupó el lugar del otro.

El desconcierto ante una situación inédita parece dominar. Y ante la duda, la mayoría ha optado por concluir que lo mejor es acompañar a las autoridades y hacerles caso: es como si el grueso de los intelectuales quisiera creer en la racionalidad de los líderes y lideresas. ¡Más nos valdría desconfiar! Después de todo: ¿es racional una sociedad en que el 1 % de la población es más rico que el 90 % inferior? ¿Es racional que el hambre cause millones de muertos anuales en una sociedad con capacidad para desarrollar la tecnología 5G? ¿Es racional la tecnología 5G? No deberíamos apostar por la alta racionalidad de autoridades dispuestas a administrar (en lugar de transformar o abolir) un mundo tan irracional.

Sería necio negar lo inusual de la situación. Contrariando casi todas la previsiones, el coronavirus ha afectado mucho más a los países “desarrollados” que a los periféricos. Ello explica el pánico que provocó en las clases medias y altas globalizadas, que se trasladó -si bien no uniformemente- a las autoridades políticas. Las previsiones de una catástrofe apocalíptica cuando el virus llegara a África o la India no se han cumplido. Un artículo fechado el 4 de abril afirmaba que en dos o tres semanas la situación en África sería semejante a la de Europa: han trascurrido ocho semanas y la situación es incomparable: el COVID-19 ha llegado al África, pero allí causa pocas víctimas. En los países “desarrollados” hay cierta sobre-representación de las clases más pobres entre las víctimas. Pero para tratarse de una enfermedad contagiosa (en las que las víctimas pobres son usualmente muchísimo más numerosas tanto en términos absolutos como relativos que las de las clases acomodadas), la sobre-representación de los pobres, si bien existe también en este caso, comparado con otros es más bien escasa. Los pobres, es indudable, siempre están sobre-representados en los males del capitalismo. Eso es lo que ocurre siempre. Con el coronavirus ha emergido una novedad: una enfermedad contagiosa que afecta más a los países industrializados que a los periféricos. Dentro de los primeros, la clase cuenta, pero cuenta un poco menos que en problemas semejantes. Un estudio que analizaba el impacto por quintiles de ingresos en España estableció que el quintil menos afectado era el superior, pero el segundo menos afectado era el inferior. Los más afectados era los tres quintiles intermedios. Por lo demás, las diferencias entre todos eran escasas. Estos datos pueden ser desconcertantes para las miradas apriorísticas. Nadie dice que sea fácil orientarse en un mundo tan trastornado. Pero el ejercicio de la duda, la crítica y la razón no se suspende por pandemia.

Tras décadas de formación cientificista ultra-especializada, por un lado, y de insulso discursivismo filosófico especulativo, por el otro, parece que el racionalismo crítico -aquél pensamiento capaz de análisis integradores pero fácticamente bien informados- se halla reducido a su mínima expresión. Abundan los especialistas capaces de seguir al dedillo una única variable ignorando pertinazmente todas las demás. O los ingenios especulativos que echan a rodas hipótesis de todo tipo, sin tomarse la molestia de verificar un solo dato. O los combativos ideólogos que aplican a una realidad nueva y compleja los mismos análisis y las mismas previsiones que aplicarían a cualquiera.

Así estamos.

Por suerte algunas voces se atreven a disentir. Algunas cabezas no renuncian a seguir pensando.