11 MARZO, 2022
Rodin. The Thinker. Metropolitan Museum of Art (public domain).
Detrás de todo problema económico y financiero puede distinguirse un trasfondo moral. Por ejemplo, consideremos un caso simple brindado por Mark Grinblatt y Sheridan Titman en su libro clásico de finanzas [1]. Ana está evaluando un proyecto para Unitron; el proyecto virtualmente no tiene ningún riesgo y otorga un retorno de 12% al año. Debido a que la tasa de interés libre de riesgo en esa fecha es de 10% al año, Ana recomienda que la compañía efectivamente elija realizar el proyecto debido a que sus retornos exceden el costo de capital para un proyecto sin riesgo. Pero su supervisor, Harold, piensa que la compañía debería rechazar el proyecto. Él indica que Unitron está altamente apalancada, tiene una calificación de riesgo BBB y tendrá dificultad en obtener préstamos a la tasa de 10% asumida en el análisis previo, siendo más probable que los consiga a 13%. Ana no sabe qué responder. Por un lado, ella sabe que los proyectos libres de riesgo deben descontarse a la tasa libre de riesgo. Sin embargo, cuando se considera la composición financiera de los fondos disponibles, el proyecto genera flujos de caja negativos para los accionistas de la empresa. ¿Quién tiene la razón?
La respuesta es que Harold está en lo cierto, si los directivos creen que el objetivo de la empresa es maximizar el precio de la acción. Sin embargo, si creen que el objetivo es maximizar el valor de la empresa como un todo, lo cual sería verdad si se estuviera considerando el compromiso de la empresa respecto a los bancos y otros acreedores, la respuesta de Ana es la correcta. Es una decisión moral de los directivos de la empresa respetar un objetivo o el otro, y de eso depende la elección económica final.
¿Existe un vínculo entre la generación de riqueza y la moral? La pregunta es válida, especialmente porque los economistas hoy en día muchas veces se jactan de no hacer juicios morales. Nada está “bien” o “mal” en jerga económica: se habla de óptimo o subóptimo, de equilibrio o desequilibrio, de preferencias y restricciones, pero casi nunca se hacen referencias éticas.
En este sentido, conviene que los economistas de hoy recuerden que su padre fundador, Adam Smith, antes de escribir La riqueza de las naciones escribió la Teoría de los sentimientos morales [2]. En esa obra más temprana y menos conocida, Smith desarrolló conceptos de filosofía moral – casi ninguno de ellos original – que sentaron las bases para entender la utilidad, las relaciones de justicia entre agentes económicos, la jerarquía de las virtudes en el bienestar personal y social y las nociones de placer, dolor y simpatía. Con un profundo respeto a las creencias religiosas sobre el bienestar espiritual y la salvación personal, Adam Smith enmarcó al individuo y su conciencia en el centro del juicio sobre la aceptabilidad de las acciones humanas. La moral constituía la base de su pensamiento años antes de escribir su tratado sobre los fundamentos de economía.
Podría pensarse que el Adam Smith de La riqueza de las naciones, al definir el interés ensimismado de cada individuo como el motor a través del cual funcionan los mercados, deslindó totalmente de los sentimientos morales, es decir, de su primer libro. Esta es una gran paradoja de los mercados, como es también paradójico que el buen funcionamiento de los mercados y la racionalidad en las decisiones no garanticen la felicidad humana, como reseño a continuación.
Los límites de la razón
Tres siglos después de Adam Smith, consideremos el método económico hoy en día: el rol otorgado al razonamiento y las capacidades cognoscitivas es dominante, a veces exacerbado. Para evaluar a un país, una empresa o un problema concreto, el economista requiere datos, modelos y marcos conceptuales que le permitan encontrar el mejor equilibrio que maximice la generación de valor considerando las fuerzas de la oferta y la demanda. Y cuando ve algo que no funciona, el economista concluye que el problema “se ha pensado mal”. Se ha elegido “el modelo incorrecto”. El tomador de decisiones “está desorientado” y requiere “asesoramiento más experto” y “mayor preparación”. Como ejemplo, baste considerar la situación actual de la macroeconomía peruana y los comentarios acertados de expertos, alguno manifestado en este foro.
La razón humana efectivamente tiene límites –no es fácil pensar la mejor solución económica a problemas complejos–, pero el raciocinio mismo, aunque fuera perfecto, no sería suficiente para emprender el mejor curso de acción. Por un lado se encuentran las pasiones humanas, que desvían del camino ideado por la inteligencia. Odio, antipatía, atracción, miedo, rechazo y un sinnúmero de otras pasiones y sentimientos se aposentan en el ser humano y nublan la visión. Por otro lado están los vicios – hábitos que alejan a la persona de su bien moral –, que constituyen prácticas deliberadas. Flojera, superficialidad, injusticia, avaricia, arrogancia, mentira, intemperancia, pusilanimidad. En un extremo triste, el plan económico más brillante podría ser propuesto por una persona con deficiencias morales tan serias que impedirían su implementación, ya sea por la baja credibilidad para embarcar a otros en su idea, ya sea por el lastre que esas limitaciones personales representan para cualquier posibilidad de dar vida a sus ideas.
Y la inteligencia humana, por más que ofrezca una gran idea económica, requiere ser acompañada por el imperio de la voluntad. Poco se habla de la voluntad en economía, cuando en realidad es el acto propio de la virtud de la prudencia, que está en la base de los planes económicos. La firmeza de intención que permite pasar del plano de las ideas a su realización ha distinguido a algunos de los emprendedores más efectivos de nuestra era [3]. Japón y Corea del Sur lograron milagros económicos en el siglo XX gracias a su empeño. La Unión Soviética comunista de Stalin desfiguró a una sociedad a fuerza de represión [4]. Para bien o para mal, la disciplina en ejecutar lo que se ha decidido depende de la voluntad.
La razón humana, por tanto, no actúa sola: es acompañada por facultades, pasiones, sentimientos, vicios y virtudes en búsqueda del bien objetivo, sobre el cual mucho se ha escrito, dependiendo de la escala de valores que cada individuo adopte. Hay muchos aspectos positivos en el ser humano que a veces damos por sobreentendidos, quizá porque llama más la atención lo negativo. Y lo negativo no suele ser una mera deficiencia en el razonar.
La influencia del entorno en la decisión personal
Podríamos seguir considerando lo que cada persona hace en aislamiento según su constitución moral, pero cabe preguntar: ¿influyen los demás en la elección que hace uno? La economía de redes ha documentado la fuerte interdependencia en las decisiones [5], como predicen la psicología social y la propia teoría económica sobre el comportamiento de manadas y las cascadas de información [6]. A veces es racional elegir lo que otros eligen; otras veces, optar por eso significa ser víctima de la manipulación externa, la flojera y el sesgo en el comportamiento de grupo.
En cualquier caso, la influencia del entorno no anula la responsabilidad moral individual. Un ejemplo hipotético del 2021: ¿hay un candidato a la presidencia que se pone de moda en las redes y varios de mis conocidos votarán por él? Estos indicios son informativos, pero no me eximen de ser cuidadoso en indagar más sobre él antes de otorgarle mi respaldo. Ahora otro caso hipotético, esta vez del 2020: ¿hay protestas en las redes sobre un cambio brusco de gobierno y mis compañeros van a salir a marchar en su contra para defender la democracia? Puedo confiar en esa evidencia incipiente, pero también debo usar la virtud de la prudencia [7] para recoger más información, pensar los criterios de evaluación y decidir si respaldaré esas acciones o no.
Para sopesar cuánta influencia tienen las relaciones personales en las propias decisiones, conviene que cada quien evalúe a conciencia su uso adecuado de las redes sociales digitales, el propio nivel de reflexión y la coherencia entre cómo piensa y cómo vive. Ante la presión de esas influencias externas, podemos sobreponernos e intentar decidir con mayor autonomía.
Grandes cambios, pequeños pasos
Por mi posición de profesor universitario en el Perú (con alumnos en Lima y Piura, gracias a Zoom), noto un enorme deseo de crecimiento personal y profesional entre los futuros economistas peruanos. También veo cierta frustración en la juventud peruana por la situación del entorno local. ¿Hace falta propiciar un cambio radical en las medidas macroeconómicas y en la conducción política del estado para garantizar un mejor futuro a nuestros jóvenes? Mi visión es que, más allá de los cambios radicales que no dependen de nosotros, a las múltiples crisis en que se ve envuelto el país hoy en día podemos responder de manera muy personal y privada: cambiando nosotros mismos para mejor según la búsqueda del bien objetivo que cada quien se haya planteado al adoptar honestamente una escala de valores.
Al fin y al cabo, el don innato más grande que tiene el ser humano, como ser espiritual, es su libertad de determinación. Si consideramos el gran potencial que nos otorga nuestra libertad y la ejercitamos a través de las virtudes y buenas decisiones, podremos ver el futuro con mucho más optimismo, sin dejar de ser realistas. Abundan los ejemplos. El relativo aislamiento por COVID-19 durante dos años fue una oportunidad para valorar el ámbito familiar, el trabajo concentrado, la flexibilidad. Los ajustes en el presupuesto familiar son ocasión para desprendernos de gastos superfluos. La baja eficacia de las empresas e instituciones puede suscitar nuestra paciencia y comprensión para navegar situaciones imprevistas, así como motivarnos a premiar con nuestra preferencia a quienes lo hagan mejor. Nuestra libertad de elegir la ejercemos incluso en situaciones en que no parece haber opciones atractivas.
El bienestar social es la suma del bienestar individual de todos. Una concepción correcta de las luces y sombras del potencial humano nos llevará a tomar mejores decisiones, empezando por las más íntimas, personales. La riqueza de las naciones –considerada ampliamente– no se opone a sus sentimientos morales ni prescinde de ellos.
Referencias
[1] Grinblatt, Mark; Sheridan Titman. 2001. Financial markets and corporate strategy. McGraw-Hill.
[3] Rubenstein, David. 2020. How to lead: Wisdom from the world’s greatest CEOs, founders, and game changers. Simon and Schuster.
[4] Chambers, Whittaker. 1952 (2014). Witness. Simon and Schuster.
[5] Bailey, Michael; Ruiqing Cao; Theresa Kuchler; Johannes Stroebel. 2018. The economic effects of social networks: Evidence from the housing market. Journal of Political Economy 126, 2224–2276
[6] Bikhchandani, Sushil; David Hirshleifer; Ivo Welch. 1992. A theory of fads, fashion, custom, and cultural change as informational cascades. Journal of Political Economy 100, 992—1026.
[7] Pieper, Josef. 2018. Las virtudes fundamentales. Ediciones Rialp.
Comentario HHC: Es evidente que no estoy de acuerdo con todo lo que expresa el articulo, pero tienes elementos pragmaticos que son atendibles. Y le cambio solo una palabra a la frase que he resaltado en negritas y es a la que deberiamos aspirar en nuestro proyecto socialista: El bienestar social es la ( multiplicación) del bienestar individual de todos.