Por Carles Manera | noviembre 2, 2022
La degradación ecológica, en gran medida, no es causada por el crecimiento, sino por una tasa de consumo de recursos superior a la tasa de regeneración natural o sostenible. Este argumento –que matiza las tesis del decrecimiento en su perspectiva más general– sirve tanto para los recursos renovables como para los no renovables. En cuanto a los segundos, debido al efecto invernadero es seguro que el consumo de combustibles fósiles debería reducirse. Ahora bien, ¿en qué unidad se miden los diferentes recursos, de forma que el incremento en el consumo de uno de ellos pueda compensarse con la reducción en el de otro? Los recursos, por este propósito, no se pueden valorar en términos monetarios sin incurrir en un error de circularidad lógica, ya que para ello necesitamos conocer los precios de éstos, y para eso también debemos saber la escasez de los recursos. Lo que parece claro es que para reducir el coeficiente de impacto ambiental en una dimensión suficiente como para contrarrestar el crecimiento del PIB, se requerirá una mejora continua en una tecnología más eficiente y un cambio en los patrones de consumo.
2. Defendiendo otra Gran Transformación
Este proceso de cambio hace pensar en una nueva “gran transformación” en el sentido que propuso Karl Polanyi en 1944. Recuérdese: que el avance de la economía liberal, en el momento en que escribía Polanyi, auspiciado por las revoluciones industriales sustentadas en nuevos vectores energéticos –carbón, petróleo– provocaba enormes dislocaciones sociales y ambientales. ¿Nos hallamos ahora mismo en esta encrucijada? ¿Debemos repensar el capitalismo? Probablemente. Por varios motivos, siendo uno de los más relevantes la necesidad de un cambio crucial en el modelo energético. Estamos ante lo que se ha denominado “cambio climático antropogénico”, concepto que ya tiene un gran consenso científico (sobre esto: John Cook et alter, “Consensus on consensus: a synthesis of consensus estimates on human-caused global warming”, Environ. Res. Lett. 11 048002, 2016).
En tal sentido, la investigación de dos físicos de la Escuela Politécnica de Zurich, Mark Huber y Reto Knutti, han demostrado –a partir de un análisis de los flujos energéticos de la Tierra y su relación con la evolución de la temperatura– que el 75% del cambio climático acaecido en los últimos sesenta años procede del crecimiento económico, de la actividad humana. Los datos más recientes disponibles de la Organización Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos, arrojan un resultado incontrovertible, sustentado sobre análisis de series históricas: el CO2 aumentó un 14% entre 1765 y 1965, cifra que se ha disparado hasta casi el 28% entre ese último año y 2018 (Mark Huber y Reto Knutti, “Anthropogenic and natural warming inferred from changes in Earth’s energy balance”, Nature Geoscience, 5, 2012).
La causa central de esta situación radica en la energía utilizada para el desarrollo capitalista entre 1780 y la actualidad, basada en combustibles fósiles; y en las pautas de consumo existentes. La urgencia en cambiar el modelo energético es crucial: las nuevas revoluciones industriales que se preconizan y teorizan –ya se habla hasta de una quinta revolución industrial– se edifican sobre transformaciones en los sectores productivos, con predominio de los productos derivados de la nanotecnología, el internet de las cosas y la robótica. Pero la ecuación que no se resuelve es: ¿cómo realizar la transición energética, cuando el concurso de los combustibles fósiles seguirá siendo determinante?
Los grandes procesos de transformación requieren de costes de transición. Éstos pueden suponer beneficios en el medio y largo plazo si atendemos a las prospectivas que se están realizando. La actual pauta energética puede generar una contracción del PIB cercana al 25% hacia el año 2100, en el caso de que la temperatura se mantenga estable a los niveles actuales; pero un incremento de la misma aumentará a su vez ese porcentaje de pérdida de riqueza agregada. Esta tesis se ha publicado en Nature (Marshall Burke, W. Matthew Davis y Noah S. Diffenbaugh, Nature, núm. 557, 2018). Para los autores, los costes de transición que se deberían aplicar serían inferiores a los beneficios que se obtendrían: un ahorro estimado en cerca de 20 billones de euros si se disminuyera medio grado –de 2 a 1,5– la temperatura del planeta.
Estos costes de transición deberían canalizarse, se asevera, hacia la inversión en energías renovables. Se ha hablado de la urgente canalización de recursos económicos hacia ese gran ámbito productivo. Sin embargo, las alternativas que se plantean también tienen problemas de sostenibilidad. En un novedoso trabajo publicado por el Club de Roma, Antonio Valero ha señalado que existen límites materiales para las energías limpias, para la movilidad alternativa, para la digitalización, para la alimentación. Los elementos escasos como neodimio, disprosio, indio, galio, selenio, teluro, cadmio, esenciales para las energías renovables, son escasos (Antonio Valero, “Materiales: más allá del cambio climático”, Come on!, Deusto, 2019). A todo esto, cabe tener en cuenta que la construcción de baterías para almacenar energía impone una alta demanda de litio, cobalto, grafito, manganeso, níquel y aluminio, que son igualmente poco abundantes. En otras palabras: a los límites de los propios vectores energéticos más primarios –los combustibles fósiles–, se suma la constricción de algunos metales básicos para la génesis de infraestructuras energéticas alternativas o de productos de consumo de fabricación distinta y más sostenibles, como los coches eléctricos. El reto tecnológico es inmenso, y su relación con otra forma de consumir se traduce en una agenda clave para el futuro inmediato. Lo material acaba por limitar el propio desarrollo del capitalismo.
2. Termodinámica y economía: relaciones necesarias
De todas las contribuciones, la visión de las leyes de la termodinámica se convierte en una encrucijada –y un acicate– para los científicos sociales. Aquí, de nuevo, la ligazón entre economía y ciencias naturales emerge con solvencia. En tal sentido, la asimilación de los principios de la termodinámica a la economía significa asumir –o tener muy en cuenta– las reglas que provienen de la biología, la física y la química. Nicholas Georgesu-Roegen aboga por una ampliación en el análisis de los procesos económicos –incorporando métodos y teorías provenientes de las ciencias de la naturaleza–, con un corolario claro: el crecimiento económico provoca desorden en todos los ámbitos y, obviamente, en el entorno ambiental. De ahí que sea transcendental una disección precisa sobre los impactos ecológicos que promueve un determinado tipo de crecimiento, y que sea importante realizar mediciones que no se circunscriban a los parámetros convencionales en la economía académica.
Así, las investigaciones que se han desarrollado detallan aspectos importantes como las calidades de los suelos, la posible incidencia del clima en la estructura económica, la transformación económica y ecológica del paisaje, entre otros. La imbricación social de esos aspectos es absoluta, y los economistas e historiadores económicos los han trabajado; la proximidad cronológica facilita la disponibilidad de datos más robustos para realizar análisis económicos, con esta perspectiva ambiental. Se consideran unas ideas esenciales –a partir de las tesis de Georgescu-Roegen– que abogan por un cambio metodológico:
- Una crítica al mecanicismo económico, es decir, a una óptica lineal, atemporal, de la evolución económica, de manera que los elementos cualitativos sean considerados como claves explicativas, auxiliados por las matemáticas, pero sin el sometimiento a su excesivo formalismo –a veces con escaso contenido– que impera en la enseñanza e investigación en economía;
- La idea de evolución, en clave biológica; o sea, la relevancia del dato histórico, de la trayectoria, del tiempo;
- La adopción del concepto de entropía, derivado de la termodinámica, un argumento que implica la tesis de la irreversibilidad –e incluso del carácter irrevocable– de los procesos económicos.
El cambio es sustancial. Pero contribuye a enriquecer, técnica y conceptualmente, al análisis de la economía. Éste pasa de una fase mecanicista, de flujo circular cerrado, a otra de dinámica de sistemas, en la que el economista está impelido a dialogar con otras disciplinas para entender mucho mejor lo que acontece en la suya propia. De esta forma, conceptos esenciales como productividad y competitividad –que invariablemente se invocan en la economía– se refuerzan con otros que tienen mayores porosidades con los de la física, la química y la biología: capacidad de carga, eficiencia, eficacia, huella ecológica, intensidad energética, son muestras al respecto.
Al mismo tiempo, otro elemento es considerado determinante: el tecnológico. Éste aparece en los modelos económicos más divulgados –y exigidos en buena parte de las investigaciones en economía– de manera acrítica. Es algo esperado que será capaz de resolver, casi sin discusión, cualquier reto que nos planteemos, incluyendo el relevo de recursos naturales, de manera que esto conduce a una fe ciega, a una confianza imbatible en el progreso tecnológico, resolutivo de los graves problemas que sacuden y cuestionan el crecimiento económico.
La filosofía que impregna estas ideas proviene de los discursos más asimilados por la economía académica, bajo dos preceptos: la existencia de recursos infinitos (de manera que se resta importancia a la escasez de minerales); y lo que se ha venido a calificar como teorías energéticas del valor, es decir, la tesis de que el desarrollo científico proporcionará toda la energía necesaria para reciclar, de forma que el ambiente seguirá siendo natural y sustentará el crecimiento económico continuo. Se concluye que los materiales no son ni serán un problema, toda vez que pueden ser reciclados por mucho que se disipen. Es el “dogma energético” criticado por Georgescu-Roegen; a su vez, señala que lo que caracteriza a un sistema económico son sus instituciones y no la tecnología que utiliza.
3. Reflexión final
Todo esto infiere un gran esfuerzo para el economista: su cuadro de lecturas se amplifica, sus necesidades de conocimientos –aunque éstos puedan ser indiciarios– se reafirman, desde el momento en que se “aprehende” que el material con el que se trabaja es de gran complejidad, presidido por la incertidumbre: el comportamiento humano. El vector temporal y la movilidad de factores constituyen características básicas, que proporcionan profundidad y mayor rigor –más proximidad a la realidad que se estudia– a los análisis. Y, por supuesto, se infiere la modestia necesaria para matizar la estrategia mecanicista que sustenta la predicción en economía. La incertidumbre y el azar se hallan presentes en la cosmología económica; lo que se contradice con los preceptos de la utilidad del consumidor, de la simetría de la información –que impediría los altibajos inherentes al azar y a los fenómenos caóticos– y del encuentro armonioso de familias y empresas en los mercados. Una nueva Gran Transformación.