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sábado, 27 de abril de 2024

LA MACROECONOMÍA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 FMI

Las decisiones colectivas que adoptemos hoy determinarán cómo afectará la IA al crecimiento de la productividad, la desigualdad de ingresos y la concentración industrial.

Los economistas no tienen muy buen historial a la hora de predecir el futuro. Y Silicon Valley oscila repetidamente entre la esperanza y la decepción respecto de la próxima gran tecnología. Así pues, está justificado cierto escepticismo sano en torno a los pronunciamientos sobre los cambios que la inteligencia artificial (IA) traerá a la economía. Pese a ello, existen buenas razones para tomarse en serio el creciente potencial de la IA —sistemas que exhiben comportamientos inteligentes, como el aprendizaje, el razonamiento y la resolución de problemas— para transformar la economía, en especial dados los asombrosos avances técnicos del último año.

Además de la economía, la IA puede afectar a diversos ámbitos de la sociedad, como son la seguridad nacional, la política y la cultura. Pero en este artículo nos centramos en las implicaciones de la IA en tres amplias áreas de interés macroeconómico: el crecimiento de la productividad, el mercado laboral y la concentración industrial. El futuro de la IA no está predeterminado. Puede evolucionar en direcciones muy distintas. El futuro específico que aflore será consecuencia de muchos factores, entre otros, las decisiones sobre tecnología y políticas que adoptemos hoy. Para cada una de las tres áreas presentamos una bifurcación en el camino: dos trayectorias que llevan a futuros muy divergentes para la IA y la economía. En cada caso, el futuro desfavorable es la trayectoria de menor resistencia. Llegar al futuro más favorable exigirá políticas adecuadas, entre ellas:

- Experimentos creativos en las políticas.

- Un conjunto de objetivos positivos que definan qué quiere la sociedad de la IA, y no solo resultados negativos que deben evitarse.

- Políticas que tomen en cuenta que las posibilidades tecnológicas de la IA son sumamente inciertas y cambian con rapidez, y que la sociedad debe ser flexible para evolucionar con ellas.

Primera bifurcación: Crecimiento de la productividad

El primer camino se refiere al futuro del crecimiento económico, que en gran parte es el futuro del crecimiento de la productividad. El crecimiento de la productividad de la economía de Estados Unidos ha sido inquietantemente bajo en los últimos 50 años, excepto por un breve resurgimiento a finales de la década de 1990 y principios de los años 2000 (Brynjolfsson, Rock y Syverson, 2019). Las economías más avanzadas tienen ahora el mismo problema de bajo crecimiento de la productividad. Más que ningún otro factor, es la productividad —el producto por unidad de insumo— la que determina la riqueza de las naciones y los niveles de vida de sus poblaciones. Cuando la productividad es más alta, problemas como los déficits presupuestarios, la reducción de la pobreza, la atención sanitaria y el medio ambiente son mucho más fáciles de gestionar. Impulsar el crecimiento de la productividad es quizás el reto económico más importante del planeta.

Futuro de baja productividad

En una de las trayectorias de la bifurcación de la productividad, el impacto de la IA es limitado. Pese a la rápida mejora de las capacidades técnicas de la IA, su adopción por parte de las empresas podría seguir siendo lenta y limitarse a las grandes empresas (Zolas et al., 2021). La economía de la IA podría dar como resultado un ahorro muy escaso de mano de obra (lo que Daron Acemoglu y Simon Johnson denominan “tecnología aceptable”, como las cajas de autopago en los supermercados), en lugar de permitir a los trabajadores hacer algo nuevo o estimulante (véase “Reequilibrar la Inteligencia Artificial” en este número de F&D). Los trabajadores desplazados podrían acabar desmedidamente ocupando puestos aún menos productivos y dinámicos, encubriendo todavía más los posibles beneficios agregados para la tasa de crecimiento de la productividad a largo plazo de la economía.

Al igual que muchas tecnologías de Silicon Valley esperadas con fervor en los últimos tiempos (impresoras 3D, vehículos autónomos, realidad virtual), la IA quizás también termine siendo menos prometedora o menos preparada para lanzarse al mercado de lo esperado inicialmente. Los posibles beneficios económicos, incluso los modestos, podrían reflejarse en los datos muchas décadas después de las primeras instancias de la promesa tecnológica, como suele ser el caso. La famosa paradoja que identificó el economista Robert Solow en 1987, “la era de la informática puede verse en todas partes, menos en las estadísticas de productividad”, podría llegar al extremo: todo el mundo tiene un chatbot de IA que asombra a sus amigos, pero la productividad de las empresas no mejora con el uso creciente de la IA. Los beneficios económicos de las empresas por el uso de IA podrían atenuarse aún más si estas no logran comprender los cambios organizativos y de gestión que necesitan para sacar el mayor provecho de ella.

Y, como en el caso de los vehículos autónomos, los retos tecnológicos de pasar de una prueba de concepto interesante a un producto altamente fiable podrían verse agravados por un régimen jurídico que no se diseñó para acomodar esta nueva tecnología y que podría obstaculizar seriamente su desarrollo. En el caso de la IA, existe una gran incertidumbre en torno al alcance de las actuales leyes de propiedad intelectual respecto al entrenamiento de modelos con millones de puntos de datos que quizás incluyan la propiedad intelectual protegida de terceros. Las leyes de propiedad intelectual podrían llegar a responder con la creación de algo parecido a una “maraña de patentes” que, en la práctica, evite que los desarrolladores entrenen modelos con datos sobre los que no tienen derechos claros. Al mismo tiempo, las decisiones erróneas podrían socavar los incentivos de los profesionales creativos para producir más contenido nuevo que alimente los sistemas de aprendizaje automático.

Además, los reguladores nacionales, preocupados por ciertos aspectos, podrían imponer regulaciones estrictas que ralenticen la velocidad del desarrollo y la divulgación de la IA. Podrían incluso verse apremiados por los primeros desarrolladores de la IA, interesados en proteger su ventaja. Es más, algunos países, empresas y otras organizaciones podrían prohibir la IA por completo.

Futuro de alta productividad

Pero hay un escenario alternativo en el que la IA posibilita un futuro de crecimiento de la productividad más elevado. La IA podría aplicarse a un porcentaje sustancial de tareas que realizan la mayoría de los trabajadores (Eloundou et al., 2023) e impulsar fuertemente la productividad de esas tareas. En este futuro, la IA cumple su promesa de ser el avance tecnológico más radical en muchas décadas. Además, termina complementando a los trabajadores, en lugar de simplemente reemplazarlos, y les libera para que empleen más tiempo en tareas no rutinarias, creativas e inventivas. La IA, para capturar e incorporar el conocimiento tácito (adquirido mediante la experiencia, pero difícil de articular) de las personas y las organizaciones, se basa en enormes cantidades de datos recientemente digitizados. Como resultado, son más los trabajadores que pueden dedicar tiempo extra a trabajar sobre problemas nuevos, y crece el porcentaje de la fuerza laboral que se parece cada vez más a una sociedad de investigadores científicos e innovadores. El resultado es una economía no solo en un nivel más alto de productividad, sino en una tasa de crecimiento sostenidamente más elevada.

En este futuro, también gracias al éxito de la integración de la IA con los robots, una parte mucho mayor de la economía es susceptible a avances que involucran a la IA. Y la IA permite que la sociedad no solo haga mejor las cosas que ya hace, sino que haga y conciba cosas hasta ahora inimaginables. La investigación con IA en medicina permite avances radicales en el conocimiento de la biología humana y el diseño de fármacos. La IA es capaz de ayudar al motor mismo de la creatividad y el descubrimiento científico —matemáticas, ciencia, nuevos avances en IA—, una especie de automejora recurrente que en un momento no fue más que un experimento mental de ciencia ficción.

Segunda bifurcación: Desigualdad de ingresos

El aumento de la desigualdad de ingresos entre trabajadores en los últimos 40 años es motivo de gran preocupación. Una amplia bibliografía de estudios empíricos en el campo de la economía laboral sugiere que las computadoras y otras formas de tecnología de la información podrían haber contribuido a la desigualdad de ingresos al haber automatizado trabajos rutinarios de ingreso medio; esto a su vez ha polarizado la fuerza laboral entre trabajadores de ingreso alto y bajo. El Director Ejecutivo y el conserje siguen en sus puestos, pero algunos de los trabajadores de oficina de nivel intermedio han sido reemplazados por computadoras (Autor, Levy y Murnane, 2003). Consideramos dos escenarios para los efectos de la IA en la desigualdad.

Futuro con más desigualdad

En el primer escenario, la IA da lugar a una mayor desigualdad de ingresos. Los especialistas en tecnología y los directivos diseñan e implementan la IA para sustituir directamente muchos tipos de mano de obra humana, lo que reduce los salarios de muchos trabajadores. Para empeorar las cosas, la IA generativa empieza a producir palabras, imágenes y sonidos, tareas que antes se consideraban no rutinarias e incluso creativas; esto permite a las máquinas interactuar con los clientes y crear el contenido de campañas de marketing. El número de trabajos amenazados por la IA termina siendo mucho mayor. Sectores enteros se ven trastocados y son cada vez más reemplazados (una amenaza para la mano de obra que quizás presagien las recientes huelgas de guionistas y actores en Estados Unidos, quienes exigían que los estudios limitaran el uso de la IA).

No se trata de un futuro de desempleo masivo. Pero en este futuro de mayor desigualdad, a medida que la IA sustituye los empleos con salarios altos o decentes, son más los trabajadores que se ven relegados a trabajos de servicios mal pagados —como son camilleros de hospitales, niñeros y porteros—, en los que la presencia humana tiene un valor intrínseco y la paga es tan baja que las empresas no pueden justificar el costo de una gran inversión tecnológica para reemplazarlos. El último bastión de mano de obra estrictamente humana podrían ser los empleos con una dimensión física como los de este tipo. En este escenario, la desigualdad de ingresos aumenta a medida que el mercado de trabajo se polariza aún más entre una pequeña élite muy cualificada y una gran subclase de trabajadores de servicios mal pagados.

Futuro con menos desigualdad

En el segundo escenario, sin embargo, la IA da lugar a una menor desigualdad de ingresos, ya que su principal impacto en la fuerza laboral es ayudar a los trabajadores con menos experiencia o menos expertos a realizar mejor sus trabajos. Los programadores de software, por ejemplo, cuentan con la asistencia de modelos de IA, como Copilot, que de hecho se basan en las mejores prácticas de programación de muchos otros trabajadores. Un programador sin experiencia o mediocre que utilice Copilot puede equipararse mejor con un programador muy bueno, incluso cuando ambos tienen acceso a la misma IA. Un estudio con 5.000 trabajadores en empleos complejos de atención al cliente en un centro de llamadas reveló que, entre los trabajadores que contaban con el apoyo de un asistente de IA, los menos cualificados o más novatos fueron los que más aumentaron su productividad (Brynjolfsson, Li y Raymond, 2023). Si los empleadores compartieran estas mejoras con los trabajadores, la distribución del ingreso sería más equitativa.

Además de crear un futuro con menos desigualdad de ingresos, la IA podría ayudar a la mano de obra de otra forma más sutil, aunque profunda. Si la IA sustituye las tareas más rutinarias y predecibles y libera las manos humanas del trabajo repetitivo y tedioso, entonces, la IA podría complementar las tareas verdaderamente creativas e interesantes, mejorando así la experiencia psicológica básica del trabajo y la calidad de los resultados. En efecto, el estudio de centros de llamadas no solo reveló aumentos de productividad, sino una menor rotación de trabajadores y un aumento de la satisfacción de los clientes con los trabajadores que utilizan el asistente de IA.

Tercera bifurcación: Concentración industrial

Desde comienzos de la década de 1980, la concentración industrial —que mide la cuota de mercado colectiva de las empresas más grandes de un sector— ha aumentado drásticamente en Estados Unidos y en muchas otras economías avanzadas. Estas grandes empresas superestrella suelen hacer un uso mucho más intensivo de capital y ser más sofisticadas desde el punto de vista tecnológico que sus contrapartes más pequeñas.

Aquí hay de nuevo dos escenarios divergentes en cuanto al impacto de la IA.

Futuro con mayor concentración

En el primer escenario, la concentración industrial aumenta, y solo las empresas más grandes utilizan la IA de forma intensiva en su actividad principal. La IA permite a estas empresas ser más productivas, rentables y grandes que sus competidores. El desarrollo de modelos de IA es incluso más caro, en términos de capacidad bruta de computación —un costo inicial cuantioso que solo las empresas más grandes pueden permitirse—, y además requieren ser entrenados con enormes conjuntos de datos, que las empresas muy grandes ya tienen disponibles gracias a su gran número de clientes; este no es el caso de las empresas pequeñas. Además, después de entrenar y crear un modelo de IA, su funcionamiento puede ser costoso. Por ejemplo, entrenar el modelo GPT-4 durante su desarrollo inicial cuesta más de USD 100 millones y necesita aproximadamente USD 700.000 al día para funcionar. El costo típico de desarrollar un modelo grande de IA podría pronto alcanzar los miles de millones de dólares. Los ejecutivos de las principales empresas de IA predicen que las leyes de escala que muestran una fuerte relación entre el aumento de los costos de entrenamiento y la mejora del desempeño se mantendrán en un futuro próximo, lo que otorga una ventaja a las empresas con acceso a los presupuestos más abultados y los conjuntos de datos más grandes.

Así pues, solo las empresas más grandes y sus socios comerciales desarrollarían modelos patentados de IA, como ya han hecho Alphabet, Microsoft y OpenAI y no las empresas más pequeñas. Es así como las empresas grandes se hacen más grandes.

De forma más sutil, aunque quizás más importante, incluso en un mundo en el que los modelos patentados de IA no exijan un gran costo fijo que solo las empresas más grandes puedan permitirse, la IA podría en cualquier caso beneficiar de forma desproporcionada a las empresas más grandes, al ayudarles a mejorar la coordinación interna de sus complejas operaciones comerciales, un tipo de operaciones que las empresas más pequeñas o sencillas no tienen. La “mano visible” de los altos directivos que gestionan los recursos dentro de las empresas más grandes, con el respaldo ahora de la IA, permite a la empresa ser aún más eficiente, poniendo en cuestión las ventajas hayekianas de los conocimientos locales que poseen las empresas pequeñas en un mercado descentralizado.

Futuro con menor concentración

Sin embargo, en el futuro con menor concentración industrial los modelos de IA de código abierto (como Llama, de Meta, o Koala, de Berkeley) están ampliamente disponibles. Una combinación de empresas comerciales, entidades sin ánimo de lucro, académicos y programadores individuales crea un vibrante ecosistema de IA de código abierto que permite un amplio acceso a modelos desarrollados de IA. Esto permite que las empresas pequeñas tengan acceso a tecnologías de producción punteras en el sector que nunca antes podrían haber tenido.

En una nota interna de Google que se filtró en mayo de 2023, se presagiaba gran parte de esto. En ella, un investigador decía que “los modelos de código abierto son más rápidos, más adaptables, más privados y en comparación más capaces” que los modelos patentados. El investigador afirmaba que, en los modelos pequeños de código abierto, las repeticiones de los procesos las realizan con rapidez muchas personas, por lo que pueden terminar por ser mejores que los grandes modelos privados, en los que un solo equipo de personas realiza las iteraciones de forma más lenta, y agregaba que entrenar modelos de código abierto es más económico. En la opinión del investigador de Google, la IA de código abierto podría terminar por dominar los costosos modelos patentados.

También podría ser que la IA incentive el tipo de innovación amplia y descentralizada que prospera mejor en muchas empresas pequeñas que dentro de una sola empresa grande. Los límites de la empresa son el resultado de una serie de disyuntivas; en un mundo con más innovadores que utilizan IA y necesitan los derechos de control residual de su trabajo, quizás más innovadores decidan que prefieren tener su propia empresa pequeña antes que trabajar en una grande.

Como resultado, el largo ascenso de la concentración industrial se encalla, porque algunas empresas pequeñas y ágiles logran reducir o incluso revertir la brecha tecnológica con sus contrapartes más grandes y recuperan más cuota de mercado.

Hacia una agenda de políticas

En cada una de las bifurcaciones del camino, la trayectoria que conduce a un futuro más desfavorable es la de menor resistencia, que resulta en un bajo crecimiento de la productividad, más desigualdad de ingresos y mayor concentración industrial. Transitar la trayectoria favorable de la bifurcación exigirá trabajo duro, con intervenciones de política inteligentes que contribuyan a moldear el futuro de la tecnología y la economía.

También, es importante entender un aspecto más amplio de las políticas. Buena parte del discurso sobre la regulación de la IA se está produciendo dentro de los parámetros de una especie de modelo hidráulico: ¿deberíamos tener más o menos IA? ¿deberíamos incluso prohibirla? Este debate tiene lugar en un contexto en que la IA se percibe como algo en cierto modo fijo, con un futuro predeterminado. La IA puede llegar con rapidez o lentitud. Y puede que haya más o menos, pero básicamente es lo que es.

Sin embargo, si las autoridades entienden que la IA puede desarrollarse en distintas direcciones, el debate se planteará de otra manera. ¿Cómo se puede incentivar con políticas los tipos de IA que complementan la mano de obra humana, en lugar de imitarla y reemplazarla? ¿Qué decisiones fomentarán el desarrollo de una IA a la que puedan acceder empresas de todos los tamaños y no solo las más grandes? ¿Qué tipo de ecosistema de código abierto podría necesitar esto, y qué pueden hacer las autoridades para apoyarlo? ¿Cómo deben los laboratorios de IA enfocar el desarrollo de modelos, y cómo deben las empresas enfocar la implementación de la IA? ¿Cómo consigue la sociedad una IA que desate innovaciones radicales, en lugar de modificaciones marginales de bienes, servicios y sistemas ya existentes?

Muchos actores distintos tienen la capacidad de influir en el futuro de la IA. Las grandes corporaciones tendrán que tomar decisiones importantes sobre cómo eligen integrar la IA en su fuerza laboral. Las más grandes de estas empresas también desarrollarán IA interna. Los laboratorios de IA o ciencias informáticas de las universidades también desarrollarán modelos de IA, algunos de los cuales serán de código abierto. Los legisladores y reguladores federales tendrán un gran impacto, al igual que podrían tener otros más locales. Los votantes harán oír su voz. Los sindicatos deben definir qué relación quieren tener con la IA y cuáles serán sus demandas.

La sociedad necesita innovaciones en conocimiento sobre economía y políticas que igualen la magnitud y el alcance de los avances en el campo de la IA propiamente dicha.

Aunque hemos esbozado varios futuros posibles para la IA, no solo queremos recalcar lo muy impredecible que es el futuro de esta tecnología, sino también la capacidad que tiene la sociedad para determinar activa y colectivamente qué opción de futuro prevalecerá.

Hemos planteado más preguntas de las que hemos contestado, lo que apunta, en parte, a que estamos en una fase incipiente de adopción e impacto de la IA. Pero también muestra un desequilibrio más profundo entre los esfuerzos de investigación que avanzan en el campo de esta tecnología y la investigación más limitada dirigida a entender sus consecuencias económicas y sociales.

Este desequilibrio tenía menos importancia cuando las consecuencias macroeconómicas de la tecnología eran limitadas. Pero, en la actualidad, cuando los efectos de la IA en la sociedad podrán probablemente medirse en billones de dólares, debe invertirse mucho más en estudios acerca de la economía de la IA. La sociedad necesita innovaciones en conocimiento sobre economía y políticas que igualen la magnitud y el alcance de los avances en el campo de la IA propiamente dicha. Reorientar las prioridades de investigación y desarrollar una agenda de políticas inteligente puede ayudar a la sociedad a avanzar hacia un futuro de crecimiento económico sostenido e inclusivo.


ERIK BRYNJOLFSSON ocupa la cátedra Jerry Yang y Akiko Yamazaki en el Instituto Stanford de Inteligencia Artificial Centrada en el Ser Humano, donde dirige el Laboratorio de Economía Digital de Stanford.

GABRIEL UNGER es investigador posdoctoral en el Laboratorio de Economía Digital de Stanford.

Un informe económico no tan bueno

 La economía de EE.UU. y algunos indicadores inesperados



El presidente estadounidense Joe Biden habla sobre "cómo la Ley CHIPS y Ciencia y su agenda de Inversión en Estados Unidos están haciendo crecer la economía y creando empleos", en el Museo Milton J. Rubenstein en Syracuse, Nueva York, el 25 de abril de 2024. (Foto de Andrew Caballero-Reynolds/ AFP)


26/04/2024 09:13

El jueves por la mañana, la Oficina de Análisis Económico publicó su informe anticipado sobre el producto interno bruto para el primer trimestre de 2024, y fue un poco deprimente.

El crecimiento económico, del 1,6%, estuvo muy por debajo de las expectativas, mientras que la inflación fue algo mayor. Y soy un poco más pesimista sobre la economía estadounidense que cuando desperté.

Pero solo un poco.

La decepcionante cifra de crecimiento se debió principalmente a componentes volátiles (cambios en los inventarios y las importaciones) que a menudo se revisan en informes posteriores y, en cualquier caso, no nos dicen mucho sobre la tendencia subyacente.


Una fila de cupés deportivos de lujo usados afuera de un concesionario McLaren el domingo 27 de agosto de 2023 en Highlands Ranch, Colorado. La inflación en Estados Unidos aumentó ligeramente en julio después de 12 meses consecutivos de caídas. (Foto AP/David Zalubowski)

A algunos economistas les gusta observar el crecimiento “básico” medido por la demanda interna final, que creció a un más que sólido 3,1%.

Alarma -La inflación fue un poco más preocupante.

La medida de inflación subyacente preferida por la Reserva Federal, el costo del consumo personal excluyendo alimentos y energía, aumentó a una tasa anual del 3,7%, frente a sólo el 2% en el trimestre anterior.

A primera vista, eso tiene mala pinta. Pero no creo que la inflación realmente se haya acelerado tanto.

Lo que probablemente estamos viendo es principalmente ruido estadístico que subestimó la inflación a finales de 2023 pero que ahora la está exagerando.

Por un lado, la magnitud del salto de la inflación es sencillamente inverosímil. Incluso en una economía muy sobrecalentada, algo que no parecemos ver en otros datos, no esperaríamos que la inflación subyacente aumentara tan rápido, lo que sugiere que hay algo curioso en las cifras.

Indicadores

Además, si la inflación realmente estuviera explotando, se esperaría ver esa explosión reflejada no sólo en las cifras oficiales sino también en datos “blandos”: encuestas sobre experiencias y expectativas empresariales. Pero no lo vemos.

Los índices de gerentes de compras, que generalmente siguen la inflación oficial, todavía sugieren que la inflación no es mucho más alta que antes de la pandemia.

Y las expectativas de inflación empresarial se han mantenido bajas, apenas ligeramente por encima de los niveles previos a la pandemia.

Así que este no fue un buen informe, pero no debería cambiar su narrativa.

La mejor apuesta es que todavía estamos en camino de lograr un aterrizaje suave.

c.2024 The New York Times Company

La mística de la productividad

Por Albert Recio Andreu | 27/04/2024




Fuentes: Mientras tanto

I. Productividad, un concepto con buena prensa

Aunque se ha tildado a la Economía de «ciencia triste», muchos de los conceptos económicos se presentan con connotaciones positivas. El crecimiento económico es uno de ellos. La productividad, otro. Ambos sugieren que su mejora favorecerá la expansión del bienestar. Quien está en contra del crecimiento económico y de la mejora de la productividad se sitúa en contra del progreso social. Buena parte de la izquierda, tanto económica como política, nunca ha podido zafarse de su atractivo. Y con ello tiende a encarar debates en los que, a menudo, tiene las de perder.

Gran parte del atractivo de la productividad proviene de la obra del Nobel de Economía Robert Solow, quien a través de funciones de producción agregadas estimó que una buena parte del crecimiento económico no se podía explicar por el aumento en el empleo de fuerza de trabajo y materiales (capital), sino por un tercer factor asociado al progreso tecnológico, a que cada vez hacemos las cosas mejor. Aunque las funciones de producción agregadas hace mucho tiempo que se pusieron en cuestión —en uno de los debates teóricos más importantes— y el método de Solow es más que discutible, la mayoría de la profesión económica ha ignorado buena parte del cuestionamiento y ha seguido confiando en la bondad del progreso tecnológico como explicación fundamental del crecimiento.

La muestra de que el concepto de productividad es transversal en el debate económico se constata al comprobar que tanto economistas de izquierdas como de derechas lo han utilizado como argumento para defender sus posiciones. En los últimos años, los economistas de izquierdas han argumentado insistentemente que el aumento de los salarios ha sido inferior al aumento de la productividad. Y, por tanto, que la distribución de la renta ha virado en beneficio de las rentas del capital. Un argumento que apoya las demandas de mejoras salariales y de reducción de la jornada laboral. Más recientemente, los economistas de derechas, especialmente en España, están justificando su oposición a la reducción de la jornada laboral con el argumento de la baja productividad de la economía española y la amenaza de que una medida de este tipo hará perder «competitividad».

II. Medidas y usos de la productividad

Habitualmente hay dos formas de medir la productividad laboral: dividir el valor de la producción por el número de trabajadores o por el número de horas trabajadas. Salvando todas las objeciones posteriores, es bastante claro que la segunda es una medida más fina, puesto que relaciona la producción con el tiempo empleado efectivamente en la actividad laboral.

Un ejemplo lo aclarará. Imaginemos dos países, A y B, formados por 100 personas cada uno. En el primero la jornada laboral es de 10 horas y en el segundo de 5 horas. En A, cada trabajador produce de media 60 euros por hora: trabajando 10 horas producirá 600 € de producto al día. La producción total de este país será 600.000 €/día y la producción por trabajador de 600. En el B, cada trabajador produce por valor de 80 euros la hora. A lo largo de la jornada laboral de cinco horas producirá por valor de 400 € y la producción total será de 400.000 euros. La productividad por trabajador es de 400 €. Pero, en cambio, la producción por hora trabajada es superior en B que en A (60 frente a 80). De hecho, el país B alcanza un nivel de producción equivalente al 75% de A, a pesar de que su jornada laboral es la mitad. Seguramente B alcanza un mejor equilibrio entre consumo y esfuerzo laboral. Clarificar como medimos las cosas siempre es una precondición para cualquier debate relevante.

Pero la cuestión fundamental es que en el numerador del cálculo lo que ponemos es el valor monetario de la producción, no una cantidad física. Y aquí es donde los problemas se multiplican. La productividad medida como producto por hora trabajada se utiliza en marcos muy diferentes: para comparar economías nacionales, empresas o sectores económicos. En todos ellos, tomar como fiable el valor de la producción monetaria por hora trabajada supone ignorar cuestiones fundamentales.

En economías complejas, globalizadas, con estructuras productivas y comerciales tan diversificadas, los precios son en parte el reflejo no sólo de la eficiencia productiva sino del poder relativo de los diversos agentes que participan en la actividad económica. Un ejemplo clásico de esta complejidad lo refleja la producción de materias primas agrícolas, donde la productividad medida por unidades de producto por persona no ha dejado de crecer y donde los países que producen estas materias están expuestos a caídas de precios que afectan al valor de su producción, en parte porque los productores primarios son sólo la parte más débil de un engranaje controlado por grandes traders, multinacionales de productos alimentarios, cadenas de distribución. O simplemente el valor de su producto se ve a veces afectado por la devaluación monetaria impuesta en su país por condiciones macroeconómicas que escapan al control de los productores locales. En un mundo donde predominan cadenas de suministros y oligopolios más o menos estables, o donde es habitual que las grandes empresas apliquen políticas de precios orientadas a minimizar su carga fiscal, el valor de la producción de cada unidad es más el reflejo de su posición en la jerarquía empresarial que el de su eficiencia relativa respecto al conjunto de la actividad económica. Incluso las comparaciones de las economías nacionales deben realizarse contando con su especialización productiva, con la proliferación en ella de centros de poder económico (o a la inversa, de subsidiarias). Es por ejemplo conocido el caso de Irlanda o Luxemburgo, países con una elevada productividad, que de facto son lugares organizados para operar como paraísos fiscales donde acumular valores monetarios para reducir el pago de impuestos.

En la fijación de precios y salarios operan, en cada sector, muchos procesos institucionales. Por ejemplo, los recientes debates sobre el precio de la electricidad han puesto de manifiesto como el sistema de fijación de precios instituido por la Unión Europea ha propiciado un encarecimiento del precio y garantizado una alta rentabilidad a las eléctricas. Otros casos parecidos se encuentran en la industria farmacéutica y su sistema de patentes y de compras públicas. Es también conocida la superior rentabilidad de los bienes de lujo, fundamentalmente porque son bienes posicionales donde la clientela no tiene restricciones presupuestarias y está dispuesta a dejarse timar con tal de poder lucir un producto distintivo.

La economía mercantil, además, subsume actividades muy diversas bajo el intercambio monetario y confunde su distinta naturaleza: no es lo mismo una actividad agrícola, industrial o de prestación de servicios que transforma lo existente y satisface una necesidad, que una actividad de intermediación o una actividad financiera. De la misma forma que la captación de renta monetaria, que es lo que busca todo el mundo en una economía mercantil, puede obtenerse mediante algún tipo de actividad laboral, desarrollando nuevos productos o simplemente porque hay una regulación institucional que da derechos de propiedad (algo que pone en evidencia el cobro de derechos de autor por los herederos que no han contribuido a la obra, o la compra de patentes farmacéuticas por parte de empresas que no han realizado ningún esfuerzo creativo). Las economías reales están plagadas de normas particulares (incluidos en ello los sistemas fiscales que tratan de forma diferente a las rentas del capital) con un marcado sello oligopólico y clasista y que generan lo que José Manuel Naredo ha descrito como la “norma del notario”: el notario que sólo pone la firma al final del documento tiene derecho a una parte sustanciosa de la renta que se genera en la actividad en la que interviene. Por todo ello, no tiene sentido comparar la “productividad” o “el valor añadido” de distintos sectores, porque esconde desigualdades de poder, institucionales, de clase. Que los nuevos sectores tecnológicos generen más valor añadido refleja en gran medida que se trata de sectores que por su novedad y complejidad gozan de posiciones competitivas favorables, de productos no homogéneos, en suma, de situaciones de monopolio más o menos duradero en el tiempo. Pero lo beneficioso de su crecimiento no debe plantearse por el hecho de que puedan obtener una renta diferencial, sino por su utilidad social, por su contribución al bienestar colectivo. Lo que nos conduce a otro debate que sale fuera de esta nota. Simplemente, hay que recordar que posiblemente entre las actividades que generan para sus participantes “mayor valor” se encuentran muchas de las más indeseables, como las que generan adicciones o las que generan mayores costes sociales, como la especulación inmobiliaria y financiera.

Sólo para ilustrar esta nota, he realizado un ejercicio de “economía recreativa”, de jugar con algunos números. No tiene pretensión de ir más allá que indicar algunas de las cuestiones comentadas. El ejercicio, basado en los datos de ventas y beneficios netos que se han publicado recientemente, consiste en ver qué porcentaje de las ventas de cada empresa acaba convertida en beneficio neto (tras amortizar parte del capital y pagar impuestos de sociedades), el que la empresa puede repartir entre sus socios o dedicar a financiar nuevas inversiones. La cifra de beneficio neto puede variar por muchas razones; no sólo da cuenta del funcionamiento normal de la empresa, puede estar influida por la evaluación de los activos, por el cálculo de amortizaciones, por las mayores provisiones para problemas, por su capacidad de elusión fiscal. Hay que tomarla con reparos. Pero lo que sale de este ejercicio es elocuente: una enorme dispersión de situaciones, que en algunos casos obedece a causas que conducen a lo argumentado anteriormente y en otros no tanto. Algunas empresas han obtenido márgenes entre el 10 y el 20%, unos niveles realmente espectaculares. Se trata especialmente de empresas energéticas (Acciona Energía, Iberdrola), financieras (BBVA, Banc Sabadell, Santander), de gestión de infraestructuras (Amadeus, Abertis) y de productos de consumo de gama media/alta (Inditex, Puig). En el otro extremo, en niveles de un modesto 1/2% encontramos, en cambio, empresas industriales (CAF, Talgo) y algunas de las denostadas cadenas de supermercados (Mercadona, Bonpreu). Las desigualdades son palmarias y, más allá de los avatares particulares, parecen indicar a los contextos particulares en los que operan empresas distintas. Un aviso para no dejarse embaucar por historias sobre el valor añadido sectorial o la eficiencia de algunos grupos. Que energéticas, financieras y gestoras de infraestructuras sean muy rentables simplemente indica un orden de poder económico.

III. Productividad y ecología

El mayor cuestionamiento de los conceptos de productividad proviene de la economía ecológica. La economía convencional lo mide todo con dinero. Una unidad de medida poco fiable, mutante. Cuando se miden las cosas con otras métricas, la apreciación cambia. Ciertamente, si comparamos las variaciones de la producción material con unidades de trabajo, el crecimiento de la productividad ha sido espectacular. Pero, si lo comparamos con el uso de materiales, las cosas son diferentes. Buena parte de esta enorme capacidad de producción material se explica por el uso intensivo de energía fósil. Sólo hay que ver lo que ocurre en actividades donde es difícil introducir maquinaria. El sueño de la economía del crecimiento es sustituir las energías fósiles (cuya disponibilidad será menguante y cuyo uso continuado es el causante del cambio climático y la contaminación que pone en peligro las condiciones de la vida humana). Pero esto sólo sería posible mediante el uso masivo de recursos minerales que, también, están dados en cantidades limitadas y cuya extracción y manipulación exige asimismo un alto consumo energético. Si las previsiones de los científicos naturales son correctas, la humanidad se puede enfrentar a una regresión de la productividad, sea cual sea la forma como se mida. (Aunque la imaginación de los economistas neoclásicos aun nos puede deparar sorpresas).

Es obvio que en el progreso económico en el que hemos vivido se han combinado muchas cosas. Una ha sido la utilización abusiva, el despilfarro de recursos naturales y vidas humanas. Pero una parte de la historia ha consistido también en la aplicación del ingenio humano, la cooperación, el estudio científico sistemático que ha servido para conocer mejor los procesos naturales, desarrollar tecnologías útiles. Cuestionar el uso actual de la productividad no conduce a despreciar la potencialidad de este esfuerzo colectivo de conocimiento e innovación. Pero tomar conciencia de la crisis a la que nos ha conducido la dinámica del capitalismo impone redireccionar estos esfuerzos en una dirección diferente a la dominante. El reto primario al que se enfrenta la humanidad es el de garantizar niveles de vida aceptables en unas condiciones donde no será posible el despilfarro material en el que ha vivido su fracción privilegiada. Y ello conduce a una necesidad radical de innovación en las técnicas productivas, en las formas de producir y consumir.

IV. Salir del bucle del debate de la economía convencional

El debate sobre la productividad tiene otras muchas aristas. La principal es la que tiene que ver con el argumento neoclásico que considera el salario como la contrapartida de la productividad. De hecho, cuando los economistas de derechas sugieren que no se puede reducir la jornada laboral, o no se pueden aumentar los salarios porque la productividad es baja, están utilizando este argumento falaz. Las medidas de productividad que hemos discutido relacionan la producción total por trabajador. El resultado de este proceso productivo se reparte entre salarios y rentas de la propiedad, por lo que aumentar salarios (o reducir jornada sin pérdida salarial) afecta a la distribución de la renta, no a la productividad.

Pero más allá de esta cuestión de lucha ideológica, lo que me ha parecido necesario contestar es la argumentación de la izquierda que acepta acríticamente las ideas convencionales sin cuestionar de qué tenemos que discutir para tener una economía sana. En cualquier economía real con amplia división del trabajo vamos a necesitar una combinación de muchas actividades con características tecnológicas diferentes, muchas de ellas complementarias, y no tiene sentido evaluar su productividad individual. Que, como argumentan los economistas de CC. OO., estemos mejorando porque aumentan las actividades tecnológicas en el mix productivo español, y con ello la productividad, no tiene mucho sentido. Porque lo importante es ver si este sector está aportando realmente mejoras en el plano social y ambiental, si contribuye a mejorar la vida de la gente o si, por el contrario, se trata de una mera actividad lucrativa para algunos, pero con costes sociales para muchos y que aporta poco al bienestar global. De la misma forma que la crítica al sector turístico es inane si se argumenta su baja productividad, cuando lo realmente relevante son otras cosas: el tipo de empleos que crea, las posibilidades de apropiación parasitaria que genera (especialmente a partir de las rentas inmobiliarias), los impactos negativos en la comunidad o su imposible sostenibilidad ambiental.

Tomar en serio las cuestiones de la crisis ambiental, las desigualdades y la inseguridad económica y social exige aplicar otro esquema valorativo. Que incluye situar la cuestión de la técnica y la innovación en una perspectiva diferente a la de la rentabilidad privada y el crecimiento.