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martes, 6 de agosto de 2024

Mijaín contra Mijaín





No había odio. No había fiereza. El duelo con los otros nunca fue superior al que entabló contra sí mismo. Con el tiempo. Con la historia y sus devenires de reyes caídos y otros puestos. Mijaín contra Mijaín, y ya había logrado tanto...

En los días previos a la cita de oro, salió a tomar el sol escaso de la capital francesa, complació a los fans, paseó su sonrisa por el Champ-de-Mars Arena como si no estuviera a punto de desafiarlo todo.

De este lado del Atlántico, los corazones empezaron a sufrir, a contar las horas. Tantos cayeron antes. Tantos lo harán después. Será posible lo que nunca ha sido?

En los combates se le vió grande, fuerte. Diferente a los cuatro momentos de infarto anteriores en Beijing, Londres, Río, Tokio. Ahora más pesado, pero igual de dominante, en el centro del colchón. Como dádiva, regaló sendos puntos al iraní y al azerí. Y en televisión nacional aseguró que volvería a bailar.

Llegó el día. Duelo de cubanos. El hijo adoptivo de Chile hizo fuerza, trató, tenía la juventud de su parte, pero el gigante de 41 años había empeñado su palabra, sabía de los sueños y los descalabros.

No había odio en sus ojos. No había fiereza. Los ojos negros fijos en algo que solo él podia ver, y el cuerpo haciendo su trabajo, la fuerza y la técnica grabada en los músculos a fuego en más de dos décadas.

La pasividad del chileno, la proyección y el de Herradura se pone arriba. Luego otro punto más, y otro. Son seis, pero no descansa. Se planta encima del colchón, a salvo de sorpresas. Se acaba el tiempo.

Mijaín levanta los brazos y lo que viene después parece transcurrir en cámara lenta. Proyecta al entrenador como siempre, carga al segundo con una frescura inconcebible. Abraza. Está empapado de sudor, pero está vez no hay manera de camuflar las lágrimas.

Entonces se queda solo en el colchón donde se convirtió en el único atleta en ganar cinco oros olímpicos en la misma disciplina individual. Está plantado otra vez, porque sabe que será la última.

Se arrodilla, besa la lona y los fotógrafos se vuelven locos. Luego, se quita las zapatillas, lentamente, y las deja en el centro que ha sido su dominio durante tantos años.



Mijaín es pentacampeón olímpico, es historia, es suceso entre los muchos sucesos de este Paris 2024. Pero Mijaín no baila. Cuba tampoco. Es un sentimiento confuso. La gloria y el adiós. Todo al mismo tiempo. Yo escribo después de tiempo sin hacerlo y no puedo evitar llorar.

Antonio Romero: “En Cuba los dogmas se imponen a la racionalidad económica”

 El profesor titular de la Universidad de La Habana coincide con sus colegas en que la salida a la crisis cubana requiere de una transformación estructural.

por  Osvaldo Pupo
agosto 6, 2024
en Economía


El profesor titular de la Universidad de La Habana, Antonio Romero, conversa sobre el programa de estabilización macroeconómica en Cuba. Foto: Osvaldo Pupo/OnCuba


En los últimos meses la palabra macroeconomía ha salido de boca de los cubanos como nunca antes, siguiendo el anuncio, a finales de 2023, de un programa gubernamental para enderezar la golpeada economía de la isla. Los planes se mantienen casi en secreto y solo trascienden notas de reuniones oficiales y los discursos en el parlamento.

Sin embargo, algunos economistas cubanos miran con recelo el nuevo intento de rescatar las finanzas cubanas, las cuales cayeron en número rojos el año pasado, con un decrecimiento del 1,9 % del PIB, parte de una estela de poco o nulo crecimiento económico.

El mencionado es, al menos, el cuarto programa de Gobierno desde que 2019 busca salir de la crisis o impulsar el desarrollo productivo. Los anteriores, incluida la fallida Tarea Ordenamiento en 2021, no han obtenido los resultados esperados. Según algunos expertos, se debe a la aplicación parcial de las medidas de reforma o la ejecución de una serie de acciones sin el orden establecido desde la academia, entre otras causas objetivas.

El profesor titular de la Universidad de La Habana y Doctor en Ciencias Económicas Antonio Romero, se une al reclamo de varios colegas de que Cuba necesita una transformación estructural de la economía que, según opina, tuvo una expresión real con los Lineamientos de la Política Económica y Social, aprobados en 2011 por el Partido Comunista de Cuba.

Sin embargo, el académico del Centro de Investigación de Economía Internacional y exdecano de la Facultad de Economía considera que no ha existido voluntad ni consenso político para la implementación de ese documento programático.

Los problemas del modelo cubano permanecen más de una década después y son los denominados desequilibrios macroeconómicos que impiden el desarrollo del país. En entrevista con OnCuba, Romero valora el impacto de estas condiciones y evalúa la efectividad de las proyecciones del Gobierno para enfrentarlas.

¿Qué es la macroeconomía y por qué es importante para entender la crisis cubana?

Existen tres niveles para realizar un análisis económico: el macroeconómico, el mesoeconómico y el microeconómico. El primero es el más general; hace referencia a los principales equilibrios que tienen que darse en una economía nacional y que son fundamentales para que las transacciones, el crecimiento, el impulso de los agentes económicos y lo relacionado con la producción, distribución, cambio y consumo, transcurra de manera adecuada.

La mesoeconomía estudia las ramas y sectores de la economía. Y la microeconomía se refiere a mercados específicos, agentes económicos específicos; empresas, productos.

Desde hace mucho, varios economistas hemos dicho que Cuba ha acumulado importantes desequilibrios macroeconómicos y, por eso, se necesita diseñar e implementar un coherente, sistémico, integral programa de estabilización macroeconómica, que elimine paulatinamente esos grandes problemas. Si no sucede así, es muy difícil lograr crecimiento y desarrollo económico.

En diciembre el primer ministro anunció la ejecución de un sistema de medidas, que han sido entendidas como un programa de estabilización macroeconómica. ¿Cuál es su valoración sobre esto?

Tengo mis opiniones críticas respecto al programa de estabilización macroeconómica.

Se ha avanzado muy poco en la reducción del déficit fiscal de 18,5 % del PIB, que es un componente esencial.

Cuando se habla de la necesidad del equilibrio fiscal se hace énfasis en el incremento de los ingresos impositivos. En una situación de estanflación, que es la que está viviendo Cuba, con un estancamiento económico de larga data, lograr reducir el déficit descansando sobremanera en los ingresos es prácticamente imposible.

Aquí la actividad económica está muy deprimida, ¿de qué forma se pueden generar lo suficiente como para que el nivel de impuestos cobrados por el Estado aumente a tono con el nivel de déficit fiscal?

Un componente esencial del programa de estabilización tiene que ser la reducción del gasto del sector público. Sé que es muy difícil, sobre todo en un país como el nuestro, por la naturaleza de nuestro modelo. Por supuesto que en Cuba no se puede pretender avanzar en términos de ajuste macroeconómico sobre la base de reducir los gastos en educación, salud, asistencia y seguridad social.

Hay que ir a las otras cuentas del presupuesto. Hay dos que tienen que ver con la administración central del Estado, el aparato burocrático. En todos los países tiene que haber instituciones de regulación, pero Cuba tiene la necesidad de reducir gastos por esa vía; además, hay un exceso de instituciones de regulación.

Por otro lado, una parte importante de los gastos del presupuesto van como transferencias a empresas estatales que arrojan pérdidas.

Además, la estabilización macroeconómica tiene que llevar aparejadas modificaciones en términos de política monetaria y cambiaria. Es muy poco probable estabilizar la economía con la disparidad de tipos de cambio que existen hoy.

Igualmente, debe realizarse un paulatino proceso de desdolarización de la economía. El primer ministro insiste en que hay que acentuar la dolarización para después desdolarizar el país, lo cual, para mí es un contrasentido.

En la misma medida que sigue el estancamiento económico, el peso cubano pierde poder de compra y, por tanto, la respuesta natural de los agentes, incluidos los consumidores, es refugiarse en otra moneda que sea más segura. La dolarización de la economía, en cualquier país, implica una pérdida de soberanía económica.

Otro tema asociado es que en los últimos años el déficit fiscal es financiado con monetización, lo que significa que el Banco Central está en un proceso continuo de emisión inorgánica de dinero para cerrar la brecha que tiene el Estado, con mucho gasto y no suficientes ingresos.

Por último, se requiere la transformación radical de la planificación central como mecanismo por excelencia de regulación de nuestra economía. Eso lo digo ahora, pero ya lo dijo el PCC en 2011.

¿Estos y otros desequilibrios qué efectos tienen en la vida de la gente, más allá de la macroeconomía?

Uno de los elementos fundamentales que explica la altísima inflación, el altísimo nivel de precios y el deterioro de los ingresos reales de la población es el enorme déficit fiscal que se está financiando con emisión de dinero. Este entra en circulación en condiciones en las que la oferta está por abajo y la demanda muy arriba.

Cuba tiene, además, un desequilibrio muy grande en comercio exterior. Tenemos muy poca capacidad de exportación de bienes y una necesidad imperiosa de importar para garantizar las condiciones mínimas de reproducción económica y social en el país. Ante la escasez permanente de divisas, lo que se hace es asignar de manera administrativa y el Estado determina qué es lo prioritario. Por eso casi nunca hay divisas para nada y se ve el deterioro en infraestructura, incluso, en determinados servicios sociales.

Por otra parte, no ha habido transformación en la estructura exportadora de mercancía. Se sigue exportando productos de muy bajo valor añadido, a pesar de la inversión en el desarrollo de una fuerza de trabajo calificada. En cambio, importamos de todo, pero de manera muy especial, con un alto nivel de concentración, en alimentos y combustible.

Esto tiene que ver con un gran problema en la estructura productiva del país. Hay una descapitalización del aparato productivo, incluida la agricultura, pero también la manufactura. Eso trae aparejado que haya muy poca capacidad de sustituir importaciones.

La participación de nuevos actores económicos supone un cambio en la relación de las fuerzas productivas, con impacto en la economía. ¿Qué opinión le merece la apertura al sector privado?

Lo más importante que se ha hecho en los últimos años, en términos de política económica en el país, fue el decreto ley que le dio personalidad jurídica a las micro, pequeñas y medianas empresas privadas.

Fue un paso muy importante, revolucionario, un paso en la dirección adecuada; no ajeno a prejuicios, pues rompía muchísimos esquemas. Todavía en el ADN ideológico de la mayor parte del establishment cubano, lo no estatal es antisistema. Los problemas de la economía cubana no se resuelven hasta que no acabemos de extirpar esa idea.

¿Qué es lo que estamos viendo ahora, lamentablemente? Sobre todo, a partir de la intervención del primer ministro en la última sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, es que se intenta, por todos los medios, frenar el avance que ha tenido el sector no estatal, que fue inusitado. En dos años y medio nada más empezó a cambiar el panorama empresarial cubano, con todas las críticas que se le pueda hacer.

Sin duda, lo cambió, con muchos problemas, que no estaban asociados per se al propio sector que empezó a emerger, sino con política económica y con inconsistencias del Gobierno; por ejemplo, la ausencia de un mercado cambiario al cual concurrir para obtener las divisas o de un mercado de insumos nacionales.

Sin embargo, se dan lecturas de los hechos a medio camino. Cuando se hablaba de las nuevas restricciones, la eliminación de ciertos beneficios que tenía el sector, se informó que se eliminaba el beneficio fiscal del primer año porque los precios no habían bajado. Es que no se entiende cómo funcionan los precios de una economía y tampoco se comprende que los precios no funcionan de manera aislada.

Puedes tener ese beneficio fiscal, que es común en muchos países, pero si existe un nivel de depreciación de la moneda nacional y, por tanto, para adquirir dólares para importar los insumos se multiplica dos o tres veces el costo de importación, es imposible que se reduzcan los precios.

Ahora con esta vuelta de tuerca, supuestamente tratando de disciplinar al sector no estatal, lo que se va a tener son más efectos negativos que los positivos que se buscan.

No hay ninguna experiencia internacional, ni en Cuba nunca la ha habido, de que, con mecanismos administrativos, con topes, con controles de margen de ganancias, se reduzcan los precios. En cambio, se va a generar mayor desabastecimiento, escasez y finalmente se estimula el mercado negro.

¿Estas medidas son favorables a la estabilización macroeconómica?

Lo que veo es que hay una incomprensión total de cuáles deben ser la dimensión, la profundidad y el sentido de la estabilización macroeconómica y, por supuesto, de transformación estructural hay muy poco. Estamos en un momento descolocado. No puede entenderse que la prioridad sea reducir y tratar de controlar los niveles de inflación y, en vez de ir a las causas, se termine haciendo supuestamente lo más fácil, que es topar los precios, topar los márgenes de utilidades. Eso no va a resolver nada.

Con las mipymes, con el sector privado nacional va a pasar lo mismo que pasó con la inversión extranjera. Al principio era un mal necesario. No gustaba, pero tuvo que aceptarse porque se acabó el socialismo real y la inversión extranjera garantizaba tecnología, capital y mercado. Después cambió la concepción y se dijo que era complementaria a la inversión nacional. Y ahora se dice que es esencial.

Las mipymes empezaron como un mal necesario. Cogieron auge y ahora se quiere parar. Van a terminar siendo complementarias y finalmente van a ser esenciales para avanzar en Cuba.

También es esencial tener un sector estatal competitivo, eficiente, pero no puede ser el de ahora. Un sector estatal que sea estatal en propiedad, pero que esté abierto a las concesiones para ser gestionado por el privado. Eso es legítimo.

No creo que los hacedores de política económica de Cuba sean obtusos ni nada de eso. Evidentemente hay un nivel muy importante de prejuicio o, lo que es lo mismo, que los dogmas de carácter político ideológico están impidiendo el avance en términos de la transformación económica que requiere el país.

¿Qué pasa si los dogmas prevalecen por encima de la racionalidad económica?

Los dogmas se están imponiendo, pero no son eternos. Yo creo que, lamentablemente, nos hacen perder tiempo. Eso puede ser un peligro. El agravamiento de la situación económica, más allá de los niveles en que estamos, puede generar conflictos sociales que no habíamos visto.

Puede generar —que eso sí es muy preocupante, aunque es un goteo diario— una aceleración de la fuga masiva de capital joven del país.

La fuerza de trabajo es el recurso económico por excelencia, es el más importante. Entonces, puede haber una aceleración acentuada del flujo migratorio, que ya está teniendo impactos, impactos que no solamente son económicos, son impactos sociales en la vida de la familia cubana, muy trascendentes.

Todo esto hay que analizarlo en un contexto internacional incierto, con un posible regreso de Trump a la presidencia estadounidense. Ojalá que no, pero nadie lo puede descartar. Sería un entorno de relaciones con Estados Unidos muy negativo.

Pero creo que nosotros sobreviviremos, somos muy resilientes

Una reflexión sobre Venezuela

Venezuela es el único país de América Latina donde dos recursos fundamentales no están controlados por EEUU

Boaventura de Sousa Santos* – Diario16+

No soy, ni he sido nunca, un chavista acérrimo. Hugo Chávez fue un benévolo meteorito político que sacudió el subcontinente latinoamericano y el mundo en la primera década del siglo XXI.

En 2013, poco después de la muerte de Hugo Chávez, escribí un artículo titulado «Hugo Chávez: el legado y los desafíos». En él identificaba algunos signos de autoritarismo y burocratización y terminaba el texto así: «Sin injerencias externas, estoy seguro de que Venezuela sabría encontrar una solución no violenta y democrática. Lamentablemente, lo que está ocurriendo es que se están utilizando todos los medios para poner a los pobres en contra del chavismo, la base social de la revolución bolivariana y los que más se han beneficiado de ella. Y, al mismo tiempo, para provocar una ruptura en las Fuerzas Armadas y el consiguiente golpe militar para derrocar a Maduro. La política exterior europea (si es que puede llamarse así) podría ser una fuerza moderadora si entretanto no hubiera perdido su alma.»(1) He de reconocer que mi temor no se ha hecho realidad hasta la fecha, aunque no han faltado intentos para que así fuera. Creo que el momento actual es otro de esos intentos. De ahí la importancia de reflexionar sobre el clamor en los medios de comunicación occidentales sobre la posibilidad de fraude en las recientes elecciones en Venezuela y el consenso en la derecha e izquierda sobre la necesidad de auditar los resultados. Esto me deja muy perplejo y me obliga a reflexionar.

El sistema electoral venezolano ha sido considerado unánimemente como uno de los más seguros y protegidos contra el fraude. Requiere cuatro fases de identificación: inscripción en el censo electoral, voto electrónico, extracción de la papeleta y huella dactilar del votante. Los números deben coincidir. Por supuesto, ningún sistema electoral es completamente inmune al fraude, pero si lo comparamos con los sistemas electorales de otros países (como Estados Unidos o Portugal), el sistema venezolano es más seguro. ¿Por qué es tan obvio para tanta gente que puede haber habido fraude?

La oposición venía anunciando que sólo reconocería los resultados si ganaba las elecciones. En este sentido, seguía una práctica que se está generalizando entre las fuerzas de extrema derecha que se presentan a las elecciones (Trump en 2020, Bolsonaro en 2022, Milei en 2023). Esto debería llamar a cierta cautela a las fuerzas democráticas, no sea que su insistencia en la auditoría sirva de muleta a fuerzas políticas que, supuestamente en nombre de la democracia, quieren destruirla.

Fuera de Venezuela, las fuerzas más vociferantes en defensa de la democracia venezolana son fuerzas políticas de extrema derecha que en sus propios países han propugnado o practicado golpes de Estado y fraudes electorales. En Brasil, con la colaboración activa de EEUU, Jair Bolsonaro y las fuerzas políticas y militares que le apoyaron protagonizaron el fraude electoral más clamoroso de la última década. Consiguieron inhabilitar y meter en la cárcel durante más de 500 días al candidato que con toda seguridad habría ganado las elecciones, Lula da Silva; manipularon fácilmente los medios de comunicación y los tribunales; y las elecciones de 2018 fueron declaradas válidas internacionalmente sin ningún tipo de reservas. Esto demuestra que el clamor mediático-político sobre la posibilidad de fraude y la necesidad de verificar los resultados no se basa, al contrario de lo que parece, en un arraigado amor a la democracia, sino en otras razones, que explicaré a continuación.

El doble rasero va mucho más allá de las fuerzas de extrema derecha y del primitivismo de sus consideraciones. Los países europeos, que se precian de ser democracias impecables, fueron casi unánimes en reconocer como presidente legítimo de Venezuela a un señor que se había autoproclamado presidente en una plaza de Caracas. Me refiero a Juan Guaidó, el 23 de enero de 2019. ¿Cómo se explica que, en este caso, no se haya tenido ningún cuidado en verificar los procesos democráticos? Resulta aún más chocante si comparamos esta aparente negligencia con el celo de ahora, respecto a unas elecciones que contaron con más de 900 observadores de casi 100 países. Por cierto, en un aparte que aumenta la perplejidad, uno se pregunta por qué sólo en unos pocos países es tan crucial recurrir a observadores externos para dar credibilidad a los procesos electorales. Si siempre existe la posibilidad de fraude, la necesidad de observadores debería ser universal y supervisada por la ONU.

No discuto las razones de la inhabilitación de María Corina Machado (es bien sabido que participó en varios intentos de golpe de Estado contra el gobierno bolivariano e incluso pidió una intervención militar extranjera), pero la forma en que se eligió a su sustituto, el ex diplomático Edmundo González Urrutia, es desconcertante. Hay algo inquietantemente caricaturesco en la oposición venezolana. Primero fue Juan Guaidó; ahora es un señor que parecía que acababa de salir de una residencia de ancianos para una actividad de ocio que resultó ser una candidatura presidencial. Si menciono esto es sólo porque las manos de Edmundo González pueden acabar manchadas de sangre. Entre 1981 y 1983 Edmundo González fue el primer secretario de la Embajada de Venezuela en El Salvador, cuyo embajador era Leopoldo Castillo, conocido como Matacuras. En esa época se ejecutaba en ese país el Plan Cóndor de contrainsurgencia, impulsado por Ronald Reagan, con el objetivo de impedir el avance de las fuerzas revolucionarias del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Este plan incluía la ejecución de la Operación Centauro, en la que participaban el ejército y escuadrones de la muerte y cuyo objetivo era asesinar a revolucionarios y, en particular, a miembros de comunidades religiosas basadas en la teología de la liberación. Un total de 13.194 personas fueron asesinadas, entre ellas Don Oscar Romero, hoy santo de la Iglesia Católica, cuatro monjas Maryknoll y cinco sacerdotes. Según datos de la CIA desclasificados en 2009, Leopoldo Castillo aparece como corresponsable de la coordinación y ejecución de la Operación Centauro. Edmundo González era el primer secretario de la Embajadade Venezuela. Los crímenes cometidos son de lesa humanidad y como tales son imprescriptibles[2].

¿Por qué tanto clamor sobre un posible fraude electoral?

La respuesta corta a esta pregunta es la siguiente: Venezuela es el único país de América Latina donde dos recursos fundamentales no están controlados por EEUU: las fuerzas armadas y los recursos naturales (las mayores reservas de petróleo, tierras raras, oro, hierro, etc.). A lo largo del siglo XX, EEUU intervino repetidamente en las elecciones de Venezuela con el objetivo de garantizar su acceso a los recursos naturales. Siempre lo han hecho con la ayuda de un número muy reducido de familias oligárquicas, algunas de las cuales controlan la riqueza del país desde el siglo XVI y la época de las encomiendas. María Corina Machado pertenece a una de estas familias. Su programa electoral es muy similar al de Javier Milei y ya ha prometido en una entrevista que, si fuera presidenta, trasladaría la embajada venezolana de Tel Aviv a Jerusalén. Es un programa de extrema derecha que ha sido apoyado por EEUU y, últimamente, por el oligarca de oligarcas, Elon Musk.

Como no controla los dos recursos que he mencionado, EEUU ha utilizado las dos estrategias que tiene a su disposición (además de la injerencia electoral y el apoyo a la oposición): la participación en golpes de Estado, que pueden incluir o no intentos de asesinato de los líderes a derribar; y las sanciones económicas. En estos momentos, Venezuela está siendo castigada con 930 sanciones impuestas desde hace casi dos décadas. Las sanciones han causado el empobrecimiento abrupto de Venezuela y han sido responsables de miles de muertes debido a la falta de medicamentos esenciales para la vida (por ejemplo, durante un periodo, insulina). Este empobrecimiento abrupto llevó a la suspensión de muchas de las políticas redistributivas del gobierno y, en última instancia, a la emigración. Más de siete millones de personas.

No cabe duda de que un país con tantos millones de ciudadanos obligados a emigrar no puede ir bien. Y es comprensible que muchos de estos emigrantes vean en la derrota de Nicolás Maduro el fin de las sanciones y la esperanza de volver. En este contexto, es necesario hacer dos reflexiones. La primera es que Maduro ha liberalizado la economía en los últimos años, adoptando algunas medidas que difícilmente pueden considerarse socialistas o incluso de izquierdas. Se están firmando muchos acuerdos con grandes empresas estadounidenses y europeas, tanto en el sector petrolero como en otros. Hoy en día, la economía venezolana es una de las de mayor crecimiento de América Latina, pero obviamente esto viene después de un empobrecimiento brutal. Hasta qué punto este nuevo modelo económico (¿inspirado en China?) puede tener éxito es una cuestión abierta.

La segunda reflexión es que, si observamos el panorama internacional de las migraciones y los refugiados, Venezuela es el único caso en el que la atención mediática se centra en el país del que salen los desplazados. En todos los demás casos, la atención se centra en los países «receptores» (lo que a menudo incluye la deportación). Una vez más, la razón parece ser ésta: la política de desestabilización y demonización del gobierno bolivariano y la creación de un consenso para activar la tercera arma estadounidense: el infame cambio de régimen. De hecho, creo que la agitación social que se está produciendo actualmente tiene como objetivo crear una Revolución Maidan diez años después. Me refiero al malestar social en Ucrania en 2014 que llevó a la huida del presidente democráticamente elegido, Víctor Yanukóvich, y, poco después, a la elección de Volodymyr Zelensky. La razón por la que es improbable que se produzca una «revolución de colores» en Venezuela es que Estados Unidos no cuenta con militares venezolanos formados en la Escuela de las Américas, donde se han fraguado tantos golpes de Estado. Las Fuerzas Armadas venezolanas ya han reconocido los resultados electorales.

Pero seguro que habrá más intentos en el futuro, sobre todo porque Venezuela cuenta con tres grandes aliados: China, Rusia e Irán, tres enemigos de EEUU. Los dos primeros son miembros originales de los BRICS y el tercero pronto se unirá a ellos. Esto significa que, aunque la fachada discursiva sea sobre el fraude electoral y la democracia, lo que está en juego es la agitación geopolítica que está provocando la victoria de Maduro. Esto debería hacer reflexionar a los dirigentes de los países latinoamericanos, especialmente a Brasil. Tarde o temprano, Brasil tendrá que decidir de qué lado está en el nuevo horizonte geopolítico y geoestratégico mundial que está en marcha. Comprendo la cautela porque, después de todo, Estados Unidos interfirió recientemente de forma brutal en la política interna de Brasil. Pero, por otro lado, sólo defendiendo la soberanía de otros países podrá Brasil, o cualquier otro país, defender eficazmente su propia soberanía cuando llegue la tormenta imperial. En cualquier caso, es mejor actuar colectivamente que individualmente. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) debe ser más activa ahora que ha desaparecido la Unión de Naciones Latinoamericanas (UNASUR).

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Notas:

[1]Pneumatóforo. Escritos políticos, 1981-2018. Coimbra: Almedina, 2018, p. 165-175
[2] Puede consultar la información en: https://nlginternational.org/2024/07/national-lawyers-guild-report-election-monitoring-delegation-to-the-bolivarian-republic-of-venezuela/; https://www.elperiodista.cl/2024/07/vinculan-a-candidato-opositor-en-venezuela-con-asesinatos-de-religiosos-en-el-salvador/