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domingo, 15 de diciembre de 2024

El Entronque: donde la voluntad hace la excepción

Por Daicar Saladrigas Gozález/ Adelante 15 Diciembre 2024, Adelante


Foto: De la autora


CAMAGÜEY.- Cuando Aleixey habla en el Parlamento no necesita ensayar ni improvisar discursos. Con su lenguaje sencillo y directo, con la nobleza y la honestidad de la gente de campo, habla de su vida y de la de sus electores, que son sus compañeros de labor, sus vecinos y su familia.

Narra su cotidianidad. Cuenta de su trabajo, de ese que hace parir cañas buenas en tierras de secano y crecer producciones agropecuarias hacia los platos de muchos camagüeyanos, que él y los suyos quisieran que fueran cada vez más.

Y cuenta también de otros “trabajos”, de esos que pasan los campesinos para trabajar y para aportar mejores dividendos a la economía del país, que es decir al pueblo.


Aleixey Carmenates Llanes es diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y presidente de la Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC) El Entronque, en Sibanicú.

Y aunque cuando él interviene todos le creen y le admiran, recientemente, como parte de su preparación para el cuarto período ordinario de sesiones del máximo órgano del poder del Estado, los otros parlamentarios por Camagüey comprobaron con ojos propios y pies en el terreno cuánta grandeza cultiva en aquel paraje el colectivo de Aleixey.


El Entronque es una UBPC cañera, que cumple sus planes de cosecha de la gramínea para entregar a la industria, y ha diversificado sus actividades al punto de que hoy producen de todo, o casi todo, que no es lo mismo, pero impresiona igual: cultivos varios, incluido ajonjolí del que extraen aceite, entrega de leche, ceba de toros, módulo pecuario (gallinas, conejos, ovinos), cría de cerdos criollos o de capa oscura, acuicultura…

Mientras él explica con cifras, fórmulas organizativas y detalles, el jefe de producción, Ramón Guerra Calvo, le hace señas una y otra vez.

No quiere que olvide decirnos que además de los trabajadores y sus familias, esas obtenciones benefician a la escuela y al personal del consultorio médico de la comunidad; que diariamente almuerzan con ellos, al precio de cinco pesos, 25 ancianos y las embarazadas de la zona; que venden barato a las instituciones de Salud de la cabecera municipal y a otras entidades que lo necesiten.

¡Ah!, y que a pesar de las guardias nocturnas y recorridos, del esfuerzo de los mismos que sudan todo el día y casi no duermen de noche para cuidar lo de todos, últimamente los han golpeado los ladrones, gente que quiere vivir sin trabajar, a pesar de las muchas oportunidades de empleo que la propia UBPC ofrece.

Un rato después, cuando ya los diputados visitaron la farmacia comunitaria y la ordenada área donde cuidan el equipamiento y las herramientas, en una parcela dedicaba a las hortalizas que ahora crece con plantas medicinales, el jefe de autoconsumo, Ricardo Sánchez Llanes, revela el secreto para tantos sacrificios y resultados: el sentido de pertenencia.

Así, sintiendo por lo que hacen y por lo que logran hablan todos. Así explica la económica, Yolexis Villalobos Marrero, los asuntos que más los afectan y para los que no basta su voluntad. Se trata del camino que no han podido arreglar y de la escasez de efectivo para realizar pagos, incluido el de los trabajadores, quienes reciben la mayor parte de sus ingresos en tarjetas magnéticas pero viven a más de 20 kilómetros de la cabecera municipal, casi siempre “fuera del área de cobertura”.

Esas ayudas necesita la gente de El Entronque, un colectivo que al decir del diputado Federico Hernández Hernández, integrante del Comité Central del Partido y primer secretario en la provincia, demuestra que sí podemos avanzar, desarrollarnos, soñar con mejores posibles... un colectivo excepcional que necesitamos convertir en regla.

Humberto Herrera Carlés at 23:28 No hay comentarios:
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Mi última columna: Encontrando esperanza en una era de resentimiento

Por Paul Krugman, Nobel de Economía 


Esta es mi última columna para The New York Times, donde comencé a publicar mis opiniones en enero de 2000.

Me estoy retirando del Times, no del mundo, así que seguiré expresando mis opiniones en otros lugares.

Pero esta parece una buena ocasión para reflexionar sobre lo que ha cambiado en estos últimos 25 años.

Lo que me sorprende, al mirar atrás, es cuán optimistas eran muchas personas, tanto aquí como en gran parte del mundo occidental, en ese entonces y hasta qué punto ese optimismo ha sido reemplazado por la ira y el resentimiento.

Y no me refiero sólo a los miembros de la clase trabajadora que se sienten traicionados por las élites; algunas de las personas más enojadas y resentidas en Estados Unidos en este momento –personas que parecen tener mucha influencia en la administración entrante de Trump– son multimillonarios que no se sienten lo suficientemente admirados.

Es difícil expresar lo bien que se sentían la mayoría de los estadounidenses en 1999 y principios de 2000.


El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, y Elon Musk observan el lanzamiento del sexto vuelo de prueba del cohete SpaceX Starship en Brownsville, Texas, Estados Unidos, el 19 de noviembre de 2024. Brandon Bell/Pool vía REUTERS/File Photo

Las encuestas mostraban un nivel de satisfacción con la dirección del país que parece surrealista según los estándares actuales.

Mi impresión de lo que ocurrió en las elecciones de 2000 fue que muchos estadounidenses dieron por sentada la paz y la prosperidad, así que votaron por el tipo con el que parecía que sería más divertido pasar el rato.

En Europa, también, las cosas parecían ir bien.

En particular, la introducción del euro en 1999 fue ampliamente aclamada como un paso hacia una integración política y económica más estrecha, hacia unos Estados Unidos de Europa, si se quiere.

Algunos de nosotros, los estadounidenses feos, teníamos dudas, pero al principio no eran compartidas por la mayoría.

Por supuesto, no todo era color de rosa. Por ejemplo, ya había bastantes teorías conspirativas de tipo proto-QAnon e incluso casos de terrorismo interno en Estados Unidos durante los años de Clinton.

En Asia hubo crisis financieras que algunos de nosotros vimos como un posible presagio de lo que vendría; en 1999 publiqué un libro titulado “El regreso de la economía de la depresión”, en el que sostenía que aquí podían ocurrir cosas similares; una década después, cuando sí ocurrieron, saqué una edición revisada.

Aun así, cuando empecé a escribir para este periódico, la gente se sentía bastante bien con respecto al futuro.

¿Por qué se desvaneció este optimismo?

En mi opinión, hemos tenido un colapso de la confianza en las élites: el público ya no tiene fe en que quienes dirigen las cosas sepan lo que están haciendo, o en que podamos asumir que sean honestos.

No siempre fue así. En 2002 y 2003, quienes sosteníamos que la causa de la invasión de Irak era fundamentalmente fraudulenta recibimos mucha resistencia de la gente que se negaba a creer que un presidente estadounidense hiciera algo así.

¿Quién diría eso ahora?

De otra manera, la crisis financiera de 2008 socavó cualquier fe que el público pudiera tener en que los gobiernos supieran cómo gestionar las economías.

El euro como moneda sobrevivió a la crisis europea que alcanzó su punto máximo en 2012, que llevó el desempleo en algunos países a niveles de la Gran Depresión, pero la confianza en los eurócratas -y la creencia en un futuro europeo brillante- no sobrevivió.

No son sólo los gobiernos los que han perdido la confianza del público.

Es asombroso mirar atrás y ver cuánto mejor se veía a los bancos antes de la crisis financiera.

Y no hace mucho tiempo que los multimillonarios de la tecnología eran ampliamente admirados en todo el espectro político, algunos alcanzando el estatus de héroes populares.

Pero ahora ellos y algunos de sus productos se enfrentan a la desilusión y a cosas peores.

Australia incluso ha prohibido el uso de las redes sociales por parte de los niños menores de 16 años.

Lo que me lleva de nuevo a mi punto de que algunas de las personas más resentidas en Estados Unidos en este momento parecen ser multimillonarios enojados.

Ya hemos visto esto antes.

Después de la crisis financiera de 2008, que se atribuyó en parte (de manera amplia y correcta) a los tejemanejes financieros, se podría haber esperado que los antiguos Amos del Universo mostraran un poco de arrepentimiento, tal vez incluso gratitud por haber sido rescatados.

Lo que obtuvimos en cambio fue “la furia de Obama”, furia contra el 44º presidente por siquiera sugerir que Wall Street podría haber sido en parte responsable del desastre.

Estos días, se ha hablado mucho del duro giro a la derecha de algunos multimillonarios tecnológicos, desde Elon Musk hacia abajo.

Yo diría que no deberíamos pensarlo demasiado, y especialmente no deberíamos intentar decir que esto es de alguna manera culpa de los liberales políticamente correctos.

Básicamente, se trata de la mezquindad de los plutócratas que solían regodearse en la aprobación pública y ahora están descubriendo que todo el dinero del mundo no puede comprar amor.

Entonces, ¿hay una manera de salir de la sombría situación en la que nos encontramos?

Lo que creo es que, aunque el resentimiento puede poner a gente mala en el poder, a largo plazo no puede mantenerlos allí.

En algún momento, el público se dará cuenta de que la mayoría de los políticos que despotrican contra las élites en realidad son élites en todos los sentidos que importan y comenzarán a exigirles responsabilidades por no cumplir sus promesas.

Y en ese momento, el público puede estar dispuesto a escuchar a las personas que no intentan argumentar desde la autoridad, no hacen falsas promesas, pero sí tratan de decir la verdad lo mejor que pueden.

Puede que nunca recuperemos el tipo de fe en nuestros líderes -la creencia en que las personas en el poder generalmente dicen la verdad y saben lo que hacen- que solíamos tener.

Ni deberíamos.

Pero si nos enfrentamos a la kakistocracia -gobierno de los peores- que está surgiendo mientras hablamos, puede que con el tiempo encontremos el camino de vuelta a un mundo mejor.


c.2024 The New York Times Company

Humberto Herrera Carlés at 22:50 No hay comentarios:
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