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sábado, 6 de junio de 2015

La estrella solitaria tropieza


Resulta que el milagro económico de Texas no era tal


¿Se acuerdan del milagro económico de Texas? En 2012, era uno de los tres argumentos principales del por entonces gobernador Rick Perry acerca de por qué debía ser presidente, junto con el apoyo por parte de la derecha religiosa y algo más que no recuerdo (lo siento, no he podido resistirme). En términos más generales, hace mucho tiempo que los conservadores presentan a Texas como supuesta demostración de que los impuestos bajos para los ricos y la severidad con los pobres son las claves de la prosperidad.

Así que resulta interesante señalar que, últimamente, Texas parece mucho menos milagrosa que antes. Para ser justos, hablamos de un pequeño tropezón, no de un desastre. Aun así, los acontecimientos ocurridos en Texas y en otros estados —sobre todo Kansas y California— nos ofrecen una demostración objetiva más de que la obsesión por la reducción de impuestos que domina al Partido Republicano actual es un completo error.

Estos son los hechos: durante muchos años, el crecimiento económico de Texas ha dejado atrás sistemáticamente al del resto de Estados Unidos. Pero esa larga carrera ha terminado en 2015, ya que el crecimiento del empleo en Texas ha caído muy por debajo de la media nacional y la bajada de los principales indicadores apunta a que la ralentización continuará. En la mayoría de los estados, esta ralentización no tendría mayor importancia; un rendimiento por debajo de la media es solo una circunstancia de la vida. Pero en Texas todo es más grande, incluidas las expectativas exageradas, así que la ralentización ha causado una especie de conmoción.

Ahora bien, no hay ningún misterio en lo que está pasando: todo se reduce a los hidrocarburos. A los tejanos les gusta señalar que la economía de su estado está mucho más diversificada que en la época de J. R. Ewing, y tienen razón. Pero Texas aún posee una parte desproporcionada del sector petrolero y gasístico de Estados Unidos y se ha beneficiado mucho más que la mayoría de los estados del auge de la fractura hidráulica. Según mis cálculos, alrededor de la mitad de los puestos de trabajo relacionados con la energía que se han creado desde que empezó dicho auge a mediados de la década pasada corresponde a Texas, y esta bonanza inesperada del sector de las extracciones representaba aproximadamente un tercio de la diferencia de crecimiento entre Texas y el resto del país.

¿Y qué hay de los otros dos tercios? Al igual que los demás estados sureños, Texas sigue beneficiándose del continuo desplazamiento hacia el sur de la población de Estados Unidos que se inició con el uso generalizado del aire acondicionado; la temperatura media en enero sigue siendo una buena forma de predecir el crecimiento regional. Texas también atrae a sus nuevos habitantes con sus permisivas políticas de uso del suelo, que han mantenido bajo el precio de la vivienda.

Ahora, uno de los tres grandes motores del crecimiento de Texas ha puesto la marcha atrás, ya que la bajada mundial del precio del petróleo ha frenado en seco el auge de la fractura hidráulica. Qué se le va a hacer, esas cosas le pueden pasar a cualquier estado de vez en cuando.

Pero se suponía que Texas no era como otros estados. Se suponía que era el brillante arquetipo de la rentabilidad económica de la economía Robin Hood a la inversa. Así que sus recientes decepciones han caído como una losa sobre la causa de la derecha (especialmente tras el desastre de Kansas).

Para quienes no estén al tanto de la historia de Kansas, en 2012, Sam Brownback, el gobernador de extrema derecha del estado, sacó adelante unas reducciones fiscales que, según prometió, traerían consigo un rápido crecimiento económico con pocas pérdidas de ingresos, o ninguna. Pero la expansión prometida nunca se materializó, mientras que los grandes déficits presupuestarios sí lo hicieron.

Y, mientras tanto, ahí está California, durante mucho tiempo objeto de las burlas de la derecha por ser una economía condenada por sus políticas liberales. Pero parece que no es así: el presupuesto vuelve a registrar un superávit, en parte porque el surgimiento de una supermayoría demócrata ha posibilitado al fin que se aprueben subidas de impuestos, y el estado avanza con paso firme por la senda de la recuperación.

Los estados, según la famosa cita de Louis Brandeis, son los laboratorios de la democracia. De hecho, el propio Brownback describía su plan como un “experimento” que pondría de manifiesto la veracidad de su doctrina económica. Sin embargo, lo que en realidad ha hecho es demostrar lo contrario (y otros laboratorios transmiten un mensaje muy parecido, desde el traspié de Texas hasta la recuperación de California).

¿Prestará atención alguien en la derecha? Probablemente no. A diferencia de los experimentadores reales, Brownback no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta, pasase lo que pasase, y lo mismo puede decirse de casi todos los que están a ese lado de la barrera política. O, por decirlo de otra forma, la creencia de que las reducciones fiscales son un elixir universal que cura todos los males económicos es la idea zombi por antonomasia, una que hace mucho que debería haber muerto dada la realidad económica, pero que sigue arrastrando los pies por ahí. Durante el último cuarto de siglo, no ha pasado nada que avale la manía por las reducciones fiscales, pero el control de la doctrina sobre el Partido Republicano es más férreo que nunca. Sería absurdo esperar que los últimos acontecimientos supongan una gran diferencia.

Aun así, el espectáculo de la economía de Texas bajando del cielo, y el de Kansas caminando por el borde del precipicio deberían, como mínimo, servir para que la grandilocuencia de la derecha sonase hueca, en las elecciones generales o incluso en las primarias. Y, a lo mejor, algún día, hasta los conservadores vuelvan a estar dispuestos a afrontar la realidad.

Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía de 2008.

© The New York Times Company, 2015.

Traducción de News Clips.

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