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sábado, 8 de agosto de 2015

Los republicanos no pueden estar hablando en serio

Si se juzga a los candidatos por sus opiniones y no por su imagen, son una sarta de estrafalarios



Donald Trump habla en el primer debate entre candidatos a las primarias republicanas en EE UU. / MANDEL NGAN (AFP)

Según muchos analistas, este iba a ser el ciclo electoral en el que los republicanos harían gala de su gran banquillo. La carrera por la nominación iba a incluir a gobernadores expertos como Jeb Bush y Scott Walker, intelectuales innovadores como Rand Paul, y nuevos actores con gancho como Marco Rubio. Sin embargo, Donald Trump va en cabeza por un amplio margen. ¿Qué ha pasado?

La respuesta, dicen muchos de los que no lo vieron venir, es la credulidad: la gente no puede distinguir a alguien que parece que sabe de qué está hablando, de alguien que se toma las cosas realmente en serio. Y no cabe duda de que en el mundo hay mucha credulidad. Pero, si me preguntan a mí, los expertos han sido por lo menos tan crédulos como la opinión pública, y siguen siéndolo.

Si bien es cierto que Trump es, básicamente, un personaje absurdo, sus rivales también lo son. Si prestan atención a lo que cualquiera de ellos está diciendo en realidad, en vez de a cómo lo dice, descubrirán una incoherencia y un extremismo exactamente igual de malos que lo que Trump tiene que ofrecer. Y no es por casualidad: decir tonterías es lo que hay que hacer para llegar a algo en el actual Partido Republicano.

Por ejemplo, las ideas económicas de Trump (los habituales tópicos conservadores mezclados con proteccionismo en una suerte de extraño revoltillo) son decididamente confusas. Pero, ¿acaso son peores que la profunda convicción en el vudú de Jeb Bush, su afirmación de que él puede duplicar la tasa de crecimiento subyacente de la economía estadounidense? Además, la credibilidad de Bush no mejora con las pruebas para semejante afirmación: el crecimiento relativamente rápido experimentado por Florida durante la inmensa burbuja inmobiliaria que coincidió con su época como gobernador.

Como es sabido, Trump es uno de los pusieron en duda que el presidente Obama haya nacido en Estados Unidos. Pero, ¿acaso eso es peor que la declaración de Scott Walker de que no está seguro de que el presidente sea cristiano?

La intención expresa de Trump de deportar a todos los inmigrantes ilegales es decididamente extremista, y exigiría violaciones graves de las libertades civiles. ¿Pero acaso hay alguien que defienda esas libertades en el actual Partido Republicano? Fíjense en el entusiasmo con que Rand Paul, que se define a sí mismo como un libertario, se ha sumado a la caza de brujas contra la Federación Estadounidense para la Planificación Familiar.

Y mientras que Trump decididamente se remonta al movimiento anticatólico y antiinmigrante de mediados del siglo XIX, Marco Rubio, que niega el cambio climático, ha hecho del “yo no soy un científico” su frase característica. (Un recordatorio para Rubio: los presidentes no tienen que ser expertos en todo, pero sí que tienen que escuchar a los expertos y decidir a cuáles de ellos creer).

La cuestión es que, aunque los perfiles aduladores de los medios de comunicación han retratado a los rivales de Trump como personas serias —Jeb el moderado, Rand el innovador, Marco el rostro de una nueva generación—, su supuesta seriedad es solo fachada. Si se les juzga por sus opiniones en vez de por su imagen, lo que tenemos es una sarta de personajes estrafalarios. Y, como ya he dicho, esto no es por casualidad.

Hace tiempo que es obvio que las convenciones de la información y el comentario políticos hacen poco menos que imposible decir lo evidente, a saber: que uno de nuestros dos grandes partidos ha perdido el norte. O, como los analistas políticos Thomas Mann y Norman Ornstein afirman en su libro It’s Even Worse Than It Looks [Es todavía peor de lo que parece], “el Partido Republicano se ha convertido en un ‘excéntrico insurgente’... que no se deja convencer por la forma generalizada de entender los hechos, las pruebas y la ciencia”. Es un partido en el que no hay lugar para las posturas racionales en la mayoría de las cuestiones más importantes.

O, por decirlo de otra manera, los políticos republicanos de hoy no pueden hablar en serio. No si quieren ganar primarias y tener algún futuro en su formación. Economía extravagante, ciencia extravagante y política exterior extravagante son elementos imprescindibles del currículum de un candidato.

Sin embargo, hasta ahora, los republicanos destacados han intentado mantener una fachada de respetabilidad, lo cual ha ayudado a los medios de comunicación a seguir fingiendo que estaban tratando con un partido político normal. Lo que distingue a Trump no son tanto sus opiniones como su falta de interés en mantener las apariencias. Y resulta que las bases del partido, que exigen posturas extremistas, también prefieren que estas se expresen de manera directa. ¿Por qué hay quien se sorprende de ello?

¿Recuerdan que, después de su ataque contra John McCain, Trump supuestamente iba a derrumbarse? McCain encarna la estrategia de parecer moderado y adoptar a la vez posturas extremas, y es muy apreciado por los periodistas, que lo sacan constantemente por televisión. Pero, en cambio, a los votantes republicanos no les importa lo más mínimo.

¿Es posible que Trump obtenga realmente la candidatura? No tengo ni idea. Pero incluso si al final lo apartan, no presten atención a todos los análisis que leerán declarando la vuelta a la política normal. Eso no va a pasar: la política normal abandonó al Partido Republicano hace tiempo. Como mucho, presenciaremos una vuelta a la hipocresía normal, de la clase que encubre las políticas radicales y el desprecio por la evidencia con una retórica de tono convencional. Y eso no será ninguna mejora.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.

© The New York Times Company, 2015.

Traducción de News Clips.

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