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domingo, 20 de septiembre de 2015

RELATOS ECONÓMICOS COMPARTIDOS

Por Claudio Katz

En los primeros meses del año los principales candidatos compartieron el imaginario económico de tranquilidad y compitieron por la efectividad de frases huecas. Macri ponderó la “confianza” para garantizar el crecimiento, Scioli exaltó la “esperanza” para lograr el desarrollo y Massa ensalzó el “justo medio” para atraer inversiones. Nadie expuso ideas y todos apostaron a la distracción. Scioli para aprovechar la primavera de consumo y Macri o Massa para ocultar lo que preparan.

Pero la expectativa de llegar a octubre con las variables bajo control se está disipando. El anclaje del dólar con alta inflación y déficit fiscal ya no alcanza para disimular las turbulencias de la economía. La devaluación se vislumbra en la cotización del blue y salta a la vista la fragilidad oficial para enfrentar la presión cambiaria. Mientras recorta las ventas de divisas para el ahorro y pisa los pagos de las importaciones, el Banco Central pierde 100 millones de dólares por día.

El punto crítico de los próximos dos meses son las reservas disponibles. Si se descuentan los pagos y compromisos queda muy poco. En este escenario Scioli, Macri y Massa han comenzado a exhibir a sus economistas. Las explicaciones no pueden esperar hasta diciembre.

OCULTAMIENTOS CONJUNTOS

El oficialismo atribuye la escasez de divisas al torbellino externo. Afirma que se “cayó el mundo” y Argentina recibe los coletazos de esa demolición. Pero el mismo diagnóstico es repetido desde hace siete años para explicar adversidades de distinta índole. El estancamiento de la producción, la caída de las inversiones, el desbalance energético o la persistencia de la pobreza son achacados a una crisis externa, que ensombrece el maravilloso desempeño del modelo.

¿Pero cuál es el vínculo entre la falta de divisas y el temblor mundial? Desde el 2008 existe una crisis global que no alteró la apreciación de las exportaciones del país. En los últimos años Argentina obtuvo ingresos externos por sumas que superaron en cinco veces el promedio de los 90 y en diez veces la media de los 80.

Este ventajoso escenario comenzó a modificarse recientemente y ya se avizoran serios problemas. El índice Bloomberg de precios de las materias primas registra una caída del 40% en comparación al 2011. Tocó el piso más bajo desde el 2002.

Pero esta fuerte disminución no modifica aún el panorama. La tonelada de soja que valía 500 dólares en la primera mitad del 2014 se cotiza actualmente en 320. Ese precio se ubica muy por encima de la cotización vigente en los últimas dos décadas. La probable reversión del superciclo de apreciación de las commodities es una amenaza que todavía no afecta a la soja. El punto crítico de la coyuntura externa se verifica en otro terreno: el realineamiento general de los tipos de cambios.

La catarata de devaluaciones de Brasil se extendió al grueso de las monedas latinoamericanas y ha sido coronada con la depreciación del yuan chino. Esas alteraciones socavan la paridad del peso. El sombrío diagnóstico que el oficialismo expone desde el 2008 empieza a verificarse en el 2015.

El país cuenta con pocos instrumentos defensivos para afrontar la nueva tormenta. No tiene suficientes dólares en cartera, a pesar de la excepcional captación de divisas de la última década. Esos fondos salieron de nuestras fronteras con la misma rapidez que ingresaron. Los exportadores expatriaron dinero, las empresas transnacionales remitieron utilidades y el gobierno realizó monumentales pagos de la deuda externa.

Esa hemorragia de divisas superó el drenaje consumado durante el menemismo. La emigración de efectivo nutrió las fortunas de los capitalistas argentinos en el exterior, que algunos estiman en 205.000 millones de dólares y otros en 379.000 o 440.000 millones. La sangría oficial no fue menor. Según los datos que orgullosamente difunde el oficialismo los pagos de la deuda sumaron en la última década 173.000 millones de dólares.

El misterio actual de la falta de divisas se devela fácilmente observando esos guarismos. Las arcas del Banco Central fueron pulverizadas por la salida de fondos que perpetraron los grupos dominantes y por la política oficial de “pagador serial”.

Ese vaciamiento se consumó a la vista de todos los funcionarios. El gobierno incluso premió a los sustractores de divisas con ofertas de blanqueo impositivo para que reingresen lo transferido. Ese perdón se prorroga periódicamente sin ningún resultado.

Scioli y CFK silencian el traspié y publicitan el des-endeudamiento conseguido mediante el puntilloso cumplimiento con los acreedores. Nunca explican la ventaja de una operación que genera tantas carencias de dólares.

Es cierto que la deuda inicialmente se redujo en moneda dura y en relación al PBI. Pero esa cancelación dilapidó reservas y no se tradujo en mayor autonomía financiera. La escasez de dólares obligó a revertir la pretensión de achicar pasivos y la deuda pública volvió a subir del 39,2% del PBI (2008) al 43% (2014).

En los últimos meses la carencia de divisas indujo a buscar billetes norteamericanos a cualquier precio. Algunos analistas calculan que la actual colocación de bonos a altísimas tasas duplicaría el pasivo en siete años. Los títulos emitidos con seguros de cambio impondrán gravosos pagos.

Macri y Massa cuestionan la falta de dólares que Scioli intenta disimular. Atribuyen ese bache a las restricciones vigentes en el mercado cambiario. Pero el denigrado “cepo” no es una rareza local. Es un instrumento de control utilizado en muchos lugares y circunstancias.

Como el país no fabrica dólares necesita administrar su distribución, para asegurar el funcionamiento de la economía. El kirchnerismo introdujo esa supervisión para contener la salida de dólares y debió mantenerlo para evitar el colapso de las reservas.

La derecha promete eliminar esa restricción en forma inmediata a través de una mágica “confianza”. Afirma que su arribo a la presidencia suscitará una explosión de entusiasmo que se traducirá en una lluvia de divisas. Pero todos los candidatos a la presidencia han repetido siempre el mismo mensaje. Omiten que las garantías ofrecidas por un mandatario del capital a sus colegas constituyen tan sólo un elemento, de las múltiples condiciones que determinan la afluencia de fondos.

Los economistas de Macri convocan a imitar la seducción de inversores que realizaron los gobiernos neoliberales de otros países. Pero los capitales que ingresaron a esas administraciones generaron más adversidades que beneficios. Encarecieron las exportaciones, abarataron las importaciones, acentuaron la desindustrialización y facilitaron bicicletas financieras de todo tipo.

Basta observar las consecuencias de ese proceso en la actual fase de salida de capitales. Los fondos ahora emigran desde América Latina y otras regiones económicas intermedias hacia los centros del capitalismo. La apreciación del dólar y el agotamiento de un ciclo de especulación con títulos, inmuebles y materias primas impulsan ese movimiento. El retorno de divisas al mercado estadounidense deteriora los espejismos de la apertura financiera que enaltecen los derechistas.

Hay muchos diagnósticos sobre la carencia de dólares en Argentina, pero lo sucedido salta a la vista. Las divisas ausentes han sido transferidas a los acreedores y a los depósitos de los acaudalados locales fuera del país.

Si se quiere revertir ese vaciamiento hay que revisar los pagos externos e investigar la deuda, mientras se exige el reingreso de los fondos expatriados. Quiénes colocaron sus fortunas en el exterior hacen negocios y tienen activos en Argentina. Si no se adoptan medidas contra estos sectores, el costo de recolectar los dólares recaerá sobre los trabajadores.

¿DEVALUACIONES BENIGNAS?

Los dos mecanismos regresivos que tradicionalmente utiliza la clase dominante para obtener divisas adicionales ya están activados. La devaluación y el endeudamiento son igualmente propiciadas por Scioli, Macri y Massa.

Se presenta la aplicación de ambas medidas como un devenir inexorable y sólo se discute la forma de atemperar las consecuencias de esas disposiciones. Como se ha naturalizado la desvalorización del peso, el debate gira en torno a la instrumentación contundente o gradual de esa depreciación.

Hay teorías que resaltan el carácter benigno de una fuerte devaluación acompañada de cronogramas escalonados de endeudamiento. Otros promueven financiar con mayor crédito externo un proceso devaluatorio más pautado. El oficialismo tiende a transformar esta contraposición en una disputa entre “dos modelos” y el macrismo lo presenta como un ejemplo del contraste entre “el cambio y la continuidad”.

Ciertos economistas de Scioli atribuyen todos los males de un shock devaluatorio al macrismo, para demostrar las virtudes de tomar deuda en mayor escala (Bein). En cambio los voceros de Macri realzan las ventajas de sincerar la desvalorización del dólar ya consumada en el mercado paralelo (Melconian).

Pero nadie puede anticipar el momento y el alcance de la alteración cambiaria. La convertibilidad colapsó sin aviso previo y Kicillof sorprendió con su devaluación del 2013-14. Hay muchos cálculos sobre el debut de la nueva cotización del dólar, pero pocas estimaciones sobre la forma en que concluiría ese ajuste.

El mensaje tranquilizador que propagan los economistas del trío presidenciable resalta que “esta vez” la devaluación será manejable. Afirman que inducirá un gran “retorno del dinero de los argentinos” y esperan que esa oferta calme el mercado.

Pero olvidan que la misma previsión falló con el blanqueo. Sólo puede anticiparse que los capitalistas locales ingresarán divisas, si la magnitud de la devaluación satisface sus expectativas de lucro. No aceptarán cambiar los dólares a 9 pesos y está por verse cual será el techo de esa cotización.

Para incentivar el ofrecimiento de billetes verdes ya circulan varias iniciativas. Algunos asesores de Scioli proponen consolidar los impagos que acumula el estado, mediante la emisión de un bono específico de alta remuneración (Blejer). De esta forma se facilitaría el libre despegue de las nuevas operaciones cambiarias.

Otra variante es el desdoblamiento del tipo de cambio, con una tasa alta para el turismo y las finanzas y otra baja para el comercio (González Fraga). Es probable la introducción de alguna segmentación de esta índole, si encuentran la forma de evitar las operaciones fraudulentas en el comercio exterior que acechan a ese mecanismo.

La principal preocupación del establishment no es el porcentaje sino el “éxito” de la devaluación. Consideran que ese logro se alcanza, cuando la desvalorización del peso no se traslada en la misma proporción a los precios internos. En ese caso la diferencia es capturada por los exportadores y los banqueros.

Por eso los voceros del poder demandan que no se repita lo ocurrido hace dos años, cuando la devaluación fue íntegramente licuada por la inflación. El mismo recuerdo de operación fallida legó el “Rodrigazo” de 1975.

El principal ejemplo de una “devaluación exitosa” fue el desmoronamiento de la convertibilidad. El elevado desempleo y la depresión económica del 2001-02 neutralizaron el traslado del desplome cambiario a los precios internos. Espert, Broda y los cavernícolas de FIEL son los promotores actuales de una cirugía equivalente.

Auspician un tsunami de agresiones con despidos de empleados públicos y grandes amputaciones de la industria recompuesta en los últimos años. Pero semejante shock supone una guerra social que es desaconsejada por los hombres de negocios. Todos recuerdan la rebelión popular del 2001.

Ese temor induce a la clase dominante a bendecir propuestas gradualistas de devaluación para achicar salarios sin demolerlos. Este ajuste acotado es propiciado por los principales candidatos a suceder a CFK. Su implementación exige un recorte concertado de los ingresos populares, mediante la intermediación de la burocracia sindical en la desactivación de las protestas.

Los presidenciables ya negocian con los jerarcas afines de la CGT la aceptación de una pérdida inicial de salarios, en los meses posteriores a la devaluación. Luego acordarían un Pacto Social para establecer techos en las paritarias del 2016. El principal argumento de campaña que exhibe Scioli ante el empresariado es la conocida capacidad del justicialismo para manejar esos contubernios.

Es evidente que la devaluación impactará con mayor fuerza en los precios de los alimentos y agravará los padecimientos de los pobres e indigentes. El porcentaje de ese universo es desconocido luego de la destrucción del INDEC. No se sabe si involucra al 22%, 25% o 29% de la población. Cristina terminará su mandato ocultando ese dato o convalidando cifras ridículas, que realzan la superioridad de las prestaciones sociales de Argentina en comparación a Alemania.

Como la devaluación ampliará el porcentual de familias que no cubren sus necesidades básicas, todos prometen preservar los planes asistenciales. Estos programas se han transformado en un dato perdurable, pero afrontan dificultades de financiamiento.

El kirchnerismo ha consolidado el impuesto a las ganancias que tributan los trabajadores de mayores ingresos para solventar ese bache. Se pretende atenuar las penurias de los precarizados con aportes de los trabajadores formales. Los economistas de la oposición prometen modificaciones, pero no ofrecen alternativas serias y en los hechos avalan la preservación de ese tributo.

BUITRES O BUITRES

Los voceros del sciolismo-kirchnerismo presentan el endeudamiento como un mal menor, frente al shock regresivo que atribuyen al PRO. Omiten recordar como la atadura crediticia asfixió una y otra vez a la economía argentina y ocultan que en este terreno también prevalecerá el pragmatismo. Todos se adaptarán a las circunstancias del momento, seleccionado el combo de endeudamiento y devaluación que imponga la coyuntura.

Si falla la generalizada predilección por el sendero gradual recurrirán a alguna variante de la ortodoxia. Los ministros posibles del trío presidencial tienen experiencia en la gestión del ajuste. Bein fue funcionario de la Alianza, Melconian trabajó con Menem y Lavagna fue un hombre de Duhalde-Kirchner. Manejan propuestas semejantes, intercambiables y complementarias.

Todos priorizan un rápido arreglo con los buitres para reiniciar el endeudamiento en gran escala. Aprovechan el clima de arreglo con Singer y Griesa que actualmente propicia el kirchnerismo con un sutil cambio de terminología. Ya se habla más de “hold outs” o “fondos de inversión” que de los buitres, mientras se entierra el contrapunto de la patria con los especuladores.

La publicidad oficial realza las nuevas regulaciones que adoptaron las Naciones Unidas para acotar las demandas futuras de los buitres. Esa resolución promueve el tratamiento de los quebrantos financieros estatales con normas semejantes al sector privado. Se busca asegurar los acuerdos alcanzados por los deudores con la mayoría de los acreedores.

Kicillof presenta esa decisión como un logro internacional mayúsculo del kirchnerismo. Pero evita señalar que carece de efectos vinculantes y retroactivos sobre el conflicto en curso en los tribunales de Nueva York. Tampoco registra la inoperancia de esa legislación frente al ahorcamiento de Grecia. La resolución no auxilia a los países sofocados por buitres de gran porte como Alemania.

La inutilidad inmediata de estas normas es muy conocida por los emisarios de Scioli y Macri, que ya negocian un arreglo bilateral con los especuladores. Todos saben que rige una tregua hasta la asunción del próximo gobierno. También descuentan que la disputa se desenvolverá en los mismos términos que comenzó.

Los consejeros del trío que compite por instalarse en la Casa Rosada están buscando la forma de derogar las leyes cerrojo, que disponen marginar de toda negociación a quiénes no intercambiaron viejos títulos del pasivo por nuevas emisiones. Todos sugieren, además, la anulación de la reciente ley de pago soberano, que induce a los tenedores de bonos a cobrar sus dividendos en Buenos Aires.

Como nadie aceptó ese cambio de jurisdicción, las condiciones anteriores serían restauradas con la misma velocidad que fueron modificadas. Las convocatorias a crear un clima de concordia en el próximo Parlamento apuntan a facilitar esos trámites.

A cambio de estas concesiones los economistas de Scioli, Macri y Massa esperan lograr algún alivio en las formas de pago. Apuestan a una quita o a mayores plazos de cancelación de los bonos que recibirán los premiados por la estafa.

Hasta ahora no hay señales de la próxima movida de los buitres. Su pedido de embargar activos del Banco Central fue rechazado por los tribunales neoyorkinos. Pero siempre cabe la posibilidad de un nuevo endurecimiento. Conviene recordar que también Kicillof imaginaba un tránsito sereno hacia el re-endeudamiento, luego de acordar con el CIADI, el Club de Paris y REPSOL. Los buitres juegan a varias puntas porque su especialidad es la extorsión.

TARIFAZOS CON FALACIAS

Los teóricos locales del endeudamiento benigno también silencian el multimillonario costo del arreglo con los buitres. Sólo afirman que la digestión de ese trago amargo es la condición para acceder al crédito barato que necesita el país.

Algunos prometen conseguir 50.000 millones de dólares en poco tiempo, pero omiten comentar las cláusulas de restricción fiscal que acompañarán a esos préstamos. El re-endeudamiento no será gratis. Probablemente exigirá la restauración de la auditoria que realiza el FMI sobre el grueso de los deudores. Blejer conoce en detalle las exigencias de los futuros prestamistas.

Los auspiciantes del endeudamiento tampoco aclaran el destino del dinero. Despliegan pomposos discursos sobre el “desarrollo” y la “infraestructura”, pero ocultan que los créditos inmediatos servirán para solventar el gasto corriente. El principal objetivo de los próximos préstamos será engrosar las reservas para financiar el ajuste.

Como los banqueros conocen ese propósito seguramente exigirán un ajuste fiscal para asegurarse los futuros cobros. El alcance del agujero que acumulan las cuentas públicas es un dato tan enmascarado como las reservas, la tasa de inflación o el número de pobres.

Algunas estimaciones ubican ese déficit en 6-7% del PBI, es decir el porcentaje que rodeó a todas las grandes crisis de Argentina. Se sabe que ese desbalance comenzó en el 2008 y que el rojo del 2015 duplica al vigente en el ejercicio anterior. El desfasaje se financia hasta ahora con emisión, deuda y la caja del ANSES.

Ciertos admiradores de la heterodoxia keynesiana estiman que ese desequilibrio no es preocupante. Suponen que permite aceitar la economía y contrarrestar las falencias del sector privado. Pero olvidan que ese auxilio opera en un régimen capitalista regido por el principio del beneficio. En este sistema las ventajas que aporta el gasto público se transforman en obstáculos cuando falla el financiamiento. Y justamente ese límite afronta actualmente Argentina.

Ninguno de los presidenciables propone remediar el desbalance fiscal con impuestos progresivos. Al contrario, todos se aprestan a solicitar el sostén de los banqueros para recomponer los negocios. Ese camino obliga a aplicar los recortes fiscales que demandan los financistas.

La restricción del gasto que se avecina no sólo conduce a congelar sueldos e ingresos al empleo público. También implica efectivizar el aumento de tarifas que el kirchnerismo ensayó y demoró en reiteradas oportunidades. Todos se aprestan a volver a la sintonía fina que dejó pendiente el gobierno. Retomarán las falacias que repiten los medios de comunicación, al contraponer a los usuarios favorecidos de Buenos Aires con los ciudadanos del Interior, que soportan mayores tarifas. Con el hábito de nivelar para abajo no se les ocurre resolver esa inequidad abaratando las facturas de los afectados.

El mismo razonamiento tramposo será utilizado para justificar los incrementos de la electricidad y el gas. En este caso utilizarán como pantalla los privilegios de algunos usuarios de clase media-alta. El encarecimiento del transporte masivo sería implementado sólo con excepciones a los perceptores de planes sociales, como si el viaje cotidiano de un asalariado a su lugar de trabajo fuera un gasto suntuario.

EL ESPEJO BRASILEÑO

La degradación de la economía brasileña ofrece un retrato de lo que podría ocurrir en Argentina, si el próximo gobierno ingresa en el túnel de la devaluación y el endeudamiento.

Ese anticipo se perfila no sólo en el plano económico. La elección presidencial fue ganada en Brasil por una candidata que cuestionó los modelos regresivos y prometió evitar el ajuste. Pero los mercados le fijaron otra agenda que Dilma aceptó de inmediato. Desconoció sus anuncios de continuidad progresista y designó a un ministro de economía ultra-liberal (Joaquim Levy). También incorporó al gabinete a una representante de los hacendados, explícitamente hostil a la reforma agraria (Katia Abreu).

La elección de ese equipo reafirma la mutación conservadora del PT, al cabo de una década de alianzas con las oligarquías provinciales (“coroneles”) y los partidos del gran capital (“pemedebismo”). Las denuncias de corrupción que agobian a la cúpula del lulismo son consecuencia directa de esos estrechos lazos con el mundo de los negocios.

Dilma aceptó las presiones del establishment sin desactivar las exigencias de mayor ajuste. Los envalentonados derechistas continúan propiciando su destitución y la mandataria perdió legitimidad popular. Los trabajadores no encuentran motivos para sostener en las calles, a un gobierno que atropella sus conquistas y reniega de las políticas sociales.

Como el ajuste en marcha no satisface a los banqueros, las agencias de riesgo resolvieron reducir la calificación del pasivo brasileño. Los acreedores responden con virulencia ante un desbalance fiscal más reducido que el déficit argentino.

Al igual que el trío presidenciable de nuestro país, Dilma descarta una recaudación de fondos entre los poderosos. Un puñado de millonarios (0,05% de la población) acapara el 14% de la renta y el 22% de la riqueza. Como en Argentina han transferido gran parte de ese dinero a los paraísos fiscales. Allí resguardan sumas equivalentes al 28% del PBI.

La receta ortodoxa que aplica Dilma genera el conocido círculo vicioso de altas tasas de interés que incrementan la recesión y obligan a mayor endeudamiento. La economía brasileña afrontará una brusca contracción este año y nadie espera una recuperación en el 2016. También el consumo se ha desplomado al compás de la interminable secuencia de devaluaciones.

Scioli, Macri y Massa eluden cualquier comentario sobre la delicada situación que atraviesa el principal socio y mercado de Argentina. Todos intentan despegarse de ese escenario, como si ocurriera en un lejano rincón del planeta. No saben cómo manejar su elogiosa valoración de la dupla Lula-Dilma.

Los economistas del PRO siempre resaltaron la amigable relación el PT con los banqueros internacionales. El kirchnerismo ensalzó a ese gobierno como un ejemplo de políticas inclusivas. Ahora todos callan o sugieren que Argentina no repetirá el sendero de su vecino, ocultando que la devaluación y el endeudamiento conducen a esa reproducción.

Los padecimientos de Brasil confirman la inconveniencia de reiniciar la atadura al crédito externo. Argentina es una presa apetecida por los financistas que acumulan capitales excedentes provenientes de los mercados ya exprimidos.

La presentación benévola de esos préstamos como “una oportunidad para el crecimiento” enmascara las devastadoras consecuencias del endeudamiento. Las cesaciones de pago que recientemente afrontaron Grecia y Puerto Rico aportan contundentes recordatorios del peligro. Si Argentina vuelve a digerir la píldora financiera repetirá los ahogos del pasado.

LOS BACHES ESTRUCTURALES

Las presiones del establishment por devaluar y tomar deuda no obedecen sólo a urgencias financieras. Por primera vez en muchos años Argentina afronta serias carencias de dólares comerciales. El superávit generado por las exportaciones decayó abruptamente en el último ejercicio y el achique se acentuaría este año.
Las devaluaciones de Brasil y China anticipan un agravamiento del problema. Algunos analistas incluso consideran que el país soportará el primer déficit comercial desde el fin de la convertibilidad.

Ese desbalance obedece a trastornos en tres planos: la dependencia de la soja, el agujero energético y el estancamiento de la industria. Son falencias que reavivan las pesadillas de retroceso estructural en comparación a las economías comparables.

Las nefastas consecuencias de la sojización del agro comienzan a salir a flote. La declinante producción de trigo ha encareciendo la canasta alimentaria y el stock ganadero ha quedado congelado al cabo de una gran liquidación de animales. Argentina ya no es el granero del mundo, ni tampoco juega en la primera línea de la exportación cárnica.

Los problemas de los cultivos regionales son mucho más graves y no se reducen a la “pérdida de competitividad” que subraya el empresariado provincial. El trasfondo de las adversidades ha sido la expansión del mono-cultivo sojero a costa de la agricultura diversificada. La norma capitalista indujo a concentrar todas las inversiones en un producto de alta rentabilidad inmediata, con devastadoras consecuencias de mediano plazo.

Basta observar lo ocurrido en las recientes inundaciones de la provincia de Buenos Aires, para notar como la expansión de la soja acentuó los desbordes de los ríos. No sólo el cambio climático, la insuficiencia de obras y la construcción de barrios privados sobre los humedales agravaron el desastre. También los canales clandestinos que abren los productores de soja para proteger sus cosechas acentuaron el vendaval.

Muchos especialistas estiman, además, que la siembra directa trastorna los ciclos de absorción del líquido excedente. El agro-capitalismo sojero inunda a varias provincias con mayor intensidad que las tormentas estacionales.

La única solución que avizoran Scioli, Macri y Massa para este deterioro del agro es la reducción de impuestos. No establecen ninguna distinción significativa entre grandes y pequeños productores. Sólo prometen la inmediata disminución de las retenciones extra-sojeras y el paulatino achique del gravamen al principal producto exportable. Nunca aclaran como esperan compensar el des-financiamiento del estado que generaría esos recortes.

El lobby agro-exportador atenúa su tradicional demanda de mega-devaluación a cambio de una disminución de impuestos. Ya incentiva una demora en la próxima siembra para hacer valer sus exigencias. El trío presidenciable es mucho más permeable a esos reclamos que el kirchnerismo y descarta de plano contrarrestar esas presiones con mayor regulación oficial de la actividad agraria. Rechaza el monopolio estatal del comercio exterior, que Argentina necesita para canalizar la renta hacia inversiones prioritarias.

El desbalance energético entraña un desequilibrio de mayor gravedad. Ha restaurado las importaciones de combustible que el país había superado hace mucho tiempo. La nueva carencia -que el gobierno denomina “restricción energética”- no obedece al “intenso crecimiento” de la última década. Ningún ciclo de recuperación anterior derivó en semejante insuficiencia de petróleo.

Ese faltante es consecuencia de la depredación perpetrada por REPSOL y otras compañías. Extrajeron el crudo ya localizado sin implementar inversiones compensatorias de exploración. La re-estatización de YPF sobrevino cuando ese despojo amenazó la provisión básica de energía.

Pero en lugar de extender la estatización a todo el sistema petrolero y anular la legislación privatista que enriquece a las compañías, el kirchnerismo extendió a esa actividad las normas neoliberales vigentes en la minería a cielo abierto. Bajo el comando de la nueva YPF se generalizan los contratos inaugurados con Chervrón. Se garantiza la libre disponibilidad del crudo y los derechos a girar dividendos, junto a la eliminación de los precios máximos y los límites a las regalías. Scioli, Macri y Massa propician acentuar un rumbo que regala la renta petrolera en vez de recuperarla.

Todos auspician, además, el continuado encarecimiento interno de la energía, a contramano del abaratamiento que impera en el exterior. Con incrementos del 40% durante el 2015 (y 60% en los últimos 12 meses), el precio del combustible se ha convertido en un motor de la inflación. Las remarcaciones que ejecuta una empresa del estado contradicen la publicidad de los “precios cuidados” y vulneran las normas de la ley de abastecimiento. Paradójicamente la nacionalización de YPF obstruye el desarrollo encareciendo un insumo clave.

Las adversidades energéticas podrían acentuarse si se desvanecen las expectativas creadas en torno al yacimiento de Vaca Muerta. La extracción de crudo con los métodos del shale resulta impracticable con los actuales precios internacionales de 40-50 dólares el barril. Seguramente el trío presidenciable utilizará esa imposibilidad, para otorgar mayores concesiones a los compañías que extraen petróleo con formas convencionales.

Finalmente los desequilibrios actuales en la industria resucitan problemas de larga data. Por enésima vez un ciclo de crecimiento fabril queda sofocado por el desbalance comercial, que afecta a una actividad dependiente de los insumos importados. La economía ya no tiene los dólares requeridos para adquirir las piezas que demanda la producción.

Esta carencia frena la actividad industrial desde hace décadas. Reapareció luego de la prosperidad del 2003-08 por la preservación de la estructura vulnerable, concentrada y extranjerizada del sector. Este cuello de botella es particularmente visible en la rama electrónica y automotriz.

El modelo industrial está guiando por principios de rentabilidad de corto plazo que multiplican las adversidades estructurales. Esta contradicción salta a la vista en el segmento automotor. Mientras que el volumen de vehículos fabricados ha batido récords, se acrecientan las quejas de los empresarios por los enormes costos del transporte interno. Como se priorizó la producción de autos individuales en desmedro de las inversiones ferroviarias, el flete abonado desde las provincias a los puertos supera en muchos casos lo pagado por el envío marítimo posterior.

Scioli, Macri y Massa compiten con promesas de subsidios a los grupos industriales, que están reorganizando sus cúpulas para afinar presiones sobre el próximo equipo económico. Esos lobbies demandan devaluaciones para los bienes exportados y tipos de cambio preferenciales para las piezas importadas. Con lenguaje tecnocrático y demagogia productivista ocultan que esos subsidios se financiarán con el ajuste a los ingresos populares.

BALANCE DEL MODELO

La economía del ciclo K concluye en un escenario inverso al imperante al inicio de ese período. Ya no queda nada del superávit fiscal, los excedentes comerciales, la baja inflación y el dólar devaluado de los años 2002-03. En la actualidad predomina un marco opuesto de estancamiento productivo, retracción de la inversión, déficit fiscal y presiones cambiarias.

Scioli, Macri y Massa postulan programas semejantes, a partir de balances diferentes de la etapa concluida. El candidato del gobierno reitera todas las muletillas de la “década ganada”, sin registrar que generaliza lo ocurrido durante la prosperidad del 2003-2007. Sólo en esos años la economía repuntó junto a la recomposición de la rentabilidad, la valorización internacional de las agro-exportaciones, el desahogo inmediato de pagos de la deuda y el fomento estatal de la demanda.

Pero en los años 2007-2012 irrumpieron todos los desequilibrios actuales al compás del rebrote inflacionario. Posteriormente comenzó la turbulencia cambiaria y la economía se frenó, en medio de políticas defensivas destinadas a tapar agujeros.

Macri estima que se cierra una “década desperdiciada” por el estatismo, el populismo y las desmesuras. Sólo olvida mencionar que cuando gobernaron los neoliberales perpetraron el mismo derroche del gasto público. Los ejemplos latinoamericanos que presenta como modelos a seguir están corroídos por la vulnerabilidad financiera y la primarización exportadora.

Massa sostiene que finaliza una “década frustrada”. Repite el libreto de los economistas que desertaron del kirchnerismo. Considera que los éxitos de la primera etapa quedaron anulados por la mala praxis posterior. Todo anduvo fenómeno hasta que los ex-oficialistas se fueron.

Pero los problemas del esquema K no obedecen sólo a desaciertos de política económica. Al igual que en la convertibilidad hay que observar el trasfondo de las tensiones. El esquema de Cavallo no falló por el 1 a 1. Quedó pulverizado por las contradicciones que introdujeron la apertura comercial, las privatizaciones y la flexibilidad laboral.

Una explicación más consistente de lo ocurrido bajo el kirchnerismo exige notar las consecuencias de una “década repetida” por la continuidad de desequilibrios estructurales del capitalismo dependiente. El modelo mantuvo una política impositiva regresiva, descapitalizó al país con los pagos de la deuda externa, afianzó la primarización sojera, acentuó el extractivismo minero-petrolero y perpetuó la estructura industrial concentrada. Además, recreó un sistema financiero pro-consumo y anti-inversión sin modificar los pilares de la desigualdad.

Un proyecto productivo con mejoras sociales requiere transitar el camino que comenzará a forjarse en la resistencia al ajuste. En esa acción emergerán nuevas ideas para gestar una economía al servicio de las mayorías populares.
14-9-2015

RESUMEN

Las tensiones de la economía argentina imposibilitan la evasión que intentaron los principales candidatos. Hay una gran carencia de divisas que no obedece a la crisis mundial, sino a fugas de capital y pagos de la deuda. La devaluación gradual o contundente es falsamente presentada como un hecho inexorable. Sería complementada con un nocivo re-endeudamiento y la capitulación ante los buitres. Ese giro implicaría mayores tarifas y recortes del gasto social.

Conviene observar en Brasil las consecuencias de transitar el camino del ajuste. Hay un deterioro estructural por la dependencia de la soja, la regresión energética y el atascamiento industrial. En lugar de una década ganada, desperdiciada o frustrada ha prevalecido un decenio repetido por la continuidad de los desequilibrios que afectan al capitalismo dependiente.

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