Por Henrique T. Novaes
La recuperación de la
autogestión, del cooperativismo y del asociativismo a finales del siglo XX
Para no ir más lejos,
la necesidad de la autogestión se hizo sentir por los trabajadores desde el
primer día que fueron colocados en una fábrica, contra su voluntad. En el siglo
xix, el cooperativismo y
el mutualismo ganan fuerza como forma de resistencia al desempleo,
principalmente durante la revolución industrial en Inglaterra. Es necesario
recordar que una de las primeras motivaciones para la creación de las mutuales
era para que los trabajadores no fuesen enterrados como perros.
Ya
las cooperativas de consumo habían permitido a los trabajadores consumir
productos de buena calidad y a un precio accesible. Veamos cómo se pronuncia
George Holyoake:
Lo
que despertará más interés en el escritor o en el lector no es la brillantez de
la actividad comercial, sino el nuevo y apurado espíritu que anima ese
intercambio comercial. El comprador y el vendedor se encuentran como amigos; no
hay astucia de un lado, ni sospecha del otro [...] Esas multitudes de
trabaja-dores humildes, que anteriormente nunca sabían cuando esta-ban
consumiendo alimento de buena calidad, que almorzaban diariamente comida
adulterada, cuyos zapatos se estropeaban antes de la hora, cuyos chalecos eran
ensebados y cuyas esposas usaban tejido común imposible de lavar, ahora
compran en los mercados [almacenes cooperativos de Rochdale] como millonarios
y, en lo que concierne a la pureza de los alimentos, viven como señores.1**
* Artículo traducido por el autor y revisado
por Gabriela Guillén. 1** Las notas de
referencia aparecen al final del tema.
La
autogestión fabril embrionaria ocurrió en las luchas de los años 1840, en la
Comuna de Paris (1871), cuando los patrones abandonaron las fábricas y los
trabajadores se organizaron para colocarlas nuevamente en marcha. En las
palabras de un estudioso:
Las
oficinas de la Comuna [de Paris] fueron [...] modelos de democracia proletaria.
Los obreros nombraban sus gerentes, sus jefes de oficinas, y sus jefes de
equipo. Se reservaban el derecho de dimitirlos si el rendimiento o las
condiciones de trabajo no fuesen satisfactorios. Fijaban sus salarios y horas, las
condiciones de trabajo; mejor aún, un comité de fábrica se reunía en las tardes
para decidir el trabajo del día siguiente.2
En
1905 en Rusia y en los primeros años de la Revolución de 1917, en la Revolución
Española, en la Revolución Húngara de 1919 y 1956, en la Polaca, en la
Portuguesa, etc. algo parecido ocurrió, no apenas en el control de las fábricas
y coordinación de la producción entre diversas fábricas, pero también la
autogestión de escuelas, astilleros navales, hospitales, construcción de viviendas,
el control de la ciudad por los trabajadores, etc. En la Revolución Rusa, los
consejos obreros (soviets) cumplieron su papel en los primeros años, pero
fueron estrangulados en función de la burocratización creciente de las
decisiones estratégicas de la sociedad. Para Tragtenberg, un intelectual
brasileño poco conocido en América Latina:
La
estatización de medios de producción, la preservación del salario como forma de
remuneración del trabajo, el control del proceso productivo por la tecnocracia,
el partido político en la cumbre del estado son prácticas dominantes en la
URSS, China, países del Este Europeo y Cuba. ¿Hubo una revolución? Sí. La
propiedad privada de medios de producción fue sustituida por la propiedad
estatal de los mismos, solo que administrada por una burocracia que tiene en
el partido, sea socialista (PS), sea comunista (PC), —su principal instrumento
de disciplinamiento del trabajador.3
En
el contexto del fin de los años 60, surgieron innumerables sublevaciones
anticapitalistas, destacándose la de mayo de 1968. En América Latina, podríamos
citar el Cordobazo argentino (1969), las comisiones de fábrica en Brasil, las
ocupaciones de fábricas y los cordones industriales durante el Gobierno de
Allende.
En
el campo, diversos son los ejemplos de colectivización de las tierras y de un
nuevo proyecto de vida, comunista. Para citar algunos ejemplos, durante la
Revolución Española (1936-39), la tierra fue colectivizada. El poco conocido
movimiento georgista (Estados Unidos) puede ser citado como otro ejemplo de
cooperativismo en el campo. En Brasil, las Ligas Campesinas (Ligas Camponesas)
tenían el cooperativismo como una de sus bases y mucho antes, la “Comuna de
Palmares” tuvo durante algunos años ciertas características autogestionarias.
No
nos parece mero azar que el cooperativismo como parte de una visión de
transición socialista vislumbrada por Marx haya sido dejada de lado por la
social-democracia. Aún en vida, Marx tuvo que criticar los reformismos que ya
señalaban una crisis en el potencial del marxismo. Eso puede ser visto
principalmente en sus críticas al programa de Gotha y Erfurt y en las críticas
al socialismo paternalista de Robert Owen.
Una
de las pocas excepciones en el actual escenario de revisionismo burgués es el
pensador István Mészáros, que teje en su obra una crítica implacable al
“sociometabolismo del capital”. Para Mészáros, la propuesta de la autogestión
nunca murió. Para otros, está habiendo una revitalización, principalmente en
función del “balance” de los equívocos de la experiencia soviética y de la
social-democracia europea. Este artículo se dedica a la divulgación de las
bases socio-históricas de uno de los pensadores del marxismo autogestionario:
István Mészáros.
En
la conferencia nacional por el “socialismo autogestionario” realizada en
Lisboa, la autogestión fue definida como:
[...]
la construcción permanente de un modelo de socialismo, en que diversas palancas
de poder, los centros de decisión, de gestión y control, y los mecanismos
productivos sociales, políticos e ideológicos, se encuentran en las manos de
los productores
–
ciudadanos, organizados libre y democráticamente, en formas asociativas creadas
por los propios productores – ciudadanos, basándose en el principio de que toda
organización debe ser estructurada desde la base hasta la cúpula y de la
periferia hacia el centro, en las cuales se implante la práctica de la
democracia directa, la libre elección y revocación, en cualquier momento de las
decisiones, de los cargos y de los acuerdos.4
Hemos
percibido que, no por casualidad, la visión más radical de la autogestión no
ganó espacio en los debates teorico-prácticos sobre economía solidaria. En
Brasil, ya hay algunos trabajos divulgados recientemente de autores que
podríamos considerar como adeptos de la “economía solidaria socialista”, entre
ellos destacamos los de Antônio Cruz (2006), Cláudio Nascimento (s/d), Lia
Tiriba (2001; 2007), Maurício Sardá de Faria (2005), Carlos Schmidt (2008),
nuestros trabajos, entre algunos otros Bernardo (1975; 1986), Bruno (1986),
José Henrique de Faria (2004), Guimarães (2004), Vieitez y Dal Ri (2001), Dal
Ri y Vieitez (2008), Pinassi (2009) y Antunes (2008). Ellos rescatan el debate
marxista del cooperativismo de resistencia y la autonomía obrera, critican las
vertientes revisionistas, tal como la de Bernstein. Más recientemente, tejen
muchas críticas al cooperativismo vinculado al “empreendedorismo” y las
“cooper-gatos” (cooperativas creadas para burlar la legislación brasileña).
Estos autores buscan establecer un debate “paralelo” al de la economía
solidaria quizá para evitar la banalización de ese término y que se convierta
en funcional para un supuesto o real reformismo.
Los
vínculos o puntos comunes más importantes que se pueden establecer entre estos
autores y el trabajo de Mészáros están relacionados con el hecho que ellos
también observan al capital como una relación totalizante. En otras palabras,
ellos reconocen que es insuficiente criticar solo algunas de las
manifestaciones del capital.
Creemos
que la economía solidaria de Brasil, al menos en su versión hegemónica, hace
solamente algunas críticas parciales al capital, pero no hace una crítica del
capital como relación social total. Por ello, para que la economía solidaria no
sea heredera de la crisis teorética del marxismo, la contribución de Mészáros
es decisiva.
Pero
hay otra inquietud en ese trabajo: ¿Por qué muchos investigadores de la
economía solidaria rescatan la obra de Robert Owen, Charles Fourier, entre
otros, y no citan a Marx? Quizá la respuesta sea porque la obra de Marx siempre
fue interpretada —en nuestra opinión equivocadamente— como una simple cuestión
de propiedad de medios de producción o como una apología a la estatización de
los medios de producción como forma de llegar al socialismo. El estalinismo
interpretó al socialismo como propiedad estatal de medios de producción y
“olvidó” el debate sobre la transcendencia de la alienación del trabajo.5
Ya
la vertiente socialista de la economía solidaria parece recurrir al debate
engendrado por la autogestión en períodos revolucionarios, como la Rebelión de
los Canuts en 1842, la Comuna de Pa-ris, la Revolución Rusa en su
inicio, la Revolución Española, entre otras revoluciones citadas arriba. Cuando
observan el surgimiento de cooperativas “aisladas”, hacen innúmeras
ponderaciones sobre esas iniciativas en la ausencia de una revolución
sociopolítica, la autogestión posible como medio (práctica prefigurativa desde
hoy) y fin (socialismo autogestionario).
Después
de algunos años revisando la obra de István Mészáros, vemos que él teje una
crítica implacable al “sociometabolismo del capital” y que toda su
argumentación está basada en la observación y superación del trabajo alienado.
Este
artículo fue estructurado de la siguiente forma: Comienza con una breve
introducción a la obra de Mészáros. Después plantea una crítica radical a la
propiedad privada de medios de producción y defiende el cooperativismo como
posibilidad de reatar el “caracol a su concha”. La necesidad de una nueva
división del trabajo: la autogestión en oposición a la heterogestión, el papel
de las asambleas democráticas en las cooperativas y asociaciones de
trabajadores, además de un nuevo tipo de participación del trabajador en la
transformación de la sociedad y en el “control global del proceso de trabajo
por los productores asociados”, son abordados en el tercer epígrafe. La visión
de Mészáros sobre la necesidad de reestructuración de las fuerzas productivas y
la planificación socialista de la producción son tratados en los epígrafes
cuatro y cinco. En las “Consideraciones finales” se menciona también la crítica
que hace Mészáros a la sociedad productora de mercancías y vislumbra la construcción
de una sociedad que tiene como objetivo la satisfacción de las necesidades
humanas (valores de uso).*
* Reconocemos lo difícil que resulta la lectura
de la obra de Mészáros. Para algunas interpretaciones de discípulos, ver, por
ejemplo: R. Antunes: O caracol e sua concha – ensaios sobre a nova
morfologia do trabalho. Boitempo Editorial, São Paulo, 2005 y M. O.
Pinassi:
Da
miséria ideológica à crise do capital – uma reconciliação histórica.
Boitempo Editorial, São Paulo, 2009. En América Latina, la obra de
Mészáros parece estar más “difundida” en Brasil y Venezuela, donde su trabajo
ha recibido numerosos premios y es constantemente citado por el Presidente
Chávez.
Una sociedad más allá del
capital: iniciando el debate
Tal
como nos informan los editores del libro Más allá del capital, Mészáros,
quien vive actualmente en Inglaterra, nació en Hungría en 1930. Con doce años y
medio ya trabajaba como obrero en una fábrica de aviones de carga, teniendo
para eso que mentir aumentando su edad en cuatro años. Empezó a trabajar como
asistente de Georg Lukács en 1951, y sería indicado como su sucesor en la
Universidad de Budapest, pero la invasión soviética de 1956 lo forzó a salir
del país.
Es
importante subrayar que la Revolución Húngara de 1956 dejó profundas marcas en
la teoría y la vida de István Mészáros. La burocracia soviética reprimió
severamente los intentos de construir un “socialismo con rostro humano” en ese
país. Los investigadores estiman cerca de 2 000 muertos y 13 000 heridos en
Budapest, además de 700 muertos y 1 500 heridos en el resto del país. Muchos
combatientes fueron encarcelados, en su mayoría jóvenes, y hubo alrededor de
100 fusilamientos. Esta represión llevó a Mészáros al exilio en Italia. Fue
allí donde escribió La revuelta del intelectual en Hungría (La
rivolta degli intellettuali in Ungheria, Turino, Editora Einaudi,
1958) sobre esos acontecimientos, aún no traducido a otro idioma. Su
experiencia como trabajador y estudiante en la Hungría “socialista” fue
determinante para su comprensión de la educación como forma de superar los
obstáculos de la realidad.
Cierta
vez Lukács afirmó que el marxismo debía ser refundado. Creemos que su
discípulo, István Mészáros, es uno de estos autores comprometidos con esa
refundación.
Podríamos
decir que él hace una crítica muy completa e implacable: al modo de producción
del capital, mostrando cómo reforzó la dictadura del capital en el siglo xx; a los teóricos y
apologéticos del capital; a la socialdemocracia; al “socialismo real”, que él
llama experiencia “postcapitalista”, según veremos más adelante. Intenta
rescatar la unidad de la teoría de Marx escindida por el marxismo del siglo xx, principalmente al
desarrollar el tema de la alienación del trabajo y actualizar la obra de Marx.
La
ponderación de Mészáros (2002) sobre la transición socialista se da en el
ámbito de la propuesta que formula un cambio global que tiene por objetivo la
trascendencia del “sociometabolismo del capital”. Su teoría sigue en busca de
las exigencias cualitativamente más elevadas de la
nueva forma histórica, el socialismo postcapital (y no postcapitalista), donde
el ser humano pueda desarrollar su “rica individualidad”.
Mészáros
(2002) usa la expresión postcapital y no postcapitalista porque, por ejemplo,
mientras la experiencia soviética, una sociedad postcapitalista, “extinguió” la
propiedad privada de los medios de producción y dio origen a la planificación
burocrática, una sociedad postcapital extinguirá todas las determinaciones de
la producción de mercancías.
En
la presentación del libro de Mészáros (2002), Ricardo Antunes observa que para
este intelectual, capital y capitalismo son fenómenos distintos y la
identificación conceptual entre ambos hizo que todas las experiencias
revolucionarias vividas en este siglo, desde la Revolución Rusa hasta las
tentativas más recientes de constitución societal socialista, se mostrasen
incapacitadas para superar el sistema de metabolismo social del capital. El
capitalismo sería una de las formas posibles de realización del capital, una de
sus variantes históricas.
Antunes
también observa que Mészáros define el sistema de metabolismo social del
capital como poderoso y abarcador, teniendo su núcleo formado por la tríada:
capital, trabajo y estado —tres dimensiones fundamentales del sistema
materialmente construidas e interrelacionadas—, siendo imposible superar el
capital sin la eliminación del conjunto de los elementos que comprenden este
sistema.* No teniendo límites para su expansión, el sistema de metabolismo
social del capital se muestra incontrolable.
Como
podremos ver a lo largo de las próximas secciones, la teoría de Mészáros gira
en torno a la alienación del trabajo y la necesidad de superación de la misma.
Para él:
La
alienación de la humanidad, en el sentido fundamental del término, significa
pérdida de control: su corporificación en una fuerza externa que afronta los
individuos como un poder hostil y potencialmente destructivo. Cuando Marx analizó la alienación en sus manuscritos de 1844, indicó sus cuatro principales aspectos: la alienación de los seres humanos con relación a la naturaleza; a su propia actividad productiva; a su especie, como especie humana; y de unos con relación a los otros. Y afirmó enfáticamente que eso no es una “fatalidad de la naturaleza”, pero una forma de auto-alienación.6
* Por ejemplo, para la crítica del Estado,
véase I. Mészáros: Produção destrutiva e Estado capitalista. 2ª
ed., Ensino, São Paulo, 1989 y Para além do capita. Editora da Unicamp/
Boitempo, Campinas, 2002; cuestión que no fue tratada adecuadamente en este
artículo. Muchos otros temas que componen la compleja y abarcadora obra de este
pensador so-cial, como la indisociabilidad entre el complejo militar –
industrial y el sociometabolismo de capital, la cuestión de género, la clase y
el individuo, la cuestión nacional, etc., fueron abordadas por Mészáros en O
poder da ideologia. Boitempo Editorial, São Paulo, 2004.
Dicho
de otra forma, no es el hecho de una fuerza externa todopoderosa, natural o
metafísica, pero el resultado de un tipo determinado de desarrollo histórico,
que puede ser positivamente alterado por la intervención conciente en el
proceso de trascender la autoalienación del trabajo.7 Veamos ahora su
crítica a la propiedad de los medios de producción.
El caracol y su concha: la
crítica a la propiedad de los medios de producción
La
vertiente socialista de la economía solidaria parte de una crítica, en algunos
casos suave y diplomática, a la propiedad de los me-dios de producción, a la
acumulación de capital y a la heterogestión y ven en el cooperativismo y
asociativismo la fórmula anfibia, es decir, transitoria y nunca perfecta, para
llegar a la sociedad gobernada por los productores asociados.
Una
cuestión frecuentemente abordada por los investigadores que se involucraron con
el cooperativismo y el asociativismo de trabajadores es la de la propiedad
privada. Para ellos, el cooperativismo es una forma intermediaria, que
cuestionaría, aún en los marcos del capitalismo, la propiedad privada de los
medios de producción. El cooperativismo y el asociativismo significarían la
restitución al trabajador de sus medios de subsistencia. Para el marxismo
autogestionario, el cooperativismo cuestiona parcialmente la propiedad de los
medios de producción. Sin embargo, queda en evidencia un problema: en la
ausencia de una revolución que cuestione la propiedad de los medios de
producción como un todo, la propiedad cooperativista no pasa de una célula marginal
en este organismo dominado por las grandes corporaciones.
A
diferencia de una sociedad por acciones, Marx decía que el cooperativismo
podría “reatar” al trabajador a los medios de producción, o el caracol a su
concha. Cuando se refirió a los cambios producidos por la manufactura, él así
se expresó: «En general, el trabajador y sus medios de producción permanecían
indisolublemente unidos, como el caracol y su concha, y así faltaba la base
principal de la manufactura, la separación del trabajador de sus medios de
producción y la conversión de estos medios en capital».8
Mészáros
teorizó sobre esta cuestión histórica. Para él, es necesario reconocer que hay
límites claros a la propiedad de trabajadores en un contexto donde no hay
generalización de expropiaciones y que la “expropiación de los expropiadores”
deja en pie la estructura del capital. A pesar de la cuestión pasar por la
propiedad de los medios de producción, Mészáros advierte que:
De
hecho, nada se logra con cambios —más o menos fácilmente reversibles—
solamente en los derechos de propiedad, como lo pone en evidencia ampliamente
la historia de las “nacionalizaciones”, “desnacionalizaciones” y
“privatizaciones” en la postguerra. Cambios legalmente inducidos en las
relaciones de propiedad no tienen garantía de éxito aun cuando abarquen la
amplia mayoría del capital privado, más aún si se limitan a su minoría
quebrada. Lo que necesita radicalmente ser alterado es el modo por el cual el
“microcosmos” reificado de la jornada de trabajo singular es utilizado y
reproducido, a pesar de sus contradicciones internas, a través del
“macrocosmos” homogeneizado y equilibrado del sistema como un todo.9
En
otras palabras, cree que la cuestión fundamental es el «control global del
proceso de trabajo por los productores asociados, y no simplemente la cuestión
de cómo subvertir los derechos de propiedad establecidos».10
La
“expropiación de los expropiadores” es apenas un prerrequisito, no
significando prácticamente ninguna alteración en aquello que es esencial, la
necesidad del control global del proceso de trabajo por los productores
asociados. Eso puede ser visto, por ejemplo, en el caso de la Revolución Rusa,
donde los medios de producción fueron afectados pero las relaciones de
producción capitalistas se reprodujeron bajo un nuevo ropaje.
Las
cooperativas y asociaciones de trabajadores son experiencias prácticas de
autoorganización de los trabajadores que pueden ser potenciadas en una
coyuntura de transformación social que tenga en vista la trascendencia del
trabajo alienado.11 Sin embargo, si las
cooperativas y asociaciones de trabajadores permanecen separadas de otras
luchas, ellas o desaparecerán o sobrevivirán a duras penas, pero difícilmente
podrán avanzar rumbo al control global del proceso de trabajo por los
productores asociados.12
Para
el caso brasileño, las cooperativas de resistencia, formadas en el calor de la
lucha de los trabajadores, prefiguran o nos muestran algunos de los elementos
de lo que sería una forma superior de producción, basada en el trabajo
colectivo, con sentido social, donde hay posibilidades de superación de la
autoalienación del trabajo.
El
problema central es la alienación del trabajo en el sentido clásico del
término. Existe como función del capital y el trabajador es arriba de todo
dominado por las condiciones de trabajo bajo las cuales no tiene poder. El
punto crucial es que, cualesquiera que sean las mejoras advenidas de las tasas
de salarios, condiciones de jubilación, las condiciones de trabajo como tales,
esto es, el control del ritmo, la concepción y el estatus del trabajo están
fuera del control de los trabajadores.13
Evidentemente
que inmersas en el modo de producción capitalista, las cooperativas y
asociaciones de trabajadores no conseguirán realizar la emancipación de los
trabajadores en su plenitud. Pero ellas esbozan cambios en función de sus
características autogestionarias.
Interpretando
a Mészáros, puede haber elementos de autogestión en asentamientos de reforma
agraria, cooperativas populares, fábricas recuperadas, pero para que estos
elementos ganen fuerza se hace necesaria una revolución. Preocupado en mostrar
las formas posibles de transformación de un mismo fenómeno —para nuestro caso,
la existencia de las fábricas recuperadas y cooperativas po-pulares— y, sin
caer en análisis maniqueístas, es capaz de mostrar las “discontinuidades en la
continuidad” y las “continuidades en la discontinuidad” o los avances y
retrocesos que les han caracterizado. Por medio de ese análisis, pudimos
mostrar cómo, aunque materializando transformaciones significativas, las
fábricas recuperadas y cooperativas populares no consiguen superar la
sustancia de la exploración y de la opresión de clase que son inherentes a las
relaciones sociales de producción capitalistas.14
Veamos la dialéctica establecida por Marx, cuando él
se pronuncia sobre el cooperativismo en el siglo xix:
Al
mismo tiempo, la experiencia del período transcurrido entre 1848 a 1864 probó
por sobre toda duda que, por mejor que sea en principio, y por más útil que sea
en la práctica, el trabajo cooperativo, si es mantenido dentro del estrecho
círculo de los esfuerzos casuales de obreros aislados, jamás conseguirá
detener el desarrollo del monopolio en progresión geométrica, liberar a las
masas, o al menos, aliviar de forma perceptible el peso de su miseria. Es tal
vez por esa misma razón que aristócratas bien intencionados, portavoces
filantrópicos de la burguesía y hasta agudos economistas, pasaron de repente a
elogiar ad nauseam el mismo sistema cooperativista de trabajo que
habían intentado en vano cortar desde la raíz, llamándolo utopía de soñadores,
o denunciándolo como sacrilegio de socialistas. Para salvar a las masas
laboriosas, el trabajo cooperativo debería ser desarrollado en dimensiones
nacionales y, consecuentemente, incrementado por medios nacionales. No
obstante, los señores de la tierra y los señores del capital usarán siempre sus
privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. En
vez de promoverlos, continuarán poniendo to-dos los obstáculos posibles en el
camino de la emancipación de los trabajadores [...] Conquistar el poder
político se volvió, por lo tanto, la tarea principal de la clase obrera.15
La
“conquista del poder político” pregonada por Marx no debe ser comprendida aquí
de forma mecanicista. Para él, así como para Mészáros, el cooperativismo y el
asociativismo deben ser insertados dentro de un proyecto más amplio de
transformación de la sociedad, que pasa necesariamente por una revolución
política.
Marx
hizo algunos elogios a la experiencia de Rochdale (Inglaterra). Recordemos que
él cita el diario Spectator donde este afirma que la experiencia de
Rochdale: “Demostró que las asociaciones de obreros podían administrar con
éxito tiendas, fábricas y casi todas las formas de la industria, y mejoraron
inmensamente la condición de los operarios, pero, no dejaron un lugar libre
para los patrones. Quelle horreur!».16 Para Marx, la economía
política burguesa colocaba los capitalistas de la época como si fueran
“imprescindibles”, casi naturales y eternos, y el cooperativismo vino a mostrar
en la
práctica que la
sociedad podría ser organizada de otra forma, sin capitalistas. El siguiente
fragmento del Manifiesto de la Asociación Internacional de Trabajadores (1864)
es más exacto:
Pero
el porvenir nos reserva una victoria aún mayor de la economía política de los
propietarios. Nos referimos al movimiento cooperativo, principalmente a las
fábricas cooperativas levantadas por los esfuerzos desayudados de algunos
“hands” [obreros] audaces [...] Por la acción, al revés de por palabras,
demostraron que la producción en amplia escala y de acuerdo con los preceptos
de la ciencia moderna puede ser realizada sin la existencia de una clase de
patrones que utiliza el trabajo de la clase de los asalariados; que, para
producir, los medios de trabajo no necesitan ser monopolizados, sirviendo como
un medio de dominación y de explotación contra el propio obrero; y que, así
como el trabajo esclavo, así como el trabajo servil, el trabajo asalariado es
apenas una forma transitoria e inferior, destinada a desaparecer delante del
trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría. En
Inglaterra, las semillas del sistema cooperativista fueron lanzadas por Robert
Owen; las experiencias obreras llevadas a cabo en el continente fueron, de
hecho, el resultado práctico de las teorías, no descubiertas, pero proclamadas
en voz alta en 1848.17
Sin
embargo, si el cooperativismo fuese “mantenido dentro del angosto círculo de
los esfuerzos casuales de obreros separados, jamás conseguirá detener el
desarrollo en progresión geométrica del monopolio, libertar las masas, o
siquiera aligerar de manera perceptible el peso de su miseria”. La actualidad
de esa crítica es enorme, en función de la vertiente de economía solidaria que
“olvida” el papel de la política para la construcción de una nueva sociedad.
Según dos importantes teóricos marxistas de la autogestión:
Los
lectores de la obra, Autogestión: una visión radical, se convencerán
sin esfuerzo de que, para nosotros, la autogestión debe ser comprendida en
sentido generalizado y que no se puede realizar sino por una revolución
radical, que transforme completamente la sociedad en todos los planos,
dialécticamente conectados, de la economía, de la política y de la vida
social.18
Autogestión: por una nueva división social del trabajo y una nueva participación en las decisiones estratégicas de la sociedad
La
otra base que sostiene la teoría de Mészáros es la necesidad de autogestión en
oposición a aquello que se llama heterogestión. Para algunos, autogestión
significa la reunificación entre el acto de concebir y ejecutar el trabajo, el
homo faber volviendo a ser también homo sapiens. Para
otros, el diferencial del cooperativismo de trabajadores es el peso dado
a las asambleas democráticas (1 socio = 1 voto).
Esta
cuestión nos devuelve al debate contemporáneo sobre el tipo de participación
del trabajador asociado en una fábrica y en la sociedad en general. Debemos
distinguir el “participacionismo” incitado por el capital y la “participación
auténtica”. La experiencia histórica demuestra que el participacionismo
propuesto por el capital no ha disminuido el poder de la dirección en las
empresas capitalistas. Tampoco ha alterado el control ejercido por el capital
financiero en esta nueva fase del capitalismo.19
Algunas
tesis intentan desvelar el nuevo discurso del capital sobre la participación de
los trabajadores en la fábrica y su contraste con la pedagogía comprometida con
la emancipación humana. Para Hirata (1990), los Círculos de Control de Calidad
(CCC) no representan de forma alguna «una producción controlada por los
trabajadores, sino una organización [informal] en pequeños grupos para discutir
y resolver problemas diagnosticados en el local de trabajo». Para ella, los CCC
difieren de las propuestas autogestionarias «por la propia naturaleza y no
solo en su medida».20
La
búsqueda de la participación del trabajador, el enriquecimiento de tareas, el
CCC, Kanban, Kaizen, son estrategias utilizadas por el capital para atacar los
síntomas y no las causas de la alienación del trabajo. La autogestión no nace
de esta visión de participación, sino de las luchas históricas de la clase
trabajadora en los siglos xix y xx para llevar a cabo la
democracia en la producción y la construcción de una sociedad dedicada a la
satisfacción de las necesidades humanas.
En
ese sentido, autogestión significa la reconquista del control del proceso de
trabajo, del producto del trabajo, de sí mismo y de la civilización humana.21 Para Mészáros, el
capital es expansivo, incontrolable y esencialmente destructivo.
Las
estrategias “gerencialistas” buscan “reducir” la participación del trabajador a
la estrecha/simple necesidad de aumentar la productividad de la empresa y, con
eso, permitir la reproducción del capital. Sin embargo, las vertientes que
abogan por el cooperativismo y el asociativismo dan un nuevo significado a la
participación “dentro” de la empresa, vía la construcción de consejos
autónomos, y agregan la necesidad de participación “fuera” del ámbito de la
em-presa (asambleas de barrio, parlamento, etc.). En fin, ellos proponen la
participación de los trabajadores en el control de la sociedad.
Recordemos
que para Tragtenberg, la “participación auténtica” es aquella «donde la mayoría
de la población, a través de órganos libremente electos y articulados entre
sí, tiene condiciones de dirigir el proceso de trabajo y participar en las
decisiones sobre las finalidades de la producción y otros aspectos de la vida
social que tengan significado».22 Mészáros
probablemente firmaría abajo de esta cita.
La
participación en órganos libremente electos, con rotación de funciones, tendría
una función extraordinariamente pedagógica para los trabajadores.23 La necesidad de
rotación de cargos y de revocabilidad de los cargos son principios vitales de
la autogestión. Ellos tienden a impedir la burocratización de empresas
autogestionadas como las cooperativas y preparan a los trabajadores para el
control de la sociedad.*
En pro de
una radical reestructuración de las fuerzas productivas
Al
contrario de la mayoría de los autores marxistas del siglo xx, Mészáros entiende la
tecnología, la ciencia, etc., como no neutras y, por eso, cree que cuando los
trabajadores “hereden” las fuerzas productivas, ellos deberán de preocuparse de
reestructurarlas radicalmente. Para él, el poder liberador de las fuerzas
productivas «per-manece como un mero potencial ante las necesidades
autoperpe-tuadoras del capital».24 En el campo más
específico de la tecnología, afirma que su inserción es estructurada con el
único propósito de la «reproducción ampliada del capital a cualquier costo
social».25
Su
interpretación sobre las fuerzas productivas también puede ser vista en su obra
El poder de la ideología, cuando él critica a Habermas y dialoga con
Raniero Panzieri. De acuerdo con Mészáros,26
* Este tema y otros relacionados con la
“educación” fueron discutidos por Mészáros en su libro La educación más allá
del capital. Siglo XXI/Clacso, Buenos Aires, 2008.
Habermas “caricaturiza
a Marx” al afirmar que él «habla de fuerzas productivas neutras».27 Pautándose en las
observaciones de Panzieri28 sobre la máquina y la
racionalidad capitalista —aparte de otros autores—, Mészáros afirma que Marx
sabía muy bien que «en la utilización capitalista, no apenas las máquinas, pero
también los “métodos”, las técnicas organizacionales, etc. son incorporados al
capital y se enfrentan al trabajador como capital: como una “racionalidad”
externa».29 Así, todo sistema es «abstracto
y parcial, pasible de ser utilizado apenas en un tipo jerárquico de
organización».30 De acuerdo con Mészáros:
Marx
jamás podría considerar neutras las fuerzas productivas, en virtud de sus
vínculos orgánicos con las relaciones de producción; por eso, un cambio
radical en estas últimas, en las sociedades que quieren extirpar al capital de
su posición dominante, exige una reestructuración fundamental y un camino
cualitativamente nuevo de incorporación de las fuerzas pro-ductivas en las
relaciones socialistas de producción.31
En el artículo “Plusvalía y
planificación”, Panzieri (1982) afirma que: [...] frente a la interconexión de
tecnología y poder realizada por el capital, la perspectiva de un uso
alternativo (por la clase obrera) de la maquinaria no puede, evidentemente,
basarse en una derribada, pura y simple, de las relaciones de producción (de
propiedad), en las cuales estas sean consideradas como una cáscara destinada a
desaparecer, a un cierto nivel de expansión productiva, simplemente porque se
volvió demasiado pequeña. Las relaciones de producción están adentro de las
fuerzas productivas, y estas fueron “moldeadas” por el capital. Es eso lo que
permite la perpetuación del desarrollo capitalista, aún después de la expansión
de las fuerzas productivas haber alcanzado su nivel más alto.32
Mészáros
(2002, p. 575), al llamar la atención al hecho de que las «condiciones
materiales de producción, así como su organización jerárquica, permanecen al
día siguiente de la revolución exactamente las mismas que antes», y resalta la
cuestión clave que estamos enfocando: las formas tecnológicas capitalistas,
por poseer una alta inercia, fruto de un largo período de acumulación y
fuertes estímulos a su desarrollo, representan
un significativo desafío para el cambio sociopolítico cualitativo. Es por esta
razón que para él una radical transformación de medios y técnicas de producción
es considerada como “un problema paradigmático de la transición”.
Según
Mészáros (2002, pp. 596-597), inmediatamente después de la “expropiación de los
expropiadores”, no son solo los medios materiales y tecnologías de producción
heredadas que permanecen los mismos, junto con sus vínculos con el sistema de
cambio, distribución y consumo dado, sino que también la propia organización
del trabajo permanece profundamente enclavada en aquella división social
jerárquica del trabajo “que viene a ser la más pesada opresión heredada del
pasado”.
Mészáros,
al argumentar que las cuestiones de la división del trabajo, de la alienación,
del “avance” de las fuerzas productivas fueron abordadas incorrectamente,
ofrece un sustrato poderoso para la crítica a la mayoría de las
interpretaciones sobre ciencia y tecnología del marxismo del siglo xx. Quizá por concentrar
la atención en tareas corto-placistas como la toma del poder por la clase
trabajadora, en la propiedad estatal de los medios de producción, y en otras
tareas inmediatas relativas al período de transición, la izquierda marxista
redujo la cuestión de la tecnología y de la ciencia a una mera “apropiación”
de las fuerzas productivas engendradas en el capitalismo por el proletariado y
su “mejor” utilización para la construcción del socialismo.
Podemos
afirmar, interpretando a Mészáros, que la dominación del capital sobre el
trabajo es de carácter fundamentalmente económico, y no puede ser resumida al
tema de la toma del poder. Todo nos lleva a creer que las transformaciones
cualitativas no se dan como resultado de un simple cambio político, pero son
procesos que envuelven un largo plazo de “revolución social” por medio de un
trabajo positivo de “regeneración”.33 Pero seguramente
Mészáros (2002) no es un fatalista, ni cree que estamos “en un callejón sin
salida”, mucho menos creería que hemos de regresar a la Edad Media y comenzar
todo de nuevo. Mészáros analiza el problema de las fuerzas productivas
contextualizándolo históricamente. Muestra los errores de la izquierda que
“olvidó” este problema, pero también señaliza las posibilidades históricas de
“transcender la autoalienación del trabajo”
La planificación socialista
de la producción
«Los
que desprecian la propia idea de la planificación en virtud de la implosión soviética
están muy engañados. La sustentabilidad de un orden global de reproducción
sociometabólica es inconcebible sin un sistema adecuado de planificación,
administrado sobre la base de una democracia sustantiva por los productores
libremente asociados».34
En
la “Introducción” de su libro El poder de la ideología (2004), Mészáros
comenta que el fracaso de la planificación soviética —adoptada en todo el Este
de Europa— y con ello el fin de los sistemas de tipo soviético, fue como
consecuencia de la imposición de las decisiones desde arriba por un organismo
“separado”. Incluso los planificadores se veían obligados a aceptar el plan sin
discusión. Además, los propios productores nunca fueron realmente
con-sultados, y solo participaban en el ritual anual de su “aprobación
entusiasta”. Las decisiones eran autoritarias también en el sentido de que no
era posible revisar y modificar las previsiones o presunciones en las que se
basaba el plan después de que este ya había sido codificado, generalmente con
consecuencias muy dolorosas para los implicados.
Recordemos
que es en los escritos dedicados a la Comuna de París (1871) que Marx afirma
que: «Si la producción cooperativa es algo más que una impostura y un ardid; si
hay que sustituir el sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas
regulan la producción nacional según un plan común, tomándola bajo su control
y poniendo fin a la anarquía constante y a las convulsiones periódicas,
consecuencias inevitables de la producción capitalista —¿qué será eso,
caballeros, sino el comunismo, el comunismo “realizable”?»35
Como
nos recuerda Mészáros, «el verdadero objetivo de la transformación
emancipatoria es la completa erradicación del capital como modo de control
totalizante del propio sociometabolismo reproductivo, y no simplemente el
desplazamiento de los capitalistas de la condición históricamente específica
de “personificaciones del capital”.»36
Este
pensador social critica los errores de la izquierda cooperativista, pues esta
no se preocupó por la necesidad de promover “ataques dobles” al sistema
sociometabólico del capital.
Es
el “complejo global de reproducción sociometabólica” que necesita una
reestructuración radical, de tal modo que un “macrocosmos” cualitativamente
diferente y conscientemente controlado pueda ser erigido desde las
autodeterminaciones autónomas de “microcosmos” cualitativamente diferentes.37
Recordemos
que para Marx, «la tiranía de la circulación no es menos perversa que la
tiranía de la producción».38 Según Mészáros
(2002), la relación de intercambio a la cual el trabajo está sometido no es
menos esclavizante que la separación y la alienación de las condiciones
materiales de producción de los trabajadores. Al reproducir las relaciones de
intercambio establecidas en una escala am-pliada, el trabajo puede apenas
multiplicar el poder de la riqueza alienada sobre él mismo. Y él prosigue: «La
triste historia de las cooperativas en los países capitalistas, a pesar de sus
genuinas aspiraciones socialistas en el pasado, es elocuente en este sentido».39
Para
Mészáros (2002), la estrategia de subvertir las relaciones de propiedad de
capitalismo privado puede, sin la reestructuración radical de las relaciones de
cambio heredadas, apenas arañar la superficie, dejando el capital en el
control pleno del proceso de reproducción en las sociedades postcapitalistas
—aunque en una forma alterada—. Asimismo, nada puede ser más absurdo que la
tentativa de instituir la democracia socialista y la emancipación del trabajo
desde el fetichismo esclavizador del “socialismo de mercado”.
Para
los polacos, en el contexto de las revoluciones de los años 1980: La propuesta
autogestionaria significaba el control directo de la producción y, por tanto,
el control de la economía por los trabajadores. No significaba apenas el
control de las empresas. No bastaba que los trabajadores eligiesen, a nivel de
la empresa, sus dirigentes. Esto representaría el riesgo de crear lo que los
polacos llaman de “propiedad de grupo”. Sería transformar los trabajadores de
una determinada fábrica, de una determinada organización, en sus propietarios,
y de esa forma colocarlos defendiendo sus intereses privados contra los
intereses más generales de la sociedad.40
Según
Mészáros (2002), la alienación reforzada institucionalmente constituye apenas
una precondición material de la articulación capitalista fragmentadora y
homogeneizadora del proceso de trabajo y de la compleja
subyugación del trabajador al mandato del capital como trabajador separado o
desvinculado (odd/detached), preso en el con-trol de las funciones
productivas infinitesimales, y sin ningún control sobre la distribución de la
producción social total.
En
este sentido, Mészáros (2002), cree que la posibilidad de una modificación
—incluso de las partes más sencillas/básicas del sistema del capital— implica
la necesidad de “ataques dobles”, constantemente renovados, tanto a las
“células constitutivas” o “microcosmos” (esto es, el modo mediante el cual las
jornadas de trabajo singulares son organizadas adentro de las empresas
productivas particulares) como a los “macrocosmos” autorregulantes y a los
límites estructura-les autorrenovantes del capital en su totalidad”.
Para
Mészáros (2002), los “consejos de trabajadores” en las empresas tienen un
potencial mediador y emancipador al solucionar de forma racional los problemas
existenciales vitales de los trabajadores, sus preocupaciones cotidianas con
la vivienda y el trabajo, las grandes cuestiones de la vida social de acuerdo
con sus necesidades elementales de clase. Al mismo tiempo, este autor hace
algunas advertencias respecto a que los Consejos de Trabajadores no deberían
ser considerados la panacea para todos los problemas de la revolución. Sin
embargo, sin alguna forma de autoadministración genuina, las dificultades y
contradicciones que las sociedades postrevolucionarias enfrentan se
transformarán en crónicas, y pueden hasta crear el peligro de un retroceso a
las prácticas productivas del viejo orden, aun cuando estén bajo un tipo
diferente de control personal.
Es
necesario destacar que no vislumbramos el rescate de los instrumentos de
planificación en el Estado, aunque en algunos momentos tengamos que recurrir al
mismo, sino la construcción de organismos e instituciones totalmente nuevos
creados por los trabajadores con el objetivo de lograr el “autogobierno por los
productores asociados”.41
Mészáros
nos recuerda además que, cuando los Consejos de Trabajadores se han
constituido espontáneamente, en medio de importantes crisis estructurales,
ellos intentaron atribuirse en más de una ocasión en la historia «precisamente
el papel de autoadministrador posible, a la par de la responsabilidad
autoimpuesta —que está implícita en el papel asumido y es prácticamente
inseparable de él— de ejecutar la gigantesca tarea de reedificar, a largo
plazo, la estructura productiva social heredada».42
Para
teorizar sobre la dialéctica de la parte y del todo, además de señalizar la
necesidad de “ataques dobles”, Mészáros se apoya en la crítica de R. Luxemburgo
(1999) a Bernstein. Para esta pensadora, el problema de las cooperativas no
está en la falta de disciplina de los trabajadores, tal como abogaba Bernstein.
La contradicción de las cooperativas es que ellas tienen que gobernarse a sí
mismas con el más extremo absolutismo pues los trabajadores son obligados a
asumir el papel de empresario capitalista contra sí propios. Esta contradicción
explica el fracaso de las cooperativas de producción que o se vuelven meras
iniciativas capitalistas o, si los intereses de los trabajadores continúan
predominando, terminan por fracasar económicamente.
Siendo
así, podríamos interpretar la obra de Mészáros (2002), cuando este señaliza la
necesidad de “ataques dobles”. Es decir, la necesi-dad del control coordinado
de la producción mediante la democracia sustantiva de los productores tanto en
la empresa como en toda la sociedad. En el caso de las fábricas recuperadas, el
control global de la industria por los productores asociados, además del
control de fábricas separadas, Mészáros aboga que los Consejos de Trabajadores
deben cumplir el papel de mediadores materiales efectivos entre el orden
antiguo y el orden socialista anhelado.
Según
Mészáros (2002), es porque el sistema del capital es un modo de control global
– universal que no puede ser históricamente superado excepto por una
alternativa sociometabólica igualmente abarcadora.
Mészáros
(2002) plantea que, cuando las funciones controladoras vitales del
sociometabolismo no son efectivamente ocupadas y ejer-cidas autónomamente por
los productores asociados, y son dejadas a la autoridad de un personal de
control separado de ellos, o sea, un nuevo tipo de personificación del capital,
el propio trabajo continúa reproduciendo el poder del capital contra ellos
mismos, y de esa forma extendiendo la dominación de la riqueza alienada sobre
la sociedad. Él confiere a los Consejos de Trabajadores y otras formas de
mediación un papel crucial en el establecimiento de una “plani-ficación
auténtica”. En ese sentido, para él todas las funciones de control del
sociometabolismo deben ser progresivamente apropiadas y positivamente ejercidas
por los productores asociados, pues —en su defecto— el control de las
decisiones productivas y distributivas de la reproducción social continuará
bajo la égida del capital.
Las
propuestas que intentan conciliar principios socialistas con mecanismos de
“mercado” no son tan nuevas. Eso ya podía ser vis-to en la obra de Proudhon.
Según Mandel (2001), para Proudhon: se trataba de emancipar el obrero –
artesano de la dominación del dinero (del capital), sin abolir la producción
mercantil y la competencia: ilusión típicamente artesanal pequeño-burguesa. Si
algunas veces Proudhon es presentado, no sin más ni más como el padre de la concepción
de autogestión obrera, el impasse del “socialismo de mercado” manifestado en
Yugoslavia desde 1970 ya está potencial-mente trazado en sus ideas.43
Lebowitz
(2005) también teje algunas críticas al socialismo de mercado y los impasses
creados en Yugoslavia:
Yugoslavia
denominó el sistema de gestión de sus trabajadores como “autogestión” y
demostró que los capitalistas no son necesarios —que las empresas pueden ser
administradas por los obreros a través de sus consejos obreros [...] Sin
embargo, había un problema en el sistema de autogestión yugoslavo, relacionado
al término “auto”. De hecho, los propios trabaja-dores en cada empresa
determinaban la dirección de las mis-mas. Mientras, ellos se preocupaban
prioritariamente de ellos mismos. El foco de cada trabajador en cada empresa
era el interés personal [...]. Faltaba un sentido de solidaridad con la
sociedad. En lugar de ello, predominaban la autoorientación y el egoísmo. En
algunos aspectos, se parecía al peor mito capitalista, el concepto de la “mano
invisible”: la idea de que, si cada clase sigue su propio interés, la sociedad
como un todo se beneficia. En verdad, la mano invisible en Yugoslavia provocó
el aumento de la desigualdad y la declinación de la solidaridad —llevando,
finalmente, al desmembramiento del país.44
De
una forma muy próxima a las ideas de Proudhon y quizá por la crisis encadenada
por los fracasos de la planificación en el período del “socialismo real”, los
investigadores de la economía solidaria en Brasil siguen proponiendo una
contradicción: la conciliación entre la “autogestión” de las fábricas y la
competencia de “mercado”; cooperación y competencia, “eficiencia” de la
cooperativa y “anarquía” de la producción.
Consideraciones finales
Como
estamos en un momento defensivo, caracterizado por innumerables derrotas para
los trabajadores, sería mejor caracterizar la fase actual como la de un
cooperativismo de subsistencia, de resistencia. Hasta el presente hay pocas
señales de un cooperativismo y asociativismo capaces de superar el trabajo
alienado, sin sentido social, desprovisto de contenido social.
Eso
tiene que ver con el contexto histórico, caracterizado por el avance de la
barbarie social y, en lo que se refiere a la izquierda, la ausencia de un
proyecto radical más allá del capital. Para nosotros, el cooperativismo y el
asociativismo vienen cumpliendo un papel modesto, al permitir que grupos de
trabajadores, principalmente los más precarizados o desempleados, tengan
derecho a la supervivencia en un contexto de desempleo y subempleo crónico.
Sin
embargo, según Mészáros, en un contexto ofensivo, el cooperativismo y el
asociativismo podrán cumplir un papel en la superación del trabajo alienado,
mediante la expropiación de los expropiadores, reunificando el caracol a su
concha. Y por medio de la coordinación global de la producción por los
productores asociados teniendo como objetivo la producción de valores de uso y
el “desarrollo de la rica individualidad” del ser humano. Él critica la
sociedad productora de mercancías y vislumbra la construcción de una sociedad
que tiene como objetivo la satisfacción de las necesidades humanas (valores de
uso). En resumen, la autogestión es la superación positiva de la alienación del
trabajo. Esa parece ser la contribución de Mészáros.
En
líneas más generales, el proceso de construcción de una sociedad más allá del
capital debe abarcar todos los aspectos de la interrelación entre capital,
trabajo y estado. Para concluir, Mészáros utiliza un fascinante fragmento de
Goethe:
Como
en el caso del padre de Goethe (si bien por razones muy diferentes), no es
posible demoler el edificio existente y levantar un edificio completamente
nuevo en su lugar sobre cimientos totalmente nuevos. La vida debe continuar en
la edificación apuntalada durante todo el transcurso de la reedificación,
«sacando afuera un piso tras otro de abajo hacia arriba, como si estuvieran
injertando la nueva estructura, así que aunque al final nada quedaba de la
vieja casa, toda la edificación nueva se podía considerar como mera
renovación».45
En
verdad, la tarea es incluso hasta más difícil que aquella. Pues, según
Mészáros, «hay que reemplazar también la arruinada armazón de madera del
edifico mientras se va sacando a la humanidad del peligroso marco estructural
del sistema del capital».46
Referencias bibliográficas
1
G. Holyoake: Os vinte oito tecelões de
Rochdale. GB, Río de Janeiro, 1933, [s. n.].
2
A. Guillerm y Y. Bourdet: Autogestão:
uma visão radical, Zahar, Río de Janeiro, 1976, p. 22.
3
M. Tragtenberg: Reflexões sobre o
socialismo. Ed. Moderna, São Paulo, 1986, p. 8.
4
C. Nascimento: Autogestão e o “novo”
cooperativismo. Ministério do Trabalho e Emprego, texto para discussão,
Brasilia, 2004, p. 2.
5
István Mészáros: Para além do capital.
Editora da Unicamp/Boitem-po, Campinas, 2002.
6
__________: Marx: A Teoria da Alienação.
4ta. ed., Zahar, Río de Janeiro, 1981, p. 9.
7
___________: Para além do capital...,
8
R. Antunes: O caracol e sua concha –
ensaios sobre a nova morfologia do trabalho, Boitempo Editorial, São
Paulo, 2005, p. 38.
9
István Mészáros: Para além do capital...,
p. 629.
10
Ibídem, p. 628.
11
Ídem.
12
Ídem.
13
M. Tragtenberg: Administração, poder e
ideología. 3ª ed., Editora da Unesp, São Paulo, 2005.
14
H. T. Novaes: O fetiche da tecnologia – a
experiência das fábricas recuperadas. Expressão Popular-Fapesp, São
Paulo, 2007.
15
Carlos Marx: Instruções para os Delegados
do Conselho Geral Provi-sório. As Diferentes Questões (1866). Avante,
Lisboa, 1990, p. 521.
16
________: O capital. vol. II, Editora
Nova Cultural, São Paulo, 1996, p. 381.
17
_______: Instruções para os Delegados do
Conselho Geral Provisório. As Diferentes Questões (1866)..., p. 7.
18
A. Guillerm y Y. Bourdet:
ob.cit., p. 18.
19
M. Tragtenberg: Reflexões sobre o
socialismo...
20
H. Hirata: “Transferência de
tecnologia de gestão: o caso dos siste-mas participativos”. In R. M Soares: Automação
e Competitividade. IPEA, Brasilia, 1990, pp. 135-148.
21
István Mészáros: Para além do capital...
22
M. Tragtenberg: Reflexões sobre o
socialismo..., p. 30.
23
J. Bernardo: “A autonomia
das lutas operárias”. In L. Bruno e C. Saccardo (coord.): Organização,
trabalho e tecnologia, Atlas, São Paulo, 1986.
24
István Mészáros: Para além do capital...,
p. 786.
25
R. Dagnino y H. T. Novaes: “As forças
produtivas e a transição ao socialismo: contrastando as concepções de Paul
Singer e István Mészáros”. En revista Organizações & Democracia,
Unesp, Marilia,
v.
7, 2007, (pp. 35-57), p.54.
26
István Mészáros: O poder da ideologia.
Boitempo Editorial, São Paulo, 2004, p. 519.
27
J. Habermas: “Autonomy and Solidarity”.
Entrevistas; edição e intro-dução de Peter Dews. Verso, London, 1986, p. 91.
28
R. Panzieri: “The capitalist
use of machinery: Marx versus the ‘Objectivists’.” In P. Slater (org): Outlines
of a critique of technology, Ink Links, Londres, 1980.
29
István Mészáros: O poder da ideologia...,
p. 519.
30
Ídem.
31
Ídem.
32
R. Panzieri: “Mais-Valia e
Planejamento”. En M. Tronti et al. (org.):
Processo de trabalho e estratégias de classe,
Zahar
Editores, Rio de Janeiro, 1982, (pp. 60-87), p. 66.
33
István Mészáros: Para além do capital...,
p.865.
34
_______: O poder da ideologia..., p.
15.
35
Carlos Marx: O capital..., p. 225.
36
István Mészáros: Para além do capital...,
p. 780.
37
Ídem.
38
Carlos Marx: Instruções para os Delegados
do Conselho Geral Provi-sório. As Diferentes Questões (1866)..., p. 655.
39
Ibídem, p. 629.
40
L. C. Bresser Pereira:
1980/81: “A revolução autogestionária na Polônia”. In R. Venosa (org): Participação
e participações: ensaios sobre autoges-tão, Babel Cultural, São Paulo,
1987, p.108.
41
H. T. Novaes: “Qual autogestão?”. En Revista
da Sociedade Brasileira de Economia Política, São Paulo. No. 22,
maio de 2008.
42
István Mészáros: Para além do capital...,
p. 457.
43
E. Mandel: O lugar do marxismo na
história. Xamã, São Paulo, 2001,
p. 70.
44 M.
Lebowitz: Constructing Co-Management in Venezuela: Contradic-tions along the
Path. www.mrzine.monthlyreview.org/lebowitz241005.html, 2005, [s. n.].
45
Istvan Mészáros: La educación más allá del
capital. Siglo XXI/Clacso, Buenos Aires, 2008, p. 804.
46
ídem.
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