Otras Paginas WEB

domingo, 8 de noviembre de 2015

El verdadero secreto para hacer grandes fortunas

Sam Wilkin 08/11/2015


Casi todas las técnicas actuales para generar sumas multimillonarias —expresa clara e ingeniosamente el analista de empresas internacionales Sam Wilkin— se apoyan en estratagemas para destruir las fuerzas de la competencia leal en el mercado.
Los estadounidenses han perseguido el secreto para hacer grandes fortunas desde los tiempos de Benjamin Franklin y, hoy, más de 250 años después, el género literario del manual para «hacerse rico» que inauguró Franklin conThe Way to Wealth («El camino a la riqueza») está más en auge que nunca.
Nuestros coetáneos más acaudalados, entre tanto, han amasado sumas que Benjamin Franklin no podía haber soñado.
¿Están relacionados estos dos fenómenos? Por supuesto que no. Ninguno de los multimillonarios contemporáneos emprendió la autopista hacia la riqueza en el pasillo de literatura de negocios de su librería local. Nadie se hace verdaderamente rico simplemente leyendo manuales.
Pero, entonces, ¿cómo generan su fortuna nuestros multimillonarios? El analista comercial Sam Wilkin nos ofrece una verdadera exclusiva en su nuevo Wealth Secrets of the One Percent: A Modern Manual to Getting Marvelously, Obscenely Rich («Los secretos de riqueza del uno por ciento: un manual moderno para hacerse maravillosa y obscenamente rico»), una deliciosa parodia del género que el viejo Ben Franklin nos legó hace tantas generaciones.
Wilkin lleva a cabo un ingente trabajo diario para desvelar los auténticos secretos que ahora comparte en su libro. En la actualidad desempeña la labor de asesor principal de Oxford Economics, una empresa de predicciones que la escuela de negocios de la Universidad de Oxford contribuyó a crear en 1981. Wilkin ha dirigido el área de investigación comercial de la empresa, y hoy asesora también a Oxford Analytica, una red de expertos que ofrece servicios de asesoría geopolítica y estratégica a una extensa lista de corporaciones internacionales y gobiernos de todo el mundo.
Wilkin vive a caballo entre Nueva York y Oxford. El editor de Too Much Sam Pizzigati consiguió reunirse con él para intercambiar opiniones sobre su nuevo libro, y sobre las profundas desigualdades de nuestro mundo.
Too Much: Detrás de cada gran fortuna, bromeaba Honoré de Balzac en el siglo XIX, hay siempre un gran crimen. ¿Cómo adaptarías este aforismo a la actualidad?
Sam Wilkin: Balzac estaba en lo cierto. La mayoría de los grandes secretos para hacer fortuna de la época de los «capitalistas sin escrúpulos» —Rockefeller, Carnegie, Morgan— serían hoy completamente ilegales.
La vasta fortuna del clan Rockefeller, si se me permite simplificar en exceso esta fascinante historia, se construyó muy posiblemente gracias a los cárteles —que en aquel momento no eran ilícitos, pero se declararon ilegales poco después—. El «fondo fiduciario» de Pierpont Morgan, que ayudó a Andrew Carnegie a convertirse en el hombre más rico del mundo, se originó en parte gracias a los solapamientos de gerencias, actividad que, poco después, fue declarada ilegal.
Mucho de lo que ocurría en el sector bancario moderno de la primera década del 2000, y en cierta medida sigue ocurriendo hoy, probablemente no será legal dentro de cinco o diez años.
Por tanto, actualizando a Balzac, podría decir: «Detrás de cada gran fortuna hay siempre algo que no era delito cuando ocurrió, pero que seguramente debía haberlo sido».
Too Much: ¿Cuándo empezaste a sospechar que el talento solo quizás no bastara para explicar por qué ciertas personas se hacen prodigiosamente ricas?
Wilkin: Pues bien, finalmente todo desemboca en la economía, así que supongo que me di cuenta de ello cuando empecé a estudiar esta disciplina hace unos 25 años.
La competencia debería, en términos generales, impedir que alguien pueda hacerse tan monstruosamente rico. Tal y como funciona la competencia, los individuos tienden a imitar a quienes han tenido más éxito, y esta copia rampante de productos punteros, métodos y estrategias mercantiles, irremediablemente baja a tierra cualquier perspectiva de rentabilidad desmesurada.
Gracias a la competencia, resulta verdaderamente difícil, de hecho prácticamente imposible, hacerse tan maravillosamente rico simplemente siendo más listo que los demás. Después de todo, no hace falta ser igual de listo o innovador que otro para copiar lo que está haciendo. Simplemente hace falta tener la capacidad de entender lo que está haciendo, y reproducirlo.
Esto implica que para prosperar únicamente por medio del talento, hay que ser tan increíblemente listo que nadie entienda ni un ápice de lo que te traes entre manos. O ser tan agudo como para tener una idea que a nadie se le haya ocurrido antes, justo en el momento en el que acaban de reproducir la última que pusiste en práctica.
No mucha gente alcanza tales cotas de inteligencia. En mi libro narro la historia de LTCM, un fondo de inversión que constituyó probablemente el mejor equipo de genios financieros que jamás antes se había reunido. Estos genios poseían un historial de conquistas mercantiles asombroso; dos de ellos obtendrían más tarde el Premio Nobel de Economía. Se dedicaron a idear nuevas estrategias comerciales, que supusieron entonces avances espectaculares.
Sin embargo, pese a los astutísimos desarrollos matemáticos que tejían sus estrategias, a los demás agentes financieros del mercado de Wall Street no les llevó más de dos años desentrañar aquellas tácticas de su fondo de inversión, aplicar técnicas de ingeniería inversa a los desarrollos matemáticos y aplastar a LTCM de una forma tan trágica como, de algún modo, satisfactoria. En definitiva, a nadie le gustan los sabelotodos.
Too Much: Gran parte de lo que cuentas en Wealth Secrets of the One Percentgira en torno a una paradoja básica de nuestra actual existencia económica. Los agentes de nuestros fabulosos ricos tienden a celebrar y glorificar la competencia. Sin embargo, los hombres de negocio verdaderamente ricos, tal y como explicas, la detestan.
Wilkin: En los tiempos de los «capitalistas sin escrúpulos», muchos empezaron repentinamente a acumular fortunas mayores de lo que jamás antes se había visto, por medio de negocios que normalmente funcionaban como monopolios o casi-monopolios. Más tarde se produjo un contragolpe político, y aquellos empresarios sin escrúpulos tuvieron que justificarse ante el público.
Con lo que, en retrospectiva, ahora parece casi una sinceridad balsámica, dichos capitalistas trataron de argumentar que la competencia era perjudicial.
«Aquel que establece una segunda fábrica cuando la fábrica existente abastece ya la demanda pública —escribió Carnegie— está introduciendo innecesariamente dolor y miseria en el mundo».
Carnegie consideraba «todo el dinero destinado a incrementar la competencia como un despilfarro, o incluso algo peor».
Hoy, difícilmente veremos a un magnate de la industria menospreciar públicamente la competencia. Por contra, a los nuevos monopolistas les gusta reivindicar que se enfrentan constantemente a sus competidores, cuando en realidad no lo hacen.
Por poner un ejemplo, hace poco el vicepresidente senior de Google, Kent Walker, calificó los cargos por antimonopolio que la Unión Europea presentó contra Google como «erróneos a nivel legislativo y económico», porque las demás empresas disponen de muchas «formas de llegar a los consumidores por Internet». Es cierto, las empresas pueden llegar a los consumidores de muchas maneras, pero Google acapara casi un 90 por ciento de la cuota de mercado de la búsqueda por Internet en la mayor parte de Europa.
El libro De cero a uno, del multimillonario de Paypal Peter Thiel, se publicó justo cuando yo estaba terminando el mío. Al principio me sentí molesto, pues Thiel dice muchas cosas sobre las empresas tecnológicas que yo acababa de escribir; además, él ya es multimillonario, así que, ¿qué necesidad tiene de acumular más dinero escribiendo libros?
Sin embargo, con el tiempo, he llegado a valorar el trabajo de Thiel, pues el hecho de que haya un multimillonario que dice lo mismo que tú suele dar a tus opiniones mayor credibilidad. Y Thiel, hay que reconocérselo, no tiene pelos en la lengua.
«Los monopolistas mienten para proteger sus intereses —escribe—, ya que ponen gran empeño en que los beneficios de su monopolio se mantengan intactos, y procuran hacer lo necesario para disimular dicho monopolio, por lo general exagerando el poder de su (inexistente) competencia».
Too Much: Las dos palabras más lucrativas de la lengua inglesa actualmente, sugiere Wealth Secrets of the One Percent, seguramente sean «propiedad intelectual». ¿Por qué?
Wilkin: El secreto más productivo para hacer fortuna —la técnica más efectiva para vencer a las fuerzas de la competencia del mercado— podría ser la conjugación de los derechos de propiedad intelectual con los modelos de comercio tecnológico. Resulta tan rentable, de hecho, que el sector de la tecnología por sí solo representa una cuarta parte de las 20 mayores fortunas del mundo.
Los derechos de propiedad intelectual —derechos de autor, marcas y en especial las patentes— convierten la información en un producto negociable, un producto realmente singular, enteramente distinto al resto de elementos de nuestras economías que se pueden vender. Los productos de información pueden reproducirse de forma casi instantánea e infinita, prácticamente sin costes adicionales. Cuando se tiene un producto que puede reproducirse casi sin costes, se tiende a crear monopolios.
En el libro relato la historia de cómo Bill Gates consiguió que los derechos de propiedad intelectual se aplicaran también al software, un enorme avance para poder generar grandes fortunas. El software, como cualquier otra forma de propiedad intelectual, puede copiarse a prácticamente coste cero. No obstante, este también tiende a crear los llamados «efectos de red», que refuerzan la tendencia de los mercados de productos informáticos a establecer monopolios.
Combinadas, estas dos poderosas fuerzas generan enormes fortunas en el sector de la tecnología, en un mercado tras otro; enormes fortunas que se embolsan no solo los fundadores de Microsoft, sino también los de Google, Facebook, Instagram, Snapchat, Twitter, etc.
Sí que hay, podemos estar seguros, personas muy inteligentes en Silicon Valley. Sin embargo, la inteligencia por sí sola no enriquece a estos individuos. Las características económicas de su industria —los monopolios naturales que esta produce— son las que realmente propician sus descomunales fortunas.
Too Much: Te mueves en el mundo del comercio y viajas, desde Nueva York hasta Nueva Delhi, asesorando a grandes empresas y gobiernos por igual sobre economía global. Seguro que te codeas a menudo con los integrantes del 1 por ciento —y del 0,1 por ciento—. ¿Saben lo que cuentas sobre ellos?
Wilkin: Esa es una razón, debo admitir, por la que escribí el libro en clave de manual irónico para hacerse rico, en vez de escribir un tratado serio y polémico. Quería dejar el texto abierto a la interpretación, no imponer mis opiniones al lector.
Dicho esto, espero que muchos de los integrantes del uno por ciento con los que me reúno por mi trabajo capten el mensaje que subyace al libro. Y por tanto, muchas veces me preocupa cómo puedan recibirlo. Hace dos semanas impartí una conferencia a la junta directiva de una empresa, y el director ejecutivo se ofreció a comprar un ejemplar para cada uno de los asistentes. Me avergüenza decir que rechacé su oferta. Me preocupaba ofenderlos.
Así y todo, creo que los altos directivos con frecuencia son más conscientes de la existencia de estrategias injustas para vencer a la competencia que la mayoría de personas. Hace poco, escribí un breve artículo para el Harvard Business Review sobre el creciente impacto económico de los secretos para hacer fortuna, y descubrí que en ningún modo era el primer artículo de ese tipo que la revista había publicado.
Too Much: La mayoría de las personas que escriben sobre las grandes concentraciones de riqueza privada o bien celebran dichas fortunas, o bien arremeten contra ellas. Tú sueles articular bromas. ¿Qué es lo que te resulta tan atractivo del humor?
Wilkin: El humor facilita que un libro sea divertido y agradable de leer. Otra razón por la que me sirvo del humor podría ser la humildad. Me dedico a asesorar empresas para que aprendan a responder a las tendencias económicas y geopolíticas. No soy un analista teórico o de políticas, así que no quise escribir un libro de consejos para cambiar el mundo.
En el libro, hablo sobre lo que conozco cuando cuento historias de personas que se han servido de la ley y de las normativas para cultivar enormes fortunas. Estaría mucho menos cómodo escribiendo una diatriba sobre lo que debería hacerse con dichas fortunas.
No obstante, he incluido dos capítulos —uno sobre la época romana y otro sobre la de los capitalistas sin escrúpulos— que sirven de advertencia sobre lo que podría pasar si los secretos para hacer grandes fortunas desencadenan una espiral sin control.
En el capítulo sobre la antigua Roma, explico que las herramientas que utilizaban personas como Marco Craso para enriquecerse contribuyeron finalmente a la caída del Imperio Romano. Sin embargo, no hay que tener tanto miedo. Tal y como hago de notar en el libro, en aquellos años que condujeron a la caída de Roma, las fiestas eran espectaculares.
Too Much: Cualquiera que escriba sobre las grandes fortunas de estos tiempos lo está haciendo a la sombra del economista francés Thomas Piketty. ¿En qué modo difieren tus principales ideas de las de él?
Wilkin: Thomas Piketty se centra en la acumulación de riqueza heredada, que es el primer motor de la desigualdad en las rentas de Europa. No obstante, como él mismo apunta, gran parte de las desigualdades de Gran Bretaña y los EE. UU. vienen dadas por las diferencias en los salarios, más que por las diferencias en los patrimonios.
Por eso me he centrado más en los secretos para hacer grandes fortunas que en la riqueza que estos propician.
No digo que la acumulación de patrimonio heredado no sea una cuestión grave, pero pienso que el auge de las técnicas que destruyen la competencia de mercado y las posibles respuestas políticas son potencialmente más graves, y un motivo de preocupación inmediata.
Too Much: Cualquiera puede leer  Wealth Secrets of the One Percent, pues tu libro puede tomarse tanto como una guía para generar grandes fortunas como una crítica a esas mismas fortunas. ¿Dejarías que algún ser querido se casara con alguien que realmente hubiera leído tu libro como una guía para hacerse superrico?
Wilkin: Por descontado. El objetivo de este libro es poner el sistema corrupto a nuestro servicio. Me decepcionaría mucho si los lectores no encontraran por sí mismos fallos en el sistema y se enriquecieran durante el proceso.
Una cosa que se me hizo obvia mientras escribía el libro es que las personas que se hacen ricas utilizando estos secretos para hacer fortuna no son necesariamente los malos de la película.
Tomemos el ejemplo más que evidente de Carlos Slim, el segundo hombre más rico del mundo, a quien el gobierno de Méjico concedió el monopolio de los servicios de telecomunicaciones. La OCDE ha calculado que a mediados de la primera década del 2000 los altos precios de los sistemas de telecomunicaciones estaban costando a la economía mejicana casi un 2 por ciento del rendimiento económico cada año. Es un precio extraordinariamente alto para destinar a la fortuna de un solo hombre; el resultado es que Slim tiene ahora una reputación terrible.
Sin embargo, no es a Slim a quien hay que culpar. Él ganó la subasta del monopolio de la telefonía de forma limpia y justa. Además, el gobierno mejicano lo creó deliberadamente, porque sabía que si subastaba un monopolio, la venta supondría mucho más dinero.
Básicamente, el gobierno subastó el derecho a explotar al pueblo mejicano para poder tapar un agujero presupuestario. Eso no fue culpa de Slim, hasta donde yo entiendo.
Así que si el lector prefiere leer el libro como una guía para hacerse rico, no voy yo a asumir el derecho de criticarlo. Especialmente si puede convertirse en mi familia política y me puede tocar parte del botín.

analista de empresas
Fuente:
http://toomuchonline.org/the-real-secrets-to-grand-fortune/#sthash.EXmqx0Gw.dpuf
Traducción:
Vicente Abella

No hay comentarios:

Publicar un comentario