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domingo, 22 de noviembre de 2015

¿Financiación colectiva o engaño colectivo?

Robert J. Shiller, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices.

NEW HAVEN – Para encontrar un ejemplo perfecto de por qué es tan difícil hacer que los mercados financieros funcionen bien, basta pensar en las dificultades y controversias en torno de la financiación colectiva o crowdfunding en Estados Unidos. Tras más de tres años de deliberaciones, la Comisión de Valores de los Estados Unidos (SEC) emitió el mes pasado un dictamen que permitirá el crowdfunding auténtico; sin embargo, el nuevo marco regulatorio todavía no tiene todo lo que se necesita para impulsar el crowdfunding a escala mundial.

Por crowdfunding auténtico, o crowdfunding accionario, se entienden las actividades de plataformas en línea que venden acciones de empresas nuevas directamente a grandes números de pequeños inversores, eludiendo así los métodos tradicionales de financiación mediante capitales de riesgo o banca de inversión. El concepto es análogo a las subastas en línea, pero en vez de servir para que una persona ofrezca sus muebles a todo el mundo, el crowdfunding está pensado para recaudar dinero rápidamente, de personas entendidas, para empresas que los banqueros tal vez no comprendan. Suena estupendo, sin duda.

Las autoridades reguladoras fuera de Estados Unidos han sido en general más flexibles, y ya hay en funcionamiento varias plataformas de crowdfunding. Por ejemplo, Symbid en los Países Bajos y Crowdcube en el Reino Unido, ambas fundadas en 2011. Pero el crowdfunding todavía no es un actor de peso en los mercados mundiales. Y eso no cambiará a menos que se adopte una regulación financiera adecuada e innovadora.

La comprensión de los problemas implícitos en la regulación del crowdfunding choca contra dificultades conceptuales que nacen de la incapacidad de los modelos económicos usuales para explicar el aspecto manipulador y deshonesto de la conducta humana. Los economistas suelen describir el lado racional y honesto de la gente, pero no tienen en cuenta su duplicidad, y esto los lleva a subestimar los riesgos del crowdfunding.

Estos consisten no tanto en el fraude liso y llano (mentiras descaradas que constituirían delitos encarcelables) sino en formas de engaño más sutiles. Que puede ser incluso engaño abierto, en el que los promotores logran disimular los defectos fatales de un plan de negocios para que un aficionado influenciable no los vea, o los revelan en forma incompleta o en la letra chica.

No es que las personas sean totalmente deshonestas; por el contrario, todas suelen enorgullecerse de su integridad. Lo que pasa es que de vez en cuando esa integridad sufre pequeños deslices que en el agregado no siempre son tan pequeños.

En mi nuevo libro escrito con George Akerlof, Phishing for Phools: The Economics of Manipulation and Deception [A la caza de bobos: la economía de la manipulación y el engaño], sostenemos que la conducta inescrupulosa debería ser una parte básica de la teoría económica. El equilibrio económico en el que vivimos debe considerarse ante todo un equilibrio de engaños (phishing equilibrium), en el que la deshonestidad individual de poca monta puede convertirse en algo sistémicamente mucho más importante cuando es obra de organizaciones empresariales sujetas a presiones competitivas intensas. Es verdad que la competencia recompensa al inteligente y al trabajador. Pero a menudo también los obliga a no andarse muy lejos de las fronteras del engaño sutil.

Las nuevas reglas de la SEC relativas al crowdfunding son complejas, porque se ocupan de un problema que lo es. La idea subyacente al crowdfunding es que la información está dispersa entre millones de personas. En general, incluso los más brillantes no pueden comprender una gran oportunidad de negocio nueva, y los que sí pueden, están dispersos. Tal como expresó muy bien el economista Friedrich Hayek en 1945:

“(...) hay sin duda un corpus de conocimiento muy importante pero desorganizado que no es posible denominar científico en el sentido de ser conocimiento de reglas generales: es el conocimiento de lugares y circunstancias particulares. En este aspecto, casi todas las personas tienen alguna ventaja respecto de todas las demás, en el sentido de poseer información exclusiva que puede usarse provechosamente, pero solo si las decisiones que de ella dependen se dejan en manos de sus poseedores o se toman con su cooperación activa”.

El problema es que junto con la promesa de contar con auténtica “información exclusiva” aparece como cosa real la posibilidad del engaño. Por eso, canalizar hacia nuevas empresas el conocimiento disperso demanda un marco regulatorio que favorezca a las personas realmente informadas y honestas. Por desgracia, las nuevas normas de la SEC para el crowdfunding son insuficientes.

La ley estadounidense de 2012 que encargó a la SEC definir normas para las plataformas de crowdfunding estipuló que ninguna empresa nueva pudiera usarlas para recaudar más de un millón de dólares al año. Si lo que se buscaba era limitar el margen para el engaño, esta cláusula es prácticamente inútil. De hecho, incluirla fue un grave error, y se necesita una ley nueva que lo corrija. Un millón de dólares no es suficiente, y el efecto más probable del tope será que solo las pequeñas ideas puedan financiarse mediante crowdfunding.

Pero algunas de las normas de la SEC son realmente eficaces contra el engaño. En particular, la que dice que las plataformas de crowdfunding deben proveer canales “por cuyo intermedio los inversores puedan comunicarse entre sí y con representantes de la empresa emisora, en relación con las ofertas presentadas”.

Es una buena norma, consustancial con la idea misma de crowdfunding. Pero no basta que la SEC exprese su fe en el “debate transparente y sin censura entre los miembros de la comunidad”. Debe obligar a los intermediarios patrocinantes de las plataformas a instalar sistemas de vigilancia que las protejan de interferencias y de la inclusión de comentarios falsos de propagandistas a sueldo.

Hay algo más que la SEC y otras autoridades pueden hacer: alentar a los intermediarios para que creen plataformas que resuman el historial y la reputación de los comentaristas. Incluso, ¿por qué no pagar a aquellos que acumulen “me gusta” o cuyos comentarios sobre las empresas emisoras demuestren ser valiosos a la luz del éxito posterior de las mismas?

El éxito del sistema financiero en su conjunto depende de la seguridad y la confianza, dos cosas que como el miedo y la sospecha, son altamente contagiosas. Por eso, para que las plataformas de financiación colectiva alcancen todo su potencial global, hay que impedir de entrada que se las use para el engaño colectivo. Es necesario que las autoridades definan las normas correctas (y tampoco estaría mal que se apuraran un poco).

Traducción: Esteban Flamini


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