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sábado, 5 de diciembre de 2015

La negación del cambio climático de los republicanos

Nos enfrentamos a gente que le ha dado la espalda a la ciencia cuando esa actitud pone en peligro nada menos que el futuro de la civilización

PAUL KRUGMAN 5 DIC 2015 - 00:00 CET


El presidente francés Francois Hollande (izquierda), saluda a Barack Obama durante la cumbre del clima. / IAN LANGSDON (AFP)

Los historiadores futuros —si es que hay historiadores en el futuro— casi con seguridad dirán que el hecho más importante sucedido en el mundo en diciembre de 2015 fueron las conversaciones sobre el clima en París. Es cierto que nada de lo acordado allí bastará, por sí solo, para resolver el problema del calentamiento global. Pero las conversaciones podrían señalar un punto de inflexión, el principio de la clase de intervención internacional que se necesita para evitar la catástrofe. Claro que, podría no ser así; y estaríamos condenados. Y si lo estuviésemos, sabemos quién es el responsable: el Partido Republicano.

Sí, ya sé cómo reaccionarán muchos lectores: ¡qué partidista! ¡Qué exagerado! Pero lo que acabo de decir es una verdad evidente. Y la incapacidad de nuestros medios de comunicación, nuestros expertos y nuestro sistema político en general para afrontar esa verdad es un factor que contribuye de manera importante al peligro al que nos enfrentamos. Cualquiera que siga los debates políticos de EE UU sobre el medio ambiente sabe que los políticos republicanos, en su inmensa mayoría, se oponen a toda medida destinada a restringir las emisiones de gases de efecto invernadero, y que la mayoría rechaza el consenso científico sobre el cambio climático. El año pasado,PolitiFact solo fue capaz de encontrar ocho republicanos en el Congreso, de los 278 que componen la asamblea, que hubiesen hecho comentarios en público aceptando la realidad del calentamiento global provocado por el hombre. Y la mayoría de los aspirantes a la candidatura republicana a la presidencia están bien afianzados en el terreno anticientífico.

Sin embargo, puede que la gente no se dé cuenta de lo enorme que es el muro de negación del Partido Republicano, tanto en el ámbito de EE UU como en el mundo entero. A menudo oigo decir que la izquierda estadounidense es tan mala como la derecha en lo tocante a la ciencia, y menciona, por ejemplo, la histeria ante los alimentos genéticamente modificados o ante la energía nuclear. Pero, aunque crean que esas opiniones son comparables a la negación del cambio climático (que no lo son), no son más que puntos de vista defendidos por algunos miembros de la izquierda, no una ortodoxia impuesta a todo un partido por aquellos a quienes incluso mi compañero conservador David Brooks llama "policía del pensamiento".

Y la ortodoxia de la negación del cambio climático no se limita a afirmar que el consenso científico está en un error. Los congresistas republicanos de más rango se dejan llevar con frecuencia por extravagantes teorías conspirativas, y sostienen que las pruebas sobre el cambio climático son el producto de un engaño perpetrado por miles de científicos de todo el mundo. Y hacen todo lo posible por acosar e intimidar a los profesionales científicos.

Es algo que forma parte de una larga tradición: el famoso ensayo de Richard Hofstadter The Paranoid Style in American Politics [El estilo paranoico en la política estadounidense] se publicó hace medio siglo. Pero que ese estilo se apodere de uno de los dos grandes partidos es algo nuevo. También es algo sin parangón en el extranjero. Es cierto que los partidos conservadores de Occidente tienden a ser menos partidarios de actuar contra el cambio climático que los partidos de izquierdas. Pero en la mayoría de los países —de hecho, en todos salvo EE UU y Australia— esos partidos respaldan las medidas destinadas a restringir las emisiones. Y los republicanos de EE UU son los únicos que se niegan a admitir que haya siquiera un problema. Por desgracia, dada la importancia de EE UU, el extremismo de un partido en un país tiene unas consecuencias mundiales enormes.

En justicia, las elecciones de 2016 deberían considerarse un referéndum sobre ese extremismo. Pero es probable que no las presenten de ese modo. Lo que me lleva a algo que podríamos llamar 'el problema de la negación de la negación del cambio climático'. Parte de esta negación proviene de los republicanos moderados, que todavía los hay (solo que no ocupan cargos elegidos por votación). Estos moderados tal vez admitan que su partido ha perdido la noción de la realidad en lo tocante al clima, pero tienden a sostener que no será siempre así, que el partido recobrará la sensatez en cualquier momento. (Y, por supuesto, encontrarán motivos para apoyar a cualquier negacionista climático que el Partido Republicano elija como candidato presidencial).

Todo lo que sabemos del proceso que ha llevado a los republicanos hasta este punto nos dice que eso es fantasía. Pero es una fantasía que nublará la percepción de los ciudadanos. Más importante sea la negación inherente a las convenciones del periodismo político, que dictan que siempre se debe describir a los partidos de forma simétrica (que toda información sobre las posturas extremas adoptadas por una parte deben presentarse de tal modo que parezca que ambas partes actúan así). Lo hemos visto en el asunto de los presupuestos, donde algunos analistas que se autodenominan centristas criticaban a los republicanos por negarse en redondo a pensar en subidas de impuestos, pero, al mismo tiempo, hacían hincapié en sus críticas hacia el presidente Obama por oponerse a unos recortes del gasto que, de hecho, ha apoyado. Mi hipótesis es que las discusiones sobre el clima recibirán el mismo tratamiento.

Pero espero equivocarme, e insto a todos los que están fuera de la burbuja de la negación del cambio climático a que admitan con sinceridad la asombrosa y aterradora realidad. Tenemos delante a un partido que le ha dado la espalda a la ciencia en un momento en el que esa actitud pone en peligro nada menos que el futuro de la civilización. Esa es la verdad, y hay que afrontarla sin rodeos.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.

© The New York Times Company, 2015.

Traducción de News Clips

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