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¿Exceso de ahorro o escasez de inversión?


Michael Roberts



Martin Wolf, el periodista económico keynesiano en un artículo en la edición británica del Financial Times, ha llamado la atención sobre un documento elaborado por dos economistas de la Reserva Federal de Estados Unidos, Joseph Gruber y Steven Kamin, que muestra la brecha cada vez mayor entre el ahorro de las empresas (o sus beneficios) y la inversión empresarial en la mayoría de las principales economías.
Esta brecha, técnicamente llamada "crédito neto" por las empresas, es descrita por Wolf como un "exceso de ahorro" global. La noción de "exceso de ahorro" (savings glut) fue utilizada por primera vez por el ex presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, en 2005. Sostuvo que economías como China, Japón y los países productores de petróleo habían acumulado grandes superávits en sus balanzas comerciales y esos “exceso de ahorro” habían inundado los EE.UU. para comprar bonos del gobierno, manteniendo las tasas de interés bajas.
A Martin Wolf y otros keynesianos les ha gustado esta idea porque sugiere que el problema de la economía mundial es un exceso de ahorro, que provoca una "falta de demanda". Este es argumento del último libro de Wolf .
En su libro, Wolf concluye que la causa de la Gran Recesión "fue un exceso de ahorro (o más bien de escasez de inversión); desequilibrios mundiales; aumento de la desigualdad y crecimiento débil del consumo que le acompaña; bajas tasas de interés real en activos seguros; búsqueda de rentabilidad; y el diseño de activos financieros teóricamente seguros, pero de relativo alto rendimiento".
Y sin embargo, no fue la caída del consumo o el aumento del ahorro lo que provocó la Gran Recesión, sino la caída de la inversión (como incluso Wolf reconoce en parte en la cita). La inversión es de lejos la parte más importante de la dinámica de una economía capitalista. Como dice Wolf: "Las empresas generan una enorme parte de la inversión. En las seis grandes economías de ingresos más altos (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia), las empresas aportaron entre la mitad y poco más de dos tercios de la inversión bruta en el año 2013 (el porcentaje más bajo en Italia y el más alto en Japón)".
Así que ¿es un "exceso de ahorro" lo que provocó la brecha entre ahorro e inversión de las empresas? Observemos el gráfico proporcionado por Wolf, elaborado por la OCDE.
Con la excepción de Japón, desde 1998, el ahorro de la empresas en relación al PIB han sido bastante plano. Y en el caso de Japón, la relación se ha estancado desde el año 2004. Así que la brecha entre el ahorro y la inversión no puede haber sido causada por el aumento de los ahorros. El segundo gráfico muestra lo que ha sucedido.
Podemos ver que se ha producido una caída en la inversión en relación con el PIB en las principales economías, con la excepción de Japón, donde ha sido plana en general.
Así que la conclusión es clara: no ha habido un exceso de ahorro (o beneficios) en general de las empresas, sino escasez de inversión. No ha habido demasiados beneficios, sino muy poca inversión. El sector capitalista ha reducido su inversión en relación con el PIB desde finales de 1990 y en particular después de la final de la Gran Recesión. Y cuando se lee de cerca el documento de la Fed citado por Wolf, esa es también la conclusión. Gruber y Kamin demuestran que las tasas de inversión de las empresas "han caído por debajo de los niveles que hubieran predicho los modelos estimados en los años anteriores".
Joseph Gruber y Steven Kamin concluyen su papel con un rompecabezas: "¿qué está causando esta escasez de oportunidades de inversión, y cuáles son sus implicaciones para la inversión y el crecimiento futuro?" Wolf cita varias explicaciones de la débil inversión empresarial: el envejecimiento de las sociedades, que ha frenado el potencial crecimiento; la globalización, que ha alentado la reubicación de las inversiones de los países de altos ingresos; la innovación tecnológica, que reduce la necesidad de capital; o unos directivos, que no son recompensado por invertir sino por mantener el precio de las acciones.
Muchas de estas causas han sido identificadas antes y las he analizado en otras notas. Pero es interesante que, después de citar el papel de la Reserva Federal, Wolf no mencione las conclusiones de los autores de la Fed sobre la causa de la debilidad de la inversión en los últimos 15 años. Cito: "Interpretamos estos resultados como una sugerencia de que la inversión en las principales economías avanzadas de hecho se ha debilitado en relación con lo que las tendencias determinantes sugieren, pero este proceso se inició mucho antes de la propia GCF (Gran Crisis Financiera). Por último, nos encontramos con que la contrapartida de la disminución de los recursos destinados a la inversión han sido aumentos de los pagos a los inversores en forma de dividendos y recompras de acciones (a menudo en mayor medida de lo previsto por los modelos estimados a partir de períodos anteriores), y, en menor medida, una mayor acumulación neta de activos financieros. La importancia de los pagos a los inversionistas sugiere que el aumento de la aversión al riesgo y de la demanda, motivada por la precaución, de reservas financieras no han sido la razón principal de que las empresas hayan reducido la inversión. Por el contrario, nuestros resultados son consistentes con aquellos puntos de vista que, por toda una serie de razones, defienden que se ha producido una disminución de lo que las empresas consideran oportunidades de inversión rentables disponibles".
Así que la causa de la debilidad de la inversión en activos productivos y el giro hacia la recompra de acciones, el pago de dividendos y el atesoramiento de dinero en efectivo se debió principalmente a la percepción de una falta de rentabilidad de las inversiones en activos productivos. Esto confirma las conclusiones de otros estudios que he citado en notas anteriores que cuestionan el argumento falaz de que las empresas están 'inundadas de dinero en efectivo".
Creo que ya tenemos una respuesta a la pregunta de por qué escasean las 'oportunidades de inversión rentables'. La rentabilidad global en las principales economías capitalistas alcanzó su punto máximo a finales de 1990 y no ha recuperado ese nivel desde entonces. He abordado este tema en un artículo reciente sobre la tasa de ganancia mundial (“Revisiting a World Rate of Profit”, junio 2015). Este gráfico, basado en la obra de Esteban Maito que cito en ese papel, muestra como la rentabilidad global alcanzó su punto máximo en la década de 1990 y no se ha recuperado despúes.
Como resultado, las empresas han utilizado sus "ahorros" no para invertir en activos productivos como fábricas, equipos o nuevas tecnologías que hubieran podido impulsar el crecimiento de la productividad (que se ha reducido al mínimo), sino para pagar más dividendos a los accionistas, subir los salarios de los altos ejecutivos y recomprar acciones para aumentar su valor en bolsa. Y las multinacionales han hecho gran parte de esto endeudándose con créditos con tasas cercanas a cero, al mismo tiempo que desviaban dinero en efectivo a los paraísos fiscales para evitar pagar impuestos.
En mi opinión, todo ello confirma la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancias de Marx como explicación de la debilidad de la inversión en las principales economías capitalistas desde 1998. La ley de Marx sugiere que cualquier caída de la tasa de ganancia debe ir acompañada de un aumento de la composición orgánica del capital (la relación entre el valor de los bienes de capital y los salarios de la fuerza de trabajo) más rápido que cualquier crecimiento de la tasa de plusvalía (el beneficio extraído de la fuerza de trabajo). En mi reciente papel antes citado, se demuestra como en el actual período de "depresión" desde el año 2000, la composición orgánica del capital creció un 41%, muy por encima de la subida de la tasa de plusvalía del 7%. Así que la tasa de beneficio ha caído un 20%. Las 'oportunidades de inversión rentables' se han reducido.
Ben Bernanke y sus discípulos nos han dicho, y Martin Wolf se ha hecho eco, que los problema actuales de 'estancamiento secular' son causado por un "exceso de ahorro mundial" en los países con superávit e incluso en los países del G-7. En otras palabras, que hay demasiado plusvalia (valor) para 'absorber'. Pero esto es una falacia. No hay un "exceso de ahorro", sino una "falta de inversión". Al caer la rentabilidad, la inversión disminuyó y el crecimiento tuvo que ser impulsado por una expansión del capital ficticio (crédito o deuda) para mantener el consumo, que a su vez alimento la especulación financiera e inmobiliaria improductiva. La razón de la Gran Recesión y la posterior débil recuperación no ha sido una falta de consumo (el consumo como porcentaje del PIB en los EE.UU. se ha mantenido cerca del 70%), sino un colapso de la inversión.

es un reconocido economista marxista británico, que ha trabajador 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.
Fuente:
https://thenextrecession.wordpress.com/2015/11/18/savings-glut-or-investment-dearth/
Traducción:
G. Buster

¿Financiación colectiva o engaño colectivo?

Robert J. Shiller, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices.

NEW HAVEN – Para encontrar un ejemplo perfecto de por qué es tan difícil hacer que los mercados financieros funcionen bien, basta pensar en las dificultades y controversias en torno de la financiación colectiva o crowdfunding en Estados Unidos. Tras más de tres años de deliberaciones, la Comisión de Valores de los Estados Unidos (SEC) emitió el mes pasado un dictamen que permitirá el crowdfunding auténtico; sin embargo, el nuevo marco regulatorio todavía no tiene todo lo que se necesita para impulsar el crowdfunding a escala mundial.

Por crowdfunding auténtico, o crowdfunding accionario, se entienden las actividades de plataformas en línea que venden acciones de empresas nuevas directamente a grandes números de pequeños inversores, eludiendo así los métodos tradicionales de financiación mediante capitales de riesgo o banca de inversión. El concepto es análogo a las subastas en línea, pero en vez de servir para que una persona ofrezca sus muebles a todo el mundo, el crowdfunding está pensado para recaudar dinero rápidamente, de personas entendidas, para empresas que los banqueros tal vez no comprendan. Suena estupendo, sin duda.

Las autoridades reguladoras fuera de Estados Unidos han sido en general más flexibles, y ya hay en funcionamiento varias plataformas de crowdfunding. Por ejemplo, Symbid en los Países Bajos y Crowdcube en el Reino Unido, ambas fundadas en 2011. Pero el crowdfunding todavía no es un actor de peso en los mercados mundiales. Y eso no cambiará a menos que se adopte una regulación financiera adecuada e innovadora.

La comprensión de los problemas implícitos en la regulación del crowdfunding choca contra dificultades conceptuales que nacen de la incapacidad de los modelos económicos usuales para explicar el aspecto manipulador y deshonesto de la conducta humana. Los economistas suelen describir el lado racional y honesto de la gente, pero no tienen en cuenta su duplicidad, y esto los lleva a subestimar los riesgos del crowdfunding.

Estos consisten no tanto en el fraude liso y llano (mentiras descaradas que constituirían delitos encarcelables) sino en formas de engaño más sutiles. Que puede ser incluso engaño abierto, en el que los promotores logran disimular los defectos fatales de un plan de negocios para que un aficionado influenciable no los vea, o los revelan en forma incompleta o en la letra chica.

No es que las personas sean totalmente deshonestas; por el contrario, todas suelen enorgullecerse de su integridad. Lo que pasa es que de vez en cuando esa integridad sufre pequeños deslices que en el agregado no siempre son tan pequeños.

En mi nuevo libro escrito con George Akerlof, Phishing for Phools: The Economics of Manipulation and Deception [A la caza de bobos: la economía de la manipulación y el engaño], sostenemos que la conducta inescrupulosa debería ser una parte básica de la teoría económica. El equilibrio económico en el que vivimos debe considerarse ante todo un equilibrio de engaños (phishing equilibrium), en el que la deshonestidad individual de poca monta puede convertirse en algo sistémicamente mucho más importante cuando es obra de organizaciones empresariales sujetas a presiones competitivas intensas. Es verdad que la competencia recompensa al inteligente y al trabajador. Pero a menudo también los obliga a no andarse muy lejos de las fronteras del engaño sutil.

Las nuevas reglas de la SEC relativas al crowdfunding son complejas, porque se ocupan de un problema que lo es. La idea subyacente al crowdfunding es que la información está dispersa entre millones de personas. En general, incluso los más brillantes no pueden comprender una gran oportunidad de negocio nueva, y los que sí pueden, están dispersos. Tal como expresó muy bien el economista Friedrich Hayek en 1945:

“(...) hay sin duda un corpus de conocimiento muy importante pero desorganizado que no es posible denominar científico en el sentido de ser conocimiento de reglas generales: es el conocimiento de lugares y circunstancias particulares. En este aspecto, casi todas las personas tienen alguna ventaja respecto de todas las demás, en el sentido de poseer información exclusiva que puede usarse provechosamente, pero solo si las decisiones que de ella dependen se dejan en manos de sus poseedores o se toman con su cooperación activa”.

El problema es que junto con la promesa de contar con auténtica “información exclusiva” aparece como cosa real la posibilidad del engaño. Por eso, canalizar hacia nuevas empresas el conocimiento disperso demanda un marco regulatorio que favorezca a las personas realmente informadas y honestas. Por desgracia, las nuevas normas de la SEC para el crowdfunding son insuficientes.

La ley estadounidense de 2012 que encargó a la SEC definir normas para las plataformas de crowdfunding estipuló que ninguna empresa nueva pudiera usarlas para recaudar más de un millón de dólares al año. Si lo que se buscaba era limitar el margen para el engaño, esta cláusula es prácticamente inútil. De hecho, incluirla fue un grave error, y se necesita una ley nueva que lo corrija. Un millón de dólares no es suficiente, y el efecto más probable del tope será que solo las pequeñas ideas puedan financiarse mediante crowdfunding.

Pero algunas de las normas de la SEC son realmente eficaces contra el engaño. En particular, la que dice que las plataformas de crowdfunding deben proveer canales “por cuyo intermedio los inversores puedan comunicarse entre sí y con representantes de la empresa emisora, en relación con las ofertas presentadas”.

Es una buena norma, consustancial con la idea misma de crowdfunding. Pero no basta que la SEC exprese su fe en el “debate transparente y sin censura entre los miembros de la comunidad”. Debe obligar a los intermediarios patrocinantes de las plataformas a instalar sistemas de vigilancia que las protejan de interferencias y de la inclusión de comentarios falsos de propagandistas a sueldo.

Hay algo más que la SEC y otras autoridades pueden hacer: alentar a los intermediarios para que creen plataformas que resuman el historial y la reputación de los comentaristas. Incluso, ¿por qué no pagar a aquellos que acumulen “me gusta” o cuyos comentarios sobre las empresas emisoras demuestren ser valiosos a la luz del éxito posterior de las mismas?

El éxito del sistema financiero en su conjunto depende de la seguridad y la confianza, dos cosas que como el miedo y la sospecha, son altamente contagiosas. Por eso, para que las plataformas de financiación colectiva alcancen todo su potencial global, hay que impedir de entrada que se las use para el engaño colectivo. Es necesario que las autoridades definan las normas correctas (y tampoco estaría mal que se apuraran un poco).

Traducción: Esteban Flamini


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