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martes, 26 de enero de 2016

En el 40 aniversario del primer Congreso del Partido

Por Humberto Pérez González

El pasado mes de julio (2015) se desarrolló un debate —en el conocido escenario de Último Jueves que convoca la revista Temas titulado “Los 70: una revisión crítica” al que tuve el honor de ser invitado como panelista. En ese encuentro, en el que cada ponente (descontando el tiempo utilizado por el público asistente en sus intervenciones) solo contaba con unos 15 o 20 minutos para hacer sus exposiciones y expresar sus pareceres, se me quedaron muchas cosas en el tintero.

Adicionalmente, el próximo 17 de diciembre (fecha en que coincidentemente se cumplirá un año del anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos) estaremos conmemorando el 40 aniversario de la apertura del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) en 1975, día escogido en aquel momento, entre otras causas, porque en él se cumplían 145 años de la muerte de Simón Bolívar.
Por ambas razones me he sentido motivado a escribir este artículo con apuntes y consideraciones más amplias, y mucho de testimonio y de historia interna, en parte poco o nada conocida, sobre ese período de nuestro proceso revolucionario.
Al parecer, una opinión bastante generalizada entre nuestros intelectuales, incluyendo muchos muy destacados dentro del arte, la literatura y las ciencias sociales, es que los años 70 e inmediatos siguientes representaron un período negativo en la historia de la Revolución. Este criterio, por razones y causas adicionales a las escuchadas en los medios intelectuales, también se ha trasmitido desde otras muy importantes fuentes generadoras de opinión y lamentablemente aún permanece en parte de la población.
Se ha expresado, calificándolo de manera general y totalizadora, que “en él imperó el dogmatismo más rampante” y algunas voces lo han catalogado como “un período perdido”.
Se ha manifestado que, obligados a afiliarnos al CAME, se desarrolló un socialismo estatista, centralizado, exagerado, que asumió esquemas ajenos con calco indiscriminado como consecuencia de compromisos contraídos con la Unión Soviética en primer lugar; algunos señalan que en este período, en lugar de una separación entre Partido y Estado, se creó una estructura paralela en manos del Partido, con una mayor injerencia y dictadura por parte de este, etc. Trastrocando épocas, según entiendo, hay quien señala que en dichos años  se originaron muchos de los problemas que todavía tenemos en el sistema ambiental, debido a la decisión de producir caña a toda costa y expandir el área agrícola indiscriminadamente.
Antes de proceder a desarrollar más en extenso nuestros apuntes y consideraciones me parece útil hacer algunas precisiones y aclaraciones iniciales que pueden ayudar a un mejor y más acotado análisis de lo ciertamente acontecido en los años 70 del siglo pasado, y delimitar lo ocurrido en determinadas esferas y, en general, en lo institucional, político y económico, así como los hechos y conceptos que realmente corresponden a esos años y los que ocurrieron y provienen de etapas anteriores, aunque su presencia y sus rezagos y efectos penetraron y subsistieron en el nuevo período.
Cierto es que en esa década, sobre todo en sus primeros años, rigieron políticas y se produjeron acciones en el terreno de la creación artística y difusión cultural, y también en el de la ciencias sociales, que incluyeron prohibiciones, intimidaciones, aislamientos y bloqueos burocráticos que afectaron el desarrollo, la obra y el trabajo de numerosos intelectuales y, lo que es quizás más significativo y trascendente, dejaron heridas y cicatrices en los afectados, difíciles de olvidar.
Esto último tal vez sea la explicación de por qué se produce la tendencia a generalizar y extender, injusta e indebidamente, los calificativos negativos a todas las esferas y a todo lo ocurrido en ese período del siglo pasado.
Una primera precisión sería la de tener en cuenta que, en el terreno de las ciencias sociales —en el que ciertamente se practicó una política ortodoxa, dogmática y excluyente que afectó a sus profesionales y a la universidad—, ello ocurrió en el área de la filosofía y la sociología; paradójicamente, con respecto a la ciencia social más importante, la economía, se produjo lo contrario: un rescate y un desarrollo a partir del ostracismo, subestimación y virtual eliminación de esta ciencia y de la contabilidad, que habían tenido lugar a finales de los años 60, tanto en la práctica social como en los estudios universitarios.
En cuanto al desarrollo de una economía socialista estatista, altamente centralizada y manejada de manera vertical, fue una práctica que se aplicó y ejerció desde las primeras confiscaciones en 1959 y nacionalizaciones en 1960, como la única manera posible de intentar dirigir y gestionar la actividad de las grandes empresas de capital extranjero y nacional que pasaron, en corto tiempo, a manos del Estado cubano en su carácter de representante de la nación y del pueblo, en circunstancias iniciales de falta de cuadros técnicos y empresariales con experiencia en administrar negocios y de permanente cerco, bloqueo, sabotajes y agresiones por parte del enemigo.
Esta práctica se fue acentuando gradualmente en los años siguientes con la aplicación de la segunda Ley de Reforma agraria en 1963 y con el Sistema Presupuestario de Financiamiento adoptado en la industria de 1962 a 1966, cuya característica era la máxima centralización en la dirección y gestión de la producción en las empresas consolidadas estatales.
Alcanzó su punto culminante en el quinquenio siguiente, en particular cuando, en el año 1968, bajo la llamada Ofensiva Revolucionaria, se estatalizaron todas las actividades privadas y por cuenta propia que todavía existían (con excepción de los campesinos y una pequeña cantidad de transportistas): unos 60 000 pequeños centros de producción y servicios, que incluyeron hasta los sillones de limpiabotas y los carritos ambulantes de granizado.
Tuvo un remate adicional en la agricultura, a finales de los 60 y comienzos de los 70, cuando, abandonada desde hacía tiempo la vía de la cooperativizacion en el campo, se desarrolló la política de ir incorporando a los campesinos a empresas estatales a través de los llamados planes especiales, integrales y dirigidos.
Independientemente de la explicación y justificación en su origen que tiene esta forma de organización y dirección de la propiedad económica, y de las virtudes y pecados que se le puedan señalar, lo indudable es que no fue resultado de los años 70 ni de la afiliación al CAME.
El Partido Único surgió desde los primeros momentos, ante el total desprestigio y consiguiente desaparición de los partidos tradicionales y ante la necesidad vital de establecer la más estrecha unidad y, por tanto, reunir en una sola a todas las organizaciones revolucionarias que habían participado en la lucha y el triunfo de la Revolución, para poder enfrentar con éxito las agresiones cada vez más intensas del imperialismo y de la contrarrevolución interna, unidad que se produjo por la coincidencia en ideas y por iniciativa espontánea de dichas organizaciones.
Aunque no hubiese existido el antecedente del partido de Lenin y del de Martí ni el de la experiencia de los países socialistas de entonces, el partido único, como forma de asegurar la acción unida de todas las fuerzas revolucionarias, fue una necesidad objetiva impuesta por las circunstancias de la lucha en aquellos primeros años y una decisión acertada.
Luego, al estructurarse orgánicamente este Partido hasta denominarse comunista, en octubre de 1965, sin dudas se fue haciendo, aunque con aportes y particularidades propias, a partir de la experiencia de los demás partidos comunistas.
Su fusión y confusión con el Estado y el gobierno se desarrolló en el quinquenio 1966-1970, apartándose de las orientaciones dadas por Fidel y el Che desde los primeros instantes de creación de las ORI y el PURSC, referidas a la necesaria separación entre las dos instituciones.
Esta fusión y confusión se fue produciendo por la concepción equivocada de que Estado, Partido y gobierno debían ser una misma cosa y evitar paralelismos que se entendían innecesarios. Sobre tal base conceptual se crearon, a nivel central, los llamados sectores de la producción y los servicios, al frente de los cuales se designaron compañeros del más alto nivel y autoridad revolucionaria, que actuaban como jefes máximos dentro de los mismos, tanto del gobierno como del Partido y de los sindicatos. En las seis provincias existentes entonces, la fusión y mezcla de las tres entidades se subordinaba a los Primeros secretarios del Partido o, eventualmente, a los Delegados del Buró Político en el caso de algunas regiones especiales. En la base, esta mezcla se organizaba en lo que se llamó Familias comunistas, Destacamentos y Movimientos de avanzada.
No es tampoco este, por tanto, un rasgo de los años 70.
En cuanto a los mencionados daños al medio ambiente derivados de la tensión sobre la naturaleza, e independientemente de que los años 70 no estén libres de culpas en este sentido, deduzco que el planteamiento se deba a una confusión en cuanto a fechas históricas, pues fue en años previos a 1970 cuando se tensaron todas las fuerzas y se intensificaron las siembras de caña para lograr la meta de los 10 millones de toneladas de azúcar. En 1967 se organizó la Brigada Invasora de equipos pesados Che Guevara, que recorrió el país para limpiar los campos de marabú, pero que también desbrozó el paisaje de palmas, árboles maderables y frutales de prolongado ciclo de crecimiento y maduración productiva, para crear las condiciones que necesitaba la agricultura altamente mecanizada y tecnificada que se pensaba desarrollar. Entre 1967 y 1969 se desarrolló, en los alrededores de la capital, el denominado Cordón de La Habana, con secuelas nada favorables para los campos, sin que se lograran los objetivos propuestos. Considero que fueron estos años y no los 70 los que se destacaron particularmente en afectaciones al medio ambiente.
Como expresé en Último Jueves, después de la primera etapa de profundos cambios que siguió al triunfo de la Revolución, desde 1959 y hasta 1961 en que se declaró su carácter socialista, los años 70 son los de mayores y más abarcadoras e integrales transformaciones de todo el proceso revolucionario hasta nuestros días. A diferencia de las de los primeros años y con ventaja sobre aquellas, se hicieron en forma de sistema, obedeciendo a una secuencia predeterminada y su naturaleza y esencia fue la de iniciar un proceso descentralizador, democratizador y estabilizador como no se había hecho antes, que le diera cobertura a todos los ámbitos de la vida institucional, económica y social del país, de acuerdo con las circunstancias históricas tanto nacionales como internacionales de aquellos momentos, y ha sido la época que más avances se tuvo en todos estos ámbitos.
Dentro de ese período, y como componente fundamental del mismo, tuvo lugar el Primer Congreso del Partido, a finales de 1975, el evento más importante y trascendente de la Revolución después de 1959 o, por lo menos, llamado a serlo. Y si no lo ha sido completamente, es porque las ideas y concepciones que llevaron a él, que se plasmaron en sus documentos preparatorios, en sus tesis, acuerdos y resoluciones, y las perspectivas que a partir de ellas se abrían, fueron descuidadas, abandonadas, engavetadas, deformadas, tergiversadas y contravenidas en la práctica de años posteriores. (Ver Informe Central de Raúl al VI Congreso en abril del 2011 y clausura de Raúl a la Primera Conferencia Nacional del Partido en enero de 2012).
Ello se debió, en parte, a la falta de capacidad, tenacidad, sistematicidad, seguimiento, exigencia y control en su aplicación (Idem) pero en gran parte también a que algunas de las ideas y concepciones aprobadas, sobre todo en el terreno de la dirección y gestión económicas, no gustaban lo suficiente ni satisfacían y convencían a plenitud a toda la dirección del país en aquellos momentos, que las aceptó y aprobó con reservas y desconfianza desde un inicio (Ver entrevista a Fidel concedida al periodista colombiano Antonio Caballero y publicada en la revista española “Cambio 16” de junio de 1990)debido a las similitudes que tenían con los sistemas de dirección económica que se aplicaban en los países del CAME y a las advertencias que había dejado escritas el Che respecto a los riesgos que los mismos representaban para el futuro del socialismo.
Estas reservas y desconfianza llevaron a que todos los incidentes, tropiezos y errores que se producían en la aplicación del Sistema de Dirección de la Economía aprobado por el I Congreso, fueran seguidos con mucha cautela y muchos prejuicios y —alimentados por los hechos y tendencias negativas que comenzaron a manifestarse en los países socialistas europeos, incluyendo a la Unión Soviética, a mediados de los 80 como presagios de su posterior desmoronamiento— afloraron con fuerza en el discurso y el curso de los acontecimientos en nuestro país en la segunda mitad de esa década lo cual tuvo una influencia determinante en la opinión desfavorable que se formó y que aún en parte se mantiene acerca del período que analizamos.

Antecedentes

En su famosa carta al uruguayo Carlos Quijano, en marzo de 1965 y que fuera editada bajo el titulo de El socialismo y el hombre en Cuba, el Che planteaba que
En la imagen de las multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como el conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permiten esa marcha [ [...]] Esta institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo.
Unos meses más tarde, el 28 de septiembre de ese mismo año con motivo del V aniversario de los CDR, Fidel expresaba:
Nuestra Revolución tiene necesidad de concluir la organización en todos los niveles del Partido. Nuestro Partido necesita ya su Comité Central [...] y vayámonos preparando para nuestro Primer Congreso que deberá llevarse a cabo a finales del próximo año. Y algo más: debemos empezar a preocuparnos para elaborar la Constitución de nuestro Estado socialista.
En ese mismo discurso y en otras intervenciones que hizo en días inmediatos posteriores durante las reuniones que concluyeron con la constitución del primer Comité Central (CC) del Partido el día 3 de octubre, Fidel abordó la necesidad de organizar el poder local en el transcurso del próximo año y con tal motivo manifestaba que la administración local
el primer beneficio que nos va a traer a nosotros es la descentralización de todas las funciones que deben estar descentralizadas y la administración por las localidades de todas las funciones que pertenecen a la esfera local [...] No hay forma de atender esos problemas desde un organismo centralizado [...] por muy informados que estén los organismos, por muy capacitados que sean los organismos de planificación.
Entre las Comisiones creadas al constituirse ese primer Comité Central estuvo la de Estudios Constitucionales, presidida por el compañero Blas Roca y encargada de preparar, entre otras normas jurídicas, un proyecto de Constitución.
Los propósitos manifestados por el Che y anunciados por Fidel en esos meses finales de 1965 se vieron obstaculizados e interrumpidos por diversos acontecimientos que ocuparían la atención de la dirección del país en los siguientes cinco años.
Desde la segunda mitad de 1965 y hasta 1967 transcurrió la odisea de las heroicas luchas del Che, primero en el Congo y luego en Bolivia, hasta su muerte en octubre de 1967 y, vinculado a ello, la organización de movimientos mundiales de solidaridad incluyendo eventos de tanta envergadura como los de la Tricontinental, la OSPAAAL y OLAS.
En el acontecer interno de la Revolución en esos años se hicieron más frecuentes los ataques desde lanchas piratas y aviones y desde la Base naval de Guantánamo así como desembarcos contrarrevolucionarios, secuestros de barcos y un nuevo enfrentamiento con la microfracción que concluyó en los primeros meses de 1968.
Pero, además, la dirección del país en ese quinquenio final de los años 60 estuvo concentrada en el titánico esfuerzo de crear una base económica sólida, tomar todas las medidas y ejecutar las acciones necesarias para lograr una zafra de diez millones de toneladas de azúcar en 1970 y alcanzar avances también extraordinarios en otras ramas con énfasis en la producción agropecuaria y, simultáneamente, dar pasos de alto contenido político e ideológico en la educación de las masas, que permitieran, con la creación de esa fuerte sustentación económica y de un hombre nuevo, la construcción simultánea del socialismo y el comunismo en un breve tiempo.
1969 se denominó “Año del Esfuerzo Decisivo” y en él se inició una zafra de 18 meses, que concluyó a mediados de 1970 sin que se pudiera alcanzar la meta propuesta; se lograron solo 8,4 millones, lo que, no obstante, ha resultado la zafra más grande de toda la historia de Cuba. Debe decirse, en justicia histórica, que el objetivo de producir diez millones de toneladas de azúcar no debe calificarse superficialmente como una idea descabellada y peregrina en aras de lograr una meta histórica por simple espectacularidad política. Cuando se llegó, en 1963-1964, a la conclusión de plantearse este propósito (derivada de conversaciones y acuerdos preliminares con la URSS sobre un alto monto de ventas y precios ya privilegiados para el azúcar), este producto era el único recurso exportable del país que podría incrementarse en magnitudes significativas, en un tiempo relativamente corto. Por tanto, resultaba la única vía económica lógica para lograr ingresos por exportaciones que permitirían costear y sostener en lo adelante los programas sociales de educación y servicios médicos gratuitos y los demás saltos de justicia social que se habían dado para responder a las exigencias y expectativas históricas básicas y a las promesas hechas en el programa del Moncada, por las que el pueblo se había entregado de lleno a la lucha revolucionaria y sin lo cual no era posible mantener el consenso y el apoyo a la Revolución. Esos ingresos permitirían, además, cubrir las importaciones de los medios básicos e intermedios y los bienes de consumo necesarios para dar respuesta en general a los requerimientos de nuestra subsistencia y aspiraciones de desarrollo.
En la práctica se trataba de avanzar gradualmente desde los 3,9 millones de toneladas que se produjeron en 1963 (la zafra más baja de aquellos años), a razón de menos de un millón de toneladas por año, durante siete años, hasta llegar a los diez millones en 1970, de los cuales cinco millones eran para exportar a la Unión Soviética. En 1964 se hicieron 4,5 millones y en 1965 se produjeron 6,2 millones, lo que apoyó la verosimilitud de lograr el objetivo planteado: se había crecido a razón de más de un millón anual y restaba solo por aumentar cuatro millones en cinco años, a razón de 0,8 por año, teniendo además como precedente que bajo el capitalismo, en 1952, se había hecho una zafra de 7,3 millones de toneladas de azúcar con variedades de caña de inferior calidad, en cuanto a tiempo de maduración y rendimiento que las que se disponía ya a mediados de los años 60.
La extraordinaria movilización de personas de la ciudad hacia el campo, la gran concentración de recursos en los esfuerzos para lograr la meta planteada y la transferencia no siempre bien organizada de medios previstos y necesarios para otros destinos de producción y servicios, así como su uso vertiginoso y atropellado y determinadas medidas tomadas en la dirección y gestión económica preñadas de subjetivismo y voluntarismo, trastornaron toda la vida económica y social del país, crearon grandes desequilibrios en el resto de la economía nacional y condujeron a esta en su conjunto a un significativo retraso.
No es posible determinar hasta qué punto la situación general creada al arribar a 1970 fue causada por la colosal concentración de esfuerzos y recursos en tratar de lograr los diez millones y hasta qué punto es imputable a la cuota de responsabilidad que tuvieron en ello la política y las medidas tomadas a partir de 1965 en la esfera de la dirección y gestión de la economía, y algunas otras metas de producción y consumo que sí fueron, en gran parte, peregrinas y descabelladas.
Menos en la producción de caña y de azúcar, casi todas las demás actividades de producción y servicios, con unas pocas excepciones, experimentaron un significativo estancamiento o retroceso en sus niveles de actividad y eficiencia.
El sector agropecuario, a pesar de que en los años 68-70 recibió anualmente cuatro veces más fertilizantes y dos veces más plaguicidas que en 1965, decayó en la agricultura no cañera y en la ganadería. La producción de viandas tuvo sus peores años en 1970 y 1971, y en 1975 todavía era inferior a la de 1966. La producción de vegetales solo en 1974 pudo recuperar el nivel de 1964 y la de frutas, en 1972 fue que recuperó el nivel de 1961.
La productividad neta del trabajo en general (a pesar de haberse producido la zafra más alta de la historia) fue, en 1970, 2% más baja que en 1965, y en las construcciones 44% más baja que en 1961. En la industria, decreció a 2,5% anual, en el transporte en 7,6% y en las comunicaciones 3,9% anual. (“Reconstrucción y análisis de las series estadísticas de la economía cubana 1960-1975” concluidas en 1977 por el INIE adjunto a la JUCEPLAN).
El noble y justo empeño de tomar por asalto el cielo del socialismo y el comunismo de manera simultánea y en tan breve lapso no pudo ser logrado por resultar demasiado utópico e idealista, en el impaciente intento de convertir en realidad los sueños de la Revolución, considerando equivocadamente que la voluntad, los deseos y las intenciones de los hombres pueden estar por encima de los hechos y posibilidades objetivas, como reconociera Fidel en su Informe al Primer Congreso.
Pero el impacto de la frustración no anonadó ni arredró a la dirección del país, que hizo un análisis realista y rápido de las experiencias tenidas e inició y orientó de inmediato un valiente, enérgico y decidido proceso de rectificación que desarrollar en los años siguientes, que no por rápido e intenso dejó de ser realizado como resultado de un detenido y profundo examen, en primer lugar, de lo sucedido hasta ese momento en el país.
Naturalmente, se tuvieron en cuenta también, como referencias, las experiencias que se conocían de los demás países socialistas, así como los criterios que varios autores y estudiosos de otros países habían escrito sobre la construcción del socialismo.
Todo ello fue sometido al análisis más riguroso que era posible en aquellos momentos, para tomar en cada caso lo que se entendiera útil y desechar lo que no lo fuera, sin lanzarse a una copia o calco burdo de ninguna experiencia ajena, sino partir de las propias, de todo lo bueno y útil que se había creado y acumulado, e injertarle lo que de las experiencias y criterios foráneos pudiera ser aplicable y adaptable a las condiciones concretas de nuestro país, en las circunstancias internas y externas de aquellos momentos y hacerlo, además, “con mucho cuidado y con un criterio más bien conservador”, como explicara Fidel en su Informe al Primer Congreso. Y —algo muy importante— sin que lo que se iba pensando, concluyendo y decidiendo estuviera subordinado a ningún compromiso económico ni ideológico con el CAME ni con ninguno de sus países integrantes, algo que ha sido característica esencial y permanente de la política y la conducta siempre soberana e independiente de nuestra Revolución, aun en momentos en que han estado en juego la vida y los destinos del país.
Los acuerdos con la URSS en aquellos años y el ingreso al CAME solo fueron una feliz coincidencia: representaron ciertamente muchas ventajas y crearon nuevas condiciones favorables para lograr, en lo económico, lo que se persiguió con la meta y el esfuerzo por los diez millones, manteniendo al azúcar como el producto líder de exportación.
El proceso de los 70 debe entenderse simplemente como una continuación de lo que había quedado interrumpido desde 1965 y como un intento de “escarmiento por cabeza propia” de los errores cometidos hasta 1970, y de crear, en lo interno, las condiciones complementarias que nos permitieran un aprovechamiento eficiente de los recursos que podríamos obtener del CAME, así como dar respuesta, de una manera realista y gradual, con producción y exportaciones suficientes, a lo que la nueva situación nos ofrecía.
Los años 70
Son de destacar los pronunciamientos hechos y las orientaciones dadas por Fidel desde el primer momento acerca de las rectificaciones y transformaciones que era necesario emprender. En fecha tan temprana como el 20 de mayo de 1970, durante la intervención televisiva donde informó que no se alcanzaría la meta de los diez millones de toneladas de azúcar, Fidel llamó
a un trabajo de fortalecimiento de la Revolución en todos los campos [...] Nosotros tenemos que volver a todas aquellas cuestiones planteadas cuando la crítica al sectarismo, cómo debe trabajar el Partido, qué son las organizaciones de masas, qué importancia tienen. Porque el Partido no es una organización de masas [...] Si convierten en una organización de masas al Partido, lo afecta, lo invalida, lo liquida en su calidad [...] hay que rectificar errores, orientar, definir, establecer el papel que corresponde en el socialismo a las organizaciones obreras [...] Hay que fortalecer el aparato político. El Partido no administra: orienta, dirige, impulsa, apoya, garantiza el cumplimiento de los planes de la dirección de la Revolución en cada lugar. Fortalecer el aparato administrativo, fortalecer las organizaciones de masas y, sobre todo, fortalecer al Partido.
En su discurso de ese año en la conmemoración del 26 de julio, Fidel expresó:
Habrá que tomar una serie de decisiones en la Dirección de nuestro Partido para, empezando por arriba, resolver algunos problemas de estructura. Ya no es posible dirigir la producción social simplemente con un Consejo de Ministros [...] Nuestro Comité Central debe tener a nuestro juicio no solo un Buro Político, debe tener el Buró de la Producción Social, instrumento político del Partido para coordinar la actividad de todas y cada una de las ramas administrativas.
En el discurso que pronunció el 23 de agosto por el X Aniversario de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), reiteró similares orientaciones y dijo:
Nosotros tenemos nuestras condiciones peculiares. Nosotros tenemos que buscar nuestras fórmulas, apoderándonos de la experiencia histórica, desde luego, utilizando toda la experiencia histórica que existe en el mundo y empleándola dialécticamente en nuestros problemas [...] cómo hacemos que las masas sean cada vez más partícipes del propio proceso y cómo hacemos para que las masas participen cada vez más en las decisiones [...] Ir reemplazando por procedimientos democráticos los procedimientos administrativos que corren el riesgo de convertirse en procedimientos burocráticos [...] Y esa es la idea, es el hilo que consecuentemente desarrollado puede tener las más grandes posibilidades a niveles de región, de ciudad, de provincia y de nación. Y son precisamente estos mecanismos adecuados para el funcionamiento de la democracia proletaria, para el encauzamiento de la energía de las masas.
Un mes más tarde, en el discurso por el aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), pronunciado el 28 de septiembre de 1970, explicaba que
las organizaciones de masas también entrarán en una nueva fase. Entrarán, entre otras cosas, en la importantísima y decisiva fase de la democratización del proceso revolucionario [...] El propio proceso revolucionario ha ido demostrando los inconvenientes de los métodos burocráticos y a la vez también de los métodos administrativos [...] Así cuando Partido y administración en algún sector o en algún punto en concreto han comenzado a identificarse inmediatamente se ven las consecuencias negativas.
Menos de un año después, el 1 de mayo de 1971, expresó:
No podemos caer en el idealismo de que porque queremos el comunismo y porque luchamos por el comunismo y porque la conciencia es un factor fundamental a desarrollar, creernos que ya tenemos la conciencia totalmente desarrollada, que ya tenemos una base material, que ya estamos en la sociedad comunista, que ya todos los hombres actúan exactamente igual por la conciencia. Realmente no es así.
Nosotros entendemos que cuando llegue la hora del Congreso de los Obreros de que hablábamos hoy, hay que tener bien elaboradas todas estas ideas y todos estos criterios para que la gente entienda qué se reparte gratuitamente y se debe repartir gratuitamente y por qué; qué no se debe repartir gratuitamente y por qué [...] Si nosotros, en la búsqueda del comunismo, marchamos mas allá idealistamente de lo que podemos realmente marchar, el resultado sería eventuales retrocesos [...] tenemos que comprender que estamos en una fase de tránsito, en la fase socialista de la Revolución, no en la fase comunista.
Desde comienzos de 1971 se inicia un proceso acelerado de creación de los sindicatos nacionales y, después, de preparación y discusión de las tesis que serían llevadas a la discusión final y aprobación en el XIII Congreso de la CTC, que se efectuó en noviembre de 1973 y en el que fue elegido como Secretario General el inolvidable líder de los trabajadores cubanos desde finales de los años 30, el compañero Lázaro Peña.
Entre los más importantes acuerdos de este Congreso están los del restablecimiento del pago por rendimiento, o sea, según la cantidad y calidad del trabajo realizado; de la normación del trabajo y la vinculación del salario a las normas aprobadas; del pago de horas extra y doble turno; de los descuentos por ausentismo no justificado; del control sobre los horarios de entrada y salida de los centros de trabajo; de los escalafones para la ocupación de puestos desocupados o nuevos puestos de trabajo, etc. Todas estas medidas habían sido absurdamente abolidas en los años 1966 a 1969.
También se acordó eliminar gradualmente los salarios históricos existentes e impedir que aparecieran nuevos y derogar una Resolución de finales de los 60 que concedía la jubilación con la totalidad del salario a los trabajadores de centros que fueran declarados Vanguardia en la emulación socialista. Así mismo se aprobó la eliminación de los salarios fijos y de varias gratuidades que se habían establecido, entre ellas el servicio de agua, los teléfonos públicos, la entrada a eventos deportivos y centros culturales, etc. Se definió, además, el papel de los sindicatos como organizaciones independientes, representantes de los trabajadores, que debían actuar como contrapartidas de la administración en todas aquellas cuestiones que afecten a estos últimos.
Lázaro Peña redactó la propuesta inicial y dirigió nacionalmente la discusión de las tesis aprobadas en aquel magno evento de la CTC, que constituye hasta hoy el congreso obrero más importante y trascendente de los celebrados después del triunfo de la Revolución.
En los días finales del mes de abril de 1972 —en vísperas de su partida a un recorrido por varios países de África y Europa que se prolongaría hasta finales de junio—, durante una reunión del Buro Político, Fidel dejó encargado a este órgano bajo la conducción de Raúl que fuera pensando en un plan de trabajo, para ser discutido a su regreso, con vistas al próximo Congreso del Partido, relativo a los tres temas siguientes:
  • La organización del partido.
  • La organización del Estado.
  • Una mejor planificación y dirección de la economía.
Este encargo, sumado a los planteamientos realizados en las intervenciones públicas arriba mencionadas y en otras de esos años iniciales de 1970 y 1971, dejan claro que Fidel y la dirección del país estaban dando pasos para rectificar los errores cometidos en el quinquenio anterior y retomando el hilo de las ideas, políticas y propósitos de institucionalización expresados por el Che y por el propio Fidel en el año 1965 (muy anteriores al ingreso de Cuba en el CAME ocurrido en julio de 1972) y que fueron interrumpidos por los factores anteriormente recordados.
El compañero Raúl de inmediato se dio a la tarea de organizar los trabajos que dieran respuesta a la encomienda de Fidel. En el mes de octubre de 1972 se presentó y aprobó el plan de trabajo y la estrategia a seguir con el siguiente orden de pasos a dar:
1) Delimitar, comenzando por el nivel nacional, los cargos y las funciones entre Partido y Gobierno.
2) Reestructurar y fortalecer al Partido.
3) Elaborar la propuesta y dar los primeros pasos con vistas a la reestructuración del Estado.
4) Elaborar una propuesta sobre el Sistema de planificación y dirección de la economía para ser discutido y aprobado en el Congreso del Partido y aplicado después de este.
El primer paso concreto se dio el día 24 de noviembre de ese mismo año cuando se reorganizó el Consejo de Ministros y se creó su Comité Ejecutivo, compuesto por varios vice primeros ministros, cada uno de los cuales atendía varios ministerios y sustituía a los hasta entonces Jefes de Sectores. Aunque para dichos cargos fueron designados los mismos compañeros que venían ejerciendo como Jefes de Sectores, ahora solo ejercerían funciones de gobierno y no tendrían ascendiente ni sobre el Partido ni sobre los Sindicatos de las aéreas administrativas que atenderían.
En enero de 1973 se aprobaron varios documentos conceptuales titulados “Estructura y funcionamiento del Partido y de sus órganos de dirección”, “Estructura, mecanismos de funcionamiento y vías del Partido para ejercer la dirección y el control del Estado y de toda la Sociedad” y “Sobre el Partido, el Estado, las organizaciones de masas y sus interrelaciones en el período de construcción del socialismo”, acompañados por un gráfico o esquema donde se trataba de explicitar dichas interrelaciones y la independencia relativa de cada componente, esquema al que algunos denominaron el “tridimensional”. Aquí se trataba de plasmar, en estructuras, organización y procedimientos concretos, cómo practicar y ejercer en los hechos el poder revolucionario y su hegemonía, dominio e influencia sobre toda la sociedad a partir de bases democráticas, descentralizadas y participativas.
Sustentado en dichos documentos, un primer paso fue la ampliación y constitución del Secretariado del CC el 7 de febrero de ese año como un órgano profesional del Partido que, apoyado en un grupo de departamentos especializados en unas u otras esferas de la economía y la sociedad en general, cumpliría las funciones que Fidel, en el discurso arriba citado del 26 de julio de 1970, había planteado debía desempeñar un nuevo órgano partidista que proponía crear y que en aquel momento tentativamente denominó Buró de la Producción Social.
Los contenidos fundamentales de los documentos aprobados en enero de 1973 arriba enumerados, acerca del papel, mecanismos y métodos del Partido, el Estado y las organizaciones de masas y de sus interrelaciones, aparecen expuestos en la intervención que hizo el compañero Raúl el 4 de mayo del mismo año ante los cuadros y funcionarios del CC del PCC, que se imprimió acompañada de un anexo en que se explican las diferentes acepciones y la comprensión con que deben entenderse en esos documentos los términos dirigir, controlar y orientar.
De la existencia, por un lado, de los vice primeros ministros y los ministerios y demás organismos estatales y, por otro, en paralelo, del Secretariado y los Departamentos del CC, surgieron preocupaciones sobre los paralelismos, interferencias y violación de fronteras entre las facultades de unos y otros con las consiguientes posibles o quizás inevitables injerencias y penetraciones en “el patio del vecino”. Estas preocupaciones fueron hechas llegar a la Dirección de la Revolución, en particular en una carta enviada por el compañero Alfredo Guevara.
Ello hizo que se profundizara sobre la cuestión, se elaboraran Reglamentos sobre cómo debían ser las relaciones entre los miembros del Secretariado y los vice primeros ministros, entre los departamentos del CC y los ministerios y, para orientar a todos al respecto, se elaboró y firmó finalmente por Fidel el 4 de mayo de 1973 un Comunicado titulado “Sobre las relaciones entre el aparato del CC y los organismos centrales del Estado”. En todos estos documentos adicionales quedaron suficientemente esclarecidos los papeles complementarios, pero diferentes, del aparato estatal y el partidista.
El establecimiento y reglamentación documentada de la separación entre Partido, Estado y organizaciones de masas, y sobre el papel definido y diferenciado de cada uno de estos elementos, así como las interrelaciones que debían existir entre ellos; la estructuración institucional del Partido, el gobierno y las organizaciones de masas, en particular en el movimiento sindical, que se configuró para asegurar en la práctica lo decidido conceptualmente y reglamentado por escrito y superar los males que en este sentido existieron en el quinquenio 1966-1970 y que fueron señalados por Fidel en las intervenciones antes referidas, representaron sin duda un extraordinario avance en relación con etapas anteriores.
Pero esos documentos están entre aquellos del proceso preparatorio del Primer Congreso del Partido que fueron engavetados, no tenidos en cuenta, olvidados, violados una y otra vez y que Raúl, en sus intervenciones ante el VI Congreso y la Primera Conferencia Nacional del Partido, en 2011 y 2012 respectivamente, aconsejó desempolvar y retomar, puesto que la separación entre Partido por un lado y Estado y gobierno por el otro, no se ha logrado en estos más de cuarenta años transcurridos. El Partido ha seguido administrando, invadiendo “el patio del vecino”, dándole razón a las prevenciones de Alfredo Guevara, planteadas en su carta de 1973, y continúa siendo una asignatura pendiente de aprobar por nuestro proceso revolucionario.
Como también continúa pendiente de practicarse de manera auténtica la independencia institucional y la democracia que deben tener en sus congresos y asambleas, y en su funcionamiento, las organizaciones de masas y asociaciones profesionales en general, en primer lugar los sindicatos, lo que igualmente aparece tratado en los documentos antes mencionados de 1973, en los que se plantea que el Partido debe dirigir y orientar el trabajo de estas organizaciones solo mediante los métodos del convencimiento, la persuasión y la influencia de la ejemplaridad de su militancia.
Reiteramos que todos los documentos mencionados, y los demás que se prepararon después en cumplimiento de las tres tareas encargadas por Fidel, fueron resultado de un estudio lo más profundo posible de todo lo que había sido dicho o escrito sobre cada uno de los asuntos por los dirigentes de la Revolución —principalmente Fidel, Raúl y el Che— y del examen y análisis de la literatura disponible vinculada, tanto de autores clásicos (no solo marxistas) como de recopilaciones comentadas, hechas en la mayor parte de los casos por autores occidentales.
En relación con el Partido y el Estado se estudió el concepto, clasificación e historia de los partidos políticos desde su surgimiento en Inglaterra en los siglos XVII y XVIII, la historia y enunciados de las principales doctrinas sobre la política y el Estado, los conceptos y prácticas leninistas, el Partido de Martí: su estructura y métodos de funcionamiento interno, lo escrito por Rosa Luxemburgo, León Trotsky y Antonio Gramsci. De este último se estudió, en particular, sus ideas acerca de la hegemonía, el poder y el dominio político de la sociedad: sus componentes e interrelación entre los mismos, etc.
Naturalmente, se estudió la experiencia de los países socialistas, en primer término lo planteado y practicado por Lenin en los pocos años en los que dirigió la naciente Revolución de Octubre, su insistencia en la separación más clara posible entre el Estado y el Partido y en el ejercicio de una amplia democracia interna en el funcionamiento de los órganos partidistas.
En relación con las experiencias más actualizadas, se tuvieron en cuenta principalmente las de la URSS, por ser la más antigua, y el patrón seguido por los demás países socialistas, y las de Bulgaria y la RDA, por tener un territorio, población y estructuras territoriales más cercanas a las nuestras: el primero, el menos desarrollado de los países socialistas europeos y el segundo, el más desarrollado.
A la hora de estudiar y analizar lo relativo a los sistemas de planificación y dirección de la economía se profundizó en todo lo que se había hecho y escrito por el Che y las experiencias del Sistema Presupuestario de Financiamiento, las polémicas que tuvieron lugar a su alrededor y, en particular, los planteamientos y escritos opuestos de Charles Bettelheim y de Oscar Lange.
Sobre la experiencia de la URSS y de su llamado sistema de Cálculo Económico, los estudios se concentraron en el período de la NEP, lo que Lenin escribió sobre la misma y también lo que escribieron Bujarin, Preobrazhenski, Trosky y otros economistas que participaron en las polémicas de aquellos primeros años.
De la etapa posterior, solo se repasaron algunos escritos de Stalin pero el análisis se concentró en las tesis y teorías sobre la Reforma Económica que se intentó aplicar a partir de 1965, defendida en lo teórico principalmente por Liberman y desde el gobierno por Kosiguin como Primer Ministro. En estos últimos escritos y en conversaciones con economistas y dirigentes soviéticos del momento se encontró un análisis crítico de todo lo que se había venido haciendo en la URSS en este terreno, lo que entendían que se había hecho mal y lo que se pretendía hacer para enmendar el camino. Se examinó con economistas y dirigentes de Bulgaria y de la RDA sus experiencias en la aplicación de dicho sistema.
Como una tercera variante de Sistema de Planificación y dirección de una economía socialista a tener en cuenta como referencia se examinó con bastante detalle el sistema yugoslavo llamado de Autogestión.
Los órganos del Poder Popular
En relación con la tarea encomendada por Fidel de trabajar en la organización del Estado, a mediados de 1973 se preparó un documento conceptual con propuestas concretas titulado “Proyecto de estructura, mecanismos de funcionamiento y líneas de subordinación del aparato del Estado” en el que se incluía la constitución de las instituciones representativas del poder estatal, que serían las que, en lo adelante, asumirían por delegación directa del pueblo mediante elecciones democráticas la soberanía de este, ostentarían en su nivel nacional de manera separada el poder legislativo, y a ellas se subordinarían, actuando por separado y con independencia el uno del otro, el poder ejecutivo o gobierno y el poder judicial. Hasta ese momento, por exigencias y necesaria ejecutividad emergente del proceso revolucionario en sus inicios y primeros años, todos los poderes habían estado concentrados en el Consejo de Ministros.
Este documento se aprobó preliminarmente en septiembre de 1973 y, para obtener información y ganar elementos de juicio de la realidad práctica concreta en municipios, regiones y provincias antes de someterlo a su aprobación final, se orientó realizar un estudio en la provincia de Matanzas, escogida por ser relativamente pequeña, contigua a La Habana y de fácil acceso y comunicación.
Con el apoyo y participación decisiva del Comité Provincial del Partido y de todos los organismos estatales presentes en la provincia, así como de las organizaciones de masas —principalmente los CDR, la ANAP y la FMC—, se realizó el estudio orientado, de una manera intensa, detallada y minuciosa al máximo, a partir de octubre de 1973.
Ya en enero de 1974 se disponía de información suficiente para someter la propuesta a la aprobación final de la dirección del país, lo cual aconteció el día 18 de ese mes y año. No obstante, los estudios de la provincia, región a región y municipio a municipio, así como el censo y mapificación de todos los CDR y de las organizaciones de base de la ANAP, continuaron hasta el mes de mayo para, sobre esta base, crear las circunscripciones electorales y demás condiciones que permitieran, durante un año, someter a experiencia práctica, antes de llevar a la aprobación del Congreso del Partido, los que serían en el futuro los órganos locales del Poder Popular (OLPP) del Estado cubano.
En este paso institucional —una de las creaciones más importantes de las realizadas en los años 70— se pone en evidencia, con total claridad, que no hubo un espíritu de calco ni tendencia a la copia mecánica de las experiencias de los países del CAME. En todos estos países, los candidatos a delegados y a diputados de los órganos de poder eran propuestos por el Partido y las candidaturas presentaban un solo candidato. En nuestro caso, nos apartamos totalmente de esa experiencia antidemocrática; los candidatos a delegados de los órganos de base del Poder Popular los propone directamente y los aprueba la población, en sus aéreas de nominación (que comenzaron siendo una por cada CDR o Base Campesina, y hubo casos en la experiencia de Matanzas de hasta 20 candidatos para elegir el delegado de una circunscripción. Actualmente pueden ser hasta ocho).
Esos delegados, elegidos por el pueblo —a partir de candidaturas con un mínimo de 25% de candidatos por encima de los cargos a decidir—, reunidos luego en Asamblea Municipal, serían los que elegirían a los delegados o diputados de los niveles superiores de Poder Estatal y en cada nivel siempre serían mayoría los delegados de base, elegidos directamente por el pueblo, ante el cual tienen el deber de rendir cuentas periódicamente, siendo además revocables sus mandatos en cualquier momento por decisión de sus electores.
Es difícil que exista una forma más democrática para la elección por el pueblo de sus representantes en los órganos de poder estatal ni tampoco mayor descentralización en la administración de los centros de producción y servicios que responden a las necesidades diarias más importantes de la población, pues se supone que los delegados elegidos, reunidos en asamblea, son los que ponen y quitan a los funcionarios y administradores que dirigen esos centros y, a través de ellos y junto a ellos, se abría la extraordinaria posibilidad de participar sistemática e institucionalmente en el gobierno por parte de las masas.
Las reglas que debían regir el funcionamiento de los órganos del poder popular para asegurar la democracia y su independencia de la tutela del Partido fueron planteadas y explicadas por el compañero Raúl el 22 de agosto de 1974 en su discurso en la clausura del seminario dado a los delegados elegidos en Matanzas para iniciar la experiencia de estos órganos. Lamentablemente estas reglas y este discurso, que nunca ha dejado de tener vigencia, también ha sido olvidado, engavetado y desconocido.
Los órganos del Poder Popular y sus delegados y diputados han perdido prestigio y autoridad ante el pueblo. Los delegados de circunscripción son impotentes para resolver los problemas de su circunscripción, para hacerse acompañar y obligar a los funcionarios y administradores, subordinados a la Asamblea de la que ellos son miembros, a que den la cara y respondan por su mala administración o expliquen satisfactoria y convincentemente lo que les impide cumplir con su trabajo o resolver los problemas planteados. Las asambleas de rendición de cuentas son, en gran medida, formales a las que los electores asisten cada vez menos. Algo similar ocurre con las asambleas de nominación de candidatos.
Resulta poco atractiva la repetida unanimidad de los diputados a la Asamblea Nacional que no tienen la facultad de interpelar a los Ministros sino solo de “hacerles preguntas”, lo cual, por lo menos en los plenarios, casi nunca hacen. No sé si en los trabajos de las Comisiones preparatorios de las plenarias se manifiesta mayor diversidad de opiniones y actitudes más inquirentes.
Se han hecho cambios en el sistema electoral, pero se perciben como menos democráticos —aunque la elección de los delegados y diputados a los niveles de provincia y nación sea ahora directa— porque la nominación es hecha no por los representantes directos del pueblo (estos solo la aprueban), sino por una Comisión de Candidaturas designada por el Partido; porque las candidaturas son cerradas y la única posibilidad de elegir es mediante el voto negativo, y porque la posibilidad de los electores de revocar por iniciativa propia a los elegidos es impracticable.
Todo esto ha hecho que el carácter esencialmente democrático y descentralizador que se planteó en los años 70 al crearse los órganos del Poder Popular y las perspectivas que ellos abrían se hayan visto afectados con el tiempo, y el entusiasmo y confianza de aquellos momentos se han ido perdiendo.
Este es un terreno en el que se requieren cambios y una actualización en consonancia con el espíritu de los Lineamientos aprobados en el VI Congreso, y con los tiempos actuales.
En general, están pendientes cambios que hagan a nuestra democracia más evidente y participativa en todos los ámbitos y esferas de actividad: Partido, Estado, organizaciones de masas y asociaciones en general; en la prensa, en las empresas, etc., retomando, actualizando y desarrollando objetivos planteados desde el Primer Congreso del Partido y reiterados en pronunciamientos más actuales del compañero Raúl.
Nueva División Político Administrativa
Como parte importante del esfuerzo por crear las mejores condiciones para la práctica de la democracia, la descentralización, la participación de las masas y reducir el campo de acción del burocratismo, en julio de 1973 se constituyó una comisión, apoyada principalmente en el Instituto de Planificación Física, que trabajó en la propuesta de una nueva División Político Administrativa (DPA) para ser presentada en el Primer Congreso.
La DPA vigente hasta ese momento estaba estructurada en cuatro niveles de dirección: nación, provincia, región y municipio o seccional.
Existían seis provincias que presentaban una gran heterogeneidad entre ellas: por ejemplo, excluyendo a la capital, la provincia de Oriente tenía 36 000 km2 de superficie y 3 millones de habitantes mientras que la de Matanzas solo contaba con 10 000 km2 y 500 000 habitantes. La relación, por tanto, era de 4 a 1 en área y de 6 a 1 en población.
Entre las 58 regiones existentes, las diferencias eran de 11 a 1 en área y de 20 a 1 en población. En los 407 municipios constituidos las diferencias eran de 60 a 1 en área y de 150 a 1 en población.
En el proceso de trabajo de esta Comisión se tuvo en cuenta la experiencia de otros países socialistas, sobre todo los más pequeños. Se conoció que en la RDA, Polonia y Hungría existían cuatro niveles de dirección con más de mil municipios en la base, y que en Hungría, menor que Cuba, existían 20 provincias, en Bulgaria, 28, etc.
Pensando con cabeza propia, sin menospreciar las experiencias ajenas, se decidió eliminar el nivel de región y que solo existieran tres niveles: el central, 14 provincias y 169 municipios —más el municipio especial de Isla de Pinos
Con la nueva DPA, finalmente aprobada en el Congreso y aplicada en 1976 y 1977, se logró una mayor homogenización entre las provincias y municipios entre sí, atendiendo a su geografía, territorio, población, actividad económica, tradiciones, redes viales, migraciones, etc., lo que permitió un mayor acercamiento físico de la población a los centros de dirección y la posibilidad de un mayor dominio por estos de la situación y los problemas de dicha población.
Además, al disminuirse en uno y pasar a ser solo dos los niveles de dirección y administración existentes entre la base y la nación, y estar constituidos dichos niveles por los OLPP elegidos por las respectivas comunidades, y disponer de una autoridad y unas facultades descentralizadas y de recursos que antes no tenían, debía producirse, en consecuencia, una más directa vinculación de la dirección con la base, facilitando una comunicación más ágil y mejor conocimiento de las situaciones, adoptar decisiones más rápidas y ejercer un mayor control en su ejecución, a la vez que se hacía posible reducir el personal burocrático (dirigente, técnico, administrativo y de servicios) existente en el país del cual, si se excluían las entidades productivas y de servicios de base, 38% se encontraba trabajando en el nivel de región, incluyendo los aparatos de dirección del Partido, la UJC y las organizaciones de masas.
Lamentablemente, sabemos que no ha ocurrido así, por lo menos en la medida de lo esperado y que, luego quizás de un momento inicial de logros y avances, se fue cayendo cada vez más en la rutina, la indolencia y el burocratismo en sus diversas manifestaciones.
Entendemos que en las experiencias que se desarrollan en las nuevas provincias de Artemisa y Mayabeque se está tratando de rescatar las viejas vías y de explorar otras novedosas para resolver estos males y retomar la esencia y los objetivos que estuvieron presentes en los años 70 y en los acuerdos del Primer Congreso del Partido, adecuados a las circunstancias actuales, y luego extender los resultados a todo el país. Ojalá se logren estos propósitos.
En cuanto al tercer encargo de Fidel, de mayo de 1972, relacionado con la planificación y dirección de la economía, por tratarse de la tarea más compleja desde varios puntos de vista y por considerarse que antes había que definir y decidir sobre las estructuras, funciones e interrelaciones del Partido, el Estado y la organizaciones de masas, no se acometió desde el primer momento, aunque sí se iniciaron los estudios y análisis preparatorios para cuando llegara el momento de implementarlo.
Fue en enero de 1973 cuando se circuló entre los miembros de la dirección del país un primer documento conceptual, que aportaba algunos elementos de juicio y referencias preliminares, pero aún sin hacer ninguna propuesta concreta sobre el Sistema de Dirección y Planificación que debería ser aplicado.
En ese documento titulado “Algunas cuestiones sobre la Economía Política del período de construcción del socialismo” se abordaban de manera resumida los siguientes temas principales:
  • Cuestiones fundamentales a tener en cuenta en un sistema de dirección de la economía.
  • Diferencias entre el mal denominado Cálculo Económico (centralizado y descentralizado), el Sistema yugoslavo de Autogestión, el Sistema Presupuestario de Financiamiento y el llamado Sistema de Registro aplicado en Cuba a partir de 1967.
  • Papel de las relaciones monetario mercantiles en el socialismo.
  • Qué entender por estímulos materiales y su utilización en interrelación con los morales.
  • Papel de los precios en el socialismo.
  • Leyes económicas objetivas ignoradas y/o violadas en los años 1967 a 1970 y sus consecuencias.
En mayo de 1973, la dirección del país orientó comenzar a trabajar en una propuesta concreta sobre el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía que se llevaría para su discusión y aprobación al Primer Congreso del Partido. No fue hasta comienzos de 1974 que se pudo comenzar los trabajos sobre este tema.
Para iniciarlos se plantearon 33 preguntas sobre diversos aspectos de un Sistema de Dirección de la Economía, a las que la propuesta debía darles respuesta. El primer documento que respondía a esas preguntas fue sometido a un bombardeo de críticas, dudas, observaciones e insatisfacciones entre los propios compañeros que habían trabajado en ello y la conclusión fue una nueva lista ahora de 103 preguntas a las que había que responder.
Cinco versiones de respuestas se hicieron sucesivamente, cada una de las cuales fue sometida a la crítica demoledora de “los abogados del diablo”, hasta que al fin se preparó una propuesta final que fue sometida a la consideración de la dirección del país y analizada y discutida en una reunión que duró 13 horas, los días 23 y 24 de enero de 1975, donde resultó preliminarmente aprobada para pasar al proceso de discusiones preparatorio del Congreso.
Se consideró que la propuesta respondía predominantemente a un sistema de Cálculo Económico intermedio entre su versión centralizada y su versión descentralizada, con determinados ajustes y con numerosos elementos que trataban de responder a cuestiones en las que había hecho énfasis el Che durante el tiempo que estuvo al frente del Ministerio de Industrias. (Véase discurso de Humberto Pérez, entonces Ministro Presidente de la JUCEPLAN —actual MEP— y Vicepresidente del Consejo de Ministros, pronunciado a nombre de la dirección del Partido y del Gobierno en la clausura del Congreso constituyente de la ANEC, el 14 de junio de 1979, en el que, sin dejar de reconocerse diferencias en importantes aspectos, se señalan y argumentan 14 puntos de coincidencia entre el SDPE aprobado en el Primer Congreso y algunos objetivos por los que luchaba el Che en el terreno de la economía).
En los Lineamientos para actualizar el modelo económico aprobados en el VI y más reciente Congreso del Partido, efectuado en 2011, y entre los mecanismos que se utilizan en la dirección y gestión de la economía en los últimos años reaparecen, naturalmente adaptados a las condiciones actuales internas y externas del país, y más desarrollados incluso, muchos de los criterios, mecanismos y fórmulas que aparecieron en los acuerdos del Primer Congreso del Partido relativos al SDPE y que se fueron aplicando durante el proceso de su implementación, interrumpida sin haber sido concluida a mediados de los años 80.
Entre estos criterios y mecanismos que actualmente se manejan y que estuvieron presentes ya hace alrededor de 35 años, aunque de manera mucho más conservadora, más limitada y a veces de forma incipiente o como intención malograda, se pueden mencionar, por ejemplo: la planificación como elemento principal para la dirección de la economía, junto a la utilización generalizada de las relaciones monetario-mercantiles en todas sus manifestaciones y teniendo en cuenta al mercado dentro de ciertos límites; el manejo de los precios, del crédito, de los bancos, del pago de salarios vinculado a los rendimientos en el trabajo, del presupuesto tanto a nivel central como a nivel de los órganos locales del Poder Popular; el énfasis en la descentralización de las decisiones y en el fortalecimiento de la autonomía económico-operativa de las empresas, la autorización a estas a vender libremente parte de sus producciones, recursos materiales en desuso y alquilar los ociosos, la libre contratación de la fuerza de trabajo, la facultad de formar fondos de estimulación a partir de la ganancia para usarlos a su discreción dentro de ciertos requisitos, la obligación de firmar contratos; el desarrollo del movimiento cooperativo en el sector agropecuario, de los mercados libres agropecuarios desde 1980; de los trabajadores por cuenta propia desde 1978, el Decreto Ley 50, de febrero de 1982, “Sobre asociación económica entre entidades cubanas y extranjeras en el país”, que amparaba la inversión foránea en empresas mixtas pero que solo se utilizó a partir de finales de los años 80 para crear las primeras empresas mixtas en el turismo; el intento en 1981 (finalmente no autorizado) de desestatalizar determinadas actividades de servicios para pasarlas a funcionar por cuenta propia o en forma de cooperativas, etc.
Sería absurdo asociar a un determinado compromiso ideológico, político o económico con algún país u organización extranjera o a un calco o copia mecánica, los razonamientos que llevaron en los primeros años 60 a varios economistas cubanos y extranjeros y a compañeros de la dirección del país (algunos sin ningún antecedente de vínculo ideológico o político con los países socialistas ni con los partidos comunistas) a defender el Cálculo Económico y a enfrentar las concepciones del Che. Igualmente absurdo sería hacer parecida asociación al hecho de que, actualmente, en cumplimiento de los acuerdo del VI Congreso del Partido, aunque sin reconocerles sus vínculos y parentesco con los años 70 y con el Primer Congreso, la dirección del país retome criterios y mecanismos de gestión económica para dirigir la economía que tienen coincidencia y/o antecedentes en los aprobados en aquel Congreso y que son bien vistos y defendidos de una u otra manera en estos momentos por muchos representantes de nuestras ciencias sociales.
¿Por qué considerar las decisiones de los años 70 y las acciones políticas y transformaciones institucionales ocurridas entonces, así como al SDPE acordado en el Primer Congreso y los pasos dados en el proceso de su aplicación en los años siguientes como calco y copia, resultado de un compromiso con la URSS y con el CAME y de una alianza interesada con la ortodoxia y el dogmatismo marxista, y no pensar que fueron simplemente concepciones y conclusiones, acertadas o no, a las que se llegó de manera independiente, como lo fue el pensamiento de los que defendieron el cálculo económico en los primeros años de los 60 y como lo han sido las ideas y los acuerdos del VI Congreso, tres momentos en diferentes tiempos en que han coincidido similares ideas?
Resulta de interés, por otro lado, tener en cuenta en las valoraciones que se hagan, lo que se deriva del examen de las estadísticas de la historia económica de nuestro país y las investigaciones y análisis que se han realizado de esa historia, por estudiosos calificados.
Desde 1959 hasta 2014, el único período de crecimiento y desarrollo es el de los quince años transcurridos entre 1970 y 1985, en el que se triplicó el PIB, a pesar de los errores e ineficiencias que ocurrieron en el mismo. Ya el quinquenio 1986-1990 fue de estancamiento y de algunos retrocesos; a partir de 1991 comenzó el Período especial y desde 1994 hasta 2014 ha tenido lugar una lenta recuperación y un lento crecimiento, con muchas altas y bajas, pero no una dinámica que se pueda calificar de crecimiento y desarrollo sostenido. (Ver, entre otros, el trabajo de Miguel Figueras titulado “Cambios estructurales para desarrollar la economía cubana” que encabeza el libro Economía cubana: transformaciones y desafíos,de la Editorial de Ciencias Sociales, 2014.)
Los crecimientos logrados en el período 1970-1985 se produjeron indudablemente, en primer lugar, por los excepcionales precios resbalantes para nuestros principales productos de exportación (azúcar, níquel y cítricos), acordados con la URSS y con otros países del CAME, indizados con el crecimiento de los precios promedio en el mercado mundial en los cinco años anteriores (precios CAME) del petróleo y de una canasta de algunos otros productos de importación. Ello se suma a los altos niveles de créditos a bajas tasas de interés recibidos de estos países. Pero no dejó de contribuir a ello la mayor eficiencia interna con que trabajó el país en ese período.
En esos quince años el crecimiento fue sostenido: el de los primeros cinco permitió recuperar, en general, los niveles máximos de producción y eficiencia que se habían alcanzado anteriormente, perdidos en el quinquenio 1966-1970. En el decenio 1976-1985 continuó sostenidamente el crecimiento en los principales indicadores económicos calculados a precios constantes de 1981, incluyendo los que medían la eficiencia con que se estaba trabajando. La productividad neta del trabajo creció ininterrumpidamente en el decenio 1976-1985 (menos en 1980 por la roya de la caña y el moho azul del tabaco), a un ritmo promedio anual de más de 4% y en el quinquenio 1981-85 lo hizo a más de 6%. A cuenta de la productividad se obtuvo más de 60% del incremento del Ingreso Nacional y en 7 de los 10 años del período la correlación entre el crecimiento de la productividad y del salario medio fue positiva. El coeficiente del consumo productivo respecto al Ingreso Nacional se redujo de 0,97 en 1975 a 0,90 en 1985.
En ese último decenio del período mencionado, las exportaciones — medidas a precios constantes— crecieron en 4,5% anual y fueron, en 1985, 60% superiores a las de 1975, mientras las importaciones crecieron a un ritmo de 2,5% anual y en 1985 eran solo 27% mayores que las de 1975. En el quinquenio 1981-85 las exportaciones en términos físicos crecieron cuatro veces más que las importaciones.
En el esfuerzo de esos años por aumentar las ventas al exterior se logró que los rubros de exportación, que al inicio del período eran los históricamente estáticos que sumaban solo unos 60, fueran aumentando de año en año, y en 1985 llegaran a 150. La venta de los nuevos renglones en ese año, solo en el área capitalista, ya significó ingresos por 150 millones de dólares. (Fuente: “Balances de la Economía Nacional 1975-1984” del CEE, noviembre de 1985 y Anuario Estadístico 1985, del CEE.)
No obstante, el incremento de los precios corrientes de importación del área socialista no vinculados a la indización, las relaciones de intercambio desfavorables en el comercio con el área capitalista, el extraordinario incremento de las tasas de interés en esa área, el recrudecimiento del bloqueo por nuestra participación en la guerra de Angola, así como determinadas decisiones de política económica no siempre acertadas y errores en la planificación que conducían a importar más de lo debido, anulaban en gran parte los avances que, en términos físicos, se estaban teniendo tanto en la producción como en la eficiencia, y la balanza comercial y de pagos a precios corrientes se manifestó desfavorable en varios de esos años. Pero ello no impidió el crecimiento y desarrollo alcanzados finalmente en la etapa 1970-1985 al que se hizo referencia.

Coincidencias históricas

Al llegar a este punto de nuestro recuento y valoraciones no podemos dejar de señalar coincidencias históricas en nuestro proceso que no somos capaces de explicar en estos momentos pero que, por resultar sumamente interesantes y tal vez paradójicas, ameritan el análisis de nuestros científicos en ciencias sociales. Como se ha visto, el período 1970-1985 en el que, según criterios bastante generalizados, predominó el pensamiento ortodoxo y dogmático, ha sido el único de crecimiento y desarrollo económico en los 55 años de nuestro proceso, mientras que el quinquenio inmediato anterior de 1966-1970 en que predominó el pensamiento heterodoxo, fue de retroceso y atrasos en nuestra economía. El quinquenio inmediato posterior (1986-1990), en el que reapareció y se reanimó el pensamiento heterodoxo y crítico, de nuevo fue un período de retrocesos en la actividad económica. Convendría un examen multifactorial profundo de esta paradoja para llegar a conclusiones fundamentadas que la expliquen.
Asimismo a la hora de valorar los años 70, además de las transformaciones y los elementos de juicio que se han recordado y explicado hasta aquí, se hace necesario tener en cuenta la importancia para la vida y el desarrollo del país que tuvieron y han mantenido otros asuntos trascendentales tales como la discusión y aprobación en referéndum de la primera Constitución de nuestro Estado socialista en 1976, que se mantiene vigente con las modificaciones realizadas en 1978, 1992 y 2002; la aprobación de la Plataforma Programática a la que Fidel calificó como la nueva bandera de lucha y guía de acción futura a enarbolar en aquellos momentos en sustitución del Programa del Moncada que se consideraba cumplido; la aprobación y ejecución del primero y segundo planes quinquenales de la Revolución; el comienzo de la elaboración, a partir de octubre de 1978, del primer plan a largo plazo a 15 años (denominado “Estrategia de desarrollo hasta el año 2000”) y las otras tesis y resoluciones que, aunque con insuficiencias, lastres y lagunas, trazaban políticas y directivas para todas las demás actividades de la sociedad aparte de las relacionadas con el Partido, el Estado y la economía.
Es de destacar, adicionalmente, en la práctica transformadora de esa década, la hazaña organizativa de haber logrado en solo año (1976) —después de un meticuloso período de preparación y creación de condiciones y a través de la ejecución rigurosa de un cronograma de 152 tareas nacionales con tiempos de cumplimiento predeterminados para cada una y eslabonadas entre sí como antecedentes y consecuentes unas de otras por el método de ruta critica— ejecutar simultáneamente las complejas tareas de la aprobación de la Constitución mediante un referéndum, la aplicación de la Nueva División Político Administrativa y, en correspondencia con ella, la elección y organización de los OPP, el traspaso a estos órganos de todas las empresas y actividades que debían administrar, la reestructuración de todo el sistema empresarial del país y de las estructuras del Partido, del gobierno y de las organizaciones de masas en todos los niveles, con los consiguientes traslados de recursos, cuadros y personal y, asimismo, la preparación de un plan económico elaborado por las empresas y demás entidades de la vieja estructura a sustituir, para ser ejecutado por las correspondientes a la nueva a partir de enero de 1977, sin que esta revolución y convulsión estructural y administrativa integral del país provocara trastornos de importancia en la continuidad de la marcha de las múltiples y diversas actividades.

Epílogo

Nunca antes, hasta los años 70, con sus transformaciones y acuerdos puestos en práctica en particular a partir del Primer Congreso del Partido, se logró una cobertura tan completa de líneas de acción definidas para todas las esferas de la vida económica, política y social del país, aunque algunas estuviesen salpicadas aún de dogmatismo: líneas apoyadas a la vez en organismos, organizaciones y procedimientos institucionales que trataban de “estructurar con la masa la conexión más adecuada de un conjunto de escalones, canales, represas y aparatos bien aceitados”, como pedía el Che en su carta a Carlos Quijano de marzo de 1965 y que permitieran marchar hacia el socialismo en un intento de identificación entre el Gobierno y la comunidad, no alcanzada hasta ese momento, con participación democrática institucionalizada, sistemática y descentralizada de la población en todas las decisiones más importantes del país y en las que debían responder en el día a día a sus necesidades más perentorias.
No creo que puedan caber dudas de que el proceso de institucionalización administrativa, estatal, política y económica desarrollado en esos años del siglo XX, alrededor del Primer Congreso del Partido, representó un salto de calidad en el quehacer de la Revolución y que, apoyado en condiciones externas relativa y parcialmente favorables, produjo efectos positivos en diversos aspectos de la vida social y económica del país, a pesar de errores cometidos y daños producidos en determinadas esferas.
A pesar de los errores; de las desviaciones en la aplicación de algunos de sus elementos; del olvido e incumplimiento de varios de sus propósitos y objetivos; del envejecimiento, deterioro y desactualización de muchos de sus componentes por el paso del tiempo y por los drásticos cambios del contexto externo, a partir de comienzos de los años 90, derivados del derrumbe del sistema económico internacional del cual Cuba formaba parte; de las tremendas conmociones y dificultades críticas del subsiguiente Período especial del que apenas nos estamos recuperando; y de otras múltiples vicisitudes acontecidas, muchos de los elementos institucionales establecidos en la década de los 70 e importantes postulados y acuerdos fundamentales del Primer Congreso en 1975 han trascendido a través de los años y hoy permanecen vigentes, como son los casos de la DPA, los OPP y la Constitución de la República, aunque, sobre todo los dos últimos, reclaman modificaciones, cambios, perfeccionamiento y actualización.
Por otro lado, lo acordado y establecido en aquellos momentos acerca del funcionamiento del Partido y de la separación entre este y el Estado vuelve a ser objetivo ratificado y renovado actualmente y exige también soltar lastres aún presentes y experimentar cambios y actualización. Asimismo, varios de los componentes principales que formaban parte del SDPE y de su proceso de aplicación, como hemos visto más arriba, han sido recogidos, actualizados, desarrollados y ampliados en los Lineamientos acordados por el VI Congreso del Partido y se manejan en estos momentos en la dirección y gestión de la economía.
Todo lo expuesto y razonado hasta aquí nos afirma en la valoración sobre los años 70 del siglo pasado y sobre el Primer Congreso que manifestamos en la introducción de este artículo y de ello se desprende también la consideración de que no se trata de un decenio perdido, y mucho menos negativo, en el que imperó el dogmatismo más rampante, sino de un decenio en lo fundamental creador y trascendente como ningún otro en la historia de nuestro proceso revolucionario desde 1961 hasta la fecha.
Actualmente, gracias a su lucha, firmeza, resistencia y obra internacionalista, la situación de Cuba en la arena internacional es mejor que nunca, las expectativas dentro de los procesos de integración de América Latina y el Caribe son más esperanzadoras que en cualquier otra ocasión anterior y el restablecimiento de relaciones con los Estados Unidos y las perspectivas de avanzar en su normalización abren un camino de riesgos de nuevo tipo, pero también de posibilidades, principalmente económicas, que hay que tratar de aprovechar avanzando internamente en la aplicación de los Lineamientos y creando las estructuras y mecanismos complementarios de encaje y asimilación que permitan extraer con eficiencia y audacia realista las ventajas de la nueva situación creada, neutralizando a la vez las trampas, emboscadas y peligros ideológicos, políticos y culturales.
El proceso de Actualización del modelo económico que se está implementando se ha enrumbado correctamente, aunque su marcha se siente y parece lenta, tal vez por la impaciencia de ver resultados lo más pronto posible, algunos de los cuales se esperaba estarlos viendo ya. Raúl ha reiterado la necesidad de avanzar “sin prisa pero sin pausa”, para evitar improvisaciones que generen “remedios peores que la enfermedad”. Hace casi cuarenta años, el 19 de diciembre de 1975, el propio Raúl, al referirse a la ejecución de las tareas que formaban parte del Cronograma aprobado por el Primer Congreso para dar cumplimiento a sus acuerdos, acuñó la frase “Ni lentitud de jicotea, ni corre-corre improvisado”. Vemos, pues, cómo a través del tiempo se enlazan, también en el terreno de las consignas, el presente de nuestro proceso revolucionario y el Primer Congreso del Partido.
A partir de la experiencia vivida y de lo ocurrido con importantes acuerdos y orientaciones de los años 70 y del Primer Congreso del Partido se hace aconsejable estar alertas para evitar que, con respecto a los Lineamientos y a las medidas para la Actualización del modelo económico, actualmente en proceso de aplicación, se vayan a producir engavetamientos, abandonos, tergiversaciones y labor de freno por negligencias, indolencias, falta de sistematicidad, inercias mentales que se resistan al cambio, como ha advertido Raúl, o también por falta de convicción en el camino decidido, o por determinados intereses personales que puedan imprimir un solapado “paso de jicotea” e intentar el desvío de dicho camino por temor a perder poder y posiciones.

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