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lunes, 22 de febrero de 2016

Cerrar el drenaje de capital de los países en desarrollo


NUEVA YORK – Los países en desarrollo se preparan para atravesar por una importante desaceleración este año. De acuerdo con el informe de la ONU Situación y perspectivas de la economía mundial 2016, el crecimiento de estos países solamente llegó a un promedio del 3,8% en el 2015 – la tasa más baja desde la crisis financiera mundial del año 2009 y que sólo se iguala, en este siglo, a la tasa del año 2001, que fue un año en el que primó la recesión. Además, es importante tomar en cuenta que la desaceleración en China y las recesiones profundas en Brasil y la Federación de Rusia sólo explican parte de la amplia caída del crecimiento.

Es cierto, la demanda descendente de la China con respecto a los recursos naturales (misma que da cuenta de casi la mitad de la demanda mundial de metales básicos) ha tenido mucho que ver con las fuertes caídas de estos precios, caídas que han afectado fuertemente a muchos países en desarrollo y a muchas economías emergentes en América Latina y África. De hecho, el informe de la ONU enumera 29 economías que probablemente se verán gravemente afectadas por la desaceleración de China. Además, el colapso de los precios del petróleo en más de un 60% desde julio de 2014 ha socavado las perspectivas de crecimiento de los exportadores de petróleo.

La verdadera preocupación, sin embargo, no es solamente la caída de los precios de las materias primas, sino que también las salidas masivas de capital. Durante el período 2009-2014, los países en desarrollo recibieron colectivamente una entrada neta de capital de $2,2 millones de millones de dólares, en parte debido a la flexibilización cuantitativa en las economías avanzadas, que empujó a sus tasas de interés a situarse en cerca de cero.

La búsqueda de mayores rendimientos condujo a inversores y especuladores hacia los países en desarrollo, donde las entradas de capital aumentaron el apalancamiento, elevaron los precios de las acciones; y, en algunos casos, apoyaron un auge de los precios de las materias primas. La capitalización de mercado en las bolsas de valores de Bombay, Johannesburgo, Sao Paulo y Shanghái, por ejemplo, casi se triplicó en los años posteriores a la crisis financiera. Los mercados de acciones en otros países en desarrollo también fueron testigos de un aumento espectacular y análogo durante este período.

Sin embargo, los flujos de capital ahora se está revirtiendo, tornándose negativos por primera vez desde el año 2006 y superando, en el año 2015, un nivel de salidas netas desde los países en desarrollo del orden de los $600 mil millones – más de una cuarta parte de las flujos de entrada que recibieron durante los seis años anteriores. Los mayores flujos de salida han ocurrido mediante canales bancarios, habiendo los bancos internacionales reducido sus riesgos crediticios brutos con los países en desarrollo en más de $800 mil millones el 2015. Es probable que salidas de capital de esta magnitud tengan efectos innumerables: puede que sequen la liquidez, incrementen los costos de los préstamos y de servicio de la deuda, debiliten las monedas, mengüen las reservas y conduzcan a la disminución de los precios de las acciones y otros activos. Habrá grandes efectos de reacción en cadena en la economía real, incluyendo daños graves a las perspectivas de crecimiento de los países en desarrollo.

Esta no es la primera vez que los países en desarrollo han hecho frente a los desafíos que representa gestionar capitales calientes procíclicos; sin embargo, las magnitudes en esta ocasión son abrumadoras. Durante la crisis financiera asiática, las salidas netas de capital desde las economías de Asia Oriental fueron sólo del orden de los $12 mil millones en el año 1997.

Por supuesto, las economías de Asia Oriental hoy en día son más capaces de soportar dichas salidas masivas de capital, debido a su acumulación de reservas internacionales a partir de la crisis financiera del año 1997. De hecho, la cantidad mundial de reservas se ha más que triplicado desde la crisis financiera asiática. China, por ejemplo, usa cerca de $500 mil millones de sus reservas en el año 2015 para hacer frente a las salidas de capital y prevenir la fuerte depreciación del yuan; sin embargo, China aún tiene más de $3 millones de millones en reservas.

La cantidad de reservas puede explicar en parte por qué enormes salidas de capital no han desencadenado una crisis financiera en pleno apogeo en los países en desarrollo. No obstante, no todos los países son tan afortunados de tener un gran arsenal.

Una vez más, se demuestra que los defensores de la libre movilidad de desestabilizantes flujos de capital están equivocados. Muchos mercados emergentes reconocieron los peligros y trataron de reducir las entradas de capital. Corea del Sur, por ejemplo, ha utilizado una serie de medidas macro prudenciales desde el año 2010, con el objetivo de moderar los pasivos procíclicos transfronterizos del sector bancario. Las medidas tomadas tuvieron sólo un éxito parcial, tal como los datos anteriores muestran. La pregunta es: ¿qué deben hacer ahora?

Los sectores empresariales en los países en desarrollo, debido a que aumentaron su apalancamiento con entradas de capital en el período posterior al 2008, son especialmente vulnerables. Las salidas de capital afectarán negativamente a los precios de sus acciones, empujarán hacia arriba sus ratios deuda-capital, y aumentarán la probabilidad de moratorias. El problema es especialmente grave en los países en desarrollo exportadores de materias primas, donde las empresas se endeudaron extensivamente, esperando que los altos precios de las materias primas persistan.

Muchos de los gobiernos de los países en desarrollo no aprendieron las lecciones de las crisis anteriores, mismas que deberían haber incentivado que se adopten reglas e impuestos que restrinjan y desalienten exposiciones a riesgos ligados a las divisas. Ahora, los gobiernos deben tomar medidas rápidas para evitar ser responsables de estas exposiciones. Los procedimientos de quiebra expeditos y amigables con los deudores podrían garantizar una rápida reestructuración y podrían proporcionar un marco para la renegociación de las deudas.

Los gobiernos de los países en desarrollo también deben fomentar la conversión de tales deudas a bonos ligados al PIB o a otros tipos de bonos indexados. Aquellos que tienen altos niveles de deuda externa pero que tienen reservas, también deberían considerar la recompra de su propia deuda soberana en el mercado internacional de capitales, aprovechando que los precios de los bonos están en caída.

Si bien las reservas pueden proporcionar cierta protección para minimizar los efectos adversos de las salidas de capital, en la mayoría de los casos no serán suficientes. Los países en desarrollo deberían resistirse a la tentación de elevar las tasas de interés para frenar las salidas de capital. Históricamente, las subidas de tipos de tasas de interés han tenido poco efecto. De hecho, las tasas de interés más altas pueden ser contraproducentes debido a que dañan el crecimiento económico, al reducir aún más la capacidad que tienen los países para cumplir con sus servicios de deuda externa. Las medidas macro prudenciales pueden desalentar o retrasar las salidas de capital, pero tales medidas, también, pueden ser insuficientes.

En algunos casos, puede ser necesario introducir controles de capital que sean selectivos, dirigidos a objetivos determinados y delimitados en el tiempo, especialmente para flujos de salida a través de canales bancarios. Esto implicaría, por ejemplo, restringir las transferencias de capital entre bancos matrices en países desarrollados y sus filiales o sucursales en países en desarrollo. Siguiendo el exitoso ejemplo de Malasia en el año 1997, los países en desarrollo también podrían suspender temporalmente todos los retiros de capital para estabilizar los flujos de capital y los tipos de cambio. Quizás este sea el único recurso que muchos países en desarrollo tienen para evitar una crisis financiera catastrófica. Es importante que dichos países actúen pronto.

Las opiniones expresadas aquí no reflejan los puntos de vista de las Naciones Unidas o de sus Estados miembros.

Traducido del inglés por Rocío Barrientos.


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