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sábado, 13 de febrero de 2016

Desmontando los mitos sobre la inflación y la creación de dinero.

AUTOR: Eduardo Garzón Espinosa
CATEGORÍA: Ideología, Moneda


Comienzo hoy un hilo de artículos en los que iré abordando poco a poco la relación entre la creación de dinero y la inflación, con el objetivo de rebatir muchos falsos mantras ampliamente extendidos y ofrecer explicaciones alternativas más serias que las que imperan en el imaginario colectivo.

1. Introducción

Da igual qué formación o edad tenga mi interlocutor; siempre que le pregunto su opinión por las consecuencias de crear dinero la respuesta es la misma: “eso provoca inflación”. Algunos lo explican con otras palabras: “el dinero pierde valor”, “aumentan los precios”. Los más atrevidos llegan incluso a mencionar la hiperinflación. Muchos lo dicen con pleno convencimiento: “está claro que es así”. Otros lo dicen con la boca pequeña: “se crea inflación, ¿no?”, como si tuviesen esa idea en la cabeza pero no supiesen explicar por qué están diciendo lo que están diciendo, como si fuese un axioma incuestionable, una verdad con la que han nacido y que no necesita ninguna demostración ni explicación.

Llevo un tiempo preguntando a amigos y conocidos por las consecuencias de crear dinero, tanteando así la opinión generalizada al respecto. No falla; da igual que la persona en cuestión sea joven o anciana, que sea economista o no tenga estudios avanzados, que sea de ciencias o de letras, que viva en una gran ciudad o en un pueblo rural; la idea que tienen es la misma: crear dinero es malo. Es impresionante lo extendida que está esta idea, y también la falta de crítica que tiene. Porque poner en cuestión este axioma, por poco que sea, supone inmediatamente ser tachado de ignorante o de loco. Pero lo triste es que esta represalia no es normalmente el resultado de un procedimiento científico, mediante el cual se abandona una idea por ser incapaz de explicar la realidad, sino que suele ser más bien un procedimiento pasional: no se produce ninguna contrastación teórica ni empírica, simplemente se trata de una reacción visceral que tiende a desacreditar a quien pone en cuestión que la creación de dinero sea algo malo per se. Es prácticamente una cuestión de fanatismo en vez de una cuestión de ciencia, aunque esté ligada a la misma.

A mí este asunto me recuerda siempre a otra falsa creencia ampliamente extendida que se repite con convencimiento pleno. Cuando pregunto a la gente: ¿qué pesa más, un kilo de paja o un kilo de hierro? La gente siempre me responde tajantemente (y normalmente con aires de superioridad, como si yo hubiese preguntado una chorrada): “¡Pesan lo mismo, hombre! Porque un kilo es un kilo, independientemente del material que sea”. Pero lo cierto es que en la pregunta no hay suficiente información como para dar una respuesta correcta. El kilogramo es una medida de masa, y en la pregunta se habla de peso, que es otra magnitud. El peso de cualquier cosa depende de su masa, de la gravedad que sufran en el lugar en el que se encuentren, y del fluido en el que estén inmersos. Si no hay fluido y están en la misma zona (por ejemplo, en la Luna), entonces un kilo de paja sí pesará lo mismo que un kilo de hierro. Pero si los materiales están, por ejemplo, en la Tierra, no pesarán igual, porque el fluido (atmósfera) afecta de forma diferente al peso de cada uno en función de su densidad (empuje de Arquímedes), haciendo que el kilo de hierro pese un poco más (un 1%) que el kilo de paja porque el aire empuja más hacia arriba a la paja que al hierro. Si alguien no lo ve, que se pregunte qué pesa más (en el planeta Tierra): si un kilo de hierro o un kilo de helio.

Sin embargo, hasta que no damos la explicación completa nos encontraremos a mucha gente defendiendo a capa y espada que un kilo de paja pesa lo mismo que un kilo de hierro. Pero esto es porque nos lo enseñaron así en los primeros años de educación básica, y desde entonces interiorizamos esa enseñanza como una verdad incuestionable, de forma que nos llevamos las manos a la cabeza cuando alguien pone en cuestión esa verdad. Lo que decía: fanatismo disfrazado de ciencia. Lo mismo que ocurre hoy día con la inflación.

Desgraciadamente yo también contribuí a esta forma de fanatismo en cierta manera, antes de comenzar mis estudios en economía y, sobre todo, mientras los realizaba en la Universidad de Málaga.

Todavía recuerdo nítidamente cómo, siendo yo muy jovencito, pregunté a mi padre –profesor de geografía e historia en un instituto público– por qué las pesetas de su época tenían más valor que las de mi época. No entendía por qué él siendo joven podía comprar con 1000 pesetas muchas más cosas que yo con 1000 pesetas. Su respuesta no fue muy completa, ya que al fin y al cabo él no tenía muchas nociones de economía y porque yo no necesitaba una respuesta compleja, pero vino a decirme dos cosas importantes. La primera fue que eso era normal en una economía, que el dinero siempre pierde valor con el paso del tiempo. La segunda fue que la pérdida del valor dependía sobre todo de la ley de la demanda y la oferta: “se valora más lo que es más escaso, por eso los diamantes valen mucho, porque hay muy pocos, y por eso la arena no se valora, porque hay mucha. Ahora hay más pesetas que cuando yo tenía tu edad, y por eso valen menos que antes”. Aunque no lo dijo explícitamente, la famosa idea estaba latente: si creas más dinero, éste acabará perdiendo valor. El ejemplo de los diamantes y la arena era muy intuitivo, era difícil no acabar convencido.

También recuerdo la primera vez que me hablaron del suceso que seguramente más ha contribuido a extender el axioma de marras por todas las cabezas de economistas y no economistas: la hiperinflación alemana de los años 30. En la asignatura de historia de educación secundaria el profesor nos relató el horror que les supuso a los alemanes de la época tener que enfrentarse a un incremento desorbitado y acelerado de los precios, y cómo, por ejemplo, para comprar una barra de pan tenían que utilizar ingentes cantidades de billetes. Aquel episodio conmovía a cualquiera, y era de agradecer que nos lo explicasen en clase de historia. Otro asunto muy diferente es que los profesores se animasen a identificar las causas (mejor dicho, a repetir lo que habían leído/oído) de ese brutal incremento de los precios: “el Estado alemán creó mucho dinero para poder pagar sus deudas y eso es lo que provocó la hiperinflación”. Una aseveración muy intuitiva y que casa con el mantra convencional pero que es falsa tal y como veremos más adelante.

Más tarde, en mis años de formación de economista descubrí que la idea de que la creación de dinero generaba inflación era un tópico transversal a casi todas las asignaturas. Se trataba de una verdad incuestionable tan evidente que no necesitaba ningún tipo de explicación, porque las cosas de sentido común no tienen que demostrarse. De hecho, en cinco años de carrera sólo escuché una explicación del fenómeno. El resto de innumerables veces que se repetía el tópico no vinieron acompañadas de ninguna aclaración ni justificación. Eso sí, la única explicación que me dieron me convenció.

Ocurrió en tercero de carrera en la asignatura de Política Económica. El profesor utilizó el famoso ejemplo del helicóptero del economista liberal Milton Friedman. Éste venía a decir lo siguiente. Llega a una localidad un helicóptero que comienza a tirar billetes sin parar y todos los habitantes los recogen de forma que ven incrementar notablemente su capacidad adquisitiva. Cuando estas personas van a gastarse el dinero comprando productos, puesto que las tiendas se ven desbordadas por tanta demanda y tanto dinero, los vendedores deciden aumentar los precios de sus productos para aprovecharse de la situación. “Si la gente tiene más dinero que antes podrán permitirse pagar más por cada cosa”, piensan. Esto extendido a toda la localidad tiene como resultado un incremento de la inflación (un aumento generalizado del nivel de precios). A este proceso algunos economistas lo denominan “riada monetaria”, y yo utilizaré también ese término. Como se puede ver, este ejemplo no es sólo intuitivo y fácil de entender sino que además ofrece una explicación mucho más realista y detallada del fenómeno que el ejemplo de los diamantes y la arena que se basa únicamente en una aplicación burda de la ley de la oferta y la demanda. ¡Por fin lo vi claro! Por fin creí entender los pasos que se producen entre crear dinero y que aumenten los precios. Esa explicación sí me parecía sensata y acertada. Y lo era porque ponía el foco en lo verdaderamente importante: en los agentes que establecen los precios. Pero esto es algo que abordaré más adelante.

Así que absorbí el ejemplo y comencé a utilizarlo yo también para explicar por qué la creación de dinero incrementaba los precios. Fui una víctima más de la pobreza analítica que impera en la teoría económica convencional. Una pieza más de un engranaje que ha difundido por doquier el falso mantra que nos concierne aquí.

Y así siguió siendo hasta que llegué al máster de Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid, donde el denso clima de espíritu crítico, el descubrimiento de nuevas visiones de la economía, y el contacto con formidables pensadores heterodoxos muy despiertos, comencé a poner en cuestión muchas de mis antiguas creencias. Con respecto a la creación de dinero y a la inflación me fueron surgiendo muchas dudas. Por ejemplo, no entendía por qué si los bancos privados crean dinero cuando dan un préstamo nadie dice ni escribe que eso crea inflación. Me resultaba demasiado sospechoso que la literatura convencional demonizara la creación de dinero cuando la realiza el Estado pero no dijese ni “mu” cuando la llevan a cabo los bancos privados. También me resultaba desconcertante que las élites gobernantes europeas se mostrasen tan temerosas de la inflación cuando en países como Japón llevaban más de 20 años intentando generar inflación sin éxito. Asimismo me parecía bastante casualidad que en un mundo dominado por la élite financiera acreedora y rentista hubiese tanto empeño en evitar precisamente algo que perjudica a los acreedores rentistas y beneficia a los deudores: un notable nivel de inflación. Igualmente me llamaba demasiado la atención que la mejor época económica de la historia en cuestión de empleo y crecimiento económico fuese precisamente aquella en la que los Estados creaban dinero sin demasiadas cortapisas, mientras que los peores años estaban caracterizados por políticas de austeridad neoliberales que limitaban sin sentido la creación de dinero.

En fin, todas esas dudas y sospechas fueron creciendo en el tiempo, y junto con todo lo que veía a mi alrededor y todo lo que aprendía de autores como Keynes, Minsky, Sampedro, Mosler o Tymoigne, fui conformando poco a poco mi propia teoría de la inflación y su relación con la creación de dinero. Una teoría que me permite impugnar con determinación muchas creencias ampliamente extendidas en la academia y fuera de ella, así como entender mejor cómo funciona el dinero y cuándo aparece o deja de aparecer la inflación. Paradójicamente ahora me dedico a refutar y a combatir las mismas aseveraciones que yo mismo contribuí a extender cuando fui víctima del mantra convencional. Y no es nada fácil, porque como venía diciendo antes la mayoría de personas (no sólo las economistas) tienen grabado a fuego en su mente que la creación de dinero genera siempre inflación. Y como les parece algo tan evidente y tan de sentido común (aunque sólo unos pocos sabrían explicar por qué supuestamente es así), miran con sorpresa y menosprecio a quien osa poner en tela de juicio ese axioma. Algo muy parecido a lo que le ocurre a cualquier persona que cuestiona que un kilo de hierro pese más que un kilo de paja, o a lo que le ocurrió a Nicolás Copérnico cuando osó decir que era La Tierra la que giraba alrededor del Sol y no al revés como todo el mundo pensaba porque era lo evidente a los ojos.

Por todo ello, y con el objetivo de rebatir ese falso mantra y ofrecer explicaciones alternativas más serias sobre la inflación y el dinero comienzo un hilo de artículos en los que iré abordando poco a poco el tema de una forma lo suficientemente sencilla para que cualquier persona –familiarizada o no con la ciencia económica– pueda entender mi punto de vista. Desprenderse de falsas aunque afianzadas creencias es más sencillo de lo que parece, siempre que haya predisposición a ello. Os animo a todos y todas a que lo probéis.

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