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miércoles, 13 de abril de 2016

Conceptualizando el modelo: los economistas, la política y el discurso del cambio.

Por Pedro Monreal, Cuba Posible

Cualquiera sea el significado que quiera dársele, la “conceptualización del modelo” parece captar la atención de la gente en Cuba cada cierto tiempo, para luego desaparecer de los titulares. No debería extrañarnos, pues se trata de un tema que se anuncia complicado. Después de todo, conceptualizar algo –lo que sea- es parcela intelectual de unos pocos. Para conceptualizar, si se hace en serio, se necesitan conocimientos específicos, experiencia, y tiempo para pensar, discutir y escribir. Por otra parte, desde la perspectiva de sus potenciales lectores, desentrañar un documento conceptual no parece ser una forma muy apetecida de emplear el tiempo libre.

En un sentido estricto, la “conceptualización del modelo económico y social cubano de desarrollo socialista” no representa un texto académico, sino un documento político enunciado en clave de ciencias sociales (1). A los académicos les correspondería proporcionar un compendio de conocimientos, en principio producido mediante el método científico, que es sometido a un proceso de certificación política antes de ser adoptado como un documento oficial.

Si de lo que se trata es de que la conceptualización sea un enfoque “más académico” de lo que ya está contenido en los “Lineamientos” aprobados por el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), entonces es posible identificar las proposiciones académicas que cabe esperar ver reflejadas en la conceptualización. Las razones para ello parecen obvias. En primer lugar, las conceptualizaciones normalmente no se improvisan. Los enfoques teóricos que sobre el tema puede hacer la academia cubana ya existen y son de conocimiento público. En segundo lugar, en las circunstancias específicas en las que funciona la academia cubana, el listado de académicos con capacidad efectiva para colocar sus ideas en la conceptualización está relativamente bien delimitado, a juzgar por una “pista editorial” que puede ser verificada fácilmente.

Construyendo el prisma teórico del cambio en Cuba

La evidencia disponible indica que no son muchos los textos producidos por economistas que trabajan en el país, que conceptualizan el modelo económico, social y político de Cuba de manera sintética e integradora. Basta con echar una ojeada a las publicaciones académicas del país, especialmente a las llamadas revistas “arbitradas” que validan estándares académicos de calidad. Cuando se analizan los textos que desde 2011 han sido publicados sobre “la actualización” en la revista Economía y Desarrollo de la Universidad de La Habana, que es la que marca la pauta en el tema, se observa rápidamente que hay muy pocos artículos que ofrecen una visión abarcadora y sustantiva sobre la conceptualización del modelo y, esencialmente, lo hacen tomando solo en cuenta la dimensión económica. Los ocho números de la revista que van desde el número 148 al 155, abarcando fechas de publicación entre 2011 y 2015, incluyen al menos 58 artículos que abordan temas de “la actualización”, la gran mayoría de una notable calidad, pero solamente dos de ellos parecen ser relevantes desde la perspectiva de la conceptualización sistémica del modelo.

El panorama de lo publicado se amplía considerablemente cuando se toman en cuenta las valiosas producciones del Centro de Estudios de Economía Cubana (CEEC) de la Universidad de La Habana –que curiosamente no cuenta con publicaciones “arbitradas”–, pero ello no modifica la observación antes hecha en el sentido de que los textos dedicados a la conceptualización integral del modelo son minoritarios. Similar conclusión puede extraerse de la revisión de los artículos publicados en la revistaTemas. Hay otros especialistas, incluyendo no economistas, que han publicado textos encomiables en diversos medios y con distintos formatos, pero que –en algunos casos– no constituyen conceptualizaciones abarcadoras del modelo y en otros casos han sido publicados en medios no “arbitrados”, lo que no significa necesariamente que sean textos con menos méritos, sino que no fueron sometidos al tipo de critica rigurosa de “pre-publicación” que normalmente debe hacerse para validar la excelencia académica del contenido de un texto. De hecho, algunos de esos trabajos han tenido amplia difusión y es probable que hayan tenido hasta mayor impacto que los textos académicos “arbitrados”. Quizás existan también otros economistas que han desarrollado conceptualizaciones del modelo que no están disponibles públicamente.

Sin embargo, es conveniente aclarar que siempre existe la posibilidad de que la conceptualización del modelo no sea realmente tan importante como pudiéramos pensar los economistas. ¿Puede transformarse un país sin que previamente se disponga de una conceptualización académica rigurosa del modelo que se intenta superar y del modelo al que se aspira? Mi respuesta es un rotundo sí. En realidad, no es imprescindible tal conceptualización científica previa y existen evidencias sobre esto en numerosas partes del mundo y en todas las épocas. En muchos casos, para poder desatar cambios sociales bastaría con disponer de una prefiguración ideológica del modelo al que se aspira. En la propia Cuba parecen sobrar los ejemplos.

En mi opinión, toda discusión acerca de la conceptualización del modelo debe comenzar con una doble nota de modestia de parte de quienes tienen capacidades para conceptualizar: primero, reconocer que las conceptualizaciones académicas sobre modelos pueden no ser muy relevantes para la transformación social; y segundo, admitir que los académicos no tienen respuestas adecuadas para todos los problemas sociales. Lo segundo no significa, obviamente, que otros actores políticos, individuos u organizaciones, en el poder y fuera del poder, puedan ofrecer tales respuestas.

Si he singularizado el trabajo de los economistas es fundamentalmente por el hecho de que la economía –y no otras disciplinas de las ciencias sociales o de las humanidades– resulta la que ha tenido hasta el momento un mayor protagonismo público en cuanto a la “actualización” del modelo. No considero que se trate de que la economía posea un supuesto mayor poder explicativo respecto a otras ciencias sociales. El factor crucial ha sido algo que quizás resulta obvio pero que es conveniente resaltar. La agenda académica de “la actualización”, incluida la conceptualización del modelo, se ha decidido en la esfera política y son esas decisiones políticas las que han definido el ámbito esencial de la conceptualización (la esfera económica como área prioritaria de reflexión), así como la fijación de los parámetros cardinales de la conceptualización: un modelo económico centralmente planificado y con predominio de la propiedad estatal, un modelo social con garantías de protección social universal y aseguramiento de servicios sociales gratuitos, y un modelo político unipartidista.

No se trata, por cierto, de una anomalía cubana. El hecho de que las agendas de investigación y la propia producción de evidencia científica sean esencialmente determinadas por factores políticos representa un amplio campo de investigación de los estudios sociales contemporáneos y son pertinentes para cualquier sociedad. Me parece conveniente, no obstante, llamar la atención sobre una particularidad que se observa en el caso de Cuba. La precisión hecha por el gobierno cubano acerca de que la conceptualización que se desea producir consiste esencialmente en proporcionarle una “empaquetadura académica” a una conceptualización que ya existía previamente en un documento político (los “Lineamientos”) expresa con nitidez las relaciones de causalidad que tienen lugar entre agendas políticas y académicas, pero es muy discutible tratar de reducir la función de la academia a darle lustre intelectual a documentos políticos. De hecho, tal reduccionismo es contradictorio con la propia práctica de las ciencias sociales del país, que además de contar con excelentes especialistas y con resultados notables en muy diversos campos, también dispone de variados mecanismos favorecidos por el gobierno para articular el nexo entre investigación científica y políticas públicas, destacándose entre esos mecanismos los programas nacionales de ciencia y técnica –incluyendo los relativos a las ciencias sociales y las humanidades- y el “modelo interactivo” utilizado por la universidades cubanas para conectar ciencia y sociedad, que en los últimos años ha experimentado un “giro territorial” que prioriza el desarrollo local (2).

El hecho es que la academia puede desempeñar –en determinadas circunstancias– un papel significativo en la política. No estoy pensando necesariamente en aquello que decía Keynes acerca de que “hombres prácticos, que creen que están bastante exentos de cualquier influencia intelectual, son, por lo general, esclavos de algún economista muerto”, sino más bien en la función que pueden tener los académicos, específicamente los economistas, en modificar los términos del debate político mediante una reformulación del discurso sobre el cambio. Utilizo aquí el concepto de discurso no en su acepción común sino como un sistema de pensamiento que desempeña un papel en los procesos sociales de legitimación y de poder. El discurso sobre un tema específico, digamos sobre la “conceptualización del modelo”, opera bajo reglas de exclusión, pues al definirse los temas sobre los que se quiere hablar, se puntualizan simultáneamente –explícita o implícitamente– los temas sobre los que no se desea discutir.

Esfera política y esfera pública

En materia de “conceptualización del modelo económico y social cubano de desarrollo socialista”, la esfera política ha estado proporcionando el contexto que pudiera definir la influencia del trabajo de una parte de los economistas cubanos. Cualquier posibilidad de influencia directa –por ejemplo, el reflejo de tal trabajo en un documento oficial sobre la conceptualización– dependería en alto grado de su sintonía con el discurso oficial sobre el cambio. Sin embargo, el trabajo de los economistas tiene un campo de influencia en la política (definida como actividad) y no solamente en las políticas (definidas como resultado de una decisión racional que pudiera estar informada por las ciencias económicas). Se trataría de una posible influencia indirecta, pues los economistas pudieran participar en la modificación del propio discurso político sobre el cambio, influyendo de esa manera en el contexto político que define la construcción de modelos.

No afirmo que tal cosa esté ocurriendo en estos momentos en Cuba; simplemente invito a considerar cuatro pilares básicos del discurso sobre “el cambio” que hoy predominan en el país. Primero, que “el cambio” no se concibe como una reforma sino a partir de términos sucedáneos –pero no equivalentes– como “perfeccionamiento” o “actualización”; segundo, la prioridad que se concede a alcanzar una correcta combinación de plan y mercado dentro de un sector estatal predominante; tercero, una animosidad esencial respecto a la propiedad y la producción privada, que solamente es tolerada en sus variantes de “trabajo por cuenta propia” y de inversión extranjera; y cuarto, la política concebida primordialmente como lucha por el poder.

Existen, al menos, dos problemas que justificarían la existencia de dudas razonables respecto a la utilidad de tal discurso a los efectos de promover un cambio positivo en Cuba. De una parte, las incongruencias que presenta respecto a una realidad social que lo supera. Para empezar, el área de propiedad más “vibrante” de la sociedad cubana es hoy el sector privado nacional, el cual crea nuevas oportunidades de empleo y de ingresos en contraste con un sector estatal extenuado que lo que hace es eliminar casi cien mil empleos anuales. La noción de que bastaría con modificar los “mecanismos” de una economía estatal centralizada para lograr el cambio que se requiere en Cuba no se encuentra avalada por la propia práctica de “la actualización”. La experiencia de los últimos cinco años no parece arrojar evidencia concluyente acerca de la posibilidad de combinar exitosamente la propiedad estatal y la coordinación del mercado.

Por otra parte, se trata de un discurso que es funcional a quienes desde la política se oponen a “la actualización” y a una posible reforma más amplia. Tal oposición, cuya existencia dentro del gobierno ha sido reconocida públicamente por el presidente del Consejo de Estado (3), puede hacer resistencia al cambio no a pesar de, ni en contra del discurso, sino apoyándose en ese discurso. En otras palabras, la única oposición política efectiva hoy para obstruir la búsqueda de un nuevo modelo parece estar haciéndose en Cuba desde posturas inmovilistas cómodamente instaladas en el discurso oficial. Esa oposición que se hace desde la propia matriz que ofrece el discurso predominante sobre el cambio no expresa simplemente una cuestión de diferencia de grados o de distintas preferencias en cuanto a los mecanismos, acentos y ritmos del cambio. El asunto es mucho más complejo.

La aplicación de procesos de cambio siempre deja tras de sí algo que algunos autores denominan un “residuo institucional”, es decir, un legado de conocimientos –extraídos de aciertos y de errores– que influyen sobre el tipo de compromisos y de pugnas que se producen en la esfera política. El discurso político sobre el cambio es usualmente una de las primeras zonas que tienden a modificarse en el contexto del “residuo institucional”. No puede afirmarse que sea el caso de Cuba hoy, pero existe la posibilidad de que para poder hacer avanzar el cambio en una dirección que permita resolver los problemas que “la actualización” no soluciona, quienes impulsan el cambio desde el gobierno pudieran necesitar una base política más amplia y más involucrada en el cambio.

Hasta el momento, la movilización del apoyo político ha descansado en procesos de consultas de documentos, pero pudiera ser que la continuación de esa práctica no logre ser suficiente para convencer a sectores de la población que probablemente se sientan decepcionados o que sean indiferentes ante esas formas tradicionales de consulta. Cuando se alcanza ese punto, la adopción de un discurso renovado del cambio pudiera ser un mecanismo para resolver el problema. Permitiría articular puentes entre los disímiles actores interesados en apoyar el cambio que viven en una Cuba que cada día es más diversa y contradictoria, pero que precisamente gracias a ello también ofrece mayor multiplicidad de soluciones potenciales. Intentar aplicar hoy una noción de la política como proceso de aprendizaje social y no solamente como lucha por el poder, es totalmente compatible con la aspiración de reformar el socialismo. La idea de que el cambio en Cuba no debe ser solamente un asunto de la esfera política y de sus actores tradicionales, sino que es una cuestión a decidir en una esfera pública fundada en un amplio debate ciudadano crítico, es compatible con una visión socialista y democrática del cambio.

Modificando “el contexto del contexto”

Una de las aristas de la transformación social es precisamente su complejidad, lo que implica que se trata de procesos con causalidades no lineales (un efecto puede tener múltiples causas y una causa no conduce mecánicamente a un efecto), pero sobre todo se trata de procesos impredecibles. La comprensión de sistemas sociales complejos como la economía, especialmente cuando se intenta modificarlos desde la política, requiere un discurso flexible apoyado en conceptos robustos desde la perspectiva de la complejidad, que sean capaces de dar cuenta de fenómenos que pueden evolucionar en direcciones inadvertidas. La flexibilidad del discurso también exige un margen para la coexistencia de interpretaciones múltiples que eviten que las discrepancias puedan obstaculizar o impedir el aprendizaje colectivo.

La “reforma” debería ser un concepto central del discurso sobre el cambio en Cuba, pues posibilita incluir en el análisis un espectro amplio de transformaciones que no deben ser descartadas a priori. Debe tenerse en cuenta que el uso del término “actualización” –que no es un concepto científico– introduce un alto componente normativo (reglamenta lo que debe hacerse) que restringe el rango de las posibles modificaciones que deben ser consideradas. Así, por ejemplo, una excesiva preocupación con establecer limitaciones puntillosas al funcionamiento del sector privado tiende a desviar la atención de la función positiva –y medible- que el sector privado está teniendo sobre el bienestar social y la estabilidad política del país, que son asuntos mucho más importantes que contabilizar el número de sillas de los restaurantes privados. A diferencia de ello, el concepto de “reforma” incluye la posibilidad de un espectro más amplio de cambios como pudieran ser transformaciones adicionales en la propiedad para que el país pueda alcanzar un pleno empleo de calidad. Esto último debería ser asumido como la prioridad número uno del país en el corto y mediano plazo. El discurso del cambio en Cuba debe ser estructurado esencialmente alrededor del trabajo y del trabajador.

Existen varios temas que deberían ser examinados a la luz de la renovación del discurso del cambio. Ese pudiera ser el caso de la noción de que el sector privado es compatible con una visión socialista de Cuba porque proporciona empleos, salarios y actividades socialmente útiles que principalmente benefician a la clase trabajadora del país. También sería pertinente valorizar en el discurso del cambio el papel del empresario privado nacional como un factor de estabilidad política del país. El trabajo de los científicos sociales, y en particular de los economistas, pudiera aportar la evidencia y el análisis que se requiere para renovar esos componentes del discurso del cambio.

Disponer de un discurso científicamente fundamentado y flexible sobre el cambio es, en mi modesta opinión, un instrumento de política pública más efectivo que una conceptualización de modelos. El primero facilita el tipo de perspectiva amplia que exige la transformación de sistemas sociales complejos; el segundo tiende a limitar tal perspectiva pues “la guía” que pretende facilitar puede estar desfasada de una realidad que se transforma muy rápidamente y puede ser estrecha en relación con las necesidades prácticas de hacer política en los marcos de una sociedad cada vez más heterogénea.

Los economistas pueden ser útiles para construir discursos pragmáticos del cambio social con menos zonas de exclusión que pudieran facilitar el diálogo entre la creciente diversidad de actores que hoy tiene la economía, la sociedad y la política cubanas. Probablemente eso tenga mayor utilidad pública que la actividad relativamente hermética de producir conceptualizaciones sobre modelos. A esa función pública del economista de enriquecer el discurso del cambio es a lo que denomino la posibilidad de contribuir a modificar “el contexto del contexto.”

Notas:

1. “La gran conceptualización de la actualización del modelo económico cubano ya está hecha. Son los más de 300 Lineamientos aprobados por el VI Congreso del Partido. Aunque hay que buscar un enfoque más teórico, más académico, esa gran conceptualización, en lo fundamental, está en los Lineamientos”. Ver Heriberto Rosabal, “Marino Murillo: El modelo cubano es socialista”. Cubadebate. 15 de octubre de 2013. http://www.cubadebate.cu/especiales/2013/10/15/marino-murillo-el-modelo-cubano-es-socialista/#.VwD1hdDLz3Z

2. Jorge Núñez Jover, Luis F. Montalvo Arriete. “La política de ciencia, tecnología e innovación en Cuba y el papel de las universidades”. Revista Cubana de Educación Superior. No.1 La Habana ene.-abr. 2015

3. “… el mayor obstáculo que enfrentamos en el cumplimiento de los acuerdos del Sexto Congreso es la barrera sicológica formada por la inercia, el inmovilismo, la simulación o doble moral, la indiferencia e insensibilidad”. Se hizo la precisión de que se trataba de una “resistencia burocrática”, es decir, a nivel de funcionarios públicos. Ver discurso pronunciado por Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros en el Séptimo Período Ordinario de Sesiones de l
a VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 1ro de agosto de 2011.

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