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viernes, 22 de julio de 2016

El shock venezolano y Cuba: crónica de una crisis anunciada.

Por Pavel Vidal Alejandro, Cuba Posible

Desde el fallecimiento de Hugo Chávez, en marzo de 2013, comenzaron a sonar las primeras alarmas sobre la sostenibilidad de los acuerdos económicos y financieros entre los gobiernos de Cuba y Venezuela. Luego, el menor respaldo y consenso político alrededor del nuevo presidente Nicolás Maduro, unido al estancamiento de la economía venezolana, llamaban aún más la atención sobre lo que podría suceder con la economía cubana si se veían afectados los acuerdos con el principal aliado económico. A finales del año 2014, tras la estrepitosa caída del precio del petróleo, ya el asunto solo parecía tratarse de una cuestión de tiempo, de estimar cuándo ocurriría la inevitable caída de estos flujos comerciales y financieros.   

A finales de 2015, el ministro de Economía y Planificación presentó un plan indicando que sería un “año tenso en la disponibilidad de divisas”. A su vez, el presidente Raúl Castro en su discurso explicaba que: “… no es menos cierto que se han generado desde este propio año 2015 afectaciones en las relaciones de cooperación mutuamente ventajosas existentes con varios países, en particular con la República Bolivariana de Venezuela…” Así y todo, el gobierno planificó un aumento del Producto Interno Bruto (PIB) de 2 por ciento para 2016.

Finalmente, en la sesión de la Asamblea Nacional en el mes de julio del presente año, se confirmaba que ya ocurre una contracción en los suministros de combustible pactados con Venezuela. El propio Presidente revelaba que para el segundo semestre del año 2016 la situación implicaba un ajuste significativo de gastos en la economía, recortes en la disponibilidad de combustibles para el sector empresarial y el incumplimiento de algunos compromisos de pagos internacionales, y que no se alcanzaría el crecimiento planificado del PIB. 

¿Cuáles serán los principales impactos del shock?

Ante estos anuncios, a la mente de los cubanos no viene otra cosa que los recuerdos de la crisis económica de inicio de los años noventa, conocida como Período Especial, y que se derivó como consecuencia de la caída del campo socialista y la desaparición de la URSS. Ello obligó al presidente Raúl Castro a afirmar, en la Asamblea Nacional, que el país no regresaría al Período Especial. 
  
La comparación del escenario que enfrentará Cuba a partir de este año con lo sucedido a comienzo de los años noventa, cuando tuvo lugar la crisis económica conocida como Período Especial, para nada es espuria. La vulnerabilidad ante la caída de los vínculos con Venezuela es muy parecida a la que existía en relación con la caída de la URSS. En ambos casos se ha tratado de relaciones formadas bajo acuerdos y alianzas políticas entre los gobiernos, con precios y condiciones financieras que distan de los estándares en los mercados internacionales. Por tanto, ello genera una vulnerabilidad adicional dada las características de esos flujos comerciales, financieros y de inversión, que resultan de muy difícil relocalización en otros países. Es decir, no se trata solo de perder el principal mercado, que ya de por sí es un choque tremendo para cualquier economía, sino que obliga al país a buscar nuevas formas de inserción en la economía internacional, y esto es algo que demanda tiempo y requiere una transformación productiva.

No obstante, en principio, el choque no será de la misma magnitud que el experimentado a partir del año 1991. El intercambio comercial con la URSS, como porcentaje del PIB, representaba casi el doble de lo que representa hoy el intercambio comercial con Venezuela. Por otra parte, el desplome del intercambio comercial con la URSS desde 1991 fue mucho más drástico que lo que sugieren las informaciones disponibles hasta el momento con respecto al caso venezolano. Hasta el momento, las cifras indican que el intercambio con Venezuela disminuirá alrededor de un 20 por ciento, debido a la reducción de los despachos de petróleo, porque se han detenido las operaciones de la refinería de Cienfuegos, y también porque ello implica una disminución de los ingresos por la exportación de servicios médicos (dado que existe un mecanismo de indexación entre ambos flujos).

Las estimaciones sugieren que, por ahora, no vendrá un nuevo Período Especial. Sin embargo, sí es muy probable que la economía entre en una recesión; es decir, que decrezca el PIB y obviamente ello tendrá un impacto negativo en los diferentes sectores económicos, el comercio externo, los equilibrios macroeconómicos, las finanzas internacionales y el bienestar de los cubanos. 

A continuación mostramos algunos de los pronósticos macroeconómicos bajo este escenario de reducción del intercambio comercial con Venezuela, en 20 por ciento, en el año 2016 (suponiendo que en el año 2017 no ocurra otra contracción en este intercambio) (1). El pronóstico se puede tomar como un escenario base del menor impacto; si Venezuela continúa reduciendo el envío de petróleo, los efectos entonces serían mayores.

El crecimiento del PIB quedaría muy cercano a cero o ligeramente negativo este año. Lo peor vendría el próximo año. En el año 2016 las empresas cubanas pueden atenuar el shock con los inventarios y los contratos que ya se han firmado con los proveedores, pero en el próximo año 2017 tendrán que hacer un ajuste mucho más grande de gastos. La caída del PIB en 2017 sería de 2,9 por ciento; sería la primera disminución del PIB en 24 años.

La agricultura y la industria sufrirán ambas una contracción, mucho más marcada en 2017 con registros de -9 por ciento y -7,3 por ciento, respectivamente. La agricultura tendrá mayor resiliencia que en el año 1991 cuando se contrajo un 23,9% por ciento, dada las transformaciones que se han aplicado en el sector; pero así y todo es un reglón que, al igual que la industria, sufrirá los recortes en los suministros de petróleo y las restricciones de divisas para adquirir insumos. El turismo, en cambio, seguirá creciendo y siendo una fuente importante de ingresos de divisas para el sector empresarial estatal y mixto, y para los negocios privados.

Se pronostica que la inversión caiga en una proporción similar a la registrada en el año 1991. Se puede esperar una contracción de 17 por ciento y 20 por ciento para los años 2016 y 2017. Ello se explica, en primer lugar, por los menores ingresos en divisas por exportaciones y por las mayores restricciones financieras. 

Dado que las autoridades tratarán de evitar hacer recaer el peso del ajuste en el consumo, las inversiones serían las más penalizadas. Sin embargo, la caída en las inversiones pudiera aliviarse parcialmente si el gobierno cubano comienza a dar luz verde a los proyectos de inversión extranjera que están pendientes de aprobación.

Se espera una disminución de las exportaciones corrientes mayor que de las importaciones corrientes (lo que tiene como trasfondo una caída en los términos de intercambio), por tanto se prevé un déficit en el balance comercial de bienes y servicios. En los últimos años el balance positivo de bienes y servicios en la balanza de pagos le ha servido al país para poner en orden sus compromisos financieros internacionales. Pero, un cambio de signo en este balance, pondrá en riesgo los pagos a los acreedores internacionales, el respaldo a las monedas nacionales y la estabilidad del sistema bancario. 
    
También se prevé un incremento del déficit fiscal como proporción del PIB, que pudiera superar el 9 por ciento en el año 2017. Este desequilibrio estaría lejos del déficit del 22,2 por ciento registrado en el año 1991. Por tanto, es probable un incremento de la inflación cercano al 10 por ciento en 2017. No obstante, ello implicará una disminución del poder adquisitivo de los salarios promedios, en similar o mayor proporción.

Las familias también se verán afectadas por una disminución del consumo de 2,8 por ciento este año y de 7,5 por ciento el año próximo, así como por un ligero aumento de la tasa de desempleo. En comparación con el año 1991, las familias hoy en día tienen fuentes de ingresos más diversificadas que le permitirán resistir mejor la crisis que a inicios de los años noventa; cuentan con remesas, con los ingresos derivados de las actividades vinculadas al turismo y con los ingresos provenientes del sector privado y cooperativo.
Sin embargo, hay una gran cantidad de familias (la mayoría), que aún mantiene una alta dependencia de los salarios estatales del consumo racionado de alimentos y de los diferentes subsidios. Y lo más preocupante es que hoy en día el valor real de estos ingresos se encuentra sumamente deprimido, representan una tercera parte del valor real que ostentaban en el año 1989. En consecuencia, existe una alta proporción de la población en situación de extrema vulnerabilidad ante la llegada de una nueva crisis económica. El reto, por tanto, para la política social, y en el orden político, será enorme para el gobierno cubano.

El antes y el después del shock.

Lo más llamativo es que este es un shock que se veía llegar. Se sabía que la crisis venezolana en algún momento tendría un efecto negativo sobre la economía cubana. Sin embargo, la dependencia comercial y financiera con Venezuela se mantuvo alta y no se ha hecho lo suficiente para buscar alternativas. 

Si bien la diplomacia cubana y su política exterior, se ha movido con rapidez y toma riesgos en el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos, en la firma de nuevos acuerdos con la Unión Europea, y en las negociaciones con el Club de París, la política económica no ha marchado al mismo ritmo; su rezago y excesiva precaución siguen sin ofrecer resultados y no ha preparado la economía para enfrentar el shock venezolano. 

La diplomacia cubana ha abierto nuevos espacios de integración internacional como alternativas a Venezuela, pero hasta el momento no se traducen en mayores flujos comerciales, financieros y de inversiones. Hay un gran interés internacional por Cuba, pero la burocracia sigue inmóvil y la preferencia por cambios graduales sigue dejando pasar importantes oportunidades.

El ajuste ante la crisis que se avecina se lo han dejado a un nuevo ministro de economía. Marino Murillo ha sido movido a su posición anterior de jefe de la Comisión de Implementación de los Lineamientos. En su lugar, se nombra a Ricardo Cabrisas, artífice de las negociaciones de la deuda externa cubana y persona más familiarizada con el comercio externo y la inversión extranjera que con los asuntos de política económica doméstica. En tanto, su aporte principal podría ser precisamente impulsar ambos elementos en momentos en que Cuba requiere buscar nuevas formas de inserción en la economía internacional.

Por ahora, la primera respuesta de la política económica al shock ha sido aplicar recortes en los gastos y en los suministros de combustibles, y fijar topes a los precios en los mercados agrícolas y en el transporte privado. La contracción de gastos es inevitable e indispensable para sostener los equilibrios macroeconómicos y financieros, pero deben acompañarse con cambios estructurales.

La peor respuesta sería aplicar solo recortes, conservar el lento ritmo de las reformas estructurales y esperar a ver si Venezuela vuelve a cumplir los acuerdos en el suministro de petróleo. En un horizonte de corto y mediano plazo, la salida de la crisis venezolana se ve con muchísimas complicaciones. Los analistas internacionales prevén una caída de 8 por ciento en el PIB de Venezuela en 2016, una inflación de 700 por ciento, una tasa de desempleo de 17 por ciento, un déficit fiscal de más del 20 por ciento del PIB y un déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos de más del 6 por ciento del PIB.

Las autoridades cubanas requieren acelerar y profundizar los Lineamientos aprobados en los Congresos del PCC y diseñar novedosos cambios a la luz del nuevo escenario internacional que enfrentará el país en los próximos años. En un entorno externo menos complicado, los Lineamientos han resultado insuficientes, se han quedado cortos en alcanzar la transformación productiva que requiere el país y las metas que se fijaron para el crecimiento del PIB. La confirmación de que Venezuela no podrá cumplir todos los acuerdos, y la agudización de su crisis económica y financiera, obligan a pensar y acelerar una nueva estrategia de inserción internacional para el país. Sin embargo, esta estrategia no está definida completamente ni en los Lineamientos, ni en los nuevos documentos aprobados en el pasado Congreso.  

La velocidad de la reforma nunca llegó a convencer; a muchos nos resultaba incompatible con la urgencia de cambios que vive el país después de más de veinte años cargando con las consecuencias de la caída del campo socialista y sin poder encontrar un modelo económico alternativo que promoviera progreso económico y bienestar. En muchas áreas de la economía se podían haber aplicado cambios más drásticos con grandes posibilidades de obtener resultados netos, suficientes y positivos. Si antes la velocidad de la reforma parecía excesivamente lenta, ahora ese ritmo resultaría un inmovilismo autodestructivo. 
   
De inmediato, las autoridades podrían comenzar por acelerar la aprobación de los proyectos de inversión extranjera pendientes, expandir la pequeña y mediana empresa y las cooperativas con nuevos tipos de licencias y participación de los profesionales, y con la apertura de un mercado competitivo y sin restricciones para el acceso a insumos y bienes de capital físico. La devaluación del peso convertible podría ser también una medida a considerar con vistas a sostener la competitividad del sector turístico, ayudar al ajuste de los equilibrios de la balanza de pagos y evitar un nuevo “corralito financiero” en los bancos cubanos. Asimismo, muchas otras propuestas de política y trasformaciones que han realizado los economistas cubanos y expertos internacionales, deberían revalorizarse en las nuevas circunstancias.

Es evidente que no se preparó de manera suficiente la economía para el escenario que se avecinaba. Toca ahora ver si las autoridades logran aplicar las medidas más inteligentes y audaces para amortiguar el shock, recuperar lo antes posible la senda del crecimiento económico, e insertar definitivamente la economía, de una manera sostenible, en los mercados globales. Si existe algún lado positivo en las difíciles circunstancias actuales sería que, al igual que en los años noventa, la crisis podría ser una oportunidad para sumar consensos hacia cambios estructurales más profundos y más acelerados. 


Nota

1. Los pronósticos se apoyan en modelos econométricos que estiman las relaciones entre un grupo de indicadores macroeconómicos en los últimos 30 años. Para más detalles de los pronósticos ver Cuba Standard Economic Trend Report, segundo trimestre, 2016.

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