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martes, 2 de agosto de 2016

Invertir el ahorro, o cómo sacar de donde hay un poco




Foto: Univisión.com


En el año 2014 los cubanos guardaron en cuentas de ahorro 22 mil 114 millones de pesos cubanos. En ese mismo año la variación en cuentas de ahorro fue positiva, creció en 3 mil 035 millones de pesos cubanos. Son los datos que aparecen en el Anuario Estadístico de Cuba de 2014.

No tenemos los datos de 2015, tampoco sabemos cuánto dinero de esa cantidad son cuentas en CUC, o en dólares estadounidenses o en euros. No obstante, si tenemos en cuenta que el valor a precios corrientes del Producto Interno Bruto de Cuba ese mismo año fue de 80 mil 656 millones de pesos, nos daremos cuenta de que la cantidad de dinero existente en cuentas de ahorro equivale a un poco más de la cuarta parte del PIB.

Todo ese dinero que está en cuentas de ahorro ordinario es un recurso que, bien usado, podría también servir para estimular nuestra producción nacional y generar más oferta, de bienes y servicios. En términos teóricos el problema estaría en convertir una parte de ese ahorro en inversión o –lo que es lo mismo– en lograr incentivos para que las personas o las empresas vayan al Banco y pidan crédito para realizar algún tipo de producción o servicio.

En teoría económica y de manera muy simplificada, cuando un país enfrenta un fenómeno de bajo crecimiento, las autoridades económicas deben crear incentivos para que los “agentes económicos” prefieran invertir, en el entendido de que la inversión significa compra de bienes y generación de nuevos empleos, y de esa manera se produce un incremento en la demanda y se estimula una dinámica virtuosa de la economía.

Convertir el ahorro en inversión –nos ha dicho la teoría keynesiana– es la mejor manera de superar las crisis y de hacer retornar a la economía a la senda del crecimiento económico. Le podríamos llamar políticas contra-ciclícas a diferencia de aquellas otras, llamadas pro-cíclicas que reducen la demanda, la inversión y contribuyen de esa forma a acentuar la crisis.

Aceptando que lo descrito más arriba está en extremo simplificado, que después de los años 70 nuevos fenómenos se sumaron a las prácticas económicas e hicieron más compleja y distante esa relación, aceptando incluso el hecho de que los incentivos tradicionales para que el ahorro se convirtiera en inversión (que los rendimientos obtenidos de la inversión fueran mayores que el interés devengado por esa misma suma en los bancos) incluso así, aquella idea básica de crear incentivos para la inversión permanece como una fórmula poderosa, en especial cuando los países como Cuba deben mirarse hacia adentro y encontrar recursos donde apenas los hay.

Cuba tiene condiciones diferentes a las economías para las que se escribieron las tesis keynesianas, pero convertir nuestro ahorro (en pesos cubanos) en inversión puede ser un pequeño motor que ayude a salir de la situación que hoy tenemos.


Hace poco leí sobre los esfuerzos del Banco Metropolitano por incentivar la “cultura crediticia” entre una parte de nuestros emprendedores, los tecnológicos.

No es un secreto que nuestra cultura crediticia es muy elemental, tampoco lo es que hasta hace muy poco apenas existía interés por obtener crédito del banco ni tampoco los incentivos para fomentar esa demanda eran los adecuados.

Ni siquiera en nuestro sector empresarial estatal la cultura crediticia es un recurso bien consolidado. De igual manera casi todos sabemos que una parte de la inversión que el sector privado cubano ejecuta actualmente es financiada con remesas, o con dinero propio, o con dinero de un “prestamista privado”.

A falta de datos más actualizados ilustremos con las cifras de 2015: en los primeros siete meses de ese año el sector privado solo utilizó 130 millones de pesos cubanos prestados por la banca nacional para invertir en sus propios negocios. Comparados con los 31 millones de 2014 el salto es incuestionable (419 por ciento). Supongamos ahora que, siguiendo el ritmo de la dinámica tan alta de este sector, en 2016 se crezca en la misma proporción. Tendríamos entonces que este año la Banca cubana le prestaría al sector privado unos 544, 7 millones de pesos.

Si la fuente de los créditos es una parte de las cuentas de ahorro existentes (digamos, el 60 por ciento de lo que las bóvedas bancarias guardan como ahorro ordinario) tendríamos unos 13 mil 268 millones como oferta de crédito. Suponiendo que se haya alcanzado la cifra del párrafo anterior, esos 544,7 millones prestados serían solo el 4 por ciento de la oferta.

Podríamos inmediatamente afirmar que es muy poco. Sin embargo, llamo la atención de que nuestra economía tiene déficit de oferta de bienes y servicios, y también padece restricciones financieras internacionales que limitan tanto la respuesta productiva ante una demanda creciente como la capacidad de importar.

Entonces, desde la perspectiva de las cuentas grandes, incrementar la demanda vía créditos sin una respuesta productiva adecuada puede conducirnos a mayores problemas que los que se intenta resolver con la concesión de créditos.

Es cierto que el sistema bancario cubano ha ido aprendiendo e introduciendo nuevos cambios para estimular la demanda de créditos. Se han simplificado los procedimientos en relación con los requisitos iniciales, se redujo el monto mínimo de 3 mil a mil pesos cubanos, no existen límites superiores para los créditos, se facultó a los presidentes de los bancos a conceder importes inferiores y plazos superiores a los diez años para la vigencia de los préstamos destinados a inversiones; además existen tasas de interés mínimas establecidas, se otorgan períodos de gracia de hasta doce meses para el monto principal del préstamo y los intereses, y también se ha permitido otorgar financiamientos a los trabajadores por cuenta propia, de 10 mil a 20 mil pesos, sin la presentación de garantías reales o prendas, sustituyéndolas por otras utilizadas en la práctica bancaria.

Otras facilidades que han sido incorporadas son la entrega (por el BPA) a los trabajadores por cuenta propia de hasta 10 000 pesos de crédito, asociados a una cuenta de ahorro en formación, donde la garantía son los ingresos generados por el propio negocio y la referida cuenta. También los bancos han habilitado oficinas y áreas especializadas para recibir a la población, incluidos los clientes adscritos al modelo de gestión no estatal, así como la ampliación del horario de atención al público en algunas sucursales (5 en todos el país, una en cada municipio de la Habana). El otorgamiento de créditos para el arrendamiento de equipos es también una modalidad incorporada.

En la provincia de Holguín se lleva a la práctica un proyecto donde gestores de créditos de BANDEC visitan a los trabajadores por cuenta propia para explicarle las ventajas de trabajar con el crédito bancario y hasta los ayudan para llenar las solicitudes.

Sin embargo, la respuesta desde el sector privado sigue siendo débil. En esa reunión de hace días entre funcionarios del Banco Metropolitano y los emprendedores tecnológicos habaneros, la asistencia de interesados estuvo alejada de lo que podría haberse esperado.


Gestoras del Banco Metropolitano intercambian con un cliente. Foto: José M. Correa / Granma.

¿Por qué la respuesta a la oferta de crédito es tan débil? Aventuraré algunas hipótesis, además de lo señalado más arriba, que sobre todo hablan de prejuicio, culturas heredadas e información incompleta, miedos no superados y ambientes de negocios no transparentes:


1- Todavía los “negocios privados” que requieren de un volumen elevado de capital son relativamente pocos. De hecho la existencia de una lista de empleos por cuenta propia muy concentrada en trabajos bastante elementales limita las necesidades de crédito.

2- Pedir crédito, si es un monto considerable, supone auto declarase “concentrador de riqueza”, algo políticamente mal visto.

3- Utilizar el crédito en los destinos solicitados, a veces enfrenta las dificultades de un mercado desabastecido.

4- No es posible utilizar el crédito para importar bienes.

5- Ante la existencia de un mercado negro de abastecimientos, pedir crédito supone entregar información del negocio que puede comprometer su propia existencia.

A ello habría que agregar un factor que impacta negativamente en la demanda de créditos: la dualidad cambiaria, que reduce el monto del crédito de forma drástica por la existencia de mercados de bienes dolarizados.

El esfuerzo desde el sistema bancario cubano ha sido plausible, sobre todo cuando la práctica en el mundo es crear instituciones de microcréditos y microfinanzas, casi siempre no bancarias. Esas entidades son las que impulsan microcréditos y servicios de microfinanciación, algo que va demostrando su necesidad también en Cuba; porque a pesar de los esfuerzos el uso de créditos bancarios por el sector privado aún está lejos de las potencialidades.

Pero no todo depende de los bancos cubanos, hace falta también crear “un ambiente de negocios” más adecuado.

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