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jueves, 27 de octubre de 2016

La ciencia no es un lujo




Foto: Granma

En su discurso al inaugurar el Centro de Inmunología Mo­lecular el 5 de diciembre de 1994 Fidel dijo: «Es un orgullo en pleno periodo especial inaugurar este Centro que no es un lujo, es una promesa de salud para nuestro pueblo y es una promesa de ingresos para nuestra economía». Lo dijo con un énfasis muy evidente, y lo escuchamos muy de cerca.

Esa advertencia enfática nos hacía ver que existían (y aún existen) compañeros que piensan que la ciencia es un lujo, un gasto improductivo, o al menos no inmediatamente productivo, que solo pueden permitirse las sociedades opulentas del norte, o los diletantes del sur ; o quizá algo relacionado con un distante futuro de lo que podemos ocuparnos «después».

Son muchos de ellos buenos cuadros, empeñados en defender la Revolución y en hacerle frente con gran esfuerzo, a las presiones económicas de la vida cotidiana. Las urgencias económicas llevan a algunos (por suerte para Cuba, no a sus grandes líderes) a desarrollar una visión de corto plazo. Siempre hemos vivido bajo presiones económicas urgentes, primero por la economía dependiente, y pobre que heredamos del capitalismo periférico, a lo que se sumó luego el feroz bloqueo norteamericano contra Cuba, después la desaparición de la URSS y el periodo especial, y finalmente las tendencias actuales de la globalización neoliberal. Pocos países han vivido bajo presiones económicas de tal magnitud y duración. Y como dicen algunos compañeros con visión cortoplacista, para tener un futuro, primero hay que trabajar para llegar hasta ese futuro. Se les puede comprender, pero esa comprensión no nos exonera de decir que están equivocados, y de explicar porqué.

Y he aquí cuatro razones, dichas de manera muy directa, sin matices, precisamente con el objetivo de motivar el debate:

1- No hay desarrollo económico posible sin inserción de la ciencia en la economía, no en nichos de excelencia, sino en toda la economía. En el mundo de hoy la producción de prácticamente cualquier cosa tiene un contenido de conocimientos y tecnología grande y creciente. Un componente esencial del desarrollo es el «valor agregado» de las producciones, es decir, la diferencia entre el valor de los insumos materiales y el valor final de lo producido. Esa diferencia la crea el trabajo, pero la función transformadora del trabajo depende cada vez más de los conocimientos y las tecnologías. Ningún país se desarrolla hoy produciendo mucho, con mucha gente y mucho esfuerzo, pero con escaso valor añadido.

2- Sin capacidad científica no habría tampoco capacidad de asimilar tecnologías foráneas. La capacidad de utilizar el conocimiento y asimilar tecnologías de origen externo está cada vez más vinculada a la capacidad de generar conocimientos y tecnologías propios. No estamos ya en el siglo XX. El reforzamiento de las conexiones de la ciencia con otros procesos económicos y sociales contiene fenómenos relativamente nuevos, difíciles de comprender con los esquemas mentales del pensamiento económico clásico. En este siglo XXI las tecnologías cambian mucho y rápido. Es la práctica de producir conocimiento nuevo (y esto es «la ciencia») lo que habilita a una sociedad para interpretar, adaptar, mejorar y asimilar el conocimiento que se genera en otros países.

3- Como país pequeño que somos, nuestra eficiencia económica depende de nuestra capacidad de insertarnos en la economía mundial, y eso solamente es posible con las palancas de la ciencia y la técnica. Es parte integrante de la defensa de la soberanía nacional. La palanca principal del crecimiento económico para Cuba no puede ser el tamaño de la demanda interna, como lo es para China, pues somos solamente 11 millones de cubanos. Tiene que ser nuestra inserción en la economía mundial; y esto no lo podemos hacer, como lo hacen los países petroleros por ejemplo, con recursos naturales que nosotros no poseemos. Nuestra inserción en las cadenas productivas transnacionales, y en los flujos mundiales de bienes, servicios y capitales habrá que hacerla con las palancas de la ciencia y la técnica.

Producir bienes de alto contenido tecnológico y valor añadido es poco rentable (con escasas excepciones) para la demanda interna de 11 millones de habitantes, por los altos costos fijos y de capital que tienen estas producciones. La disyuntiva es clara: o creamos capacidades para exportar productos de alto valor, o producimos bienes y servicios de escaso valor.

4. Sin una economía técnicamente desarrollada no es posible el Socialismo. Esta cuarta razón ha estado menos presente en nuestros debates pero es imprescindible traerla al centro. Ne­cesitamos ciencia y tecnología no solamente para desarrollarnos, sino también para que ese desarrollo sea socialista. El So­cialismo es una consecuencia objetiva del desarrollo de las fuerzas productivas. No era viable con las fuerzas productivas del siglo XIX, a pesar de la superioridad moral de la distribución socialista. Son las fuerzas productivas técnicamente avanzadas las que hacen imprescindible la socialización de la producción; y las que obtienen ventaja comparativa del contexto de educación, cultura y equidad social que solo puede provenir de la inversión presupuestada del estado socialista. Son las fuerzas productivas técnicamente avanzadas las que hacen inviable que sea el mercado la forma principal de relaciones entre las personas.

Una economía «de chinchales» enlazados por las fuerzas del mercado no sería solamente una economía más pobre, sino también menos soberana, y menos socialista.

Por eso tenemos que cuidar la ciencia, como cuidamos la salud, la educación y la cultura: siempre están en riesgo en periodos de dificultades económicas, porque la «racionalidad de mercado» no protege el largo plazo. Por eso tenemos que cuidar los recursos humanos que nuestro país ha creado en seis décadas de inversión social. Tenemos actualmente una de las tasas más elevadas de América Latina de doctores en ciencias con respecto a la población y necesitamos que esa fuerza pueda desplegar todas sus potencialidades.

Entonces el redespegue de la actividad científica y de la inversión en Ciencia, ciertamente e inevitablemente dañadas por el periodo especial y por el bloqueo, no es un lujo sino una urgencia. Tampoco es «teoría»: la centralidad de la ciencia para la construcción del Socialismo próspero y sostenible a que aspiramos tiene que reflejarse en el componente de ciencia y técnica de nuestros presupuestos anuales, y también en la estructura de costos de nuestras empresas; y gestionarse con instrumentos jurídicos y procedimientos concretos que incentiven, además de la producción eficiente de bienes y servicios, la producción eficiente de conocimiento autóctono, y sus conexiones con la economía y con el sistema educacional. Y no se puede evaluar el proceso con anécdotas. Los indicadores duros de porciento del PIB invertido en ciencia, producción de patentes y publicaciones científicas, formación de doctores, componente tecnológico de las exportaciones y otros, tienen que moverse. Y el Estado Socialista tiene que garantizar la direccionalidad del esfuerzo científico para que este respalde los objetivos y ejes estratégicos de nuestro desarrollo social y económico, que aprobamos en el 7mo. Congreso del Partido.

La buena noticia es que lo podemos hacer. Habrá que discutir mucho (y rápido) sobre los métodos concretos, pero lo podemos hacer, y el pueblo lo sabe.

A pesar de los emigrados geográficos y los emigrados mentales que andan por ahí, la masa grande y limpia de jóvenes científicos competentes, comprometidos con Cuba y motivados por su proyecto socialista, está presente, reclamando su puesto en la batalla. Y no son pocos.

Ellos responderán al esfuerzo social en ciencia con sus propios esfuerzos personales, como debe ser cuando se comprende que uno está implicado en las tareas grandes de la Patria. Eso nos dijo José Martí: «la razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería».

*Director del Centro de Inmunología Molecular

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