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miércoles, 14 de diciembre de 2016

La innovación no se traduce en una mayor productividad en la economía


El mayor problema de la economía es la falta de grandes ideas


Adriana Cabrera sostiene una órtesis de un brazo que se conecta al sistema nervioso del usuario. PHOTO: THEODORE KAYE PARA THE WALL STREET JOURNAL

Por GREG IP,WSJ

Todo parece indicar que estamos en una era dorada de la innovación. Todos los meses vemos adelantos en ámbitos como inteligencia artificial, terapia genética, robótica y aplicaciones de software. La investigación y desarrollo como porcentaje del Producto Interno Bruto está en el nivel más alto de la historia y en Estados Unidos, al menos, nunca habían existido tantos científicos e ingenieros como en la actualidad.

El problema es que nada de esto ha producido avances significativos en el estándar de vida de los estadounidenses.

Las economías se expanden al proveer más capital a una creciente fuerza laboral, como maquinaria, software y edificios, que luego combinan ese capital y esa mano de obra de manera más creativa. Este último elemento, que los economistas denominan “productividad total de los factores” captura el aporte de la innovación. Su crecimiento en EE.UU. alcanzó su punto máximo de 3,4% en los años 50, cuando adelantos previos como la electricidad, la aviación y los antibióticos tuvieron su mayor impacto. A partir de ahí ha caído paulatinamente y el promedio de la década actual es un patético 0,5%.

Al margen de la tecnología personal, las mejoras en la vida cotidiana han sido incrementales, no revolucionarias. Las casas, los electrodomésticos y los autos son muy semejantes a los de hace una generación. Los aviones no vuelan más rápido que en los años 60 y de los 20 medicamentos más recetados en EE.UU. ninguno llegó al mercado en los últimos 10 años.

El bajón de la innovación es una de las principales razones por la que los estándares de vida estadounidenses se han estancado desde 2000. En realidad, de no haber un vuelco, lo más probable es que el estancamiento continúe y ahonde la indignación que se ha apoderado de la clase media.


Las razones de este estancamiento son sujeto de un acalorado debate entre los economistas, pero hay varios factores en juego. Los obstáculos para transformar ideas en productos comerciables han aumentado. Los avances más fáciles de lograr en ciencia, medicina y tecnología ya se hicieron y los nuevos adelantos son más caros, complejos y susceptibles a error. La innovación es fruto de un proceso de ensayo y error, pero la sociedad se ha vuelto más reacia al riesgo.

No es un problema insoluble. Abunda el capital y empresas tradicionales se han aliado con emprendedores jóvenes para hacer apuestas de alto riesgo en rubros como los automóviles, los viajes espaciales y los drones. Además, algunas autoridades tratan de tolerar un mayor riesgo de modo que esta clase de apuestas rinda frutos.

Los economistas más optimistas recalcan que los adelantos revolucionarios pueden demorar años en transformar una economía. Tuvieron que pasar 40 años después de la introducción del bombillo eléctrico en 1879 antes de que la electricidad tuviera un impacto medible en el crecimiento de la economía estadounidense. Tuvieron que pasar unos 20 años después de la introducción de la computadora personal en los años 70 para que la tecnología de la información impulsara la productividad.

“Recientemente se ha observado un brote de innovaciones, especialmente en inteligencia artificial, que pueden dar resultados dentro de los próximos cinco a 15 años”, predice Erik Brynjolfsson, economista del Instituto de Tecnología de Massachusetts. “Es fácil imaginar que conforme estos avances maduran e invaden la economía, los efectos serán asombrosos”.


Sanofi, farmacéutica francesa, ha formado una alianza llamada Warp Drive Bio, con la ayuda de un profesor de Harvard para desarrollar medicinas. PHOTO: TONY LUONG PARA THE WALL STREET JOURNAL

No hay que olvidar, sin embargo, que al margen de la informática, los obstáculos a la innovación están aumentando y en ninguna parte eso se puede apreciar con mayor claridad que en la medicina.

En los últimos cien años, las vacunas, los antibióticos y el agua limpia derrotaron a los mayores asesinos de la humanidad. Pero la mayoría de las enfermedades comunes ya tienen sus tratamientos. “Ya no existe una razón comercial o científica para buscar más remedios contra la úlcera”, dice Jack Scannell, del Centro para el Avance de la Innovación Médica Sustentable de la Universidad de Oxford.

Lo que queda, advierte, son males como el Alzheimer, donde no hay una teoría útil del tratamiento. Scannell junto a otros autores estiman que la cantidad de nuevos fármacos aprobados en EE.UU. por dólar de investigación y desarrollo ha caído en la mitad cada nueve años entre 1950 y 2010. Las aprobaciones de medicamentos han aumentado, pero 40% corresponde a medicinas que atacan enfermedades que afligen a menos de 200.000 personas.

La innovación es resultado de un proceso de ensayo y error que, en ocasiones, mata personas. Los accidentes de avión, los derrames tóxicos y las crisis financieras condujeron a nuevas regulaciones que han hecho del mundo un lugar más seguro, pero incrementan los obstáculos para las innovaciones futuras.

Joel Mokyr, un historiador de tecnología de la Universidad Northwestern, define la innovación como un proceso desordenado que inevitablemente genera algunas reacciones negativas. “Pero siento que nos hemos vueltos más reticentes al riesgo; estamos menos dispuestos a aceptar la realidad de que las cosas pueden salir mal”.

Los aficionados y las fuerzas armadas estadounidenses operaron drones durante años, aunque no ofrecían muchas ventajas comerciales sobre las naves tripuladas. En la última década, sin embargo, el costo de un componente fundamental, el giroscopio que mantiene la estabilidad del vehículo, se desplomó puesto que empezaron a ser usados en los smartphones. Pero el uso de drones comerciales estaba prohibido, con algunas salvedades.

A petición del Congreso, la Administración Federal de Aviación de EE.UU. introdujo nuevas normas que todavía restringen la operación de drones, que tienen que permanecer en el campo visual del operador y por debajo de cierta altitud. Las limitaciones no sólo restringen su uso para fines comerciales por parte de empresas como el gigante del comercio electrónico Amazon.com, sino para fines que podrían salvar vidas. Los ferrocarriles, por ejemplo, tienen que inspeccionar regularmente sus rieles, túneles, puentes y señalizaciones, a menudo en territorios remotos. Es una labor peligrosa y que requiere mucha mano de obra. Los drones podrían ser una solución ideal.

Pese a los contratiempos, la innovación sigue adelante y, en algunos ámbitos a una velocidad extraordinaria, como queda de manifiesto en internet y los teléfonos inteligentes.


Exhibición de un fabricante japonés en el que niños interactúan con robots pequeños e instalan piernas alternativas hechas de alas. PHOTO: THEODORE KAYE PARA THE WALL STREET JOURNAL

Amazon.com Inc. impulsa la productividad de las cadenas minoristas casi por su cuenta. El banco de inversión J.P. Morgan calcula que el minorista electrónico promedio genera US$1,3 millones en ventas por empleado, comparado con US$279 en el caso de las tiendas físicas. Conforme la participación de mercado de Amazon se expande, la productividad de todo el sector repunta. La producción minorista por hora subió 3% en los últimos 12 meses, comparado con 0,8% para la industria en general.

El auge, sin embargo, tiene un lado menos halagador. Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos halló que el crecimiento de la productividad se ha acelerado en las empresas que denomina “de frontera”, las que usan los procesos y las tecnologías más eficientes, y ha disminuido en el resto. En otras palabras, la incapacidad de los rivales de cerrar la brecha con compañías como Amazon, Facebook y Google desacelera la productividad.

Frente a esta clase de obstáculos, ¿cuál es la solución?

Una alternativa es explotar el conocimiento en el extranjero. Históricamente, los países se han desarrollado al copiar las ideas de los ricos, como lo demuestra China. Ahora, el flujo de ideas puede ir en la dirección opuesta a medida que el volumen de investigación aumenta en China e India. Los reguladores, por su parte, tendrán que ser más tolerantes al riesgo, algo que ya ha empezado a ocurrir con los vehículos de conducción autónoma.

En mayo pasado, Joshua Brown, un residente del estado de Ohio de 40 años, falleció cuando el Tesla que operaba en modo de “piloto automático” chocó contra un camión. El incidente pudo haber desatado una ofensiva regulatoria que habría frenado el desarrollo de la tecnología. En su lugar, la Administración Nacional de Seguridad de Tráfico en las Carreteras emitió en septiembre normas no vinculantes para que las automotrices se cercioren de la seguridad de sus sistemas.

“Es muy distinto de nuestro modelo habitual”, señaló Anthony Foxx, secretario de Transporte de EE.UU. En esta ocasión, “estamos dejando espacio para que el sector establezca estrategias de seguridad que tal vez a nosotros no se nos hubieran ocurrido”.

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