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martes, 17 de enero de 2017

El crecimiento económico cubano no depende de Washington



Foto: Claudio Pelaez Sordo


Hace apenas unos días la académica Emily Morris publicaba un artículo en que sostenía que Cuba no se enfrenta a un fracaso, sino a un desafío. El desafío es la reforma monetaria. En su texto defendía además la tesis de que el gobierno cubano había esperado a una mejora de las relaciones con Estados Unidos para dar el paso, largamente anunciado, pero la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca enrarece esa expectativa. Atinada o no, la tesis tiene una racionalidad difícil de contradecir.

Lo que me interesa destacar hoy es el aprendizaje necesario que debemos hacer de la sucesión presidencial en Estados Unidos. Adelanto además que Cuba no es el país que más afectado puede salir de esta nueva realidad política norteamericana que pudiéramos llamar TRUMPVOLUTION (TRUMP- REVOLUTION, TRUMP-EVOLUTION, TRUMP-INVOLUTION). La marcada propensión proteccionista del casi ya Presidente pone nubes muy grises en el futuro de muchos países, en especial de nuestra región. Mientras su genética xenófoba, de la cual además hace alarde, convierte la vida de millones de personas en Estados Unidos y fuera de ese país en un quebradero de cabezas.

Para poner las cosas en orden histórico me siento obligado a decir, primero que todo, que el proceso de transformaciones que nuestro país ha venido experimentando en los últimos diez años antecede con bastante tiempo los hechos del Día de San Lázaro del 2014, cuando todos fuimos sorprendidos con la feliz noticia de que ambos gobiernos se habían puesto de acuerdo para intentar reconstruir una relación rota desde décadas atrás.

Pienso que este punto es importante, Cuba tenía su propio programa de transformaciones desde mucho antes. De hecho el esfuerzo transformador comenzó antes de que el programa de la actualización (Los Lineamientos…) saliera a discusión pública.

El programa de las reformas cubanas fue, en primera instancia, una respuesta a urgencias que necesitaban ser reconocidas primero y solucionadas después. Luego ese propio proceso hizo evidente que se necesitaba algo más que una alternativa a la coyuntura, que debería contar en lo fundamental con nuestro propio esfuerzo y resultado. Hoy en algunos segmentos de opinión e incluso en algunos estudiosos de Cuba (aunque debo aclarar que ese no es el caso del artículo de Emily Morris) ha crecido la visión de que el proceso de transformaciones estuvo siempre soportado en la idea de los posibles cambios en la política norteamericana hacia Cuba, algo estrictamente inexacto, en términos históricos.

Muchos creímos que, con un gobierno demócrata, nuestra preocupaciones y problemas podrían haber sido menos, aunque tampoco es posible asegurarlo de manera categórica. Que el camino para continuar este proceso de reconstrucción de las relaciones entre ambos países podría ser más fácil, también sonaba más creíble. Pero la opción demócrata no fue la que triunfó, y ya hoy, luego de los primeros nombramientos de su gabinete y de los primeros tweets del presidente electo, nadie duda que la incertidumbre y la duda serán parte consustancial de este nuevo gobierno. Nada podemos hacer para cambiarlo, así que aprendamos a vivir con ello.

Para lidiar con la nueva circunstancia remarquemos algunos puntos que la elección de Donald Trump nos hizo más evidentes:

Que debemos entender que las soluciones de nuestro problemas tienen que salir esencialmente de nosotros mismos.

Que no hay por qué reeditar situaciones de dependencia con grandes países o esperar a que nuevamente aparezca un asidero externo.

Que no hay manera de poder anticipar el día que dejaremos de ser un país bloqueado, por lo tanto, hay que incorporar a los Estados Unidos en nuestra ecuación de desarrollo como una constante con signo indefinido.

Que podemos aprovechar la oportunidad de diversificar aún más nuestras relaciones económicas internacionales y hacer mas fuerte y variada la presencia de compañías de diferentes países en Cuba, tanto para el comercio, como para la inversión.

Que de igual manera, debemos mejorar cualitativamente el rol de los agentes económicos internos, estatales y no estatales, y pensar en la economía nacional como un todo. Todavía recuerdo aquel eslogan de los inicios de los sesenta que decía “consumir productos cubanos es hacer Patria”. Pues bien, ahora debemos actualizarlo y decir “producir, exportar y consumir bienes y servicios cubanos es hacer patria”. Claro que para eso primero hay que producirlos y antes hay que incentivar a los productores.

Que debemos fomentar el salto tecnológico necesario desde una perspectiva de diversificación, para alcanzar el mayor grado posible de independencia tecnológica.

2017 es un año que viene difícil, pero tenemos fuentes de crecimiento insuficientemente aprovechadas. Por ejemplo:

1-Estamos muy lejos de las fronteras de productividad y eficiencia. Incluso con la tecnología que hoy tenemos, una buena parte obsoleta, tenemos todavía espacios donde avanzar y casi un 100% depende de cambios pospuestos o semidetenidos.

2-Estamos muy lejos también de aprovechar la inversión extranjera directa que ya funciona en el país, y aún más lejos de aprovechar el interés de tantos inversionistas extranjeros en Cuba.

3-Seguimos sin resolver adecuadamente los incentivos a la exportación, en parte por la distorsión cambiaria, pero en parte también por prejuicios que no han desaparecido: ¿Será negativo que quien contribuye al incremento de las exportaciones gane lo que merece? ¿Es obligatorio lidiar todavía con empresas que cumplen con esa condición kafkiana de ser rentables en divisas e irrentables en moneda nacional? ¿Por qué todavía tenemos que circunscribir el esfuerzo exportador a las empresas estatales, casi exclusivamente?

4-¿Por qué seguir desperdiciando recursos fiscales y salario en supuestas empresas estatales que solo lo son de nombre, como las llamadas cafeterías y restaurantes estatales? ¿Qué tienen de socialistas en realidad? ¿Qué tienen de medios de producción fundamentales, de estratégicos para el desarrollo del país o la seguridad nacional? ¿Quién frena su transformación en otro tipo de empresa? ¿Quién o quienes se benefician con ello y quienes están siendo perjudicados? ¿Acaso no es mejor destinar ese fondo de salarios a nuestros maestros primarios, por ejemplo?

Para solucionar una parte de estos asuntos no necesitamos que Donald Trump sea un presidente más asertivo con Cuba. Tampoco es imprescindible que levante el bloqueo. No olvidemos que, en uno de sus primeros discursos como presidente, Raúl Castro llamó a dejar de culpar al Bloqueo por las ineficiencias propias. Esa idea sigue siendo fundamental para los años inmediatos, empezando por este 2017.

Volvamos a pararnos frente a nuestro espejo, mejor aún, sometámonos otra vez a un scanner intenso, como en los primeros años del proceso de transformaciones empezado en 2011. Hay que cambiar todo lo que sea necesario. Hoy tenemos además la ventaja de seis años de aprendizaje.

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