Por José Luis Perelló Cabrera*
Especial para Firmas Selectas de Prensa Latina
Comprender el espacio geoturístico caribeño implica estudiar su complejidad desde la transdisciplinariedad. Los estudios cuantitativos no bastan para representar o caracterizar los fenómenos socioeconómicos que identifican este espacio insular donde veinticuatro países aspiran a convertirse en destinos turísticos internacionales, espejos de la globalización, con la esperanza de contar con el beneplácito de los grandes turoperadores internacionales y la aceptación de los llamados mercados emisores de turismo, que coinciden en ser los países que antaño colonizaron al Caribe, y actualmente, los más desarrollados del mundo.
El turismo internacional reactiva los patrones históricos de producción -los cambios de una plantación agrícola a una turística- e integra a los pequeños estados insulares del Caribe en una transnacionalización de la producción que genera la unificación y homogeneización de la subregión.
Estos espacios insulares convertidos en lugares turísticos subrayan la asociación creciente de varios objetivos: la oportunidad económica y la elección de un nuevo estilo de vida, trabajar al borde del mar, vivir en una isla tropical, trabajar y llegar a ser el “Otro”. Tales realidades van generando nuevas migraciones, que ya no responden solamente a una necesidad económica sino que están fuertemente motivadas por la voluntad de cambiar de estilo de vida.
Esos lugares turísticos se convierten en puntos estratégicos en los “bordes” de las regiones más ricas, dejando entrever rutas estrechas susceptibles de conducir al emigrante hacia los países ricos, emisores de turistas. Se asume la auto afirmación de la diversidad casi como un proceso de mimesis, solamente analizable desde la construcción de la Otredad. Los lugares turísticos caribeños están en el corazón de la movilidad: entre los flujos turísticos y las corrientes migratorias variadas y renovadas.
Los viajeros y los turistas, en sus excursiones, fotografías, historias y trabajos escritos, sugieren que miran en los mundos de los Otros una forma de situarse. Las oposiciones civilizado y primitivo, moderno y tradicional, familiar y exótico, y uno mismo y el Otro, han dominado el ámbito del discurso en las sociedades occidentales desde la era de las expediciones exploradoras (Galani-Moutafi. “The self and the other: Traveler, ethnographer, tourist”. Annals of Tourism Research 27(1), 2000).
Cuando hablamos de “Otros”, nos referimos a un tipo particular de diferenciación, de alteridad, que tiene que ver con la experiencia de lo extraño, lo foráneo, principio filosófico de "alternar" o cambiar la propia perspectiva por la del "Otro"; experiencia que remite a una cultura y sociedad concretas y se contrapone a la cultura propia. Es decir: para pensarse a sí mismas las culturas requieren de la presencia de un “Otro” diferente y diferenciado.
El término “alteridad” se aplica al descubrimiento de que “él” hace del “otro”, lo que implica una amplia gama de imágenes del otro, del “nosotros”, así como visiones múltiples del “él”. Tales imágenes, más allá de las diferencias, coinciden en ser representaciones más o menos inventadas de turistas, radicalmente diferentes, que viven en mundos distintos dentro del mismo universo.
Un aspecto central dentro de la construcción del Otro, en el contexto caribeño, es el turismo para las ínsulas, que representa la reproducción de relaciones heredadas de las colonias, recreadas y resignificadas en la construcción del Otro, del diferente.
La construcción de la Otredad en el espacio geoturístico caribeño ha sido referente importante en el análisis de los efectos del colonialismo y las alteridades derivadas de la colonialidad. Desde los años cincuenta, el martiniquense Frantz Fanon (Piel negra, máscaras blancas. Instituto Cubano del Libro. La Habana, 1968), hizo referencia al mundo dividido en dos: colonizados y colonizadores.
Los primeros, explicaba Fanon, habían sido construidos desde valores europeos universalistas que los consideraban un “Otro” despojado, ajeno, e insistió siempre en la deshumanización provocada por el colonialismo, que acarreaba fenómenos como el racismo, la violencia, la expropiación de tierras por parte de los colonizadores blancos europeos, convirtiendo a una parte de la población indígena, africana y autóctona, en los “Otros” -para los extranjeros-, a través de diversos mecanismos de poder y dominación. Los mismos eurodescendientes, que hoy recibimos en todas las ínsulas del Caribe, como turistas.
El Turismo actual se caracteriza por una interacción presencial, que es fundamental en la relación social dentro de las instituciones, las familias y amistades, para producir alianzas, mantener la intimidad y llevar a cabo encuentros placenteros entre el turista y el Otro. Varios estudiosos, como Olivier Dehoorne y Maximiliano Korstanje, han empezado a cambiar las distinciones tradicionales entre casa y fuera, lo ordinario y lo extraordinario, trabajo y ocio, vida cotidiana y vacaciones argumentando que, en tiempos de transnacionales, el turismo se mueve en lugares turísticos de forma menos obvia.
Como aspectos centrales en el estudio del turismo, desde la transdisciplinariedad, y que se vinculan con la construcción de la Otredad estarían:
»La búsqueda de la autenticidad por parte de los turistas y los procesos de mercantilización de las culturas, consumo de los lugares y reinvención de las tradiciones culturales a través de una relación étnica. Si la autenticidad se vincula con el pasado y con las sociedades más primitivas, entonces la industria turística puede producirla o rentabilizarla. Así, existe la paradoja que, mientras los turistas pueden ser atraídos a un destino por la autenticidad de la cultura, las poblaciones locales pueden modificar los rituales y otras prácticas culturales para adaptarse a las necesidades y las estructuras temporales del mercado turístico, mediante una autenticidad representada: la cultura como espectáculo.
»La dicotomía ordinario/extraordinario, donde los espacios turísticos e, incluso, los mismos turistas son concebidos como liminales (esto es, caracterizados por una cierta excepción de las normas sociales), marcando el viaje una clara separación entre lo cotidiano y lo excepcional. Esa dicotomía ha llevado al análisis de los aspectos rituales del turismo; es decir, de todo aquello que marca la diferencia entre lo ordinario (la casa, el hogar, el trabajo) y lo extraordinario (la calle, el ocio, el descubrimiento).
Esta diferencia lleva a formularlo en forma de ritual, marcado por la liminalidad. Al analizar el fenómeno del turismo de Cruceros en el Caribe, se observa que existe una licencia de comportamiento para los turistas, rebasando las normativas y las fronteras inter-raciales. Para los turistas, el viaje es interpretado como una trasgresión espacial, temporal, mental y sensual; el turismo es una transición/trasgresión de fronteras -tanto personales como sociales-, las cuales, por un lado, liberan al turista de ciertas normas y, por otro, acentúan la conciencia de los sentidos.
»La construcción del binomio anfitriones/invitados, considerando que los “anfitriones” (pasivos) son impactados de diferente forma por el turismo, en ocasiones concebido como una suerte de neocolonialismo, planteando la disyuntiva acerca de si es una amenaza o una bendición.
Este es uno de los binomios dominantes en los estudios del turismo, concibiendo éste como un sistema formado por residentes y visitantes, cuya relación se regula por las leyes de la hospitalidad. En lo relativo al análisis de los impactos en los “anfitriones”, los estudios se centran tanto en los aspectos socioculturales del contacto (aculturación) como en las consecuencias sociales negativas del mismo (drogadicción, creación de guetos turísticos, prostitución, efecto de demostración, pérdida de valores).
Los análisis de impacto han sido profusamente criticados por concebir a las poblaciones locales como pasivas y meras receptoras de los impactos; por no incorporar cuestiones de clase o género; y por la escasa fiabilidad de los resultados de las investigaciones.
Junto al cuestionamiento de los análisis de impactos, el mismo binomio anfitrión/invitado ha sido criticado ya que idealiza y mitifica el encuentro, sin tener en cuenta las relaciones de poder que se generan, ni la introducción de la lógica capitalista en las interacciones, a la vez que se cuestiona el par “local/turista” como algo fijo y estático pudiendo adoptar, ambos términos, múltiples interpretaciones, sobre todo si incorporamos el fenómeno migratorio reciente.
La estrecha visión de los estudios turísticos ha conducido al desarrollo de trabajos enmarcados en la puesta en valor de elementos culturales nuevos y publicitados como tradicionales; el establecimiento de planes y programas para la gestión de líneas específicas de financiación que fomenten el turismo en territorios determinados; la institucionalización y espectacularización de festividades y celebraciones locales; el trazado de rutas, caminos e itinerarios que fracturan los territorios y recrean pasados míticos, o un sinfín de actuaciones que, impulsadas por los sectores públicos y privados, no han atendido a la continuidad en la producción de sentido cultural como fundamento necesario que estructure la dinámica social.
Después de los estudios económicos, las principales aportaciones en materia de turismo han sido los realizados por la sociología, la etnografía y la antropología; de ahí que el turismo sea concebido como un fenómeno sociocultural, y no precisamente porque se le relacione con lo que ha sido llamado por los demógrafos el movimiento masivo de personas, sino porque en su manifestación se observan impactos en diversos ámbitos de la vida de las comunidades donde éste se presenta y desarrolla.
ag/jp
*Doctor en Ciencias Económicas, Profesor Titular de la Facultad de Turismo de La Universidad de La Habana.
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