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sábado, 4 de febrero de 2017

Donald, la amenaza

Estados Unidos no puede aguantar mucho más una política exterior tan absurdamente beligerante


Durante los dos últimos meses, la gente sensata ha estado intranquila preguntándose para sus adentros si el Gobierno de Trump podía meternos en una crisis de política exterior, o incluso en una guerra.

Esa preocupación era, en parte, un reflejo de la adicción de Donald Trump a la grandilocuencia y la fanfarronería, que encajan a la perfección en Breitbart y en Fox News, pero no casan bien con los Gobiernos extranjeros. Pero también era el reflejo de una fría visión de los incentivos con los que se encontrará el nuevo Gobierno: a medida que los votantes de clase trabajadora empiecen a darse cuenta de que las promesas del candidato Trump sobre el empleo y la sanidad eran falsas, las distracciones exteriores resultarán cada vez más atractivas.

Daba la impresión de que el punto de ignición más probable sería China, el objeto de muchas bravuconerías trumpistas, y donde las disputas por las islas del mar de China Meridional podían convertirse con facilidad en incidentes armados.

Pero parece que la guerra con China tendrá que esperar. Australia está antes. Y México. E Irán. Y la Unión Europea. (Pero nunca Rusia).

Y aunque parte del belicismo del Gobierno pueda tener un componente de cálculo cínico, esta actitud parece cada vez menos una estrategia política, y cada vez más un síndrome psicológico.

El enfrentamiento con Australia ha copado la mayor parte de los titulares, probablemente por su insólita futilidad. Después de todo, Australia posiblemente sea el aliado más fiel de Estados Unidos en el mundo entero, un país que ha luchado a nuestro lado una y otra vez. Tendremos nuestras diferencias, claro está, como las tendrán dos países cualquiera, pero nada que deba afectar a la fortaleza de nuestra alianza (sobre todo, porque Australia es uno de los países con los que necesitaremos contar si se produce un enfrentamiento con China).

Pero esta es la era de Trump: en una conversación telefónica con Malcolm Turnbull, primer ministro de Australia, el presidente de EE UU alardeó de su victoria electoral, se quejó de que existiese un acuerdo para acoger a algunos de los refugiados que Australia ha albergado y acusó a Turnbull de enviarnos los "próximos terroristas de Boston". Y cortó la conversación de forma abrupta tras solo 25 minutos.

Bueno, al menos Trump no amenazó con invadir Australia. Sin embargo, fue justo lo que hizo durante su conversación con el presidente de México, Enrique Peña Nieto. Según Associated Press, al dirigente democráticamente elegido de un país vecino le dijo: "Tiene un montón de hombres malos [bad hombres] ahí abajo. No está haciendo lo suficiente por detenerlos. Creo que su Ejército tiene miedo. Nuestro Ejército no, así que podría mandarlo para allá a ocuparse del asunto".

Fuentes de la Casa Blanca aseguran ahora que esa amenaza —recuerden, Estados Unidos ya ha invadido México en el pasado, y los mexicanos no lo han olvidado— era una broma sin importancia. Si se lo tragan, tengo un muro con México pagado que venderles.

Los encontronazos con México y Australia han eclipsado una guerra dialéctica más convencional con Irán, que puso a prueba un misil el domingo pasado. Esto ha sido sin duda una provocación. Pero el aviso de la Casa Blanca de que iba a "hacerle una advertencia a Irán" plantea una pregunta: ¿advertirle de qué? Dado el modo en que el Gobierno ha alejado a nuestros aliados, no va a haber sanciones más estrictas. ¿Estamos preparados para una guerra?

También se ha dado un contraste curioso entre la respuesta a Irán y la respuesta a otra provocación más grave: el recrudecimiento de la guerra subsidiaria de Rusia contra Ucrania. El senador John McCain ha pedido al presidente que ayude a Ucrania. Curiosamente, sin embargo, la Casa Blanca no ha dicho nada sobre las acciones de Rusia. Empieza a resultar un pelín evidente, ¿no?

Ah, y una cosa más: Peter Navarro, jefe del nuevo Consejo Nacional de Comercio, ha acusado a Alemania de aprovecharse de Estados Unidos con una moneda devaluada. Tenemos aquí un asunto económico interesante que debatir, pero se supone que las autoridades de un Gobierno no deben hacer acusaciones como esa a menos que estén preparadas para librar una guerra comercial. ¿Lo están?

Lo dudo. De hecho, este Gobierno no parece preparado en ningún sentido. Las beligerantes llamadas telefónicas de Trump, en concreto, no parecen el producto de una estrategia económica, ni política siquiera (los conspiradores maliciosos no pierden el tiempo alardeando de sus victorias electorales ni quejándose de lo que dicen los medios sobre el tamaño de las multitudes).

No, Piénsenlo: si tuvieran un empleado que actuase así, lo apartarían de inmediato de cualquier puesto de responsabilidad y le instarían a buscar ayuda profesional. Y este tipo es el comandante en jefe del Ejército más poderoso del mundo.


Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times Company, 2017.

Traducción de News Clips.ARCHIVADO EN:


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