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lunes, 7 de agosto de 2017

Lo que viene después del debate

Eileen Sosin Martínez • 7 de Agosto, 2017


LA HABANA. Haga usted el siguiente ejercicio: párese en una cola, en una parada, en una esquina… y escuche sobre qué conversan las personas. En la mayoría de los casos, estarán hablando de política. Porque la alimentación, el estado del transporte, lo que dicen o no dicen los medios, el salario, los cambios… son temas políticos.

En principio, esto desmiente el criterio de que a la gente no le importa, no saben o no quieren. Por ejemplo:

“Todo el mundo levanta la mano, todo cumplido, no sé cuántos miles de litros de leche, ¿y al final…?”.

“¿Tú crees que hay que esperar al 26 de julio para pintar una escuela, vender más comida y que la gente esté contenta…?”.

O para zanjar una discusión en una guagua:
Desmayen eso, caballeros. Piensen en las cosas buenas que vienen; mira, los chavistas ganaron la Constituyente.
Seguro, y vamos a seguir teniendo petróleo…

Y sobre las nuevas medidas que limitan el cuentapropismo: “En fin, pa’ joder na’ má’ (sic)… Y pa’ atrás como el cangrejo”.

Varios expertos coinciden en señalar la evolución –alrededor de 10 años hacia acá- en cuanto al surgimiento de mayores espacios de discusión pública. Instituir el debate como un factor de equilibrio social, necesario, importante, “normal”, ha sido propiciado por el presidente Raúl Castro en sus discursos.

Respecto a los temas del vox populi, por momentos pareciera que conviven dos planos de preocupaciones. En entornos académicos e intelectuales la agenda abarca opciones políticas, la velocidad y calado de la actualización, las expectativas e incertidumbres respecto al relevo de 2018…

Por otro lado, a nivel del ciudadano común, los asuntos cotidianos, concretos, tal vez resulten los más determinantes. Durante el pasado período de rendición de cuentas del delegado a los electores (del primero de noviembre al 30 de diciembre), los planteamientos más repetidos tenían que ver con el abastecimiento de agua, la reparación de calles y aceras, la recogida de basura, el alumbrado y el transporte públicos.

Sin embargo, las asambleas de rendición de cuentas, uno de los espacios más democráticos del sistema político cubano, solo tuvieron una asistencia del 66 por ciento, según fuentes de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

¿Por qué la discusión callejera apenas logra encausarse en canales y espacios oficiales? “Arriba” –el gobierno, las instituciones- y abajo muchas veces hablamos de lo mismo. Entonces, ¿qué es lo que pasa en el medio?

“Si te dicen que hables, y es solamente para saber qué dijiste, eso la gente lo aprende en dos reuniones: a la tercera se quedan callados. No es ‘desidia popular’; se llama inteligencia, la gente aprende la lección”, opina un jurista.

Cierta vez tuve que cubrir el balance anual de una empresa de arquitectura. Las intervenciones de los trabajadores giraban en torno a la estimulación, el transporte obrero, las no-condiciones de las oficinas… A la riposta, los jefes desencadenaron la jerga burocrática y cansina del “se está valorando”, la falta de recursos, el bloqueo, los indicadores productivos, bla, bla, bla…

El cuento termina a la manera conocida: todos se aburrían como hongos, luego aprobaron el informe, aplaudieron y se fueron a almorzar. Al salir, la gente seguía machacando sobre los temas que le complican la existencia. Fin.

No es ocioso recordar que un proceso como el cubano se sustenta –si, solo si- en el consenso y el apoyo popular; que no hay socialismo sin participación de los trabajadores, sin “cosa pública” saludable, efectiva, funcional. Para ello, el debate sería un primer paso ineludible; en términos matemáticos: condición necesaria pero no suficiente.

Basta repasar los foros online de algunos medios nacionales (por ejemplo, días atrás, en el caso de las licencias congeladas). La gente se desgañita, cuestiona, reclama que le consulten las decisiones. Y se reiteran exponencialmente los “cómo es posible” y “usted perdone, pero no estoy de acuerdo”.

Uno esperaría que después de tanto deliberar, tantas opiniones, naciera algún resultado. Por supuesto, el debate no construye casas ni siembra papas. Sin embargo –al igual que el trabajo, el esfuerzo-, debería tener un objetivo más allá de sí mismo; debe ser para algo, para llegar a alguna parte.

De lo contrario, muchos creerán –como de hecho lo creen- que no vale la pena molestarse, que todo se resume en catarsis colectiva, pura sofística. Se trata de una idea peligrosa, más cuando quedan por delante unas elecciones que serán definitivas, y una reforma constitucional.

Francisco Aruca, fundador de Progreso Semanal, veía –hace 30 años- una de las principales contradicciones de la Revolución en lo siguiente: el pueblo ha recibido una educación de alto vuelo, la cual a su vez forma unas expectativas y una visión del mundo. Qué pasaría entonces cuando la gente comience a pensar y a exigir en base a esa educación porque no hay respuestas simples a problemas complejos.

Los tiempos de los sistemas políticos no son iguales a los tiempos de las personas; la gente de hoy no tendrá una segunda oportunidad para cambiar lo que debe ser cambiado. Ahora es cuando.

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