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viernes, 3 de noviembre de 2017

Economía cubana: Comprar afuera


István Ojeda Bello • 3 de noviembre, 2017


LAS TUNAS. A mediados de año las redes sociales en Cuba estuvieron agitadas ante rumor de que la Aduana General de la República subiría los impuestos a la importación de diversos enseres traídos por los cubanos desde el exterior. La conmoción visibilizó el hecho de que piezas para autos, teléfonos celulares, prendas de vestir, equipos electrodomésticos y un larguísimo etcétera entran al país dentro del equipaje y la paquetería individual de miles de personas con propósitos comerciales.

El suceso, sin embargo, no debe conducir a creer que las empresas estatales socialistas hayan cedido demasiado en el terreno de las importaciones. De hecho, es a través de ellas que llegan al país el grueso de lo que nación necesita para mantenerse a flote. Las importaciones que realizan los ciudadanos son una mínima porción del total general del país.

Tras décadas de intentar lo contrario, sustituir importaciones, Cuba continúa siendo altamente dependiente de ellas, por más que ocupe el lugar 112 a nivel mundial en ese aspecto, según el Observatorio de Complejidad Económica (OEC por sus siglas en inglés).

Figurar tan lejos en la escala no le resta preponderancia a cuán necesario le resulta al Archipiélago lo venido desde el exterior. Échese una ojeada a los rubros más adquiridos: carne de ave, trigo, petróleo, leche concentrada y maíz, y se notará que la ausencia de cualquiera causa serios aprietos para todos aquí.

Siguiendo el mismo criterio del gasto monetario, el resumen del OEC agrega que China, España, Brasil, Canadá e Italia, por ese orden, son los principales proveedores de la Mayor de las Antillas. Algo que no sorprende demasiado por cuanto el bloqueo económico estadounidense redujo a niveles ínfimos el intercambio con quien hasta 1959 había sido el mercado natural de Cuba.

El discurso de la sustitución absoluta de importaciones como fórmula de desarrollo lo desmiente la realidad de que en un quinquenio, indica el OEC, las importaciones cubanas subieron de 5,5 mil millones de dólares en 2010 a 6,8 mil millones en 2015.

No obstante, esa evaluación por valores no toma en cuenta la repercusión directa de dejar de comprar un producto específico, aunque los gastos para obtenerlo sean menores con respecto a otros. Así ocurre con el petróleo, cuyos precios han estado a la baja en los últimos años y, por ende, en valores está por detrás de lo desembolsado para comprar alimentos. Sin embargo, nadie dudaría de que el oro negro es literalmente imprescindible para la Cuba de hoy.

De acuerdo con datos de la Unión Cuba Petróleo (Cupet), el país ha incrementado su extracción de petróleo crudo con respecto a los años 90 pero esas cantidades distan mucho de las necesidades del país, que este año rondarán los 7,8 millones de toneladas.

Cada vaivén en el mercado petrolero rápidamente se hace notar en la dinámica productiva del país. El ejemplo más reciente vino con la crisis política venezolana que redujo a 72 mil barriles diarios los suministros del crudo a Cuba. Él déficit tuvo que ser cubierto con premura comprándolo en Argelia y Rusia, reportó la agencia Reuters.

“Cuando llegue el barco”

Así dicen los empresarios para marcar el momento en que finalmente echará andar la fábrica hambrienta de materias primas o la nueva obra por concluir. En las condiciones de una economía abierta y en un país carente de grandes recursos naturales como lo es Cuba, la dependencia de las importaciones es algo natural y lo seguirá siendo.

Hasta 1991 el flujo mercantil desde el exterior significaba el 40 por ciento del producto interno bruto general; mas, tratándose de los alimentos su rol subía hasta el 50 por ciento y en el caso del petróleo, los insumos esenciales para la agricultura y la manufactura escalaba hasta el 90, refiere la economista Emily Morris.

El corte abrupto de los nexos mutuamente ventajosos con Europa del Este significó para Cuba que entre 1990 y 1993, cayera un 78 por ciento el gasto de las importaciones, resume un análisis histórico del Banco Central de Cuba.

Luego, paulatinamente y a pesar de las sanciones de Washington contra el comercio cubano, la Isla pudo encontrar nuevos provisores en China, Europa Occidental y más tarde en Venezuela. Mientras, el asedio estadounidense persiste. La distensión de la era Obama en la práctica no destruyó los mecanismos de persecución a los potenciales proveedores de la economía cubana.

Hoy el panorama no ha cambiado en sus esencias: Cuba continúa fuertemente atada a los suministros foráneos. De hecho, por lo menos una de cada cuatro inversiones ejecutadas aquí depende directamente de lo que viene del exterior, afirmó hace dos años el vicepresidente del Consejo de Ministros Marino Murillo.

Los datos aportados por el economista José Luis Rodríguez indican que la recesión económica, finalmente cristalizada al cierre del año 2016, desde antes se reflejaba en el plano de las importaciones. Explica que en 2015 conforme las inversiones planificadas no se completaron, las importaciones decrecieron en 10,4 puntos porcentuales con respecto al 2014. Con todo y eso el Parlamento confió en revertir la tendencia negativa y en el Plan del 2016 se aprobó un crecimiento de las adquisiciones fuera de fronteras en el orden del 6,9 por ciento.

Pero, continúa diciendo Rodríguez, la reducción drástica de la moneda libremente convertible disponible obligó a una visión más objetiva del panorama y cuando el Legislativo se reunió a mediados del presente 2017 fue claro que las importaciones proseguirían a la baja y no porque la industria nacional lo hubiera asumido sino porque las arcas públicas carecían de los fondos necesarios.

Buscando el equilibrio

Con esos golpes sonaría lógico insistir en un modelo de sustitución absoluta de importaciones, mas, la profesora Zulma M. Ledesma Martínez, Doctora en Ciencias Contables y Financieras en la Universidad Central de Las Villas (UCLV) no lo cree posible. Empecinarse en esa quimera, opina, sería tropezar con el “error de malgastar recursos nacionales escasos e incurrir en una cadena de consecuencias desfavorables al país: inversiones en marcha de alta carga onerosa a las finanzas externas del país, producciones con elevada discontinuidad y costosas parálisis de sus procesos, colectivos laborales subutilizados que reducen su productividad futura y, en resumen, baja eficiencia económica”.

Desde un ejemplo concreto lo demuestra el equipo de los profesores de la UCLV Inocencio Raúl Sánchez Machado y Marlen Penichet Cortiza, junto a Eugenia Matilde Sánchez Pentón, directora económica de la Empresa Electroquímica de Sagua la Grande.

Cuba, manifiestan, importa cada año 567 mil toneladas de arroz, mucho más de la mitad de su demanda interna estimada en 800 mil toneladas. Lo ideal sería lograr reemplazarlo con una oferta doméstica. El quid de la cuestión, señalan, radica en cómo hacerlo, y para ello se necesitaría “producir con estándares de calidad que, en el más breve plazo de tiempo, permita hablar de bienes sustituibles en términos de homogeneidad del producto, y no de un arroz nacional sin calidad suficiente e incomparable frente al arroz vietnamita importado”.

“De este modo —apuntan—, si se valora la factibilidad de importar arroz del sudeste asiático, será preciso tomar en consideración los niveles en que se cotiza este producto en esta área del mundo, la tasa de cambio que operan entre las diferentes monedas de nuestras economías, así como la demanda y capacidad de producción nacionales”.

Por ahí podría estar parte de la solución a la disyuntiva cotidiana de la economía cubana. Hablando en términos económicos, serían aconsejables análisis de competitividad y eficiencia económica de cada producción, que cristalicen en estudios de factibilidad más precisos y que incluyan tanto los juicios macroeconómicos como los sociales.

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