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martes, 19 de diciembre de 2017

El país que somos y lo que se puede para recolectar la caña de azúcar

Por: Luis A. Montero Cabrera, Raúl M. Atá Villegas



El dulce azúcar fue un tesoro que los cruzados llevaron a Europa en el siglo XII desde las para ellos llamadas “tierras santas”. Esas eran entonces y ahora las “santas tierras” de árabes mayoritariamente musulmanes, laboriosos y emprendedores. El tipo de caña de la que se podía obtener el azúcar la habían traído estos de la India, sobre todo saccharum oficinarum, que procedía a su vez de Nueva Guinea. Este cultivo y su tránsito por muchos entornos es una muestra del histórico desenfado con la que los humanos usamos la naturaleza a nuestro servicio. Hemos alterado a conveniencia los endemismos hasta nuestros días en los que ya sabemos lo que puede costar. Unas veces ha salido mejor, como es este caso, y otras peor.

Las cañas habían servido primero para masticar algo que proporcionaba un jugo dulce y energético. Luego se cayó en cuenta de que al secar esos jugos se podía obtener un sólido cristalino, de apariencia similar a la de la sal. Resultó muy dulce para las personas al ser añadidos y disueltos en el agua y otros jugos. El interés en el nuevo producto y la gestión de su mercado devinieron en el proceso de prueba y error global, viajes de Colón mediantes, que condujo a que nuestras islas del Gran Caribe aparecieran durante los más recientes siglos como privilegiadas para el cultivo de esa planta y la producción de azúcar.

Este producto natural, “orgánico” por definición, es una sustancia química absolutamente afín a la composición química de la vida y los que la consumen. Se puede preservar sin una descomposición indeseable aún en condiciones de ambientes tropicales y al usarse como alimento, el humano la convierte casi inmediatamente en moléculas asimilables directamente por el torrente sanguíneo. Así llega rápidamente a células que pueden estar ávidas y urgidas de la energía que portan. Además de que la obtienen en la forma más natural y conveniente posible.

La especie vegetal es genéticamente maravillosa de origen, pues siendo esencialmente una hierba, llega a generar una masa viva muy abundante con respecto a otras especies y en un tiempo relativamente muy corto, si tiene buen sol y humedad. Es además tan vital que ella misma se cultiva, pues las hojas que van muriendo con el crecimiento de su tronco, cubren con eficiencia el suelo aledaño no dando oportunidad a otras plantas para la competencia por sus nutrientes. Tiene asociados también algunos microorganismos que le suministran nitrógeno asimilable, minimizando sus necesidades de esa fertilización artificial para bien crecer.

Cuando hubo esclavos o asalariados hambrientos y urgidos, se trataba de una producción muy barata y autosustentable energéticamente. Su ciclo agroindustrial predominante en Cuba desde el siglo XVII hasta la primera mitad del XX es un monumento a la eficiencia y la autosustentación natural, aunque sobre la base del sacrificio humano. La máquina de vapor llegó a ser un componente esencial, desde su transporte a las fábricas por el ferrocarril hasta la producción de los cristales de azúcar, porque la abundante fuente de energía eran los propios residuos leñosos de la molida: el bagazo que se quema en las calderas.

Después de la Revolución Cubana, la humanización de los procesos y el indispensable mejoramiento de las condiciones de los que cultivan la caña y producen el azúcar y sus derivados cambió dramáticamente la condición de autosustentabilidad energética del proceso. Esto era una necesidad elemental, pero también representó, sigue y seguirá representando un reto tecnológico para los cubanos.

En el día de hoy existen y diariamente se generan en el mundo nuevas tecnologías para todos los pasos de obtención del azúcar y otros derivados de la caña. La sustentación energética se debe poder seguir logrando, pero con muchas menos personas interviniendo y en posiciones de trabajo mucho más confortables. Esto debe ser posible en todos los procesos, desde que se siembra en el suelo la caña hasta que se obtiene el azúcar y los derivados en la fábrica.

La producción y almacenamiento de portadores energéticos a partir de los residuos de la propia caña siguen siendo una condición importante. Pero ahora puede ser para producir electricidad que se utilice o negocie sistémicamente en un país socialista de forma que pueda estar presente siempre y en las cantidades necesarias para casi todo el proceso, hasta para mover los medios de transporte de la planta del campo a la industria. También puede realizarse produciendo combustibles fluidos como el alcohol, el biodiesel o el hidrógeno.

La situación de nuestra Patria y su tecnología merece una reflexión. Durante décadas recientes dispusimos de considerables recursos humanos de buena calificación para el diseño y la experimentación. También existió una infraestructura considerable de producción de maquinarias, componentes y dispositivos, y un interés económico primordial.

Desde principios de la Revolución Cubana, la mecanización de la cosecha de la caña de azúcar fue una tarea prioritaria. La recogida o alza de la caña cortada a la carreta para su traslado hasta el central azucarero se mecanizó y ya desde la temprana fecha de 1964 se comenzaron a importar las alzadoras soviéticas, que todavía se pueden encontrar en nuestros campos cañeros junto con otros modelos más avanzados.

Similar situación nos encontramos en relación con la cosecha mecanizada de caña verde, pues desde 1962 se probó la cosechadora INCA fabricada en África del Sur y en el 1963 se fabricaron casi 700 unidades de la cortadora tipo ECEA-MC-1, diseñada a partir de modelos existentes entonces en el mercado internacional. Desde ese mismo año comenzó una colaboración cubana con diversas instituciones y fábricas de la URSS que desarrollaron distintos modelos de combinadas cosechadoras de caña de azúcar. Estas eran ya máquinas de arrastre o autopropulsadas que cortaban, limpiaban, trozaban y enviaban los trozos de caña a la carreta.

En 1970 se desarrolla por especialistas cubanos la máquina Libertadora 1400 que se fabricó en la RFA. En 1973 diseñamos conjuntamente con especialistas soviéticos la combinada autopropulsada KTP-1, la que se construyó en serie desde 1977 en la fábrica “60 Aniversario de la Revolución de Octubre” de Holguín con una capacidad anual de 600 unidades.

Estas combinadas, aunque con los esperables problemas de diseño y fabricación de cualquier versión inicial masiva, comenzaron a poblar nuestros campos cañeros llegando a contabilizar varios miles de unidades. En 1986 se sustituyó el diseño de la KTP-1 por el modelo KTP-2 con mejores prestaciones, que a la vez se sustituyó posteriormente por el modelo KTP-2M en 1995, estando todavía una parte de ellas en explotación. Estas tuvieron mejores prestaciones y se realizaron reconstruyendo las KTP-2 existentes con diversos componentes nuevos, lo que permitió incrementar la fiabilidad técnica y la productividad de las máquinas.

Ya a principios de la segunda década de este siglo hubo condiciones para continuar este desarrollo y por decisión del SIME y AZCUBA se logró el modelo CCA-5000, cuyo primer prototipo se fabricó en China con la participación activa de diseñadores y productores cubanos, sobre la base de un modelo protegido por patente. Esta variante está a la altura de las mejores del mundo en este momento y ya se planea su producción como debe ser.

La caña de azúcar es uno de los cultivos más baratos, eficientes energéticamente, sanos y con amplia capacidad de producción de derivados para múltiples usos. Demostradamente puede ser sostén alimentario para otras especies animales y vegetales de importancia económica. Además, es muy conocida por los cubanos. Forma parte de nuestra cultura y razones de ser nacionales. ¿Cuáles tecnologías serán de las más favorables a desarrollar? ¿Podrían ser aquéllas relacionadas con todo lo que tenga que ver con la caña, desde la recolección hasta la venta de azúcar en las tiendas?

¿Podemos lograr combinadas con varias computadoras o sensores para cortes eficientes y casi perfectos? ¿Podemos crear máquinas autónomas, cuyos operarios directos sean circuitos inteligentes debidamente programados para trabajar sin fatiga y sin errores durante mucho tiempo, bajo la supervisión de especialistas calificados? ¿Sería una dirección de trabajo que nos permitiera regresar a ser de las primeras potencias del mundo en una industria cañera que sea amiga del ambiente y proveedora de riqueza y bienestar para un socialismo próspero, sabio y sostenible? La respuesta a todas estas preguntas puede ser positiva. Solo quedaría enfrentarlas con audacia y sabiduría, desde la ciencia y la tecnología endógenas y haciendo uso de todo el saber universal que hoy podríamos conocer fácilmente si tuviéramos un acceso a la red informática mundial a la altura de los tiempos.

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