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domingo, 8 de octubre de 2017

Capital.150

Michael Roberts
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Primera sesión: medir el pasado para medir el futuro
Alrededor de 230 personas asistieron al simposio Capital.150 que, junto con los profesores del King’s College Alex Callinicos y Lucia Pradella, soñamos a principios de este año. El objetivo era discutir la relevancia contemporánea de El Capital de Marx, publicado por primera vez en septiembre de 1867.
Por supuesto, no era una idea original y ha habido varias conferencias similares en todo el mundo. Pero Capital.150 logró atraer a algunos de los principales estudiosos marxistas para que presentaran trabajos y la reacción inicial de los asistentes parece ser que las contribuciones de los panelistas fueron buenas, pero que no hubo suficiente tiempo para la discusión general. Estoy de acuerdo, sobre todo porque los asistentes sabían de lo que estaban hablando cuando se trata de Marx y de El Capital. La lección para cualquier futuro evento de este tipo (si vuelve a ver uno) es: menos ponentes, menos sesiones y más tiempo para cada una de ellas.
El simposio se inició el primer día con papeles sobre la teoría de las crisis de Marx y su aplicación al capitalismo moderno. Guglielmo Carchedi envió un largo papel para el simposio, pero no pudo acudir por estar enfermo (Carchedi Lo viejo y lo nuevo). Así que me vi obligado a presentarlo lo mejor que pude.
Carchedi argumentó que podemos medir el agotamiento del capitalismo posterior a 1945 por el creciente número de crisis financieras y recesiones a finales del siglo XX. Lo hizo identificando indicadores que pueden revelar por qué y cuándo tuvieron lugar esas depresiones.
Carchedi basa su análisis en ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de Marx como causa subyacente de las depresiones regulares y recurrentes en la producción capitalista. Utiliza datos de la economía de Estados Unidos para demostrar que si se deduce el efecto de cualquier aumento de la tasa de explotación en el sector empresarial de Estados Unidos (CE-ARP), hubo una disminución clara y persistente en la tasa de ganancia de 1945 hasta ahora, inversamente proporcional al aumento de la composición orgánica del capital. Incluso si se aplica una tasa fija de explotación (VE-ARP), la tasa media de ganancia en la economía de Estados Unidos sigue fluctuando en torno a una caída secular.



Carchedi también mostró que las tres principales contra-tendencias a la ley de Marx de la caída tendencial de la rentabilidad: a saber, el aumento de la tasa de plusvalía; un abaratamiento de los medios de producción y el abaratamiento tecnológico del capital constante; y en la era neoliberal, un cambio de la inversión productiva a la financiera para aumentar la rentabilidad. Pero no han sido capaces de revertir la ley de Marx. La tendencia se sobrepuso a las contratendencias en los Estados Unidos de post-guerra.
Ahora bien, esta tesis no es nueva, ya que muchos estudiosos han llegado a resultados similares. Pero lo nuevo del documento de Carchedi era su identificación de algunas fuerzas tendenciales adicionales que deprimen la rentabilidad y algunos indicadores clave de cuando realmente se produce una crisis.
Los factores tendenciales secundarios, como los llama Carchedi, son: la caída constante del empleo en relación con la inversión en general, y el constante descenso de nuevo valor como porcentaje del valor total. Son estos factores los que demuestran el agotamiento progresivo del capitalismo en su fase actual - según Carchedi.
Yendo más lejos, Carchedi identifica tres indicadores de cuando se produce una crisis: cuando el cambio en la rentabilidad (CE-ARP), el empleo y el nuevo valor son todos negativos al mismo tiempo. Cada vez que eso ha ocurrido (12 veces), coincidió con una crisis o una caída en la producción en los EEUU. Este es un indicador muy útil - por ejemplo, no está sucediendo en el 2017 en los EEUU, porque el empleo está aumentando y por tanto el nuevo valor (aunque muy justo). Así, con el indicador de Carchedi, una crisis no es inminente.



La otra gran innovación en el nuevo documento de Carchedi es mostrar que las crisis financieras son el producto de una crisis de rentabilidad en los sectores productivos, y no al revés como afirman los teóricos de la financiarización. Demuestra que las crisis financieras se producen cuando las ganancias financieras caída, pero más importante aun, también debe coincidir con una caída de los beneficios del sector productivo.


Como Carchedi señala, “los primeros 30 años después de la 2ª Guerra Mundial el desarrollo capitalista no tuvo crisis financieras”.  Sólo cuando la rentabilidad del sector productivo cayó en la década de 1970, hubo una migración de capital hacia la esfera improductiva financiera que durante el período neoliberal sufrió más crisis financieras.  “El deterioro del sector productivo en los años previos a la crisis es, pues, la causa común de ambas crisis financieras y no financieras ... se deduce así que el sector productivo determina al sector financiero, en contra de la tesis de la financiarización.”
Carchedi demuestra además que no fue la falta de demanda salarial lo que causó las crisis o el fracaso del incremento del gasto público como los keynesianos argumentan - de las 12 crisis de posguerra, ¡once fueron precedidas por el aumento de los salarios y el aumento del gasto público!
Por lo tanto Carchedi concluye que la ley de la rentabilidad de Marx sigue siendo la mejor explicación de las crisis en el capitalismo y su declive secular, especialmente en el sector productivo, lo que revela que el capitalismo está agotando su potencial productivo. Se requerirá una importante destrucción de valores de capital, como en la 2 ª Guerra Mundial, para cambiar esto. ¿Qué ocurre después es una pregunta sin respuesta. Como él mismo dice en el título de su artículo, tomado de una cita de Gramsci, “lo viejo está muriendo, pero el nuevo no acaba de nacer” - y la reformula:  ¿Cómo será lo nuevo?
Me he extendido sobre el papel de Carchedi con cierta profundidad, porque creo que tiene mucho que decirnos con una gran cantidad de pruebas para respaldar la contribución de Marx a la comprensión de las crisis en el capitalismo moderno - y también porque casi no mereció una mención del comentarista en este sesión, el profesor Ben Fine, de la SOAS. Aunque Ben dijo estar 'de acuerdo’ con la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de Marx, hizo caso omiso de la importancia del papel de Carchedi porque cree que la 'estructura moderna del capital' ha cambiado mucho con la 'financiarización'. Ben no dedicó tiempo para explicar lo que quería decir, pero presumiblemente que la cambiante estructura financiera del capitalismo ha hecho que la ley de la rentabilidad de Marx sea irrelevante para entender las crisis.
El otro participante en esta sesión fue Paul Mattick Jr. que tampoco tenía nada que decir sobre el papel de Carchedi, pero por una razón diferente ( Mattick La abstracción y la crisis). Para Paul, es incluso imposible e innecesario tratar de estimar la tasa de ganancia como Marx. Es imposible porque las categorías marxistas son en términos de valor y las contabilidades nacionales burguesas modernas no nos permiten definir medidas de valor para probar la ley de Marx. Y es innecesario porque el mero hecho de las crisis financieras y depresiones regulares son de la producción capitalista son la demostración de que Marx tenía razón. En El Capital, Marx nos proporciona abstracciones que nos permite explicar la realidad concreta de la crisis. Todavía podemos describir estas crisis, pero no podemos y no es necesario tratar de 'probar' las leyes de Marx, como en una pseudo ciencia natural con datos burgueses distorsionados.
Paul  ha presentado este punto de vista sobre el análisis científico marxista antes, cuando fue comentarista en el Left Forum de Nueva York en una crítica de mi libro, La Larga Depresión, y pronto publicará un nuevo libro sobre el tema. Como respondí entonces, “utilizar acontecimientos o tendencias generales para 'ilustrar' la validez de una ley puede ayudar. Pero no es suficiente. Para justificar la ley de la rentabilidad de Marx creo que tenemos que ir más allá científicamente. Eso significa medir la rentabilidad y establecer la conexión causal con la inversión empresarial y el crecimiento y las depresiones. A continuación, podremos incluso hacer predicciones o pronosticar futuras crisis. Y sólo entonces podremos desechar otras teorías mediante el uso de un cuerpo de evidencia empírica que respalde la ley de Marx.”  Esto puede ser difícil, pero no imposible. Por otra parte, es necesario. De lo contrario, las teorías alternativas a la teoría de Marx continuarán reclamar validez y manteniéndose. Y eso es una mala noticia porque estas teorías alternativas ofrecen políticas que prometen 'regular' o ‘corregir’ el capitalismo en lugar de reemplazarlo. Así que no van a trabajar en interes de la mayoría (la clase obrera) y en su lugar perpetuarán las injusticias y horrores del capitalismo.
Por otra parte, creo que la visión de Marx era probar empíricamente las cosas, al menos de acuerdo con la evidencia mostrada por Rolf Hecker en otro documento de esta sesión ( Hecker 1857-8 Crisis ). Rolf es uno de los principales eruditos en los cuadernos originales escritos por Marx. Y en el estudio del análisis de la crisis económica general de 1857-8 de Marx encontró que Marx recopiló datos detallados (como en Excel) del crédito, las tasas de interés y la producción ( Hecker Crisis PP) en la búsqueda de indicadores empíricos de la dirección y la gravedad de la crisis de 1857.


Rolf reproduce la obra de Marx en forma gráfica moderna.

Al parecer, Marx no creía que fuese una pérdida de tiempo probar empíricamente sus teorías. Y ahora tenemos una gran ventaja sobre Marx. Podemos apoyarnos en él y utilizar los últimos 150 años de crisis y datos para probar las leyes de Marx con la realidad. El artículo de Carchedi añade aún más poder argumental a dicha tarea.
Segunda sesión: la razón económica de la locura
La sesión de la tarde del primer día de Capital.150 abordó cómo 'mapear' la lucha de clases en el siglo XXI. ¿Es todavía El capital de Marx relevante para explicar donde se concentrarán los puntos decisivos para las batallas de clase?
El profesor David Harvey hizo la primera aportación. David Harvey (DH) es probablemente el erudito marxista más conocido en el mundo. Un reconocido geógrafo académico con muchos premios, DH se ha convertido en el principal experto en El Capital de Marx y su relevancia moderna a través de muchos libros y presentaciones. Su sitio web contiene conferencias sobre cada capítulo de El Capital de Marx y YouTube está lleno de sus presentaciones.
En esta sesión, presentó su visión de cómo la lucha de clases, o la lucha 'anticapitalista' como prefiere llamarla, tiene lugar en el capitalismo moderno. Pronto estará disponible un video de esta sesión, pero se puede obtener la esencia de lo que dijo DH en presentaciones de vídeo anteriores - la última de las cuales puede verse aquí (su reciente conferencia en la LSE) o aquí en su página web. Las tesis de DH también están recogidas en su último libro,  Marx, El Capital y la locura de la razón económica .
DH comenzó diciendo que el capital es 'valor en movimiento' - y es un circuito de capital que se inicia con el dinero, entra en la producción de plusvalía; y luego, tan importante como lo anterior, realiza ese valor a través de la venta en el mercado (circulación); y sigue con la distribución de ese valor realizado entre los distintos sectores capitalistas (industriales, propietarios y finanzas) y los trabajadores (salarios), y el gobierno (impuestos).
DH hace una analogía de este circuito con el circuito geográfica del ciclo del agua del planeta - de la atmósfera al mar, de ahí a la tierra y vuelta. Pero el circuito del capital no es un ciclo simple, sino una espiral. Debe acumular continuamente y circular y distribuir cada vez más o caer en un ‘infinito malvado' (por usar un término hegeliano), en una espiral hacia abajo.



DH argumenta que el volumen uno de El Capital sólo trata de la parte referida a la producción de este circuito (la producción de valor y plusvalía). El volumen dos se ocupa de la realización y la circulación de capitales entre los sectores en su reproducción, mientras que el volumen tres se refiere a la distribución de ese valor. Y aunque Marx ofrece un gran análisis de la parte referida a la producción, sus volúmenes posteriores no están completos y han sido montados por Engels. Y por lo tanto, el análisis de Marx se queda corto a la hora de explicar la evolución del capitalismo moderno.
Como DH expuso en su conferencia en la LSE, la producción es “sólo una pequeña porción de valor en movimiento”. Los puntos más importantes de ruptura y lucha de clases se encuentran actualmente fuera de la tradicional batalla entre trabajadores y capitalistas en el lugar de trabajo o lugar de producción. Sí, continúa en ellos la lucha, pero la lucha de clases es mucho más significativa en las batallas en la esfera de la circulación (aquí creo que DH se refiere, por ejemplo, a los consumidores que luchan contra la manipulación de precios por las compañías farmacéuticas codiciosas, la manipulación de las necesidades y deseos de la gente en lo que compran y piensan que necesitan); y en la distribución en batallas contra los alquileres desorbitados que exigen los propietarios de casas o las deudas impagables como en Grecia o las deudas de los estudiantes. Estas son las nuevas y más importantes áreas de lucha ‘anticapitalista', fuera de la materia abordada por el tomo primero de El Capital. Tienen lugar en las comunidades y en las calles y no los lugares de trabajo. Para citar a DH una vez más, las grandes luchas tienen lugar en otra parte que en “el proceso de producción”.
Hay dos cosas aquí: en primer lugar, la base teórica y empírica de las conclusiones de DH; y en segundo lugar, si la lucha de clases se produce ahora (principalmente) fuera de los límites del volumen uno.
DH proporciona una base teórica a su tesis de la lucha de clases con el argumento de que las crisis en el capitalismo son al menos tan probable, si no más, como una ruptura de la circulación o de la realización del valor (como DH afirma que Marx argumentó en el volumen dos) que en la producción de plusvalía. Y las crisis tienden a ocurrir ahora más en el sector finanzas y la deuda debido a la financiarización (volumen tres).
Bueno, como Carchedi mostró en su papel, detrás de cada crisis financieras se encuentra una crisis de producción de plusvalía, que se encuentran en la ley de la acumulación en general de Marx (volumen uno) y su ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (esta ley se formula realmente en el volumen tres - lo que contradice por tanto la afirmación de DH de que el volumen tres trata solo de la 'distribución').
En mi opinión, los volúmenes uno, dos y tres forman un todo que nos ofrece una teoría de las crisis en el capitalismo basado en el afán de lucro y la acumulación de plusvalía en capital, que se desmorona a intervalos regulares y frecuentes debido al funcionamiento de la ley de la rentabilidad de Marx. Como el desaparecido Paul Mattick resumió en la década de 1970: “a pesar de que aparece primero en el proceso de circulación, la verdadera crisis no puede ser entendido como un problema de circulación o de realización, sino sólo como una ruptura del proceso de reproducción como un todo, que está constituido tanto por la producción como la circulación. Y, como el proceso de reproducción depende de la acumulación de capital, y por lo tanto de la masa de plusvalía que hace que la acumulación sea posible, es dentro de la esfera de la producción donde hay que buscar los factores decisivos (aunque no los únicos) del paso de la posibilidad de la crisis a su estallido real ... Las crisis típicas del capital se originan de este modo ni solo en la producción ni solo en la circulación por separado, sino en las dificultades que surgen por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia inherente a la acumulación y regida por el ley del valor “.
Cuando lo pones de esa manera, surgen dos debilidades en el esquema de DH. En primer lugar, no hace mención a la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de Marx. No la mencionó en su presentación ni tampoco en su último libro. DH ya ha dejado claro por qué en los debates conmigo y con otros: piensa que la ley es irrelevante e incluso errónea; y por otra parte (adoptando el punto de vista de Michael Heinrich - también presente en Capital.150 - que Marx en realidad la abandono en su momento). Y sin embargo, esa ley está claramente formulada en el volumen tres y ofrece una teoría coherente de las crisis periódicas y recurrentes del capital que puede ser probada (y muchos estudiosos lo han hecho).

Y eso me lleva al segundo punto débil de DH: las crisis son regulares y recurrente, pero la tesis de DH no ofrece ninguna explicación de esta regularidad. Por otra parte, esta regularidad se remonta 150 años desde la  publicación por primera vez del capital (e incluso antes) sin el papel actual de las finanzas o la manipulación moderna de 'necesidades y deseos'. ¿No exige esto una explicación diferente de la de DH?
Por ejemplo, DH quiere convencernos de que las crisis se producen porque los salarios son exprimidos hasta el límite, como lo han sido en el período neoliberal después de la década de 1970 (provocando por tanto en realidad, un problema  de realización de plusvalía no de producción de la misma). Pero ¿la primera caída simultánea en el capitalismo de posguerra en 1974-5, fue debido a los bajos salarios? Por el contrario, la mayoría de los analistas (incluyendo marxistas) en el momento argumentaron que los salarios redujeron las ganancias y eso causó la recesión. La mayoría de los marxistas están de acuerdo en que se trato de una crisis de rentabilidad, al igual que la recesión subsiguiente de 1980-2. Y por otra parte, he demostrado que cuando se toman en cuenta los salarios sociales (prestaciones, etc.), la participación de los salarios en el período neoliberal no cayó mucho, por lo menos hasta la década del 2000.
El artículo de Carchedi muestra también que las depresiones nunca han sido el resultado de un problema de realización (los salarios y el gasto público siempre han crecido antes de cada recesión (recurrente) en el período posterior a la guerra, incluyendo la Gran Recesión de 2008-9. La contracción del crédito y la crisis de la deuda del euro fueron el resultado de la caída de la rentabilidad y de la transferencia a los activos financieros para aumentar los beneficios, provocando eventualmente una crisis financiera - y por lo tanto fueron consecuencia de una crisis de rentabilidad en el sector productivo no en la distribución.
DH cree que el capitalismo funcionó bien en la década de 1950 porque los salarios eran altos y los sindicatos fuertes, creando presumiblemente una demanda efectiva. El escenario alternativo es que el capitalismo atravesó una edad de oro, gracias a la alta rentabilidad después de la guerra y el capital por lo tanto podía hacer concesiones para mantener la producción y la acumulación. Cuando empezó a caer la rentabilidad en la mayoría de las grandes economías después de mediados de 1960, la lucha de clases se intensificó (en el lugar de trabajo) y, tras la derrota de los trabajadores, se entró en el período neoliberal.
Esto me lleva a mi papel, ya que era el otro contribuyente en esta sesión (presentación Capital.150).  En él sostengo que la producción de plusvalía y la acumulación de capital siguen siendo fundamentales para la explicación de Marx del capitalismo y sus contradicciones que conducen a crisis recurrentes. Como dijo Marx : “El beneficio de la clase capitalista tiene que existir antes de poder ser distribuido”.  No es “una pequeña parte del valor en movimiento” , sino la más grande para Marx, tanto conceptual como también cuantitativamente, ya que en cualquier capitalista economía, el 80% de la producción bruta se compone de medios de producción y productos intermedios en comparación con el consumo.
Como explicó Engels, gran descubrimiento de Marx fue la existencia de la plusvalía como motor específico de la acumulación capitalista y la miseria de los trabajadores. Para Marx, la producción de plusvalía es lo primero y primordial antes, lógicamente, de la circulación y la distribución. Producción y la circulación para Marx no tienen el mismo poder explicativo en el análisis del capitalismo. Para Marx es evidente que la producción es más importante que la circulación. Como dice Marx, es la producción de plusvalía lo que define la naturaleza específica del modo de producción capitalista, no la forma en que la plusvalía circula o se distribuye en la superficie.
En el volumen uno, Marx muestra que la acumulación de capital toma la forma de una ampliación de la inversión en medios de producción y tecnología mientras periódicamente expulsa trabajo a un ejército de reserva y mantiene así el contenido del valor del trabajo al mínimo. Esto conduce a una creciente composición orgánica del capital (el valor de los medios de producción aumenta en relación con el valor de la fuerza de trabajo). Pero ese mismo aumento crea una tendencia en el tiempo a la caída de la rentabilidad del capital, ya que solo la fuerza de trabajo crea valor.
A lo largo de la historia, la tasa de ganancia en el capitalismo, por tanto, debe caer (a pesar de factores opuestos). Esta caída conducirá periódicamente a depresiones en la producción y esas depresiones devalúan y destruyen capital y así reactivan la rentabilidad durante un tiempo. Por ello tenemos ciclos recurrentes y regulares de boom y recesión. Pero no hay escapatoria permanente para el capital. El modo de producción capitalista es transitorio, ya que no puede escapar al inexorable declive de la rentabilidad debido a la cada vez más difícil tarea de producir suficiente plusvalía.
En este sentido, El Capital no trata tanto de la 'locura de la razón económica' como de la 'razón económica para la locura'.
En mi papel, me concentré en Gran Bretaña en los 150 años posteriores a la publicación de El Capital. Con la ayuda de estadísticas del Banco de Inglaterra demostré cómo la tasa general de ganancia del capital británica ha caído - no en línea recta, porque hubo períodos en los que los factores opuestos (el aumento de la tasa de plusvalía y la caída de los costes de la tecnología) operaron en contra de la tendencia general.


De hecho, estos períodos, en mi opinión, proporcionan indicadores cruciales para el mapeo de la intensidad de la lucha de clases. He encontrado, cruzando los datos de rentabilidad con los de huelgas disponibles para Gran Bretaña, como siempre que la rentabilidad caía en un período en el que el movimiento obrero era fuerte y se sentía seguro, las luchas de clase (medidas por el número de huelgas) alcanzaban sus picos. Este fue el caso en Gran Bretaña, tanto antes y justo después de la Primera Guerra Mundial y otra vez en la década de 1970.


Sin embargo, cuando el movimiento obrero estaba derrotado y débil y la rentabilidad crecía (en parte como resultado de ello), como en el período neoliberal; o cuando la rentabilidad caía o era baja en las depresiones de la década de 1930 y actualmente, la lucha de clases en los lugares de trabajo era escasa también. En los períodos de recuperación cuando la rentabilidad dese recuperaba de los mínimos y los sindicatos se reconstruían (1890 y 1950), las huelgas también eran escasas, pero aumentaron gradualmente.
Por lo tanto, la lucha de clases estaba en su apogeo en los lugares de trabajo cuando la rentabilidad capitalista comenzó a caer, pero el movimiento obrero era fuerte después de un período de recuperación. Era entonces cuando se daban las mejores condiciones objetivas para un cambio revolucionario.
Este análisis pone la lucha de clases en los lugares de trabajo en el centro del capitalismo porque se trata de la lucha por el reparto del valor entre la plusvalía y la parte de los trabajadores en forma de salario, tal como Marx pretendía con la publicación del primer volumen. Esto no es negar que el capitalismo crea desigualdades, conflictos y batallas fuera del lugar de trabajo sobre los alquileres, deudas, impuestos, el entorno urbano y la contaminación, etc., en los que se centra DH, ni que la lucha sea solo política cuando se trata de elecciones, etc.
Pero ninguna de estas iniquidades del capitalismo puede terminar sin el control de los medios de producción por los trabajadores y el fin del modo de producción capitalista (es decir, la producción para el beneficio de los pocos, no la necesidad de los muchos). Y la clase obrera como clase trabajadora, no los trabajadores como consumidores o deudores, sigue siendo el agente de cambio del capitalismo al socialismo. La clase obrera (por definición) sigue siendo la mayor fuerza social en la sociedad y en el mundo (incluso en sentido estricto como clase obrera industrial) y nunca ha sido mayor - mucho mayor que cuando Marx publicó El Capital.
La 'acumulación por desposesión' (Acumulación por desposesión)  o el 'beneficio mediante la alienación' es decir, el engaño, el fraude, la manipulación de los precios; la especulación contra las monedas, etc., que DH considera el principal impulsor de la lucha de clases hoy, ha existido en muchas sociedades de clase antes del capitalismo, y por tanto es parte del capitalismo también. Pero El Capital de Marx deja claro que el corazón de la lucha de clases bajo el capitalismo es la batalla por la producción de valor, que es específica del capital.  Lo que sucede con el valor es clave y, en este sentido, la salud de cualquier economía capitalista puede medirse por el nivel y la tendencia de la rentabilidad del capital.
El capitalismo tiene una contradicción irreversible en su capacidad para extraer suficiente plusvalía que provoca crisis recurrentes del capitalismo. Estas no pueden ser resueltas con salarios más altos, más gasto público o una mayor regulación estatal de las finanzas, como las teorías económicas alternativas defienden. DH nos dijo en la sesión que el capitalismo se salvó en 2008 gracias al gasto público de tipo keynesiano en China. China contrayó enormes deudas así y luego tuvo que exportar el excedente de capital dinero al extranjero. Esta tesis sugiere que las políticas keynesianas pueden funcionar para evitar las depresiones (al menos por un tiempo) y por lo tanto puede que haya método en esta locura de la razón económica.  No estoy de acuerdo y explico por qué en mi papel. Abordaré el caso de China en una nota futura, pero mientras tanto se puede leer lo que tenía que decir sobre China aquí.
Tercera sesión:  ¡luchar!
En la tercera y última parte de mi recesión del seminario  Capital.150 de Londres sobre la relevancia moderna de El Capital de Marx 150 años después de su publicación, quiero abordar algunas de las presentaciones no mencionados hasta ahora. Haré un comentario rápido que hace justicia a los papeles presentados o los debates sobre ellos. Pero al menos servirá para seguir leyendo los papeles a los que me referiré.
En la sesión sobre el imperialismo, se revivieron algunos viejos debates entre marxistas. Por lo que he entendido el argumento presentado por Marcelo Dias Carcanholo, de la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro, Brasil ( Carcanholo PP),  es que la 'dependencia' se profundiza, impulsada por el 'intercambio desigual' en el comercio con el imperialismo y la importante super-explotación del trabajo en las economías periféricas. 

Esto hace que sea cada vez más difícil para las fuerzas capitalistas nacionales cooptar a la clase obrera de las economías periféricas para la colaboración de clases. Tanto la 'dependencia' (de las economías coloniales de las imperialistas) como la 'super-explotación' de la mano de obra (en el sur como en el norte) son el principal generador de ganancias: temas controvertidos que continúan el debate sobre la naturaleza de la explotación imperialista moderna y sus implicaciones para la lucha de clases.  Raquel Varela, de la Universidad Nueva de Lisboa argumentó que la teoría de la acumulación primitiva de Marx, según lo expuesto en el volumen uno, tenía nuevos territorios que conquistar para el capitalismo moderno - que existen todavía en las zonas más pobres de las llamadas economías emergentes como la India-, pero que la teoría de Marx de la explotación del trabajo por el capital era ahora dominante a nivel mundial.
Tony Norfield, autor del best-seller, The City, el papel de Londres en el imperialismo habló sobre El Capital, las finanzas, y el imperialismo.  Tony parecía defender que la ley del valor de Marx había “evolucionado” en el mundo moderno del imperialismo y del capital financiero y ahora “los mercados financieros muestran más directamente lo que la economía mundial capitalista permite” y así “los mercados de valores, los rendimientos de los bonos y los mercados de divisas son ahora las palancas clave del mercado”, no la rentabilidad del capital en los sectores no financieros. Esto se debe a que las grandes corporaciones de tecnología son realmente empresas financieras y utilizan su poder financiero para apropiarse de más plusvalía de la que generan en la producción. Pero eso también significa que hay menos beneficios disponibles para la inversión productiva.


En mi opinión, la tesis de Tony sugiere que el capitalismo ha cambiado hasta el punto de que ya no es el capitalismo del volumen uno. Esto me parece destruir la relevancia de la teoría del valor de Marx a la hora de comprender las leyes del movimiento del capitalismo. Para mí, los precios de acciones y bonos reflejan las vicisitudes del capital ficticio (capital especulativo), pero dado que este capital es ficticio, se derrumbarán cuando los sectores productivos quiebren por unos beneficios insuficientes- y esa es la posición de Marx (y también la de Carchedi como expliqué al comienzo).
Por lo tanto, lejos de ser los precios de las acciones la mejor medida de la salud del capitalismo, por lo general reflejan burbujas especulativas en activos que son finalmente acaban por revelar que tienen poco o ningún valor o menos. Por ejemplo, actualmente los precios del mercado de valores registran diariamente nuevos máximos pero el crecimiento económico aún sigue siendo bajo y la inversión en capital productivo plana. No es que la ley del valor de Marx deba ceder el paso a los precios de las acciones, sino que es el capital ficticio el que finalmente acaba por someterse al valor. Tal vez, Tony quería decir que los marxistas deberían tener en cuenta el enorme aumento de capital ficticio y su impacto en la rentabilidad. Si es así, entonces algunos autores, incluido yo mismo, lo hemos hecho ya, bien sea sumando los activos financieros a los bienes de producción como parte del patrimonio neto de las empresas (la deuda importa) o mediante la deducción de las ganancias ficticias de las ganancias totales.
Las sesiones finales del simposio abordaron el futuro del capital y del trabajo en el capitalismo del siglo XXI. Alex Callinicos, autor de Descifrando el capital: El Capital de Marx y su destino, nos recordó que el actual debate sobre la relevancia de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de Marx comenzó entre los marxistas inmediatamente después de la publicación del volumen tres de El Capital. Por ejemplo, hubo un debate sobre su relevancia entre Benedetto Croce y Antonio Gramsci, en el que este último defendió la ley. Hannah Holleman en su contribución enfatizó la nueva gran contradicción en la acumulación capitalista que Marx sólo había señalado brevemente en El Capital: la destrucción y contaminación del planeta con fines de lucro rapaces, que ha culminado en el calentamiento global y el cambio climático, posiblemente de forma irreversible.
Eduardo Motta Albuquerque, de la Universidad Federal de Minas Gerais, Belo Horizonte, Brasil mostró como Marx en el volumen uno también prestó mucha atención a la evolución tecnológica del capitalismo del siglo XIX como una guía para las nuevas ondas de desarrollo (Albuquerque, La  división tecnologica en Marx). Las máquinas en Inglaterra produjeron la destrucción de la industria de la India; con las industrias en el centro del imperialismo y la agricultura en la periferia. La expansión del transporte ferroviario fue acompañado por la expansión global del capital y los tentáculos del imperialismo.  “En suma: cada revolución tecnológica puede reestructurar de nuevo la división internacional del trabajo”. ¿Cuales serán esos nuevos “puntos de división” en el siglo XXI?
Y Fred Moseley, un veterano economista marxista y autor del reciente libro El Dinero y la Totalidad, actualizó su visión de la relevancia de la tasa de ganancia para el futuro del capitalismo estadounidense. Fred argumentó que un elemento clave para el crecimiento de la rentabilidad es la relación entre trabajo productivo e improductivo, siendo este último la parte del trabajo que no genera valor o plusvalía, sino que sólo se apropia parte de ellos. Estos sectores son las finanzas, el gobierno y otros sectores no productivos, pero también los supervisores y los trabajadores de administración en los sectores productivos.

La creciente apropiación de plusvalía por estos sectores supone un aviso de muerte para el resurgimiento económico de la economía de Estados Unidos, ya que restringe el beneficio que podría convertirse en inversión productiva. Sólo una destrucción de capital en estos sectores podría liberar más valor para la inversión productiva ( Moseley PP ). Para más información sobre esto, ver el excelente nuevo documento de Lefteris Tsoulfidis y Dimitris Paitaridis ( MPRA_paper_81542 ).
La última sesión de la tarde del miércoles de la conferencia Capital.150 celebrada en Londres discutió qué le pasará al trabajo en el capitalismo contemporáneo y como Marx preveía que la sociedad y el trabajo se transformasen en el comunismo, Tithi Bhattacharya analizó la naturaleza del trabajo moderno en su “Teoría de la reproducción social: la concepción del capital como relación social”. Provocó un intenso debate sobre si la teoría de la reproducción social (SRT), en torno a las cuestiones de la explotación de las mujeres en el hogar y las presiones capitalistas sobre las familias de clase trabajadora, era una contribución útil a la teoría de la fuerza de trabajo de Marx en el volumen uno.

Lucia Pradella, del King’s College se centró en el impacto del imperialismo y de la migración en el poder de los trabajadores y sus luchas. El imperialismo ha inflingido nuevos desastres sobre la mano de obra mundial y provocado un aumento masivo de la migración desde las zonas más pobres a las más ricas. Pero al igual que en siglo XIX, con la emigración de los trabajadores irlandeses a las ciudades británicas, que produjo peligrosos prejuicios y divisiones, pero que también abrió oportunidades positivas para la solidaridad global - algo que Marx también intentó en su día entre los trabajadores ingleses y los inmigrantes irlandeses. Beverly Silver, de la Universidad John Hopkins habló sobre la ley general de la acumulación del capital de Marx la formación y destrucción del ejercito de reserva de trabajo mundial.
Por último, el gran estudioso marxista, Michael Heinrich analizó la naturaleza del comunismo como se expone en El capital de Marx y otros trabajos. Hizo una poderosa descripción de la base fundamental de una sociedad comunista: 'de cada cual según sus capacidades; a cada cual según su necesidad'. ¿Se logrará en el siglo XIX? Michael nos contó la historia de alguien que visitó a Marx en su casa en sus últimos años. Le preguntó a Marx, en efecto, '¿qué debemos hacer?' Marx hizo una pausa antes de responder y dijo una sola palabra: “¡luchar!” .


es un reconocido economista marxista británico, que ha trabajador 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.
Fuente:
https://thenextrecession.wordpress.com
Traducción:
G. Buster

Sostenibilidad. Sabemos que es importante, pero ¿cómo la medimos?




A nivel mundial, la demanda de mayor transparencia en cuestiones ambientales, sociales y de gestión pública ha aumentado. Esto ha generado un debate mundial sobre las mejores prácticas en lo que respecta al proceso de medición e información sobre el desarrollo sostenible.

Investigadores de todas las disciplinas se han unido a la causa para definir qué significa ser sostenible en sus respectivas áreas de especialización, y qué criterios se deben examinar para brindar información sobre los progresos que hemos hecho. Una consecuencia directa de esto es el surgimiento de una plétora de Herramientas de reportes de sostenibilidad (SRT) que se pueden clasificar en marcos y estándares, así como en calificaciones e índices.

Es alentador observar que, incluso con esta variedad de herramientas y métodos, la adopción de reportes de sostenibilidad por las empresas de S&P 500 ha aumentado en un 62 % entre 2011 y 2016.

Imagen: G&A Governance & Accountability Institute

Los marcos se definen como un conjunto de principios o directrices proporcionados para ayudar a las empresas en sus esfuerzos de divulgación. La Iniciativa de Reporte Global (GRI) es quizás uno de los marcos más prominentes disponibles para las corporaciones.

De acuerdo con las directrices de la GRI, un informe típico debe consistir de los siguientes elementos: visión y estrategia; estructura y gestión; Índice de contenidos GRI y criterios de desempeño (económicos, ambientales y sociales). Dichas revelaciones se basan generalmente en la "materialidad", que GRI define como los criterios que reflejan los impactos económicos, ambientales y sociales significativos de una empresa, o que influirían sustancialmente en las evaluaciones y la decisión de las partes interesadas.

Los estándares tienen una función similar a la de los marcos, pero existen en forma de documentación más formal que especifica los requisitos y las especificaciones que se pueden utilizar para asegurarse de que los esfuerzos de sostenibilidad se logran de manera consistente. Por ejemplo, los estándares de criterios sociales incluyen OHSAS 18001, AS/NZS 4801 y SA8000, mientras que los ambientales incluyen ISO14001.

Las calificaciones y los índices son informes de terceros sobre el desempeño de la empresa en materia de sostenibilidad. Más conocidas entre los inversores institucionales como clasificación de la gestión de Riesgos Ambientales y Sociales (ESG). Miden cómo se ha desempeñado una empresa en términos de ESG, y clasifican y registran a las empresas en un índice sobre la base de su desempeño. Algunos ejemplos incluyen el Índice FTSE4Good, el Índice Dow Jones de sostenibilidad y el Índice MSCI.

El problema de las SRT

En las etapas iniciales de desarrollo, las SRT fueron sin duda útiles para proporcionar orientación y establecer un contexto en cuanto a dónde nos dirigíamos en términos de desarrollo sostenible. Pero el crecimiento a un ritmo tan exponencial de estas herramientas ahora está creando una confusión extrema entre los diferentes participantes.

Por ejemplo, las herramientas de sostenibilidad para clasificar a los edificios sostenibles tienen un marco propio en casi todos los países: Green Star se usa en Australia; Building Research Establishment Assessment Method (BREEAM), en el Reino Unido; Leadership in Energy and Environmental Design (LEED), en los Estados Unidos; y el Green Building Index (GBI), en Malasia. También se emplean diferentes parámetros de desempeño y existen conflictos entre las herramientas en uso, incluso dentro de los mismos límites geográficos; por ejemplo, en Malasia, GBI sigue compitiendo con otras herramientas locales como GreenRe, desarrollada por Real Estate and Housing Developers’ Association of Malaysia (REDHA).

El principal problema identificado con las SRT actuales es la falta de estandarización de los criterios, la terminología y la metodología propuesta. Esto dificulta comparar y evaluar el desempeño de sostenibilidad de las empresas. Una visión similar comparte Escrig-Olmedo et al. (2010) en su estudio que examina los diversos criterios propuestos a través de diferentes herramientas de generación de informes de sostenibilidad.

Delmas and Blass (2010) afirma que algunas herramientas "eligen enfocarse en el desempeño pasado o actual, mientras que otras ponen énfasis en el potencial para mejorar el desempeño futuro sobre la base de las prácticas de gestión actuales". También sugieren una solución intermedia entre lo que se puede y lo que se debe medir, haciendo hincapié en el problema de disponibilidad de los datos.

Dado que la adopción de estas herramientas es voluntaria, las prácticas para generar los informes varían considerablemente. La evidencia existente sugiere que quienes ya han adoptado informes de sostenibilidad no tienen claro cuáles de estas herramientas deben elegir. Parece existir una inclinación natural hacia una herramienta que califica a la empresa de la mejor manera posible, lo que puede constituir un "greenwashing" para los ojos de los activistas.

En los mercados de capitales, las calificaciones y 096los índices se utilizan comúnmente para clasificar y archivar a las empresas basándose en sus prácticas socialmente responsables. Sin embargo, una vez más, hay casos en los que los resultados de las evaluaciones difieren mucho dependiendo de qué herramienta se utilizó. La misma corporación podría terminar en la banda de alto rendimiento o en una banda de menor rendimiento dependiendo de la herramienta que se utilizó para la evaluación. A la larga, esta inconsistencia es la que crea confusión tanto para los inversores institucionales como para los inversores minoristas.

se espera que convoque a más de 500 participantes, incluidas empresas mundiales, y representantes de los gobiernos y de la sociedad civil. Esta reunión es oportuna, ya que permitirá a los líderes del mundo debatir sobre los 17 Objetivos Globales y sus 169 objetivos. Es de esperar que algunos de los debates que se lleven a cabo nos conduzcan a un resultado más "convergente", tal vez logrando que coincidan las SRT ya existentes. Al menos, se debería hacer un esfuerzo concertado para encontrar formas de minimizar la confusión causada por la miríada de términos, criterios y puntos de referencia existentes en las SRT.

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El socialismo y el hombre en Cuba

Por Ernesto Che Guevara
(1965)

Estimado compañero*:

Acabo estas notas en viaje por África, animado del deseo de cumplir, aunque tardíamente, mi promesa. Quisiera hacerlo tratando el tema del título. Creo que pudiera ser interesante para los lectores uruguayos.

Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas, como un argumento en la lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este sistema social o el período de construcción del socialismo al que estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del individuo en aras del Estado. No pretenderé refutar esta afirmación sobre una base meramente teórica, sino establecer los hechos tal cual se viven en Cuba y agregar comentarios de índole general. Primero esbozaré a grandes rasgos la historia de nuestra lucha revolucionaria antes y después de la toma del poder.

Como es sabido, la fecha precisa en que se iniciaron las acciones revolucionarias que culminaron el primero de enero de 1959, fue el 26 de julio de 1953. Un grupo de hombres dirigidos por Fidel Castro atacó la madrugada de ese día el cuartel Moncada, en la provincia de Oriente. El ataque fue un fracaso, el fracaso se transformó en desastre y los sobrevivientes fueron a parar a la cárcel, para reiniciar, luego de ser amnistiados, la lucha revolucionaria.

Durante este proceso, en el cual solamente existían gérmenes de socialismo, el hombre era un factor fundamental. En él se confiaba, individualizado, específico, con nombre y apellido, y de su capacidad de acción dependía el triunfo o el fracaso del hecho encomendado.

Llego la etapa de la lucha guerrillera. Esta se desarrolló en dos ambientes distintos: el pueblo, masa todavía dormida a quien había que movilizar y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo. Fue esta vanguardia el agente catalizador, el que creó las condiciones subjetivas necesarias para la victoria. También en ella, en el marco del proceso de proletarización de nuestro pensamiento, de la revolución que se operaba en nuestros hábitos, en nuestras mentes, el individuo fue el factor fundamental. Cada uno de los combatientes de la Sierra Maestra que alcanzara algún grado superior en las fuerzas revolucionarias, tiene una historia de hechos notables en su haber. En base a estos lograba sus grados.

Fue la primera época heroica, en la cual se disputaban por lograr un cargo de mayor responsabilidad, de mayor peligro, sin otra satisfacción que el cumplimiento del deber. En nuestro trabajo de educación revolucionaria, volvemos a menudo sobre este tema aleccionador. En la actitud de nuestros combatientes se vislumbra al hombre del futuro.

En otras oportunidades de nuestra historia se repitió el hecho de la entrega total a la causa revolucionaria. Durante la Crisis de Octubre o en los días del ciclón Flora, vimos actos de valor y sacrificio excepcionales realizados por todo un pueblo. Encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas fundamentales desde el punto de vista ideológico.

En enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario con la participación en él de varios miembros de la burguesía entreguista. La presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía de poder, como factor fundamental de fuerza.

Se produjeron enseguida contradicciones seria, resueltas, en primera instancia, en febrero del 59, cuando Fidel Castro asumió la jefatura de gobierno con el cargo de primer ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas.

Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora con caracteres nítidos, un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa.

Este ente multifacético no es, como se pretende, la suma de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además, por el sistema impuesto), que actúa como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin vacilar a sus dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en que él ha ganado esa confianza responde precisamente a la interpretación cabal de los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha sincera por el cumplimiento de las promesas hechas.

La masa participó en la reforma agraria y en el difícil empeño de la administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de los tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy trabajando en la construcción del socialismo.

Vistas las cosas desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de supeditación del individuo al Estado, la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general de Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya. Otras veces, experiencias locales se toman por el partido y el gobierno para hacerlas generales, siguiendo el mismo procedimiento.

Sin embargo, el Estado se equivoca a veces. Cuando una de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efectos de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante de rectificar. Así sucedió en marzo de 1962 ante una política sectaria impuesta al partido por Aníbal Escalante.

Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con las masas. Debemos mejorarla durante el curso de los próximos años pero, en el caso de las iniciativas surgidas de estratos superiores del gobierno utilizamos por ahora el método casi intuitivo de auscultar las reacciones generales frente a los problemas planteados.

Maestro en ello es Fidel, cuyo particular modo de integración con el pueblo solo puede apreciarse viéndolo actuar. En las grandes concentraciones públicas se observa algo así como el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor. Fidel y la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto, coronado por nuestro grito de lucha y victoria.

Lo difícil de entender, para quien no viva la experiencia de la revolución, es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.

En el capitalismo se pueden ver algunos fenómenos de este tipo cuando aparecen políticos capaces de lograr la movilización popular, pero si no se trata de un auténtico movimiento social, en cuyo caso no es plenamente lícito hablar de capitalismo, el movimiento vivirá lo que la vida de quien lo impulse o hasta el fin de las ilusiones populares, impuesto por el rigor de la sociedad capitalista. En esta, el hombre está dirigido por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de la comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de la vida, va modelando su camino y su destino.

Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que este se percate. Solo ve la amplitud de un horizonte que aparece infinito. Así lo presenta la propaganda capitalista que pretende extraer del caso Rockefeller —verídico o no—, una lección sobre las posibilidades de éxito. La miseria que es necesario acumular para que surja un ejemplo así y la suma de ruindades que conlleva una fortuna de esa magnitud, no aparecen en el cuadro y no siempre es posible a las fuerzas populares aclarar estos conceptos. (Cabría aquí la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país, pero ese es un tema que sale de la intención de estas notas.)

De todos modos, se muestra el camino con escollos que aparentemente, un individuo con las cualidades necesarias puede superar para llegar a la meta. El premio se avizora en la lejanía; el camino es solitario. Además, es una carrera de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de otros.

Intentaré, ahora, definir al individuo, actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad.

Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas.

El proceso es doble, por un lado actúa la sociedad con su educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación.

La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia.

En el esquema de Marx se concebía el período de transición como resultado de la transformación explosiva del sistema capitalista destrozado por sus contradicciones; en la realidad posterior se ha visto cómo se desgajan del árbol imperialista algunos países que constituyen ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin. En estos, el capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer sentir sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero no son sus propias contradicciones las que, agotadas todas las posibilidades, hacen saltar el sistema. La lucha de liberación contra un opresor externo, la miseria provocada por accidentes extraños, como la guerra, cuyas consecuencias hacen recaer las clases privilegiadas sobre los explotados, los movimientos de liberación destinados a derrocar regímenes neocoloniales, son los factores habituales de desencadenamiento. La acción consciente hace el resto.

En estos países no se ha producido todavía una educación completa para el trabajo social y la riqueza dista de estar al alcance de las masas mediante el simple proceso de apropiación. El subdesarrollo por un lado y la habitual fuga de capitales hacia países «civilizados» por otro, hacen imposible un cambio rápido y sin sacrificios. Resta un gran tramo a recorrer en la construcción de la base económica y la tentación de seguir los caminos trillados del interés material, como palanca impulsora de un desarrollo acelerado, es muy grande.

Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo.

De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social.

Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.

Las grandes líneas del fenómeno son similares al proceso de formación de la conciencia capitalista en su primera época. El capitalismo recurre a la fuerza, pero, además, educa a la gente en el sistema. La propaganda directa se realiza por los encargados de explicar la ineluctabilidad de un régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición de la naturaleza como ente mecánico. Esto aplaca a las masas que se ven oprimidas por un mal contra el cual no es posible la lucha.

A continuación viene la esperanza, y en esto se diferencia de los anteriores regímenes de casta que no daban salida posible.

Para algunos continuará vigente todavía la fórmula de casta: el premio a los obedientes consiste en el arribo, después de la muerte, a otros mundos maravillosos donde los buenos son los premiados, con lo que se sigue la vieja tradición. Para otros, la innovación; la separación en clases es fatal, pero los individuos pueden salir de aquella a que pertenecen mediante el trabajo, la iniciativa, etcétera. Este proceso, y el de autoeducación para el triunfo, deben ser profundamente hipócritas: es la demostración interesada de que una mentira es verdad.

En nuestro caso, la educación directa adquiere una importancia mucho mayor. La explicación es convincente porque es verdadera; no precisa de subterfugios. Se ejerce a través del aparato educativo del Estado en función de la cultura general, técnica e ideológica, por medio de organismos tales como el Ministerio de Educación y el aparto de divulgación del partido. La educación prende en las masas y la nueva actitud preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas, tan poderosa como aquella otra.

Pero el proceso es consciente; el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca.

En este período de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma.

Ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas. Las vanguardias tienen su vista puesta en el futuro y en su recompensa, pero esta no se vislumbra como algo individual; el premio es la nueva sociedad donde los hombres tendrán características distintas: la sociedad del hombre comunista.

El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta solo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo.

A pesar de la importancia dada a los estímulos morales, el hecho de que exista la división en dos grupos principales (excluyendo, claro está, a la fracción minoritaria de los que no participan, por una razón u otra en la construcción del socialismo), indica la relativa falta de desarrollo de la conciencia social. El grupo de vanguardia es ideológicamente más avanzado que la masa; esta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente. Mientras en los primeros se produce un cambio cualitativo que le permite ir al sacrificio en su función de avanzada, los segundos sólo ven a medias y deben ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del proletariado ejerciéndose no sólo sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la clase vencedora.

Todo esto entraña, para su éxito total, la necesidad de una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias. En la imagen de las multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como el de un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permitan esa marcha, que permitan la selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción.

Esta institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.

No obstante la carencia de instituciones, lo que debe superarse gradualmente, ahora las masas hacen la historia como el conjunto consciente de individuos que luchan por una misma causa. El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.

Todavía es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total consciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación.

Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte.

Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía-hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.

Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía.

Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aún cuando sea necesario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel). Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto será el comunismo.

El cambio no se produce automáticamente en la conciencia, como no se produce tampoco en la economía. Las variaciones son lentas y no son rítmicas; hay períodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso.

Debemos considerar, además como apuntáramos antes, que no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica del Programa de Gotha, sino de una nueva fase no prevista por él; primer período de transición del comunismo o de la construcción del socialismo. Este transcurre en medio de violentas luchas de clase y con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión cabal de su esencia.

Si a esto de agrega el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y política de mayor alcance.

La teoría que resulte dará indefectiblemente preeminencia a los dos pilares de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo de la técnica. En ambos aspectos nos falta mucho por hacer, pero es menos excusable el atraso en cuanto a la concepción de la técnica como base fundamental, ya que aquí no se trata de avanzar a ciegas sino de seguir durante un buen tramo el camino abierto por los países más adelantados del mundo. Por ello Fidel machaca con tanta insistencia sobre la necesidad de la formación tecnológica y científica de todo nuestro pueblo y más aún, de su vanguardia.

En el campo de las ideas que conducen a actividades no productivas, es más fácil ver la división entre la necesidad material y espiritual. Desde hace mucho tiempo el hombre trata de liberarse de la enajenación mediante la cultura y el arte. Muere diariamente las ocho y más horas en que actúa como mercancía para resucitar en su creación espiritual. pero este remedio porta los gérmenes de la misma enfermedad.: es un ser solitario el que busca comunión con la naturaleza. Defiende su individualidad oprimida por el medio y reacciona ante las ideas estéticas como un ser único cuya aspiración es permanecer inmaculado.

Se trata sólo de un intento de fuga. La ley del valor no es ya un mero reflejo de las relaciones de producción; los capitalistas monopolistas la rodean de un complicado andamiaje que la convierte en una sierva dócil, aún cuando los métodos que emplean sean puramente empíricos. La superestructura impone un tipo de arte en el cual hay que educar a los artistas. Los rebeldes son dominados por la maquinaria y sólo los talentos excepcionales podrán crear su propia obra. Los restantes devienen asalariados vergonzantes o son triturados.

Se inventa la investigación artística a la que se da como definitoria de la libertad, pero esta «investigación» tiene sus límites imperceptibles hasta el momento de chocar con ellos, vale decir, de plantearse los reales problemas del hombre y su enajenación. La angustia sin sentido o el pasatiempo vulgar constituyen válvulas cómodas a la inquietud humana; se combate la idea de hacer del arte un arma de denuncia.

Si se respetan las leyes del juego se consiguen todos los honores; los que podría tener un mono al inventar piruetas. La condición es no tratar de escapar de la jaula invisible.

Cuando la Revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales; los demás, revolucionarios o no, vieron un camino nuevo. La investigación artística cobró nuevo impulso. Sin embargo, las rutas estaban más o menos trazadas y el sentido del concepto fuga se escondió tras la palabra libertad. En los propios revolucionarios se mantuvo muchas veces esta actitud, reflejo del idealismo burgués en la conciencia.

En países que pasaron por un proceso similar se pretendió combatir estas tendencias con un dogmatismo exagerado. La cultura general se convirtió casi en un tabú y se proclamó el summum de la aspiración cultural, una representación formalmente exacta de la naturaleza, convirtiéndose ésta, luego, en una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer ver; la sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba crear.

El socialismo es joven y tiene errores.

Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó. (Otra vez se plantea el tema de la relación entre forma y contenido.) La desorientación es grande y los problemas de la construcción material nos absorben. No hay artistas de gran autoridad que, a su vez, tengan gran autoridad revolucionaria. Los hombres del Partido deben tomar esa tarea entre las manos y buscar el logro del objetivo principal: educar al pueblo.

Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce al problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.

Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase, más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente en arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista «la libertad», porque ésta no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda condenar a todas la formas de arte posteriores a la primer mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy.

Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico cultural que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal.

En nuestro país, el error del mecanicismo realista no se ha dado, pero sí otro signo de contrario. Y ha sido por no comprender la necesidad de la creación del hombre nuevo, que no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero tampoco las de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada. Precisamente éste es uno de los puntos fundamentales de nuestro estudio y de nuestro trabajo y en la medida en que logremos éxitos concretos sobre una base teórica o, viceversa, extraigamos conclusiones teóricas de carácter amplio sobre la base de nuestra investigación concreta, habremos hecho un aporte valioso al marxismo-leninismo, a la causa de la humanidad. La reacción contra el hombre del siglo XIX nos ha traído la reincidencia en el decadentismo del siglo XX; no es un error demasiado grave, pero debemos superarlo, so pena de abrir un ancho cauce al revisionismo.

Las grandes multitudes se van desarrollando, las nuevas ideas van alcanzando adecuado ímpetu en el seno de la sociedad, las posibilidades materiales de desarrollo integral de absolutamente todos sus miembros, hacen mucho más fructífera la labor. El presente es de lucha, el futuro es nuestro.

Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original. Las posibilidades de que surjan artistas excepcionales serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.

En nuestra sociedad, juegan un papel la juventud y el Partido.

Particularmente importante es la primera, por ser la arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores.

Ella recibe un trato acorde con nuestras ambiciones. Su educación es cada vez más completa y no olvidamos su integración al trabajo desde los primeros instantes. Nuestros becarios hacen trabajo físico en sus vacaciones o simultáneamente con el estudio. El trabajo es un premio en ciertos casos, un instrumento de educación, en otros, jamás un castigo. Una nueva generación nace.

El Partido es una organización de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos por sus compañeros para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el Partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educados para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El Partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra las dificultades de la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo…

Quisiera explicar ahora el papel que juega la personalidad, el hombre como individuo de las masas que hacen la historia. Es nuestra experiencia no una receta.

Fidel dio a la Revolución el impulso en los primeros años, la dirección, la tónica siempre, peros hay un buen grupo de revolucionarios que se desarrollan en el mismo sentido que el dirigente máximo y una gran masa que sigue a sus dirigente porque les tiene fe; y les tiene fe, porque ellos han sabido interpretar sus anhelos.

No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año se pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad. El individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio. Los primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que se luchó; después lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es la vanguardia de América y debe hacer sacrificios porque ocupa el lugar de avanzada, porque indica a las masas de América Latina el camino de la libertad plena.

Dentro del país, los dirigentes tienen que cumplir su papel de vanguardia; y, hay que decirlo con toda sinceridad, en una revolución verdadera a la que se le da todo, de la cual no se espera ninguna retribución material, la tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y angustiosa.

Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas son que se contraiga un músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita.

Los dirigentes de la Revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para llevar la Revolución a su destino; el marco de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de Revolución. No hay vida fuera de ella.

En esas condiciones, hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización.

El revolucionario, motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial. Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala loca y se olvida el internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo proletario es un deber pero también es una necesidad revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo.

Claro que hay peligros presentes en las actuales circunstancias. No sólo el del dogmatismo, no sólo el de congelar las relaciones con las masas en medio de la gran tarea; también existe el peligro de las debilidades en que se puede caer. Si un hombre piensa que, para dedicar su vida entera a la revolución, no puede distraer su mente por la preocupación de que a un hijo le falte determinado producto, que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario, bajo este razonamiento deja infiltrarse los gérmenes de la futura corrupción.

En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los hijos del hombre común; y nuestra familia debe comprenderlo y luchar por ello. La revolución se hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu revolucionario.

Así vamos marchando. A la cabeza de la inmensa columna —no nos avergüenza ni nos intimida decirlo— va Fidel, después, los mejores cuadros del Partido, e inmediatamente, tan cerca que se siente su enorme fuerza, va el pueblo en su conjunto sólida armazón de individualidades que caminan hacia un fin común; individuos que han alcanzado la conciencia de lo que es necesario hacer; hombres que luchan por salir del reino de la necesidad y entrar al de la libertad.

Esa inmensa muchedumbre se ordena; su orden responde a la conciencia de la necesidad del mismo ya no es fuerza dispersa, divisible en miles de fracciones disparadas al espacio como fragmentos de granada, tratando de alcanzar por cualquier medio, en lucha reñida con sus iguales, una posición, algo que permita apoyo frente al futuro incierto.

Sabemos que hay sacrificios delante nuestro y que debemos pagar un precio por el hecho heroico de constituir una vanguardia como nación. Nosotros, dirigentes, sabemos que tenemos que pagar un precio por tener derecho a decir que estamos a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América. Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de sacrificio, conscientes de recibir el premio en la satisfacción del deber cumplido, conscientes de avanzar con todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el horizonte.

Permítame intentar unas conclusiones:
  • Nosotros, socialistas, somos más libres porque somos más plenos; somos más plenos por ser más libres.
  • El esqueleto de nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje; los crearemos.
  • Nuestra libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio.
  • Nuestro sacrificio es consciente; cuota para pagar la libertad que construimos.
  • El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos.
  • Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica.
  • La personalidad juega el papel de movilización y dirección en cuanto que encarna las más altas virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta.
  • Quien abre el camino es el grupo de vanguardia, los mejores entre los buenos, el Partido.
  • La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera.
Si esta carta balbuceante aclara algo, ha cumplido el objetivo con que la mando.

Reciba nuestro saludo ritual, como un apretón de manos o un «Ave María Purísima»: 

Patria o muerte.


* Carlos Quijano, editor del semanario uruguayo, Marcha, quien publica la carta en la edición del 12 de marzo de 1965.