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jueves, 18 de enero de 2018

El PIB, la casa y la mesa

Eileen Sosin Martínez • 18 de enero, 2018


LA HABANA. En una representación memorable de los comediantes argentinos Les Luthiers, un personaje despliega un monólogo prolijo y enrevesado, acerca de marinería o algo así. El otro, que escuchaba, abre grande los ojos y pregunta qué hay de postre.

La versión cubana sería el “¿y eso con qué se come?”, frase que espeta la gente cuando un argumento no le rima con su existencia concreta. Pareciera que así reaccionan muchas personas ante las largas explicaciones de fin de año, donde se mencionan resultados productivos, aumentos y caídas, planes y condicionantes externas.

Por ejemplo, el crecimiento de 1,6 % del Producto Interno Bruto. En principio, una cifra asombrosa, teniendo en cuenta el paso de un ciclón que nos dejó con una mano delante y otra detrás, entre otras calamidades. Pero en fin, 1,6 % por encima… ¿de qué? No solo el incremento es pequeño, sino que se crece sobre una base estrecha. O sea, hicimos lo mismo que el año anterior, y un poquito más, pero lo producido en 2016 igual ya era poco (-0,9%). Por eso el aumento “no se ve”.

Algo similar ocurre con el rendimiento de la agricultura, 3 % superior. Los altos precios y la inestabilidad de la oferta confirman que no, de todas maneras no alcanza. Por otro lado, el incremento de 2,8 en el sector constructivo incluye las labores de recuperación luego de Irma. En términos simples: teníamos casas que se cayeron, y construimos para volver a tener las mismas casas. Esto engrosa el número final.

Con una industria nacional obsoleta y deprimida, gran parte de los bienes de consumo son importados, o necesitan materias primas o insumos traídos de fuera. Pero en 2017 las importaciones se redujeron en unos 1500 millones de dólares.

Ello permite entender el desabastecimiento en las tiendas, las ausencias del detergente o el papel sanitario, incluso los fósforos; de lo cual se deriva que, cuando “aparecen”, surjan a su vez las colas serpenteantes, el acaparamiento y la especulación.

Los flamantes anuncios de planes cumplidos también pueden inducir vanos entusiasmos. En muchos casos el plan —de frazadas de piso, digamos— se establece en función de las capacidades productivas, no de la demanda. Si la demanda es mucha y las capacidades productivas insuficientes —como suele suceder—, significa que no habrá para todos, o que nos tocará menos de lo que necesitamos/queremos.

A menudo, hablando sobre economía y problemas cotidianos —que son casi sinónimos—, viene alguien que pregunta: “Bueno, qué, ¿cómo está la cosa?”. “¿Cómo usted la ve?”, respondo siempre, más práctica que optimista.

No obstante, sí hay elementos positivos. En primer lugar, el pago de la deuda renegociada con los principales acreedores. El país hace un esfuerzo ciclópeo para honrar esos compromisos, lo cual tiene un efecto saludable en la credibilidad internacional de la economía cubana (léase: si no pagamos ahora, nadie nos dará créditos después). Sin embargo, el impacto más inmediato es una succión de millones, dinero que se va y se va.

Con la inversión extranjera pasa otro tanto. El año anterior se pactaron aproximadamente 2000 millones de dólares, pero esa cantidad se refiere a proyectos aprobados, todavía en papeles o apenas dando los primeros pasos. Transcurrirá un tiempo antes de que esos negocios empiecen a rendir frutos.

Lo que sí reta la comprensión y los pronósticos de cualquiera es la parálisis en el otorgamiento de licencias en el sector privado. Siguen congeladas justamente las actividades más rentables… porque no se tocaron las autorizaciones de Forrador de botones o Leñador. Eso no solo tiene consecuencias estrictamente económicas, sino que influye en los proyectos de vida de mucha gente, y su visión más o menos positiva o negativa del presente y el futuro del país.

Y como “la cosa” está así, las estrategias de supervivencia pasan sobre todo por lo individual, por el ámbito estrecho de la familia, la casa. La reproducción simple se complejiza, quizás sin los tonos dramáticos de los noventa, pero igualmente desgastante.

Aunque suba el salario, no sirve de mucho si también los precios aumentan, en un diabólico ciclo del huevo y la gallina. Por algún lado debería anotarse como prioridad borrar esa percepción de que “uno trabaja para comer”. Porque mirando solo esos árboles, es imposible ver el bosque.

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