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jueves, 25 de enero de 2018

Perspectivas de una devaluación monetaria en Cuba: cuando la montaña de la política no viene hacia los economistas

Pedro Monreal, El Estado como tal



El colega Juan Triana ha publicado un artículo del cual interpreto dos proposiciones básicas sobre la unificación cambiaria y monetaria en Cuba. En primer lugar, que habiéndose convertido en lo “normal”, la multiplicidad monetaria y cambiaria parecería formar parte de una especie de zona relativamente confortable, desde una perspectiva política. Es decir, funcionarios, productores y consumidores habrían aprendido a gestionar las distorsiones y a minimizar los riesgos, algo que se nos aparece como una realidad inmediata y palpable. Ver, “CUP, CUC, convertidores y moneda total”, http://oncubamagazine.com/columnas/cup-cuc-convertidores-y-moneda-total/
Como contrapartida, las posibles ventajas de unificar monedas y tasas aparecen como algo teórico y, como también pudieran darse efectos negativos impredecibles, entonces el balance se ubicaría más bien en el plano de la incertidumbre, es decir un riesgo que ni siquiera puede ser cuantificado.
En segundo lugar, entiendo del artículo que Triana  considera que sería factible diseñar –desde el inicio- un esquema general monetario y cambiario que pudiera ofrecer respuestas “correctas y duraderas” a cuatro problemas: segmentación económica, frecuencia y magnitud de las devaluaciones, distorsiones de la actual sobrevaluación, e inflación.
El corolario de la primera proposición pudiera ser una preferencia por no asumir, a corto plazo, los riesgos de una modificación de lo que hoy se asume como el estado “normal” de las cosas. La secuencia que va desde una devaluación que afectaría el nivel de vida de la población (vía inflación) y que plausiblemente pudiera motivar un tipo de agitación social que no es buena para la estabilidad política ni para la seguridad nacional, es algo que puede ser percibido sin mucha dificultad.
Cuando se contrasta eso con el eventual efecto positivo que una devaluación tendría para el funcionamiento más eficiente y más eficaz de la economía, y que, consecuentemente, pudiera incrementar el bienestar ciudadano en el largo plazo, favorecer el desarrollo y con ello apoyar la estabilidad política, es evidente que resulta algo más difícil de entender, e incluso hay divergencias entre los especialistas. Pero, sobre todo, es algo que parece estar colocado en un “tiempo político” que no es el actual y por eso funciona como algo intangible que no representa una urgencia y consecuentemente no habría una justificación razonable en cuanto a asumir grandes riesgos en el corto plazo.
Dicho de manera más simple, los economistas pudieran desgañitarse explicando la racionalidad “técnica” de una unificación monetaria y cambiaria, pero probablemente esta no sería aceptada como una racionalidad “suficiente” desde el punto de vista político.
Una posible lección sería que, si la montaña de la política no viene hacia los economistas, los economistas deben ir a la montaña de la política.
Naturalmente, también existe otra posibilidad para que los argumentos “técnicos” fuesen considerados en las decisiones políticas: que los riesgos que ahora se perciben como cosa del largo plazo, tuviesen un efecto negativo –y quizás súbito- en el corto plazo, como pudiera ser el caso de una crisis en la inserción internacional del país (caída de exportaciones y reducción de importaciones), algo que pudiera tener efectos inmediatos en una contracción sustancial del bienestar ciudadano. Sin embargo, ese no parece ser un escenario inmediato, a pesar de algunas tendencias negativas recientes.
En mi modesta opinión, el aspecto central que debería ser entendido es que cuando nos referimos al largo plazo nos colocamos en el plano verdaderamente relevante para el desarrollo. Es decir, si lo que se decidiese ahora fuese seguir postergando la unificación monetaria y, sobre todo, la cambiaria y la devaluación del peso, con tal de no asumir los riesgos de corto plazo, entonces debería quedar asumido explícitamente, por quienes tomen las decisiones, que el país no se encontraría colocado en una senda de desarrollo.
No digo que sea preferible asumir esos riesgos políticos de corto plazo. Lo que expreso es que no debería existir disonancia cognitiva entre quienes tomen la decisión, pues no sería racional asumir simultáneamente dos pensamientos que estarían en abierto conflicto: mantener una moneda nacional sobrevaluada no es compatible con el desarrollo de una pequeña economía abierta.
Me queda claro que inclusive expresado de esa manera –relativamente áspera- el argumento pudiera no tener “pegada” política. Queda entonces, por el momento, la bola en el terreno de los economistas y por eso es importante favorecer un debate amplio, que no solamente involucre economistas “académicos” sino también aquellos que estén participando en la preparación de propuestas oficiales sobre el tema.
Esto último me lleva a la segunda proposición que creo identificar en el artículo de Triana: la factibilidad de un esquema general monetario y cambiario que pudiera ofrecer respuestas “correctas y duraderas”.
Si por eso se entendiese una especie de “propuesta maestra” que fuese capaz de guiar con precisión el proceso, tanto de la unificación monetaria y cambiaria, como lo que ocurriría después en cuanto al nivel de la tasa, francamente dudo mucho que tal cosa sea viable. La verdad es que no me queda claro si Triana quiso decir eso, pero, en cualquier caso, ello ofrece una oportunidad para hacer una breve consideración sobre el tipo de programa que se requiere.
Por supuesto que se necesita un programa concreto. De hecho, quienes hemos estado aportando criterios y propuestas partimos de esa premisa, pero la propia naturaleza de la tasa de cambio (resultado del funcionamiento de sistemas complejos), así como el punto de partida de la “economía real” que existe (un tejido económico “dañado” y con sus componentes deficientemente interconectados), lo que parece necesario es un programa flexible, con alta capacidad de adaptación, más que un programa que ofrezca respuestas detalladas y que pretenda tener un alto nivel de certidumbre anticipada en cuanto a su efectividad.
En ese sentido, creo que pudiera ser conveniente tratar de discutir en el futuro inmediato algunas preguntas como las siguientes:
  • ¿Debe asumirse la tasa de cambio como un precio relativo crucial, cuya variación es deseable para la economía cubana?
  • ¿Qué debería priorizarse, la estabilidad de la tasa de cambio o la existencia de un nivel que favorezca la competitividad internacional?
  • ¿Debería esperarse por una unificación cambiaria para devaluar el peso cubano, o pudieran hacerse devaluaciones (quizás sucesivas) de la tasa de cambio oficial, antes de proceder a la unificación de las tasas?
  • ¿Es el “exceso de demanda” (con altos precios) que hoy se observa en Cuba un resultado de la utilización ineficiente de los factores de producción por parte del sector estatal que gestiona la mayor parte de los activos del país?
  • Si la existencia de una contrapartida de producción nacional –y de su productividad- es importante para sostener la moneda nacional en un país cuyo gasto familiar en alimentos es desproporcionadamente elevado, ¿puede avanzarse hacia la unificación cambiaria con el enorme nivel de subutilización de la tierra agrícola que existe hoy?
  • ¿Qué tipo de modelo (o tipos de modelos) para la determinación de las tasas de cambio serían más apropiados utilizar en Cuba (paridad de poder de compra, enfoque de balance de cartera, enfoque de tasa de interés, enfoque monetario, y enfoque de balanza de pagos)?
  • ¿Es razonable asumir que una tasa unificada tendrá un valor ubicado en algún punto entre la tasa oficial 1 X1 y la tasa de CADECA? ¿Qué impide pensar que la tasa unificada sería aún más baja que la tasa de CADECA, por ejemplo, 1 USD = 30 CUP, o 1 USD = 50 CUP? (ocurrió en Vietnam, por ejemplo)
 Son preguntas que requieren respuestas “técnicas” que ciertamente no son suficientes, pero que deberían ser discutidas antes de poder avanzar hacia una evaluación de sus posibles implicaciones políticas.
 Resumiendo:
  • Los economistas necesitan transitar desde el actual estado del debate –principalmente enfocado en argumentos “técnicos”- hacia un análisis que incorpore otras dimensiones, principalmente la política, y para ello es necesario estimular un intercambio abierto y constructivo con especialistas en otros campos, así como con personas no especializadas, pues la política es un tema esencialmente ciudadano.
  • La naturaleza de la tasa de cambio hace recomendable pensar en un programa “abierto” para avanzar hacia la unificación de las tasas y también para el diseño del “régimen cambiario” que se adoptaría. El programa debería orientarse principalmente hacia la capacidad de adaptación de las decisiones.
  • Si bien es una falacia asociar nuestra futura prosperidad, de forma única o principal, a que tengamos una sola moneda y una sola tasa de cambio, también tendría una alta probabilidad de ser una falacia adoptar el supuesto de que el país pudiera transitar hacia el desarrollo con una multiplicidad cambiaria como la actual, anclada en una sobrevaluación oficial de la moneda nacional.

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