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domingo, 25 de marzo de 2018

Precios inflados y obtención de ganancias

Rigoberto Triana Martínez OPINIÓN, El Invasor



Tras su restauración, el restaurante Solaris está entre los preferidos en la capital avileña Fotos: Alejandro García

Aquel veterano profesor aparecía en su aula con una papa en las manos. Quería explicar, mediante un ejemplo primario, el concepto de mercancía: cuánto costó producir el tubérculo, y a partir de esos gastos, la conformación del precio y la obtención de la ganancia.

Everardo Loyola, que así era el nombre del maestro, se remontaba a épocas tan lejanas como el período de tránsito de la comunidad primitiva al feudalismo, y de este último al capitalismo. Transcurrían apenas 50 minutos, suficientes para saber que las prácticas elementales de la economía siguen vigentes en pleno siglo XXI.

Lo que no concuerda a esta altura del desarrollo de la humanidad, es la tendencia enfilada al pillaje, a la chanza, al insulto, junto a otros calificativos que pueden apreciarse en Ciego de Ávila, como en cualquier parte de Cuba, tanto en mercados como en disímiles puntos de la gastronomía y los servicios, estatales o privados.

Al son de las conocidas oferta y demanda muchos “bailadores” gozan a costa de quienes se ganan el pan en su modesto trabajo. Varios ejemplos se han hecho recurrentes, y de ellos, uno de los más molestos acontece cada vez que aparece un fenómeno como el huracán Irma, que deja sin productos del agro, y los pocos que aparecen llegaban con precios estratosféricos.

De aquellos días, queda el recuerdo de las medidas para poner coto a quienes especulan basados en las escaseces de sus conciudadanos. Hubo multas, decomisos, sanciones, pero no fueron suficientes ni siempre prevaleció el rigor.

Las prácticas de los negociantes más agresivos se modifican en correspondencia con las circunstancias, entre ellas, el inicio de la cosecha de tomates, cuando la libra del apetecido alimento llegó a alcanza valores insospechados.

Pero si de taladrar bolsillos se trata, las fiestas populares aportan un liderazgo negativo difícil de superar por la elevación de los precios, junto a la reventa de juguetes y confituras, más el costoso acceso a los equipos o aparatos destinados a arriesgadas diversiones de los bisoños a costa del dinero de los padres.

Si a esos montos le sumamos el desmedido ascenso de algunas ofertas, el ciudadano común sentirá en pleno rostro impactos que poco faltan para equipararse con el de un atraco. Eso de que un vasito de piña colada valga 10.00 pesos, con o sin ron, como ya sucede, genera una total desconfianza en el futuro de nuestra gastronomía.

A la hora de cobrar caras sus prestaciones, los restaurantes privados, a pesar de ser extremadamente caros, llevan la delantera con ventaja ante quienes podían ganarle la competencia con facilidad, o sea, los estatales.

Por lo general, el precio lleva el respaldo de la exquisitez en el trato, la abundancia de las raciones, la pulcritud y la mesura, aspectos que caracterizaron años atrás a la red avileña de restaurantes, pero que hoy se desvanecen y vulgarizan, salvo excepciones.

La esencia de aquella clase no ha variado. El modo de actuar de comerciantes estatales o particulares sí, y lo más triste el cliente no gana: si existe un buen trato tiene que pagar mucho por ello, o de lo contrario, sufrir ante la ineficiencia y el oportunismo.

¿Soluciones?

Evidente, solo hace falta una visión basada en la generación de bienes y servicios a partir de pagos adecuados, mientras el incremento de la fiscalización en cada actividad debe erigirse como eje central para detener a quienes se ganan el dinero fácil y especulan con las necesidades ajenas.


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