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lunes, 30 de abril de 2018

Importaciones: lo urgente y lo estratégico




Hoy en Cuba importamos aire (latas y botellas) para vender luego cervezas en el mercado nacional y rones en el mercado nacional y extranjero. Foto: Chris Brown / Flickr.



30 abril, 2018

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Durante casi más de cincuenta años, en todas las estrategias económicas implementadas, la necesidad de la sustitución de importaciones ha figurado como un elemento esencial de las aspiraciones de crecimiento y desarrollo de Cuba.

Hace unos días, en la reunión del Consejo de Ministros, las dificultades con la importación vuelven a aparecer como uno de los factores que obstaculizan los propósitos productivos del país. Lograr importar es hoy una urgencia; importar para crecer, importar para exportar.

Esta historia comenzó hace ya mucho tiempo, cuando la Corona de Castilla decretó el monopolio comercial sobre sus colonias de América y solo permitió a los puertos del sur de España el comercio con sus nuevas posesiones. Desde entonces las importaciones han sido decisivas para la dinámica de nuestra economía. Casi desde entonces comenzó en Cuba el “comercio de rescate” –la “importación por la izquierda”, diríamos en la actualidad– ante la incapacidad de la corona de surtir de los productos necesarios a la Isla.

Lo cierto es que la dependencia de las importaciones ha sido y es una característica estructural de la economía cubana desde antes de 1959. Su condición política de colonia y su condición geográfica de isla y territorio pequeño, junto a aquella otra de ser un país económicamente atrasado, con una débil industria y una agricultura mucho más dedicada a cultivos de exportación que al mercado doméstico –pequeño en sí mismo–, hizo que la economía cubana desde sus orígenes “modernos” fuera altamente dependiente de todo tipo de importaciones.

Desde 1960 y solo con una excepción en uno de los años de esa década, el balance comercial de bienes de Cuba ha sido negativo.

Luego, en la primera mitad del siglo XX, la cercanía a la economía más poderosa del mundo, la subordinación política a los intereses estadounidenses, los llamados “Tratados de Reciprocidad” y los fuertes intereses de una burguesía comercial importadora, permitieron la consolidación de esa “cultura de la importación”. Práctica que se profundizó años después con la ventajosa relación comercial que mantuvo Cuba con la URSS y los países del Campo Socialista, mediante créditos a la importación, precios resbalantes y una decisión política de garantizar los suministros necesarios a la naciente economía socialista isleña.

Si bien es cierto que en la primera mitad del siglo XX, en términos de política económica, las estrategias de sustitución de importaciones estuvieron prácticamente ausentes y que la llamada “industria nacional” apenas tenía espacio para sobrevivir a partir del esfuerzo de algunos industriales cubanos y de las filiales estadounidenses en la Isla, sobre todo concentradas en la capital del país, otra realidad muy distinta fue la existente a partir de 1964 en Cuba, pero especialmente a partir de los años 80.

Fue entonces cuando se invirtieron centenares de millones de pesos en la expansión del sistema industrial nacional, se creó una industria relativamente poderosa y mejor distribuida en términos espaciales. A pesar de ello, el síndrome importador permaneció prácticamente inalterable.

También es cierto que son historias diferentes, que responden a factores también diferentes, en condiciones muy diferentes; pero el resultado, en términos de dependencia importadora ha sido el mismo, y quizás eso es lo paradójico de la situación.

Sin duda una de las causas de esa dependencia importadora fue la propia estructura vertical de nuestro sistema industrial, un muy poco desarrollado tejido productivo, su gigantismo y su falta de complementariedad. También influyó la incapacidad del sistema de planificación para poder captar y resolver las múltiples relaciones entre todas la empresas estatales cubanas y lograr de esa forma aprovechar mejor las posibilidades nacionales. Habría que sumar la “facilidad para importar” que la distorsión cambiaria (la relación entre el rublo convertible y el peso cubano) propiciaba ya en aquellos tiempos.

Luego, el llamado Período Especial, por eso de que toda crisis es una gran oportunidad de cambio y mejora, parecía propiciar que la cultura importadora perdiera espacio ante la cultura productora, más que todo porque apenas había recursos para importar lo esencial.

Pero tampoco funcionó y solo podemos identificar algunos ejemplos exitosos como el del turismo y su esquema de prefinanciar producciones competitivas para el sector a través de FINATUR, un loable esfuerzo por encadenar la producción nacional a la expansión del sector.

Por eso de ser un país de extremos, hoy en Cuba importamos aire (latas y botellas) para vender luego cervezas en el mercado nacional y rones en el mercado nacional y extranjero. La capacidad para conseguir importar botellas se ha convertido en un cuello de botella para la comercialización del que es hoy el mejor ron de Cuba, el Ron Santiago, que reposa añejándose en la solera Don Pancho de Santiago de Cuba pero no aparece en los comercios y tiendas de los aeropuertos cubanos.


Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida.

Sin embargo, a mi mente vienen los proyectos de construcción de la fábrica de latas y de la fábrica de botellas, todos con inversión extranjera, todos demorados, todos necesarios.

¿Cuánto ha costado la demora? Pues sumemos año a año el valor de la importación de botellas vacías y de latas y por ahí anda. Solo la marca Havana Club exporta 4 millones de cajas de botella de ron al año, así podemos tener una idea.

Pero más allá del hecho puntual, lo que resulta indiscutible es que importar será algo de lo cual no podremos prescindir, aun cuando algún día logremos una estrategia exitosa de sustitución de importaciones.

Lo otro que resulta determinante es el tipo de bienes o servicios que se importan: ¡Dime lo que importas y te diré lo que eres!, pudiéramos decir. En el caso de Cuba la estructura de las importaciones por tipo de bienes se ha comportado de la siguiente forma:

¿Qué nos dicen los datos?

1- Que en los años que van entre 2011 y 2016 hemos perdido más de 2,300 millones en importaciones.

2- Que las importaciones de bienes de consumo han crecido durante este período.

3- Que las importaciones de bienes de capital también han crecido.

4.-Que el peso en la reducción de las importaciones se concentra en los bienes intermedios.

El comportamiento creciente de los valores de importación de bienes de consumo y bienes de capital es cierto que puede deberse a cambios en los precios de estos; pero también refleja la imposibilidad de reducir el consumo así como la dependencia que este tiene de la importación. En el caso de los bienes de capital –y esta es una muy buena noticia– ese incremento se debe también a políticas asociadas a inversiones importantes para el desarrollo del país.

Los bienes intermedios son bienes generalmente utilizados para producir otros bienes, para completar procesos productivos.

Entonces es posible darse cuenta de lo crítico de la situación, en un doble sentido, de una parte porque esa categoría, que permite cerrar o completar ciclos de producción, se ha reducido en casi un 50 por ciento (lo que en parte puede explicar la reducción de los volúmenes de exportación); de otra, porque a pesar de esa reducción, los bienes intermedios importados siguen siendo más del 50 por ciento de nuestras importaciones, lo que puede explicarse por la debilidad y falta de complementariedad de nuestro sistema productivo.

Esto último también nos permite entender cuán crítica para nuestras aspiraciones de crecer es la situación de los adeudos a suministradores extranjeros y entender las palabras, más de una vez repetidas por las autoridades cubanas, agradeciendo la comprensión de aquellos ante la demora en los pagos.

Sin embargo, también los suministradores enfrentan problemas con las fábricas que los proveen y con sus bancos que financian la producción de esos bienes.

En Cuba necesitamos un política industrial que en el mediano y largo plazos permita cambiar esta situación; pero en el corto plazo, lo cierto es que la importación de bienes intermedios es vital para la economía nacional ante la secular debilidad del sistema productivo cubano.

Ese ciclo –importar-producir-exportar-importar– puede ser un círculo perverso o un círculo virtuoso.

La batalla se gana en la eficiencia en el aprovechamiento de lo importado y en la capacidad para convertir una parte de esos bienes en productos exportables. Mientras no se logre, estaremos encerrados en ese círculo perverso.

Convertir en virtuoso ese círculo, no es el más fácil de los ejercicios, requiere de cambios importantes, más bien decisivos en las “reglas del juego”, cambios que abarcan a todos los agentes económicos, que generen incentivos para la producción nacional y la exportación. Requiere también de tiempo, el más escaso de todos los recursos con los que cuenta el ser humano.

En la historia de la economía nacional, el debate entre el “síndrome importador” y la necesidad de producir internamente lo que necesitamos ha estado siempre presente, el desenlace casi siempre ha sido favorable al primero.

La solución no está en exigir y esperar cambiar la mentalidad de ser importadores a ser productores y exportadores; la solución está en generar las políticas adecuadas para que ese cambio se produzca.

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