Hace nada más que unos miles de años, cuando la mejor forma de conseguir alguna proteína era perseguir una manda de mamuts, el homo sapiens descubrió –quizás por casualidad, quizás por curiosidad– la manera en que las plantas se reproducían. Intentó hacerlo él, lograr de forma “pensada” que las plantas se reprodujeran y obtuvo éxito; tanto, tanto éxito, que comenzó la primera y quizás la más importante de todas las revoluciones tecnológicas que haya ocurrido nunca en la historia de la humanidad y también las más importante de todas las revoluciones de la productividad que el ser humano haya conseguido: la Revolución Agrícola.
Fue el interés / necesidad / dominio sobre la producción de alimentos lo que hizo que el ser humano dejara de ser un animal nómada y pudiera asentarse en algún sitio. Fue esa capacidad nueva lo que hizo que surgieran las aldeas, devenidas después en ciudades, que hoy compiten esa misma tierra y cada vez van constriñendo más y más los espacios del homo sapiens para producir alimentos.
Esa revolución nunca se ha detenido, provocó el desarrollo de instrumentos nuevos y hoy es beneficiaria de otros muchos instrumentos, y de otras muchas ciencias y tecnologías que aparentemente nada tienen que ver con la producción de alimentos, desde el GPS hasta aquellas que permiten la identificación digital. Prácticamente todas las ciencias desarrolladas por la humanidad se emplean hoy en la industria de producción de alimentos.
Producir alimentos es, además de una necesidad, un gran negocio. Como otras cadenas productivas, se organiza desde el origen de la producción hacia la comercialización o al revés, desde la comercialización hacia los productores, subordinando generalmente a estos últimos a las demandas del “mercado”. En ambos casos, instrumentos como publicidad, marketing, merchandise y sobre todo finanzas, se convierten en decisivos.
Es quizás una curiosidad más, pero no una casualidad, que sean los países industrializados (Estados Unidos, Francia, etcétera) los grandes productores de alimentos y que sean grandes compañías transnacionales las que dominen el “agronegocio” a costa incluso de la propia naturaleza, lo que ha llevado a esa otra gran preocupación y ocupación que es la de la “producción responsable de alimentos”.
Otra de las grandes curiosidades es que, a pesar de que el mundo produce hoy una gran cantidad de alimentos (tanto que una buena cantidad de ellos se bota), una parte de esta gran manada animal que es el homo sapiens sufre de hambre y todos los años parte de sus miembros muere de inanición, mientras paradójicamente, otro gran grupo muere por exceso de ingestión de alimentos, lo que también ha llevado a la preocupación por el “consumo responsable de alimentos”.
La demanda de alimentos ha provocado desde grandes sublevaciones hasta grandes revoluciones.
¿Habemus alimentos en Cuba?
Por ser un archipiélago, por estar en el trópico, por ser una isla alargada de este a oeste o viceversa y por lo tanto no tener una gran diversidad climática entre sus territorios; por heredar una cultura “afroibérica”, Cuba ha tenido siempre que importar alimentos. Apenas algo de la cultura alimentaria de los habitantes precolombinos de estas tierras llegó hasta nuestro días, el casabe por ejemplo. Casi todo el resto ha sido cultura alimentaria importada.
Entre 1930 y 1958, cuando nuestra población era alrededor de la mitad de lo que es hoy y cuando la distribución de alimentos era muy desigual, las importaciones de comestibles estuvieron entre el 25 y el 30 por ciento de la oferta total estos.
Para finales de los 80 con casi un 80 por ciento más de habitantes que en 1959, con más de 11 millones de personas, con un modelo socio-político que tuvo y tiene la igualdad como una de sus columnas principales, la distribución “igualitaria” y “racionada” de alimentos ha sido uno de los pilares en estos casi sesenta años. “Comida para todos, a cualquier costo y a bajos precios” pareció ser la divisa principal de ese período 1959 – 1989.
A pesar del esfuerzo, de la ayuda soviética, de las voluminosas inversiones realizadas en la agricultura, de la incomparable mejora producida en la dotación de conocimientos en el sector, los resultados de la producción de alimentos estuvieron lejos de las necesidades y la dependencia alimentaria de Cuba creció de forma sustancial.
A continuación algunos datos que permiten corroborar lo anterior:
Mientras en la producción agrícola los resultados fueron mucho más modestos:
De los años 90 a esta fecha, a pesar de haberse entregado miles y miles de hectárea para cultivo, la situación no ha tenido cambios esenciales.
Para los últimos años (2011-2016) el crecimiento promedio del PIB del sector agropecuario ha sido de 3,5 por ciento anual, más que el crecimiento del PIB total. Sin embargo, las importaciones de alimentos han oscilado alrededor de los 1,800 millones de pesos y resulta una partida muy difícil de reducir.
Cuba ha gastado en importaciones de alimentos una suma considerable en estos años, cuando algunos de ellos podrían ser producidos en el país. Sin considerar las grandes partidas de importación de alimentos, que están constituidas por el arroz, el maíz, la harina de trigo, la leche en polvo y materias primas para la producción de pienso animal, todavía hay grandes oportunidades de reducir las importaciones y promover esa industria alimentaria que tanto necesitamos.
Es cierto que no se puede producir todo internamente, es cierto que siempre habrá que importar; pero también es cierto que una parte de lo que hoy importamos es el resultado de políticas poco adecuadas, muchas de ellas fallidas, de esquemas segmentados, de cadenas productivas truncadas por feudos organizacionales. Y ello afecta en primer lugar a la familia cubana.
Todavía las familias en Cuba destinan a la compra de alimentos una cifra que oscila entre el 55 y el 70 por ciento de sus ingresos[1]. Es entonces, más que un problema económico, un asunto de orden socio-político.
Hoy hay que sumar a la demanda de los cubanos que vivimos en Cuba la de los turistas que nos visitan, casi 5 millones. Esa demanda compite con la débil oferta nacional de este tipo de productos. Es una tremenda oportunidad que no sabemos y no podemos aprovechar. Deberíamos sumar –¿por qué no?– esa otra demanda existente en los países del Caribe cercano, sin tierras suficientes una buena parte de ellos, donde casi 30 millones de turistas “anidan” todos los años. Es lamentable no poder aprovechar esa oportunidad.
Es cierto que no es necesario producir alimentos agrícolas para tener una industria agroalimentaria poderosa, pero es raro encontrar esas experiencias. Por lo general para transformar industrialmente los alimentos, primero se requiere de la materia prima y es muy probable que importar materia prima (alimentos agropecuarios) para transformarlos en Cuba, no sea hoy la mejor de las combinaciones, si tenemos en cuenta el grado relativamente bajo de desarrollo tecnológico que tiene esta industria en nuestro país y la gran distancia que la separa aún de las tendencias mundiales.
Poder tener una Feria de la Industria Alimentaria cada dos años es muy bueno porque nos acerca a las nuevas tecnologías, porque nuestros empresarios y ejecutivos del sector tienen, en muy poco espacio y en breve tiempo, una nueva oportunidad de ver cuánto se avanza en este asunto tan complejo. Es bueno, es muy bueno.
Es en el día después de la Feria donde está el asunto. Para tener una industria alimentaria poderosa tenemos que tener una producción poderosa de materia prima, de agroalimentos y para ello se requiere de políticas que estimulen efectivamente esa producción.
Se requiere de mejores incentivos al sector agrícola; se requiere de empresas que no sobrecumplan sus utilidades sin producir más productos; se requiere de un salto tecnológico que nos permita competir con la importación; se requiere de un enfoque que elimine la segmentación entre organizaciones; se requiere de empresas nacionales, estatales y no estatales convenientemente incentivadas.
Tuvimos Feria, pero tenemos que lograr decir en algún momento “tenemos la producción de alimentos que necesitamos”.
[1] García A. Y Anaya B. “Gastos básicos de las familias cubanas urbanas dependientes de salarios y pensiones: dinámica reciente”. CEEC. Seminario anual, 2018.
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