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martes, 29 de mayo de 2018

Economía cubana: una nueva era





Durante el Congreso de LASA, celebrado en Barcelona, tuvo lugar el día 24 de mayo la presentación del libro The Cuban Economy in a New Era. An Agenda for Change Toward Durable Development, editado por Jorge Domínguez, Omar Everleny y Lorena Barbería.
El libro es el cuarto de una serie de estudios que, desde 2004, viene impulsando el David Rockefeller Center de la Universidad de Harvard, incorporando a economistas y especialistas en Cuba de dentro y fuera de la Isla.
En esta ocasión, el elemento principal de referencia al que aluden los capítulos es el proceso de reformas acometido por Raúl Castro, desde su toma de posesión como Presidente, haciendo balance de los logros y de las carencias, limitaciones o desafíos que el proceso comporta.
El libro es una excelente oportunidad para comprobar dos hechos difícilmente rebatibles. El primero alude a la maduración alcanzada por los profesionales cubanos en el uso de las herramientas propias del análisis económico. Era esta una carencia que se percibía de manera muy notoria al comienzo del período especial, allá por los inicios de los años 90. Los economistas cubanos estaban entonces muy mal equipados para enfrentarse al análisis y gestión de una economía que obligadamente había de abrirse al mercado internacional.
La brecha en el uso y dominio de los conceptos, categorías y procedimientos de análisis económico, respecto a los utilizados por los economistas occidentales, era entonces mayúscula. Hoy, esa brecha en lo sustancial se ha cerrado, como fruto del esfuerzo de actualización de muchos economistas, pero también –y de forma muy importante–  de la incorporación al plantel de profesionales de nuevas generaciones mejor formadas. Lo cierto es que la calidad del análisis en los capítulos del libro, todos ellos sometidos a procesos de evaluación anónima, es elevada y totalmente homologable a la de otras publicaciones similares del mundo académico occidental.
No solo ha habido una mejora en la calidad del análisis, sino también una conquista efectiva de espacios de libertad para expresar opiniones críticas y juicios severos acerca de aquello que no funciona. Los eufemismos y los silencios que antes dominaban el análisis público de los cubanos acerca de la realidad de su economía, se ha transformado en un diálogo más franco y abierto acerca de la realidad y de su futuro. También este es un logro importante, porque difícil es transformar una realidad que ni siquiera se es capaz de diagnosticar de modo explícito. No solo es que las visiones críticas se expresen más plenamente, sino que se aprecian matices y discrepancias entre los propios analistas, enriqueciendo con ello del debate.
El segundo hecho incontrovertible que el libro ilumina es que a lo largo de estos últimos años se han registrado algunos avances en las reformas, pero muchas de ellas siguen todavía por realizarse.
Entre los logros, algunos son claros: se ha desarrollado un sector privado (los cuentapropistas) enormemente dinámico y creativo, aun a pesar de las restricciones del marco que lo regula; se han sofisticado las herramientas de la gestión macroeconómica, en un marco institucional que no cabe sino calificar de singular; se ha mejorado la capacidad de trenzar lazos de solidaridad familiar con el exterior (apoyo y remesas), a través de una política más abierta de movilidad de los cubanos; y, en fin, se ha eliminado una importante traba para el acceso del país a la financiación internacional, a través de la negociación inteligente de su deuda externa en el Club de París.
Son logros indudables, pero junto a ellos permanecen problemas que se vienen señalando desde hace años y que limitan severamente los efectos positivos que cabría derivar de algunas de las reformas ya ejecutadas.
Entre ellos, uno de los más relevantes es el bajo progreso en la productividad de la economía, que tiene que ver con unas tasas de ahorro e inversión notablemente bajas (de en torno al 10 por ciento del PIB), que imposibilitan un ritmo adecuado de progreso. Esas bajas tasas responden a las limitadas expectativas de rentabilidad asociadas a un marco normativo que es para los inversores (nacionales y extranjeros) restrictivo y poco seguro.
El segundo aspecto es el que tiene que ver con la persistencia de la dualidad monetaria, con sus múltiples mercados seccionados, que lastran las posibilidades de competitividad de las producciones domésticas y generan una diversión de capacidades hacia actividades de baja productividad.
La tercera dificultad se relaciona con la inadecuación de los marcos institucionales en ámbitos claros necesitados de reforma, como el mercado laboral para la contratación de trabajadores, la regulación de la inversión extranjera o la creación de mercados mayoristas para el abastecimiento de las empresas.
Todos estos problemas están reiteradamente diagnosticados, por lo que si no se afrontan no es por carencia de ideas, sino por falta de voluntad política. Diríase que los economistas cubanos parecen condenados a revivir permanentemente el mito de Casandra, y decir verdades para que ningún decisor las asuma.


De izquierda a derecha, Marlen Sánchez e Ileana Díaz de la Universidad de La Habana; Lorena G. Barbería de la Universidad de São Paulo, José Antonio Alonso de la Universidad Complutense de Madrid y Alejandro De la Fuente de la Universidad de Harvard.
De izquierda a derecha, Marlen Sánchez e Ileana Díaz de la Universidad de La Habana; Lorena G. Barbería de la Universidad de São Paulo, José Antonio Alonso de la Universidad Complutense de Madrid y Alejandro De la Fuente de la Universidad de Harvard.

Finalmente, a estos desafíos de largo recorrido se suman otros más recientes. Uno es el que se refiere al crecimiento de la desigualdad, una tendencia que se ve con preocupación por cuanto mella uno de los signos distintivos del sistema cubano.
A pesar del efecto que las reformas puedan tener sobre la desigualdad, no debe constituir un impedimento de aquellas reformas que se consideren necesarias, sino, en todo caso, un elemento a contemplar para asegurar políticas complementarias que propicien una compensación a los perdedores y preserven la cohesión social.
Por último, es igualmente nuevo, y abordado en el libro, el tema referido a la posible adscripción de Cuba a algunas de las instituciones financieras internacionales que operan en la región. Sin duda, la decisión más polémica y relevante es la que se refiere a la adscripción al FMI. No obstante, si se quiere avanzar en la reforma, necesariamente Cuba habrá de acometer un plan de ajuste, que lleve aparejado la normalización monetaria; y para acometer ese plan con ciertas garantías, la financiación internacional será clave, lo que remite al papel crucial que el FMI tiene en ese campo.
En suma, un libro excelente que recorre buena parte de los problemas que padece la economía cubana con rigor y juicio crítico. De su lectura se deduce que Cuba ha pasado de una primera etapa en la que se entendían las reformas como un mal necesario, pero reversible, a otra etapa en donde las reformas se conciben como deseables.
No obstante, el miedo a los costos que las reformas comportan (en muy diversos ámbitos, también en el político) ha hecho que ese futuro reconocido como deseable se posponga una y otra vez. Es importante que se cierre también esa etapa y la reforma se contemple como un programa de acción simultáneo e integral.
Las reformas en unos ámbitos requieren de acciones en otros si se quieren que rindan frutos. Aunque se reconozca el valor de la prudencia, la gradualidad tiene sus límites.
A base de secuenciar y parcializar en exceso las medidas adoptadas se ha conducido a la economía cubana a una situación indeseable, en donde ni rige la lógica del pasado, ni se ha permitido que prospere una nueva lógica económica. Diríamos que Cuba, desde hace ya años, aparece “stuck in the middle”: atrapada en el medio del proceso de cambio.

*El autor es catedrático de Economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid.

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