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sábado, 26 de mayo de 2018

El arte de planificar

Cada vez que la preocupación por los inventarios salta como la liebre en la prensa, un sabueso vuelve a mi mente: ¿para qué sirve la planificación en el socialismo? La imagen se reitera y la interrogante queda latente, debatiéndose ambas para ser identificadas una como síntoma y la otra como problema


Cada vez que la preocupación por los inventarios salta como la liebre en la prensa, un sabueso vuelve a mi mente: ¿para qué sirve la planificación en el socialismo? La imagen se reitera y la interrogante queda latente, debatiéndose ambas para ser identificadas una como síntoma y la otra como problema.

A la queja por productos que desaparecen de las tiendas le sigue la amargura de descubrirlos a veces pasivamente acumulados en otro almacén o empresa. Alejados de la demanda, los «atesoran» sin salida en forma de productos, de materias primas que resolverían el déficit de otra fábrica si llegaran a ella, o en forma de valor.

Los inventarios acopiados tienen siempre un costo, un valor que en el peor de los casos podía haberse empleado en la compra de cualquier otro de los materiales o bienes por los que aguardan empresas o los consumidores finales. La entidad propietaria de los almacenes de marras puede permanecer endeudada, además, con la empresa proveedora. ¿Por qué, entonces, estos inventarios no parecen maldecidos en el fuero interno de esas entidades, por más que el discurso oficial sea otro?

Las investigaciones demuestran una propensión a incrementar inventarios, ante el temor de verse obligadas a parar líneas de producción por demoras en la llegada de suministros. El mal hábito, que provoca acumulación de valores en condiciones que no permiten ser ampliados para satisfacer demandas, lo alientan problemas para importar por disponibilidad de moneda dura u otra razón.

La lejanía de los países suministradores –aparece la oreja peluda del bloqueo de Estados Unidos– y los rejuegos de los costos mayoristas fuerzan muchas veces compras de gran magnitud. Pero no son las causas únicas de almacenamientos incómodos, sin salida. Identificados como ociosos o de lento movimiento, estos inventarios castigan a la economía con valores que esas entidades recluyen en la práctica lejos de las necesidades que tiene la sociedad. Y ponen en evidencia fallas profundas de un modelo económico en el que la planificación debe constituir más que un símbolo.

El primero de los Lineamientos de la Política Económica y Social, versión del 2016, define la planificación socialista como «la vía principal para la dirección de la economía», pero admite la necesidad de transformarla. Igualmente reconoce la «existencia objetiva de las relaciones de mercado».

A veces siento, sin embargo, que la connotación política del dilema mercado-planificación nubla su alcance económico real. La economía cubana tropieza persistentemente con fallas derivadas del carácter sectorial de la planificación.

Investigaciones de Ileana Díaz y Ricardo Torres, del Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC), observan una tendencia al fraccionamiento y la verticalidad en la actividad de planificación que limita la comunicación entre empresas de ministerios o sectores diferentes en Cuba al hacer negocios. La incomunicación entre esos actores de la economía frena o demora por consiguiente la formación de cadenas productivas o cadenas de valores, a pesar de estar consideradas como necesidad estratégica del desarrollo.

En otras palabras, las fallas de la planificación impiden aprovechar con eficiencia las oportunidades del mercado.

La estrategia cubana de priorizar inversiones en negocios de logística e infraestructura enseña una nueva intención, apenas en ciernes, como condición para articular estos encadenamientos productivos entre empresas de cualquier bandera, cubanas o extranjeras, y estatales, cooperativas y privadas.

Otros dos estudiosos del asunto, José Acevedo Suárez y Martha Gómez Acosta, del Laboratorio de Logística y Gestión de Producción, de la Facultad de Ingeniería Industrial de la Cujae, insisten en hilar sabiamente planificación y mercado, cuando desarrollan conceptos de logística integrada en forma de cadenas o redes de valor, para insertar a Cuba en el mercado global.

El tabaco o el cítrico son ejemplos escasos de encadenamientos productivos entre sectores múltiples de la economía –industriales y de la agricultura–. El azúcar, aunque perdió dimensión, es otro caso. Y el turismo, donde toma vuelo una integración de empresas cubanas y extranjeras de perfiles diferentes, ofrece a la red hotelera acceso a mercados externos y a las empresas suministradoras del patio un mercado creciente y menos severo que otros en el exterior.

Los almacenes cargados por exceso de productos son inútiles solo en apariencia o por incapacidad para orientarlos con eficacia. El mercado aguarda. ¿Y la planificación? Más que a los inventarios ociosos o de lento movimiento, hace falta atender y enmendarle costuras al arte de planificar.

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