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jueves, 24 de mayo de 2018

La destrucción del Partido Republicano

Por J. BRADFORD DELONG

BERKELEY – Ha pasado un año y medio desde que Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos, de modo que es un buen momento para que los norteamericanos respiren hondo y contemplen su sistema político quebrantado.

Sin duda, Estados Unidos no ha experimentado ninguna catástrofe importante, aunque en el horizonte siempre parecen asomar enormes errores políticos. Pero el país ha estado sufriendo una muerte por mil cortes que lo ha dejado más débil y más pobre a medida que avanzaba la presidencia de Trump.

Gran parte de la responsabilidad les cabe a los republicanos, que han cerrado filas con Trump por razones que todavía son difíciles de entender. Trump fue elegido con más de 60 millones de votos -unos tres millones menos que su oponente, Hillary Clinton-. Pero ganó respaldo público de parte de un amplio conjunto de mandarines, asesores políticos y activistas republicanos que, en su totalidad, sabían que una presidencia de Clinton plantearía un riesgo menor para el país.

¿Por qué lo hicieron? La hipótesis más convincente es que -al igual que el ex director del FBI James Comey y Dean Baquet, el editor ejecutivo de The New York Times- ignoraron las encuestas que no subestimaban el riesgo de una victoria de Trump. Los republicanos tradicionales supusieron que tenían poco que perder, y quizás algo que ganar, si se oponían a Clinton, porque esa es la lección que aprendieron de las experiencias de Richard Nixon y Ronald Reagan.

Vale la pena recordar que, en 1964, Nixon respaldó al candidato presidencial republicano Barry Goldwater, mientras que otros republicanos, como el entonces gobernador de Michigan George Romney, no lo hicieron. Nixon entonces siguió adelante hasta convertirse en el candidato presidencial del partido en 1968, superando a republicanos que habían alienado a la base activista del partido al oponerse a Goldwater.

De la misma manera, Ronald Reagan respaldó a Nixon hasta el final, inclusive cuando el juicio político a Nixon era inminente, mientras que republicanos como el senador Howard Baker de Tennessee concluyeron que Nixon tenía que irse. Reagan avanzó hasta convertirse en el candidato presidencial del partido en 1980, superando a republicanos que se habían desmarcado de la base activista del partido.

En 2016, los republicanos que respaldaron a Trump muy probablemente lo veían como una manera barata de promover su futuro en el partido. Lo que no tuvieron en cuenta fue que, en realidad, Trump se convertiría en presidente, y que ellos tendrían que seguir mirándose en el espejo todas las mañanas. Ahora que los votantes republicanos de base se consideran más seguidores de Trump que republicanos, las figuras descollantes del partido deben decidir qué hacer a continuación.

Algunos ya han tomado una decisión. El portavoz de la Cámara, Paul Ryan, se retira al final de este mandato. Excepto por la improbable posibilidad de que se lance a una carrera presidencial en algún momento futuro, efectivamente está abdicando a uno de los cargos más poderosos del gobierno de Estados Unidos, y abandonando a su país al liderazgo de un cleptócrata desequilibrado e incompetente. Y Ryan no es el único: según los datos más recientes, 43 miembros republicanos de la Cámara han decidido no buscar una reelección en noviembre.

Más allá de en qué se convierta el Partido Republicano, el pueblo norteamericano tiene el poder de mitigar parte del daño ocasionado por las políticas domésticas de Trump a nivel local. Eso es precisamente lo que California y otros estados demócratas ("azules") han venido haciendo -y con mucho éxito hasta el momento.

Pero en Kentucky, Alabama, Mississippi, Nebraska y otros estados rojos, a la base de votantes republicanos se la sigue estafando fácilmente. Los agricultores de Iowa y otros estados del centro apoyaron fuertemente a Trump en 2016, sólo para descubrir que él los considera víctimas aceptables en la guerra comercial que quiere iniciar contra China, y quizá también contra México. Uno debería sentir pena por esos votantes, pero no por los políticos republicanos que han seguido engañándolos al respaldar a Trump.

¿Qué se puede hacer? Por empezar, tenemos que educar a los votantes, y prestarle atención a las políticas que van en contra de sus intereses. La normalización no es una opción. Señalar la estupidez y el poder de destrucción de las políticas de Trump, y presentar argumentos para que se reviertan de inmediato, debería ser cosa de todos los días.

Más allá de esto, los norteamericanos deberían intentar persuadir al vicepresidente, Mike Pence, de que es hora de invocar la Sección 4 de la Enmienda 25, que estipula la destitución de un presidente al que una mayoría de su gabinete ha considerado incapaz de ejercer sus funciones.

La presión pública también debería aplicarse a Rupert y Lachlan Murdoch, los copresidentes de 21st Century Fox, que es dueña de Fox News. Muchas de las decisiones políticas y los tuits de Trump reproducen cualquier cosa que dicen sus analistas favoritos de Fox News un día determinado. Sin embargo, a la larga, los cleptócratas tienden a convertir a los plutócratas en su presa. Si a los Murdoch les importan sus fortunas de largo plazo, su mejor opción quizá sea hacer que su cadena le dijera al presidente: "Usted ha hecho un gran esfuerzo, pero está cansado y claramente disconforme con su empleo, ¿entonces por qué simplemente no se va a jugar al golf, por el bien de su salud?"

Finalmente, se les debería hacer entender a los republicanos que éste el momento "Pete Wilson" de su partido. Pete Wilson es un ex gobernador republicano de California que en los años 1990 consignó a su partido a una condición de minoría permanente en el estado al calificar a los latinos de amenaza. Hoy, la gran población latina de California -que incluye a muchos feligreses devotos y socialmente conservadores- no tiene ninguna vinculación con los republicanos. (Tampoco la tienen muchos hombres blancos mayores en California, porque hasta ellos son capaces de sentir vergüenza).

Trump podría hacer por el Partido Republicano a nivel nacional lo que Wilson le hizo en California. Los líderes del partido -que ya enfrentan la posible pérdida de la Cámara, y posiblemente el Senado, en noviembre- necesitan actuar antes de que sea demasiado tarde.



J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiations. His role in designing the bailout of Mexico during the 1994 peso crisis placed him at the forefront of Latin America’s transformation into a region of open economies, and cemented his stature as a leading voice in economic-policy debates

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