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domingo, 10 de junio de 2018

Diez años de crisis económica en cien años de crisis ecológica

10 junio 2018 | Categorías: ATTAC España, Crisis sistémica, Ecologia

Por Alberto Fraguas – Coordinador del Observatorio de Ecología Política d
e ATTAC Madrid


Warren Buffet, ese supramillonario estadounidense con cara de abuelito bueno y bolsillo de tiburón ballena, hace unos años en un ataque de cinismo autocomplaciente afirmó que “la lucha de clases sigue existiendo … y la está ganando la mía”. En un estilo muy de Estanislao Figueras (“estoy hasta los …. de todos nosotros”) asumía la crítica al modelo neoliberal, basado en los enormes desequilibrios en el pago de impuestos donde él, con enormes ingresos, abonaba al fisco menos del 17% de sus ingresos y sus empleados, una media del 38%. Obviamente esto es así porque sus ingresos provenían (y aún provienen) de rentas de capital invertido en finanzas que pagan mucho menos al fisco. Este hecho explica el enorme crecimiento de las desigualdades en un entorno global donde las grandes corporaciones empresariales mantienen unos beneficios que son reinvertidos en estos mercados financieros, creando una creciente brecha social y económica (se viene denominando “crisis”) que empieza a preocupar inluso a los responsables de generarla (Buffet es un buen ejemplo).
Nuestra organización ATTAC, que lucha contra este capitalismo financiero y sus perniciosos efectos, lanza en estos días una Campaña de común acuerdo con otras organizaciones sociales para recordar que estos diez años de crisis suponen una estafa a la ciudadanía (#10AñosdeCrisisEstafa y # ControlemoslasFinanzas), y que tienen unas claras repercusiones en el ahondar las desigualdades sociales y también los desequilibrios ecológicos.
Pero, ¿que supone realmente esta ausencia de equilibrio ambiental en lo que llamamos crisis? La realidad es que estos desequilibrios se constatan no solo en la economía, sino en otro ámbito ligado a ella (retroalimentado diría) del que depende muy directamente y que muchas veces se olvida como es la ecología, el uso (desigual) de los recursos naturales.
Hay un dato que explicaría muchas cosas. Tan solo 90 empresas en el mundo son responsables del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), siendo así que grandes corporaciones como Chevron, Exxon Mobil, SaudiAramco, BP, GazProm, Shell, National Iranian Oil, Pemex, Conocoo Phillips y Coal India, solo esas 10, generan el 22% de GEI.
Estas grandes corporaciones empresariales que retroalimentaron también mercados financieros especulativos, tienen sus expectativas de crecimiento basadas en el uso permanente de recursos naturales (petróleos, agua, biodiversidad…); aunque esos recursos son bienes comunes y que por tanto su utilización debe estar basada en garantizar su permanencia, su sostenibilidad, dada su importancia global como factores de equidad social. Sin embargo, vemos que esto no es así ni el neoliberalismo plantea en su propia doctrina que lo sea, pues conoce perfectamente que su acción genera desigualdades sociales como crea desequilibrios ecológicos.
La crisis, por tanto, no se circunscribe solo a aspectos sociales y económicos sino en igual medida a los ambientales, siguiendo una rueda de perversa y permanente retroalimentación.
El discurso de esas grandes corporaciones y de los propios Estados es el de mantener el modelo económico con ligeras variaciones correctoras (depurar aire, agua, tratar residuos…) confundiendo compromisos voluntarios con exigencias legales, y asumiendo la monetarización del impacto ambiental; ese “quien contamina paga” tan dañino que no define bien cuándo, cuánto se paga y, sobre todo, si la restitución del entorno ambiental afectado es la adecuada.
Se plantea incluso la creación de “nuevas oportunidades de negocio”, en un bucle perfecto donde el lucro se da en la afección pero también en la corrección de los daños. Se intenta así lanzar un mensaje tranquilizador dirigido a una ciudadanía en demasiadas ocasiones ignorante de la realidad. Esa absoluta confianza en las tecnologías correctoras y hacia una “economía circular” hacen que la utopía esconda la distopía cual es que la realidad física, natural, termodinámica es bien distinta y muestra la falacia de sus planteamientos pues el carácter finito de los recursos naturales en los que se asienta el modelo posee una tasa de renovabilidad en sus materiales que no es lo suficientemente rápida para garantizar los beneficios económicos que requiere el ciclo capitalista. Así el “colapso” está servido y en términos ecológicos está en proceso, pues los cambios en estos ciclos naturales quizás sean más lentos que en los sociales pero son casi inmutables y de difícil y costosa marcha atrás en tiempo y dinero. Este hecho, el de la apropiación de los recursos por el capital para un uso privativo, incide obviamente en la ruptura de equilibrios de los ecosistemas muchos de los cuales son base de la cohesión y equidad sociales.
Asimismo en estos últimos años (coincidentes con la llamada crisis económica) se han creado y potenciado mercados de financiarización de los riesgos ambientales, transfiriendo el modelo especulativo a la propia naturaleza, al transformar estos riesgos en créditos o bonos con los que se especula en bolsas especiales (bonos “catástrofes”, mercados de CO2, “Bancos de biodiversidad”…). Por ejemplo, el mercado de “bonos verdes” o endeudamiento ligado directamente al desarrollo respetuoso con el medio ambiente (mercado de títulos de crédito emitidos para financiar proyectos que contribuyan a la lucha contra el cambio climático u otros proyectos “correctores” de impactos) supone inversiones a largo plazo donde el 70% de los bonos se comercializan a más de diez años, tiene emisores como entidades multilaterales, organismos de inversión internacional, empresas, entidades financieras o administraciones públicas. Ese mercado “bonos verdes” ha pasado de los 2.600 millones de dólares (2.363,6 millones de euros) en 2013 a los 81.000 millones de 2016 (73.636,88 millones de euros), con una previsión de crecimiento de hasta 150.000 millones de dólares (136.366,2 millones de euros) en 2017 y de 60 billones en 2020, según datos de la Iniciativa Bonos Climáticos (Climate Bonds Initiative en inglés). Este proceso de hegemonía del poder financiero ha provocado que se primen rentabilidades a corto plazo, obviando medidas preventivas y correctoras a nivel ambiental y priorizando la extracción de los materiales de los ciclos naturales muy por encima de su capacidad de regeneración. Esta realidad se ha ido conjugando con el acaparamiento de tierras por parte de estas élites financieras, como reservas energéticas o alimentarias.
Desde hace muchos años seguimos con cifras vergonzantes en materia hídrica con más de 1.000 millones de seres humanos sin abastecimiento y más de 2.000 sin saneamiento
Lo que llamamos crisis es, en definitiva, solo una contingencia más del modelo económico y su evolución. En términos ecológicos (y con cierto cinismo) podría considerarse estas acciones correctoras, monetarizadoras y financiadoras a priori como parte del juego, como “hipótesis de trabajo”… pero no lo son en absoluto porque la tozuda realidad no puede ser más nefasta en materia ambiental, catalizándose el deterioro en estos últimos años.
A pesar de todos los Acuerdos internacionales del Clima, los niveles de CO2 nunca han sido tan altos como ahora, en estos últimos años no ha dejado de crecer y con él los riesgos que conlleva. Desde hace muchos años seguimos con cifras vergonzantes en materia hídrica con más de 1.000 millones de seres humanos sin abastecimiento y más de 2.000 sin saneamiento. Pero hay más indicadores. El 13 de noviembre de 2017 se publicaba en la revista BioScience un artículo que actualizaba la “Alerta de los científicos del mundo a la humanidad”, un manifiesto firmado hace veinticinco años por 1.700 científicos incluyendo la mayoría de los premios nobel vivos. En esta ocasión la segunda advertencia lleva la firma de 15.364 científicos de 184 países.
La advertencia es preocupante, pues las tendencias puestas de manifiesto hace veinticinco años no se han detenido, ni siquiera frenado. El agua dulce disponible por habitante se ha reducido un 26,1%. La captura de peces se ha reducido un 6,4% (bastante más desde su máximo posterior a 1992) no por un esfuerzo de conservación, sino porque no hay disponibilidad del recurso. El número de “zonas muertas” en ecosistemas acuáticos ha aumentado un 75,3% con una superficie forestal que ha disminuido un 2,8%. La abundancia de vertebrados ha disminuido un 28,9%.
Hay instrumentos para cambiar estas tendencias pero todos pasan por no poner vendas paliativas sino transformar poco a poco, pausada pero firmemente, los principios del  sistema capitalista. El Medio Ambiente supone un indicador, una voz inmejorable para alertar de las desviaciones del modelo de los márgenes de equilibrio socioecológico. Paso a paso se debe vislumbrar el enorme futuro de un nuevo modelo de economía social y solidaria de mayor proximidad a la ciudadanía basado en principios de cooperativismo y autogestión que suponen menor impacto ecológico y energético. Un modelo nuevo en el que se mide el futuro con parámetros más realistas por integrales que un mero indicador contable como es el PIB. Lo que está claro es que la alternativa al capitalismo no es un capitalismo más verde, pues éste ya ha demostrado su fracaso.
En síntesis, estos últimos 40 ó 50 años de neoliberalismo (y los pasados 10 años en que uniformemente se ubica la crisis) están dejando ver las grietas del modelo que se niega a desaparecer. Pero los sistemas ecológicos han dicho basta. Ellos llevan en crisis más de un siglo. Llamémoslo Antropoceno, Colapso ambiental, Cuarta Revolución Industrial, Sexta extinción… da igual. La tendencia es clara. O se asumen cambios en los patrones y paradigmas económicos o no durará mucho porque el modelo está, estructuralmente, en crisis (que etimológicamente significa separo, elijo). Una crisis que no solo es económica, sino ecológica y por tanto global.
Publicado en nuevatribuna
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